lunes, 28 de septiembre de 2015

LOS SIETE CABRITOS Y EL LOBO

LOS SIETE CABRITOS Y EL LOBO



Había una vez una cabra que tenía siete cabritos, a los que quería tanto como cualquier madre puede querer a sus hijos. Un día necesitaba ir al bosque a buscar comida, de modo que llamó a sus siete cabritillos y les dijo: 

-Queridos hijos, voy a ir al bosque; tened cuidado con el lobo, porque si entrara en casa os comería a todos y no dejaría de vosotros ni un pellejito. A veces el malvado se disfraza, pero podréis reconocerlo por su voz ronca y por sus negras pezuñas. 

Los cabritos dijeron: 

-Querida mamá, puedes irte tranquila, que nosotros sabremos cuidarnos. 

Entonces la madre se despidió con un par de balidos y, tranquilizada, emprendió el camino hacia el bosque. 

No había pasado mucho tiempo, cuando alguien llamó a la puerta, diciendo: 

-Abrid, queridos hijos, que ha llegado vuestra madre y ha traído comida para todos vosotros. 

Pero los cabritillos, al oír una voz tan ronca, se dieron cuenta de que era el lobo y exclamaron: 

-No abriremos, tú no eres nuestra madre; ella tiene la voz dulce y agradable y la tuya es ronca. Tú eres el lobo. 

Entonces el lobo fue en busca de un buhonero y le compró un gran trozo de tiza. Se lo comió y así logró suavizar la voz. Luego volvió otra vez a la casa de los cabritos y llamó a la puerta, diciendo: 

-Abrid, hijos queridos, que vuestra madre ha llegado y ha traído comida para todos vosotros. 

Pero el lobo había apoyado una de sus negras pezuñas en la ventana, por lo cual los pequeños pudieron darse cuenta de que no era su madre y exclamaron: 

-No abriremos; nuestra madre no tiene la pezuña tan negra como tú. Tú eres el lobo. 

Entonces el lobo fue a buscar a un panadero y le dijo: 

-Me he dado un golpe en la pezuña; úntamela con un poco de masa. 

Y cuando el panadero le hubo extendido la masa por la pezuña, se fue corriendo a buscar al molinero y le dijo: 

-Échame harina en la pezuña. 

El molinero pensó: «Seguro que el lobo quiere engañar a alguien», y se negó a hacer lo que le pedía; pero el lobo dijo: 

-Si no lo haces, te devoraré. 

Entonces el molinero se asustó y le puso la pezuña, y toda la pata, blanca de harina. Sí, así son las personas. 

Por tercera vez fue el malvado lobo hasta la casa de los cabritos, llamó a la puerta y dijo: 

-Abridme, hijitos, que vuestra querida mamá ha vuelto y ha traído del bosque comida para todos vosotros. 

Los cabritillos exclamaron: 

-Primero enséñanos la pezuña, para asegurarnos de que eres nuestra madre. 

Entonces el lobo enseñó su pezuña por la ventana y, cuando los cabritos vieron que era blanca, creyeron que lo que había dicho era cierto, y abrieron la puerta. Pero quien entró por ella fue el lobo. Los cabritos se asustaron y corrieron a esconderse. El mayor se metió debajo de la mesa; el segundo, en la cama; el tercero se escondió en la estufa; el cuarto, en la cocina; el quinto, en el armario; el sexto, bajo el fregadero, y el séptimo se metió en la caja del reloj de pared. Pero el lobo los fue encontrando y no se anduvo con miramientos. Iba devorándolos uno detrás de otro. Pero el pequeño, el que estaba en la caja del reloj, afortunadamente consiguió escapar. Una vez que el lobo hubo saciado su apetito, se alejó muy despacio hasta un prado verde, se tendió debajo de un árbol y se quedó dormido. 

Muy poco después volvió del bosque la vieja cabra. Pero ¡ay!, ¡qué escena tan dramática apareció ante sus ojos! La puerta de la casa estaba abierta de par en par; la mesa, las sillas y los bancos, tirados por el suelo; las mantas y la almohada, arrojadas de la cama, y el fregadero hecho pedazos. Buscó a sus hijos, pero no pudo encontrarlos por ninguna parte. Los llamó a todos por sus nombres, pero nadie respondió. Hasta que, al acercarse donde estaba el más pequeño, pudo oir su melodiosa voz: 

Mamaíta, estoy metido en la caja del reloj. 

