lunes, 27 de abril de 2015

EL ORIGEN DEL PICAFLOR

EL ORIGEN DEL PICAFLOR




Leyenda Mapuche
Cerca del lago Paimún, oscuro y silencioso como un estanque, donde el tiempo se amansa junto con la corriente, vivían hace mucho tiempo dos hermanas: Painemilla y Painefilu. Las dos eran jóvenes y hermosas, y un día un gran jefe extranjero se enamoró de Painemilla. La muchacha y el inca se casaron y se fueron a vivir a su hermoso palacio de piedra, construido en la cercana montaña de Litran-Litran.
Pronto Painemilla supo que esperaba un hijo, y el inca convoco a los sacerdotes para que hicieran sus profecías. Uno de ellos dijo que nacerían un varón y una mujer, y que los dos, en señal de distinción, tendrían en el pelo una hebra de oro.
Como se acercaba el momento del nacimiento y el inca tenia que viajar a sus tierras del norte, Painemilla le pidió a Painefilu que subiera al palacio para hacerle compañía. Así se reencontraron las dos hermanas, pero las cosas ya no fueron como antes, Painefilu sentía una envidia inconfesable de Painemilla, de su vida que parecía tan fácil, tan plácida, colmada de abundancia y de amor... Odiaba su facilidad para hacerse querer y su aparente ignorancia de los malos sentimientos... le dolía verla acariciar distraídamente su vientre que crecía, mientras se sentaba  a tejer o a trenzar los Kupulhues, y sola, durante muchas noches, no pudo pensar en otra cosa más que en los ojos amantes con que el inca había mirado a su hermana al despedirse.
Painefilu trataba de disimular sus sentimientos y cuidaba mucho a Painemilla, pero sentía que el mundo se achicaba a su alrededor, que el corazón se le volvía pesado y duro y que ya no podía levantar la cabeza para mirar a nadie a los ojos.
Con el nacimiento pareció enloquecer: convenció a su hermana de que había parido una pareja de perritos y escondió a los hermosos mellizos que habían recibido en sus brazos. Hizo fabricar un cofre, acomodo en él a los bebes y mando que lo arrojaran en la zona más correntosa el lago Huechulafquen. En el palacio Painemilla lloraba espantada, mientras amamantaba a dos perritos.
Cuando el inca estuvo de vuelta, no hubo manera de que perdonara a su mujer. Furioso, dando enormes pasos que resonaban sobre las piedras del piso, con su mano alzada como para castigarla, echo a Painemilla, la mando a vivir a la cueva de los perros e hizo matar a los cachorritos. Painefilu, sombría, siguió viviendo en el palacio, cada vez mas callada, como si todo lo que había pasado pudiera tragárselo el silencio.
El agua del Huechulafquen se abrió para recibir el cofre donde dormían los hijos de Painemilla y sé cerro sobre el cubriéndolo de espuma. Pero la caja se asomo unos metros mas allá y se mantuvo milagrosamente a flote, oscilando entre las olas, nadando en círculos en los remansos, atascándose a veces entre las piedras y las plantas de la orilla... dicen que Antü, el padre Sol, desde le cielo, descubrió el cofre por el brillo de su cerradura de oro y decidió protegerlo, dándole calor o sombra según lo necesitara... hasta que, cierto día, un hombre viejo que pasaba junto al lago vio el cajoncito brillante, muy cerca de la costa, entonces lo saco del agua y se lo llevo a su casa, admirado de su hermosa cerradura dorada, pero no lo abrió enseguida porque era la hora de comer y no quería hacer esperar a su vieja esposa.
La pareja comía su chaskiñ cuando escucho unos sonidos extraños, como el entrechocar de huesos, que provenían del cofre. Lo abrieron con cuidado y encontraron a los rubios mellizos de hermosos cabellos entre los cuales se destacaba, mas largo y brillante, un pelo de oro.
Los viejos mapuches se asombraron mucho de los recién nacidos, que se pusieron a crecer ostensiblemente apenas los alzaron del cajón. Y los criaron con amor, aun sabiendo que nunca serian como ellos esos extraños y hermosos niños que nunca comían, y que, sin embargo, se hacían tan grandes como hijos de dioses.
Un día, mientras el inca paseaba tristemente por las inmediaciones del lago, pensando, como siempre, en que era un padre sin hijos, un esposo sin esposa y en que nunca comprendería bien por que, vio a los mellizos que jugaban junto al bosque. Le atrajeron de inmediato esos chicos solitarios, un niño y una niña, que tendrían la edad de los suyos si estos hubieran sido humanos como se esperaba... quiso conversar con ellos y, al acariciar la cabeza del varón, sintió en su palma el pelo de oro. Y de esa manera, en un instante, los tres se reconocieron. Pero el muchachito enfrento al inca con violencia:
- ¡No podemos llamarte padre! Echaste a mama del palacio. Pasa frío y hambre entre los perros. Se abriga con un cuero pelado y tiene que disputarle la comida a los animales. Era una reina y vive peor que un perro, porque piensa y recuerda... Te repito: no podemos llamarte padre.
Conmocionado, el inca mando que llevaran a los mellizos al palacio de Litrán. Una vez allí, su hijo volvió a increparlo:
- ¡Queremos ver a mama ahora mismo! No nos quedaremos ni un minuto si no la liberan y le devuelven el respeto que se merece. Si no es así, te juro que no mandaras por mucho tiempo.
El inca obedeció, y así fue como Painemilla y sus hijos se reunieron, se conocieron y no se separaron nunca más.
De Painefilu, la traidora, se vengaron sus propios sobrinos. La ataron, la empujaron afuera del palacio y la obligaron a sentarse sobre una roca. Entonces el muchacho sacó un objeto que tenía guardado, alzó hacia el sol la pequeña piedra transparente y rogó:
- ¡Ayúdame, Antü! ¡Que todo tu calor atraviese mi piedra mágica! ¡Que se convierta en rayo, en antorcha, en la llama más azul, para destruir a Painefilu!
El prodigio se cumplió, y de Painefilu solo quedo un montón de cenizas. Pero un pedacito de su corazón no alcanzo a quemarse, y cuando llego el viento a dispersar los vestigios, de entre el remolino ceniciento salió volando un pajarito tornasolado.
Era el pinsha, el picaflor, que según los mapuches predice la muerte, que vive inquieto y triste como Painefilu. No se posa en las ramas ni roza con sus alas el follaje como los otros pájaros; tiembla, tiembla de miedo constantemente y, como si esperara un castigo, se esconde en cavernas oscuras o se aferra con desesperación a los acantilados.



