miércoles, 12 de agosto de 2015

EL ABETO

EL ABETO

Autor: Hans Chistian Andersen

Allá en el bosque crecía un joven abeto. Tenía un buen sitio y disponía de sol y aire más que suficientes. En torno suyo crecían muchos compañeros mayores, abetos y pinos. Pero el pequeño abeto tenía mucha prisa por crecer. No pensaba en el sol tibio ni en el aire fresco, ni atendía a los niños de la aldea cuando pasaban charlando en busca de fresas o frambuesas. A veces venían con un canasto lleno o con fresas ensartadas en un junco, y se sentaban junto al arbolito y decían:
-¡Ah, qué bonito es!
Pero el árbol no quería oír nada de aquello.
Al año siguiente había crecido un buen tramo y al siguiente uno mayor aún; -y así siempre se puede saber los años que tiene un abeto si se cuentan sus tramos.
-¡Ah, si fuera grande como los otros árboles -suspiraba el arbolito-, y pudiera extender las ramas en torno mío y divisar con la copa el ancho mundo! Los pájaros anidarían en mis ramas y, cuando soplase el viento, movería mi copa con tanta solemnidad como ellos.

No disfrutaba con los rayos del sol, ni con los pájaros ni con las nubes rojas, que al amanecer y en el ocaso del día circulaban sobre él.
Cuando llegó el invierno y la blanca nieve centelleaba a su alrededor, venía corriendo con frecuencia una liebre y daba saltos sobre el arbolito; ¡oh, era tan fastidioso! Pero pasaron dos inviernos y al tercero, el árbol era tan grande que la liebre tuvo que correr alrededor suyo. Oh, crecer, crecer, hacerse grande y viejo era el único placer de este mundo, pensaba el árbol.
En otoño venían siempre los leñadores y cortaban algunos de los árboles más grandes. Pasaba cada año, y el joven abeto, que ya había crecido mucho, se estremecía al verlo, porque los grandes, espléndidos árboles, caían a tierra con un estrepitoso crujido. Les cortaban las ramas y parecían desnudos, largos y delgados; apenas si se les reconocía, pero eran colocados en los carros y los caballos los sacaban del bosque. ¿Adónde iban? ¿Qué destino les esperaba?
En primavera, cuando llegan la golondrina y la cigüeña, les preguntó el árbol:
-¿Sabéis adónde los llevan? ¿Os los habéis encontrado?
Las golondrinas no sabían nada, pero la cigüeña se quedó pensativa, afirmó con la cabeza y dijo:
-Sí, creo que sí. He encontrado muchos barcos nuevos cuando volaba a Egipto. Tenían magníficos mástiles; yo diría que eran ellos, olían a abeto. Puedo felicitarte efusivamente, pues... ¡con qué majestad se alzaban!
-¡Ah, si yo fuese lo suficientemente grande para volar sobre el mar! ¿Cómo es el mar? ¿A qué se parece?
-¡Bueno, es tan difícil de explicar! -dijo la cigüeña, y se marchó.
-Goza de tu juventud -dijeron los rayos del sol-. ¡Alégrate de tu nueva estatura, de la vida joven que hay en ti!
Y el viento besó el árbol y derramó lágrimas sobre él, pero el abeto no entendía.
Cuando se aproximaba la Navidad fueron cortados muchos árboles jóvenes, árboles que con frecuencia no eran mayores ni de más edad que este abeto, que no tenía paz ni sosiego sino que siempre quería marcharse. Estos jóvenes árboles, que eran precisamente los más hermosos, conservaban siempre sus ramas, eran colocados en los carros y los caballos los sacaban del bosque.
-¿Adónde irán? -se preguntaba el abeto-. No son mayores que yo, incluso hay uno que es más pequeño. ¿Por qué conservan todas sus ramas? ¿Adónde los llevan?
-¡Nosotros lo sabemos, nosotros lo sabemos! -piaron los gorriones-. Hemos estado mirando por las ventanas allá en la ciudad. ¡Nosotros sabemos dónde los llevan! ¡Oh!, les espera el esplendor y la gloria mayores que pueda imaginarse. Hemos mirado por las ventanas y hemos visto que los colocan en medio de confortables salones y los adornan con las cosas más preciosas, como manzanas doradas, bollos de miel, juguetes y cientos de luces.
-¿Y después? -preguntó el abeto, temblando con todas sus ramas-. ¿Y después? ¿Qué ocurre después?
-En realidad no hemos visto más, pero era maravilloso.

-¿Me tocará ir por este deslumbrante camino? -se regocijaba el árbol-. ¡Es mejor aún que cruzar el mar! Me muero de ganas de que llegue la Navidad. Ahora soy alto y ancho como los otros que se llevaron el año pasado. ¡Oh, si estuviera en el carro! ¡Si me encontrara ya en el confortable salón con toda brillantez y honor! ¿Y después? Sí, debe haber algo mejor, algo más hermoso, porque si no... ¿para qué habrían de adornarme de esta manera? Tiene que ocurrir algo más grande, más espléndoroso. ¿Pero qué? ¡Oh, cómo lo deseo! ¡Cómo lo ansío! Ni yo mismo sé lo que me ocurre.
-Disfrútame -dijeron el aire y el sol-. ¡Alégrate con tu fresca juventud al aire libre!
Pero no gozaba de nada; crecía y crecía, invierno y verano se mantenía verde, verde oscuro. Al verlo, la gente decía:
-¡Qué árbol más hermoso!
Y en Navidad fue el primero que cortaron. El hacha se hincó hondo en la madera. El árbol cayó a tierra con un gemido. Sintió un pesar, un desmayo, y dejó de tener pensamientos felices. Sintió pena de ser arrancado de su hogar, del lugar donde había crecido. Sabía que nunca volvería a ver a sus queridos compañeros, ni a los pequeños arbustos y flores que crecían en derredor suyo, y quizás ni siquiera a los pájaros. La marcha no tenía nada de agradable.
El árbol no volvió en sí hasta que, en el patio, descargado con los otros árboles, oyó decir a un hombre:
-¡Es espléndido! Elegimos éste. Después vinieron unos criados totalmente uniformados y llevaron el abeto a un hermoso salón. En torno a sus paredes colgaban retratos, y junto a la gran estufa de porcelana había grandes jarrones chinos con leones en las tapas. Había mecedoras, sofás forrados de seda, grandes mesas llenas de libros con láminas y con juguetes por valor de cientos de coronas -por lo menos, así lo decían los niños-. Y el abeto fue plantado en una gran cuba llena de arena; pero nadie podía ver que era una cuba, porque la forraron con una tela verde y estaba colocada sobre una gran alfombra persa. ¡Cómo temblaba el árbol! ¿Qué iría a ocurrir? Tanto los criados como las señoritas de la casa vinieron a adornarlo. De las ramas colgaron pequeñas redes, recortadas de papel de colores; cada red estaba llena de caramelos; manzanas y nueces doradas colgaban como si hubiesen crecido allí y más de cien velitas rojas, azules y blancas fueron fijadas en las ramas. Muñecas que parecían vivas como si fueran personas -el árbol no había visto nunca nada igual- pendían de las ramas, y justo en la cima fue colocada una gran estrella de papel dorado. Todo aquello era esplendoroso.
-¡Esta noche! -decían todos-. ¡Esta noche estará deslumbrante!
«¡Oh -pensó el árbol-, ojalá fuese ya de noche y las luces estuvieran encendidas! ¿Y qué ocurrirá? ¿Vendrán los árboles del bosque a verme? ¿Vendrán volando los gorriones a la ventana? ¿Echaré raíces aquí y seguiré estando adornado durante el invierno y el verano?»
Ignoraba bastantes cosas, ¿no os parece? Y tenía verdadero dolor de corteza de pura ansiedad, y el dolor de corteza es tan malo para un árbol como el dolor de cabeza para nosotros.
Por fin encendieron las velas. Qué brillo, qué resplandor. El árbol temblaba con todas sus ramas, tanto que una de las velas prendió fuego a una de ellas. ¡Uf, lo que dolía!
-¡Dios mío! -gritaron las señoritas, y lo apagaron con rapidez.
Entonces el árbol ya no se atrevió a mover una hoja. ¡Oh, era horrible! Tenía tanto miedo de perder algo de su esplendor; estaba aturdido de tanto brillo y... de pronto, la puerta del salón se abrió de par en par y una multitud de niños se precipitó sobre él como si fuesen a derribarlo. Las personas mayores venían muy serias detrás; los pequeños estuvieron callados, pero sólo un instante, porque en seguida comenzaron a armar ruido de nuevo. Bailaron en torno al árbol y arrancaron un regalo tras otro.
«¿Qué es lo que están haciendo? -pensó el árbol-. ¿Qué va a ocurrir?» Y las velas se gastaron hasta llegar a las ramas y fueron apagadas cuando se consumieron, y entonces los niños obtuvieron permiso para despojar al árbol. ¡Ah!, se precipitaron sobre él, de modo que crujieron todas sus ramas; de no haber estado sujeto por la cima y la estrella de oro al techo, lo hubieran derribado.

