viernes, 1 de mayo de 2015

EL FORJADOR DE PÁJAROS

EL FORJADOR DE PÁJAROS

 
LEYENDA TEHUELCHE
 
Dicen que si no hubiera sido por los pájaros ni habrían existido los tehuelches. Y es verdad, porque fueron las aves las que ayudaron a escapar del gigante que lo perseguía al pequeño Elal, el héroe que más
tarde creó a los hombres de la Patagonia.
 Ellas fueron su transporte y su escolta, su abrigo y su alimento. Y ocupando lagunas, grutas y acantilados, se quedaron para siempre en la Patagonia.
 
Cuentan que en la isla de Kóoch, apenas nacido Elal, una Tuco-Tuco lo
ocultó en su cueva para salvarlo de la furia de su padre, que lo buscaba para matarlo. Sin  embargo Terr-Werr, la Tuco-Tuco, sabía que el escondite era inseguro y que tarde o temprano el gigante Nóshtex
devoraría al bebé, para impedir que un día se volviera más poderoso
que él. Pero para salvar al niño la Tuco-Tuco necesitaba ayuda, y al
primero que recurrió fue a Kiken, el chingolo.
 
Cerca de la laguna, Terr-Werr encontró a Kiken, que avanzó a los
saltitos a su encuentro. La Tuco-Tuco le dijo que necesitaba hablar
con el cisne, que nadaba muchos metros agua adentro, y le pidió por
favor que volara hasta él y lo llamara. El chingolo cumplió con este
primer encargo, y del mismo modo fue convocando a todos los animales
para que se reunieran en la asamblea donde se decidiría  el destino de
Elal. Y por eso que aun hoy Kiken es amigo de todos, hombres y
animales, cualquier sitio es su casa y es el primero en cantar cuando
llega el amanecer.
 
Una vez reunidos los animales, Terr-Werr les contó a todos de la
existencia de Elal, de cómo lo había salvado arrastrándolo hasta su
cueva, de cómo Nóshtex, su padre, furioso, removía las rocas de la
gruta para descubrirlo, de que el peligro era enorme...
 
Entonces Kíus, el cholo, pidió la palabra a la asamblea, y dijo:
 
- Fuera de la isla, hacia el oeste, mas allá del mar, hay una tierra
que sólo yo conozco. Podemos mandar el niño allí, y de este modo
Noshtex nunca podría alcanzarlo.
 
Y así se hizo, porque a todos les pareció bien la idea de Kíus.
 
Pero esa tierra desierta, la Patagonia, era el reino de Shíe, la
nieve, y de Kókeske, el Frío. Los dos hermanos, siempre juntos,
siempre de acuerdo, recorrían  permanentemente su territorio. Shíe
llegaba quedamente, deshaciendo en motas su vestido blanco, acolchando las rocas y tachonando el mar. Luego Kokeske endurecía la nieve caída y la volvía filosa, brillante y resbaladiza. A veces convocaban a Máip, el viento helado, que jugaba con Shíe haciéndola volar y corría
con Kókeske carreras velocísimas.
 
Los amos de la Patagonia se pusieron furiosos cuando descubrieron a
Elal, que bajaba del cerro Chaltén, donde lo había dejado el cisne,
para vivir en esa tierra y cambiarlo todo. A pesar de que los dos
hermanos atacaron al niño con todo su poder, no pudieron vencerlo y
para siempre le guardaron rencor, a él y al Chorlo, que había trazado
el camino del invasor. Por eso Kíus  sólo vive en la Patagonia mientras
el tiempo es cálido; emigra hacia el norte cuando el invierno se
acerca, temeroso de la venganza de Kókeske y Shíe.
 
Kápenk-och era un pájaro negruzco, le gustaba caminar por la tierra
buscando su alimento o posarse con su compañera en un arbusto bajo,
cantando y silbando a los cuatro vientos.
 Él fue el encargado de distraer al padre de Elal, el gigante Nóshtex, mientras Terr-Werr se dedicaba a los últimos preparativos de la fuga.
 
El gigante, pisoteando los matorrales, recorría la isla en busca de su
hijo, y Kápenk-och lo seguía volando bajo de rama en rama,
aturdiéndolo con sus silbidos agudos y revoloteándole alrededor. Ya se
acercaban al punto de la laguna desde donde partiría Elal cuando
Nóshtex, irritado, ordenó al pajarito:
 
- Cállate!!!
 
Pero Kápenk-och siguió cantando, cada vez mas fuerte.
 
Entonces el gigante  grito:
 
- ¡¡¡¡¡Cállate de una vez, te digo!!!!! – y al mismo tiempo le arrojó
una rama, de modo que una gruesa astilla se clavó en el pecho claro
del pajarito.
 
Kápenk-och dio un grito de dolor y se escapó sangrando, mientras
Nóshtex daba media vuelta fastidiando hacia su caverna. Cuando
 El pajarito, desfalleciente, llegó a la laguna, Elal curó con cuidado su
pecho tembloroso, y dispuso que ostentara para siempre en él, como una
insignia, el violento y hermoso color de la sangre. Y así distinguimos
todos al pecho-colorado.
 
 
Cuando Terr-Werr, la Tuco-Tuco, mandó llamar a todos los animales, le
pidió al piche que buscara al flamenco para que fuera él, una de las
aves más grandes, el encargado de transportar a Elal en su viaje hacia
la Patagonia.
 
Cuentan que el pinche fue a buscar diligentemente a la otra orilla
 De la laguna, pero en el camino se encontró con un gigante que se detuvo a observarlo. Entonces el animalito quiso disimular su apuro, se puso a husmear la tierra y así, como quien no quiere la cosa, logró
esconderse entre los juncales. Allí permaneció hasta que estuvo seguro
de que el gigante se había ido y sólo entonces retomó el camino.
Finalmente encontró al flamenco, que caminaba en círculos a
 Grandes pasos removiendo el agua, muy cerca de la orilla.
 
