jueves, 14 de mayo de 2015

EL CRESPÍN

EL CRESPÍN



Leyenda de la Provincia de Salta

El crespín es un pájaro del tamaño de un gorrión. Tiene la cola larga y las alas cortas. Su canto parece decir: "cres... pín... cres... pín... Se lo ve en tiempos de la cosecha del trigo, en el centro y noroeste argentino, y su canto otorga cierta tristeza al paisaje. Cuenta la leyenda que Crespín era un criollo bueno y trabajador, que prefería la vida sencilla y sobria.
En cambio a Durmisa, su esposa, le gustaban mucho las fiestas y la música y sobre todo el baile. Un año, de cosecha muy abundante,  Crespín tuvo que trabajar de sol a sol para poder terminar con la siega y la trilla. Y fueron muchos días; tantos, que a Crespín le parecieron uno por cada espiga de trigo del campo. Una tarde llegó a su rancho muy cansado y sintiéndose enfermo a causa de tanto esfuerzo. Durmisa no le prestó atención; estaba ocupada bailando.
-Estoy enfermo y tengo que terminar con la cosecha -dijo Crespín-. Por favor, ve al pueblo y tráeme medicina para poder levantarme mañana y seguir con el trabajo.
Durmisa no le dio mucha importancia, pero dejó su danza y partió hacia el pueblo. En el camino se encontró con un baile, donde todo el mundo festejaba la, terminación de la cosecha. Y no bien oyó la música de una zamba olvidó a su esposo. Sin poder contenerse, comenzó a bailar, una y otra zamba, y ya no pudo parar más. Entonces vinieron a avisarle que Crespín se encontraba moribundo.
-La vida es corta para divertirse y larga para llorar -contestó ella sin preocuparse, y siguió bailando.
Terminada la fiesta, Durmisa volvió a su casa. Crespín no estaba allí. Lo buscó por los alrededores, y nada. Llena de remordimiento, atravesó el trigal sin dejar de llamar a Crespín hasta casi quedarse sin voz. Con el último aliento, enloquecida, Durmisa pidió a Dios que le diera alas para seguir la búsqueda, sin saber que Crespín había muerto esa noche y que unos vecinos piadosos lo habían velado y enterrado. Y así, convertida en pájaro, todavía sigue buscándolo por los trigales dorados de sol, llamando y llamando a Crespín.



Abuelita

Abuelita


Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco, pero sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, pues vivía ya mucho antes que papá y mamá, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cánticos con recias cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de arrobamiento, y le asoman lágrimas a los ojos. ¿Por qué abuelita mirará así la marchita rosa de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada vez que las lágrimas de la abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura niebla, y en derredor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos del sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa; no hay rosa más lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha, siguen siendo los ojos de abuelita. Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y ella sonríe - ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! - sí, y vuelve a sonreír. Ahora se ha marchado él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y muchas figuras; el hombre gallardo ya no está, la rosa yace en el libro de cánticos, y... abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita guardada en el libro. Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando una larga y maravillosa historia. - Se ha terminado - dijo - y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueñecito. Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio se volvía más y más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; habríase dicho que lo bañaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta. La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba tan hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas habían desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como plata y venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita, tan buena y tan querida. Colocaron el libro de cánticos bajo su cabeza, pues ella lo había pedido así, con la rosa entre las páginas. Y así enterraron a abuelita. En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que floreció espléndidamente, y los ruiseñores acudían a cantar allí, y desde la iglesia el órgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir por la noche sin temor a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho más de cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos causarían si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no vuelven. Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de cánticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se ha convertido en polvo también. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y cantando los ruiseñores, y enviando el órgano sus melodías. Y uno piensa muy a menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jóvenes. Los ojos no mueren nunca. Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como antaño, cuando besó por vez primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la tumba convertida en polvo. 

