lunes, 27 de abril de 2015

El Sastrecillo Valiente

El Sastrecillo Valiente 


 
-"¿Has visto a un tipo semejante?", - se dijo, y no dejaba de admirarse de su proeza.
Cierta mañana de verano estaba un sastrecillo trabajando junto a su mesa a la orilla de la ventana, y se sentía con tan buen espíritu que cosía a lo que más podía.  
En eso pasó por allí una señora campesina anunciando en voz alta:
-"¡Buenas mermeladas, deliciosas mermeladas! ¡Baratas, a muy buen precio, llévenlas!"-
Eso alertó complacidamente los oídos del sastre, y asomando su delicada cabeza por la ventana gritó: 
-"¡Hey, buena señora, suba acá y saldrá de toda su mercancía!"-
La mujer subió los tres pisos hasta el taller del sastre y éste la hizo desempacar todas sus jarras. Él las inspeccionó una a una, las levantaba y las acercaba a su nariz, hasta que por fin expresó: 
-"Me parece que las mermeladas están muy buenas, así que por favor, deme 200 gramos, estimada señora, y si fuera un cuarto de kilo, estaría bien".- 
La dama, que esperaba tener una buena venta, le entregó lo que pidió, pero salió toda enojada y murmurando, por haber creído que realmente iba a venderlas todas. Y el sastrecillo contento gritó: 
-"Ahora, Dios bendiga la mermelada para mi satisfacción, y me dé salud y fortaleza".-
Y fue y sacó el pan de la canasta, cortó una pieza en dos partes y colocó la mermelada a todo lo largo. 
-"De ninguna manera que esto estará amargo" - se dijo, -"pero primero terminaré este abrigo antes de darle un mordisco".- 
Puso el pan con la mermelada hacia arriba, cerca de él, y siguió cosiendo, y en su alegría, hacía más grandes y más grandes las puntadas. Mientras tanto, el aroma de la dulce mermelada ascendía por la pared hasta donde había gran cantidad de moscas, y éstas fueron atraídas y cayeron en puños sobre ella.  
-"¡Hola!, ¿Quién las invitó?" - dijo el sastrecillo, y espantó a las moscas. 
Las moscas, que no entendían aquel lenguaje, no se fueron lejos, sino que regresaron y cada vez con más compañía. El sastrecillo por fin perdió la paciencia y tomó un trozo de tela de la caja que tenía debajo de la mesa diciendo: 
-"Esperen y verán lo que sucede" - y dio un solo golpe con la tela sin misericordia sobre ellas. 
Cuando terminó el golpe, miró y contó que no había menos de siete, bien muertas y patas para arriba. 
 -"¡Todo el pueblo deberá saber de esto!" -
Y el sastrecillo se hizo para él mismo una cinta, la bordó con grandes letras que decían "SIETE DE UN GOLPE", y se la ciñó al pecho.
-"Pero ¿Cómo que sólo el pueblo?"- continuó diciendo.
-"Todo el mundo entero debe de saberlo"- y su corazón oscilaba de contento como la cola de un corderito. 
Ya con su cinta ceñida al pecho decidió ir adelante hacia el mundo, porque pensó que su taller era demasiado pequeño para su valor. Antes de salir, miró en la habitación para ver si había algo que pudiera llevarse consigo. Sin embargo no encontró nada, excepto un viejo queso que puso en su bolso. En frente de la puerta de salida observó un pequeño pájaro enredado entre unas ramas. Y quedó el pájaro acompañando al queso en el bolso. Tomó la calle con optimismo, y se marchó corriendo y saltando, sin sentir ninguna fatiga. El camino lo llevó hasta la cumbre de una montaña, y ahí encontró a un poderoso gigante que miraba a su alrededor sentado muy confortablemente. El sastrecillo se acercó bravíamente, y le habló diciendo: 
-"¡Buen día camarada, así que estás ahí sentado viendo tranquilamente el ancho mundo! Yo estoy exactamente en camino a recorrerlo, y deseo probar mi suerte. ¿Te gustaría acompañarme?" -
 El gigante contempló desdeñosamente al sastre y dijo: 
"¡Tú, monigote!, ¡Tú, creatura miserable!"-
 "¿De veras?" - contestó el sastrecillo, y desabotonando su chaqueta le mostró al gigante su cinta. 