Los niños bailaron alrededor con sus bonitos juguetes. Nadie se fijó más en el árbol excepto la vieja niñera, que fue a mirar entre las ramas, pero sólo para ver si no se había quedado olvidado algún higo o alguna manzana.
-¡Un cuento, un cuento! -gritaron los niños, empujando a un hombrecillo obeso hacia el árbol. Se sentó bajo él.
-Como si estuviésemos en el bosque -dijo-; al árbol le gustará también mucho oírlo. Pero contaré sólo un cuento. ¿Queréis oír el de Ivede-Avede, o el de Terrón Coscorrón, que se cayó por la escalera pero subió al trono y se casó con la princesa?
-¡Ivede-Avede! -gritaron unos-. ¡Terrón Coscorrón! -gritaron otros. Todo era un puro clamor y griterío; sólo el abeto se mantenía callado y pensaba:
«¿Tendré que intervenir en esto? ¿Tendré que hacer algo?»
Y claro está que había intervenido y había hecho cuanto tenía que hacer.
Y el hombre gordo contó el cuento de Terrón Coscorrón, que cayó por la escalera y, sin embargo, se sentó en el trono y se casó con la princesa. Y los niños aplaudieron y gritaron:
-¡Cuenta, cuenta! -porque querían también el de Ivede-Avede, pero tuvieron que conformarse con el de Terrón Coscorrón.
El abeto permanecía muy quieto y pensativo: nunca los pájaros del bosque habían contado cosas parecidas.
«Terrón Coscorrón cayó por la escalera y, sin embargo, se casó con la princesa. ¡Sí, sí, así pasa en el mundo! -pensó el abeto, convencido de que era verdad lo que aquel caballero tan fino había contado-. ¡Vaya, quién sabe, quizá me caiga yo también por la escalera y me case con una princesa!», y se regocijó al pensar que al día siguiente sería cubierto con velas y juguetes y frutas doradas.
«¡Mañana no temblaré! -pensó-. ¡Voy a disfrutar plenamente de todo mi esplendor! Mañana oiré de nuevo el cuento de Terrón Coscorrón y quizá el de Ivede-Avede», y el árbol permaneció en silencio y pensativo toda la noche.
Por la mañana entraron el criado y la criada.
«Ahora -pensó el árbol- comenzarán a adornarme de nuevo»; pero lo arrastraron por la sala y, escaleras arriba, lo metieron en el desván y allí lo dejaron, en un rincón oscuro, donde no llegaba luz alguna.
«¿Qué significará esto? -pensó el árbol-. ¿Qué tendré que hacer aquí? ¿Qué tendré que oír?»
Y se mantuvo contra la pared y pensó y pensó. Y tuvo mucho tiempo, porque pasaron días y noches. No subía nadie y cuando por fin vino alguien, fue para poner unas grandes cajas en un rincón. El árbol estaba muy escondido, se diría que había sido olvidado por completo.
«¡Ahora es invierno! -pensó el árbol-. La tierra está dura y cubierta de nieve, los hombres no pueden plantarme; por lo tanto tengo que estar aquí esperando hasta la primavera. ¡Qué bien pensado! ¡Qué inteligentes son los hombres! Si no estuviera esto tan oscuro y tan espantosamente solitario. Ni una pequeña liebre acierta a pasar. Era tan agradable allá en el bosque cuando había nieve y la liebre pasaba saltando. Sí, incluso cuando brincaba sobre mí, aunque no me gustara entonces. ¡Esta soledad es insoportable!»
-¡Pi, pi! -dijo justo entonces un ratoncito asomándose, y otro le siguió. Olisquearon el abeto y corretearon por entre sus ramas.
-¡Hace un frío horrible! -exclamó el ratoncito-. De no ser por eso se estaría muy bien aquí. ¿No es verdad, viejo abeto?
-¡Yo no soy viejo! -dijo el abeto-. ¡Hay muchos que son más viejos que yo!
-¿De dónde vienes? -preguntaron los ratones-. ¿Y qué sabes? (eran terriblemente curiosos). Háblanos del sitio más bonito de la tierra. ¿Has estado allí? ¿Has estado en la despensa, donde hay quesos en los estantes y los jamones cuelgan del techo, donde se baila sobre velas de sebo y se entra muy delgado y se sale gordo, gordo?
-No lo conozco -dijo el árbol-, pero conozco el bosque, donde brilla el sol y donde cantan los pájaros. Y entonces les contó detalles de su juventud. Los ratoncitos no habían oído nunca nada semejante. Escucharon con la boca abierta y dijeron:
-¡Oh, cuánto has visto! ¡Qué suerte has tenido!
-¿Yo? -dijo el abeto, y reflexionó sobre lo que había contado-. Sí, después de todo, fueron tiempos muy divertidos. Y les explicó lo de la Nochebuena, cuando había sido adornado con velas y dulces.
-¡Oh! -dijeron los ratones-. ¡Qué suerte has tenido, viejo abeto!
-¡Yo no soy viejo! -exclamó el árbol-. Os diré que, en este invierno en que he venido del bosque, me encontraba en plena juventud, apenas si había terminado de crecer.
-iQué bien lo cuentas! -dijeron los ratoncitos.
Y la noche siguiente vinieron con cuatro más, para oír al árbol contar su historia y cuanto más contaba, con mayor frecuencia se acordaba de todo y pensaba:
«A pesar de todo, fueron tiempos muy divertidos, que volverán. Terrón Coscorrón se cayó por la escalera y, sin embargo, se casó con la princesa. Quizá también yo me case con una».
Y entonces recordó a un gracioso abedul que crecía en el bosque y que, para el abeto, era una verdadera princesa.
-¿Quién es Terrón Coscorrón? -preguntaron los ratoncitos.
Y entonces el abeto les contó todo el cuento. Podía recordarlo palabra por palabra, y los ratoncitos estuvieron a punto de saltar hasta la cima del árbol de tanto como les divirtió.
La noche siguiente vinieron muchos ratones más y el domingo incluso dos ratas. Pero dijeron que el cuento no era nada divertido y esto puso muy tristes a los ratoncitos, porque entonces también ellos pensaron que no era una gran cosa.
-¿Y ése es el único cuento que sabes? -preguntaron las ratas.
-Sólo ése -respondió el árbol-. Lo oí contar durante mi noche más feliz, pero entonces no sabía lo feliz que era.
-¡Es un cuento malísimo! ¿No sabes ninguno sobre tocino y velas de sebo? ¿Ningún cuento de despensa?
-¡No! -dijo el árbol.
- Pues muchas gracias -contestaron las ratas y se volvieron a casa.
Al fin hasta los ratoncitos dejaron también de venir, y entonces el árbol suspiró:
-Pues era muy agradable ver sentados a mi alrededor a los traviesos ratoncitos, escuchando mis historias. ¡Ahora también se han ido! Aunque procuraré divertirme cuando vuelva a salir.
¿Pero cuándo iba a ocurrir aquello de volver a salir?
Pues sí, ocurrió una mañana en que vino gente y revolvió en el desván. Quitaron las cajas y sacaron el árbol; lo tiraron con pocos miramientos al suelo, pero en seguida un criado lo arrojó por la escalera donde había luz.
¡La vida empieza de nuevo!», pensó el árbol, sintiendo en el cuerpo el contacto del aire fresco y de los primeros rayos del sol; estaba ya en el patio. Todo sucedía muy rápidamente; el abeto se olvidó de sí mismo: ¡había tanto que ver a su alrededor! El patio estaba contiguo a un jardín, que era una ascua de flores; las rosas colgaban, frescas o fragantes, por encima de la diminuta verja; estaban en flor los tilos, y las golondrinas chillaban, volando: «¡Quirrevirrevit, ha vuelto mi hombrecito!». Pero no se referían al abeto.
«¡Ahora a vivir!», pensó éste alborozado, y extendió sus ramas. Pero, ¡ay!, estaban secas y amarillas; y allí lo dejaron entre hierbajos y espinos. La estrella de oropel seguía aún en su cúspide, y relucía a la luz del sol.
En el patio jugaban algunos de aquellos alegres muchachuelos que por Nochebuena estuvieron bailando en torno al abeto y que tanto lo habían admirado. Uno de ellos se le acercó corriendo y le arrancó la estrella dorada.
-¡Miren lo que hay todavía en este abeto, tan feo y viejo! -exclamó, subiéndose por las ramas y haciéndolas crujir bajo sus botas.
El árbol, al contemplar aquella magnificencia de flores y aquella lozanía del jardín y compararlas con su propio estado, sintió haber dejado el oscuro rincón del desván. Recordó su sana juventud en el bosque, la alegre Nochebuena y los ratoncillos que tan a gusto habían escuchado el cuento de Klumpe-Dumpe.
«¡Todo pasó, todo pasó! -dijo el pobre abeto-. ¿Por qué no supe gozar cuando era tiempo? Ahora todo ha terminado».
Vino el criado, y con un hacha cortó el árbol a pedazos, formando con ellos un montón de leña, que pronto ardió con clara llama bajo el gran caldero. El abeto suspiraba profundamente, y cada suspiro semejaba un pequeño disparo; por eso los chiquillos, que seguían jugando por allí, se acercaron al fuego y, sentándose y contemplándolo, exclamaban: «¡Pif, paf!». Pero a cada estallido, que no era sino un hondo suspiro, pensaba el árbol en un atardecer de verano en el bosque o en una noche de invierno, bajo el centellear de las estrellas; y pensaba en la Nochebuena y en KlumpeDumpe, el único cuento que oyera en su vida y que había aprendido a contar.
Y así hasta que estuvo del todo consumido.
Los niños jugaban en el jardín, y el menor de todos se había prendido en el pecho la estrella dorada que había llevado el árbol en la noche más feliz de su existencia. Pero aquella noche había pasado, y, con ella, el abeto y también el cuento: ¡adiós, adiós! Y éste es el destino de todos los cuentos. 