miércoles, 13 de mayo de 2015

EL GORRIÓN

EL GORRIÓN



Cae la tarde en la arbolada que ringla la calle del barrio. Las sombras de la oración hacen fuentes al pie de cada árbol. Del cielo baja una tenue claridad de las estrellas que comienzan a encenderse y de la copa de los árboles llueve el piar de Ios gorriones que buscan donde pasar la noche. Son cientos de pájaros que gritan con fuerza sus derechos de ubicación. Cada árbol rebulle de pasiones gorrioneras. Ese vocerío dura un rato, y de pronto, como si alguien lo ordenara, calla y ni un piar gotea de la fronda. Lo mismo sucede al despuntar el alba. Pero ahora tiene otro timbre. Es un saludo al día que nace. El gorrión no tiene canto agradable como el chingolo, su primo hermano o como la ratona, que salta y canta en las siestas. El no ha tenido tiempo de aprender a cantar ni a imitar el canto de otros pájaros, como la calandria. El sólo pía constantemente haciéndose presente en las casas, en los jardines y en las calles. Desde que ha llegado a nuestras playas, desde hace un siglo y lo dejaron en libertad porque no tenía canto, no quiso aprender a cantar porque prefirió la libertad.
Es glotón y come todo lo que está al alcance de su pico. Muy temprano sale en busca del alimento del día y lo tenemos asentado en una rama observando el movimiento de la casa. Al poco rato está entreverado con los animales domésticos. Es entrador como perro de arriero. Esta confianza que él se toma no gusta a otras aves. Al chingolo lo va alejando a los campos; a la golondrina le quita el nido, en fin ha hecho tantas travesuras que un día las aves pidieron una reunión, con la presidencia del Cóndor para expulsar o aceptar al gorrión en la comunidad.
La asamblea en pleno comenzó a deliberar. Unos decían que el gorrión les había quitado el nido; otros, que era un peleador. Este que era un gritón que ni cantar sabía. Pero también se oyeron voces de defensa, el gorrión es un pajarito útil para el labrador por la cantidad de insectos que come y corre a las plagas.
El pleito parecía enredarse y la primera votación salió empatada. Se hizo un cuarto intermedio por quince días, en cuya reunión la decisión sería definitiva. Comenzó esta reunión con ataques mas fuertes contra el gorrión, y la suerte parecía echada en su contra. Casi todos se inclinaban por la expulsión. Sin embargo del fondo del salón se oyó una voz que dijo: "No sólo por los beneficios que reporta a la agricultura debo defender al gorrión, sino también por su valentía". Y contó lo que le pasó a un escritor que caminaba con su perro por un bosquecillo, cuando de pronto, delante de él, cayó un pichoncito de gorrión. El perro en seguida se acercó a él, entonces se vio descender de un árbol, como un rayo de luz, a la gorriona que se plantó frente al perro y puso tanto ardor defendiendo a su pequeño que el animal acabó por buscar refugio junto al amo.
La asamblea quedó un momento en silencio, pero luego volvieron a la carga contra el gorrión, cuando de pronto se vio revolotear al picaflor, pidiendo que antes de votar, se lo escuchara.
—Concedido —dijo el Cóndor.
—Es muy poco lo que tengo que decir —dijo el Picaflor—, pero muy importante. Sólo que si ustedes me ven aún vestido con todos los colores del arco iris, se lo debo precisamente al gorrión. Resulta que Añá, el dios del mal, echó en mi bañera un líquido con el cual me hubiera decolorado por completo. Entonces el gorrión que se mete en todas partes y de todo se entera, vio lo que pretendía Añá, y me avisó, pero, yo conociendo lo bromista que es, no le creí, y ya estaba a punto de bañarme, cuando él me detuvo. "Espera -me dijo-, primero me mojaré yo y después lo harás tú". Y sin esperar respuesta se zambulló en el agua. Grande fue mi sorpresa cuando lo vi salir completamente decolorado, había perdido todos sus colores brillantes y tomó este tinte marrón con que ustedes lo están viendo. Esa es la historia que yo quería contarles, para que sepan apreciar el bondadoso espíritu de sacrificio de un compañero. Y ahora, ya pueden votar.
Todas las aves aplaudieron al gorrión y decidieron, por unanimidad, que se quedara compartiendo este mundo de las aves.