"Ahí puedes ver la clase de hombre que soy".-
 El gigante leyó, "SIETE DE UN GOLPE", y pensó que se trataba de gigantes que había matado, por lo que comenzó a sentir un poco de respeto por el pequeño individuo. Pero antes que nada, deseaba probarlo primero, y tomó una piedra en su mano y la oprimió de tal manera que hasta salió agua de ella.  
-"Haz algo semejante", - dijo el gigante, -"si es que tienes tal fuerza".-
-"¿Es eso todo?" - dijo el sastre, -"eso es un juego de niños para mí" -
Y metió su mano en el bolso, sacó el pedazo de queso y lo presionó en su mano hasta que salió abundante líquido de él. 
-"Ves"- dijo el sastre, -"estuve mejor que tú".- 
El gigante no sabía que decir y no podía creer lo que hizo aquel pequeñín. Entonces el gigante tomó una piedra y la lanzó tan alto que fue difícil seguirla con la vista. 
-"Ahora, hombrecito, haz algo semejante."-  
-"Buen tiro"- dijo el sastre, -"sin embargo después de todo la piedra cayó al suelo. Yo tiraré ahora una que nunca caerá de nuevo."-
 Y metió de nuevo la mano en su bolso, tomó al pájaro y lo lanzó al aire. El pájaro encantado con su libertad, levantó vuelo y se fue lejos sin volver jamás. 
-"Qué te pareció, compañero"-  preguntó el sastre. 
-"Ciertamente que puedes lanzar"- dijo el gigante, -"pero ahora veamos si eres capaz de cargar algo con propiedad".-
-Y llevó al sastrecillo a un grueso roble que estaba caído en el suelo y le dijo: 
-"si eres suficientemente fuerte, ayúdame a sacar este árbol del bosque".-
- "Claro"- dijo el hombrecito, -"echa el tronco en tus hombros y yo levantaré las ramas y ramitas; después de todo, es la parte más compleja."-
El gigante se echó el tronco al hombro, pero el sastre se sentó en una rama, y el gigante que no podía voltear la cabeza, tuvo que cargar todo el camino con el árbol completo y el sastrecillo atrás, según el convenio. Él iba bien feliz y contento silbando la canción "Tres marineros partieron del puerto", como si cargar el árbol fuera en verdad un juego de niños. El gigante, después de haber soportado la parte dura del traslado, ya no aguantaba más, y gritó: 
-" ¡Cuidado, que tendré que bajar el árbol!"-
 El sastre rápidamente se lanzó al suelo, agarró al árbol con sus dos manos como si lo hubiera estado cargando todo el camino, y dijo al gigante: 
-"¡Tú,  que tienes un gran cuerpo, y no puedes cargar con el árbol!"-
 Siguieron juntos el camino, y cuando pasaban por un árbol de cerezas, el gigante tomó y dobló unas ramas altas y le dijo al sastre que las sostuviera mientras cortaba algunos frutos de los más maduros y lo convidó a comer. Pero el sastrecillo era demasiado débil para sostener por sí solo la rama doblada, y cuando el gigante soltó sus manos, la rama regresó a su posición lanzando al sastre por los aires. Cuando cayó al suelo sin maltrato alguno, le dijo el gigante: 
-"¿Cómo es eso? ¿No tienes fuerza suficiente para mantener la rama doblada?"-
- "No, no es falta de fuerza"- replicó el sastrecillo. -"¿Crees que eso sería algo para un hombre que aplastó a siete de un golpe? Yo salté por encima del árbol porque había unos  cazadores disparando hacia abajo allá en la espesura. Salta tú como yo lo hice, si es que puedes hacerlo."-
El gigante hizo el intento, pero no pudo pasar encima del árbol, y más bien quedó enredado en las ramas, así que en esto también el sastre mantuvo la ventaja. El gigante dijo: 
-"Si eres tan valiente, ven conmigo a nuestra caverna y pasa la noche con nosotros."-
 El sastrecillo aceptó y lo siguió. Cuando entraron a la cueva, estaban otros gigantes sentados a la orilla del fuego, y cada uno de ellos tenía un cordero asado en sus manos y lo comían. El sastrecillo miró alrededor y pensó: 
-"Hay mucho más espacio aquí que en mi taller."-  
El gigante le mostró una cama para que durmiera allí. La cama, sin embargo, era demasiado grande para el sastrecillo, por lo que no la usó, sino que se acomodó en una esquina. Cuando llegó la medianoche, y el gigante pensó que el sastrecillo había entrado en sueño profundo, se levantó, tomó una gran barra de hierro, y de un sólo golpe partió la cama en dos, y creyó que le había dado a aquel saltamontes su golpe final. Temprano al amanecer los gigantes se dirigieron al bosque, y ya habían olvidado al sastrecillo, cuando de pronto él caminó alegremente y con firmeza hacia ellos. Los gigantes quedaron espantados, y temerosos de que él los golpeara y dejara muertos, corrieron lo más rápido que pudieron.
