sábado, 25 de abril de 2015

EL RÍO DE LAS LÁGRIMAS Y SU BALSA

EL RÍO DE LAS LÁGRIMAS Y SU BALSA


Leyenda araucana

Un viejo indio cuenta:
-Que el cuerpo puede separarse del alma, como decían nuestros antepasados, lo prueba algo que me sucedió hace años.
Una noche, cuando estaba enfermo, sentí que una bruja joven, recién iniciada en los secretos de la magia por la hechicera más anciana de la tribu, con largo tiempo de aprendizaje y avezada ya a los dolores, entre muchas de las ceremonias que vienen al caso, me había despojado de la barba y el cabello de la parte superior del cráneo. Lo hizo con todo el arte de la hechicería, tal como se les enseña en las Salamanqueras a los discípulos.
Por la mañana, yo estaba totalmente pelado y convencido de que la bruja lo había hecho para experimentar sus artes mágicas con mis cabellos: y resultó que se trataba de una huinka rubia, enemiga mía y de nuestra tribu.
Dada la vergüenza sufrida y mi impotente ira, me sentí más enfermo aún. En cierta ocasión, durante un día de sol, me pareció que mis dos hermanos, que ya se habían ido al mundo de los muertos, me llamaban insistentemente a gritos, pidiendo que me marchara con ellos; tanto que sentí anhelos de desprenderme de la vida para seguirlos y que ese deseo crecía en tal forma que me consumía. Quise, ardientemente, convertirme en espíritu, en alma.
Con ese designio iba en cierta ocasión, muy avanzada la tarde, a un paraje de nuestra boscosa cordillera, bien pertrechado con una soga de cuero. Busqué un árbol de rama muy fuerte, pero no lo encontré.
De improviso, me pareció haber hallado la boca de una cueva, que nunca había visto aún y que debía ser por consiguiente de los Salamanqueros, el gremio de las brujas. Creo poder asegurar que la cueva estaba cerca del "Rincón de Paila-kura", sobre la laguna azul, ubicación del arroyo Pukara, llamado también "Norithué" o N'onthué. Sobre esa roca, según dicen, había puesto "Fücha-Huentru", el creador de la tierra, su mano cansada, tanto que quedó la huella de sus cinco dedos.
Después de penetrar por la boca de la cueva y de avanzar a lo largo de amplias galerías llenas de brillo y resplandor, aunque no había sol, me encontré de pronto y sin haber visto a nadie frente a una escalera que llevaba abajo: lo cual hacía suponer que, por ella, se podía llegar hasta lo más profundo de la tierra.
Fui descendiendo durante horas y más horas, hasta que finalmente debí volver mi rostro hacia la escalera para no marearme demasiado y no perder el equilibrio.
Delante de mí, parecía abrirse un abismo oscuro y profundo: y sólo me infundía valor una llama que ardía allá abajo.
Por fin, sentí el duro suelo bajo mis pies y vi claramente que estaba a orillas de un río. Allí, me cerró el paso un guardián y me preguntó:
-¿Qué buscas aquí? ¿Eres todavía un vivo o ya estás muerto? ¿A qué clase de gente perteneces? ¿Por qué no llevas contigo a un perro negro? ¡Habla!
Era el "N'ontufe", el balsero, quien hablaba así conmigo.
Le respondí y luego le pedí que me "balseara", a lo cual me contestó:
-No. Porque si te llevo al otro lado del río, jamás podrás volver a la superficie de la tierra. Porque este río se llama "Killei-hue", arroyo de lágrimas y nadie lo atraviesa dos veces. ¿Tienes algún mensaje para los ya idos?
Mientras yo hablaba con aquel espíritu, mi alma, separada del cuerpo, veía surgir entre árboles en flor a mis dos hermanos, que del otro lado del río me hacían señas.
Imité sus señas; y al notar esto, el "N'onthue" me dijo:
-¿Quieres que acabe ya tu vida o tienes aún obligaciones en el mundo?
A lo cual, le contesté:
-Como mis dos hermanos tenían más edad que yo, quisiera vivir aún tanto como ellos vivieron: pero quiero hacerles preguntas primero y pedirles consejo.
Mientras tanto, yo miraba el valle de los ya idos, infinitamente grande y espacioso. Allí, todo era verdor, todo estaba esmaltado de flores; los árboles se hallaban grávidos de frutas y flores y en el hermoso jardín se recreaban mansos animales. Pero me extraña, sin embargo, que yo no sintiera aún deseos de vivir allí.
