viernes, 18 de septiembre de 2015

EL TIMBÓ

EL TIMBÓ



El timbó es un árbol corpulento de hermosa forma, cuya parte superior se parece a una sombrilla abierta. Su madera es muy consistente y tiene la particularidad de no agrietarse ni astillarse. Su fruto es una baya negra, muy semejante a una oreja humana. Por eso los guaraníes le llaman cambá nambí ( oreja negra) . Este árbol tiene una hermosa leyenda.

Se dice que un cacique famoso llamado Saguáa, adoraba a su hija bella como el sol, llamada Tacuarée. Vivía por ella y para ella. Pero he aquí que un día Tacuarée se enamora de un cacique de una tribu lejana. Llevada por ese amor irresistible abandona a su padre para unirse al hombre amado.  Sagnáa, desesperado, sale a buscada. Anda días y días entre la selva afrontando miles de peligros. Nada le arredra. Quiere encontrar a su hija amada.

En el delirio de la desesperación cree escuchar sus pasos en la selva y aplica sus oídos sobre la tierra. Ese oído capaz de escuchar los más recónditos murmullos de la selva y descifrarlos. Pero nada puede escuchar y sigue andando y apoyando su oído a la tierra, con la esperanza postrera de oír los pasos de Tacuarée. Cuando ya sus fuerzas están agotadas, cae rendido, presa de una fiebre mortal. Y muere con el oído pegado a la tierra.. .

Mucho tiempo después, dos hombres de su tribu lo encuentran, pero cuando quieren levantar su cuerpo, notan que tiene una oreja. unida a la tierra donde ha echado. raíces. Para arrancar el cuerpo deben cercenar la oreja; pero ésta ha echado raíces y da origen a una nueva planta que crecey se levanta majestuosa en la selva, y todas  las primaveras brinda unas bayas negras en forma de oreja humana, recordando las orejas de indio. Es el timbó (cambá nambí) que simboliza el amor paternal.







jueves, 17 de septiembre de 2015

La tortuga y el águila

La tortuga y el águila



Una tortuga que se recreaba al sol, se quejaba a las aves marinas de su triste destino, y de que nadie le había querido enseñar a volar. 
Un águila que paseaba a la deriva por ahí, oyó su lamento y le preguntó con qué le pagaba si ella la alzaba y la llevaba por los aires. 
- Te daré – dijo – todas las riquezas del Mar Rojo.
- Entonces te enseñaré al volar – replicó el águila. 
Y tomándola por los pies la llevó casi hasta las nubes, y soltándola de pronto, la dejó ir, cayendo la pobre tortuga en una soberbia montaña, haciéndose añicos su coraza. Al verse moribunda, la tortuga exclamó:
- Renegué de mi suerte natural. ¿Qué tengo yo que ver con vientos y nubes, cuando con dificultad apenas me muevo sobre la tierra?

Si fácilmente adquiriéramos todo lo que deseamos, fácilmente llegaríamos a la desgracia.

La Masita de Pan Fea

La Masita de Pan Fea



Hubo una vez una abuelita llamada Julieta, a la cual le encantaba hornear pastelitos, los hacía de todos los estilos y gustos. Un día le sobró un poco de masa y decidió hacer unos panecitos, la primera y segunda masa eran grandes, y cuando iba a hacer la tercera se dio cuenta que le quedaba muy poca masa, por lo que hizo una masita muy chiquita.

la masita de pan fea, cuentos infantiles

De repente, las masas grandes comenzaron a reírse de la más chica, diciéndole que era la masa más chica que nunca habían visto.
-Jajaja, nunca crecerás masa chiquita" le decían repetidas veces, por lo que la masa pequeña comenzó a llorar
Ella quería llegar a ser un pancito grande y rico y les pidió que dejaran de burlarse de ella.

Un rato después, llegó Julieta la abuelita a poner las masas en el horno, lo puso a calentar y listo. Las masas empezaron a cocinarse, cuando de pronto las masas grandes no crecieron sino que se pusieron quemadas y feas, mientras que la chiquitita comenzó a crecer y crecer ¡cada vez más! se veía hermosa. 

la masita de pan fea, cuentos para niños

Cuando la abuelita sacó los panes del horno vio que dos de ellos estaban feos y quemados, y el más rico y grande de los panecitos era la que había sido la masa chiquita.
Entonces, la masita que ahora era un pan tan grande y rico dijo:
-Soy un panecito feliz ahora que soy grande, y nadie se burla de mí, mientras que las otras masas grandes y feas lloraban. 

Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.

Gracias   

miércoles, 16 de septiembre de 2015

La Niña Que Brillaba Tanto Como El Sol

La Niña Que Brillaba Tanto Como El Sol

Niña tímida, cuentos infantiles


Existió una vez una niña pequeña que tenía los ojos celestes como el cielo y el cabello claro como el sol.

Era tan hermosa que hasta el mismo sol se ponía feliz de verla. La niña tenía todo lo que una pequeña podía desear. Pero había algo que la entristecía mucho: no poder hacer nada.

La niña pensaba que no servía para nada, que no podía hacer nada. Como ella vivía desde dentro y para dentro, era invisible para los ojos ajenos, quienes la ignoraban.
Cada vez que quería decir algo, se le hacía un nudo en la garganta y no le salía la voz, por más que lo intentara. El no poder hacía que se acumule una rabia dentro de ella, aunque no se daba cuenta. 

Ni su familia se daba cuenta, quienes creían que sólo era muy callada. 

Pasaban los días, y la hermosa niña sobrevivía por medio de su imaginación. No era extraño verla cantando sin ser escuchada, o hablando sola sin emitir sonido. Todas las canciones que cantaba las había inventado ella.

Al no poder comunicarse, aprendió a ser una persona sabia, a conocerse a sí misma, y a conocer a los demás, y cuando, finalmente un hada buena y generosa, le concedió el deseo de hablar, cantar y poder expresarse, ayudó a las demás personas a conocerse.

Cuentos para niños

La moraleja es que las personas que ignoramos o resultan indiferentes para nosotros algún día pueden ser nuestras maestras, por lo que no hay que juzgar por apariencias.