Siguió entonces el sastrecillo su camino según su propósito. Después de caminar un largo trecho, llegó al jardín de un palacio real, y como se sentía cansado, se arrecostó en el zacate y se durmió. Mientras dormía, la gente llegó y lo inspeccionó por todos lados, y leyeron su cinta que decía, "SIETE DE UN GOLPE." 

-"Ah"- dijeron ellos, -"¿Qué hará aquí este guerrero en tiempos de paz? Debe de ser un poderoso señor."-
 Entonces fueron a contarle al rey, y le comentaron que si se presentara una guerra, este hombre sería muy útil y valioso, y por ningún motivo debería dejársele partir. Le pareció bien la idea al rey, y envió a uno de sus cortesanos a donde estaba el sastrecillo para ofrecerle empleo en el servicio militar en cuanto despertare. El enviado permaneció junto al sastre, y esperó hasta que él estiró los brazos y abrió sus ojos, y le habló de la propuesta. 
-"Oh sí, es por esa razón que he venido aquí"-, respondió el sastre, -"estoy listo para entrar al servicio del rey."-  
 Y fue recibido con honores y una habitación especial le fue asignada. Pero los soldados no se sentían bien con él y su deseo era más bien que estuviera a mil kilómetros de distancia.
- "¿Cuál será el final de todo esto?"- se preguntaban entre ellos. 
-"Si combatimos contra él, y le da por dar golpes, siete de nosotros caeríamos en cada oportunidad y ninguno podría mantenerse contra él."-
Al fin llegaron a una decisión: fueron todos en grupo donde el rey, y le anunciaron sus renuncias. 
-"No estamos preparados"- dijeron, -"para estar con un hombre que mata a siete de un golpe."-
El rey se entristeció que por la causa de un hombre tuviera que perder a tan fieles soldados, y deseaba que ojalá nunca hubiera puesto los ojos en el sastre y que lo mejor sería deshacerse de él. Pero no se aventuró a despedirlo, temiendo que podría rebelarse y matara a toda su gente y se colocara él mismo en su trono real. Lo pensó por mucho tiempo y al fin llegó a una determinación. Envió un mensaje al sastrecillo para ser informado de que como él era un gran guerrero, tenía una solicitud para él. 
En un bosque de su país vivían dos gigantes que causaban gran desasosiego con sus robos, asesinatos, maltratos e incendios, y nadie podía acercárseles sin poner en serio riesgo su propia vida. Si el sastre conquistaba y mataba estos dos gigantes, le entregaría a su única hija como esposa y  la mitad de su reino como dote, y además cien caballeros podrán ir con él para ayudarle en la misión. 
-"¡Eso sin duda será una gran cosa para un hombre como yo!"- pensó el sastrecillo. 
