martes, 28 de abril de 2015

MANIC EL ÑANDÚ

MANIC EL ÑANDÚ


Leyenda de la provincia de Formosa que narra el origen de la constelación de la Cruz del Sur.

Nemec era apenas un muchacho y ya demostraba gran habilidad para atrapar animales. Los indios de la tribu mocobí, de la que formaba parte, sabían que con el tiempo este joven se convertiría en un excelente cazador. Y así fue; pasó el tiempo y Nemec jamás encontró alguien capaz de aventajarlo en habilidad y destreza. Era el mejor de la tribu y su fama fue tan grande, que nadie se atrevió a competir con él.
Un día su gente comenzó los preparativos para una gran fiesta. Fue entonces que el cacique se dio cuenta de que las plumas con que se adornaba estaban ajadas y descoloridas. Recordó que una vez su padre había dicho que Manic, el ñandú, era el animal que tenía las más hermosas, y  decidido a poseerlas, ordenó a Nemec que fuera por ellas.
Al enterarse, el joven preparó sus mejores armas. Nunca había cazado un ñandú ni siquiera lo conocía pero sabía que era un animal muy difícil de atrapar, y por eso antes de partir prestó atención a las palabras de los ancianos cazadores de la tribu.
-Debes saber que Manic es muy veloz en su carrera -dijo uno.
-Nunca deja de estar atento y será muy difícil que puedas acercarte a él, sin ser descubierto -dijo otro.
-La huella que debes buscar es parecida a la de un ave pero mucho más grande. Sigue el camino del sur y lo encontrarás sin dificultad -comentó un tercero. 
Nemec agradeció con un saludo los consejos y se alejó en la dirección indicada.
Caminó durante días y días sin dar con el rastro. Hasta que una tarde, encontró las huellas que andaba buscando. Iban en dirección al sur y las siguió hasta que el sol ocultó su luz. Entonces Nemec se detuvo a descansar.
Todavía no había amanecido, cuando el muchacho ya en pie continuó la búsqueda. Recién después de largas horas de marcha, divisó al ñandú en la lejanía y se detuvo. Nemec emocionado se puso a observarlo. Este animal no se parecía en nada a lo que había imaginado. Las largas y finas patas aparentaban ser poco sostén para el abultado cuerpo ovalado. Cubierto de un hermoso plumaje que el viento movía a su antojo, daba la impresión de que flotaba en el aire. Su extenso cuello sostenía la pequeña cabeza que giraba de un lado a otro, tratando de descubrir vaya a saber qué. Pero lo que más le llamó la atención eran sus plumas y entonces comprendió porqué el cacique deseaba poseerlas.
Tan conmovido estaba Nemec, que no pudo seguir caminando y se sentó hasta reponerse. Mientras tanto Manic picoteando aquí y allá se alejaba cada vez más. El indio al darse cuenta se levantó y casi arrastrándose por el suelo, comenzó a seguirlo.
De pronto el ñandú lo descubrió y empezó a correr; estiraba y recogía sus largas patas cada vez con mayor rapidez, hasta que tomó velocidad. Tan rápido iba, que al indio le fue imposible alcanzarlo y por último lo perdió de vista.
Como buen cazador que era, Nemec no se preocupó por eso, tenía las pisadas del ñandú sobre la tierra y sabía que lo volvería a encontrar. Así que siguió adelante, siempre en dirección al sur. Después de una larga marcha volvió a divisarlo y tomando todas las precauciones Posibles para no ser descubierto, pudo acercarse bastante a él pero no lo suficiente como para arrojar su lanza y dar en el blanco.
Así continuaron por días y días; siempre Manic se mantenía a distancia. Nemec ya empezaba a dudar si podría cazarlo o no, hasta que una tarde consiguió acercarse lo necesario como para arrojar el arma; pero al alzar el brazo, el animal asustado comenzó a correr para alejarse de él. El muchacho ya sabía que le costaba trabajo tomar velocidad y no queriendo perder esta oportunidad, corrió veloz detrás de él. Manic trataba de tomar impulso pero al ver que el indio se acercaba, desplegó sus enormes alas y comenzó a volar.
Atónito Nemec lo vio elevarse por el aire cada vez más alto, más alto ... hasta que subió al cielo y a la tenue luz del atardecer lo perdió de vista. De pronto, en el mismo lugar por donde el ñandú había desaparecido, surgieron cuatro estrellas en forma de cruz: una ocupaba el lugar de la cabeza, dos marcaban la punta de sus alas y la última, la terminación de sus patas.
Nemec pasó toda la noche contemplando el cielo mientras desfilaban por su mente las imágenes del extraño animal, al que ya jamás podría atrapar. Cuando el resplandor del amanecer apagó la luz de las estrellas, emprendió el camino de regreso.
Por primera vez lo vieron llegar a la tribu con las manos vacías, pero con un nuevo brillo en sus ojos.
Esa noche cuando toda la gente se sentó alrededor de la fogata, Nemec contó su extraña aventura; entonces vieron las nuevas estrellas que lucía el cielo, indicando para siempre, la dirección por donde Manic había escapado, hacia el sur.


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