jueves, 30 de abril de 2015

La Luz Azul

La Luz Azul 


Había una vez en tiempos de guerras, un soldado que por muchos años sirvió a su rey fielmente. Pero cuando acabaron las guerras, ya no pudo servir más a causa de las muchas heridas que había recibido.  El rey le dijo:
-"Debes volver a tu casa, ya no te necesito más, y no vas a recibir ninguna paga adicional, pues solamente se da el salario mientras se está en servicio."-
Entonces el soldado, que no sabía de que otra manera ganarse la vida, se fue totalmente frustrado, y caminó todo el día, hasta que llegó a un bosque y entró en él. Cuando oscureció, vio una luz, y se dirigió a ella, y llegó a una choza donde vivía una bruja. 
-"Por favor, dame posada por una noche, y un poquito de comida y bebida"- le dijo él a ella, -"o moriré de hambre."- 
-"¡Ajá!"- contestó ella, -"¿Quien le daría algo a un soldado despedido? Te tendré compasión y te dejaré entrar, si haces lo que deseo"-
-"¿Y qué es lo que deseas?"- respondió el soldado.
 -"Que mañana me arregles totalmente mi jardín."- dijo la bruja.
El soldado consintió, y al día siguiente trabajó con todas sus fuerzas, pero no pudo terminar todo al llegar el atardecer. 
-"Veo muy bien" dijo la bruja, -"que por hoy ya no puedes hacer más, pero te daré otra noche, y en pago por ello, mañana me picarás una carga de leña haciéndola compacta."- 
El soldado gastó todo el día haciéndolo, y al atardecer la bruja le propuso quedarse una noche más.
-"Mañana solamente deberás hacerme un trabajito muy pequeñito. Atrás de mi casa hay un viejo pozo seco, donde ha caído mi linterna. Ella alumbra azul, y nunca se apaga, y debes traérmela de regreso."- dijo ella.
Al día siguiente la vieja lo llevó al pozo, y lo bajó en una canasta. Él encontró la luz azul, y le hizo una señal a ella para que lo subiera. Ella jaló la cuerda hacia arriba, pero cuando ya estaba cerca del borde, ella estiró la mano tratando de coger la luz azul, quitándosela a él. 
-"¡No!"- dijo él, percibiendo su mala intención, -"No te daré la luz, hasta tanto no esté afuera con mis dos pies sobre el suelo."-
La bruja se molestó, soltó la cuerda y se marchó. El pobre soldado cayó sobre el húmedo fondo, sin herirse, y la luz azul seguía iluminando, pero, ¿De qué le serviría eso? Vio él que no podría escapar de la muerte. Se sentó por un rato muy acongojado, y de pronto exploró  su bolsillo y encontró su pipa de tabaco, que aún estaba a medio llenar.
-"Este será mi último placer."- pensó.
La sacó, la encendió con la luz azul y comenzó a fumarla. Cuando el humo había circulado por toda la caverna, súbitamente apareció un duende negro parado frente a él, que le dijo:



-"Señor, ¿Cuáles son tus órdenes?"-
-"¿Y que órdenes tengo que darte?"- replicó el soldado, bastante confundido.
-"¿Y que órdenes tengo que darte?"- replicó el soldado, bastante confundido.
-"Yo debo hacer cualquier cosa que me pidas"- dijo el hombrecito.
-"Bien"- dijo el soldado, -"en primer lugar, sácame de este pozo."
El hombrecito lo tomó de la mano y lo llevó por un pasaje subterráneo, pero no olvidó de llevarse la luz azul consigo. En el camino, el duende le mostró los tesoros que la bruja había colectado y escondido allí, y el soldado tomó tanto oro como podía cargar. Cuando llegaron arriba, él le dijo al hombrecito:
-"Ve ahora y atas a la bruja, y la llevas ante la justicia."- 
En unos momentos, pasó la bruja, tan rápido como el viento, dando escalofriantes gritos como un gato salvaje, e inmediatamente reapareció el hombrecito. 
-"Todo está hecho"- dijo él, -" y la bruja ya cuelga en el cadalso. ¿Qué más se te ofrece, mi señor?"-
-"Por ahora, nada más."- contestó el soldado, -"Debes retornar a tu hogar, pero mantente  siempre disponible a mi alcance, por si te convoco."-
-"No necesitas más que encender tu pipa con la luz azul, y yo apareceré ante ti de nuevo."- dijo el duende, y desapareció de su vista.
El soldado retornó al pueblo de donde había venido. Fue a la mejor posada, ordenó los mejores vestidos, y pidió al propietario que le alistara una habitación tan preciosa como fuera posible. Cuando ya estuvo lista y el soldado había tomado posesión de ella, invocó al pequeño negrito y le dijo:
-"Mira, yo serví muy fielmente a mi rey, pero el me despreció, y me dejó hambriento, y ahora es mi turno de tomar mi acción."-
-"¿Qué debo hacer?"- preguntó el hombrecito. 
-"Cuando ya esté entrada la noche, y la hija del rey esté en su cama, tráela dormida, y ella hará el trabajo de servidumbre para mí."- contestó.
-"Eso es algo muy fácil para mí, pero algo muy peligroso para ti, porque si eres descubierto, te podría costar un buen disgusto."- dijo el duende.
Cuando sonaron las doce de la noche, la puerta se abrió, y el hombrecito traía a la princesa.
-"¡Aja!, ¿Eres tú?"- gritó el soldado a la princesa, -"¡Ponte a trabajar de inmediato! Toma la escoba y barre la recámara."-
Cuando hubo terminado esto, él le ordenó acercarse a la silla, y estiró sus piernas y dijo:
-"¡Quítame las botas!"-
Y enseguida las tiró al suelo enfrente de su cara, e hizo que las recogiera de nuevo, las limpiara y les diera brillo. Ella, sin embargo, hizo todo lo que le pidió, sin oposición, en silencio y con los ojos a medio cerrar.  Y cuando cantó el primer gallo, el duende la llevó de regreso al palacio y la colocó en su cama.
En la mañana, cuando la princesa se levantó, fue donde su padre y le contó que había tenido un muy extraño sueño.
-"Yo era llevada volando por las calles con la rapidez del relámpago"- decía ella, -"y puesta en la habitación de un soldado, y yo tenía que trabajarle como una sirviente, barrer su alcoba, limpiar sus botas y hacer todos los trabajos misceláneos. Fue sólo un sueño, pero me siento tan cansada como si realmente hubiera hecho todo aquello."-
-"El sueño podría haber sido real."- dijo el rey, -"Te daré una pequeña ayuda. Llena tu bolso de guisantes, y hazle un pequeño hueco al bolso, y entonces, si de nuevo eres llevada en vuelo, los guisantes irán cayendo y dejando un rastro en las calles."-
Pero, sin que hubiera sido notado por el rey, el duende estaba a su lado cuando él decía eso, y oyó todo al respecto. En la noche, cuando la princesa era llevada de nuevo por las calles, ciertamente algunos guisantes cayeron del bolso, pero no pudieron dejar un rastro, pues el hombrecito había regado guisantes en todas las calles. Y de nuevo la princesa fue obligada a hacer el trabajo de sirviente hasta el canto del gallo.
 A la mañana siguiente, el rey mandó a su gente a buscar el rastro, pero todo fue en vano, pues en cada calle, los niños pobres recogían los guisantes diciendo:
-"Debe de haber llovido guisantes, anoche."-
-"Tenemos que pensar en algo más."- dijo el rey.-" 
-"Déjate los zapatos puestos cuando te vayas a la cama, y antes de que regreses del lugar a donde has sido llevada, esconde uno de ellos ahí, y yo pronto idearé el medio para encontrarlo."-
El duende escuchó el nuevo plan, y en la noche, cuando el soldado le ordenó de nuevo traer a la princesa, se lo reveló, y además le dijo que no sabía de ningún método para contrarrestar esa estrategia, y que si el zapato era encontrado en su habitación, le podría ir muy mal.
-"Haz lo que te pido."- replicó el soldado. Y de nuevo esta tercera noche la princesa fue obligada a trabajar como sirviente, pero antes de partir a palacio, escondió su zapato bajo la cama del soldado.
A la mañana siguiente, el rey tenía al pueblo entero buscando el zapato de su hija. Y fue encontrado donde el soldado, y el mismo soldado, que por ruego del enano se había alejado de la casa, fue pronto capturado y llevado a prisión. En su huída, había olvidado su más preciada  posesión, la luz azul y el oro, y solamente le quedaba un ducado en su bolsillo. Y ahora cargado de cadenas, estaba parado junto a la ventana de su calabozo, cuando tuvo la suerte de ver a uno de sus antiguos colegas pasar por ahí. El soldado golpeó en la ventana, y cuando el colega se acercó, le dijo:
-"¿Serías tan amable de traerme un pequeño envoltorio que dejé en la posada olvidado?, yo te daré un ducado por el mandado"-
El camarada corrió hacia allá y le trajo lo solicitado. Tan pronto como el soldado quedó solo de nuevo, encendió su pipa e invocó al negro duende.
-"No temas."- le dijo éste. -"Ve adonde te lleven, y déjalos hacer lo que quieran, solamente mantén contigo la luz azul."-
Al día siguiente el soldado fue llevado a juicio, y aunque alegó que no había hecho nada malo, fue condenado a muerte. Cuando era llevado al cadalso, le pidió al rey un último favor.
-"¿Y qué es?"- preguntó el rey.
-"Que pueda fumar una vez más mi pipa en el camino."- dijo el soldado.
-"Puedes fumarla hasta tres veces más"- contestó el rey, -"pero no imagines que te perdonaré la vida." 
Entonces el soldado sacó su pipa y la encendió con la luz azul, y apenas subieron unas pocas roscas de humo apareció el duende con un pequeño látigo en la mano diciendo:
-"¿Qué deseas mi señor?"- 
-"Castiga con el látigo hasta hacer caer al suelo a esos falsos jueces, y a su comisario, y no pongas reparos en el rey que tan mal me ha tratado."-