Cuando el hombre espíritu me preguntó si quería hablar con mis hermanos, le dije que sí, a lo cual repuso:
-Apenas hayas hablado una sola palabra con tus hermanos, ya no te será permitido subir a la tierra.
Ellos te dirán que la vida es aquí tan hermosa que el cuerpo sólo es un peso que se deshace y te quedarás gustosamente. Sin alejarse de mí y sin dirigirse a nadie, dijo luego el balsero:
-Tus hermanos te mandan saludos y te aconsejan que hables con tu otro hermano que vive aún, y que vayas con él a caballo a ver a la maga que tiene su ruka en la Vega de Maipú, cerca de la cascada. La maga está en combinación con tus hermanos, que por su intermedio te quieren ayudar para que vuelvas a tener salud y todo lo que te han quitado; y también la alegría de vivir sin temer la muerte. Fue ese miedo el que te impidió hallar en el bosque la rama alta y fuerte.
Al mismo tiempo, me asieron manos invisibles que me subieron cada vez más arriba, sin que tuviera necesidad de realizar esfuerzo alguno, mientras la luz se acrecentaba a mi alrededor.
Cuando volví a mi casa y tomé posesión de mi cuerpo nuevamente, sabiendo que mi familia me creía ya sin vida, les referí todo y les dije que abajo la vida era mucho más bella que sobre la tierra: que existían prados sin nieve, colinas suaves con arboledas, plantas con frutos maduros y al propio tiempo en flor; ríos y arroyuelos por doquier, con toda clase de peces; animales salvajes para cazar y también leones y avestruces. Les hablé del Mapu, la tierra hermosa, donde nunca falta de comer ni de beber y donde todos los días son de fiesta y descanso.
Mi hermano me interrumpió, diciendo:
-¿No tenías que ir a caballo inmediatamente a la Vega de Maipú, para ver a la maga? Ahora, mis hermanos me han dado orden de acompañarte.
Hicimos una larga travesía a caballo, porque desde Kila-kina hasta la Vega de Maipú medía un largo trecho. Cuando ya estábamos cerca de la ruka, mi hermano me dijo:
-Desde aquí, seguiré mi viaje solo. Los espíritus le han comunicado ya a la gran maga que estamos llegando y ella nunca quiere ver a los enfermos en su ruka, sino desde lejos. Quédate aquí, hermano, y espérame.
Mi hermano fue a ver a la maga y cuando regresó, me dijo:
-Ella está enterada desde hace mucho tiempo de mi llegada: nuestros hermanos la informaron. Y como conoce el alma y el corazón y es omnisciente, me ordenó: "Viajen despacio durante el camino de regreso y vuelvan por donde han venido. Durante el trayecto, tu hermano verá la señal que le ha arrebatado el placer de vivir; pero que ahora será la señal de la curación. Una joven huínka le ha hecho audazmente un daño, pero mi poder es superior al suyo".
Y mi hermano agregó:
-Con lo dicho por la gran maga, estoy seguro de que te curarás: porque, de lo contrario, ella habría dicho como de costumbre: "Cabalguen lentamente con el Küme-Huentru, el buen hombre y amigo, y procúrenle todo lo que es bondad y atención". Nunca dice más. Cuando hay esperanzas da, como lo ha hecho hoy con nosotros, sus órdenes.
Cuando volvíamos, vi de repente algo extraño. De modo que le pregunté a mi hermano:
-¿Ves ese largo cabello color oro que se cierne ahí arriba? ¿No notas cómo gira, cómo se tambalea en su vertiginoso vuelo?
Pero mi hermano no lo veía. Mientras tanto, el cabello de oro cayó del cielo, posándose suavemente sobre mi rostro, como para acariciarme; después, alrededor de mi cuello, como abrazándome.
Me proporcionaba una grata sensación y en ese mismo instante recobré la salud. No volví a sentir más nostalgia de estar con mis hermanos ni de querer morir.
La gran maga había usado de su arte para obligar a la joven bruja, su subordinada, a enmendar el daño ocasionado y a mandar por los cabelllos robados, uno de oro de ella, largo y lacio; enterrando los otros, para perder su poder sobre mí.
Desde entonces, transcurrieron muchos años; estoy sano y me figuro la vida en el otro mundo como algo muy agradable; he perdido el miedo a la muerte, porque siempre digo: poseer el cuerpo o ser espíritu, tanto da; en el mundo de abajo la vida es muy bella y lo mismo sucede en nuestra "Mapu". Nunca volveré a buscar una rama fuerte en el bosque.