La madre lo sacó de allí, y el pequeño cabrito le contó lo que había sucedido, diciéndole que había visto todo desde su escondite y que, de milagro, no fue encontrado por el lobo. La mamá cabra lloró desconsoladamente por sus pobres hijos. 

Luego, muy angustiada, salió de la casa seguida por su hijito. Cuando llegó al prado, encontró al lobo tumbado junto al árbol, roncando tan fuerte que hasta las ramas se estremecían. Lo miró atentamente, de pies a cabeza, y vio que en su abultado vientre, algo se movía y pateaba. «¡Oh Dios mío! -pensó-, ¿será posible que mis hijos vivan todavía, después de habérselos tragado en la cena?» Entonces mandó al cabrito que fuera a la casa a buscar unas tijeras, aguja e hilo. Luego ella abrió la barriga al monstruo y, nada más dar el primer corte, el primer cabrito asomó la cabeza por la abertura y, a medida que seguía cortando, fueron saliendo dando brincos los seis cabritillos, que estaban vivos y no habían sufrido ningún daño, pues el monstruo, en su excesiva voracidad, se los había tragado enteros. ¡Aquello sí que fue alegría! Los cabritos se abrazaron a su madre y saltaron y brincaron como un sastre celebrando sus bodas. Pero la vieja cabra dijo: 

-Ahora id a buscar unos buenos pedruscos. Con ellos llenaremos la barriga de este maldito animal mientras está dormido. 

Los siete cabritos trajeron a toda prisa las piedras que pudieron y se las metieron en la barriga al lobo. Luego la mamá cabra cosió el agujero con hilo y aguja, y lo hizo tan bien que el lobo no se dio cuenta de nada, y ni siquiera se movió. 

Cuando el lobo se despertó, se levantó y se dispuso a caminar, pero, como las piedras que tenía en la barriga le daban mucha sed, se dirigió hacia un pozo para beber agua. Cuando echó a andar y empezó a moverse, las piedras de su barriga chocaban unas contra otras haciendo mucho ruido. Entonces el lobo exclamó: 

¿Qué es lo que en mi barriga bulle y rebulle? Seis cabritos creí haber comido, 
y en piedras se han convertido. 

Al llegar al pozo se inclinó para beber, pero el peso de las piedras lo arrastraron al fondo, ahogándose como un miserable. Cuando los siete cabritos lo vieron, fueron hacia allá corriendo, mientras gritaban: 

-¡El lobo ha muerto! ¡El lobo ha muerto! 


Y, llenos de alegría, bailaron con su madre alrededor del pozo.