Entonces el duende cayó sobre ellos, castigándolos, dándoles aquí y allá, y quienquiera fuera tocado por el látigo, caía al suelo, y no se aventuraba a levantarse de nuevo. El rey estaba aterrorizado. Y él mismo le pidió piedad al soldado, que lo dejara vivir, y le dio todo su reino, y a la princesa por esposa.

Enseñanza:

Toda mala acción contra el prójimo, tarde o temprano regresa al actor. Y con creces.

LA LEYENDA DEL SANTOS VEGA

LA  LEYENDA  DEL  SANTOS  VEGA




En lejanos tiempos vivía Santos Vega, payador extraordinario que llenaba la inmensa soledad pampeana con el eco de su canto y el rasgueo de su guitarra. Cierto día en que entonaba sus mejores canciones a la inmensa sombra de un ombú, ante paisanos de los más lejanos pagos, llegó al galope de un hermoso caballo, un forastero que ante la sorpresa general desafió al cantor. 
Santos Vega aceptó y su voz melodiosa ascendió en los aires como una enredadera cuajada de flores, todos escuchaban al poeta de la pampa, y creyeron segura su victoria. Sin embargo el desconocido no se desconcertó, y cuando llegó el turno, apretando contra su corazón la guitarra, comenzó a cantar y su voz tuvo arpegios nunca oídos, cálida y dulce, tenía una melodía que parecía diabólica. El forastero venció a Santos Vega, por cuya faz y la de sus amigos cruzó una sombra dolorosa.
El payador Juan Sin Ropa, no era otra cosa que la encarnación de Lucifer, pues solo el diablo, y únicamente él, podía vencerlo.

Nunca más se lo vió a Santos Vega, ni se escuchó su voz; aunque se afirma que en las noches serenas, emponchado y triste, al paso cansado de su caballo, con su guitarra abrazada a la espalda, cruza como una sombra la pampa callada.


Con razón ha sido considerada la legendaria figura de Santos Vega como la personificación del gaucho argentino. Tanto apasionó su estudio que está a punto de confirmarse su existencia real. Se exhumaron archivos, se conversó largamente con ancianos de viejos pagos que parece le conocieron en el Tuyú (Provincia de Buenos Aires), y hasta una tumba guarda, según investigadores, sus despojos mortales.

miércoles, 29 de abril de 2015

EL NACIMIENTO DEL ARCO IRIS

EL NACIMIENTO DEL ARCO IRIS



Hace mucho, mucho tiempo, en la espesa selva verde esmeralda habitaban unos pequeños animalitos que provocaban la admiración de todos aquellos que tenían la suerte de poder verlos
Eran siete magníficas mariposas, todas diferentes, pero cada una con sus alas pintadas de un color brillante y único. Su belleza era tal, que las flores de la selva se sentían opacadas cada vez que las mariposas revoloteaban su alrededor.
Eran inseparables, y cuando recorrían la selva parecían una nube de colores, deslumbrante y movediza. Pero un día, una de ellas se hirió con una aguda espina y ya no pudo volar con sus amigas. El resto de las mariposas la rodeo, y pronto comprendieron que la profunda herida era mortal. Volaron hasta el cielo para estar cerca de los dioses y, sin dudarlo, ofrecieron realizar cualquier sacrificio con tal de que la muerte de su amiga no las separara. Una voz grave y profunda quebró el silencio de los cielos y les preguntó si estaban dispuestas a dar sus propias vidas con tal de permanecer juntas, a lo que todas contestaron afirmativamente.
En ese mismo instante fuertes vientos cruzaron los cielos, las nubes se volvieron negras, y la lluvia y los rayos formaron una tormenta como nunca se había conocido. Un remolino envolvió a las siete mariposas y las elevó más allá de las nubes. Cuando todo se calmó y el sol se disponía a comenzar su trabajo para secar la tierra, una imponente curva luminosa cruzó el cielo, un arco que estaba pintado con los colores de las siete mariposas, y que brillaba gracias a las almas de estas siete amigas que no temieron a la muerte con tal de permanecer juntas.