EL LADRÓN MAESTRO

EL LADRÓN MAESTRO 



Un día un anciano y su esposa estaban sentados en el frente de su  casa miserable descansando un rato de su trabajo. De repente un carro espléndido con cuatro caballos negros vino llegando, y un hombre lujosamente vestido se bajó de él.  El campesino se levantó, fue hacia el gran hombre, y le preguntó qué quería, y de qué modo él podría ayudarle. El forastero estiró su mano al anciano, y dijo, "quiero solamente disfrutar por una vez de un plato campesino: cocíneme algunas patatas, al modo que usted siempre las hace, y luego me sentaré en su mesa y las comeré con placer."
El campesino sonrió y dijo, "Usted es un conde o un príncipe, o quizás hasta un duque; los señores nobles a menudo tienen tales fantasías, pero usted tendrá su deseo." La esposa entró en la cocina, y comenzó a lavar y frotar las patatas, y hacerlas en pelotas, a como acostumbran los campesinos. Mientras ella estaba ocupada de este trabajo, el anciano dijo al forastero, "Venga a mi jardín conmigo un rato, pues tengo todavía algo para hacer allí."  Él había excavado algunos agujeros en el jardín, y ahora quería plantar algunos árboles en ellos.
¿"No tienen ustedes hijos?," preguntó el forastero, "quienes podrían  ayudarles con su trabajo." "No," contestó el campesino, "yo tenía a un hijo, es cierto, pero hace mucho tiempo que él salió de aquí. Él era hábil, minucioso e inteligente, pero nunca aprendió ningún oficio y conocía muchos malos trucos, hasta que por fin él se alejó de mí yéndose a recorrer mundo, y desde entonces no he oído nada de él."
El anciano tomó un árbol joven, lo puso en un agujero, colocó una estaca al lado de él, y cuando había movido con la pala alguna tierra y la había pisoteado firmemente, ató el tallo del árbol a la estaca, abajo, y al medio, con una cuerda. 
¿"Pero dígame," dijo el forastero, "por qué usted no ata aquel árbol anudado y torcido, que está en la esquina allí, inclinado hacia la tierra, a un poste, para que también pueda ponerse erecto, como éstos?"
El anciano sonrió y dijo, "Señor, usted habla según su conocimiento, es fácil ver que usted no es familiar con la horticultura. Aquel árbol allí es viejo y deforme, nadie puede hacerlo enderezar ahora. Los árboles deben ser formados mientras son jóvenes." "Así es como estaba con su hijo," dijo el forastero, "si usted lo hubiera entrenado mientras él era todavía joven, él no se habría escapado; ahora él también debe haberse puesto difícil y deforme."
"Realmente ya hace mucho tiempo que él se marchó," contestó el anciano, "él debe haber cambiado. " "¿Lo conocería usted otra vez si él viniera acá?" preguntó el forastero. "Apenas por su cara," contestó el campesino, "pero él tiene una señal única, una marca de nacimiento en su hombro, que parece a una alubia." Cuando él lo terminó de decir, el forastero se quitó su abrigo, expuso su hombro, y mostró al campesino la alubia. ¡"Dios bueno! ¡" gritó el anciano, "Tú eres realmente mi hijo!" y el amor por su hijo agitó a su corazón.
¿"Pero," añadió él, "cómo puedes ser mi hijo, tú que eres un gran señor y vives en la riqueza y el lujo? ¿De qué forma has logrado  hacer esto?" "Ah, padre," contestó el hijo, "el árbol joven no estuvo ligado a ningún poste y se ha puesto torcido, ahora es demasiado viejo, nunca será erecto otra vez. ¿Cómo he conseguido todo esto? Me he hecho un ladrón, pero no te alarmes, soy un ladrón-maestro. Para mí no hay ni cerraduras, ni cerrojos, lo que yo desee es mío. No te imagines que robo como un vulgar ladrón, sólo tomo un poco de la superfluidad del rico.
La gente pobre está segura, yo prefiero darles que tomar algo de ellos. Todo aquello que pudiera obtener sin problema, astucia y destreza nunca lo toco. ""Ay, mi hijo," dijo el padre, "esto todavía no me complace a mí, un ladrón es todavía un ladrón, te digo que esto se terminará mal." Él lo llevó a donde su madre, y cuando ella oyó que era su hijo, lloró de alegría, pero cuando él le dijo que se había hecho un ladrón-maestro, dos lágrimas fluyeron abajo sobre su rostro. Con mucho detalle ella dijo, "incluso si él se ha hecho un ladrón, él es todavía mi hijo, y mis ojos lo han contemplado una vez más." Ellos se sentaron a la mesa, y otra vez él comió con sus padres el humilde alimento que no había comido por tanto tiempo. El padre dijo, "Si nuestro patrón, el conde de allá arriba en el castillo, sabe de tus artes y sabe cuales son tus negocios, él no te tomará en sus brazos para balancearte en ellos como cuando lo  hizo en la fuente bautismal, sino que lo hará para balancearte de un cabestro."
"Tranquilo, padre, él no me hará daño, yo sé como tratarlo. Iré donde él este mismo día." Al final de la tarde, el ladrón-maestro se asentó en su carro, y lo condujo al castillo. El conde lo recibió cortésmente, ya que él lo tomó por un hombre distinguido. Cuando  sin embargo, el forastero se presentó tal como realmente era, el conde se puso pálido y estuvo completamente silencioso durante algún tiempo. Al rato, con mucho detalle él le dijo, "eres mi ahijado, y tomando eso en cuenta,  te tendré piedad a la hora de hacer justicia, y te trataré con poca severidad. Puesto que te enorgulleces de ser un ladrón-maestro, pondré tu arte a prueba, pero si no pasas la prueba, debes casarte con la hija del fabricante de cuerdas, y el graznido del cuervo deberá ser la única música para esa ocasión."
"Señor Conde," contestó el ladrón-maestro, "Piense tres cosas, tan  difíciles como usted quiera, y si no realizo sus tareas, haga conmigo lo que usted desee." El conde reflexionó durante algunos minutos, y luego dijo, "Bien. Entonces, en primer lugar, robarás el caballo que guardo para mi propia equitación, sacándolo del establo; seguidamente, deberás robar las sábanas que están debajo de los cuerpos de mi esposa y míos cuando estamos dormidos, sin que nos demos cuenta de ello, más el anillo de bodas de mi esposa también; y en tercer lugar y finalmente, deberás poner lejos de la iglesia, al cura y al oficinista. Anota bien lo que he dicho, pues tu vida futura depende de ello."
El ladrón-maestro fue a la ciudad más cercana; allí él le compró la ropa a una vieja mujer campesina, y se la puso. Se manchó su cara marrón, y se pintó arrugas también, de modo que nadie pudiera haberlo reconocido. Entonces él llenó un pequeño barril con viejo vino de Hungría, y al cual le fue mezclado una bebida poderosa para dormir. Él puso el barril en una cesta, la echó a su espalda, y se dirigió con pasos lentos y tambaleantes al castillo del conde. Ya estaba oscuro cuando él llegó. Se sentó en una piedra en el patio y comenzó a toser, como una anciana asmática, y a frotar sus manos como si tuviera frío. Delante de la puerta del estable algunos soldados estaban alrededor de un fuego; y uno de ellos observó a la mujer, y la llamó, "Venga más cerca, vieja madre, y caliéntese al lado de nosotros. Después de todo, no tienes ninguna cama para la noche, y debes tomar lo primero que se te presente."
  "La anciana se tambaleó hasta ellos, y les pidió que levantaran la cesta de su espalda, y se sentó al lado de ellos junto al fuego. ¿"Qué llevas en ese pequeño barril, vieja señora?" preguntó uno de los guardianes. "Un muy buen vino," contestó ella. "Vivo del comercio, y por dinero y palabras justas estoy completamente lista a darle un trago." "Entonces tomémoslo," dijo el soldado, y cuando él lo hubo  probado dijo, "Cuando el vino está bueno, me gusta repetirlo," y se sirvió otro para él, y el resto siguió su ejemplo.