EL PODER DE AMARÚ

EL PODER DE AMARÚ



Dicen que en aquel tiempo hubo una sequía tan grande que murieron las plantas y desaparecieron hasta los líquenes y musgos bajo la fuerza del sol implacable. Al perecer los árboles, la tierra sin sombra se resquebrajaba provocando grietas profundas. Cuentan que hasta la flor de qantu, que se encuentra en los terrenos más áridos, sintió secarse sus pétalos. El último capullo que quedaba aferrado a la vida, no se animaba a abrirse por miedo a calcinarse en medio de tanta sequía y calor. Sin embargo no podía quedar cerrado mucho más tiempo, moriría sin nacer.
Así, con toda su pequeña fuerza de capullo pidió por su vida... y algo muy extraño sucedió: a medida que se abría, sus pétalos fueron transformándose en alas. Entonces, feliz y agitando todo su cuerpecito se desprendió de la planta calcinada convertido en colibrí.
Voló hacia la cordillera y llegó agotado hasta la laguna de Wacracocha. Sintió que sus alas ya no le respondían: si se detenía a beber, se ahogaría. Con un esfuerzo que excedía su pequeño cuerpo, siguió volando hacia la cumbre del Waitapallana. Tenía que cumplir con su objetivo, sino ¿de qué serviría el milagro de estar vivo? Finalmente, se posó agotado en la cima helada por el viento, y con su último hálito suplicó ternura y piedad al padre Waitapallana, para que salvara a la tierra que desaparecería a causa de la sequía.
Después de su acto heroico, el colibrí murió.
Waitapallana se sintió sumamente apenado al observar el paisaje devastado, la esterilidad de la tierra... Pero aún se percibía el aroma de la flor de qantu, de la última flor. Él amaba a estas flores que solían engalanar su vestimenta y su fiesta. Sufrió tanto al darse cuenta de que el final estaba cerca que dos lágrimas de dura roca resbalaron hasta la superficie de Wacracocha y, ante la conmndencia de tremenda congoja, las aguas se abrieron e hicieron temblar al mundo.
Pero no terminó allí el movimiento que asustó a todo ser que todavía quedaba vivo: el estruendo y las lágrimas de Waitapallana llegaron al fondo de la laguna y despertaron al amarú, que amodorrado descansaba enroscado a los pies de la cordillera con la cabeza apoyada en los bordes del espejo de agua. Todavía sin entender, comenzó a desperezarse mientras la tierra se movía violentamente. La laguna, agitada, dejó ver entre la espuma su cabeza de llama con ojos cristalinos y hocico rojizo, su cuerpo de serpiente alada y su cola de pez.
Totalmente despierta y furiosa por haber sido molestada, la serpiente se elevó en el aire opacando al sol con las llamas de ira que irradiaba su mirada.
¿Qué hacer? ¿Cómo defenderse de tan terrible amenaza? Miles de valientes guerreros con corazas y espuelas aparecieron como por arte de magia y se lanzaron a combatida. Así, la lucha fue desigual... el poder del amarú resultaba indescriptible: del hocico surgió una niebla espesa que fue a parar a los cerros, por los estrepitosos y violentos movimientos de sus alas comenzó a caer una lluvia en torrentes, de su cola de pez se desprendió el granizo y de los reflejos dorados de las bellas escamas nació el arco iris. Los guerreros perecían en "lUl acto tan heroico como el del colibrí: una cadena necesaria de acontecimientos. Sus muertes no eran en vano.
Así renació la vida cuando ya parecía extinguida, reverdeció la tierra y se llenaron de agua clara los puquíos. El amarú, satisfecho, descansó.
Los quechuas lo saben, todo está escrito en las escamas del amarú, las vidas, las cosas, las historias, las realidades y los sueños; es por eso que la serpiente alada siempre sabe lo que hace.




sábado, 26 de septiembre de 2015

LA LECHUZA BLANCA

LA LECHUZA BLANCA




Érase una vez un pequeño pueblo de humildes cabañas de madera, rodeado de inmensos bosques de majestuosos abetos. Era una época remota en el tiempo, cuando todavía las gentes se alumbraban con candiles de aceite y se transportaban a lomos de sus caballos o en sus carromatos de madera tirados por los fuertes músculos de sus apreciados caballitos. 

Caminando por entre sus callejuelas de tierra podíamos encontrarnos con el zapatero cosiendo los zapatos de cuero curtido, al herrero inundando las calles con el sonido del golpeteo de su martillo sobre el hierro incandescente o al panadero que regalaba unas mañanas de rico olor a hogaza de pan recien horneada, mientras el resto de habitantes cultivaban sus tierras y cuidaban de sus gallinas, cerditos, vacas y conejos, todo ello acompañado de las risas de los niños que correteaban jugando por todo el poblado al salir de la escuela.

En una de las cabañas, pequeñita y muy acogedora, vivía un pequeño niño llamado Jeremías. Jeremías era un niño timido y reservado, el cual escuchaba las risas de los niños desde su ventana con mirada melancólica y triste. ¿ Porque no sale a jugar con ellos ? te preguntarás, y es que Jeremías estaba malito de una pierna, había nacido con su pierna muy delgadita y débil y apenas podía caminar acompañado de unas rudimentárias muletas que su papa le había hecho con unos palos de madera. Todos los niños del pueblo se burlaban de él, cuando le veían eran crueles llamandole cuatro patas y riendose continuamente de su discapacidad. Jeremías poco a poco había ido alejandose de esos despiadados y había terminado confinandose en su casa, encerrado sin salir, ni siquiera para acudir a la escuela, bajo la triste mirada de sus padres, los cuales no podían hacer nada contra la falta de buen corazón de esos niños malcriados, viendo como su hijito estaba tan decaído que apenas quería comer.

Una noche, pasadas ya unas cuantas semanas de encierro en su humilde habitación de madera, estaba acostado sobre su camastro con colchón de paja y arropado por una linda colcha que su madre le había confeccionado con parches de tela vieja de muchos colores y texturas, y estaba a punto de dormirse, cuando de repente escuchó una extraña respiración en su ventana. Asustado, se tapo hasta la coronilla con su manta, creyendo que era un fantasma, temblando de miedo hasta quedarse dormido.