Las Tres Hilanderas


Las Tres Hilanderas  


La muchacha encubrió a las tres hilanderas de la vista de la reina, y cuando ella llegaba, le mostraba la gran cantidad de lino hilado, y a la reina no le quedaban palabras con que elogiarla. 
Había una vez una joven muy perezosa que no le gustaba hilar, y aunque su madre le insistía, no había manera de que se pusiera a hilar. Un día su madre se impacientó y se molestó tanto, que la regañó con dureza, y ella se puso a llorar sonoramente. En ese momento pasaba por ahí la reina, y cuando oyó los lamentos paró su carruaje, fue a la casa y preguntó a la madre que por qué estaba castigando a su hija que lloraba tan fuerte que desde lejos se oían sus gritos. 
Entonces la madre, sintiendo vergüenza de lo inútil que era su hija le dijo:
-"Es que no puedo hacer que pare de hilar. Ella insiste en hilar e hilar, y como somos pobres, no puedo darle todo el material que me pide."-   
Entonces contestó la reina:
-"Para mí no hay sonido tan gratificante como cuando están hilando, y nunca me siento tan feliz como cuando están las ruedas girando. Permítame llevar a su hija a mi palacio, allí yo tengo suficiente lino y podrá hilar todo lo que ella quiera."
La madre se alegró muchísimo con la propuesta, y la reina se llevó a la joven. Cuando llegaron al palacio, la reina llevó a la muchacha a tres recámaras que estaban repletas del más fino lino,  de pared a pared.
-"Ahora hílame este lino"- dijo la reina, -"y cuando hayas terminado, te ofrezco a mi hijo mayor como esposo, no importa que seas de familia pobre. Eso no me molesta, tu infatigable industriosidad es de un valor suficiente."- 
La muchacha, secretamente, se sentía aterrorizada, porque veía que no podría hilar el lino,  ni aunque viviera trescientos años sentada todo el día de la mañana a la noche. Entonces, cuando ya estuvo sola, comenzó a llorar, y por tres días se sentaba sin mover siquiera un dedo. Al tercer día volvió la reina, y cuando vio que nada se había hilado aún, se sorprendió.  Pero la joven se excusó diciendo que no se había sentido en condiciones de comenzar debido a su tristeza de haber dejado la casa materna. La reina quedó satisfecha con eso, pero le dijo al salir:
-"Mañana ya debes empezar a trabajar."-
Cuando la joven quedó sola de nuevo, no sabía que hacer, y en su congoja se acercó a la ventana. Vio que tres mujeres venían hacia ella, la primera tenía un anchísimo pie aplanado; la segunda tenía el labio inferior tan agigantado que le colgaba sobre la barbilla; y la tercera tenía un dedo pulgar enorme. Ellas se pararon bajo la ventana, miraron hacia arriba, y le preguntaron que era lo que la estaba inoportunando. La muchacha les explicó su problema, y entonces ellas le ofrecieron ayudarla y le dijeron:
-"Si nos invitas a tu boda, y no te avergüenzas de nosotras, y nos llamas "tías", y además nos sientas a la mesa principal, nosotras hilaremos el lino por ti, y en un tiempo bien corto."-
-"Con todo mi corazón"- replicó ella, -"pero entren y comiencen el trabajo de una vez."-
Y dejó entrar a las tres desconocidas mujeres, y les aclaró un espacio en la primera habitación,  donde ellas se sentaron y comenzaron a hilar. La primera jalaba el hilo y pedaleaba la rueda, la segunda humedecía el hilo, y la tercera lo trenzaba, y golpeaba la mesa con su pulgar, y en el tanto que la golpeaba, una madeja de hilo caía al suelo, quedando la hilada del modo más fino posible.


Cuando ya se vació la primera habitación, pasaron a la segunda y por último a la tercera, la que fue aclarada rápidamente. Entonces las tres mujeres se marcharon, no sin antes decir:
-"No olvides lo que nos prometiste. Eso te llenará de fortuna."-
Cuando la joven le mostró a la reina las habitaciones vacías, y la gran cantidad de hilado, la reina dio las órdenes para la boda, y el novio se regocijó de que tendría una inteligente e industriosa esposa, y la elogió grandemente. 


-"Yo tengo tres tías"- dijo ella, -"y han sido muy buenas conmigo, y no me gustaría olvidarlas en mi buena fortuna.  Permíteme invitarlas a la boda, y que compartan con nosotros a la mesa principal."- 
La reina y el novio dijeron:
-"¿Cómo no las invitaríamos?"- 
Así, cuando la fiesta empezó, las tres mujeres entraron vestidas extrañamente, y la novia dijo:
-"Bienvenidas, queridas tías."-
-"¡Huy!"- dijo el novio, -"¡Qué tías más raras tienes!"-
Se levantó él entonces y fue donde la que tenía el pie ancho y aplanado y le preguntó:
-"¿Cómo llegó a deformarse así su pie?"- 
-"Pedaleando"- contestó, -"pedaleando."-
Entonces el novio fue donde la siguiente y le preguntó:
-"¿Cómo se le formó ese labio tan caído?"- 
-"Humedeciendo."- respondió.
Por último preguntó a la tercera:
-"¿Cómo se le hizo tan gordo ese pulgar?"- 
-"Trenzando el hilo"- le contestó, -"trenzando el hilo."-
Con todo eso, el hijo del rey se alarmó tanto que dijo:
-"Ni ahora ni nunca, volverá mi querida novia a tocar una hiladora."- 
Y así ella se libró para siempre del odiado trabajo de hilar.


Enseñanza:

Cumplir lo prometido, trae un tesoro escondido.

martes, 28 de abril de 2015

MANIC EL ÑANDÚ

MANIC EL ÑANDÚ


Leyenda de la provincia de Formosa que narra el origen de la constelación de la Cruz del Sur.