LA BOTA DE PIEL DE BÚFALO

LA BOTA DE PIEL DE BÚFALO




Un soldado que nada teme, tampoco se apura por nada. El de nuestro cuento había recibido su licencia y, como no sabía ningún oficio y era incapaz de ganarse el sustento, iba por el mundo a la ventura, viviendo de las limosnas de las gentes compasivas. Colgaba de sus hombros una vieja capa, y calzaba botas de montar, de piel de búfalo; era cuanto le había quedado. Un día que caminaba a la buena de Dios, llegó a un bosque. Ignoraba cuál era aquel sitio, y he aquí que vio sentado, sobre un árbol caído, a un hombre bien vestido que llevaba una cazadora verde. Tendióle la mano el soldado y, sentándose en la hierba a su lado, alargó las piernas para mayor comodidad.
- Veo que llevas botas muy brillantes -dijo al cazador-; pero si tuvieses que vagar por el mundo como yo, no te durarían mucho tiempo. Fíjate en las mías; son de piel de búfalo, y ya he andado mucho con ellas por toda clase de terrenos-. Al cabo de un rato, levantóse: - No puedo continuar aquí -dijo-; el hambre me empuja. ¿Adónde lleva este camino, amigo Botaslimpias?
- No lo sé -respondió el cazador-, me he extraviado en el bosque.
- Entonces estamos igual. Cada oveja, con su pareja; buscaremos juntos el camino.
El cazador esbozó una leve sonrisa, y, juntos, se marcharon, andando sin parar hasta que cerró la noche. 
- No saldremos del bosque -observó el soldado-; mas veo una luz que brilla en la lejanía; allí habrá algo de comer.
Llegaron a una casa de piedra y, a su llamada, acudió a abrir una vieja.
- Buscamos albergue para esta noche -dijo el soldado- y algo que echar al estómago, pues, al menos yo, lo tengo vacío como una mochila vieja.
- Aquí no podéis quedaros -respondió la mujer-. Esto es una guarida de ladrones, y lo mejor que podéis hacer es largaros antes de que vuelvan, pues si os encuentran, estáis perdidos.
- No llegarán las cosas tan lejos -replicó el soldado-. Llevo dos días sin probar bocado y lo mismo me da que me maten aquí, que morir de hambre en el bosque. Yo me quedo.
El cazador se resistía a quedarse; pero el soldado lo cogió del brazo:
- Vamos, amigo, no te preocupes.
Compadecióse la vieja y les dijo:
- Ocultaos detrás del horno. Si dejan algo, os lo daré cuando estén durmiendo. Instaláronse en un rincón y al poco rato entraron doce bandidos, armando gran alboroto. Sentáronse a la mesa, que estaba ya puesta, y pidieron la cena a gritos. Sirvió la vieja un enorme trozo de carne asada, y los ladrones se dieron el gran banquete. Al llegar el tufo de las viandas a la nariz del soldado, dijo éste al cazador:
- Yo no aguanto más; voy a sentarme a la mesa a comer con ellos.
- Nos costará la vida -replicó el cazador, sujetándolo del brazo.
Pero el soldado se puso a toser con gran estrépito. Al oírlo los bandidos, soltando cuchillos y tenedores, levantáronse bruscamente de la mesa y descubrieron a los dos forasteros ocultos detrás del horno.
- ¡Ajá, señores! -exclamaron-. ¿Conque estáis aquí?, ¿eh? ¿Qué habéis venido a buscar? ¿Sois acaso espías? Pues aguardad un momento y aprenderéis a volar del extremo de una rama seca.
- ¡Mejores modales! -respondió el soldado-. Yo tengo hambre; dadme de comer, y luego haced conmigo lo que queráis.
Admiráronse los bandidos, y el cabecilla dijo: -Veo que no tienes miedo. Está bien. Te daremos de comer, pero luego morirás.
- Luego hablaremos de eso -replicó el soldado-; y, sentándose a la mesa, atacó vigorosamente el asado.
- Hermano Botaslimpias, ven a comer -dijo al cazador-. Tendrás hambre como yo, y en casa no encontrarás un asado tan sabroso que éste.
Pero el cazador no quiso tomar nada. Los bandidos miraban con asombro al soldado, pensando: "Éste no se anda con cumplidos." Cuando hubo terminado, dijo:
- La comida está muy buena; pero ahora hace falta un buen trago.
El jefe de la pandilla, siguiéndole el humor, llamó a la vieja: 
- Trae una botella de la bodega, y del mejor.
Descorchóla el soldado, haciendo saltar el tapón, y, dirigiéndose al cazador, le dijo:
- Ahora, atención, hermano, que vas a ver maravillas. Voy a brindar por toda la compañía; y, levantando la botella por encima de las cabezas de los bandoleros, exclamó:
-¡A vuestra salud, pero con la boca abierta y el brazo en alto! -y bebió un buen trago. Apenas había pronunciado aquellas palabras, todos se quedaron inmóviles, como petrificados, abierta la boca y levantando el brazo derecho.
Dijo entonces el cazador:
- Veo que sabes muchas tretas, pero ahora vámonos a casa.
- No corras tanto, amiguito. Hemos derrotado al enemigo, y es cosa de recoger el botín. Míralos ahí, sentados y boquiabiertos de estupefacción; no podrán moverse hasta que yo se lo permita. Vamos, come y bebe.
La vieja hubo de traer otra botella de vino añejo, y el soldado no se levantó de la mesa hasta que se hubo hartado para tres días. Al fin, cuando ya clareó el alba, dijo:
- Levantemos ahora el campo; y, para ahorrarnos camino, la vieja nos indicará el más corto que conduce a la ciudad.
Llegados a ella, el soldado visitó a sus antiguos camaradas y les dijo:
- Allí, en el bosque he encontrado un nido de pájaros de horca; venid, que los cazaremos.
Púsose a su cabeza y dijo al cazador:
- Ven conmigo y verás cómo aletean cuando los cojamos por los pies.
Dispuso que sus hombres rodearan a los bandidos, y luego, levantando la botella, bebió un sorbo y, agitándola encima de ellos, exclamó:
- ¡A despertarse todos!
Inmediatamente recobraron la movilidad; pero fueron arrojados al suelo y sólidamente amarrados de pies y manos con cuerdas. A continuación, el soldado mandó que los cargasen en un carro, como si fuesen sacos, y dijo:
- Llevadlos a la cárcel.
El cazador, llamando aparte a uno de la tropa, le dijo unas palabras en secreto.
- Hermano Botaslimpias -exclamó el soldado-, hemos derrotado felizmente al enemigo y vamos con la tripa llena; ahora seguiremos tranquilamente, cerrando la retaguardia.
Cuando se acercaban ya a la ciudad, el soldado vio que una multitud salía a su encuentro lanzando ruidosos gritos de júbilo y agitando ramas verdes; luego avanzó toda la guardia real, formada.
- ¿Qué significa esto? -preguntó, admirado, al cazador.
- ¿Ignoras -respondióle éste- que el Rey llevaba mucho tiempo ausente de su país? Pues hoy regresa, y todo el mundo sale a recibirlo.
- Pero, ¿dónde está el Rey? -preguntó el soldado-. No lo veo.
- Aquí está -dijo el cazador-. Yo soy el Rey y he anunciado mi llegada-. Y, abriendo su cazadora, el otro pudo ver debajo las reales vestiduras.
Espantóse el soldado y, cayendo de rodillas, pidióle perdón por haberlo tratado como a un igual, sin conocerlo, llamándole con un apodo. Pero el Rey le estrechó la mano, diciéndole:
- Eres un bravo soldado y me has salvado la vida. No pasarás más necesidad, yo cuidaré de ti. Y el día en que te apetezca un buen asado, tan sabroso como el de la cueva de los bandidos, sólo tienes que ir a la cocina de palacio. Pero si te entran ganas de pronunciar un brindis, antes habrás de pedirme autorización.