"¡Hola, compañeros!," gritó uno de ellos a aquellos que estaban en dentro del establo, "aquí está una buena anciana quién tiene un vino que es tan viejo como ella misma; tomen un trago que les calentará sus estómagos mucho mejor que nuestro fuego." La anciana llevó su barril al establo. Uno de los soldados se había asentado en el caballo de equitación ensillado, el otro sostuvo su brida en su mano, un tercero había puesto el asimiento de su cola. Ella les sirvió tanto como ellos quisieron hasta que se vació el barril. Pasó poco tiempo  antes de que la brida se cayó de la mano del que la sostenía, y cayendo al suelo comenzó a roncar. El otro soltó el asimiento de la cola, se acostó y roncó todavía más alto. 
Y el que estaba sentado en la silla, permaneció realmente sentado, pero dobló su cabeza abajo casi al cuello del caballo, y durmió y sopló con su boca como el fuelle de una forja. Los soldados de a fuera habían estado dormidos ya desde hace rato, y yacían en la tierra inmóviles, como muertos. Cuándo el ladrón-maestro vio que  había tenido éxito, le dio al primero una cuerda en su mano en vez de la brida, y al otro quién había estado sosteniendo la cola, una brizna de paja, pero ¿ qué debía hacer con el que se sentaba en el caballo? Él no quiso lanzarlo abajo, ya que podría despertarlo y hacerlo pronunciar un grito.
Entonces tuvo una idea buena, desabrochó los amarres de la silla, ató a la silla fuertemente un par de cuerdas que colgaban de un anillo en la pared, y preparó al jinete durmiente en el aire, y enroscó con fuerza la cuerda alrededor de unos postes. Pronto soltó al caballo de la cadena, pero si él hubiera montado al caballo sobre el pavimento pedregoso del patio, se habría oído el ruido en el castillo. Entonces forró los cascos del caballo en viejos harapos, lo condujo con cuidado, saltó sobre él, y galopó lejos.
Cuando despuntó el día, el maestro galopó al castillo sobre el caballo robado. El conde  acababa de despertar, y miraba fuera de la ventana. ¡"Buenos días, Señor Conde," le gritó él, "aquí está el caballo, que saqué sin daño del establo! Sólo mire como maravillosamente sus soldados yacen allí durmiendo; y si usted gusta ir al establo, verá cuan cómodos están sus cuidadores." El conde no podía menos que reírse, entonces él dijo, "Por una vez lo has logrado, pero no irá así de bien la segunda vez, y te advierto  que si vienes a mi como un ladrón, no dudaré de tratarte como lo hago con un ladrón."
Cuando la condesa se acostó esa noche, ella cerró fuertemente su mano con el anillo de bodas, y el conde dijo, "Todas las puertas están cerradas con llave y asegurado el cerrojo, me mantendré despierto y esperaré al ladrón, pero si él entra por la ventana, le pegaré un tiro." El ladrón-maestro, sin embargo, fue en la oscuridad a la horca, descolgó a un pobre ajusticiado que colgaba allí abajo del cabestro, y lo llevó en su espalda al castillo. Una vez allí puso una escala hasta el dormitorio, se echó el cadáver sobre sus hombros, y comenzó a subir. Cuando ya estuvo tan alto que la cabeza del muerto se asomaba en la ventana, el conde, quién miraba desde su cama, le disparó, e inmediatamente el maestro dejó al muerto caerse, y se escondió él mismo en una esquina. 
La noche estaba suficientemente iluminada por la luna, con lo que el  maestro podía ver claramente como el conde salió por la ventana a  la escala, bajó, llevó el cadáver al jardín, y comenzó a excavar un agujero para ponerlo. "Ahora", pensaba el ladrón, "el momento oportuno ha llegado," salió con agilidad de su esquina, y subió la escala directamente al dormitorio de la condesa. "Querida esposa," comenzó él imitando la voz del conde, "el ladrón está muerto, pero, después de todo, él es mi ahijado, y ha sido más un artista del escape que un bandido. No lo pondré en vergüenza pública; además, lo siento por los padres.
Lo sepultaré yo mismo antes del amanecer, en el jardín de modo que nadie lo sepa, dame la sábana y envolveré el cuerpo en ella, y lo sepultaré como un perro entierra las cosas rasguñando. "La condesa le dio la sábana. "Te digo que," siguió el ladrón, "tengo un ataque de magnanimidad en mí, dame el anillo también, pues el  infeliz hombre arriesgó su vida para ello, así que puede llevarlo con él a su tumba." Ella no contradijo al conde, y aunque lo hiciera de mala gana ella se quitó el anillo de su dedo, y se lo dio. El ladrón se largó lejos con ambas cosas, y llegó a casa sin peligro antes de que el conde en el jardín hubiera terminado su trabajo del entierro.
Qué cara tan larga puso el conde cuando el maestro vino a la  mañana siguiente, y le trajo la sábana y el anillo. ¿"Eres un mago?" dijo él, "¿Quién te ha sacado de la tumba en la cual yo mismo te puse, y te trajo a la vida otra vez?" "Usted no me sepultó," dijo el ladrón, "pero sí al ajusticiado en la horca," y él le dijo exactamente como todo había pasado, y obligó a que el conde le reconociera que él era un ladrón inteligente, mañoso. "Pero aún no has llegado al  final," añadió él, "tienes todavía que realizar la tercera tarea, y si  no tienes éxito, todo habrá sido inútil." El maestro sonrió y no devolvió ninguna respuesta.
Cuando llegó la noche él salió con un gran saco en su espalda, un bulto bajo sus brazos, y una linterna en su mano y se dirigió a la iglesia de pueblo. En el saco él tenía algunos cangrejos, y en el bulto candelas cortas. Se sentó en el cementerio que estaba contiguo a la iglesia, sacó un cangrejo, y le pegó una candela en su espalda. Entonces él encendió la candela, puso el cangrejo sobre la tierra, y lo dejó arrastrarse. Él tomó un segundo cangrejo del saco, y lo trató del mismo modo, y así hasta que el último estuviera fuera del saco. En ese momento él se puso una ropa negra larga que parecía la capucha de un monje, y se pegó una barba gris en su barbilla. Cuando por fin él estuvo  completamente irreconocible, tomó el saco en el cual los cangrejos habían estado, entró a la iglesia, y subió al púlpito.
El reloj en la torre daba las doce; y cuándo el último golpe había sonado, él gritó con una voz fuerte y penetrante, "¡Despierten, hombres pecadores, el final de todas las cosas ha llegado! ¡El último día está aquí! ¡Despierten! ¡Despierten! ¡ Quienquiera desee ir al cielo conmigo debe meterse en el saco. Soy Pedro, que abre y cierra la puerta de cielo. Contemplen como la muerte allí en el cementerio deambula recogiendo huesos! ¡Vengan, vengan, y agrúpense en el saco! ¡El mundo está a punto de ser destruido!" El grito resonó por el pueblo entero.

