sábado, 13 de febrero de 2016

DE WILHELM BUSCH TERCERA TRAVESURA DE Max y Moritz

DE WILHELM BUSCH

 TERCERA TRAVESURA DE Max y Moritz



 TERCERA TRAVESURA DE Max y Moritz



Max und Moritz Una historieta en siete travesuras fue escrito por Wilhelm Busch en 1865


Todo el pueblo conocía
a Segismundo García.
Confeccionaba gabanes,
tabardos y macferlanes,
levitas, capas, calzones,
zamarras y pantalones
aquel buen sastre García,
con indudable maestría.
Alargaba, remendaba,
estrechaba o ensanchaba
y pegaba los botones
sueltos de los pantalones
donde fuera y lo que fuera,
codo, cuello o la culera,
desde un roto a un descosido:
para sastre había nacido.
Por eso aquí todo el mundo
quiere tanto a Segismundo.
Max y Moritz, los villanos,
algo se traen entre manos:
de García es fiel vecino
un arroyo cristalino,
 TERCERA TRAVESURA DE Max y Moritz

y una tabla en el arroyo,
sirve al camino de apoyo.
 TERCERA TRAVESURA DE Max y Moritz

Max y Moritz, frente a frente,
sierran sigilosamente,
¡sierra que te serrarás,
hasta que no pueden más!
Junto al cuerpo del delito,
exclaman a voz en grito:
 TERCERA TRAVESURA DE Max y Moritz

«¡Sal, Segismundo, mal sastre!
¡Sal si te atreves, pillastre!».
El maestro Segismundo
nunca fue un hombre iracundo;
pero ante el ultraje aquel,
se le revolvió la hiel.

 TERCERA TRAVESURA DE Max y Moritz

Con la vara de medir
lo ven de casa salir,
y vuelve a mofarse de él
aquella pareja cruel.

 TERCERA TRAVESURA DE Max y Moritz

Llega al puente, de ella en pos,
¡y el puente se parte en dos!
 TERCERA TRAVESURA DE Max y Moritz

Cae al agua del torrente
y lo arrastra la corriente.
 TERCERA TRAVESURA DE Max y Moritz

Nadan por allí dos gansos,
aparentemente mansos,
y desesperado el sastre,
busca en las aves arrastre.
 TERCERA TRAVESURA DE Max y Moritz

Los gansos alzan el vuelo
y lo devuelven al suelo.
 TERCERA TRAVESURA DE Max y Moritz

¡A Segismundo, la broma,
lo deja al borde del coma!
 TERCERA TRAVESURA DE Max y Moritz

De aquella mortal fatiga
le entró dolor de barriga.

 TERCERA TRAVESURA DE Max y Moritz

Menos mal que su señora
con la plancha lo mejora:
un sencillo tratamiento
alivia al punto el tormento.

 TERCERA TRAVESURA DE Max y Moritz

Todo el pueblo se ha enterado:
¡Segismundo está curado!
La tercera fue fatal,
y la cuarta, otra que tal...

lunes, 8 de febrero de 2016

UNA NUEVA TRAVESURA DE MAX Y MORITZ

UNA NUEVA TRAVESURA DE 

MAX Y MORITZ

  
2ª. TRAVESURA PUBLICADA POR Wilhelm Busch

2ª. TRAVESURA PUBLICADA POR Wilhelm Busch EN 1865 EN EL LIBRO “Una historieta en siete travesuras”




SEGUNDA TRAVESURA

 

 

            La viuda, apenas repuesta
            de tan dolorosa gesta,
            pensó que lo más prudente,
            oportuno y conveniente,
            era dar por fallecidos
            a aquellos seres queridos,
            y en recuerdo del pasado
            reunirlos en un asado.
            ¡Qué tristeza contemplar
            la desnudez, tan vulgar,
            de unos pollos desplumados,
            que en los días soleados
            le alegraban patio y huerta,
            escarbando, pico alerta!
              
2ª. TRAVESURA PUBLICADA POR Wilhelm Busch

            ¡Ay, la viuda vuelve al llanto
            y el lulú casi otro tanto!
            Max y Moritz se la olieron:
            «¡Al tejado!», decidieron.
              
2ª. TRAVESURA PUBLICADA POR Wilhelm Busch

            Desde allí, ¡qué gran idea!,
            se ven, por la chimenea,
            los pollos en la sartén,
            dorarse en un santiamén.
2ª. TRAVESURA PUBLICADA POR Wilhelm Busch
              
            La viuda Blume trasiega
            con un plato en la bodega,
        
2ª. TRAVESURA PUBLICADA POR Wilhelm Busch
      

            para sacar del barreño
            una chucrut que es un sueño,
            porque además de hacendosa,
            la viuda es mujer golosa.
            Mientras tanto, en el tejado,
            se prepara un atentado.
            Max, angelito del cielo,
            despliega caña y anzuelo.
        