Pasaban los días y las semanas y Jeremías, sentado en una banqueta junto a la ventana, miraba hacia las calles del pueblo y los senderos del bosque a lo lejos, suspiraba por no poder correr y saltar, recordando muy apenado las burlas de sus compañeros. Apenas quería comer, estaba cada vez más débil y desnutrido, y sus papas preocupados pedían ayuda al médico del pueblo, el cual les decía que no podía hacer nada si el niño se negaba a ingerir alimentos, no había modo de obligarle, puesto que sus recursos en esos tiempos eran muy limitados. Sus padres, muy acongojados, temían por la vida de su hijo, viendole cada vez más consumido y apenas probando un solo bocado de comida.

Mientras tanto, cada noche, ese extrano sonido parecido a la respiración de algún ente sobrenatural se escuchaba en la ventana de Jeremías y este, cada vez más asustado, se escondía bajo las ropas de su cama.

Una noche, trás dos meses de estar afligido en su habitación, ya muy débil y delgaducho como un palito, estaba a punto de caer profundamente dormido cuando escuchó de nuevo ese sonido, y decidido a no soportar más ese temor sin averiguar qué era lo que atormentaba cada noche, hizo un esfuerzo, se levanto de su cama, y se dirigío a la ventana. Asomó la cabeza cautelosamente temblando de miedo y de repente vio algo blanco con unos enormes ojos negros que le miraban; casi dió un grito del susto cuando se dió cuenta de lo que era, ¡ una lechuza !.

La lechuza observaba atentamente a Jeremías y dijo:

- Hola, no tengas miedo de mi.

Jeremías, sorprendido de escuchar a la lechuza hablar, se quedo pasmado mirandola con los ojos más abiertos que el mismo animalito de ojazos negros.

De repente, la lechuza salto sobre el hombro de Jeremías y colocandole una de sus alas sobre la mejilla, le dijo.

Llevo tiempo observandote y se que estás muy entristecido y sin ganas de vivir por culpa de esos niños desalmados. Quiero preguntarte algo.

- Si dime - dijo el niño sobrecogido por lo que le estaba pasando

La lechuza bajo su ala acomodándola de nuevo sobre su emplumado cuerpo, y con tono suave y apacigüador le dijo:

- Me gustaría que me contaras que es lo que te gusta de esta vida que conoces, que es lo que te hace feliz.

Jeremias, trás unos segundos pensativo mientras hacia una mueca con su boca y se rascaba la cabeza intentando saber que responder a la pregunta finalmente alcanzó a decir:

- Me hace feliz los abrazos de mi mama. Me hace feliz cuando mi papa me levanta en volandas y me hace volar como un pájaro. Me gusta escuchar el canto de los pájaros y ver las ardillas saltar de rama en rama y sentarme a orillas del arroyo a ver nadar los renacuajos. Tambien suelo disfrutar mucho de mis charlas con el zapatero mientras él confecciona esos bonitos y comodos zapatos y me cuenta historias de palacio, ya que además de hacer el calzado de los habitantes del pueblo tambien se dedica a confeccionar botas para los soldados del Rey y los zapatos de toda la corte. Me gustan las tortitas que mi mamá me prepara por las mañanas con rica miel. Tambien me gusta escuchar el sonido de la lluvia en el tejado y la deliciosa sopa que prepara mi mamá en esos días de tormenta y ah ! - exclamó - me encanta estar al calor de la chimenea mientras mi mama me cuenta historias de duendes y hadas. 


- Cuantas cosas lindas y agradables te rodean ! - exclamo la lechuza dando un ligero saltito - eso es estupendo ! me has contado cosas muy hermosas.

Jeremías la miraba atento y curioso sin entender muy bien porque aquella lechuza blanca habladora había ido a visitarlo.

- ¿ Y que quieres ser de mayor ? - le pregunto la lechuza

- Quiero ser zapatero como el señor Tobias

La lechuza, tras un par de minutos en silencio, de repente se puso tiesa y estirada como un coronel y dijo con voz firme pero tranquilizadora:

- Jeremías, tu vida es hermosa, tienes unos padres que te aman, una casa confortable y acogedora, vives en un entorno precioso lleno de lindos animalitos y una naturaleza hermosa. Puedes sentir el calor del sol cada mañana, la caricia del viento, la suave lluvia y el olor a rocío por las mañanas cuando apenas los primeros rayos de Sol entran por tu ventana. Todo ello es lo más extraordinário que un niño pueda vivir y tu lo tienes, todo eso es para ti Jeremías. 