Nemec era apenas un muchacho y ya demostraba gran habilidad para atrapar animales. Los indios de la tribu mocobí, de la que formaba parte, sabían que con el tiempo este joven se convertiría en un excelente cazador. Y así fue; pasó el tiempo y Nemec jamás encontró alguien capaz de aventajarlo en habilidad y destreza. Era el mejor de la tribu y su fama fue tan grande, que nadie se atrevió a competir con él.
Un día su gente comenzó los preparativos para una gran fiesta. Fue entonces que el cacique se dio cuenta de que las plumas con que se adornaba estaban ajadas y descoloridas. Recordó que una vez su padre había dicho que Manic, el ñandú, era el animal que tenía las más hermosas, y  decidido a poseerlas, ordenó a Nemec que fuera por ellas.
Al enterarse, el joven preparó sus mejores armas. Nunca había cazado un ñandú ni siquiera lo conocía pero sabía que era un animal muy difícil de atrapar, y por eso antes de partir prestó atención a las palabras de los ancianos cazadores de la tribu.
-Debes saber que Manic es muy veloz en su carrera -dijo uno.
-Nunca deja de estar atento y será muy difícil que puedas acercarte a él, sin ser descubierto -dijo otro.
-La huella que debes buscar es parecida a la de un ave pero mucho más grande. Sigue el camino del sur y lo encontrarás sin dificultad -comentó un tercero. 
Nemec agradeció con un saludo los consejos y se alejó en la dirección indicada.
Caminó durante días y días sin dar con el rastro. Hasta que una tarde, encontró las huellas que andaba buscando. Iban en dirección al sur y las siguió hasta que el sol ocultó su luz. Entonces Nemec se detuvo a descansar.
Todavía no había amanecido, cuando el muchacho ya en pie continuó la búsqueda. Recién después de largas horas de marcha, divisó al ñandú en la lejanía y se detuvo. Nemec emocionado se puso a observarlo. Este animal no se parecía en nada a lo que había imaginado. Las largas y finas patas aparentaban ser poco sostén para el abultado cuerpo ovalado. Cubierto de un hermoso plumaje que el viento movía a su antojo, daba la impresión de que flotaba en el aire. Su extenso cuello sostenía la pequeña cabeza que giraba de un lado a otro, tratando de descubrir vaya a saber qué. Pero lo que más le llamó la atención eran sus plumas y entonces comprendió porqué el cacique deseaba poseerlas.
Tan conmovido estaba Nemec, que no pudo seguir caminando y se sentó hasta reponerse. Mientras tanto Manic picoteando aquí y allá se alejaba cada vez más. El indio al darse cuenta se levantó y casi arrastrándose por el suelo, comenzó a seguirlo.
De pronto el ñandú lo descubrió y empezó a correr; estiraba y recogía sus largas patas cada vez con mayor rapidez, hasta que tomó velocidad. Tan rápido iba, que al indio le fue imposible alcanzarlo y por último lo perdió de vista.
Como buen cazador que era, Nemec no se preocupó por eso, tenía las pisadas del ñandú sobre la tierra y sabía que lo volvería a encontrar. Así que siguió adelante, siempre en dirección al sur. Después de una larga marcha volvió a divisarlo y tomando todas las precauciones Posibles para no ser descubierto, pudo acercarse bastante a él pero no lo suficiente como para arrojar su lanza y dar en el blanco.
Así continuaron por días y días; siempre Manic se mantenía a distancia. Nemec ya empezaba a dudar si podría cazarlo o no, hasta que una tarde consiguió acercarse lo necesario como para arrojar el arma; pero al alzar el brazo, el animal asustado comenzó a correr para alejarse de él. El muchacho ya sabía que le costaba trabajo tomar velocidad y no queriendo perder esta oportunidad, corrió veloz detrás de él. Manic trataba de tomar impulso pero al ver que el indio se acercaba, desplegó sus enormes alas y comenzó a volar.
Atónito Nemec lo vio elevarse por el aire cada vez más alto, más alto ... hasta que subió al cielo y a la tenue luz del atardecer lo perdió de vista. De pronto, en el mismo lugar por donde el ñandú había desaparecido, surgieron cuatro estrellas en forma de cruz: una ocupaba el lugar de la cabeza, dos marcaban la punta de sus alas y la última, la terminación de sus patas.
Nemec pasó toda la noche contemplando el cielo mientras desfilaban por su mente las imágenes del extraño animal, al que ya jamás podría atrapar. Cuando el resplandor del amanecer apagó la luz de las estrellas, emprendió el camino de regreso.
Por primera vez lo vieron llegar a la tribu con las manos vacías, pero con un nuevo brillo en sus ojos.
Esa noche cuando toda la gente se sentó alrededor de la fogata, Nemec contó su extraña aventura; entonces vieron las nuevas estrellas que lucía el cielo, indicando para siempre, la dirección por donde Manic había escapado, hacia el sur.


EL REY PICO DE TORDO

EL REY PICO DE TORDO   

    


Había una vez un rey que tenía una hija cuya belleza física excedía cualquier comparación, pero era tan horrible en su espíritu, tan orgullosa y tan arrogante, que a ningún pretendiente lo consideraba adecuado para ella. Los rechazaba uno tras otro, y los ridiculizaba lo más que podía.
En una ocasión el rey hizo una gran fiesta y repartió muchas invitaciones para los jóvenes que estuvieran en condición de casarse, ya fuera vecinos cercanos o visitantes de lejos. El día de la fiesta, los jóvenes fueron colocados en filas de acuerdo a su rango y posición. Primero iban los reyes, luego los grandes duques, después los príncipes, los condes, los barones y por último la clase alta pero no cortesana.
Y la hija del rey fue llevada a través de las filas, y para cada joven ella tenía alguna objeción que hacer: que muy gordo y parece un cerdo, que muy flaco y parece una caña, que muy blanco y parece de cal, que muy alto y parece una varilla, que calvo y parece una bola, que muy... , que...y que...., y siempre inventaba algo para criticar y humillar.
Así que siempre tenía algo que decir en contra de cada uno, pero a ella le simpatizó especialmente un buen rey que sobresalía alto en la fila, pero cuya mandíbula le había crecido un poco en demasía. 
-"¡Bien."- gritaba y reía, -"ese tiene una barbilla como la de un tordo!"-
Y desde entonces le dejaron el sobrenombre de Rey Pico de Tordo.
Pero el viejo rey, al ver que su hija no hacía más que mofarse de la gente, y ofender a los pretendientes que allí se habían reunido, se puso furioso, y prometió que ella tendría por esposo al primer mendigo que llegara a sus puertas. 
Pocos días después, un músico llegó y cantó bajo las ventanas, tratando de ganar alguito. Cuando el rey lo oyó, ordenó a su criado:
-"Déjalo entrar."-
Así el músico entró, con su sucio y roto vestido, y cantó     delante del rey y de su hija, y cuando terminó pidió por algún pequeño regalo. El rey dijo:
-"Tu canción me ha complacido muchísimo, y por lo tanto te daré a mi hija para que sea tu esposa."
La hija del rey se estremeció, pero el rey dijo:
-"Yo hice un juramento de darte en matrimonio al primer mendigo, y lo mantengo."-
Todo lo que ella dijo fue en vano. El obispo fue traído y ella tuvo que dejarse casar con el músico en el acto. Cuando todo terminó, el rey dijo:
-"Ya no es correcto para tí, esposa de músico, permanecer de ahora en adelante dentro de mi palacio. Debes de irte junto con tu marido."-
El mendigo la tomó de la mano, y ella se vio obligada a caminar a pie con él. Cuando ya habían caminado un largo trecho llegaron a un bosque, y ella preguntó:
-"¿De quién será tan lindo bosque?"  
-"Pertenece al rey Pico de Tordo. Si lo hubieras aceptado, todo eso sería tuyo."- respondió el músico mendigo.
-"¡Ay, que muchacha más infeliz soy, si sólo hubiera aceptado al rey Pico de Tordo!"
Más adelante llegaron a una pradera, y ella preguntó de nuevo:
-"¿De quién serán estas hermosas y verdes praderas?"-   
-"Pertenecen al rey Pico de Tordo. Si lo hubieras aceptado, todo eso sería tuyo."- respondió otra vez el músico mendigo.
-"¡Ay, que muchacha más infeliz soy, si sólo hubiera aceptado al rey Pico de Tordo!"
Y luego llegaron a un gran pueblo, y ella volvió a preguntar:
-"¿A quién pertenecerá este lindo y gran pueblo?"-   
  
