LEYENDA DEL CAÑON DEL ATUEL
En el
sur de la actual provincia de Mendoza vivía la tribu del cacique Talú. El padre
de Talú murió cuando este era aún muy joven, pero a pesar de su corta edad supo
asumir su rol y gobernar a su pueblo con sabiduría.
La vida
de la tribu era pacífica y feliz, pero una gran sequía comenzó a azotar la
región. Los ancianos y los niños más pequeños fueron los más afectados por la
falta de agua, y pronto se dieron las primeras muertes. Sin dudar un instante,
Talú reunió a sus hombres y partió con ellos en busca de agua para su pueblo.
En
varias ocasiones recorrieron territorios por los que nunca antes habían
transitado, pero sólo encontraron tierra reseca y cuarteada por el sol
abrasador. Durante una de estas expediciones Talú conoció a una bella muchacha
que vivía sola en un valle. El joven cacique habló con ella y decidió llevarla
a vivir con su pueblo, al que ella no tardó en integrarse. Un profundo cariño
nació entre ambos, y ella le confesó que su nombre era Clara, era huérfana, y
había vivido sola en el valle durante años. Luego de varios meses decidieron
casarse, y poco tiempo después nacía un bello niño al que llamaron Atuel.
Pese a
la profunda alegría que les provocaba el nacimiento de Atuel, los miembros de
la tribu no festejaron porque la prolongada sequía ya se había cobrado la vida
de numerosos niños y ancianos. Los hombres blancos no tardaron en enterarse de
la desesperante situación, y decidieron atacar para tomar control de los
territorios. Los combates fueron feroces, pero los debilitados indios finalmente
fueron vencidos, y todos los hombres de la tribu, incluido Talú, fueron
asesinados. En medio de la confusión, Clara pudo esconderse con su hijo recién
nacido, y cuando los hombres blancos finalmente abandonaron el lugar, sólo
dejaron viudas, huérfanos y algunos hombres agonizantes.
Clara
tomó entre sus brazos al pequeño Atuel y se encaminó hacia las altas montañas,
allí donde cae el sol. Ascendió hasta una de las cumbres y rogó a los dioses
que enviasen agua para que los sobrevivientes de la tribu pudiesen salvarse.
Pasaba el tiempo y nada ocurría, así que Clara decidió ofrendar su vida y la de
su hijo a los dioses. Al momento de morir, cada uno dejó caer una lágrima, y de
ellas brotó un caudaloso río que se abrió paso por la tierra reseca hasta llegar
a la aldea.
Las
mujeres dieron de beber a los niños y, luego de mucho tiempo, volvieron a oírse
risas en la aldea. Las más ancianas buscaron a Clara y su hijo, pero al no
encontrarlos comprendieron que ellos eran los causante s de aquel milagro.
El río trajo
nuevamente la vida al lugar, y por las noches su corriente arrullaba a la aldea
con un sonido especial, parecido al llanto de un niño. Todos comprendieron que
esas aguas conservaban el espíritu de Atuel, y así decidieron dar al río el
nombre del pequeño heredero.
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