-"¡A nadie le ofrecen una bella princesa y la mitad de un reino cada día de la vida"!-
- "Oh, sí, claro"- contestó al rey, -"pronto domaré a esos gigantes, y no necesito la ayuda de esa caballería para hacerlo, porque aquél que de un golpe termina con siete, no tiene por qué temerle a solo dos."-
 El sastrecillo fue adelante, y los cien caballeros le seguían. Cuando llegó a los límites de la foresta, le dijo a sus seguidores:
-"Quédense aquí esperando, yo solito terminaré pronto con los gigantes."-
 Y se internó en la foresta mirando a izquierda y derecha. Al cabo de un rato encontró a los gigantes. Estaban durmiendo bajo un árbol, y roncaban de tal manera que las ramas subían y bajaban. El sastrecillo, sin perder tiempo, llenó dos bolsos con piedras y con ellas subió al árbol, encima de los gigantes. Cuando estaba a media altura, bajó un poco por una rama para quedar exactamente arriba de los gigantes, y entonces dejó caer una piedra y otras más sobre el pecho de uno de los gigantes. Por un rato el gigante no reaccionaba, pero al fin despertó, empujó a su compañero, y dijo:
-"¿Por qué me estás golpeando?"-
- "Seguro que estás soñando" - contesto el otro, -"no te estoy golpeando."- 
Y de nuevo se pusieron a dormir, y entonces el sastrecillo tiró una piedra sobre el segundo.
- "¿Qué significa todo esto?"- gritó.- "¿Por qué me estás tirando cosas?"-
-"Yo no te estoy tirando cosas"- contestó el primero, refunfuñando. 
Discutieron por un rato, pero como estaban cansados, se olvidaron del asunto y regresaron a sus sueños. El sastrecillo inicio su juego de nuevo, tomó la piedra más grande y la tiró con todas sus fuerzas sobre el pecho del primero. 
-"¡Eso sí que está malo!"- gritó él, y se levantó como un hombre loco, y empujó a su compañero contra el árbol hasta hacerlo oscilar. 
El otro le pagó entonces con la misma moneda, y se envolvieron en tal violencia que arrancaban a los árboles y les quebraban ramas, y se golpearon uno al otro  por tan largo rato que al fin ambos cayeron muertos al suelo al mismo tiempo. Entonces el sastrecillo bajó de un sólo brinco. 
-"Qué buena suerte"- se dijo, -"que no maltrataron el árbol en el que me encontraba sentado, si no hubiera tenido que saltar a otro como una ardilla, pero para eso nosotros los sastres somos ágiles." 
Sacó él su espada y dio un par de estocadas a cada uno de los gigantes en el pecho y caminó adonde estaban los caballeros y dijo: 
-"¡El trabajo está concluido; he dado a ambos el golpe final, aunque fue un trabajo muy duro! En su desesperación dañaron árboles, y se defendieron con ellos, pero todo eso no tiene sentido cuando se enfrentan con un hombre como yo, que mata siete de un golpe."-
- "¿Pero no esta usted herido?"- preguntó un caballero. 
-"No se preocupe en absoluto por eso"- contestó el sastre, -"ellos no tocaron ni siquiera un pelo de mi cabeza." 
Los caballeros no podían creerle e ingresaron a la foresta donde encontraron a los gigantes muertos e inundados con su sangre y gran cantidad de árboles yaciendo en el suelo.
El sastrecillo pidió al rey su recompensa, pero éste, arrepentido de su promesa buscó de nuevo ver como se deshacía del héroe. 
-"Antes de que puedas recibir a mi hija y la mitad de mi reino"- le dijo, -"debes realizar antes una hazaña heroica más. En la foresta anda un unicornio que hace mucho daño, y debes de capturarlo."-
- "Le temo mucho menos a un unicornio que a dos gigantes. ¡Siete de un golpe, es mi clase de acción!"-
 Tomó una cuerda y un hacha, se encaminó al bosque, y de nuevo le pidió a los que lo acompañaban que esperaran afuera, y se interno en la foresta. Tuvo que buscar por largo rato. De pronto apareció el unicornio que corrió directo hacia el sastre con su cuerno en posición de ataque, como si le hubieran escupido sobre su cuerno sin más ceremonia.
- "Suave, suave, no debes hacerlo así tan rápido"- dijo él, y se mantuvo estático y esperó a que el animal estuviera más cerca. 