                                             
-"Pertenece al rey Pico de Tordo. Si lo hubieras aceptado, todo eso sería tuyo."- respondió el músico mendigo.
-"¡Ay, que muchacha más infeliz soy, si sólo hubiera aceptado al rey Pico de Tordo!"
-"Eso no me agrada."- dijo el músico, oírte siempre deseando otro marido. ¿No soy suficiente para tí?"
Al fin llegaron a una pequeña choza, y ella exclamó:
-"¡Ay Dios!, que casita tan pequeña.    
¿De quién será este miserable tugurio?" 

El músico contestó:
-"Esta es mi casa y la tuya, donde viviremos juntos."-
Ella tuvo que agacharse para poder pasar por la pequeña puerta.
-"¿Dónde están los sirvientes?"- dijo la hija del rey.
-"¿Cuáles sirvientes?"- contestó el mendigo.
-"Tú debes hacer por ti misma lo que quieras que se haga. Para empezar enciende el fuego ahora mismo y pon agua a hervir para hacer la cena. Estoy muy cansado."
Pero la hija del rey no sabía nada de cómo encender fuegos o cocinar, y el mendigo tuvo que darle una mano para que medio pudiera hacer las cosas. Cuando terminaron su raquítica comida fueron a su cama, y él la obligó a que en la mañana debería levantarse temprano para poner en orden la pequeña casa.
Por unos días ellos vivieron de esa manera lo mejor que podían, y gastaron todas sus provisiones. Entonces el hombre dijo:
-"Esposa, no podemos seguir comiendo y viviendo aquí, sin ganar nada. Tienes que confeccionar canastas."-  
Él salió, cortó algunas tiras de mimbre y las llevó adentro. Entonces ella comenzó a tejer, pero las fuertes tiras herían sus delicadas manos. 
-"Ya veo que esto no funciona."- dijo el hombre.
-"Más bien ponte a hilar, talvez lo hagas mejor."-
Ella se sentó y trató de hilar, pero el duro hilo pronto cortó sus suaves dedos que hasta sangraron.
-"Ves"- dijo el hombre, -"no calzas con ningún trabajo. Veo que hice un mal negocio contigo. Ahora yo trataré de hacer comercio con ollas y utensilios de barro. Tú te sentarás en la plaza del mercado y venderás los artículos."-   
-"¡Caray!"- pensó ella, -"si alguien del reino de mi padre viene a ese mercado y me ve sentada allí, vendiendo, cómo se burlará de mí."-
Pero no había alternativa. Ella tenía que estar allá, a menos que escogiera morir de hambre.
La primera vez le fue muy bien, ya que la gente estaba complacida de comprar los utensilios de la mujer porque ella tenía bonita apariencia, y todos pagaban lo que ella pedía. Y algunos hasta le daban el dinero y le dejaban allí la mercancía. De modo que ellos vivieron de lo que ella ganaba mientras ese dinero durara. Entonces el esposo compró un montón de vajillas nuevas.
Con todo eso, ella se sentó en la esquina de la plaza del mercado, y las colocó a su alrededor, listas para la venta. Pero repentinamente apareció galopando un jinete aparentemente borracho,
y pasó sobre las vajillas de manera que todas se quebraron en mil pedazos. Ella comenzó a llorar y no sabía que hacer por miedo.

-"¡Ay no!, ¿Qué será de mí?"-, gritaba, -"¿Qué dirá mi esposo de todo esto?"-
Ella corrió a la casa y le contó a él todo su infortunio.
-"¿A quién se le ocurre sentarse en la esquina de la plaza del mercado con vajillas?"- dijo él.
-"Deja de llorar, ya veo muy bien que no puedes hacer un trabajo ordinario, de modo que fui al palacio de nuestro rey y le pedí si no podría encontrar un campo de criada en la cocina, y me prometieron que te tomarían, y así tendrás la comida de gratis."-
La hija del rey era ahora criada de la cocina, y tenía que estar en el fregadero y hacer los mandados, y realizar todos los trabajos de limpieza. En ambas bolsas de su ropa ella siempre llevaba una pequeña jarra, en las cuales echaba lo que le correspondía de su comida para llevarla a casa, y así se mantuvieron. 

Sucedió que anunciaron que se iba a celebrar la boda del hijo mayor del rey, así que la pobre mujer subió y se colocó cerca de la puerta del salón para poder ver. Cuando se encendieron todas las candelas, y la gente entró, cada una más elegante que la otra, y todo se llenó de pompa y esplendor, ella pensó en su destino, con un corazón triste, y maldijo el orgullo y arrogancia que la dominaron y la llevaron a tanta pobreza.
El olor de los deliciosos platos que se servían adentro y afuera llegaron a ella, y ahora y entonces, los sirvientes le daban a ella algunos de esos bocadillos que guardaba en sus jarras para llevar a casa.
En un momento dado entró el hijo del rey, vestido en terciopelo y seda, con cadenas de oro en su garganta. Y cuando él vio a la bella criada parada por la puerta, la tomó de la mano y hubiera bailado con ella. Pero ella rehusó y se atemorizó mucho, ya que vio que era el rey Pico de Tordo, el pretendiente que ella había echado con burla. Su resistencia era indescriptible. Él la llevó al salón, pero los hilos que sostenían sus jarras se rompieron, las jarras cayeron, la sopa se regó, y los bocadillos se esparcieron por todo lado. Y cuando la gente vio aquello, se soltó una risa generalizada y burla por doquier, y ella se sentía tan avergonzada que desearía estar kilómetros bajo tierra en ese momento. Ella se soltó y corrió hacia la puerta y se hubiera ido, pero en las gradas un hombre la sostuvo y la llevó de regreso. Se fijó de nuevo en el rey y confirmó que era el rey Pico de Tordo. Entonces él le dijo cariñosamente:
-"No tengas temor. Yo y el músico que ha estado viviendo contigo en aquel tugurio, somos la misma persona. Por amor a ti, yo me disfracé, y también yo fui el jinete loco que quebró tu vajilla. Todo eso lo hice para abatir al espíritu de orgullo que te poseía, y castigarte por la insolencia con que te burlaste de mí."-
Entonces ella lloró amargamente y dijo:
-"He cometido un grave error, y no valgo nada para ser tu esposa."-
Pero él respondió:

-"Confórtate, los días terribles ya pasaron, ahora celebremos nuestra boda."-
Entonces llegaron cortesanas y la vistieron con los más espléndidos vestidos,
 y su padre y la corte entera llegó, y le desearon a ella la mayor felicidad en su matrimonio con el rey Pico de Tordo. Y que la dicha vaya en crecimiento.
Son mis deseos, pues yo también estuve allí.