EL CHAJÁ: VIGÍA DE LOS GUARANÍES

EL CHAJÁ 
VIGÍA DE LOS GUARANÍES

  El anciano Aguará era el cacique
de una de las tribus guaraníes. En su juventud, el valor y la fortaleza lo distinguieron entre todos, pero ahora, débil y enfermo, buscaba el consejo y el apoyo de su única hija, Taca, que con decisión lo acompañaba en sus tareas de jefe.

 La muchacha manejaba el arco con toda maestría, y en las partidas de caza, a ella correspondían las mejores piezas. Todos la admiraban por su destreza y la querían por su bondad. Muchas veces habia salvado a la tribu en momentos de peligro, reemplazando al padre que, por la edad y por la salud resentida, estaba incapacitado para hacerlo.

 Además de todas estas condiciones, Taca era muy bella: de ojos negros  y expresivos, en su boca de gesto decidido y enérgico siempre habia una sonrisa. Dos largas trenzas negras le caían a los lados del rostro; un tipoy cubría su cuerpo hasta los tobillos y lo ceñía a la cintura con una hermosa chumbé.

 Las madres de la tribu recurrían a ella como la protectoradispuesta siempre a sacrificarse en beneficio de los otros, seguras de encontrar el remedio salvador cuando sus hijos se hallaban en peligro.

 Los jovenes la admiraban por su bondad y por su belleza, y la mayoría la había enamorado secretamente; muchos, incluso solicitaron al cacique el honor de casarse con tan hermosa doncella. Pero Taca los rechazaba: su corazón ya tenía un dueño.

 Ará-Ñaró, un valiente guerrero que por aquella época andabacazando en las selvas del norte, era su novio. Con él pensabacasarse cuando regresara. Entonces, el viejo cacique encontraría en su nuevo hijo quien lo reemplazase en las tareas de jefe.

 La vida de la tribu transcurría tranquila, hasta que Carumbé yPindó, que habían salido con Petig en busca de miel de lechiguana, volvieron azorados trayendo una horrible noticia.Al llegar al bosque en busca de panales, cada uno de ellos tomó una dirección distinta. Mientras cumplían su faena, oyeron unos gritos aterradores. Se trataba de Petig, que, sin tiempo ni armas para defenderse, había sido atacado por un jaguar cebado carne humana y nada pudieron hacer sus compañeros para salvarlo. El animal mató al indio, lo destrozó con sus garras. Casi ni rastros quedaron de él...

 Carumbé y Pindó no tuvieron más remedio que huir yponerse a salvo Llegaron jadeantes y sudorosos y contaron losucedido.
 La noticia causó consternación y miedo en la tribu, porque hasta entonces ningún animal salvaje se había acercado albosque donde ellos iban a buscar frutos de banano, de algarrobo y de burucuyá, que les servían de alimento.

 Desde ese día todos perdieron la serenidad: por eso guardaron precauciones, aunque resultaba imposible impedir que el jaguar merodeara continuamente. Muchas fueron las víctimas del sanguinario animal.

 El Consejo de Ancianos se reunió para tomar una determinación que pusiera fin a semejante amenaza. Decidieron que sería necesario asesinar a quien tantas muertes producía. Para conseguirlo, un grupo de valientes debía buscar y hacer frente a la terrible fiera, hasta terminar con ella.

 El cacique aprobó la determinación de los Ancianos. Pidió que se presentaran ante él los jóvenes de la tribu listos para llevar a cabo esta empresa.

    Grande fue la sorpresa del jefe cuando comprobó que solo se acercó un solo muchacho: Pirá-U.

    De los demás, ninguno quiso exponer su vida.
 Pirá-U sentía gran admiración por el viejo cacique. En ciertaocasión, hacía muchos años, Aguará había salvado la vida de su padre, de quien era gran amigo. Fue un verdadero acto de heroísmo, el cacique había puesto en peligro su propia vida. Él, en ese entonces un niño, quedó agradecido para siempre y esta resultaba la única oportunidad para demostrarlo. Sería el encargado de librar a la tribu de tan terrible amenaza.

 Sin ayuda de nadie, confiando en su valor y en la fuerza que le prestaba la gratitud, partió a cumplir tan temeraria empresa. Gran ansiedad reinó en la tribu al siguiente día. Todos esperaron al valiente muchacho, deseosos de verlo llegar con la piel del feroz enemigo.

 Las esperanzas se desvanecian. Pirí-U no regresaba y hubo una nueva victima del jaguar.
    Se reunió el Consejo y se pidió la ayuda de los jóvenes guerreros. Pero esta vez nadie respondió... el miedo resultaba demasiado poderoso. Era increíble que justo ellos, que habían dado tantas veces pruebas de valor y de audacia, se mostraran tan cobardes.