domingo, 26 de abril de 2015

EL ENANO DE UXMAL

EL ENANO DE UXMAL



Leyenda maya
En la aldea de Kabán vivía una vieja con fama de bruja. Cierta vez encontró un huevo pequeñito y llena de alegría lo guardó en un sitio tibio y oscuro. Todos los días lo sacaba para contemplarlo y acariciarlo. Y sucedió que después de varias semanas, el huevo se abrió y nació un niño. La bruja lo arrulló, pero como no podía alimentarlo buscó una mujer recién parida. Vino la mujer y amamantó al niño como si fuera su propio hijo. Al ver tanta ternura la bruja le dijo:
    -De hoy en adelante tú serás la madre y yo seré la abuela.
    El niño creció un palmo y no más y, en poco tiempo, cambió de aspecto; tuvo barba y se le hizo grande la nariz. Era, pues, un enano. 
    Cuando la bruja se dio cuenta de esto, quiso más a la criatura.
    Como la mayor parte del tiempo la bruja permanecía junto al fogón, el enano sospechó que algún misterio guardaba aquel sitio y así se propuso averiguarlo. En un descuido de la bruja, hurgó en la cenizas y tropezó con un tunkul [instrumento de percusión hecho con un tronco hueco]. En cuanto lo tuvo en sus manos, lo golpeó y su sonido se oyó a mucha distancia. Al oír tal ruido, la bruja vino, se acercó a su nieto y le dijo:
    -Lo que has hecho ya no tiene remedio. Pero te digo que no pasará mucho tiempo sin que sucedan cosas que llenarán de espanto a la gente y tú mismo te verás envuelto en sus consecuencias. 
    El enano contestó:
    -Yo no soy viejo y las veré.
    La bruja replicó:
    -Yo soy vieja y las veré también.
    El rey de Uxmal y sus consejeros sabían que el ruido de aquel tunkul anunciaba el fin del reinado; pero éstos, por no afligir a su señor, le dijeron:
   -Lucha contra tu destino
    -¿Cómo?-preguntó el rey.
    -Busca al que tocó el tunkul; acaso de sus labios oigas la verdad que necesitas.
    El rey ordenó que sus guardias salieran en busca del que tocó el tunkul; y después de mucho andar, lo hallaron y lo trajeron al palacio. Al ver al enano el rey le dijo:
    -¿Qué anuncia el ruido de ese tunkul?
   -Tú lo sabes mejor que yo-contestó el enano.
    -¿Me puedo librar de que se cumpla la profecía?-pregunto el rey.
    -Manda hacer un camino que vaya de Uxmal a Kabán y cuando esté listo volveré y entonces te daré mi respuesta-dijo el enano.
    El camino quedó hecho en poco tiempo y por él vinieron el enano y la bruja. Entonces el rey preguntó al enano:
    -¿Cuál es tu respuesta?
    -La sabrás si resistes la prueba que te pondré.
    -¿Cuál es?
    -Que en tu cabeza y la mía se rompa un cocoyol [fruto de hueso muy duro].
    -Está bien, pero tú sufrirás la primera prueba-dijo el rey
    -Acepto, si así lo deseas.
    Se acercó el verdugo y colocó sobre la cabeza del enano un cocoyol y descargó un golpe . El enano sacudió la melena y se levantó sonriendo. Entonces el rey, en el silencio, se quitó el manto y subió al cadalso y el verdugo le colocó un cocoyol en la cabeza. Al primer golpe el rey quedó muerto.
    En el acto el enano fue proclamado rey de Uxmal y ese mismo día la bruja lo llamó y le dijo:
    -Ya eres rey. Sólo esto esperaba para morir. No me llores porque mi muerte no es cosa de dolor. Cumple con la justicia que aprendiste de mí. Oye el consejo de todos y sigue el mejor. No le tengas miedo a la verdad aunque sea amarga. Sé antes benigno que justo. Destierra de tu corazón la venganza. Acata la voz de los dioses pero no seas sordo a la de los hombres. No desdeñes a los humildes y no te confíes, ciego, en los poderosos.
    Por un tiempo el enano siguió los consejos de la bruja y la felicidad se extendió por el reino. Pero con los años cambió de espíritu, cometió injusticias, se volvió tirano y tanto creció su orgullo que un día dijo a sus consejeros:
    -Haré un dios más poderoso que todos los dioses que nos rigen.
     Y en seguida mandó hacer una estatua de barro y la puso sobre una hoguera y con el fuego se endureció y vibró como si fuera campana. Entonces el pueblo creyó que la estatua hablaba y la adoró. Por esta herejía, los dioses destruyeron Uxmal.

  

LAS NOVIAS A PRUEBA

LAS NOVIAS A PRUEBA


Había una vez un pastor joven que deseaba mucho casarse, y conoció a tres hermanas que eran todos igualmente bonitas, de modo que le era muy difícil a él hacer una opción, y no podía decidir dar la preferencia a cualquiera de ellas. 
Entonces él pidió a su madre el consejo, y ella le dijo, 
-"Invita a las tres a casa, sírveles un poco de queso y observa como cada una de ellas lo comen."- 
El joven lo hizo así, y llegado el día; la primera ingirió el queso con todo y la corteza.
La segunda cortó tan de prisa la corteza del queso, que dejó mucho queso bueno pegado, y lo tiró a la basura.
La tercera peló la corteza con cuidado, y no cortó, ni mucho, ni demasiado poco, aprovechando el máximo del queso. 