Enseñanza:
El orgullo y la arrogancia, sólo dejan pérdidas y disgustos.


lunes, 27 de abril de 2015

El Sastrecillo Valiente

El Sastrecillo Valiente 


 
-"¿Has visto a un tipo semejante?", - se dijo, y no dejaba de admirarse de su proeza.
Cierta mañana de verano estaba un sastrecillo trabajando junto a su mesa a la orilla de la ventana, y se sentía con tan buen espíritu que cosía a lo que más podía.  
En eso pasó por allí una señora campesina anunciando en voz alta:
-"¡Buenas mermeladas, deliciosas mermeladas! ¡Baratas, a muy buen precio, llévenlas!"-
Eso alertó complacidamente los oídos del sastre, y asomando su delicada cabeza por la ventana gritó: 
-"¡Hey, buena señora, suba acá y saldrá de toda su mercancía!"-
La mujer subió los tres pisos hasta el taller del sastre y éste la hizo desempacar todas sus jarras. Él las inspeccionó una a una, las levantaba y las acercaba a su nariz, hasta que por fin expresó: 
-"Me parece que las mermeladas están muy buenas, así que por favor, deme 200 gramos, estimada señora, y si fuera un cuarto de kilo, estaría bien".- 
La dama, que esperaba tener una buena venta, le entregó lo que pidió, pero salió toda enojada y murmurando, por haber creído que realmente iba a venderlas todas. Y el sastrecillo contento gritó: 
-"Ahora, Dios bendiga la mermelada para mi satisfacción, y me dé salud y fortaleza".-
Y fue y sacó el pan de la canasta, cortó una pieza en dos partes y colocó la mermelada a todo lo largo. 
-"De ninguna manera que esto estará amargo" - se dijo, -"pero primero terminaré este abrigo antes de darle un mordisco".- 
Puso el pan con la mermelada hacia arriba, cerca de él, y siguió cosiendo, y en su alegría, hacía más grandes y más grandes las puntadas. Mientras tanto, el aroma de la dulce mermelada ascendía por la pared hasta donde había gran cantidad de moscas, y éstas fueron atraídas y cayeron en puños sobre ella.  
-"¡Hola!, ¿Quién las invitó?" - dijo el sastrecillo, y espantó a las moscas. 
Las moscas, que no entendían aquel lenguaje, no se fueron lejos, sino que regresaron y cada vez con más compañía. El sastrecillo por fin perdió la paciencia y tomó un trozo de tela de la caja que tenía debajo de la mesa diciendo: 
-"Esperen y verán lo que sucede" - y dio un solo golpe con la tela sin misericordia sobre ellas. 
Cuando terminó el golpe, miró y contó que no había menos de siete, bien muertas y patas para arriba. 
 -"¡Todo el pueblo deberá saber de esto!" -
Y el sastrecillo se hizo para él mismo una cinta, la bordó con grandes letras que decían "SIETE DE UN GOLPE", y se la ciñó al pecho.
-"Pero ¿Cómo que sólo el pueblo?"- continuó diciendo.
-"Todo el mundo entero debe de saberlo"- y su corazón oscilaba de contento como la cola de un corderito. 
Ya con su cinta ceñida al pecho decidió ir adelante hacia el mundo, porque pensó que su taller era demasiado pequeño para su valor. Antes de salir, miró en la habitación para ver si había algo que pudiera llevarse consigo. Sin embargo no encontró nada, excepto un viejo queso que puso en su bolso. En frente de la puerta de salida observó un pequeño pájaro enredado entre unas ramas. Y quedó el pájaro acompañando al queso en el bolso. Tomó la calle con optimismo, y se marchó corriendo y saltando, sin sentir ninguna fatiga. El camino lo llevó hasta la cumbre de una montaña, y ahí encontró a un poderoso gigante que miraba a su alrededor sentado muy confortablemente. El sastrecillo se acercó bravíamente, y le habló diciendo: 
-"¡Buen día camarada, así que estás ahí sentado viendo tranquilamente el ancho mundo! Yo estoy exactamente en camino a recorrerlo, y deseo probar mi suerte. ¿Te gustaría acompañarme?" -
 El gigante contempló desdeñosamente al sastre y dijo: 
"¡Tú, monigote!, ¡Tú, creatura miserable!"-
 "¿De veras?" - contestó el sastrecillo, y desabotonando su chaqueta le mostró al gigante su cinta. 
"Ahí puedes ver la clase de hombre que soy".-
 El gigante leyó, "SIETE DE UN GOLPE", y pensó que se trataba de gigantes que había matado, por lo que comenzó a sentir un poco de respeto por el pequeño individuo. Pero antes que nada, deseaba probarlo primero, y tomó una piedra en su mano y la oprimió de tal manera que hasta salió agua de ella.  
-"Haz algo semejante", - dijo el gigante, -"si es que tienes tal fuerza".-
-"¿Es eso todo?" - dijo el sastre, -"eso es un juego de niños para mí" -
Y metió su mano en el bolso, sacó el pedazo de queso y lo presionó en su mano hasta que salió abundante líquido de él. 
-"Ves"- dijo el sastre, -"estuve mejor que tú".- 
El gigante no sabía que decir y no podía creer lo que hizo aquel pequeñín. Entonces el gigante tomó una piedra y la lanzó tan alto que fue difícil seguirla con la vista. 
-"Ahora, hombrecito, haz algo semejante."-  
-"Buen tiro"- dijo el sastre, -"sin embargo después de todo la piedra cayó al suelo. Yo tiraré ahora una que nunca caerá de nuevo."-
 Y metió de nuevo la mano en su bolso, tomó al pájaro y lo lanzó al aire. El pájaro encantado con su libertad, levantó vuelo y se fue lejos sin volver jamás. 
-"Qué te pareció, compañero"-  preguntó el sastre. 
-"Ciertamente que puedes lanzar"- dijo el gigante, -"pero ahora veamos si eres capaz de cargar algo con propiedad".-
-Y llevó al sastrecillo a un grueso roble que estaba caído en el suelo y le dijo: 
-"si eres suficientemente fuerte, ayúdame a sacar este árbol del bosque".-
- "Claro"- dijo el hombrecito, -"echa el tronco en tus hombros y yo levantaré las ramas y ramitas; después de todo, es la parte más compleja."-
El gigante se echó el tronco al hombro, pero el sastre se sentó en una rama, y el gigante que no podía voltear la cabeza, tuvo que cargar todo el camino con el árbol completo y el sastrecillo atrás, según el convenio. Él iba bien feliz y contento silbando la canción "Tres marineros partieron del puerto", como si cargar el árbol fuera en verdad un juego de niños. El gigante, después de haber soportado la parte dura del traslado, ya no aguantaba más, y gritó: 
-" ¡Cuidado, que tendré que bajar el árbol!"-
 El sastre rápidamente se lanzó al suelo, agarró al árbol con sus dos manos como si lo hubiera estado cargando todo el camino, y dijo al gigante: 
-"¡Tú,  que tienes un gran cuerpo, y no puedes cargar con el árbol!"-
 Siguieron juntos el camino, y cuando pasaban por un árbol de cerezas, el gigante tomó y dobló unas ramas altas y le dijo al sastre que las sostuviera mientras cortaba algunos frutos de los más maduros y lo convidó a comer. Pero el sastrecillo era demasiado débil para sostener por sí solo la rama doblada, y cuando el gigante soltó sus manos, la rama regresó a su posición lanzando al sastre por los aires. Cuando cayó al suelo sin maltrato alguno, le dijo el gigante: 
-"¿Cómo es eso? ¿No tienes fuerza suficiente para mantener la rama doblada?"-
- "No, no es falta de fuerza"- replicó el sastrecillo. -"¿Crees que eso sería algo para un hombre que aplastó a siete de un golpe? Yo salté por encima del árbol porque había unos  cazadores disparando hacia abajo allá en la espesura. Salta tú como yo lo hice, si es que puedes hacerlo."-
El gigante hizo el intento, pero no pudo pasar encima del árbol, y más bien quedó enredado en las ramas, así que en esto también el sastre mantuvo la ventaja. El gigante dijo: 
-"Si eres tan valiente, ven conmigo a nuestra caverna y pasa la noche con nosotros."-
 El sastrecillo aceptó y lo siguió. Cuando entraron a la cueva, estaban otros gigantes sentados a la orilla del fuego, y cada uno de ellos tenía un cordero asado en sus manos y lo comían. El sastrecillo miró alrededor y pensó: 
-"Hay mucho más espacio aquí que en mi taller."-  
El gigante le mostró una cama para que durmiera allí. La cama, sin embargo, era demasiado grande para el sastrecillo, por lo que no la usó, sino que se acomodó en una esquina. Cuando llegó la medianoche, y el gigante pensó que el sastrecillo había entrado en sueño profundo, se levantó, tomó una gran barra de hierro, y de un sólo golpe partió la cama en dos, y creyó que le había dado a aquel saltamontes su golpe final. Temprano al amanecer los gigantes se dirigieron al bosque, y ya habían olvidado al sastrecillo, cuando de pronto él caminó alegremente y con firmeza hacia ellos. Los gigantes quedaron espantados, y temerosos de que él los golpeara y dejara muertos, corrieron lo más rápido que pudieron.
Siguió entonces el sastrecillo su camino según su propósito. Después de caminar un largo trecho, llegó al jardín de un palacio real, y como se sentía cansado, se arrecostó en el zacate y se durmió. Mientras dormía, la gente llegó y lo inspeccionó por todos lados, y leyeron su cinta que decía, "SIETE DE UN GOLPE." 