Jeremias eschuchaba en silencio y la lechuza siguió hablandole :

Has de ser fuerte y debes pensar en todas esas cosas buenas que tienes. Se que te sientes desdichado por no poder correr, pero no necesitas hacerlo para ser feliz. Tienes anhelos, sabes lo que quieres hacer en la vida y debes ser valiente y luchar por ello sin importarte más que aquello que te hace feliz.

- Pero... - balbuceo Jeremías - ¿y esos niños malos que se burlan de mí?

- Ellos son unos desdichados - respondió la lechuza - son niños vacios de espiritu que necesitan madurar y comprender que todos los seres humanos son iguales a pesar de sus diferencias físicas o ideológicas. Ellos algún día comprenderán que no está bien reirse de las otras personas y tu mientras tanto, querido niño, debes ignorarles y ser feliz con lo hermoso que te da la vida, con aquello que te hace disfrutar. Se feliz querido Jeremías, tienes todo a tu alzance para serlo.

La blanca lechuza acarició el rostro de Jeremías y sin decir una palabra más alzó el vuelo y se perdió en la oscuridad de la coche. Jeremías, conmovido, regreso a su cama y se quedó profundamente dormido.

Al día siguiente cuando apenas había asomado el sol saltó de la cama y abriendo la puerta de su habitación le exclamó a su madre:

- Mamá ! hazme unas ricas tortitas por favor !

Su mama, gratamente sorprendida, lo miró y si decir nada corrió a prepararle unas ricas tortas con miel.
Ese día, ya entrado el verano, Jeremías salió a la calle decidido a disfrutar de la vida sin importarle lo que esos niños estúpidos e inmaduros le dijesen y con la cabeza bien alta comenzó a andar por las calles del pueblo ayudado por sus muletas. Los niños, ya reunidos junto a la fuente, al verle pasar se quedaron mirandole mientras uno de ellos pareció que le iba a decir algo, seguramente nada bueno. Jeremías en ese instante se lo quedo mirando y dibujando una enorme sonrisa le dio la espalda y siguió caminando hacia la casa del señor Tobias dispuesto a pedirle que le enseñara el oficio de zapatero. Los niños, sorprendidos de observar la seguridad en si mismo y entereza de Jeremías mientras los ignoraba, se quedaron callados.

Fueron pasando los días y Jeremías se sentía cada vez más feliz y afortunado con todo lo bueno que tenía y un buen día, al pasar por la plaza, vió como los niños jugaban alrededor de la fuente y de repente uno de ellos cayó al suelo sobre un enorme charco de barro. Todos los niños se rieron a carcajadas de lo gracioso que estaba el niño lleno de barro hasta las orejas y Jeremías, acercandose a él y ofreciendole agrarrarse a una de sus muletas, le ayudó a ponerse en pie. Tanto Jeremias como el niño embarrado, se miraron el uno al otro y de repente echaron a reir a carcajadas divertidos por lo gracioso del momento junto a las carcajadas del resto de niños. Desde ese día Jeremías y toda la pandilla fueron amigos y núnca más se burlaron de él, pues habian comprendido que lo que le habían hecho a Jeremías era indeseable y no estaba nada bien.

Pasaron unos años y Jeremías se convirtió en un habilidoso zapatero reconocido por todo el pueblo, sucesor del bueno de Tobias y todos acudían a él a pedirle que les hiciera sus zapatos y ¡ hasta recibió la visita de un paje de palacio ! que, enviado por el Rey el cual conocía el buen trabajo de Jeremías, quería que hiciera los zapatos de la corte tal y como había hecho el buen señor Tobias.

Jeremías era muy pero que muy feliz y se sentía afortunado.
Una noche, descansando ya en su cama, vio pasar a la lechuza por delante de su ventana y levantandose fue hacia ella gritando:

-¡¡ Señora lechuza como me alegro de verla de nuevo !! 


La lechuza, voló dibujando un majestuoso circulo delante de su ventana y respondió :

- ¡ Me alegro de volver a verte de nuevo convertido ya en un hombretón y llevando una vida plena ! - y continuo diciendo - Mira todo lo que has conseguido siendo fuerte y valiente y sobre todo apreciando lo bueno que tenias y no dejandote vencer ! me alegro mucho por ti , suerte amigo ! - grito alejandose volando hacia el bosque mientras Jeremías le gritaba:

- Pero ¿ como te llamas? , ¡ no me dijiste tu nombre ! 