Entonces de un ágil brinco subió al árbol. El unicornio corrió hacia el árbol con toda su fuerza y chocó su cuerno contra el árbol a tanta velocidad que se clavó profundamente y no pudo sacarlo de allí. Y en consecuencia quedó pegado al árbol. 
-"Ya tengo al pajarito"- dijo el sastre. 
Y bajó al frente del árbol, puso la soga alrededor del cuello del unicornio, y con el hacha cortó el cuerno del unicornio. Una vez todo listo, tomó a la bestia y la llevó ante el rey. El rey no quería aún cumplir su promesa, y le hizo una tercera demanda. Antes de la boda, el sastre debería capturar para él a un jabalí salvaje que hace grandes estragos en el bosque, y dijo que los cazadores pueden proveerle de la ayuda necesaria. 
-"¡Lo haré!"- dijo el sastre, -"¡eso es un juego de niños!"-
Como de costumbre, él no se llevó a los cazadores a lo interno del bosque, y ellos se complacieron de que fuera así, ya que el jabalí salvaje en muchas ocasiones los había recibido de tal manera, que no mentirían en decir que gustosamente lo esperarían afuera.
 Cuando el jabalí percibió al sastre, corrió hacia él con su boca espumando, mostrando sus filosos colmillos, y estuvo cerca de tirarlo al suelo, pero el ágil héroe corrió hacia una capilla que había ahí cerca, y de un salto entró por una ventana y salió por otra. 
Entró por la puerta el jabalí a perseguirlo, pero el sastre, dando la vuelta por fuera, cerró la puerta detrás de él, y la furiosa bestia, que era demasiado grande para salir por una ventana, quedó atrapado. El sastrecillo llamó a los cazadores para que vieran al prisionero con sus propios ojos. El héroe, sin embargo fue donde el rey, quien estaba ahora, le gustara o no, obligado a cumplir lo prometido, dándole a su hija y a la mitad de su reino. Si el rey hubiera sabido que al que tenía al frente suyo, en vez de un héroe guerrero, no era más que un sastre, se habría enfurecido muchísimo más. La boda se llevó a cabo con gran magnificencia y regocijo, y además de un sastre, un rey fue hecho.

Algún tiempo después, la joven reina oyó a su marido que hablaba en sueños y decía:
- "Muchacho, termina ese traje y arregla los pantalones, si no te golpearé las orejas con la regla de medir."-
Así, ella descubrió de que nivel social provenía el joven monarca, y a la mañana siguiente fue a contarle aquello a su padre, y rogó que le ayudara a deshacerse de su marido, que no era más que un humilde sastre. El rey la confortó y le dijo:
-"Deja la puerta de la habitación abierta esta noche, y mis sirvientes estarán afuera, y cuando él se haya dormido ellos entrarán, lo amarrarán, y lo pondrán en una nave que lo llevará por todo el ancho mundo."-
La mujer se satisfizo con eso, pero un escudero del rey, que había escuchado todo, y que apreciaba mucho al joven soberano, fue a informarle del complot. 
-"Pondré mi parte en ese negocio"- dijo el sastrecillo. 
En la noche se fue a la cama con su esposa a la hora usual, y cuando ella pensó que ya estaba bien dormido, ella se levantó, abrió la puerta y se acostó de nuevo. El sastrecillo, que se hacía el dormido, comenzó a gritar en voz bien alta:
- "Muchacho, termina ese traje y arregla los pantalones, si no te golpearé las orejas con la regla de medir. Ya maté a siete de un golpe, maté a dos gigantes, traje a un unicornio y capturé a un jabalí salvaje, y no temo a esos que están afuera de mi dormitorio."-
Cuando esos hombres oyeron al sastre hablando así, les sobrecogió un gran miedo, y corrieron como si un cazador los persiguiera, y nadie más se atrevió nunca más a aventurarse en contra de él. 
Así, el sastrecillo fue rey y se mantuvo firme, hasta el fin de sus días.

Enseñanza:

Siempre vale mucho más,  maña que fuerza.

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