Taca, furiosa, reunió al pueblo y gritó:

 -Me avergüenzo de pertenecer a esta tribu de cobardes. Estoy segura de que si Ará- Ñaró estuviera entre nosotros, se encargaría de matar al sanguinario animal. Pero en vista de que ninguno de ustedes es capaz de hacerlo, yo iré al bosque y volveré con su piel. Deshonor les traerá reconocer que una mujer tuvo más osadía: ¡Cobardes!

 El padre se opuso a que Taca llevara a cabo una empresa tan peligrosa. ¿Qué haría el pueblo sin ella? ¿Qué sería de él si a ella le pasaba algo?

 . -Hija mía -le dijo- tu decisión me honra y me demuestra una vez más que eres digna de tus antepasados. Mi orgullo de padre es muy grande. Te quiero y te admiro, pero la tribu te necesita. Mi salud no me permite ser como antes y sin tu apoyo no podría gobernar.

 -Padre, cuento con la ayuda de los dioses, volveré con mi presa -dijo muy segura-o Si permitimos que el sanguinario animal continúe con sus desmanes no podremos llegar al bosquecito en busca de alimentos, y la vida aquí será imposible.

 Fue talla resolución de la joven que el anciano tuvo que acceder. Las razones que le daba su hija eran justas y claras, y no había otra manera de librarse de enemigo tan cruel.

    Taca empezó con los preparativos para ponerse en viaje ese mismo día al atardecer.
 A punto de partir, varios jóvenes trajeron la noticia de que los cazadores que habían ido a las selvas del norte se acercaban, que estaban a corta distancia de los toldos.

 Fue para Taca una noticia que la llenó de placer y de esperanza. Entre los cazadores venía Ará-Ñaró, su novio, y Taca abrigó la esperanza de que él podría acompañarla para matar al jaguar. Impacientes, aguardaron la llegada de los bravos cazadores, los que se presentaron cargados de innumerables animales muertos, pieles y plumas, obtenidos después de tantos sacrificios y peligros.

 La tribu los recibió con gritos de alegría y de entusiasmo. Delante de todos se hallaba el cacique y su hija Taca, rodeados por los ancianos del Consejo. El viejo Aguará saludó a los valientes muchachos, que se apresuraron en mostrarle las piezas más hermosas.

 Ará-Ñará, después de agasajar al jefe, como una prueba de su gran amor, le ofreció a Taca un presente: una colección de las más vistosas y brillantes plumas de aves del paraíso, de tucán, de cisne, de garza y de flamenco. El gozo y la satisfacción se notaron en el rostro de la doncella, que con una apretada sonrisa le agradeció.

 Después... cada uno volvió a su toldo. Aguará, Taca y AráÑaró quedaron solos. El sol se había ocultado detrás de los árboles del bosque cercano. Las nubes fueron teñidas por un reflejo rojo y oro; desde lejos, se oyó el grito lastimero del urutaú.

 En ese momento, el viejo cacique le comunicó a Ará-Ñaró el mal que amenazaba a su pueblo y la decisión de su hija. El joven guerrero no daba crédito a lo que escuchaba ¿Cómo era posible que solo un indio se hubiera atrevido a enfrentar al animal? ¿Qué clase de hombres componían la tribu si aceptaban que la peligrosa empresa la llevara a cabo una mujer?

    -Todos le temen al jaguar, creen que es un enviado de Añáimposible de vencer -fue la respuesta de Aguará.
 Sin poder cambiar la decisión de la joven, Ará-Ñaró resolvió acompañada, y cuando la luna envió sus primeros destellos sobre la tierra, marcharon en pos del enemigo.

 La esperanza de terminar con él los alentaba. Cuando llegaron al bosque, Ará- Ñ aró aconsejó prudencia a su compañera, pero ella, con el deseo de acabar de una vez por todas con el carnívoro, adelantándose, lo animaba:
-iYahá!... iYahá!... (iVamos! ¡Vamos!).
Cerca de un ñandubay, se detuvieron. Habían oído un rozamiento en la hierba. Supusieron que el jaguar estaba cerca. Y no se equivocaban...
 Al salir del matorral vieron dos puntos luminosos que parecían despedir fuego. Creyeron que se trataba de los ojos de la fiera, que buscaba a quienes pretendían hacerle frente. y al acercarse un poco más, lo confirmaron.

Ará-Ñ aró apartó a su novia y la obligó a permanecer detrás de un
añoso árbol. Casi de improviso, se le abalanzó.
 Fueron momentos trágicos. ¡El hombre y la fiera luchaban por su vidas! 
Ará-Ñaró era valiente, pero el jaguar contaba con demasiada fuerza salvaje. 
Taca, que desde su escondite seguía con ansiedad una lucha tan desigual, se estremeció: un zarpazo desgarró el cuello delindio, al mismo tiempo que hería con su cuchillo al animal. Juntos rodaron, mancharon la tierra de sangre.
    Taca corrió hasta la bestia agonizante, que con sus últimas fuerzas la atacó en un nuevo combate.
    Todo fue en vano. En esa prueba de valientes, ninguno salióvictorioso.
    Taca, Ará-Ñaró y el jaguar pagaron su heroísmo con la vida...
 En la tribu intuían la muerte de los jóvenes. El viejo cacique, cuya tristeza era cada vez mayor, fue consumiéndose, hasta que Tupá, condolido de su desventura, lo mató.

 Todos lloraron al anciano Aguará, que había sido bueno y valiente, y de quien la tribu recibiera tantos beneficios.

 Entonces prepararon una gran urna de barro y, después de colocar en ella el cuerpo del cacique, pusieron sus prendas y, como era cos-' tumbre, provisiones de comida y bebida. En el momento de enterrarlo, en el lugar q.le le había servido de vivienda, una pareja de aves, hasta entonces desconocidas, apareció gritando: iYahá!... iYahá!...

    Taca y Ará- Ñaró, convertidos en aves por Tupá, volvían a la tribu de sus hermanos.

 Justamente ellos los habían librado del feroz enemigo y, desde ese momento, serían sus eternos guardianes, encargados de vigilar y avisar cuando vieran acercarse algún peligro.

 Por eso, el chajá, como lo llamamos ahora, sigue cumpliendo el designio que le impusiera Tupá, y cuando advierte algo extraño, levanta el vuelo y da el grito de alerta: iYahá!... iYahá!...







lunes, 10 de agosto de 2015

GUALOK Y LAS ESTACIONES

GUALOK Y LAS ESTACIONES



Leyenda Toba

En el comienzo de los tiempos los indígenas disfrutaban un pleno bienestar, con un clima muy apacible y se desconocían los fenómenos meteorológicos responsables de los cambios ambientales. Naktii Noón era la representación del bien, a quien se agradecía mediante diversas demostraciones el mantenimiento de este contexto de armonía.
Nahuet Cagüen, la figura del mal que vivía en las tinieblas, decidió calmar su ira a través de una expresa venganza: creó las bajas temperaturas, los fuertes vientos y las lluvias incesantes bajo la imagen de Nomaga, el invierno.
Una vez finalizada su obra, se jactó ante el pueblo toba y les aseguró que padecerían el frío hasta que muriesen. Refiriéndose a la tarea de Nomaga, les auguró sufrimiento. Además, les prometió que el sol dejaría de brillar en su tierra, y el cielo se cubriría por nubes perpetuas. Por esto mismo, la naturaleza perdería energía e iniciaría una lenta agonía, producto del helado y perjudicial invierno.
Los tobas comenzaron a llamar a Naktii Noón, entre gritos desesperados, para que los abrigara con su calidez y detuviera la acción del mal. Los cuatro representantes predilectos más escuchados fueron: el palo borracho, la planta del patito, el picaflor y la pequeña viuda; a ellos encomendaron la tarea de suplicarle al bien que esparciera calor sobre la tierra.
Ya informado de esto, el bien los transformó en la flor del algodón,gualok. Concentró allí cada uno de los destacados atributos de los representantes.
Bajo el cielo al fin despejado, la flor gualok llegó a la tierra y se abrió lentamente. Los tambores comenzaron a resonar y las semillas iniciaron su viaje llevadas por el viento. El ciclo de la naturaleza retornó su vigor, nuevos algodonales nacieron, nuevas semillas se esparcieron. Infinitamente se repitió hasta cubrir completamente de blanco la tierra toba. La suave hebra del algodón se transformó en túnicas blancuzcas, tejida en el telar de urunday. Los tobas las colorearon y con ellas cubrieron sus cuerpos; los cantos inundaron el aire para agradecer la protección de Nakta Noón.

