martes, 10 de febrero de 2015

LA LEYENDA DEL CLAVEL DEL AIRE

LA LEYENDA DEL CLAVEL DEL AIRE



Todos hemos visto en nuestros árboles, cables de la calle, arbustos, etc. a la flor del clavel del aire.

Pero éste tiene tambien su leyenda.

Se cuenta que durante la conquista española, un oficial se enamoró de una bellísima indiecita. 
Esta se llamaba "SHULLCA".

La vió caminando por las sierras del noroeste argentino, y no pudo evitar la necesidad de averiguar quién era la joven y hermosa india. 
Intentó entonces enamorar y conseguir los favores de Shullca, pero no lo logró, pese a sus insistentes galanteos.

Por ello, este oficial español, resentido, juró vengarse de la pequeña aborigen que despreciaba su cariño.
Una tarde la halló sola en las sierras y comenzó a perseguirla. La niña, desesperada, trepó a un frondoso algarrobo, tratando de subir hasta la rama más alta, para no ser alcanzada. Era un día ventoso. Soplaban un fuero ventarrón. Mientras más subía Shullca, las ramas más se balanceaban amenazando con derribarla al suelo.

El joven conquistador trepó el árbol tras ella y con dulces y empalagosas palabras le pedía que bajara con él, prometiéndole amor y respeto si bajaba.

Pero la niña se negó, y el oficial enfurecido sacó su espada, blandiéndola en señal de amenaza.

Shullca, aterrorizada, no atinaba a nada, menos a moverse de la rama en la que había hallado refugio.

Entoces el despechado español arrojó su arma que fue a clavarse en el pecho de la hermosa Shullca.


Herida de muerte, el cuerpo de la bella indiecita cayó del árbol al vacío y tras él, se arrojó el oficial hispano.

Una gota de la sangre de Shullca sin embargo callo en el del tronco del árbol. 

Y allí nació el clavel del aire.

Su fragilidad y delicadeza recuerda por siempre la inocencia de Shullca.

domingo, 8 de febrero de 2015

La liebre y la tortuga

La liebre y la tortuga



Habia una vez una liebre que siempre se reía de la tortuga, porque era muy lenta. 
—¡Je, ¡el En realidad, no sé por qué te molestas en moverte -le dijo.
-Bueno -contestó la tortuga-, es verdad que soy lenta, pero siempre llego al final. Si quieres hacemos una carrera.
-Debes estar bromeando -dijo la liebre, despreciativa- Pero si insistes, no tengo inconveniente en hacerte una demostración.

Era un caluroso día de sol y todos los animales fueron a ver la Gran Carrera. El topo levantó la bandera y dijo: -Uno, dos, tres... ¡Ya!
La liebre salió corriendo, y la tortuga se quedó atrás, tosiendo en una nube de polvo. Cuando echó a andar, la liebre ya se había perdido de vista.
Pero cuál no fue su horror al ver desde lejos cómo la tortuga le había adelantado y se arrastraba sobre la línea de meta. ¡Había ganado la tortuga! Desde lo alto de la colina, la liebre podía oír las aclamaciones y los aplausos.
-No es justo -gimió la liebre- Has hecho trampa. Todo el mundo sabe que corro más que tú.
-¡Oh! -dijo la tortuga, volviéndose para mirarla- Pero ya te dije que yo siempre llego. Despacio pero seguro.
-No tiene nada que hacer -dijeron los saltamontes- La tortuga está perdida.
"¡Je, je! ¡Esa estúpida tortuga!", pensó la liebre, volviéndose. "¿Para qué voy a correr? Mejor descanso un rato."
Así pues, se tumbó al sol y se quedó dormida, soñando con los premios y medallas que iba a conseguir.
La tortuga siguió toda la mañana avanzando muy despacio. La mayoría de los animales, aburridos, se fueron a casa. Pero la tortuga continuó avanzando. A mediodía pasó ¡unto a la liebre, que dormía al lado del camino. Ella siguió pasito a paso.

Finalmente, la liebre se despertó y estiró las piernas. El sol se estaba poniendo. Miró hacia atrás y se rió:
—¡Je, ¡el ¡Ni rastro de esa tonta tortuga! Con un gran salto, salió corriendo en dirección a la meta para recoger su premio.
Pero cuál no fue su horror al ver desde lejos cómo la tortuga le había adelantado y se arrastraba sobre la línea de meta. ¡Había ganado la tortuga! Desde lo alto de la colina, la liebre podía oír las aclamaciones y los aplausos.
-No es justo -gimió la liebre- Has hecho trampa. Todo el mundo sabe que corro más que tú.
-¡Oh! -dijo la tortuga, volviéndose para mirarla- Pero ya te dije que yo siempre llego. Despacio pero seguro.