El gallo Quiquiriqui
El granjero Bonachón tenía una granja en la que todos los animales hacían exactamente lo que les apetecía. Las vacas se paseaban por el prado y charlaban con los caballos, y los cerdos dormían muy contentos en sus pocilgas. Pero las más alegres eran las gallinas. Había cinco: Enriqueta, Filomena, la vieja tía Copete, Beatriz, que se sentía muy orgullosa porque era bonita, y Bonifacia, la jefa de las gallinas, la más menuda de todas ellas, que se aposentaba en su percha y tocaba un flautín mientras el resto de las gallinas ponían huevos en sus nidales.
Cada vez que el granjero Bonachón quería tomar un huevo para desayunar, no tenía más que asomarse a la ventana de la granja y gritar: "Toca el flautín, Bonifacia", e inmediatamente las gallinas ponían huevos.
Una mañana, el granjero Bonachón reunió a todos los animales de la granja. Las gallinas se sentaron delante de los patos, y los demás animales permanecieron agrupados detrás de ellos.
—Tengo malas noticias —dijo el granjero Bonachón—. Lo siento, amigos, pero me he visto obligado a vender la granja. A partir de mañana trabajaréis para don Cascarrabias.
—Vaya por Dios —se dijeron los animales—. Esperemos que nos trate con amabilidad.
Los animales andaban preocupados cuando a la mañana siguiente se presentó don Cascarrabias para inspeccionar la granja. Era un hombre delgado y feo que jamás sonreía. Llevaba unas relucientes botas y un grueso bastón. A ninguno de los animales le cayó simpático. Primero habló a los cerdos: —¡Qué pocilga más sucia! ¡Buscad cepillos y agua y limpiadla en seguida! Luego se dirigió a los caballos: —Estáis todos demasiado gordos. Pronto os pondré en forma haciendo que tiréis de la carreta hasta el mercado.
Luego riñó a las vacas por su aspecto adormilado. Por último visitó el gallinero, donde las gallinas estaban sentadas tranquilamente en sus nidales esperando a que Bonifacia tocara su flautín. Al ver a Bonifacia, don Cascarrabias se encolerizó: —¡Esto es un gallinero, no un concierto! Vete, Bonifacia. No quiero veros ni a ti ni a tu flautín en esta granja nunca más. Mañana vendrá otro jefe a espabilaros! ¡Holgazanas, más que holgazanas!
Así que Bonifacia hizo su maletín y abandonó la granja. A la mañana siguiente, temprano, Enriqueta miró por la ventana y vio a un enorme y joven gallo paseándose arriba y abajo. Tenía una cresta colorada, largos y relucientes espolones y portaba bajo el ala un bastón ligero con la punta de bronce.
—Me llamo Quiquiriquí, y estoy aquí para meteros en cintura —cacareó muy fuerte—. Con que ya podéis iros espabilando. Es hora de levantarse y poner huevos.
Las gallinas se pusieron en fila para que Quiquiriquí las inspeccionara. Primero le gritó a Enriqueta:
—Hoy no has aseado tus plumas. Están que dan asco.
Luego le tocó el turno a Filomena: —Mañana, a primera hora, debes pulir tus uñas. Son una vergüenza.
A continuación estuvo de lo más grosero con la pobre tía Copete:
—Deja de sonreír, estúpida, o te sacudiré con mi bastón.
Luego las obligó a todas a desfilar por el corral hasta quedar extenuadas. Es decir, a todas menos a Beatriz, pues Quiquiriquí se había encaprichado de ella.
—Tú no te muevas, querida —dijo—. Eres demasiado bonita para cansarte caminando arriba y abajo.
Las demás gallinas marchaban detrás de Quiquiriquí. "Izquierda, derecha, izquierda, derecha, media vuelta, izquierda, derecha", gritaba. Ninguna de las gallinas tenía costumbre de desfilar a paso de marcha. Filomena se torció la pata, Enriqueta se metió en el establo por error, y la pobre tía Copete se sentó a descansar entre las coles y se quedó dormida como un tronco.
A la mañana siguiente, al despuntar el día, las gallinas se despertaron al oír a Quiquiriquí cacareando a voz en grito: —¿Cuántos huevos habéis puesto esta mañana? Nadie desayunará hasta no haber puesto por lo menos un huevo.
Cuando regresó a los diez minutos, no halló ningún huevo.
—Todo el mundo al corral, haremos otra larga marcha, esta vez subiremos a la cima de la colina y volveremos a bajar.
Todas se pusieron en marcha, excepto Beatriz, que se quedó comiendo maíz de un gran saco.
Cuando Quiquiriquí entró más tarde en los nidales, no había un solo huevo. ¡Las gallinas estaban tan asustadas que no podían poner huevos!
Bonifacia se puso a pensar en algún medio para ayudar a las gallinas y le pidió consejo al buho Oliverio.
—No digas nada y vigila —dijo éste.
Entonces, una mañana, Bonifacia oyó a don Cascarrabias gritarle a Quiquiriquí:
—Como no obtengas un huevo muy pronto, tendrás que irte. Buscaré a otro gallo para que se ocupe de las gallinas.
Quiquiriquí estaba muy cariacontecido.
—Déme otra oportunidad, señor —rogó—. Le prometo que mañana temprano pondrán huevos. ¡Por favor!
Aquella tarde, Bonifacia siguió a Quiquiriquí cuando éste se dirigió al estanque y robó todos los huevos de pata que encontró. Con mucho sigilo, los depositó en los nidales mientras dormían las gallinas.
Dijo Quiquiriquí - don Cascarrabias que por fin las gallinas habían comenzado a poner huevos.
—Bien —dijo don Cascarrabias-. Mañana temprano inspeccionaré los nidos. Si hay suficientes huevos, conservarás tu empleo.
Cuando Quiquiriquí se acostó, Bonifacia fue a ver a su amigo el viejo gorrión.
—¿Puedes prestarme cuatro huevos de gorrión muy pequeños por esta noche? Mañana por la mañana te los devolveré.
—Por supuesto -dijo el gorrión, y le entregó cuatro diminutos huevos. Sin ser vistos, retiraron entre ambos los huevos de pata y colocaron en su lugar los huevos de gorrión. Después durmieron hasta el amanecer, cuando toda la granja se despertó con el ufano cacareo de Quiquiriquí:
—A levantarse todo el mundo. Esta mañana vendrá don Cascarrabias en persona a inspeccionar los huevos.
Antes de que las gallinas tuvieran tiempo de meterse en los nidales, entró en el gallinero don Cascarrabias.
—Bien, veamos esos huevos.
Lo siguiente que oyeron todos fue un potente alarido.