Derrotado y enfurecido, Nahuet Cagüen se abalanzó como una nueva adversidad y se convirtió en la lagarta rosada, plaga maldita del algodón.

domingo, 9 de agosto de 2015

La Hilandera Perezosa

La Hilandera Perezosa 


En un cierto pueblo una vez vivían un hombre y su esposa, y la esposa era tan ociosa que ella nunca trabajaría en nada; y cuando su esposo le traía algo para hilar, ella casi nunca lo hacía, y si lograba hilar algo, nunca lo embobinaba, y todo permanecía enredado en un montón. Si el hombre la reprendía, ella estaba siempre lista con su lengua, y decía, 

-"Bien, ¿pero cómo puedo embobinar, si no tengo ningún carrete? Entra en el bosque y con  madera hazme uno."-

-"Si eso es así,"- dijo el hombre, -"entonces iré al bosque, y conseguiré un poco de madera para hacer carretes."-

Entonces la mujer estaba temerosa de que él obtuviera la madera e hiciera un carrete, y ella tendría que embobinar, y luego volver a comenzar a hilar de nuevo.
Ella meditó por un rato, y luego una idea afortunada se le ocurrió: en secreto siguió al hombre en el bosque, y cuando él ya había subido a un árbol para elegir y cortar la madera, ella se arrastró en la espesura abajo donde él no podía verla, y gritó,

-"Quien corta la madera para carretes morirá,
Y quien embobina, fallecerá. "-

El hombre escuchó, posó su hacha durante un momento, y comenzó a considerar lo que esto podría significar. 

-"Ajá"-, dijo él por fin, -"lo que pudo haber sucedido; mis oídos deben haber estado zumbando, no me alarmaré para nada."-

Entonces él otra vez agarró el hacha, y comenzó a talar; luego otra vez oyó un grito de abajo:

-"Quien corta la madera para carretes morirá,
Y quien embobina, fallecerá. "-

Él paró, y se sintió con miedo y alarmado, y reflexionó sobre la circunstancia. Pero cuando habían pasado unos momentos, él tomó valor otra vez, y por tercera vez estiró su mano hacia el hacha, y comenzó a cortar. Pero alguien gritó una tercera vez, y dijo en voz alta,

-"Quien corta la madera para carretes morirá,
Y quien embobina, fallecerá. "-




Eso fue bastante, y todo interés se había marchado de él, entonces de prisa bajó del árbol, y se puso en camino a su casa. La mujer corrió tan rápido como pudo por desvíos para llegar a casa primero. Así, cuándo él entró a la casa, ella puso una mirada inocente como si nada hubiera pasado, y dijo, 

-"Bien, ¿has traído un pedazo conveniente de madera para los carretes?"-

-"No,"- dijo él, -"veo muy bien que entonces no habrá embobinado,"-

 y le dijo lo que le había pasado en el bosque, y a partir de aquel momento en adelante la dejó en paz sobre el asunto. Sin embargo, después de algún tiempo, el hombre otra vez comenzó a quejarse del desorden en la casa. 

-"¡Esposa,"- dijo él, -"esto es realmente una vergüenza, que el hilo hecho tenga que estar ahí tirado en el suelo!"-

-"Te diré algo,"- dijo ella, -"como todavía no tenemos ningún carrete, ve tú al desván, y yo me retiraré abajo, y te lanzaré el hilo, y luego me lo lanzas hacia abajo, y así entonces conseguiremos una madeja después de todo."-

-"Sí, eso funcionará,"- dijo el hombre.

Entonces lo hicieron así, y cuando todo estuvo concluido, él dijo, 

-"El hilo está en madejas, ahora debe ser hervido."-

La mujer otra vez se sintió comprometida y dijo, 

-"Sí claro, lo herviremos mañana temprano."-

Pero ella concebía en secreto otra maniobra.
De madrugada ella despertó, encendió el fuego y puso la caldera, sólo que en vez del hilo, ella puso unas estopas, y las dejó hervirse. Después de hacer eso fue donde el  hombre, quien aún yacía en la cama, y le dijo, 


-"Yo tengo que salir, tú debes despertar y cuidar del hilo que está en la caldera en el fuego, pero debes estar atento inmediatamente; porque si oyes cantar al gallo, y no cuidas de la madeja, simplemente ella quedará en estopa."

El hombre tomó voluntad e hizo lo posible para no holgazanear. Despertó tan rápidamente como pudo, y entró en la cocina. Pero cuando él llegó a la caldera y miró a hurtadillas, vio, a su horror, solamente un puño de estopas. Entonces el pobre hombre se sintió como un ratón, pensando que él lo había descuidado, por lo que era  culpable, y en el futuro no dijo más sobre hilos y bobinados.

¡Pero usted deducirá que ésta no era una mujer agradable!

Enseñanza:

Quien es perezoso de convicción, lo que mejor sabe hacer es no hacer nada.  

Dulce Potaje

Dulce Potaje


Había una joven pobre pero buena que vivía sola con su madre, y ya no tenían para comer. Entonces la muchacha fue al bosque a buscar frutas, y allí una mujer anciana la encontró, quien estuvo conciente de su pena, y le presentó un pequeño pote, el cual cuando ella dijera, 

-"Cocina comida, potito, cocina comida,"-

cocinaría un buen y alimenticio potaje, y cuando ella dijera, 

-"Para, potito,"-

él dejaría de cocinar. La muchacha llevó el pote a casa a su madre, y ahora ellas estaban liberadas de su pobreza y hambre, y comieron los potajes tan a menudo como ellas eligieran. Una vez, cuando la muchacha había salido, su madre dijo, 

-"Cocina comida, potito, cocina comida,"-

Y el pote cocinó realmente y ella comió hasta sentirse satisfecha, y luego ella quiso que el pote dejara de cocinar, pero no sabía las palabras. Entonces el pote continuó  cocinando y el potaje se elevó y saltó sobre el borde, y así siguió hasta que la cocina y la casa entera se inundaron de comida, y luego la siguiente casa, y luego la calle entera, justo como si quisiera satisfacer el hambre del mundo entero, y hubo mucha angustia, pues nadie sabía pararlo. 

Por fin cuando sólo una casa permanecía sin potaje, la joven llegó e inmediatamente dijo, 

-"Para, potito,"-

 y con eso dejó de cocinar, y quienquiera que deseara volver a la ciudad tenía que comerse el camino para regresar.



 Enseñanza:


Nunca hay que usar instrumentos o maquinaria si antes no se ha aprendido su manejo correcto. 

sábado, 8 de agosto de 2015

El tamborilero

  El tamborilero


Un joven tamborilero salió completamente solo una tarde hacia el campo, y llegó a un lago en cuya orilla él encontró tres piezas de lino blanco en el suelo. 

-"Que lino más fino,"- dijo él, y guardó una de las piezas en su bolsillo. 

Volvió a casa, pensando sobre lo que había encontrado, y se acostó. Cuando ya se  iba a dormir, le pareció como si alguien decía su nombre. Él escuchó, y se dio cuenta de una voz suave que le gritaba, 

-"¡Tamborilero, tamborilero, despierte!" Como era una noche oscura no podía ver a nadie, pero le pareció que una figura se cernía sobre su cama. 

-"¿Qué quiere usted?"- preguntó. 