El cura y el oficinista que vivían más cerca de la iglesia, lo oyeron primero, y cuando vieron las luces que se movían en el cementerio, se dieron cuenta de que algo extraño sucedía, y entraron a la iglesia. Ellos escucharon el sermón un rato, y luego el oficinista dio un codazo al cura y le dijo, "no estaría mal si debiéramos aprovechar  la oportunidad juntos, y antes del amanecer del último día, encontrar un modo fácil de llegar al cielo." "Para decir verdad," contestó el cura, "es lo que yo mismo he estado pensando, y si te sientes preparado, nos pondremos camino." "Sí", contestó el oficinista, "pero usted, el pastor, tiene la precedencia, yo le seguiré."
Entonces el cura fue adelante, y subió al púlpito donde el maestro abrió su saco. El cura entró sigilosamente de primero, y luego el oficinista. El maestro inmediatamente amarró el saco fuertemente, lo agarró al medio, y los arrastró gradas abajo del púlpito. Y siempre que las cabezas de los dos tontos chocaban contra las gradas, él gritaba "vamos por las montañas." Y así los llevó a través del  pueblo del mismo modo, y cuando pasaban por charcos, él gritaba  "Ahora pasamos por nubes mojadas." Y cuando por fin llegaron a las gradas del castillo, él gritó, "¡Ahora estamos en las gradas del  cielo, y  pronto estaremos en el tribunal externo!" Cuándo llegaron arriba, empujó el saco en el palomar, y cuando las palomas revolotearon sobre ellos, él dijo, "Escuche que alegre están los ángeles, y como ellos agitan sus alas!" Entonces echó el cerrojo sobre la puerta, y se marchó.
A la mañana siguiente el maestro fue donde el conde, y le dijo que ya había realizado la tercera tarea también, y había sacado al cura y al oficinista de la iglesia. ¿"Dónde los abandonaste?" preguntó el señor. "Ellos yacen arriba en un saco en el palomar, y se imaginan que están en el cielo." El conde subió él mismo, y se convenció que el maestro había dicho la verdad. Una vez que hubo librado al cura y al oficinista de su cautiverio, él dijo, "Eres un ladrón-maestro pleno de arte,  y has ganado la apuesta. Por esta ocasión has salvado tu piel, pero abandona mi tierra, ya que si alguna vez vuelves a poner pie en ella, correrías el riesgo de ir a la horca." El ladrón-maestro se despidió de sus padres, y una vez más partió hacia el amplio mundo, y nadie volvió a oír de él desde entonces.
Enseñanza:
Por más arte que se ponga en la ejecución de un delito, nunca dejará de ser incorrecto.


viernes, 24 de abril de 2015

LA LEYENDA DE LA PIEDRA MOVEDIZA DE TANDIL

LA LEYENDA DE LA PIEDRA MOVEDIZA DE TANDIL


Hace mucho tiempo el Sol y la Luna se unieron en matrimonio. Su primer acto de amor fue crear la pampa infinita, cubierta de verdes pastos y perfumadas flores, e hicieron crecer inmensos ombúes en ese majestuoso mar color esmeralda.
Los hijos del Sol y la Luna fueron los primeros hombres que caminaron sobre la tierra, y sus padres les regalaron la pampa para que allí tuviesen su morada. Después crearon a los animales para que acompañaran a sus hijos, y aunque les dieron permiso de cazarlos para que tuvieran comida en abundancia, también les encargaron su cuidado. Y sus hijos aprendieron a manejar el arco y la flecha, y a usar el fuego para calentarse y preparar sus comidas.
Y así sus hijos dominaron toda la pampa, viviendo felices en las tierras que les habían regalado. El Sol y la Luna vivieron con ellos por un tiempo, pero un día decidieron regresar al cielo. Sus hijos se entristecieron al pensar que ya no los verían, pero ambos prometieron que se turnarían durante el día y la noche para vigilarlos desde el cielo.
Durante siglos la armonía reinó en la pampa. Los hombres no conocían necesidades, y diariamente agradecían a sus padres celestiales por proveerles todo lo que necesitaban. Pero un atardecer ocurrió algo inesperado: el Sol empalideció y perdió gradualmente su brillante luz. Los hombres sintieron temor por su Padre, y más aún cuando descubrieron que un gigantesco puma había logrado trepar hasta el firmamento y estaba persiguiendo al Sol que se encontraba extenuado luego de recorrer el cielo durante todo el día. En el preciso momento en que Sol quedó atrapado en el horizonte, justo antes de desaparecer, el puma se acercó y abrió sus fauces para devorarlo.
Los hombres hijos acudieron en ayuda del Sol, y miles de flechas volaron hacia el cielo. Una de las saetas traspasó a la fiera, que cayó a la tierra malherida. Nadie se atrevía a acercarse para matarlo del todo. Mientras tanto, el Sol volvió a mostrarse en todo su esplendor, y antes de hundirse tras el horizonte, enrojeció de orgullo ante la valentía demostrada por sus hijos.
Luna, completamente enfurecida, buscó por todas partes al animal que había intentado devorar a su esposo. Pronto lo divisó, y se sorprendió al ver que el puma no sólo no había muerto, sino que rugía con rabia y elevaba sus garras al cielo. Luna, desesperada al no encontrar nada en el cielo que pudiese arrojarle, arrancó trozos de su propio rostro y, luego de transformarlos en piedras, los lanzó sobre la bestia hasta cubrirla por completo.
Fue así como el rostro de la Luna quedó marcado para siempre y se formaron las sierras de Tandil. La última piedra que arrojó Luna cayó encima de una flecha y por eso siguió moviéndose durante siglos, y parece que el animal tampoco murió, porque en el momento en que Sol se elevaba la piedra comenzaba a temblar.

Nota: La piedra movediza de Tandil se desplomó el Jueves 29 de febrero de 1912, entre las 5 y las 6 de la tarde. Era una mole de granito en equilibrio cuyo peso estimado superaba las 385 toneladas.

