LA VIEJA DEL BOSQUE
Cuento
de Hans Chistian Andersen
Una
pobre criada cruzaba cierto día un bosque acompañando a sus amos, y hallándose
en lo más espeso, salieron de entre la maleza unos bandidos, que los asesinaron
a todos menos a la muchacha, la cual, asustada, había saltado del coche para
ocultarse detrás de un árbol. Cuando los bandoleros se hubieron alejado con el
botín, salió ella de su escondrijo y contempló aquella enorme desgracia.
Echándose
a llorar amargamente, dijo:
"¡Qué
voy a hacer ahora, desdichada de mí! No sabré salir del bosque, en el que no
vive un alma. Habré de morir de hambre."
Y,
por más que corrió de un lado a otro buscando un camino, no pudo hallar
ninguno.
Al
anochecer sentóse al pie de un árbol y encomendóse a Dios, firmemente decidida
a quedarse allí, pasara la que pasara.
Al
cabo de un rato llegó volando una palomita blanca, con una llavecita de oro en
el pico. Depositándola en su mano, le dijo:
-
¿Ves aquel gran árbol de allá? Tiene una cerradura; ábrela con esta llave.
Dentro encontrarás comida en abundancia, y no tendrás que sufrir hambre.
Dirigióse
la muchacha al árbol, lo abrió y encontró dentro una escudilla llena de leche,
y pan blanco en tal abundancia que no pudo comérselo todo. Una vez estuvo
satisfecha, dijo: "Es la hora en que las gallinas suben a su palo. Me
siento tan cansada que también yo me acostaría con gusto en mi cama."
He
aquí que volvió la palomita con otra llave de oro en el pico:
-
Abre aquel otro árbol - díjole -. Encontrarás en él una cama.
Y,
en efecto, al abrirlo apareció una hermosa y blanda camita. La joven rezó sus
oraciones, pidiendo a Dios Nuestro Señor que la guardase durante la noche;
seguidamente se metió en el lecho y se durmió. A la mañana siguiente apareció
por tercera vez la palomita y le dijo:
-
Abre aquel árbol de allí y encontrarás vestidos - y, al hacerlo, salieron
vestidos magníficos, adornados con oro y pedrería, dignos de la más encumbrada
princesa. Y la muchacha vivió allí una temporada, presentándose la palomita
todos los días para atender las necesidades de la muchacha.
Y
era de verdad una vida buena y tranquila.
Pero
un día le preguntó la paloma:
-
¿Quieres hacer algo por mí?
-
Con toda mi alma - respondió la muchacha. Díjole entonces la palomita:
-
Te llevaré a una casa muy pequeña. Entrarás y, junto al hogar, estará sentada
una vieja que te dirá: "Buenos días." Pero tú no respondas, haga lo
que haga, sino que te diriges hacia la derecha, donde hay una puerta. La abres,
y te encontrarás en un aposento con una mesa, sobre la cual verás un montón de
anillos de todas clases. Los hay magníficos, con centelleantes piedras
preciosas; pero déjalos. Busca, en cambio, uno muy sencillo que ha de estar entre
ellos. Cógelo y tráemelo lo más rápidamente que puedas.
Encaminóse
la muchacha a la casita y entró. Allí estaba la vieja, que, al verla, abriendo
unos ojos como naranjas, le dijo:
-
Buenos días, hija mía.
Pero
ella no respondió y se dirigió a la puerta.
-
¿Adónde vas? - exclamó la vieja, reteniéndola por la falda -. Ésta es mi casa,
y nadie puede entrar sin mi permiso.
Pero
la muchacha no abrió la boca, y soltándose de una sacudida, entró en la
habitación. Sobre la mesa había una gran cantidad de sortijas que brillaban y
refulgían como estrellas. Esparciólas todas buscando la sencilla; mas no
aparecía por ninguna parte. Mientras estaba así ocupada, vio que la vieja se
escabullía con una jaula que encerraba un pájaro. Corriendo a ella, quitóle de
la mano la jaula. El pájaro tenía en el pico el anillo que buscaba. Apoderóse
de él y se apresuró a salir de la casa, pensando que acudiría la palomita a
buscar la sortija: pero no fue así. Apoyóse entonces en un árbol, dispuesta a
aguardar la llegada de la paloma, y, mientras estaba de tal guisa, parecióle
como si el árbol se volviera blando y flexible, y bajara las ramas. Y, de
pronto, las ramas le rodearon el cuerpo y se transformaron en dos brazos, y, al
volverse ella, vio que el árbol era un apuesto doncel que, abrazándola y
besándola, le dijo:
-
Me has redimido y librado del poder de la vieja, que es una malvada bruja. Me
había transformado en árbol, y todos los días me convertía por dos horas en una
paloma blanca, sin que pudiese yo recobrar la figura humana mientras ella
estuviese en posesión del anillo.
Quedaron
desencantados al mismo tiempo sus criados y caballos, todos ellos transformados
también en árboles, y todos juntos se marcharon a su reino, pues se trataba del
hijo de un rey. Allí se casaron la muchacha y el príncipe, y vivieron
felices.
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