- Soy la lechuza blanca de la gratitut, la fuerza, la valentía y el coraje - respondió la lechuza sin mirar atrás - y me llaman Esperanza.

- ¡ Adios querida amiga ! le grito Jeremias mientras la despedia agitando su mano y una gran sonrisa de agradecmiento y afecto dibujada en sus labios.

Y así fue como Jeremías se convirtió en un buen hombre agradecido con lo bueno que le brindaba la vida sin importarle los malos momentos ni sus limitaciones a los que siempre les hizo frente con coraje y la cabeza bien alta.

El murciélago y el jilguero

El murciélago y el jilguero




Un jilguero encerrado en una jaula colgada en una ventana cantaba de noche. Oyo un murciélago desde lejos su voz, y acercándosele, le preguntó por qué cantaba sólo de noche.
-- No es sin razón -- repuso -- porque de día cantaba cuando me atraparon, pero desde entonces aprendí a ser prudente.
-- ¡ Pues no es ahora cuando debías serlo, pues ya estás bien enjaulado, sino debió haber sido antes de que te capturaran ! -- replicó el murciélago.
  
La prudencia es para vivirla antes de caer en el error, no para después de la desgracia.

LA VIEJA DIABLA

LA VIEJA DIABLA



LEYENDA QUECHUA
Ocurrió que dos pequeños hermanos, una niña y un varón, fueron enviados por sus padres a buscar leña. Avanzaban alegres mientras recolectaban troncos y ramas para el hogar. De repente, visualizaron a lo lejos un cúmulo blanco. Pensaron que se trataba de leña, pero al acercarse se desilusionaron frente a un montón de huesos de caballo.
Los hermanos continuaron la tarea por el camino. Nuevamente se abalanzaron hacia un conjunto blanco, pero tristes descubrieron que se trataba de cañas de bambú. Siguieron buscando hasta que cayó la noche. Sentían miedo y frío, hasta dudaron de su propia capacidad para retornar al hogar: estaban perdidos.
Avanzaron hasta la luz que provenía de una cueva. -Hola -dijo una anciana-  ¿A qué debo su visita?
Los niños le relataron lo sucedido, le confesaron que tenían temor, hambre y frío, y le rogaron que los albergara por esa noche.
La anciana aceptó y les ofreció papas y carne asada, pero les sirvió piedras y pulpa de sapo. Ubicó al niño en un rincón para dormir y ella permaneció junto a la niña rolliza y sonrosada.
Al día siguiente, el niño buscó, sin éxito, a su hermana. La vieja le contó que había ido hasta el pozo para traer agua. Le alcanzó una calabaza y le pidió que también fuera allí.
Al llegar, encontró, en vez de su hemana, a un pequeño sapo, que le dijo:
-Eso no es una calabaza, es su cabeza. Es la calavera de tu hermana donde llevas el agua. La vieja se la comió durante la noche. Croac, croac, croac. La anciana es bruja, diablo y duende; no regreses a su cueva.
A lo lejos se acercaba la vieja bruja, insaciable, con más hambre de niño. Asustado, logró llegar a su casa y contó todo. Sus padres decidieron ir por la pequeña hermana.
Ni vieja, ni cueva, ni hermana pudieron encontrar.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

LA VIEJA DEL BOSQUE

LA VIEJA DEL BOSQUE




Cuento de Hans Chistian Andersen

Una pobre criada cruzaba cierto día un bosque acompañando a sus amos, y hallándose en lo más espeso, salieron de entre la maleza unos bandidos, que los asesinaron a todos menos a la muchacha, la cual, asustada, había saltado del coche para ocultarse detrás de un árbol. Cuando los bandoleros se hubieron alejado con el botín, salió ella de su escondrijo y contempló aquella enorme desgracia. 
Echándose a llorar amargamente, dijo:

"¡Qué voy a hacer ahora, desdichada de mí! No sabré salir del bosque, en el que no vive un alma. Habré de morir de hambre."

Y, por más que corrió de un lado a otro buscando un camino, no pudo hallar ninguno.

Al anochecer sentóse al pie de un árbol y encomendóse a Dios, firmemente decidida a quedarse allí, pasara la que pasara.