2ª. TRAVESURA PUBLICADA POR Wilhelm Busch
      

            ¡La pesca del pollo asado
            es un deporte arriesgado!
            ¡Hopla, ya picó el primero!
            ¡Y el segundo, y el tercero!
            Luego el cuarto, de un tirón,
            y se acabó la función.
            El lulú, muy sorprendido,
            suelta, de pronto, un ladrido,
            mientras la pareja, airosa,
            pone pies en polvorosa.
         
2ª. TRAVESURA PUBLICADA POR Wilhelm Busch
     

            La viuda Blume no es sorda,
            ¡aquí se va a armar la gorda!
            «¡Dios del cielo! ¡Ave María!
            ¡La sartén está vacía!»
    
2ª. TRAVESURA PUBLICADA POR Wilhelm Busch
          

            No queda ni un solo pollo.
            «¡Lulú, tragón! » ¡Ay, qué embrollo!

2ª. TRAVESURA PUBLICADA POR Wilhelm Busch
             

            «¡Chucho ladrón de lo ajeno,
            vas a saber lo que es bueno!»
       
2ª. TRAVESURA PUBLICADA POR Wilhelm Busch
       

            A cucharazos le atiza
            una soberbia paliza;
            y el lulú gime y se aleja,
            sin comprender a la vieja.
       
2ª. TRAVESURA PUBLICADA POR Wilhelm Busch
       

            Max y Moritz, a cubierto,
            roncan a dúo un concierto.
            Y de aquel gran atracón,
            dos muslos testigos son.
            La segunda fue fatal,
            la tercera, otra que tal...




jueves, 4 de febrero de 2016

MAX Y MORITZ: PRIMERA TRAVESURA

MAX Y MORITZ: PRIMERA TRAVESURA


MAX Y MORITZ: PRIMERA TRAVESURA



Como prometiera, acá va la primera travesura del libro escrito por Wilhelm Busch en 1865, sobre estos pícaros chicuelos, “Una historieta en siete travesuras”




         A las aves de corral
         se las mima, en general:
         el huevo de la gallina
         es el rey de la cocina,
         y el que menos corre, vuela,
         por un pollo a la cazuela;
         las plumas, para acabar,
         se pueden utilizar
         de relleno en los colchones,
         almohadillas y edredones.
          
        
MAX Y MORITZ: PRIMERA TRAVESURA
Aquí está la viuda Blume,
         que de frío se consume.
          
        
MAX Y MORITZ: PRIMERA TRAVESURA
Estas son sus tres gallinas
         y un gallo de Filipinas.
         Max y Moritz, al acecho,
         del dicho pasan al hecho.
         Con un pedazo de pan
         fraguan un astuto plan:
         burla, burlando, los mozos
         lo parten en cuatro trozos
         y los atan luego en cruz,
         veloces como la luz.
          
        
MAX Y MORITZ: PRIMERA TRAVESURA
La pareja va y los deja
         en el patio de la vieja.
          
        
MAX Y MORITZ: PRIMERA TRAVESURA
Cuando los divisa el gallo,
         canta y convoca al serrallo:
         «¡Por allá, no, por aquí,
         tac, tac, tac, quiquiriquí! ».
          
        
MAX Y MORITZ: PRIMERA TRAVESURA
Como el pan es de su agrado
         se lo tragan de un bocado;
          
      
MAX Y MORITZ: PRIMERA TRAVESURA
   y a la hora de marcharse
         ya no hay forma de soltarse.
          
        
MAX Y MORITZ: PRIMERA TRAVESURA
Una tira, la otra afloja,
         sin encontrar vuelta de hoja.
          
        
MAX Y MORITZ: PRIMERA TRAVESURA
Alza el vuelo el gallinero
         con singular desespero,
          
       
MAX Y MORITZ: PRIMERA TRAVESURA
  hasta que, desventuradas,
         quedan de un árbol colgadas,
         cacareando a degüello
         mientras les resiste el cuello.
          
        
MAX Y MORITZ: PRIMERA TRAVESURA
Aún ponen huevos, por suerte,
         y se las lleva la muerte.
          
        
La viuda Blume, su ama,
         las oye desde la cama.
          