martes, 15 de septiembre de 2015

EL COENDÚ

EL COENDÚ


Era el: hijo de un cacique cainguá. De niño era bueno, ,pero de pronto su carácter se tornó irascible y malvado. La hechicera sentenció que" una araña le había picado en el costado izquierdo envenenándole el corazón".
Entretanto las crueldades del niño superaban todos los límites de la tolerancia. :Miriñay, el consejero, previno que el Dios de la selva no dejaría impune tantas víctimas inocentes y que se vengaría en la gente de su tribu. Quería, pues, convencerlo de las consecuencias de su maldad. Pero mientras se acercaba, Coendú, temiendo ser atacado, le disparó sus flechas envenenadas y lo hirió de muerte. Sorprendido de su propia acción, vaciló mi instante, luego echó a correr perdiéndose en la espesura.

Las sombras de la noche lo sorprendieron fugitivo. Sudoroso y fatigado se acurrucó  contra un árbol, mientras un sentimiento extraño se iba apoderando de su ser. Y por primera vez su cuerpo tembló de arrepentimiento, pensando en todas las inocentes víctimas de sus flechas envenenadas. "Las primeras luces del alba lo sorprendieron en la misma posición, encogido, agarrotado de terror".
Quiso separarse del árbol pero no pudo; una alfombra de zarzas se había adherido a sus carnes. Recordó las palabras de Miriñay y comprendió que era el castigo del Dios de la selva. De pronto, sus pies se convirtieron en patas pequeñísimas y sus manos en alas toscas y cortas. Su cuerpo encogido se llenó de espinas.
"Cuando apareció el Sol, Coendú, arrastrando su manto verdoso, fue a internarse en lo más oscuro de la maraña. Una fuerza misteriosa lo empujaba a la penitencia...
Y aun hoy, después de tantos años, apartado siempre de los otros habitantes de la selva misionera, el coendú, arrepentido de sus maldades, permanece largas horas del  día de espaldas a la luz del Sol, sentado "obre sus patas traseras y con la cara entre  manos, haciendo penitencia". . .



LA RANA GRITONA Y EL LEÓN

LA RANA GRITONA Y EL LEÓN


Oyó una vez un león el croar de una rana, y se volvió hacia donde venía el sonido, pensando que era de algún animal muy importante.
Esperó y observó con atención un tiempo, y cuando vio a la rana que salía del pantano, se le  acercó y la aplastó diciendo:
-- ¡ Tú, tan pequeña y lanzando esos tremendos gritos !

Quien mucho habla, poco es lo que dice.