-"Ah"- dijeron ellos, -"¿Qué hará aquí este guerrero en tiempos de paz? Debe de ser un poderoso señor."-
 Entonces fueron a contarle al rey, y le comentaron que si se presentara una guerra, este hombre sería muy útil y valioso, y por ningún motivo debería dejársele partir. Le pareció bien la idea al rey, y envió a uno de sus cortesanos a donde estaba el sastrecillo para ofrecerle empleo en el servicio militar en cuanto despertare. El enviado permaneció junto al sastre, y esperó hasta que él estiró los brazos y abrió sus ojos, y le habló de la propuesta. 
-"Oh sí, es por esa razón que he venido aquí"-, respondió el sastre, -"estoy listo para entrar al servicio del rey."-  
 Y fue recibido con honores y una habitación especial le fue asignada. Pero los soldados no se sentían bien con él y su deseo era más bien que estuviera a mil kilómetros de distancia.
- "¿Cuál será el final de todo esto?"- se preguntaban entre ellos. 
-"Si combatimos contra él, y le da por dar golpes, siete de nosotros caeríamos en cada oportunidad y ninguno podría mantenerse contra él."-
Al fin llegaron a una decisión: fueron todos en grupo donde el rey, y le anunciaron sus renuncias. 
-"No estamos preparados"- dijeron, -"para estar con un hombre que mata a siete de un golpe."-
El rey se entristeció que por la causa de un hombre tuviera que perder a tan fieles soldados, y deseaba que ojalá nunca hubiera puesto los ojos en el sastre y que lo mejor sería deshacerse de él. Pero no se aventuró a despedirlo, temiendo que podría rebelarse y matara a toda su gente y se colocara él mismo en su trono real. Lo pensó por mucho tiempo y al fin llegó a una determinación. Envió un mensaje al sastrecillo para ser informado de que como él era un gran guerrero, tenía una solicitud para él. 
En un bosque de su país vivían dos gigantes que causaban gran desasosiego con sus robos, asesinatos, maltratos e incendios, y nadie podía acercárseles sin poner en serio riesgo su propia vida. Si el sastre conquistaba y mataba estos dos gigantes, le entregaría a su única hija como esposa y  la mitad de su reino como dote, y además cien caballeros podrán ir con él para ayudarle en la misión. 
-"¡Eso sin duda será una gran cosa para un hombre como yo!"- pensó el sastrecillo. 
-"¡A nadie le ofrecen una bella princesa y la mitad de un reino cada día de la vida"!-
- "Oh, sí, claro"- contestó al rey, -"pronto domaré a esos gigantes, y no necesito la ayuda de esa caballería para hacerlo, porque aquél que de un golpe termina con siete, no tiene por qué temerle a solo dos."-
 El sastrecillo fue adelante, y los cien caballeros le seguían. Cuando llegó a los límites de la foresta, le dijo a sus seguidores:
-"Quédense aquí esperando, yo solito terminaré pronto con los gigantes."-
 Y se internó en la foresta mirando a izquierda y derecha. Al cabo de un rato encontró a los gigantes. Estaban durmiendo bajo un árbol, y roncaban de tal manera que las ramas subían y bajaban. El sastrecillo, sin perder tiempo, llenó dos bolsos con piedras y con ellas subió al árbol, encima de los gigantes. Cuando estaba a media altura, bajó un poco por una rama para quedar exactamente arriba de los gigantes, y entonces dejó caer una piedra y otras más sobre el pecho de uno de los gigantes. Por un rato el gigante no reaccionaba, pero al fin despertó, empujó a su compañero, y dijo:
-"¿Por qué me estás golpeando?"-
- "Seguro que estás soñando" - contesto el otro, -"no te estoy golpeando."- 
Y de nuevo se pusieron a dormir, y entonces el sastrecillo tiró una piedra sobre el segundo.
- "¿Qué significa todo esto?"- gritó.- "¿Por qué me estás tirando cosas?"-
-"Yo no te estoy tirando cosas"- contestó el primero, refunfuñando. 
Discutieron por un rato, pero como estaban cansados, se olvidaron del asunto y regresaron a sus sueños. El sastrecillo inicio su juego de nuevo, tomó la piedra más grande y la tiró con todas sus fuerzas sobre el pecho del primero. 
-"¡Eso sí que está malo!"- gritó él, y se levantó como un hombre loco, y empujó a su compañero contra el árbol hasta hacerlo oscilar. 
El otro le pagó entonces con la misma moneda, y se envolvieron en tal violencia que arrancaban a los árboles y les quebraban ramas, y se golpearon uno al otro  por tan largo rato que al fin ambos cayeron muertos al suelo al mismo tiempo. Entonces el sastrecillo bajó de un sólo brinco. 
-"Qué buena suerte"- se dijo, -"que no maltrataron el árbol en el que me encontraba sentado, si no hubiera tenido que saltar a otro como una ardilla, pero para eso nosotros los sastres somos ágiles." 
Sacó él su espada y dio un par de estocadas a cada uno de los gigantes en el pecho y caminó adonde estaban los caballeros y dijo: 
-"¡El trabajo está concluido; he dado a ambos el golpe final, aunque fue un trabajo muy duro! En su desesperación dañaron árboles, y se defendieron con ellos, pero todo eso no tiene sentido cuando se enfrentan con un hombre como yo, que mata siete de un golpe."-
- "¿Pero no esta usted herido?"- preguntó un caballero. 
-"No se preocupe en absoluto por eso"- contestó el sastre, -"ellos no tocaron ni siquiera un pelo de mi cabeza." 
Los caballeros no podían creerle e ingresaron a la foresta donde encontraron a los gigantes muertos e inundados con su sangre y gran cantidad de árboles yaciendo en el suelo.
El sastrecillo pidió al rey su recompensa, pero éste, arrepentido de su promesa buscó de nuevo ver como se deshacía del héroe. 
-"Antes de que puedas recibir a mi hija y la mitad de mi reino"- le dijo, -"debes realizar antes una hazaña heroica más. En la foresta anda un unicornio que hace mucho daño, y debes de capturarlo."-
- "Le temo mucho menos a un unicornio que a dos gigantes. ¡Siete de un golpe, es mi clase de acción!"-
 Tomó una cuerda y un hacha, se encaminó al bosque, y de nuevo le pidió a los que lo acompañaban que esperaran afuera, y se interno en la foresta. Tuvo que buscar por largo rato. De pronto apareció el unicornio que corrió directo hacia el sastre con su cuerno en posición de ataque, como si le hubieran escupido sobre su cuerno sin más ceremonia.
- "Suave, suave, no debes hacerlo así tan rápido"- dijo él, y se mantuvo estático y esperó a que el animal estuviera más cerca. 
Entonces de un ágil brinco subió al árbol. El unicornio corrió hacia el árbol con toda su fuerza y chocó su cuerno contra el árbol a tanta velocidad que se clavó profundamente y no pudo sacarlo de allí. Y en consecuencia quedó pegado al árbol. 
-"Ya tengo al pajarito"- dijo el sastre. 
Y bajó al frente del árbol, puso la soga alrededor del cuello del unicornio, y con el hacha cortó el cuerno del unicornio. Una vez todo listo, tomó a la bestia y la llevó ante el rey. El rey no quería aún cumplir su promesa, y le hizo una tercera demanda. Antes de la boda, el sastre debería capturar para él a un jabalí salvaje que hace grandes estragos en el bosque, y dijo que los cazadores pueden proveerle de la ayuda necesaria. 
-"¡Lo haré!"- dijo el sastre, -"¡eso es un juego de niños!"-
Como de costumbre, él no se llevó a los cazadores a lo interno del bosque, y ellos se complacieron de que fuera así, ya que el jabalí salvaje en muchas ocasiones los había recibido de tal manera, que no mentirían en decir que gustosamente lo esperarían afuera.
 Cuando el jabalí percibió al sastre, corrió hacia él con su boca espumando, mostrando sus filosos colmillos, y estuvo cerca de tirarlo al suelo, pero el ágil héroe corrió hacia una capilla que había ahí cerca, y de un salto entró por una ventana y salió por otra. 
Entró por la puerta el jabalí a perseguirlo, pero el sastre, dando la vuelta por fuera, cerró la puerta detrás de él, y la furiosa bestia, que era demasiado grande para salir por una ventana, quedó atrapado. El sastrecillo llamó a los cazadores para que vieran al prisionero con sus propios ojos. El héroe, sin embargo fue donde el rey, quien estaba ahora, le gustara o no, obligado a cumplir lo prometido, dándole a su hija y a la mitad de su reino. Si el rey hubiera sabido que al que tenía al frente suyo, en vez de un héroe guerrero, no era más que un sastre, se habría enfurecido muchísimo más. La boda se llevó a cabo con gran magnificencia y regocijo, y además de un sastre, un rey fue hecho.