-"Devuélvame mi vestido,"- contestó la voz, -"el que se llevó esta tarde a la orilla del lago."-

 -"Se lo daré de nuevo,"- dijo el tamborilero, "si me dice quien es usted."

-"Ah,"- contestó la voz, -"soy la hija de un Rey poderoso; pero he caído bajo el poder de una bruja, y estoy  encerrada en la Montaña de Cristal. Tengo que bañarme en el lago cada día con mis dos hermanas, pero no puedo regresar sin mi vestido. Mis hermanas se han marchado, pero yo he sido obligada a quedarme. Le suplico que me devuelva mi vestido."-

-"Tranquila, jovencita,"- dijo el tamborilero. -"Se lo devolveré con mucho gusto."-

Él lo tomó de su bolsillo, y se lo alcanzó en la oscuridad. Ella lo arrebató con prisa, y quiso marcharse con la prenda. –

-"Espere un momento, quizás pueda ayudarle."- dijo el tamborilero.

 -"Usted sólo puede ayudarme subiendo la Montaña de Cristal, y liberándome del poder de la bruja. Pero usted no puede venir a la Montaña de Cristal, y en efecto si usted estuviera completamente cerca de ella no podría subirla."-

 -"Cuando quiero hacer una cosa, siempre logro hacerla,"- dijo el tamborilero; -"me entristece su situación , pero yo no tengo miedo de nada. Sólo que no conozco el camino que conduce a la Montaña de Cristal."-

 -"El camino pasa por el gran bosque, en el cual viven los gigantes caníbales,"- contestó ella, -"y algo más que eso, no me atrevo a decirle." 

Y luego él oyó el rugir del aire, cuando ella se fue volando. Al amanecer, el tamborilero se levantó, se abrochó su tambor, y se fue sin miedo directamente hacia el bosque. Después de que había andado un rato sin ver a ningún gigante, pensó,

-"Debo despertar a los holgazanes,"- y colgó su tambor al frente de él, y golpeó tal redoble‚ que las aves volaron de los árboles con fuertes gritos.

No pasó mucho rato  antes de que un gigante que había estado durmiendo entre la hierba, se levantó, y era tan alto como un abeto. 

-"¡Desgraciado!"- gritó él; -"¿qué haces tamborileando aquí, despertándome de mi mejor sueño?"-

-"Toco el tambor,"- contestó , -"porque quiero mostrar el camino a muchos miles que  me siguen."-

-"¿Qué quieren ellos en mi bosque?"- exigió el gigante. 

-"¡Ellos quieren acabar contigo, y limpiar el bosque de tal monstruo como eres tú!"-

-"¡Oho!"- dijo el gigante, -"pisotearé a todos ustedes hasta la muerte como si fueran  hormigas."-

-"¿Y crees que puedas hacer algo contra nosotros?"- dijo el tamborilero; -"si tratas de  coger a uno, él brincará lejos y se ocultará; y cuando te acuestes a dormir, todos ellos saldrán de la espesura, y se subirán sigilosamente sobre ti. Cada uno de ellos tiene un martillo de acero en su cinturón, y con él golpearán tu cráneo."-

 El gigante se puso enojado y pensó, 

-"Si me meto con esa gente mañosa, podría resultar mal para mí. Puedo estrangular a lobos y osos, pero no puedo protegerme de una multitud de estos gusanos."-

-"Escuche, pequeño compañero,"- dijo el gigante; -"devuélvase de nuevo, y le prometeré que para el futuro los dejaré a usted y sus compañeros en paz, y si hay algo más que usted desee, dígame, ya que ciertamente quiero hacer algo para complacerle."-

-"Usted tiene piernas largas,"- dijo el tamborilero, -"y puede correr más rápido que yo; lléveme a la Montaña de Cristal, y daré a mis seguidores una señal para que regresen, y ellos lo dejarán en paz esta vez."-

-"Venga acá, gusano,"- dijo el gigante; -"siéntese en mi hombro, y lo llevaré a donde quiere ir."- 

El gigante lo levantó, y el tamborilero comenzó a golpear su tambor al mayor placer de su corazón. El gigante pensó,

- "Es la señal para que la otra gente se regrese."-

Al ratito, un segundo gigante estaba parado en el camino, quién inmediatamente tomó al tamborilero, y lo puso en su ojal. El tamborilero se colgó del botón, que era tan grande como un plato,  y agarrado de él, miró alegremente alrededor. Entonces  llegaron donde un tercer gigante, quien lo tomó del ojal, y lo puso en el borde de su sombrero. Entonces el tamborilero anduvo hacia atrás y hacia adelante en el sombrero mirando por encima de los árboles, y cuando percibió una montaña en la distancia azul, se dijo, 

-"Esa debe de ser la Montaña de Cristal," y realmente lo era.

El gigante sólo dio dos pasos más, y alcanzaron el pie de la montaña, donde el gigante lo dejó. El tamborilero exigió ser puesto sobre la cumbre de la Montaña de Cristal, pero el gigante sacudió su cabeza, gruñó algo, y volvió al bosque.
Y ahora el pobre tamborilero estaba de pie ante la montaña, que era tan alta como si tres montañas se hubieran amontonado una sobre otra, y al mismo tiempo tan lisas sus paredes como un espejo, y no sabía cómo haría para alcanzar la cumbre. Entonces  comenzó a subir, pero era inútil, ya que siempre resbalaba y caía otra vez. 

-"Si yo fuera una ave ahora,"- pensó él; pero sólo fue un buen deseo, ningún ala le creció.
Mientras él estaba así de pie, no sabiendo que hacer, vio, no lejos de él, dos hombres que luchaban ferozmente entre sí. Se acercó a ellos y vio que discutían por una silla de montar que yacía en la tierra frente a ellos, y que ambos querían poseer. 

-"¡Qué tontos son ustedes,"- dijo él, -"pelearse por esa silla, cuando no tienen un caballo donde ponerla!"-

-"La silla sola bien vale la pena luchar por ella,"- contestó uno de los hombres; -"quienquiera que se siente en ella, y desee estar en cualquier lugar, aun si eso fuera el mismo final de la tierra, consigue ponerse allí en el mismo instante que haya pronunciado el deseo. La silla nos pertenece en común. Este es mi turno para montarla, pero ese otro hombre no quiere dejarme hacerlo."-

-"Decidiré pronto la pelea,"-  dijo el tamborilero, y se alejó una distancia mediana y pegó una vara blanca en la tierra. Entonces regresó y dijo, 

-"Ahora corran hasta la vara, y quienquiera que llegue allí primero, montará la silla de  primero."-

Ambos se pusieron a trotar; pero apenas habían dado un par de pasos cuando el tamborilero se abalanzó sobre la silla, y deseó estar en la Montaña de Cristal; y antes de que alguno de los hombres pudiera dar la vuelta para regresar, ya él estaba en la montaña. En la cumbre de la montaña había una llanura; allí estaba una vieja casa de piedra, y delante de la casa un gran estanque con peces, pero más atrás todo era un bosque oscuro. Él no vio, ni a hombres, ni a animales, todo era tranquilo; sólo el viento crujía  entre los árboles, y las nubes pasaban muy cerca encima de su cabeza. Él fue a la puerta y llamó. Cuando ya había llamado por tercera vez, una anciana con una cara marrón y ojos rojos abrió la puerta. Ella usaba gafas sobre su larga nariz, y miró bruscamente hacia él; entonces le preguntó que qué quería.




"Entrada, alimento, y una cama para la noche," contestó el tamborilero. 