     
MAX Y MORITZ: PRIMERA TRAVESURA
    Presintiendo lo peor,
         sale de la casa, ¡ay, qué horror!
          
     
MAX Y MORITZ: PRIMERA TRAVESURA
    «¡Ojos que los veis, llorad,
         volad nostalgias, volad!
         ¡Mis sueños penden en vano,
         de la rama de un manzano! »
          
        
MAX Y MORITZ: PRIMERA TRAVESURA
Con el corazón doliente
         latiéndole amargamente,
         la viuda, cuchillo en mano,
         corta aquel nudo gordiano,
          
      
MAX Y MORITZ: PRIMERA TRAVESURA
   y con un mudo lamento,
         se reintegra a su aposento.
         La primera fue fatal,
         la segunda, otra que tal...


 Danke, Wilhelm Busch!


Traducción: Mercedes Neuschäfer-Carlón: Danke!!!

miércoles, 3 de febrero de 2016

MAX Y MORITZ

MAX Y MORITZ


MAX Y MORITZ


Es una historieta en siete travesuras de Wilhelm Busch, escrita en 1865.

Max y Moritz no es tan solo un gran clásico de los libros infantiles. En Alemania y otros países de habla germánica puede considerarse un monumento nacional por todos respetado, admirado y sobradamente conocido.
Todos los niños alemanes han crecido con el Max y Moritz y hasta lo recitan soportablemente cuando se hacen mayores. En España e Iberoamérica, en cambio, sigue siendo una obra muy poco conocida.
El Abuelo Rudy, que la leyó en alemán, les hará llegar toda la obra.
He aquí el prologo

Prólogo.

 

 

            ¡Ay, los niños revoltosos
            suelen ser los más famosos!
            Max y Moritz, por ejemplo:
            dos pícaros como un templo.
              
            Nunca quisieron ser buenos,
            ni oír consejos ajenos,
            de educarlos no hubo modo,
            se burlaban, sí, de todo.
            ¡Una pareja infernal,
            dispuesta a sembrar el mal!
            Atormentar a las ranas,
            robar peras y manzanas,
            hacer rabiar al sufrido
            es mucho más divertido
            que estarse quieto en la escuela
            o ir a misa con la abuela.
            «¡Ya os llegará la hora aciaga,
            que el que la hace, la paga!»
            Y este binomio terrible
            tuvo un final previsible.
            Por eso y para escarmiento,
            sus hazañas pinto y cuento.


domingo, 17 de enero de 2016

LAS PLUMAS DEL ZORRO

LAS PLUMAS DEL ZORRO


LAS PLUMAS DEL ZORRO

LEYENDA TOBA


Y cuando ya pasó mucho tiempo de este acontecimiento, nuevamente aparecieron aquellos hombres con forma de ave que se habían retirado hacia la montaña por un tiempo. Cada mañana descendían, durante el día pescaban, y a la tarde regresaban a sus casas.
En ese momento arribó el zorro sagaz, persona muy mañosa. Se encontró con los pescadores una mañana y se acercó con la intención de acompañados. Les preguntó sobre su origen y los hombres respondieron que provenían del cielo, a donde regresarían esa misma tarde. El zorro sagaz quiso ir con ellos, pero enseguida le advirtieron que no tenía alas y por lo tanto no podría ascender. Sin dudar, él les pidió que le preparasen algunas plumas para colocárselas; los hombres lo pensaron: le contestarían más tarde. Pero el zorro insistió, incansable, hasta que obtuvo un resultado satisfactorio. Cada uno de ellos se sacó una pluma y se la entregó. Una a una, las acomodó y formó un par de alas.
Aseguró que los acompañaría mientras brincaba, intentando volar.
De repente, en un salto, se elevó y giró por encima de los hombres sin dejar de observarlos. Aterrizó con rapidez, orgulloso de su triunfo.
Después del largo día de pesca los hombres se prepararon para volver a sus hogares. El zorro sagaz fue el primero en emprender el vuelo. Lejos ya de la tierra, el jefe Tuyango -de hermosas plumas rojas- dio inicio a una costumbre propia de los pájaros y se arrancó una pluma y la dejó caer hacia la tierra. Todos repitieron la acción. Para su desgracia, el zorro se sacó las plumas que más lo hacían volar y comenzó a perder altura. Alcanzó la tierra y se hizo pedazos.
Una fuerte tormenta sacudió su cuerpo y el zorro sagaz suspiró, recordaba qué dulce había sido su sueño, y revivió.