Al cabo de un rato llegó volando una palomita blanca, con una llavecita de oro en el pico. Depositándola en su mano, le dijo:

- ¿Ves aquel gran árbol de allá? Tiene una cerradura; ábrela con esta llave. Dentro encontrarás comida en abundancia, y no tendrás que sufrir hambre.

Dirigióse la muchacha al árbol, lo abrió y encontró dentro una escudilla llena de leche, y pan blanco en tal abundancia que no pudo comérselo todo. Una vez estuvo satisfecha, dijo: "Es la hora en que las gallinas suben a su palo. Me siento tan cansada que también yo me acostaría con gusto en mi cama."

He aquí que volvió la palomita con otra llave de oro en el pico:

- Abre aquel otro árbol - díjole -. Encontrarás en él una cama.

Y, en efecto, al abrirlo apareció una hermosa y blanda camita. La joven rezó sus oraciones, pidiendo a Dios Nuestro Señor que la guardase durante la noche; seguidamente se metió en el lecho y se durmió. A la mañana siguiente apareció por tercera vez la palomita y le dijo:

- Abre aquel árbol de allí y encontrarás vestidos - y, al hacerlo, salieron vestidos magníficos, adornados con oro y pedrería, dignos de la más encumbrada princesa. Y la muchacha vivió allí una temporada, presentándose la palomita todos los días para atender las necesidades de la muchacha.

Y era de verdad una vida buena y tranquila.

Pero un día le preguntó la paloma:

- ¿Quieres hacer algo por mí?

- Con toda mi alma - respondió la muchacha. Díjole entonces la palomita:

- Te llevaré a una casa muy pequeña. Entrarás y, junto al hogar, estará sentada una vieja que te dirá: "Buenos días." Pero tú no respondas, haga lo que haga, sino que te diriges hacia la derecha, donde hay una puerta. La abres, y te encontrarás en un aposento con una mesa, sobre la cual verás un montón de anillos de todas clases. Los hay magníficos, con centelleantes piedras preciosas; pero déjalos. Busca, en cambio, uno muy sencillo que ha de estar entre ellos. Cógelo y tráemelo lo más rápidamente que puedas.

Encaminóse la muchacha a la casita y entró. Allí estaba la vieja, que, al verla, abriendo unos ojos como naranjas, le dijo:

- Buenos días, hija mía.

Pero ella no respondió y se dirigió a la puerta.

- ¿Adónde vas? - exclamó la vieja, reteniéndola por la falda -. Ésta es mi casa, y nadie puede entrar sin mi permiso.

Pero la muchacha no abrió la boca, y soltándose de una sacudida, entró en la habitación. Sobre la mesa había una gran cantidad de sortijas que brillaban y refulgían como estrellas. Esparciólas todas buscando la sencilla; mas no aparecía por ninguna parte. Mientras estaba así ocupada, vio que la vieja se escabullía con una jaula que encerraba un pájaro. Corriendo a ella, quitóle de la mano la jaula. El pájaro tenía en el pico el anillo que buscaba. Apoderóse de él y se apresuró a salir de la casa, pensando que acudiría la palomita a buscar la sortija: pero no fue así. Apoyóse entonces en un árbol, dispuesta a aguardar la llegada de la paloma, y, mientras estaba de tal guisa, parecióle como si el árbol se volviera blando y flexible, y bajara las ramas. Y, de pronto, las ramas le rodearon el cuerpo y se transformaron en dos brazos, y, al volverse ella, vio que el árbol era un apuesto doncel que, abrazándola y besándola, le dijo:

- Me has redimido y librado del poder de la vieja, que es una malvada bruja. Me había transformado en árbol, y todos los días me convertía por dos horas en una paloma blanca, sin que pudiese yo recobrar la figura humana mientras ella estuviese en posesión del anillo.

Quedaron desencantados al mismo tiempo sus criados y caballos, todos ellos transformados también en árboles, y todos juntos se marcharon a su reino, pues se trataba del hijo de un rey. Allí se casaron la muchacha y el príncipe, y vivieron felices. 