El pastor contó todo esto a su madre, quien dijo, 
-"Toma a la tercera para ser tu esposa."-

El pastor la seleccionó, y vivió felizmente con ella.

sábado, 25 de abril de 2015

EL RÍO DE LAS LÁGRIMAS Y SU BALSA

EL RÍO DE LAS LÁGRIMAS Y SU BALSA


Leyenda araucana

Un viejo indio cuenta:
-Que el cuerpo puede separarse del alma, como decían nuestros antepasados, lo prueba algo que me sucedió hace años.
Una noche, cuando estaba enfermo, sentí que una bruja joven, recién iniciada en los secretos de la magia por la hechicera más anciana de la tribu, con largo tiempo de aprendizaje y avezada ya a los dolores, entre muchas de las ceremonias que vienen al caso, me había despojado de la barba y el cabello de la parte superior del cráneo. Lo hizo con todo el arte de la hechicería, tal como se les enseña en las Salamanqueras a los discípulos.
Por la mañana, yo estaba totalmente pelado y convencido de que la bruja lo había hecho para experimentar sus artes mágicas con mis cabellos: y resultó que se trataba de una huinka rubia, enemiga mía y de nuestra tribu.
Dada la vergüenza sufrida y mi impotente ira, me sentí más enfermo aún. En cierta ocasión, durante un día de sol, me pareció que mis dos hermanos, que ya se habían ido al mundo de los muertos, me llamaban insistentemente a gritos, pidiendo que me marchara con ellos; tanto que sentí anhelos de desprenderme de la vida para seguirlos y que ese deseo crecía en tal forma que me consumía. Quise, ardientemente, convertirme en espíritu, en alma.
Con ese designio iba en cierta ocasión, muy avanzada la tarde, a un paraje de nuestra boscosa cordillera, bien pertrechado con una soga de cuero. Busqué un árbol de rama muy fuerte, pero no lo encontré.
De improviso, me pareció haber hallado la boca de una cueva, que nunca había visto aún y que debía ser por consiguiente de los Salamanqueros, el gremio de las brujas. Creo poder asegurar que la cueva estaba cerca del "Rincón de Paila-kura", sobre la laguna azul, ubicación del arroyo Pukara, llamado también "Norithué" o N'onthué. Sobre esa roca, según dicen, había puesto "Fücha-Huentru", el creador de la tierra, su mano cansada, tanto que quedó la huella de sus cinco dedos.
Después de penetrar por la boca de la cueva y de avanzar a lo largo de amplias galerías llenas de brillo y resplandor, aunque no había sol, me encontré de pronto y sin haber visto a nadie frente a una escalera que llevaba abajo: lo cual hacía suponer que, por ella, se podía llegar hasta lo más profundo de la tierra.
Fui descendiendo durante horas y más horas, hasta que finalmente debí volver mi rostro hacia la escalera para no marearme demasiado y no perder el equilibrio.
Delante de mí, parecía abrirse un abismo oscuro y profundo: y sólo me infundía valor una llama que ardía allá abajo.
Por fin, sentí el duro suelo bajo mis pies y vi claramente que estaba a orillas de un río. Allí, me cerró el paso un guardián y me preguntó:
-¿Qué buscas aquí? ¿Eres todavía un vivo o ya estás muerto? ¿A qué clase de gente perteneces? ¿Por qué no llevas contigo a un perro negro? ¡Habla!
Era el "N'ontufe", el balsero, quien hablaba así conmigo.
Le respondí y luego le pedí que me "balseara", a lo cual me contestó:
-No. Porque si te llevo al otro lado del río, jamás podrás volver a la superficie de la tierra. Porque este río se llama "Killei-hue", arroyo de lágrimas y nadie lo atraviesa dos veces. ¿Tienes algún mensaje para los ya idos?
Mientras yo hablaba con aquel espíritu, mi alma, separada del cuerpo, veía surgir entre árboles en flor a mis dos hermanos, que del otro lado del río me hacían señas.
Imité sus señas; y al notar esto, el "N'onthue" me dijo:
-¿Quieres que acabe ya tu vida o tienes aún obligaciones en el mundo?
A lo cual, le contesté:
-Como mis dos hermanos tenían más edad que yo, quisiera vivir aún tanto como ellos vivieron: pero quiero hacerles preguntas primero y pedirles consejo.
Mientras tanto, yo miraba el valle de los ya idos, infinitamente grande y espacioso. Allí, todo era verdor, todo estaba esmaltado de flores; los árboles se hallaban grávidos de frutas y flores y en el hermoso jardín se recreaban mansos animales. Pero me extraña, sin embargo, que yo no sintiera aún deseos de vivir allí.
Cuando el hombre espíritu me preguntó si quería hablar con mis hermanos, le dije que sí, a lo cual repuso:
-Apenas hayas hablado una sola palabra con tus hermanos, ya no te será permitido subir a la tierra.
Ellos te dirán que la vida es aquí tan hermosa que el cuerpo sólo es un peso que se deshace y te quedarás gustosamente. Sin alejarse de mí y sin dirigirse a nadie, dijo luego el balsero:
-Tus hermanos te mandan saludos y te aconsejan que hables con tu otro hermano que vive aún, y que vayas con él a caballo a ver a la maga que tiene su ruka en la Vega de Maipú, cerca de la cascada. La maga está en combinación con tus hermanos, que por su intermedio te quieren ayudar para que vuelvas a tener salud y todo lo que te han quitado; y también la alegría de vivir sin temer la muerte. Fue ese miedo el que te impidió hallar en el bosque la rama alta y fuerte.
Al mismo tiempo, me asieron manos invisibles que me subieron cada vez más arriba, sin que tuviera necesidad de realizar esfuerzo alguno, mientras la luz se acrecentaba a mi alrededor.
Cuando volví a mi casa y tomé posesión de mi cuerpo nuevamente, sabiendo que mi familia me creía ya sin vida, les referí todo y les dije que abajo la vida era mucho más bella que sobre la tierra: que existían prados sin nieve, colinas suaves con arboledas, plantas con frutos maduros y al propio tiempo en flor; ríos y arroyuelos por doquier, con toda clase de peces; animales salvajes para cazar y también leones y avestruces. Les hablé del Mapu, la tierra hermosa, donde nunca falta de comer ni de beber y donde todos los días son de fiesta y descanso.
Mi hermano me interrumpió, diciendo:
-¿No tenías que ir a caballo inmediatamente a la Vega de Maipú, para ver a la maga? Ahora, mis hermanos me han dado orden de acompañarte.
Hicimos una larga travesía a caballo, porque desde Kila-kina hasta la Vega de Maipú medía un largo trecho. Cuando ya estábamos cerca de la ruka, mi hermano me dijo:
-Desde aquí, seguiré mi viaje solo. Los espíritus le han comunicado ya a la gran maga que estamos llegando y ella nunca quiere ver a los enfermos en su ruka, sino desde lejos. Quédate aquí, hermano, y espérame.
Mi hermano fue a ver a la maga y cuando regresó, me dijo:
-Ella está enterada desde hace mucho tiempo de mi llegada: nuestros hermanos la informaron. Y como conoce el alma y el corazón y es omnisciente, me ordenó: "Viajen despacio durante el camino de regreso y vuelvan por donde han venido. Durante el trayecto, tu hermano verá la señal que le ha arrebatado el placer de vivir; pero que ahora será la señal de la curación. Una joven huínka le ha hecho audazmente un daño, pero mi poder es superior al suyo".
Y mi hermano agregó:
-Con lo dicho por la gran maga, estoy seguro de que te curarás: porque, de lo contrario, ella habría dicho como de costumbre: "Cabalguen lentamente con el Küme-Huentru, el buen hombre y amigo, y procúrenle todo lo que es bondad y atención". Nunca dice más. Cuando hay esperanzas da, como lo ha hecho hoy con nosotros, sus órdenes.
Cuando volvíamos, vi de repente algo extraño. De modo que le pregunté a mi hermano:
-¿Ves ese largo cabello color oro que se cierne ahí arriba? ¿No notas cómo gira, cómo se tambalea en su vertiginoso vuelo?
Pero mi hermano no lo veía. Mientras tanto, el cabello de oro cayó del cielo, posándose suavemente sobre mi rostro, como para acariciarme; después, alrededor de mi cuello, como abrazándome.
Me proporcionaba una grata sensación y en ese mismo instante recobré la salud. No volví a sentir más nostalgia de estar con mis hermanos ni de querer morir.
La gran maga había usado de su arte para obligar a la joven bruja, su subordinada, a enmendar el daño ocasionado y a mandar por los cabelllos robados, uno de oro de ella, largo y lacio; enterrando los otros, para perder su poder sobre mí.
Desde entonces, transcurrieron muchos años; estoy sano y me figuro la vida en el otro mundo como algo muy agradable; he perdido el miedo a la muerte, porque siempre digo: poseer el cuerpo o ser espíritu, tanto da; en el mundo de abajo la vida es muy bella y lo mismo sucede en nuestra "Mapu". Nunca volveré a buscar una rama fuerte en el bosque.