La imagen es un mural de la ciudad de Tandil efectuado por el centenario de la caida de la piedra

EL REY RANA

El Rey Rana  

Hace muchos años, cuando el desear aún le ayudaba a uno, vivía un rey cuyas hijas eran todas buenas doncellas, pero la más joven era tan bondadosa, que el mismo sol, que ha visto tanto, se detenía cada vez que iluminaba su camino. Cerca del castillo del rey, había una inmensa y oscura selva, y bajo un viejo árbol de lima había un pozo, y cuando el día esta muy caliente, la hija menor del rey iba a la selva a sentarse junto a la fresca fuente, y cuando se aburría, tomaba una bola de oro y la tiraba alto para capturarla. Y esta bola era su juguete favorito.

Pero sucedió que en una ocasión la bola no llegó a las manos que la esperaban, sino que cayó al suelo y rodó hasta caer en el pozo. La hija del rey la siguió con sus ojos, hasta que desapareció. Y el pozo era profundo, tan profundo que no se alcanzaba a ver el fondo. Ella empezó a llorar, y a llorar más alto y más alto sin llegar a sentir consuelo. Y mientras se lamentaba oyó que alguien le decía:    

-"¿Que te sucede, hija del rey?, te lamentas tanto que hasta las piedras te mostrarían piedad"-
Ella miró alrededor buscando hacia donde venía la voz, y vio a una rana sacando del agua su gran cabeza.
-"¡Ah!, vieja corredora de aguas, ¿eres tú?"- preguntó.- "Estoy llorando por mi bola de oro, que cayó dentro del pozo"- concluyó diciendo.
-"Quédate tranquila y no llores más"- contestó la rana. "Yo te puedo ayudar, pero ¿que me darás a cambio si te regreso ese juguete de nuevo?"-
-"Lo que tú quieras, querida rana"- dijo ella. -"Mis vestidos, mis perlas y joyas, y hasta la corona de oro que llevo puesta"-
La rana respondió: -"No me interesan tus vestidos, tus perlas o joyas, ni la corona de oro, pero si me amaras y me dejaras ser tu compañera y socia de juegos, y sentarme contigo en tu mesa, y comer de tu plato de oro, y beber de tu vaso, y dormir en tu cama junto a tí. Si tú me prometes cumplir todo eso, yo bajaré y traeré acá de regreso tu bola de oro."-
-"Oh, claro" - dijo ella, -"yo te prometo cumplir tus deseos, si me regresas la bola"-
Ella sin embargo pensaba: -"¡Cómo habla esa tonta rana! ¡Ella vive en el agua junto a las otras ranas y sapos y no podría ser compañera de ningún ser humano!"-
Pero la rana, una vez recibida la promesa, metió su cabeza en el agua y se sumergió profundamente, y momentos después subía nadando trayendo en su boca la bola, y la tiró en el zacate. La hija del rey quedó encantada de ver una vez más de nuevo a su juguete, y recogiéndola corrió con ella. 
-"¡Espera, espera!"- gritaba la rana.     -"¡Llévame contigo, que no puedo correr como lo haces tú!-
Pero ¿de qué le serviría gritar, aún con su croak, croak, tan fuerte como podía? Ella no la escuchaba, y corrió a su aposento y pronto olvidó a la pobre rana, que se vio obligada a regresar al pozo de nuevo.

Al día siguiente, cuando se sentó a la mesa con el rey y los cortesanos, y había empezado a comer en su plato de oro, algo llegó brincando y sonando splash, splash, a las gradas de mármol, y cuando llegó arriba, tocó a la puerta y gritó:
-"Princesa, la más joven de las princesas, ábreme la puerta a mí."-
Ella corrió a ver que había afuera, pero cuando abrió la puerta, encontró a la rana sentada al frente. Entonces ella tiró la puerta a toda prisa, y regresó a sentarse a la mesa y quedó muy asustada. El rey vio que estaba sumamente alterada y que su corazón latía fuertemente y le preguntó:
-"Mi muchachita, ¿qué es lo que te asustó tanto?, ¿está por casualidad un gigante afuera que quiere raptarte y llevarte lejos?"-
-"Oh, no"- replicó ella. -"No es un gigante, sino una horrible rana"-
-"¿Y qué hace una rana contigo?"- 
-"Ah, mi querido padre, ayer yo estaba en la foresta, sentada junto al pozo, jugando con mi bola de oro, cuándo ésta cayó a lo profundo del pozo. Y como yo lloraba mucho, la rana me la regresó, y como ella insistía, yo le prometí que podía ser mi compañera, ¡pero nunca pensé que sería capaz de alejarse de sus aguas! Y ahora está ahí afuera, esperando que la ingrese conmigo."-

Mientras tanto la rana tocó a la puerta por segunda vez, y gritaba:
-¡Princesa! ¡La más joven de las princesas!
¡Ábreme a mi la puerta!
¿Recuerdas lo que me dijiste
ayer en las frescas aguas de la fuente?
¡Princesa, la más joven princesa!
¡Ábreme a mi la puerta!

Entonces dijo el rey:
-"Lo que tú has prometido, debes cumplirlo. Ve y déjala entrar"-
Ella fue y abrió la puerta, y la rana saltó y la siguió a ella, paso a paso, hasta su silla. Entonces, cuando la princesa se sentó, la rana gritó:
-"Levántame para estar a tu lado."-
Ella no actuaba, hasta que el rey le ordenó hacerlo. Cuando la rana ya estaba en la silla, le pidió estar en la mesa, y una vez en la mesa dijo:
-"Ahora, empuja tu plato de oro más cerca de mí de modo que podamos comer juntos."-
Ella lo hizo, pero fue fácil ver que lo hacía sin su voluntad. La rana disfrutó de la comida, pero casi todos los bocados que la princesa tomaba, la estremecían. Al final dijo la rana:
-"Ya he comido y estoy satisfecha; ahora estoy cansada, llévame a tu dormitorio, alista tu sedosa cama, y ambos iremos a dormir."- 
La hija del rey empezó a llorar, porque tenía miedo de la fría rana que ella no quería tocar, y que iba ahora a dormir en su preciosa y limpia cama. Pero el rey se molestó y dijo:
-"Aquel que te ayudó cuando estuviste en apuros, no debe ser decepcionado por tí."-
Así que ella tomó a la rana con sólo dos dedos, la llevó arriba y la puso en una esquina. Pero cuando ella se metió a su cama, la rana sigilosamente se le acercó y le dijo:
-"Estoy cansada, quiero dormir tan bien como tú, levántame o se lo diré a tu padre."-
Entonces ella se enojó terriblemente, la tomó en sus manos y la lanzó con todas sus fuerzas contra la pared.
-"Ahora te estarás quieta, odiosa rana."- dijo ella.
Pero cuando cayó al suelo ya no era una rana, sino un encantador príncipe de bellos modales.
Ahora, él, por decisión de su padre, es su compañero y esposo. Entonces él le contó cómo había sido hechizado por un malvado brujo, y cómo nadie lo había sacado nunca del pozo, excepto ella, y que mañana podrían ir juntos a su reino. Ambos fueron a dormir, y a la mañana siguiente, al levantar el sol, llegó un carruaje con ocho caballos blancos, con plumas blancas de avestruz en sus cabezas, y con arreos con cadenas de oro, y atrás venía el fiel sirviente Henry. El fiel sirviente Henry había quedado tan infeliz cuando su patrón fue convertido en rana, que se había atado tres bandas de hierro alrededor de su corazón para que no reventara de pena y tristeza. 