Algún tiempo después, la joven reina oyó a su marido que hablaba en sueños y decía:
- "Muchacho, termina ese traje y arregla los pantalones, si no te golpearé las orejas con la regla de medir."-
Así, ella descubrió de que nivel social provenía el joven monarca, y a la mañana siguiente fue a contarle aquello a su padre, y rogó que le ayudara a deshacerse de su marido, que no era más que un humilde sastre. El rey la confortó y le dijo:
-"Deja la puerta de la habitación abierta esta noche, y mis sirvientes estarán afuera, y cuando él se haya dormido ellos entrarán, lo amarrarán, y lo pondrán en una nave que lo llevará por todo el ancho mundo."-
La mujer se satisfizo con eso, pero un escudero del rey, que había escuchado todo, y que apreciaba mucho al joven soberano, fue a informarle del complot. 
-"Pondré mi parte en ese negocio"- dijo el sastrecillo. 
En la noche se fue a la cama con su esposa a la hora usual, y cuando ella pensó que ya estaba bien dormido, ella se levantó, abrió la puerta y se acostó de nuevo. El sastrecillo, que se hacía el dormido, comenzó a gritar en voz bien alta:
- "Muchacho, termina ese traje y arregla los pantalones, si no te golpearé las orejas con la regla de medir. Ya maté a siete de un golpe, maté a dos gigantes, traje a un unicornio y capturé a un jabalí salvaje, y no temo a esos que están afuera de mi dormitorio."-
Cuando esos hombres oyeron al sastre hablando así, les sobrecogió un gran miedo, y corrieron como si un cazador los persiguiera, y nadie más se atrevió nunca más a aventurarse en contra de él. 
Así, el sastrecillo fue rey y se mantuvo firme, hasta el fin de sus días.

Enseñanza:

Siempre vale mucho más,  maña que fuerza.