EL LADRÓN MAESTRO

EL LADRÓN MAESTRO 



Un día un anciano y su esposa estaban sentados en el frente de su  casa miserable descansando un rato de su trabajo. De repente un carro espléndido con cuatro caballos negros vino llegando, y un hombre lujosamente vestido se bajó de él.  El campesino se levantó, fue hacia el gran hombre, y le preguntó qué quería, y de qué modo él podría ayudarle. El forastero estiró su mano al anciano, y dijo, "quiero solamente disfrutar por una vez de un plato campesino: cocíneme algunas patatas, al modo que usted siempre las hace, y luego me sentaré en su mesa y las comeré con placer."
El campesino sonrió y dijo, "Usted es un conde o un príncipe, o quizás hasta un duque; los señores nobles a menudo tienen tales fantasías, pero usted tendrá su deseo." La esposa entró en la cocina, y comenzó a lavar y frotar las patatas, y hacerlas en pelotas, a como acostumbran los campesinos. Mientras ella estaba ocupada de este trabajo, el anciano dijo al forastero, "Venga a mi jardín conmigo un rato, pues tengo todavía algo para hacer allí."  Él había excavado algunos agujeros en el jardín, y ahora quería plantar algunos árboles en ellos.
¿"No tienen ustedes hijos?," preguntó el forastero, "quienes podrían  ayudarles con su trabajo." "No," contestó el campesino, "yo tenía a un hijo, es cierto, pero hace mucho tiempo que él salió de aquí. Él era hábil, minucioso e inteligente, pero nunca aprendió ningún oficio y conocía muchos malos trucos, hasta que por fin él se alejó de mí yéndose a recorrer mundo, y desde entonces no he oído nada de él."
El anciano tomó un árbol joven, lo puso en un agujero, colocó una estaca al lado de él, y cuando había movido con la pala alguna tierra y la había pisoteado firmemente, ató el tallo del árbol a la estaca, abajo, y al medio, con una cuerda. 
¿"Pero dígame," dijo el forastero, "por qué usted no ata aquel árbol anudado y torcido, que está en la esquina allí, inclinado hacia la tierra, a un poste, para que también pueda ponerse erecto, como éstos?"
El anciano sonrió y dijo, "Señor, usted habla según su conocimiento, es fácil ver que usted no es familiar con la horticultura. Aquel árbol allí es viejo y deforme, nadie puede hacerlo enderezar ahora. Los árboles deben ser formados mientras son jóvenes." "Así es como estaba con su hijo," dijo el forastero, "si usted lo hubiera entrenado mientras él era todavía joven, él no se habría escapado; ahora él también debe haberse puesto difícil y deforme."
"Realmente ya hace mucho tiempo que él se marchó," contestó el anciano, "él debe haber cambiado. " "¿Lo conocería usted otra vez si él viniera acá?" preguntó el forastero. "Apenas por su cara," contestó el campesino, "pero él tiene una señal única, una marca de nacimiento en su hombro, que parece a una alubia." Cuando él lo terminó de decir, el forastero se quitó su abrigo, expuso su hombro, y mostró al campesino la alubia. ¡"Dios bueno! ¡" gritó el anciano, "Tú eres realmente mi hijo!" y el amor por su hijo agitó a su corazón.
¿"Pero," añadió él, "cómo puedes ser mi hijo, tú que eres un gran señor y vives en la riqueza y el lujo? ¿De qué forma has logrado  hacer esto?" "Ah, padre," contestó el hijo, "el árbol joven no estuvo ligado a ningún poste y se ha puesto torcido, ahora es demasiado viejo, nunca será erecto otra vez. ¿Cómo he conseguido todo esto? Me he hecho un ladrón, pero no te alarmes, soy un ladrón-maestro. Para mí no hay ni cerraduras, ni cerrojos, lo que yo desee es mío. No te imagines que robo como un vulgar ladrón, sólo tomo un poco de la superfluidad del rico.
La gente pobre está segura, yo prefiero darles que tomar algo de ellos. Todo aquello que pudiera obtener sin problema, astucia y destreza nunca lo toco. ""Ay, mi hijo," dijo el padre, "esto todavía no me complace a mí, un ladrón es todavía un ladrón, te digo que esto se terminará mal." Él lo llevó a donde su madre, y cuando ella oyó que era su hijo, lloró de alegría, pero cuando él le dijo que se había hecho un ladrón-maestro, dos lágrimas fluyeron abajo sobre su rostro. Con mucho detalle ella dijo, "incluso si él se ha hecho un ladrón, él es todavía mi hijo, y mis ojos lo han contemplado una vez más." Ellos se sentaron a la mesa, y otra vez él comió con sus padres el humilde alimento que no había comido por tanto tiempo. El padre dijo, "Si nuestro patrón, el conde de allá arriba en el castillo, sabe de tus artes y sabe cuales son tus negocios, él no te tomará en sus brazos para balancearte en ellos como cuando lo  hizo en la fuente bautismal, sino que lo hará para balancearte de un cabestro."
"Tranquilo, padre, él no me hará daño, yo sé como tratarlo. Iré donde él este mismo día." Al final de la tarde, el ladrón-maestro se asentó en su carro, y lo condujo al castillo. El conde lo recibió cortésmente, ya que él lo tomó por un hombre distinguido. Cuando  sin embargo, el forastero se presentó tal como realmente era, el conde se puso pálido y estuvo completamente silencioso durante algún tiempo. Al rato, con mucho detalle él le dijo, "eres mi ahijado, y tomando eso en cuenta,  te tendré piedad a la hora de hacer justicia, y te trataré con poca severidad. Puesto que te enorgulleces de ser un ladrón-maestro, pondré tu arte a prueba, pero si no pasas la prueba, debes casarte con la hija del fabricante de cuerdas, y el graznido del cuervo deberá ser la única música para esa ocasión."
"Señor Conde," contestó el ladrón-maestro, "Piense tres cosas, tan  difíciles como usted quiera, y si no realizo sus tareas, haga conmigo lo que usted desee." El conde reflexionó durante algunos minutos, y luego dijo, "Bien. Entonces, en primer lugar, robarás el caballo que guardo para mi propia equitación, sacándolo del establo; seguidamente, deberás robar las sábanas que están debajo de los cuerpos de mi esposa y míos cuando estamos dormidos, sin que nos demos cuenta de ello, más el anillo de bodas de mi esposa también; y en tercer lugar y finalmente, deberás poner lejos de la iglesia, al cura y al oficinista. Anota bien lo que he dicho, pues tu vida futura depende de ello."
El ladrón-maestro fue a la ciudad más cercana; allí él le compró la ropa a una vieja mujer campesina, y se la puso. Se manchó su cara marrón, y se pintó arrugas también, de modo que nadie pudiera haberlo reconocido. Entonces él llenó un pequeño barril con viejo vino de Hungría, y al cual le fue mezclado una bebida poderosa para dormir. Él puso el barril en una cesta, la echó a su espalda, y se dirigió con pasos lentos y tambaleantes al castillo del conde. Ya estaba oscuro cuando él llegó. Se sentó en una piedra en el patio y comenzó a toser, como una anciana asmática, y a frotar sus manos como si tuviera frío. Delante de la puerta del estable algunos soldados estaban alrededor de un fuego; y uno de ellos observó a la mujer, y la llamó, "Venga más cerca, vieja madre, y caliéntese al lado de nosotros. Después de todo, no tienes ninguna cama para la noche, y debes tomar lo primero que se te presente."
  "La anciana se tambaleó hasta ellos, y les pidió que levantaran la cesta de su espalda, y se sentó al lado de ellos junto al fuego. ¿"Qué llevas en ese pequeño barril, vieja señora?" preguntó uno de los guardianes. "Un muy buen vino," contestó ella. "Vivo del comercio, y por dinero y palabras justas estoy completamente lista a darle un trago." "Entonces tomémoslo," dijo el soldado, y cuando él lo hubo  probado dijo, "Cuando el vino está bueno, me gusta repetirlo," y se sirvió otro para él, y el resto siguió su ejemplo.