EL ARBOL DE LOS ZAPATOS

EL ARBOL DE LOS ZAPATOS


EL ARBOL DE LOS ZAPATOS

Juan y María miraban a su padre que cavaba en el jardín. Era un trabajo muy pesado. Después de una gran palada, se incorporó, enjugándose la frente.

-Mira, papá ha encontrado una bota vieja -dijo María.

-¿Qué vas a hacer con ella? -quiso saber Juan.

-Se podría enterrar aquí mismo -sugirió el señor Martín-, Dicen que si se pone un zapato viejo debajo de un cerezo crece mucho mejor.
María se rió.

-¿Qué es lo que crecerá? ¿La bota?
-Bueno, si crece, tendremos bota asada para comer.

Y la enterró. Ya entrada la primavera, un viento fuerte derribó el cerezo y el señor Martín fue a recoger las ramas caídas. Vio que había una planta nueva en aquel lugar. Sin embargo, no la arrancó, porque quería ver qué era. Consultó todos sus libros de jardinería, pero no encontró nada que se le pareciera.
-Jamás vi una planta como ésta -les dijo a Juan y a María.
Era una planta bastante interesante, así que la dejaron crecer, a pesar de que acabó por ahogar los retoños del cerezo caído. Crecía muy bien; a la primavera siguiente, era casi un arbolito. En otoño, aparecieron unos frutos grisáceos. Eran muy raros: estaban llenos de bultos y tenían una forma muy curiosa.

-Ese fruto me recuerda algo -dijo la señora Martín. Entonces se dio cuenta de lo que era-. ¡Parecen botas! ¡Sí, son como unos pares de botas colgadas de los talones!
-¡Es verdad! Parecen botas -dijo Juan asombrado, tocando el fruto.
-¿Habéis dicho botas? -preguntó la señora Gómez, asomándose.
-¡Sí, crecen botas!
-Pedrito ya es grande y necesitará botas -dijo la señora Gómez-, ¿Puedo acercarme a mirarlas?
-Claro que sí. Pase y véalas con sus propios ojos.

La señora Gómez se acercó, con el bebé en brazos. Lo puso junto al árbol, cabeza abajo. Juan y María acercaron un par de frutos a sus pies.

-Aún no están maduras -dijo Juan-Vuelva mañana para ver si han crecido un poco más.

La señora Gómez volvió al día siguiente, con su bebé, pero la fruta era aún demasiado pequeña. Al final de la semana, sin embargo, comenzó a madurar, tomando un brillante color marrón.
Un día descubrieron un par que parecía justo el número de Pedrito. María las bajó y la señora Gómez se las puso a su hijo. Le quedaban muy bien y Pedrito comenzó a caminar por el jardín.
Juan y María se lo contaron a sus padres, y el señor Martín decidió que todos los que necesitaran botas para sus hijos podían venir a recogerlas del árbol.
Pronto todo el pueblo se enteró del asombroso árbol de los zapatos y muchas mujeres vinieron al jardín, con sus niños pequeños. Algunas alzaban a los bebés para poder calzarles los zapatos y ver si les iban bien. Otras los levantaban cabeza abajo para medir la fruta con sus pies. Juan y María recogieron las que sobraban y las colocaron sobre el césped, ordenándolas por pares. Las madres que habían llegado tarde se sentaron con sus niños. Juan y María iban de aquí para allá, probando las botas, hasta que todos los niños tuvieron las suyas. Al final del día, el árbol estaba pelado.
Una de las madres, la señora Blanco, llevó a sus trillizos y consiguió zapatos para los tres. AI llegar a casa, se los mostró a su marido y le dijo:

-Los traje gratis, del árbol del señor Martín. Mira, la cáscara es dura como el cuero, pero por dentro son muy suaves. ¿No es estupendo?

El señor Blanco contempló detenidamente los pies de sus hijos.
-Quítales los zapatos -dijo, al fin-. Tengo una idea y la pondré en práctica en cuanto pueda.

Al año siguiente, el árbol produjo frutos más grandes; pero como a los niños también les habían crecido los pies, todos encontraron zapatos de su número.
Así, año tras año, la fruta en forma de zapato crecía lo mismo que los pies de los niños.
Un buen día apareció un gran cartel en casa del señor Blanco, que ponía, con grandes letras marrones: CALZADOS BLANCO, S.A.

-Andaba el señor Blanco con mucho misterio plantando cosas en su huerto -dijo el señor Martín a su familia-. Por fin loentiendo. Plantó todos los zapatos que les dimos a sus hijos durante estos años y ahora tiene muchos árboles, el muy zorro.

-Dicen que se hará rico con ellos -exclamó la señora Martín con amargura.