DEL ZORRO Y LA CHUÑA

DEL ZORRO Y LA CHUÑA




Para el aborigen el zorro es un animal astuto y por ello temido debido a que nunca sabe si su astucia será para bien o para mal, por eso cada vez que se le dice a una persona ¡Sos un zorro! hace referencia a esta característica.
Esta historia comenzó cuando en el Chaco hubo un largo período de sequía y grandes calores, por lo tanto el agua escaseaba debido a esto en los lugares que había un charco su dueño lo protegía y en este caso era una chuña la dueña absoluta de la aguada.
Un sediento zorro observaba el charco pero conociendo el carácter de la chuña dudaba de acercarse; pero la sed era más grande y venciendo su temor se acercó lo más simpático que pudo y le rogó que le dejara beber. La chuña recordando muchas picardías que el zorro le hizo a ella y sus parientes, le dijo que no y lo desafió a una carrera, el primero en llegar se adueñaría del charco. Como el zorro no vio dificultad en ganarle aceptó.
Cuando estaban en posición, el zorro sabiendo lo cansado que se sentía saltó antes que la chuña impartiera su voz de largada, pero la chuña con grandes zancadas llegó antes, esto no le gustó al zorro, e igual quiso beber, empujó a la chuña, y se produjo así un enfrentamiento entre ellos; en un momento de la pelea la chuña le dio una patada que lo hizo dar una vuelta por el aire cayendo sentado arriba de un tronco de un árbol quedando aprisionado por su parte trasera, los gritos de dolor y de angustia no mortificaron a la chuña ni a otros animales del bosque debido a que conocían las mañas del zorro, pensaron que seguramente era otra de sus zorrerías.
Ya habían pasado cuatro o mas días cuando el zorro vio acercarse un remolino y con lo que le quedaba de voz le pidió ayuda (el remolino es un duende que viene dando vueltas y vueltas) el duende se acercó al zorro y recordando, aunque parezca extraño, que en el pasado este le prestó ayuda; lo liberó.
Lo primero que hizo el zorro fue comer todo lo que encontraba en su camino; chañar, mistol que abundaban en esta temporada, pero muy afligido veía que todo lo que comía no era retenido, se le caía por atrás. De nuevo angustiado pidió a gritos que alguien lo ayudara. Todos oyeron su lamento, pero nadie se atrevía a acercarse a él, solamente lo hicieron las "rubiecitas" -avispitas doradas- (descendientes del pueblo que no conoció el mal) le taparon su parte trasera con cera fabricada por ellas, el zorro probo de nuevo alimentarse y al ver que retenía las frutas agradeció a las rubiecitas pero cuando quiso hacer sus necesidades hizo un pequeño esfuerzo y cayó toda la cera, encontrándose en la misma situación.
Volvió a pedir ayuda y esta vez fue a la "boquilla de barro" -avispas negras del árbol- (descendientes del pueblo que no conoció el mal) que lo ayudaron, taparon con barro la parte afectada; el zorro probó algunas frutas y haciendo un esfuerzo vio que su parte trasera resistía, esto lo llenó de confianza y comenzó a comer abundantemente hasta quedar satisfecho, pero cuando quiso hacer su necesidad no pudo debido a que la boquilla de barro se olvidó de hacer un agujerito.
Los días pasaban y la panza del zorro estaba a punto de explotar, este se revolcaba de dolor, en esta ocasión todos los animales y pájaros querían ayudar pero no sabían como, fue entonces que se presentó el pájaro carpintero con su poderoso pico ofreció darle la solución al zorro, haciéndole una abertura para aliviarlo de su dolor.
Al saberse esto todos los pájaros acudieron al lugar (en esa época todos los pájaros eran grises, ninguno tenía color).
El carpintero presto a iniciar su tarea miró a su alrededor y vio a pájaros de todas las especies que comenzaron a rodearlo y preocupado por lo que pudiera pasar pidió que se alejaran, pero ellos curiosos no le prestaron atención.
Entonces comenzó con su tarea, cuando estaba a punto de terminar volvió a insistir que se alejaran pero nadie le hizo caso, de pronto se oyó una gran explosión y el producto del zorro manchó a todos, el primer pintado fue el propio carpintero, la sangre manchó su cabeza de allí su copete rojo, todos, por igual fueron salpicados, las más tímidas, las palomitas, que estaban un poco mas alejadas del lugar; solo sus patitas fueron salpicadas por un poco de sangre, por eso siguen siendo grises como su antiguo color.
Debido a este hecho los pájaros obtuvieron sus colores.

Hasta el día de hoy en nuestra comunidad cuando se acerca un pajarito por sus colores sabemos si es curioso o no.