"¡Hola, compañeros!," gritó uno de ellos a aquellos que estaban en dentro del establo, "aquí está una buena anciana quién tiene un vino que es tan viejo como ella misma; tomen un trago que les calentará sus estómagos mucho mejor que nuestro fuego." La anciana llevó su barril al establo. Uno de los soldados se había asentado en el caballo de equitación ensillado, el otro sostuvo su brida en su mano, un tercero había puesto el asimiento de su cola. Ella les sirvió tanto como ellos quisieron hasta que se vació el barril. Pasó poco tiempo  antes de que la brida se cayó de la mano del que la sostenía, y cayendo al suelo comenzó a roncar. El otro soltó el asimiento de la cola, se acostó y roncó todavía más alto. 
Y el que estaba sentado en la silla, permaneció realmente sentado, pero dobló su cabeza abajo casi al cuello del caballo, y durmió y sopló con su boca como el fuelle de una forja. Los soldados de a fuera habían estado dormidos ya desde hace rato, y yacían en la tierra inmóviles, como muertos. Cuándo el ladrón-maestro vio que  había tenido éxito, le dio al primero una cuerda en su mano en vez de la brida, y al otro quién había estado sosteniendo la cola, una brizna de paja, pero ¿ qué debía hacer con el que se sentaba en el caballo? Él no quiso lanzarlo abajo, ya que podría despertarlo y hacerlo pronunciar un grito.
Entonces tuvo una idea buena, desabrochó los amarres de la silla, ató a la silla fuertemente un par de cuerdas que colgaban de un anillo en la pared, y preparó al jinete durmiente en el aire, y enroscó con fuerza la cuerda alrededor de unos postes. Pronto soltó al caballo de la cadena, pero si él hubiera montado al caballo sobre el pavimento pedregoso del patio, se habría oído el ruido en el castillo. Entonces forró los cascos del caballo en viejos harapos, lo condujo con cuidado, saltó sobre él, y galopó lejos.
Cuando despuntó el día, el maestro galopó al castillo sobre el caballo robado. El conde  acababa de despertar, y miraba fuera de la ventana. ¡"Buenos días, Señor Conde," le gritó él, "aquí está el caballo, que saqué sin daño del establo! Sólo mire como maravillosamente sus soldados yacen allí durmiendo; y si usted gusta ir al establo, verá cuan cómodos están sus cuidadores." El conde no podía menos que reírse, entonces él dijo, "Por una vez lo has logrado, pero no irá así de bien la segunda vez, y te advierto  que si vienes a mi como un ladrón, no dudaré de tratarte como lo hago con un ladrón."
Cuando la condesa se acostó esa noche, ella cerró fuertemente su mano con el anillo de bodas, y el conde dijo, "Todas las puertas están cerradas con llave y asegurado el cerrojo, me mantendré despierto y esperaré al ladrón, pero si él entra por la ventana, le pegaré un tiro." El ladrón-maestro, sin embargo, fue en la oscuridad a la horca, descolgó a un pobre ajusticiado que colgaba allí abajo del cabestro, y lo llevó en su espalda al castillo. Una vez allí puso una escala hasta el dormitorio, se echó el cadáver sobre sus hombros, y comenzó a subir. Cuando ya estuvo tan alto que la cabeza del muerto se asomaba en la ventana, el conde, quién miraba desde su cama, le disparó, e inmediatamente el maestro dejó al muerto caerse, y se escondió él mismo en una esquina. 
La noche estaba suficientemente iluminada por la luna, con lo que el  maestro podía ver claramente como el conde salió por la ventana a  la escala, bajó, llevó el cadáver al jardín, y comenzó a excavar un agujero para ponerlo. "Ahora", pensaba el ladrón, "el momento oportuno ha llegado," salió con agilidad de su esquina, y subió la escala directamente al dormitorio de la condesa. "Querida esposa," comenzó él imitando la voz del conde, "el ladrón está muerto, pero, después de todo, él es mi ahijado, y ha sido más un artista del escape que un bandido. No lo pondré en vergüenza pública; además, lo siento por los padres.
Lo sepultaré yo mismo antes del amanecer, en el jardín de modo que nadie lo sepa, dame la sábana y envolveré el cuerpo en ella, y lo sepultaré como un perro entierra las cosas rasguñando. "La condesa le dio la sábana. "Te digo que," siguió el ladrón, "tengo un ataque de magnanimidad en mí, dame el anillo también, pues el  infeliz hombre arriesgó su vida para ello, así que puede llevarlo con él a su tumba." Ella no contradijo al conde, y aunque lo hiciera de mala gana ella se quitó el anillo de su dedo, y se lo dio. El ladrón se largó lejos con ambas cosas, y llegó a casa sin peligro antes de que el conde en el jardín hubiera terminado su trabajo del entierro.
Qué cara tan larga puso el conde cuando el maestro vino a la  mañana siguiente, y le trajo la sábana y el anillo. ¿"Eres un mago?" dijo él, "¿Quién te ha sacado de la tumba en la cual yo mismo te puse, y te trajo a la vida otra vez?" "Usted no me sepultó," dijo el ladrón, "pero sí al ajusticiado en la horca," y él le dijo exactamente como todo había pasado, y obligó a que el conde le reconociera que él era un ladrón inteligente, mañoso. "Pero aún no has llegado al  final," añadió él, "tienes todavía que realizar la tercera tarea, y si  no tienes éxito, todo habrá sido inútil." El maestro sonrió y no devolvió ninguna respuesta.
Cuando llegó la noche él salió con un gran saco en su espalda, un bulto bajo sus brazos, y una linterna en su mano y se dirigió a la iglesia de pueblo. En el saco él tenía algunos cangrejos, y en el bulto candelas cortas. Se sentó en el cementerio que estaba contiguo a la iglesia, sacó un cangrejo, y le pegó una candela en su espalda. Entonces él encendió la candela, puso el cangrejo sobre la tierra, y lo dejó arrastrarse. Él tomó un segundo cangrejo del saco, y lo trató del mismo modo, y así hasta que el último estuviera fuera del saco. En ese momento él se puso una ropa negra larga que parecía la capucha de un monje, y se pegó una barba gris en su barbilla. Cuando por fin él estuvo  completamente irreconocible, tomó el saco en el cual los cangrejos habían estado, entró a la iglesia, y subió al púlpito.
El reloj en la torre daba las doce; y cuándo el último golpe había sonado, él gritó con una voz fuerte y penetrante, "¡Despierten, hombres pecadores, el final de todas las cosas ha llegado! ¡El último día está aquí! ¡Despierten! ¡Despierten! ¡ Quienquiera desee ir al cielo conmigo debe meterse en el saco. Soy Pedro, que abre y cierra la puerta de cielo. Contemplen como la muerte allí en el cementerio deambula recogiendo huesos! ¡Vengan, vengan, y agrúpense en el saco! ¡El mundo está a punto de ser destruido!" El grito resonó por el pueblo entero.