—¡Has querido engañarme, Quiquiriquí! Estos huevos son de gorrión, no de gallina. Vete de mi granja inmediatamente. ¡Cómo te atreves a burlarte de mí!
Quiquiriquí salió huyendo de la granja y todos los animales rompieron a reír de gozo. Entonces la pequeña Bonifacia salió de detrás del gallinero y se puso a tocar su flautín, y en el acto todas las gallinas se metieron en sus nidales y empezaron a poner huevos.
—Pero si esto es estupendo —dijo don Cascarrabias, sonriendo por primera vez al ver cinco huevos frescos—. Te devuelvo tu puesto de jefa de las gallinas. De ahora en adelante puedes seguir tocando tu flautín para que las gallinas pongan huevos. ¡Tendréis música mientras trabajáis y raciones dobles de desayuno!
Las gallinas cloquearon alegremente, las vacas mugieron satisfechas, los caballos relincharon y Bonifacia, la jefa musical de las gallinas, tocó su flautín entusiasmada.

lunes, 11 de mayo de 2015

"La Flor de Lirolay"

"La Flor de Lirolay"


 Este era un rey ciego que tenía tres hijos. Una enfermedad desconocida le había quitado la vista y ningún remedio de cuantos le aplicaron pudo curarlo. Inútilmente habían sido consultados sabios más famosos.  
 Un día llegó al palacio, desde un país remoto, un viejo mago conocedor de la desventura del soberano. Le observó, y dijo que sólo la flor del lirolay, aplicada a sus ojos, obraría el milagro. La flor del lirolay se abría en tierras muy lejanas y eran tantas y tales las dificultades del viaje y de la búsqueda que resultaba casi imposible conseguirla.  
 Los tres hijos del rey se ofrecieron para realizar la hazaña. El padre prometió legar la corona del reino al que conquistara la flor del lirolay.
Los tres hermanos partieron juntos. Llegaron a un lugar en el que se abrían tres caminos y se separaron, tomando cada cual por el suyo. Se marcharon con el compromiso de reunirse allí mismo el día en que se cumpliera un año, cualquiera fuese el resultado de la empresa.
 Los tres llegaron a las puertas de las tierras de la flor del lirolay, que daban sobre rumbos distintos, y los tres se sometieron, como correspondía a normas idénticas.
Fueron tantas y tan terribles las pruebas exigidas, que ninguno de los dos hermanos mayores la resistió, y regresaron sin haber conseguido la flor.
 El menor, que era mucho más valeroso que ellos, y amaba entrañablemente a su padre, mediante continuos sacrificios y con grande riesgo de la vida, consiguió apoderarse de la flor extraordinaria, casi al término del año estipulado.
 El día de la cita, los tres hermanos se reunieron en la encrucijada de los tres caminos.
 Cuando los hermanos mayores vieron llegar al menor con la flor de lirolay, se sintieron humillados. La conquista no sólo daría al joven fama de héroe, sino que también le aseguraría la corona. La envidia les mordió el corazón y se pusieron de acuerdo para quitarlo de en medio.
 Poco antes de llegar al palacio, se apartaron del camino y cavaron un pozo profundo. Allí arrojaron al hermano menor, después de quitarle la flor milagrosa, y lo cubrieron con tierra.
 Llegaron los impostores alardeando de su proeza ante el padre ciego, quien recuperó la vista así que pasó por los ojos la flor de lirolay. Pero, su alegría se transformó en nueva pena al saber que su hijo había muerto por su causa en aquella aventura.
De la cabellera del príncipe enterrado brotó un lozano cañaveral.
 Al pasar por allí un pastor con su rebaño, le pareció espléndida ocasión para hacerse una flauta y cortó una caña.  
 Cuando el pastor probó modular en el flamante instrumento un aire de la tierra, la flauta dijo estas palabras:
No me toques, pastorcito,
ni me dejes tocar;
mis hermanos me mataron
por la flor de lirolay.  
 La fama de la flauta mágica llegó a oídos del Rey que la quiso probar por sí mismo; sopló en la flauta, y oyó estas palabras:
No me toques, padre mío,
ni me dejes tocar;
mis hermanos me mataron
por la flor de lirolay.
Mandó entonces a sus hijos que tocaran la flauta, y esta vez el canto fue así:
No me toquen, hermanitos,
ni me dejen tocar;
porque ustedes me mataron
por la flor de lirolay.  
 Llevando el pastor al lugar donde había cortado la caña de su flauta, mostró el lozano cañaveral. Cavaron al pie y el príncipe vivió aún, salió desprendiéndose de las raíces.
 Descubierta toda la verdad, el Rey condenó a muerte a sus hijos mayores.
 El joven príncipe, no sólo los perdonó sino que, con sus ruegos, consiguió que el Rey también los perdonara.
 El conquistador de la flor de lirolay fue rey, y su familia y su reino vivieron largos años de paz y de abundancia.  


LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO

LA GALLINA DE LOS HUEVOS DE ORO


HABÍA UNA VEZ UN GRANJERO MUY POBRE LLAMADO EDUARDO, QUE SE PASABA TODO EL DÍA SOÑANDO CON HACERSE MUY RICO. UNA MAÑANA ESTABA EN EL ESTABLO -SOÑANDO QUE TENÍA UN GRAN REBAÑO DE VACAS- CUANDO OYÓ QUE SU MUJER LO LLAMABA.
-¡EDUARDO, VEN A VER LO QUE HE ENCONTRADO! ¡OH, ÉSTE ES EL DÍA MÁS MARAVILLOSO DE NUESTRAS VIDAS!
AL VOLVERSE A MIRAR A SU MUJER, EDUARDO SE FROTÓ LOS OJOS, SIN CREER LO QUE VEÍA. ALLÍ ESTABA SU ESPOSA, CON UNA GALLINA BAJO EL BRAZO Y UN HUEVO DE ORO PERFECTO EN LA OTRA MANO. LA BUENA MUJER REÍA CONTENTA MIENTRAS LE DECÍA:
-NO, NO ESTÁS SOÑANDO. ES VERDAD QUE TENEMOS UNA GALLINA QUE PONE HUEVOS DE ORO. ¡PIENSA EN LO RICOS QUE SEREMOS SI PONE UN HUEVO COMO ÉSTE TODOS LOS DÍAS! DEBEMOS TRATARLA MUY BIEN.
DURANTE LAS SEMANAS SIGUIENTES, CUMPLIERON ESTOS PROPÓSITOS AL PIE DE LA LETRA. LA LLEVABAN TODOS LOS DÍAS HASTA LA HIERBA VERDE QUE CRECÍA ¡UNTO AL ESTANQUE DEL PUEBLO, Y TODAS LAS NOCHES LA ACOSTABAN EN UNA CAMA DE PAJA, EN UN RINCÓN CALIENTE DE LA COCINA. NO PASABA MAÑANA SIN QUE APARECIERA UN HUEVO DE ORO.
EDUARDO COMPRÓ MÁS TIERRAS Y MÁS VACAS. PERO SABÍA QUE TENÍA QUE ESPERAR MUCHO TIEMPO ANTES DE LLEGAR A SER MUY RICO.
-ES DEMASIADO TIEMPO -ANUNCIÓ UNA MAÑANA-,ESTOY CANSADO DE ESPERAR. ESTÁ CLARO QUE NUESTRA GALLINA TIENE DENTRO MUCHOS HUEVOS DE ORO. ¡CREO QUE TENDRÍAMOS QUE SACARLOS AHORA!

SU MUJER ESTUVO DE ACUERDO. YA NO SE ACORDABA DE LO CONTENTA QUE SE HABÍA PUESTO EL DÍA EN QUE HABÍA DESCUBIERTO EL PRIMER HUEVO DE ORO. LE DIO UN CUCHILLO Y EN POCOS SEGUNDOS EDUARDO MATÓ A LA GALLINA Y LA ABRIÓ.
SE FROTÓ OTRA VEZ LOS OJOS, SIN CREER LO QUE ESTABA VIENDO. PERO ESTA VEZ, SU MUJER NO SE RIÓ, PORQUE LA GALLINA MUERTA NO TENÍA NI UN SOLO HUEVO.
-¡OH, EDUARDO! -GIMIÓ- ¿POR QUÉ HABREMOS SIDO TAN AVARICIOSOS? AHORA NUNCA LLEGAREMOS A SER RICOS, POR MUCHO QUE ESPEREMOS.
Y DESDE AQUEL DÍA, EDUARDO YA NO VOLVIÓ A SOÑAR CON HACERSE RICO