-"Todo eso lo tendrá,"- dijo la anciana, -"si me realiza tres servicios a cambio."-

-"¿Por qué no?"- contestó, -"no temo a ninguna clase de trabajo, no importa lo duro que fuera."-

La anciana lo dejó entrar, le dio alimento y una buena cama para la noche. A la mañana siguiente, cuando ya había despertado, ella tomó un dedal de su dedo arrugado, lo alcanzó al tamborilero, y dijo, 

-"Vaya a trabajar ahora, y vacíe el estanque con este dedal; pero usted tiene que  haberlo terminado antes del anochecer, y debe de haber sacado a todos los peces y dejarlos colocados  lado a lado, según su clase y tamaño."-

-"Ese es un trabajo extraño,"- dijo el tamborilero, y se fue al estanque, y comenzó a vaciarlo. Así pasó la mañana entera; ¿pero qué puede alguien vaciar a un gran lago con un dedal, aun si fuera a estar haciéndolo durante mil años?
Cuando llegó el mediodía, él pensó, 

-"Es todo inútil, y si trabajo o no, esto quedará en la misma cosa."-

Entonces lo dejó y se sentó. En eso vino una doncella de la casa quién puso una pequeña cesta con alimento al frente de él, y dijo, 

-"¿Qué te aflije, que estás tan triste?"-

Él la miró, y vio que era maravillosamente hermosa. 

-"Ah",- dijo él, -"no podré terminar el primer trabajo, ¿cómo será con los demás? Vine aquí para buscar a la hija de un rey quien dijo mora acá, pero no la he encontrado, y por lo tanto iré más lejos."-

-"Permanece aquí,"- dijo la doncella, -" te ayudaré con tu dificultad. Estás cansado,  pon la cabeza en mi regazo, y duerme. Cuando despiertes, tu trabajo estará concluído."-

 El tamborilero no esperó a que se lo dijeran dos veces. Tan pronto como sus ojos se cerraron, ella giró un anillo de deseos y dijo,
-"Levántense aguas. Peces, salgan y acomódense."

Al instante el agua se elevó a lo alto como una niebla blanca, y se alejó con las otras nubes, y los peces saltaron a la orilla y se pusieron lado al lado cada uno según su tamaño y clase. Cuando el tamborilero despertó, vio con asombro que todo estaba  hecho. Pero la doncella dijo, 

-"Uno de los peces no yace con aquellos de su propia clase, sino que yace  completamente solo; cuándo la anciana venga al atardecer y vea que todo lo que ella exigió ha sido hecho, te preguntará, 

-"¿Por qué yace este pescado solo?"-

Entonces lánzale el pescado en su cara, y dile, 

-"Éste es para ti, vieja bruja.'-

Al atardecer llegó la bruja, y cuando había hecho su pregunta, él lanzó el pescado en su cara. Ella se comportó como si no lo hubiera notado, y no dijo nada, pero lo miró con ojos malévolos. A la mañana siguiente ella dijo, 

-"Ayer fue demasiado fácil para ti, debo darte un trabajo más difícil. Hoy debes talar todo el bosque, partir la madera en troncos, y amontonarlos, y todo debe estar terminado antes del anochecer."-

Ella le dio un hacha, un mazo, y dos cuñas. Pero el hacha estaba hecha de plomo, y el mazo y las cuñas eran de lata. Cuando él comenzó a cortar, el borde del hacha se volvió hacia atrás, y el mazo y las cuñas quedaron deformadas. Él no sabía qué hacer, pero al mediodía la doncella vino una vez más con su comida y lo consoló.

-"Pon tu cabeza en mi regazo,"-  dijo ella, -"y duerme; cuando despiertes, tu trabajo estará hecho."-

 Ella giró su anillo de deseos, y en un instante el bosque entero cayó con un golpe, la madera quedó troceada, y arreglada en montones, y pareció justo como si gigantes invisibles terminaron el trabajo. Cuando él despertó, la doncella dijo, 

-"Ya ves que la madera está apilada y arreglada, y sólo una rama permanece separada; cuando la anciana venga esta tarde y te pregunte sobre aquella rama, dále un golpe con ella, y dile, 

-"Esta es para ti, bruja."-

La anciana llegó, 

-"¡Ya veo qué fácil era el trabajo!"- dijo ella; -"¿pero para quien has dejado aquella rama que está allí todavía?"-

-"Para ti, bruja,"- le contestó, y le dio un golpe con ella. 

Sin embargo ella pretendió no sentirlo, y se rió desdeñosamente, y dijo, 

-"Temprano mañana por la mañana arregla toda la madera en un montón, préndele fuego, y quémala."-

Él se levantó al amanecer, y comenzó a recoger la madera, pero ¿cómo puede un hombre solo amontonar todo un bosque entero junto? El trabajo no hizo ningún progreso. La doncella, sin embargo, no lo abandonó en su necesidad. Ella le trajo su alimento del mediodía, y cuando ya había comido, puso su cabeza en su regazo, y durmió. Cuando él despertó, el montón entero de madera se quemaba en una llama enorme, que estiraba sus lenguas hacia el cielo.

-"Escúchame,"- dijo la doncella, -"cuando la bruja venga, ella te dará cualquier clase de órdenes; haz lo que ella pida sin temor, y entonces ella no será capaz de obtener lo  mejor de ti, pero si tienes miedo, el fuego vendrá sobre ti, y te consumirá. Por fin cuando le hayas hecho lo que pidió, agárrala firme con tus manos, y lánzala en el medio del fuego."-

La doncella se marchó, y la anciana vino sigilosamente hasta donde él. 

-"Ah, tengo mucho frío,"- dijo ella, -"pero hay un fuego ardiendo; ¡eso calienta mis viejos huesos, y me hace muy bien! Pero hay un tronco que está allí sin arder, sácalo para mí. Cuando hayas hecho eso, quedarás libre, y podrás ir donde gustes, ven; hazlo con  buena voluntad."-

El tamborilero no reflexionó mucho tiempo; saltó en el medio de las llamas, pero ellas no le hicieron daño, y no pudieron chamuscar ni un solo pelo de su cabeza. Él llevó el tronco, y lo posó en tierra. Sin embargo, apenas el tronco tocó tierra fue transformado, y la doncella hermosa quién le había ayudado en su necesidad, quedó de pie ante él, y por las ropas de seda y brillantes de oro que llevaba, él supo correctamente que ella  era la hija del Rey. Pero la anciana se rió venenosamente, y dijo, 

-"¡Tu crees que la tienes segura, pero aún no es así!"- 

Cuando ella estuvo a punto de caer sobre la doncella y llevársela, el joven agarró a la anciana firmemente con ambas manos, la levantó en alto, y la lanzó en las mandíbulas del fuego, que se cerró sobre ella como si estuviera encantado de que una vieja bruja cayera en sus brasas.

Entonces la hija del Rey miró al tamborilero, y cuando vio que él era de una apuesta  juventud, y recordó como él había arriesgado su vida para rescatarla, ella le dio su mano, y dijo, 

-"Tú has arriesgado todo por mí, y yo también haré todo por ti. Prométeme ser sincero conmigo, y serás mi marido. No buscaremos por riquezas, tendremos bastante con lo que la bruja ha recogido aquí."-

 Ella lo condujo dentro de la casa, donde había baúles y cofres llenos con los tesoros de la anciana. La doncella dejó el oro y la plata donde estaban, y tomó sólo las gemas. Ella no se quedaría más tiempo en la Montaña de Cristal, y entonces el tamborilero le dijo, 

-"Siéntate a mi lado en mi silla, y volaremos hacia abajo como aves."-

-"No me gusta esa vieja silla,"- dijo ella, -"sólo tengo que girar mi anillo de deseos y estaremos en casa."-

-"Muy bien, entonces,"- contestó el tamborilero, -"desea que estemos delante de la puerta de ciudad."-

 En un parpadear de ojos ya ellos estaban allí, y el tamborilero dijo, 

-"Iré sólo a donde mis padres y les diré las noticias, espérame aquí afuera, estaré de vuelta pronto."-

-"Ah,"- dijo la hija del Rey, -"te ruego que tengas cuidado. Al llegar no beses a tus padres en la mejilla derecha, porque si lo haces lo olvidarás todo, y me quedaré aquí afuera, sola y abandonada. 