El cura y el oficinista que vivían más cerca de la iglesia, lo oyeron primero, y cuando vieron las luces que se movían en el cementerio, se dieron cuenta de que algo extraño sucedía, y entraron a la iglesia. Ellos escucharon el sermón un rato, y luego el oficinista dio un codazo al cura y le dijo, "no estaría mal si debiéramos aprovechar  la oportunidad juntos, y antes del amanecer del último día, encontrar un modo fácil de llegar al cielo." "Para decir verdad," contestó el cura, "es lo que yo mismo he estado pensando, y si te sientes preparado, nos pondremos camino." "Sí", contestó el oficinista, "pero usted, el pastor, tiene la precedencia, yo le seguiré."
Entonces el cura fue adelante, y subió al púlpito donde el maestro abrió su saco. El cura entró sigilosamente de primero, y luego el oficinista. El maestro inmediatamente amarró el saco fuertemente, lo agarró al medio, y los arrastró gradas abajo del púlpito. Y siempre que las cabezas de los dos tontos chocaban contra las gradas, él gritaba "vamos por las montañas." Y así los llevó a través del  pueblo del mismo modo, y cuando pasaban por charcos, él gritaba  "Ahora pasamos por nubes mojadas." Y cuando por fin llegaron a las gradas del castillo, él gritó, "¡Ahora estamos en las gradas del  cielo, y  pronto estaremos en el tribunal externo!" Cuándo llegaron arriba, empujó el saco en el palomar, y cuando las palomas revolotearon sobre ellos, él dijo, "Escuche que alegre están los ángeles, y como ellos agitan sus alas!" Entonces echó el cerrojo sobre la puerta, y se marchó.
A la mañana siguiente el maestro fue donde el conde, y le dijo que ya había realizado la tercera tarea también, y había sacado al cura y al oficinista de la iglesia. ¿"Dónde los abandonaste?" preguntó el señor. "Ellos yacen arriba en un saco en el palomar, y se imaginan que están en el cielo." El conde subió él mismo, y se convenció que el maestro había dicho la verdad. Una vez que hubo librado al cura y al oficinista de su cautiverio, él dijo, "Eres un ladrón-maestro pleno de arte,  y has ganado la apuesta. Por esta ocasión has salvado tu piel, pero abandona mi tierra, ya que si alguna vez vuelves a poner pie en ella, correrías el riesgo de ir a la horca." El ladrón-maestro se despidió de sus padres, y una vez más partió hacia el amplio mundo, y nadie volvió a oír de él desde entonces.
Enseñanza:
Por más arte que se ponga en la ejecución de un delito, nunca dejará de ser incorrecto.