domingo, 10 de mayo de 2015

CALEUCHE: LA BARCA DE LAS ÁNIMAS DEL LAGO LÁCAR

CALEUCHE: LA BARCA DE LAS ÁNIMAS DEL LAGO LÁCAR


Parecía que iba a ser un día nublado, pero cuando me fui a eso del mediodía al Lácar, para ver mis majadas que pastaban cerca del peñasco llamado la Bandurria, el sol se había comido la neblina, había iluminado todo. Como aceite se veía el agua, que se movía suavecito. En el cielo no se veían nubes grises ni oscuras; ni siquiera "plumitas" de color se veían. Cuando mire otra vez el vallecito que está a la derecha de la Bandurria, vi que algunos de mis animales miraban furiosos hacia el lago. Y allí fue que vi el "palo", el árbol de los espíritus, que es del lago.
Pero a mí no me parecía árbol, sino una barca, que tenía dos palos y clarito se veían los hombres que remaban. Pesada andaba, despacio, no tenía nada de raro; cualquiera podía ver que iba hacia el Sur. Cuando yo, contento, les hice señas, ni me miraron; parecía que descansaban no más, sin hacer ruido casi, y miraban alrededor sin preocuparse. Yo sabía que en el lago no hay barcas, solamente una que otra canoa. Conocía las barcas, que una vez, cuando fui en un malón que hicimos en Bahía Blanca, vi muchas cosas nuevas y también estas barcas. Y lo que me parecía ya tan antiguo, resultó de repente muy cerca: una barca en el Lácar. Relucía todo, parecía que la barca se agrandaba y que quería subirse en el aire, igual que una nube clarita. Grité y les hice señas. Hice ondear mi trarülonko entre los arbustos. Me parecía conocer las caras de la gente, que movían los remos todos por igual. Eran caras satisfechas, tranquilas, que saludaban al sol. Tan cerca estaba de ellos, que el ruido de los remos en el agua lo escuchaba lo más bien. Todo ahí era luz; alegre era eso. Tuve como un escalofrío y quería estar con los amigos. Quería correr hasta la playa. Una barca de los espíritus sería; serían los antiguos que se atrevían a andar en pleno día y sin viento. Pero todavía quise esperar a ver qué iba a hacer la barca, si seguiría para el Sur... Linda se la veía, cómo iba bajo el sol, sobre el lago limpito. Entonces parecía que querían dar vuelta. Pero al contrario. Remaban para el centro del lago, donde se había ido formando una mancha oscura, azul, alrededor. La mancha se hacía más grande y la barca se achicaba.
De repente, cambió todo: los que remaban se volvieron gaviotas. Volaban en círculo como para orientarse y al fin decidieron nadar. Mucho rato todavía se veían sus alas y se escuchaba su risa: jü, jü, jü. Pero el otro que me hizo acordar a un malle, que hace rato se reunió con los antepasados, se volvió un gran ketrú. Chapoteaba fuerte; haciendo mucho ruido nadaba y dejó una mancha espumosa detrás, que se veía como un trarülonko que flotaba en el lago. La barca se había vuelto un tronco de leña, y el tronco se deshizo en muchos pedacitos grandes y chicos. Sobre el agua flotaban y se hundieron al rato, después. Fuerte estaba todavía la luz del sol. Nada se oscurecía con sombra. La barca se había ido para siempre y yo estaba seguro de haber visto un "cambio". Uno de ésos de que hablan en la tribu desde antiguo, desde muchísimo tiempo atrás. De los cambios que cuentan los viejos, como hablan del uampú. Cómo no voy a creer en el "tronco" que muchos lo han visto. Nguluches, que hay que creerles, chilenos, que saben muy bien lo que es un uampú. A veces parece como cacique y hasta muestra el hacha de mando. También sabe cabalgar sobre una gigantesca raíz, que hace pedazos lo que se le pone por delante en las noches de tormentas. Todo eso significa desgracia, hay que cuidarse. El "tronco" o "cacique", saben llamarlo, no es tan rico y poderoso como Shompallue. Éste sí es poderoso; éste tiene en el fondo del lago casas y vasijas de oro y las mujeres más lindas. Los viejos cuentan que vive solo en la ciudad que está hundida en el lago. La ciudad que desapareció, que por eso se llama Lácar el lago; quiere decir: la ciudad muerta. Así que él está viviendo en la ciudad, mientras el "tronco" o "cacique" anda siempre sobre el agua, cuidando el lago. Puede cambiarse en lo que más le guste, no hace nada malo, al revés que Shompallue, que a veces no es muy bueno. Ahora, claro que también el "tronco" mata, cuando lo hacen enojar. Le gusta remar contra la corriente y contra el viento, porque es muy fuerte. Su uampú es más grande y más pesado que otros, pero muchas veces se deja ver como tronco de árbol y no como canoa.

La historia de Caleuche ha inspirado la realización de la película "LA NAVE DE LOS LOCOS" (Ricardo Wullicher - 1996). Esta coproducción argentino-española, comprendida en el denominado "realismo mágico latinoamericano", nos habla sobre la defensa de la tierra y el ecologismo. Fue rodada en la Patagonia, y narra el enfrentamiento entre una comunidad de indios Mapuches que se niegan a abandonar las tierras sagradas de sus antepasados y unos constructores que quieren levantar en el lugar un complejo turístico de alto nivel. Un cacique, obrando dentro de la ley de su pueblo, incendia el lugar para proteger las tierras, e involuntariamente provoca la muerte de un joven. Una vez llevado a juicio se niega a defenderse, y espera un acontecimiento mágico: la llegada de Caleuche, la nave de los locos.