-"¿Cómo podría olvidarte?"- dijo él, y le prometió volver muy pronto, y le dio su mano como confirmación. 

Cuando él entró en la casa de sus padres, había cambiado tanto que nadie sabía quién era, pues durante los tres días que él había pasado la Montaña de Cristal, en realidad aquí habían sido tres años. Entonces él se dio a conocer, y sus padres cayeron en su cuello con alegría, y su corazón fue tan conmovido que olvidó lo que la doncella le había dicho, y los besó en ambas mejillas.
Pero cuando él les dio el beso en la mejilla derecha, todo pensamiento sobre la hija del Rey desapareció de su mente. Él vació sus bolsillos, y puso puñados de las joyas más grandes en la mesa. Los padres no tenían la menor idea de que hacer con las riquezas. Entonces el padre construyó un castillo magnífico todo rodeado por jardines, bosques, y prados como si un príncipe fuera a vivir en el, y cuando estuvo listo, la madre dijo,

-"He encontrado una doncella para ti, y la boda será en tres días."-

El hijo estaba contento por hacer cuanto sus padres desearan. 
La pobre hija del Rey había aguantado mucho tiempo fuera de la ciudad en espera del regreso del joven. Un día, cuando la tarde llegó, ella se dijo, 

-"Él debe haber besado seguramente a sus padres en la mejilla derecha, y me ha olvidado."-

Su corazón se llenó de pena, y ella deseó estar en una pequeña choza solitaria en un bosque, y no volver a la corte de su padre.
Cada tarde ella iba a la ciudad y pasaba por la casa del joven; él a menudo la veía, pero no la reconocía. Con mucho detalle ella oyó el decir de gente, "la boda ocurrirá mañana." Entonces se dijo, 

-"Intentaré reconquistar su corazón."-

Durante el primer día de las ceremonias previas para la boda, ella giró su anillo de deseos, y pidió, 

-"Quiero un vestido tan brillante como el sol."-

Al instante el vestido se presentó ante ella, y era tan brillante como si hubiera sido tejido con verdaderos rayos de sol. Cuando todos los invitados estuvieron reunidos, ella entró en el pasillo. Todos quedaron asombrados por el hermoso vestido, y la novia sobre todo, ya que los vestidos bonitos eran las cosas que más la deleitaban, por lo que fue donde la forastera y le preguntó si ella se lo vendería. 

-"No por dinero,"- contestó ella, -"pero si puedo pasar esta noche fuera de la puerta del cuarto donde duerme su prometido, se lo daré a usted."-

La novia no podía vencer su deseo y consintió, pero previamente mezcló una pócima para dormir en el vino que el prometido tomó por la noche, que lo hizo caer en un sueño profundo. Cuando todos se habían retirado, la hija del Rey se puso en cuclillas abajo por la puerta del dormitorio, lo abrió sólo un poco, y gritó,

-"¡Tamborilero, tamborilero, te ruego me escuches!,
¿Has olvidado tu promesa, mí querido?
¿Aquella en la Montaña de Cristal, donde nos sentamos hora tras hora?
¡Tú que rescataste mi vida del poder de la bruja!
¿No ves la difícil situación para mí?
¡Tamborilero, tamborilero, escúchame!"-

Pero todo era en vano, el tamborilero no despertó, y cuando la mañana alboreó, la hija del Rey fue obligada a volver otra vez como vino. Durante la segunda tarde ella giró su anillo de deseos y dijo, 

-"Deseo un vestido tan plateado como la luna."-

Cuando ella apareció en el banquete con el vestido que era tan suave como rayos de luna, otra vez excitó el deseo de la novia, y la hija del Rey se lo ofreció si daba el permiso de pasar la segunda noche también, fuera de la puerta del dormitorio. Entonces en la calma de la noche, ella gritó,

-"¡Tamborilero, tamborilero, te ruego me escuches!,
¿Has olvidado tu promesa, mí querido?
¿Aquella en la Montaña de Cristal, donde nos sentamos hora tras hora?
¡Tú que rescataste mi vida del poder de la bruja!
¿No ves la difícil situación para mí?
¡Tamborilero, tamborilero, escúchame! "-

Pero el tamborilero, que dormía profundamente por el efecto de la pócima, no podía ser despertado. Tristemente a la mañana siguiente ella volvió a su choza en el bosque. Pero la gente en la casa había oído la lamentación de la doncella forastera, y habían  hablado al novio sobre lo sucedido. Ellos le dijeron también que era imposible que él pudiera oír algo de eso, porque la doncella con la que él iba a casarse había vertido una pócima de sueño en su vino.
Durante la tercera tarde, la hija del Rey giró su anillo de deseos, y dijo, 

-"Deseo un vestido que brille como las estrellas."-

Cuando ella se presentó en el banquete, la novia estaba completamente fuera de sí con el esplendor del vestido, que superó totalmente a los demás, y ella se dijo, 

-"Debo obtenerlo."-

La doncella se lo ofreció como había hecho con los demás obteniendo el permiso de pasar la noche fuera de la puerta del novio.
El novio, sin embargo, no bebió el vino que le fue dado antes de que él se acostara, sino que lo vertió detrás de la cama, y cuando todo estuvo tranquilo, él oyó una voz dulce que le llamó,

-"¡Tamborilero, tamborilero, te ruego me escuches!,
¿Has olvidado tu promesa, mí querido?
¿Aquella en la Montaña de Cristal, donde nos sentamos hora tras hora?
¡Tú que rescataste mi vida del poder de la bruja!
¿No ves la difícil situación para mí?
¡Tamborilero, tamborilero, escúchame! "-


De repente, su memoria volvió a él. 

-"Ah",- gritó, -"como pude haber actuado tan infielmente; ¡pero el beso que en la alegría de mi corazón di a mis padres en la mejilla derecha, es el culpable de todo esto, es lo que me dejó sin el recuerdo!"-

Él se levantó, tomó a la hija del Rey de la mano, y la condujo a la cama de sus padres.

-"Ésta es mi novia verdadera,"- dijo él; -"si me caso con la otra, será un gran error."-

Los padres, cuando oyeron como todo había pasado, dieron su consentimiento. Entonces las luces en el pasillo fueron encendidas otra vez, los tambores y las trompetas fueron traídos, los amigos y los familiares fueron invitados a regresar, y la verdadera boda fue solemnizada con gran alegría. La primera novia recibió los vestidos hermosos como una compensación, y se declaró satisfecha.

Enseñanza:


Puede que por alguna razón involuntaria alguna vez olvidemos una promesa, pero en cuanto la recordemos, debemos cumplirla. 

La rama de avellana

La rama de avellana


Una tarde el niño Jesús se había acostado en su cuna y se había dormido. Entonces su madre llegó, lo miró llena de alegría, y dijo, 

-"¿Tú mismo te viniste a dormir, mi niño? Duerme dulcemente, y mientras tanto iré al bosque, y te traeré un puñado de fresas, pues ya sé que estarás contento con ellas cuando despiertes."-

 Ya afuera en el bosque, ella encontró un lugar con las fresas más hermosas; pero cuando se inclinaba para juntarlas, una víbora apareció entre la hierba.

Ella se alarmó y dejó las fresas donde estaban, y se alejó del lugar. La víbora la persiguió; pero Nuestra Señora, como usted puede entender fácilmente, sabía lo que era lo mejor por hacer. Ella se escondió detrás de un arbusto de avellana, y estuvo de pie allí hasta que la víbora se alejó. Entonces juntó las fresas, y cuando salió a su camino a casa dijo, 

-"Como el arbusto de avellana ha sido mi protección esta vez, en el futuro va a proteger a otros también."-


De aquí que, a partir de los tiempos más remotos, una rama verde de avellana ha sido la protección más segura contra víboras, serpientes, y todo lo demás que se arrastra en la tierra.

 Enseñanza:

Cuando se conoce o aprende algo útil es lo mejor darlo a conocer a los demás.