viernes, 24 de abril de 2015

LA LEYENDA DE LA PIEDRA MOVEDIZA DE TANDIL

LA LEYENDA DE LA PIEDRA MOVEDIZA DE TANDIL


Hace mucho tiempo el Sol y la Luna se unieron en matrimonio. Su primer acto de amor fue crear la pampa infinita, cubierta de verdes pastos y perfumadas flores, e hicieron crecer inmensos ombúes en ese majestuoso mar color esmeralda.
Los hijos del Sol y la Luna fueron los primeros hombres que caminaron sobre la tierra, y sus padres les regalaron la pampa para que allí tuviesen su morada. Después crearon a los animales para que acompañaran a sus hijos, y aunque les dieron permiso de cazarlos para que tuvieran comida en abundancia, también les encargaron su cuidado. Y sus hijos aprendieron a manejar el arco y la flecha, y a usar el fuego para calentarse y preparar sus comidas.
Y así sus hijos dominaron toda la pampa, viviendo felices en las tierras que les habían regalado. El Sol y la Luna vivieron con ellos por un tiempo, pero un día decidieron regresar al cielo. Sus hijos se entristecieron al pensar que ya no los verían, pero ambos prometieron que se turnarían durante el día y la noche para vigilarlos desde el cielo.
Durante siglos la armonía reinó en la pampa. Los hombres no conocían necesidades, y diariamente agradecían a sus padres celestiales por proveerles todo lo que necesitaban. Pero un atardecer ocurrió algo inesperado: el Sol empalideció y perdió gradualmente su brillante luz. Los hombres sintieron temor por su Padre, y más aún cuando descubrieron que un gigantesco puma había logrado trepar hasta el firmamento y estaba persiguiendo al Sol que se encontraba extenuado luego de recorrer el cielo durante todo el día. En el preciso momento en que Sol quedó atrapado en el horizonte, justo antes de desaparecer, el puma se acercó y abrió sus fauces para devorarlo.
Los hombres hijos acudieron en ayuda del Sol, y miles de flechas volaron hacia el cielo. Una de las saetas traspasó a la fiera, que cayó a la tierra malherida. Nadie se atrevía a acercarse para matarlo del todo. Mientras tanto, el Sol volvió a mostrarse en todo su esplendor, y antes de hundirse tras el horizonte, enrojeció de orgullo ante la valentía demostrada por sus hijos.
Luna, completamente enfurecida, buscó por todas partes al animal que había intentado devorar a su esposo. Pronto lo divisó, y se sorprendió al ver que el puma no sólo no había muerto, sino que rugía con rabia y elevaba sus garras al cielo. Luna, desesperada al no encontrar nada en el cielo que pudiese arrojarle, arrancó trozos de su propio rostro y, luego de transformarlos en piedras, los lanzó sobre la bestia hasta cubrirla por completo.
Fue así como el rostro de la Luna quedó marcado para siempre y se formaron las sierras de Tandil. La última piedra que arrojó Luna cayó encima de una flecha y por eso siguió moviéndose durante siglos, y parece que el animal tampoco murió, porque en el momento en que Sol se elevaba la piedra comenzaba a temblar.

Nota: La piedra movediza de Tandil se desplomó el Jueves 29 de febrero de 1912, entre las 5 y las 6 de la tarde. Era una mole de granito en equilibrio cuyo peso estimado superaba las 385 toneladas.

La imagen es un mural de la ciudad de Tandil efectuado por el centenario de la caida de la piedra

EL REY RANA

El Rey Rana  

Hace muchos años, cuando el desear aún le ayudaba a uno, vivía un rey cuyas hijas eran todas buenas doncellas, pero la más joven era tan bondadosa, que el mismo sol, que ha visto tanto, se detenía cada vez que iluminaba su camino. Cerca del castillo del rey, había una inmensa y oscura selva, y bajo un viejo árbol de lima había un pozo, y cuando el día esta muy caliente, la hija menor del rey iba a la selva a sentarse junto a la fresca fuente, y cuando se aburría, tomaba una bola de oro y la tiraba alto para capturarla. Y esta bola era su juguete favorito.

Pero sucedió que en una ocasión la bola no llegó a las manos que la esperaban, sino que cayó al suelo y rodó hasta caer en el pozo. La hija del rey la siguió con sus ojos, hasta que desapareció. Y el pozo era profundo, tan profundo que no se alcanzaba a ver el fondo. Ella empezó a llorar, y a llorar más alto y más alto sin llegar a sentir consuelo. Y mientras se lamentaba oyó que alguien le decía:    