Recibido el mensaje, el flamenco se apuró a cruzar la laguna para ir
en busca de Elal, pero cuando llegó ya el niño se trepaba a las
blancas espaldas del cisne. Dicen que su desilusión fue tan grande que
no dijo nada y, parado en donde estaba, se quedó quieto, muy quieto,
doblando su ágil cuello y ocultando su cabeza debajo de un ala.
 
Entonces Elal, conmovido, quiso compensarlo con un regalo. Inspirado
por la visión deslumbrante del horizonte teñido por la aurora, pintó
para siempre sus plumas con el color rosado del amanecer.
 
Pero el cambio no calmó la pena del flamenco y, después de seguir
 A Elal detrás del cisne en su vuelo sobre el mar, se refugió en las
ocultas lagunas de la Patagonia, donde vive rodeado únicamente de los
suyos y se pasea con el cuello curvo y la cabeza gacha, para que nadie
advierta su mirada de tristeza.
 
Otro que llegó tarde a la cita de Elal fue Mexeush, el choique.
 Cuando Patenk, el zorro, fue a avisarle que el niño lo esperaba en la orilla
de la laguna, tuvo intenciones de ir a su encuentro. Estaba por
echarse a volar cuando advirtió que se acercaba uno de los gigantes;
entonces, acobardado, decidió ir caminando en dirección opuesta y dar
un rodeo. Cuando finalmente llegó a donde todos lo esperaban, Elal,
enojado, lo castigó quitándole la facultad de  volar.
 
Por eso Mexeush, a pesar de que sus alas son grandes y poderosas, no
puede planear como el cóndor por encima de las cumbres, ni seguir a
las canoas por el mar como los cormoranes, ni revolotear de mata en
mata como los chingolos. Tiene que conformarse con correr, velocísimo,
por la estepa, agitando vanamente sus alas inútiles.
 
Dicen que cuando los animales, reunidos en asamblea por el llamado de
Terr-Werr, decidieron salvar a Elal enviándolo a la Patagonia,
pensaron en que solamente tres aves reunían las condiciones necesarias
para poder cruzar el mar llevando en su lomo al niño hasta su tierra.
Por eso Terr-Werr convocó al cisne, al choique y al flamenco.
 
Pero, mientras los dos últimos se dirigían con retraso a la cita con
Elal, Kòokne, el cisne, avisado por el chingolo, nadó derechamente
hacia el escondite y accedió sin vacilar al pedido de la tuco-tuco.
 
Mientras escuchaba las indicaciones de Kius, y Terr-Werr, el cisne
esponjó las blancas plumas de su espalda para recibir a Elal,
 que se acomodó allí como en un nido. Carreteó un buen trecho por el campo y con un grito de despedida, se elevó en el aire rumbo al oeste, con su vuelo vigoroso y sostenido, que parecía incansable. Nadie conoce los detalles del viaje, pero dicen los tehuelches que fue durante su
transcurso que el niño y el cisne se hicieron amigos para siempre. Que
fue allí, en las alturas, donde Kòokne llamó “Elal”  por primera vez a
esa criatura sin nombre.
 
Elal y el cisne volaron dejando atrás la isla, por encima del mar inmenso, hasta avistar la montaña azul de la que les había hablado Kìus. Allí, en la cumbre del chalten, se posó Kòokne y cuidó a Elal durante tres días y tres noches, hasta que estuvo listo para bajar y comenzar su obra en la Patagonia. Entonces el cisne se retiró a las lagunas y a las costas del mar, desde donde se dice que todos los amaneceres recuerda a Elal y lo llama con un grito.
 
Así paso mucho tiempo y, una vez terminada su obra civilizadora,
cuando Elal decidió marcharse de la Patagonia, volvió a buscar
 a Kòokne. Dicen que el héroe montó en el cisne y se fue volando, siempre
hacia el este. Cuentan que cuando Kòokne estaba cansado se lo decía a
Elal, y el jinete lanzaba una flecha que se hundía en el agua. En ese
punto surgía una isla, adonde Kòokne se posaba para recuperar sus
fuerzas.
 
Por eso  los cisnes son sagrados para los tehuelches. No los cazan ni
los domestican para no atraerse la desgracia y, cuando un cisne muere,
ni siquiera los cóndores y otras aves carroñeras se animan a
despedazar su cadáver. Así lo dispuso la voluntad de Elal.
 
Dicen que al principio los tehuelches enseñaban a sus hijos a cuidarse
del cóndor, que de vez en cuando sorprendía en el cerro a un
 chico solitario y se lo llevaba para siempre a su guarida. Elal, que tenía
en ese entonces cuatro años, estaba un día echado boca arriba, mirando
el cielo abierto, donde las nubes se unían y separaban en una ronda
interminable, cuando vio un punto oscuro y lejano que, valanseándose,
se acercaba cada vez más.
 
Por la manera de planear, tardó un poco un reconocer al cóndor, entonces preparó una flechita para calzar en el pequeño arco que había fabricado y acostado, como estaba, apuntó hacia arriba, hacia el vientre negro del gran pájaro que descendía. La flecha dio en el blanco y el cóndor bajó aleteando ensordecedoramente hasta donde estaba Elal, que le dijo:
 - solamente quiero que me des una pluma 
 
El cóndor gritaba:
 
- ¡No te voy a dar! ¡No te voy a dar!
 
Y entonces Elal, de un manotón de su pequeña mano, le arrancó todas
Las  plumas de la cabeza y lo dejó pelado, tal como lo conocemos hoy.

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