EL RÍO DE LAS
LÁGRIMAS Y SU BALSA
Leyenda
araucana
-Que el cuerpo puede separarse del alma, como decían nuestros antepasados, lo prueba algo que me sucedió hace años.
Una noche, cuando estaba enfermo, sentí que una bruja joven, recién iniciada en los secretos de la magia por la hechicera más anciana de la tribu, con largo tiempo de aprendizaje y avezada ya a los dolores, entre muchas de las ceremonias que vienen al caso, me había despojado de la barba y el cabello de la parte superior del cráneo. Lo hizo con todo el arte de la hechicería, tal como se les enseña en las Salamanqueras a los discípulos.
Por la mañana, yo estaba totalmente pelado y convencido de que la bruja lo había hecho para experimentar sus artes mágicas con mis cabellos: y resultó que se trataba de una huinka rubia, enemiga mía y de nuestra tribu.
Dada la vergüenza sufrida y mi impotente ira, me sentí más enfermo aún. En cierta ocasión, durante un día de sol, me pareció que mis dos hermanos, que ya se habían ido al mundo de los muertos, me llamaban insistentemente a gritos, pidiendo que me marchara con ellos; tanto que sentí anhelos de desprenderme de la vida para seguirlos y que ese deseo crecía en tal forma que me consumía. Quise, ardientemente, convertirme en espíritu, en alma.
Con ese designio iba en cierta ocasión, muy avanzada la tarde, a un paraje de nuestra boscosa cordillera, bien pertrechado con una soga de cuero. Busqué un árbol de rama muy fuerte, pero no lo encontré.
De improviso, me pareció haber hallado la boca de una cueva, que nunca había visto aún y que debía ser por consiguiente de los Salamanqueros, el gremio de las brujas. Creo poder asegurar que la cueva estaba cerca del "Rincón de Paila-kura", sobre la laguna azul, ubicación del arroyo Pukara, llamado también "Norithué" o N'onthué. Sobre esa roca, según dicen, había puesto "Fücha-Huentru", el creador de la tierra, su mano cansada, tanto que quedó la huella de sus cinco dedos.
Después de penetrar por la boca de la cueva y de avanzar a lo largo de amplias galerías llenas de brillo y resplandor, aunque no había sol, me encontré de pronto y sin haber visto a nadie frente a una escalera que llevaba abajo: lo cual hacía suponer que, por ella, se podía llegar hasta lo más profundo de la tierra.
Fui descendiendo durante horas y más horas, hasta que finalmente debí volver mi rostro hacia la escalera para no marearme demasiado y no perder el equilibrio.
Delante de mí, parecía abrirse un abismo oscuro y profundo: y sólo me infundía valor una llama que ardía allá abajo.
Por fin, sentí el duro suelo bajo mis pies y vi claramente que estaba a orillas de un río. Allí, me cerró el paso un guardián y me preguntó:
-¿Qué buscas aquí? ¿Eres todavía un vivo o ya estás muerto? ¿A qué clase de gente perteneces? ¿Por qué no llevas contigo a un perro negro? ¡Habla!
Era el "N'ontufe", el balsero, quien hablaba así conmigo.
Le respondí y luego le pedí que me "balseara", a lo cual me contestó:
-No. Porque si te llevo al otro lado del río, jamás podrás volver a la superficie de la tierra. Porque este río se llama "Killei-hue", arroyo de lágrimas y nadie lo atraviesa dos veces. ¿Tienes algún mensaje para los ya idos?
Mientras yo hablaba con aquel espíritu, mi alma, separada del cuerpo, veía surgir entre árboles en flor a mis dos hermanos, que del otro lado del río me hacían señas.
Imité sus señas; y al notar esto, el "N'onthue" me dijo:
-¿Quieres que acabe ya tu vida o tienes aún obligaciones en el mundo?
A lo cual, le contesté:
-Como mis dos hermanos tenían más edad que yo, quisiera vivir aún tanto como ellos vivieron: pero quiero hacerles preguntas primero y pedirles consejo.
Mientras tanto, yo miraba el valle de los ya idos, infinitamente grande y espacioso. Allí, todo era verdor, todo estaba esmaltado de flores; los árboles se hallaban grávidos de frutas y flores y en el hermoso jardín se recreaban mansos animales. Pero me extraña, sin embargo, que yo no sintiera aún deseos de vivir allí.