-"¿Que te sucede, hija del rey?, te lamentas tanto que hasta las piedras te mostrarían piedad"-
Ella miró alrededor buscando hacia donde venía la voz, y vio a una rana sacando del agua su gran cabeza.
-"¡Ah!, vieja corredora de aguas, ¿eres tú?"- preguntó.- "Estoy llorando por mi bola de oro, que cayó dentro del pozo"- concluyó diciendo.
-"Quédate tranquila y no llores más"- contestó la rana. "Yo te puedo ayudar, pero ¿que me darás a cambio si te regreso ese juguete de nuevo?"-
-"Lo que tú quieras, querida rana"- dijo ella. -"Mis vestidos, mis perlas y joyas, y hasta la corona de oro que llevo puesta"-
La rana respondió: -"No me interesan tus vestidos, tus perlas o joyas, ni la corona de oro, pero si me amaras y me dejaras ser tu compañera y socia de juegos, y sentarme contigo en tu mesa, y comer de tu plato de oro, y beber de tu vaso, y dormir en tu cama junto a tí. Si tú me prometes cumplir todo eso, yo bajaré y traeré acá de regreso tu bola de oro."-
-"Oh, claro" - dijo ella, -"yo te prometo cumplir tus deseos, si me regresas la bola"-
Ella sin embargo pensaba: -"¡Cómo habla esa tonta rana! ¡Ella vive en el agua junto a las otras ranas y sapos y no podría ser compañera de ningún ser humano!"-
Pero la rana, una vez recibida la promesa, metió su cabeza en el agua y se sumergió profundamente, y momentos después subía nadando trayendo en su boca la bola, y la tiró en el zacate. La hija del rey quedó encantada de ver una vez más de nuevo a su juguete, y recogiéndola corrió con ella. 
-"¡Espera, espera!"- gritaba la rana.     -"¡Llévame contigo, que no puedo correr como lo haces tú!-
Pero ¿de qué le serviría gritar, aún con su croak, croak, tan fuerte como podía? Ella no la escuchaba, y corrió a su aposento y pronto olvidó a la pobre rana, que se vio obligada a regresar al pozo de nuevo.

Al día siguiente, cuando se sentó a la mesa con el rey y los cortesanos, y había empezado a comer en su plato de oro, algo llegó brincando y sonando splash, splash, a las gradas de mármol, y cuando llegó arriba, tocó a la puerta y gritó:
-"Princesa, la más joven de las princesas, ábreme la puerta a mí."-
Ella corrió a ver que había afuera, pero cuando abrió la puerta, encontró a la rana sentada al frente. Entonces ella tiró la puerta a toda prisa, y regresó a sentarse a la mesa y quedó muy asustada. El rey vio que estaba sumamente alterada y que su corazón latía fuertemente y le preguntó:
-"Mi muchachita, ¿qué es lo que te asustó tanto?, ¿está por casualidad un gigante afuera que quiere raptarte y llevarte lejos?"-
-"Oh, no"- replicó ella. -"No es un gigante, sino una horrible rana"-
-"¿Y qué hace una rana contigo?"- 
-"Ah, mi querido padre, ayer yo estaba en la foresta, sentada junto al pozo, jugando con mi bola de oro, cuándo ésta cayó a lo profundo del pozo. Y como yo lloraba mucho, la rana me la regresó, y como ella insistía, yo le prometí que podía ser mi compañera, ¡pero nunca pensé que sería capaz de alejarse de sus aguas! Y ahora está ahí afuera, esperando que la ingrese conmigo."-

Mientras tanto la rana tocó a la puerta por segunda vez, y gritaba:
-¡Princesa! ¡La más joven de las princesas!
¡Ábreme a mi la puerta!
¿Recuerdas lo que me dijiste
ayer en las frescas aguas de la fuente?
¡Princesa, la más joven princesa!
¡Ábreme a mi la puerta!

Entonces dijo el rey:
-"Lo que tú has prometido, debes cumplirlo. Ve y déjala entrar"-
Ella fue y abrió la puerta, y la rana saltó y la siguió a ella, paso a paso, hasta su silla. Entonces, cuando la princesa se sentó, la rana gritó:
-"Levántame para estar a tu lado."-
Ella no actuaba, hasta que el rey le ordenó hacerlo. Cuando la rana ya estaba en la silla, le pidió estar en la mesa, y una vez en la mesa dijo:
-"Ahora, empuja tu plato de oro más cerca de mí de modo que podamos comer juntos."-
Ella lo hizo, pero fue fácil ver que lo hacía sin su voluntad. La rana disfrutó de la comida, pero casi todos los bocados que la princesa tomaba, la estremecían. Al final dijo la rana:
-"Ya he comido y estoy satisfecha; ahora estoy cansada, llévame a tu dormitorio, alista tu sedosa cama, y ambos iremos a dormir."- 
La hija del rey empezó a llorar, porque tenía miedo de la fría rana que ella no quería tocar, y que iba ahora a dormir en su preciosa y limpia cama. Pero el rey se molestó y dijo:
-"Aquel que te ayudó cuando estuviste en apuros, no debe ser decepcionado por tí."-
Así que ella tomó a la rana con sólo dos dedos, la llevó arriba y la puso en una esquina. Pero cuando ella se metió a su cama, la rana sigilosamente se le acercó y le dijo:
-"Estoy cansada, quiero dormir tan bien como tú, levántame o se lo diré a tu padre."-
Entonces ella se enojó terriblemente, la tomó en sus manos y la lanzó con todas sus fuerzas contra la pared.
-"Ahora te estarás quieta, odiosa rana."- dijo ella.
Pero cuando cayó al suelo ya no era una rana, sino un encantador príncipe de bellos modales.
Ahora, él, por decisión de su padre, es su compañero y esposo. Entonces él le contó cómo había sido hechizado por un malvado brujo, y cómo nadie lo había sacado nunca del pozo, excepto ella, y que mañana podrían ir juntos a su reino. Ambos fueron a dormir, y a la mañana siguiente, al levantar el sol, llegó un carruaje con ocho caballos blancos, con plumas blancas de avestruz en sus cabezas, y con arreos con cadenas de oro, y atrás venía el fiel sirviente Henry. El fiel sirviente Henry había quedado tan infeliz cuando su patrón fue convertido en rana, que se había atado tres bandas de hierro alrededor de su corazón para que no reventara de pena y tristeza. 

El carruaje condujo al príncipe a su reino. El fiel Henry les ayudó a ambos, y se puso a sus órdenes de nuevo, y estaba lleno de dicha por su rescate. Y cuando iban de camino, el hijo del rey escuchó que algo se quebraba atrás de él. Se volvió y gritó:
-"Hey, Henry, el carruaje se está quebrando."-
-"No, patrón, no es el carruaje. Es una banda que está sobre mi corazón, que me había puesto por mi gran dolor por su encantamiento como rana dentro del pozo. Otra y otra vez volvieron aquellos sonidos, y el hijo del rey pensaba que el carruaje se estaba quebrando, pero sólo eran las bandas que se reventaban de alrededor del corazón del fiel Henry porque su patrón era ahora libre y feliz.
Enseñanza:

Lo que se promete, siempre debe cumplirse.