El carruaje condujo al príncipe a su reino. El fiel Henry les ayudó a ambos, y se puso a sus órdenes de nuevo, y estaba lleno de dicha por su rescate. Y cuando iban de camino, el hijo del rey escuchó que algo se quebraba atrás de él. Se volvió y gritó:
-"Hey, Henry, el carruaje se está quebrando."-
-"No, patrón, no es el carruaje. Es una banda que está sobre mi corazón, que me había puesto por mi gran dolor por su encantamiento como rana dentro del pozo. Otra y otra vez volvieron aquellos sonidos, y el hijo del rey pensaba que el carruaje se estaba quebrando, pero sólo eran las bandas que se reventaban de alrededor del corazón del fiel Henry porque su patrón era ahora libre y feliz.
Enseñanza:

Lo que se promete, siempre debe cumplirse.

jueves, 23 de abril de 2015

LA LEYENDA DE LA NIÑA ENCANTADA

LA NIÑA ENCANTADA


Leyenda
Existe en la provincia de Mendoza una laguna, que es como un engarce mágico en las alturas de las montañas. Fue en tiempos antiquísimos el cráter de un volcán, y por encantamiento su comba dorada por el fuego se convirtió en una pequeña laguna que es prodigio de belleza. De ella se desprende como hilo de plata un pequeño arroyuelo que bajando de la cumbre va a unirse al Salado después de recorrer un largo trecho entre peñascos bravíos. Los indios la llamaban" Alhué pichitrequen lauquen" (pequeña laguna. de Dios que se hiela).
El poético encantamiento del paisaje hace que se justifique la leyenda que narran los paisanos, y cohíbe al hombre buscar una explicación racional de aquel misterio.
"Elchá Chiamal Cané" (doncella de la túnica verde) fue entregada como prenda de paz por su derrotado padre al viejo cacique Calilué, quien la toma por esposa. La hermosa india acepta el sacrificio por la ' ventura de su pueblo, y la concordia reina' entre las dos tribus enemigas. Sucedió entonces que al morir un cacique amigo de Calilué le encarga .cuide de su apuesto hijo, llamado Cantipán, y lo tenga por suyo.
Elchá y Cantipán se enamoran desde el primer encuentro; por lealtad hacia su padre adoptivo, el joven quiere huir de la que ama, pero Elchá no lo deja hasta que promete la hará raptar y escaparán juntos.
Una noche, huyen los enamorados, y Calilué, en su desesperación, recurre a su hermana, la cacica Ghulcán, quien vanamente ha pretendido el amor de Cantipán. La despechada con el auxilio de la bruja Quetrupillán, parte en persecución de los jóvenes. Guiada por la bruja llegan a la. laguna, en una de cuyas grutas se habían refugiado
Elchá y Cantipán; para sorprenderlos, la perversa hermana de Calilué es transformada en lechuza, que lleva en sus manos un ramo de lirios-rosas" engualichados" por Quetrupillán.
Junto a la orilla los enamorados deslizan su vida; la lechuza se acerca y arroja sus flores en el regazo de Elchá, quien alborozada, las coloca sobre su pecho y corre a contemplarse en las tersas aguas. Pero en cuanto lo hace queda transformada en piedra. Lleno de asombro y horror, Cantipán trata de volverla a la vida besándola apasionadamente. Ante la inutilidad. de sus esfuerzos y enloquecido de dolor se arroja a la laguna.
La cacica Ghulcán recobra la forma humana y suplica a la bruja salve al hermoso joven, de cuyo amor no puede desprenderse; mas como la bruja tarda en encontrar .el sortilegio necesario, se arroja a la laguna para tratar de rescatarlo. Preparado el ungüento mágico, la bruja saca los cadáveres y los vuelve a la vida. Cantipán corre a abrazar la petrificada figura de su amada;Ghulcán, loca de celos, se interpone 'y le enrostra su deslealtad para con Calilué, y sollozando le pide perdón, pues la culpable de todas sus desgracias es la bruja Quetrupillán. Esta, al verse descubierta quiere huir; recoge el ramo de lirios-rosas y, sin desearlo, se contempla en el agua: instantáneamente obra el sortilegio y desaparece en las aguas con las flores engualichadas, "convertida en una roca negra". Cantipán, estupefacto, comprende que en el ramo lirio está el encantamiento, y para recuperado y, volver a la vida a Elchá se arroja de nuevo a la laguna. Ghulcán, ante el fracaso, sigue al que amó inútilmente hacia el desconocido fondo del cual nunca regresarán...
En las noches de luna se escucha la queja lastimera de los enamorados, mientras con sus ojuelos vivaces, una lechuza, donde refugióse el alma de la bruja, ronda, presa del encantamiento...