En verdad, parecia que el señor Blanco se iba a hacer muy rico. Ese otoño contrató a tres mujeres para que le recolectaran los zapatos de los árboles y los clasificaran por números. Luego envolvían los zapatos en papel de seda y los guardaban en cajas para enviarlos a la ciudad, donde los venderían a buen precio.
Al mirar por la.ventana, el señor Martín vio al señor Blanco que pasaba en un coche elegantísimo.

-Nunca pensé en ganar dinero con mi árbol -le comentó a su mujer.
-No sirves para los negocios, querido -dijo la señora Martín, cariñosamente- De todos modos, me alegro de que todos los niños del pueblo puedan tener zapatos gratis.
Un día, Juan y María paseaban por el campo, junto al huerto del señor Blanco. Este había construido un muro muy alto para que no entrara la gente. Sin embargo, de pronto asomó por encima del muro la cabeza de un niño. Era Pepe, un amigo de Juan y María. Con gran esfuerzo había escalado el muro.

-Hola, Pepe -dijo Juan-, ¿Qué hacías en el jardín del señor Blanco?

El niño, que saltó ante ellos, sonrió.

-Ya veréis... -dijo, recogiendo frutos de zapato hasta que tuvo los brazos llenos- Son del huerto. Los arrojé por encima del muro. Se los llevaré a mi abuelita, que me va a hacer otro pastel de zapato.
-¿Un pastel?-preguntó María- No se me había ocurrido. ¿Y está bueno?
-Verás..., la cáscara es un poco dura. Pero si cocinas lo de dentro, con mucho azúcar, está muy rico. Mi abuelita hace unos pasteles estupendos con los zapatos. Ven a probarlos, si quieres.

Juan y María ayudaron a Pepe a llevar los frutos a su abuela, y todos comieron un trozo de pastel. Era dulce y muy rico, tenía un sabor más fuerte que las manzanas y muy raro. A Juan y a María les gustó muchísimo. Al llegar a casa, recogieron algunas frutas que quedaban en el árbol de los zapatos.

-Las pondremos en el horno -dijo María-E1 año pasado aprendí a hacer manzanas asadas.
María y Juan asaron los zapatos, rellenándolos con pasas de uva. Cuando sus padres volvieron de trabajar, se los sirvieron, con nata. Al señor y a la señora Martín les gustaron tanto como a los niños. Al terminar, el señor Martín dijo riendo:

-¡Vaya! Tengo una idea magnífica y la pondré en práctica.
Al día siguiente, fue al pueblo en su viejo coche, con el maletero lleno de cajas de frutos de zapato. Se detuvo en la feria y habló con un vendedor. Entonces comenzó a descargar el coche. El vendedor escribió algo en un gran cartel y lo colgó en su puesto.
Pronto se juntó una muchedumbre.

-¡Mirad!
-Frutos de zapato a 5 monedas el kilo.
-Yo pagué 500 monedas por un par para mi hijo -dijo una mujer. Alzó a su niño y les enseñó las frutas que llevaba puestas-. Mirad, por éstas pagué 500 monedas en la zapatería. ¡Y aquí las venden a 5!
-¡Sólo cinco monedas! -gritaba el vendedor-. Hay que pelarlos y comer la pulpa, que es deliciosa. ¡Son muy buenos para hacer pasteles!
-Nunca más volveré a comprarlos en la zapatería -dijo otra mujer.

Al final del día, el vendedor se sentía muy contento. El señor Martin le había regalado los frutos y ahora tenía la cartera llena de dinero.
A la mañana siguiente, el señor Martín volvió al pueblo y leyó en los carteles de las zapaterías: "Zapatos Naturales Blanco - crecen como sus niños". Y debajo habían puesto unos carteles nuevos que decían: '7Grandes rebajas! ¡5 monedas el par!"
Después de esto, todo el mundo se puso contento: los niños del pueblo seguían
consiguiendo zapatos gratis del árbol de la familia Martín, y a la gente de la ciudad no les importaba pagar 5 monedas por un par en la zapatería. Y todos los que querían podían comer la fruta. El único que no estaba contento era el señor Blanco; aún vendía algunos zapatos, pero ganaba menos dinero que antes.
El señor Martín le preguntó a su mujer:

-¿Crees que estuve mal con el señor Blanco?
-Me parece que no. Después de todo, la fruta es para comerla ¿verdad?
-Y además -añadió María- ¿no fue lo que dijiste al enterrar aquella bota vieja? ¿Te acuerdas? Nos prometiste que cenaríamos botas asadas.