Cuando el hombre espíritu me preguntó si quería hablar con mis hermanos, le dije que sí, a lo cual repuso:
-Apenas hayas hablado una sola palabra con tus hermanos, ya no te será permitido subir a la tierra.
Ellos te dirán que la vida es aquí tan hermosa que el cuerpo sólo es un peso que se deshace y te quedarás gustosamente. Sin alejarse de mí y sin dirigirse a nadie, dijo luego el balsero:
-Tus hermanos te mandan saludos y te aconsejan que hables con tu otro hermano que vive aún, y que vayas con él a caballo a ver a la maga que tiene su ruka en la Vega de Maipú, cerca de la cascada. La maga está en combinación con tus hermanos, que por su intermedio te quieren ayudar para que vuelvas a tener salud y todo lo que te han quitado; y también la alegría de vivir sin temer la muerte. Fue ese miedo el que te impidió hallar en el bosque la rama alta y fuerte.
Al mismo tiempo, me asieron manos invisibles que me subieron cada vez más arriba, sin que tuviera necesidad de realizar esfuerzo alguno, mientras la luz se acrecentaba a mi alrededor.
Cuando volví a mi casa y tomé posesión de mi cuerpo nuevamente, sabiendo que mi familia me creía ya sin vida, les referí todo y les dije que abajo la vida era mucho más bella que sobre la tierra: que existían prados sin nieve, colinas suaves con arboledas, plantas con frutos maduros y al propio tiempo en flor; ríos y arroyuelos por doquier, con toda clase de peces; animales salvajes para cazar y también leones y avestruces. Les hablé del Mapu, la tierra hermosa, donde nunca falta de comer ni de beber y donde todos los días son de fiesta y descanso.
Mi hermano me interrumpió, diciendo:
-¿No tenías que ir a caballo inmediatamente a la Vega de Maipú, para ver a la maga? Ahora, mis hermanos me han dado orden de acompañarte.
Hicimos una larga travesía a caballo, porque desde Kila-kina hasta la Vega de Maipú medía un largo trecho. Cuando ya estábamos cerca de la ruka, mi hermano me dijo:
-Desde aquí, seguiré mi viaje solo. Los espíritus le han comunicado ya a la gran maga que estamos llegando y ella nunca quiere ver a los enfermos en su ruka, sino desde lejos. Quédate aquí, hermano, y espérame.
Mi hermano fue a ver a la maga y cuando regresó, me dijo:
-Ella está enterada desde hace mucho tiempo de mi llegada: nuestros hermanos la informaron. Y como conoce el alma y el corazón y es omnisciente, me ordenó: "Viajen despacio durante el camino de regreso y vuelvan por donde han venido. Durante el trayecto, tu hermano verá la señal que le ha arrebatado el placer de vivir; pero que ahora será la señal de la curación. Una joven huínka le ha hecho audazmente un daño, pero mi poder es superior al suyo".
Y mi hermano agregó:
-Con lo dicho por la gran maga, estoy seguro de que te curarás: porque, de lo contrario, ella habría dicho como de costumbre: "Cabalguen lentamente con el Küme-Huentru, el buen hombre y amigo, y procúrenle todo lo que es bondad y atención". Nunca dice más. Cuando hay esperanzas da, como lo ha hecho hoy con nosotros, sus órdenes.
Cuando volvíamos, vi de repente algo extraño. De modo que le pregunté a mi hermano:
-¿Ves ese largo cabello color oro que se cierne ahí arriba? ¿No notas cómo gira, cómo se tambalea en su vertiginoso vuelo?
Pero mi hermano no lo veía. Mientras tanto, el cabello de oro cayó del cielo, posándose suavemente sobre mi rostro, como para acariciarme; después, alrededor de mi cuello, como abrazándome.
Me proporcionaba una grata sensación y en ese mismo instante recobré la salud. No volví a sentir más nostalgia de estar con mis hermanos ni de querer morir.
La gran maga había usado de su arte para obligar a la joven bruja, su subordinada, a enmendar el daño ocasionado y a mandar por los cabelllos robados, uno de oro de ella, largo y lacio; enterrando los otros, para perder su poder sobre mí.
Desde entonces, transcurrieron muchos años; estoy sano y me figuro la vida en el otro mundo como algo muy agradable; he perdido el miedo a la muerte, porque siempre digo: poseer el cuerpo o ser espíritu, tanto da; en el mundo de abajo la vida es muy bella y lo mismo sucede en nuestra "Mapu". Nunca volveré a buscar una rama fuerte en el bosque.
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