Y así corre entre los paisanos de la tierra de los huarpes esta tierna leyenda. Hay quienes refieren que la laguna en noches silenciosas emite en el cabrilleo de sus aguas, un lamento suave y profundo. Son las voces de Elchá y Cantipán que aun esperan alguien que los despierte del encantamiento.,

Dibujo de Carmen Alicia Robles

EL TERRIBLE VIKINGO

EL TERRIBLE VIKINGO



Habitaba una vez en las lejanas tierras del norte, un pueblo de Vikingos.

Era un pueblo guerrero y muy fiero, que era respetado y temido por todos los demás.

De entre todos destacaba uno, Alf Gandallsen, que era el más terrible y más fuerte de los vikingos.

Alto como un oso y fuerte como un león, con sus propios brazos era capaz de luchar contra un toro y vencerle en unos pocos segundos. Y para que todos le conocieran y le temieran, llevaba en su casco y su capa los trofeos de sus victorias: más de cincuenta abalorios sobre la cabeza y cientos de esmeraldas colgando de su capa, una por cada uno de los enemigos derrotados.

Alf nunca se quitaba su casco y su capa, le gustaba que todos vieran su logros.


En su pueblo todos se apartaban cuando el pasaba, por temor a despertar su ira, pero cierto día, un joven que leía despistado y sin mirar por donde iba,  se cruzó en su camino, le hizo tropezar y cayó con lo grande que era, enterito en un gran charco.

Furioso, Alf le increpó y le desafió a una carrera a muerte hasta el pico más alto de una montaña cercana y al volver el ganador podría ejecutar al perdedor, esa era la forma en que los habitantes de ese pueblo arreglaban sus disputas. El delgaducho joven no tenía elección, pues así eran las costumbres de su pueblo, así que sólo puso una condición.

- Puesto que mañana salgo de viaje, tenemos que hacer la carrera ahora mismo.


Alf lanzó una risotada y aceptó orgulloso y sorprendido aquella estúpida condición, y sin mediar otra palabra, empezó a correr hacia la cima de la montaña. El chico, aunque delgado, era terriblemente ágil y muy rápido, y empezó a seguir al gran guerrero a cierta distancia.. Según iba pasando el tiempo, cada vez el gigantón iba más lento y más agotado, durante todo el ascenso y descenso el joven fue siguiendo al gigante, pero en su caso como era más delgado y no llevaba ni casco y capa, apenas estaba cansado, y en los últimos metros cuando iban llegando al pueblo el joven adelanto al gigante y llego el primero.

Entonces el joven estudiante, les explicó a todos que el orgullo, la ostentación y la soberbia del vikingo fueron las causas para que llegara en segundo lugar y totalmente exhausto, pues el tremendo peso que tenía el casco y la capa, hicieron que Alf se agotase completamente.

Alf, como buen guerrero, aceptó su derrota y se puso a disposición del joven, el cual le perdonó la vida, el gigante se quedó impresionado de la inteligencia y la táctica del joven, haciéndose desde ese mismo momento amigo suyo.

Desde entonces cambió los símbolos inútiles y superfluos por la austeridad, pasando en todas partes como uno de tantos.


En todas, menos en el campo de batalla, donde no se le reconocía por cuernos, espadas o capas, sino por una fiereza y valor sin igual.

miércoles, 22 de abril de 2015

LOS AONIKENK Leyenda

LOS AONIKENK

Leyenda de la provincia de Santa Cruz


En épocas muy remotas los únicos habitantes de la Patagonia eran los tachul, seres enanos. Pero un día la tierra comenzó a moverse, el suelo se agrietó, sordos truenos retumbaron en el espacio y de las profundidades surgieron nuevas montañas. La raza de los tachul se extinguió totalmente, y quedó sepultada en las cercanías del cerro Ashpech.

Tanto tronar y sacudir despertó al dios Seecho que había estado dormido toda una eternidad en el cráter del volcán de Pajel Kaike. Esperó a que todo estuviera tranquilo y cuando se asomó vio una enorme extensión de tierra cubierta de piedras sin ningún signo de vida. Fue entonces que pensó en crear una nueva estirpe de seres, los Aonikenk, hombres tan fuertes y aguerridos que pudieran sobrevivir en aquellas soledades.

Por el término de muchas lunas, Seecho trabajó pacientemente en la penumbra del cráter y decidió crear primero a todas las especies de animales que hoy pueblan la tierra. Cuando dio por terminada esta parte de su obra, los acompañó hasta que salieron a la luz y dejó que se alejaran por el camino que más les gustara.

Estaba por volver otra vez a las profundidades para comenzar con la tarea más difícil: crear al hombre, cuando se dio cuenta que los nuevos hombres que había imaginado necesitarían para sobrevivir algo más que fuerza; entonces tendió sus manos hacia uno y otro lado, cubrió de nieve las cumbres de las montañas, hizo surgir manantiales y lagos, creó bosques en las laderas de los cerros, extensos valles y mesetas.

Entonces sí volvió a su trabajo y una hermosa mañana cuando el sol calentaba la tierra, creó al cacique KeIchan, primer hombre de la nueva estirpe. Atado de una gruesa soga lo bajó con mucho cuidado por la ladera del volcán hasta depositarlo sobre la tierra. Ahí desató sus ligaduras y lo dejó solo.

El hombre abrió los ojos y regocijó su vista con los colores del cielo y de la tierra. Después movió sus piernas y caminando recorrió las cercanías del volcán. Al rato encontró un manantial y un poco más alejado descubrió algunas cuevas en las que se cobijó del frío de la noche. Pasó el tiempo y aprendió a cazar guanacos, comió la carne y con la piel cubrió su cuerpo desnudo.

Seecho contemplaba a Kelchan y lo dejaba hacer pero pronto se dio cuenta que no podía seguir viviendo tan solo; entonces creó una mujer para que le hiciera compañía.

Tiempo después salieron del cráter otros hombres y mujeres que también eligieron libremente el camino a seguir. Unos se internaron en los bosques, otros dirigieron sus pasos a las montañas o hacia las desiertas mesetas.


Y este fue el origen de los Aonikenk, hombres del sur.