lunes, 15 de junio de 2015

Piel de Oso

Piel de Oso  


Durante una guerra, hubo una vez un joven que se enlistó como soldado,  y se comportaba muy valientemente, y siempre estaba en el frente a la hora de afrontar las balas. Mientras duró la guerra, todo iba bien, pero cuando llegó la paz, recibió su baja y el capitán le dijo que podría ir donde quisiera con su carabina. Sus padres habían muerto, y ya no tenía un hogar, así que fue donde sus hermanos y les pidió que lo aceptaran hasta que hubiera otra campaña militar. Los hermanos, sin embargo, eran de duro corazón y le dijeron:
-"¿Qué podríamos hacer contigo?, no nos servirías de nada. Vete y has tu propia vida."-
El soldado no tenía nada excepto su carabina. Se la echó al hombro y se lanzó al ancho mundo. Llegó a un páramo donde no había nada más que ver que un círculo de árboles, y se sentó muy triste debajo de ellos, pensando sobre su destino.
-"No tengo dinero"- pensó, -"no he aprendido nada, excepto sobre los combates, y ahora que se hizo la paz, ya nadie me quiere ni me necesita, así que estoy viendo que voy a pasar  hambres."-
De pronto escuchó el crujir de ramas, y cuando miró alrededor, un extraño hombre estaba parado junto a él, quien usaba un abrigo verde y tenía la mirada fija, pero también tenía un pie horriblemente partido en dos partes.
-"Ya yo sé de qué estás necesitado"- dijo el hombre, -"oro y posesiones tendrás, tantas como quieras proponerte, pero primero debo saber si no tienes miedo, para que yo no invierta inútilmente mis riquezas."-
-"Un soldado y el miedo, ¿cómo pueden esas dos cosas estar juntas?"- contestó él, -"puedes ponerme a prueba."-
-"Muy bien"- contestó el hombre, -"mira detrás de ti."-
El soldado dio media vuelta y vio a un enorme oso, que venía gruñendo hacia él.
-"¡Ajá!"- gritó el soldado, -"voy a hacerte cosquillas en la nariz, de modo que pronto perderás tu gusto por estar gruñendo."- 
Y apuntó hacia el oso disparándole al hocico. Éste cayó y nunca más se levantó.
-"Ya veo muy bien"- dijo el extraño, -"que no te falta el coraje, pero aún hay otra condición que debes de cumplir."-
-"Si eso no pone en peligro mi salvación."- replicó el soldado, que ya veía muy bien que era el Diablo el que se encontraba a su lado -"De lo contrario, no tengo nada que tratar."-
-"Míralo y decídelo tú mismo"- contesto el del abrigo verde, -"tú deberás por los próximos siete años, no lavarte, no peinar tu barba ni tu cabello, no cortarte las uñas, ni decir un padrenuestro. Te daré un abrigo y una capa, que deberás usar todo ese tiempo. Si murieras dentro de esos siete años, tú serás mío. Si permaneces vivo, quedarás libre, e inmensamente rico por el resto de tus días."-
El soldado meditó sobre la extrema posición en que se encontraba ahora, y como a menudo había afrontado la muerte, resolvió correr el riesgo de nuevo y aceptó los términos. El Diablo se quitó el abrigo verde, se lo dio al soldado y dijo:
-"Si tienes este abrigo sobre tu espalda y metes tu mano en el bolsillo, siempre lo encontrarás lleno de dinero."-
Entonces le quitó la piel al oso y dijo:
-"Esta piel será tu capa, y tu cama también, pues encima de ella deberás dormir, y no debes ir a ninguna otra cama, y debido a toda esta indumentaria, serás llamado "Piel de Oso."-
Después de eso, el Diablo se desvaneció. El soldado se puso el abrigo, y de una vez buscó en el bolsillo, y encontró que lo dicho era cierto. Entonces se puso la piel de oso y siguió adelante por el mundo, y se regocijaba, no faltándole nada que fuera bueno para él y malo para su bolsillo. 
Durante el primer año su apariencia fue aceptable, pero al segundo empezó a parecerse a un monstruo. Su cabello tapaba toda su cara, su barba era como un pedazo de fieltro grueso, sus dedos tenían uñas como garras, y toda su cara estaba con tal suciedad, que si una semilla cayera allí, con seguridad nacería. Quien quiera que lo veía, salía corriendo, pero como en todo lado daba dinero a los pobres para que rezaran por él para que no muriera durante esos siete años, y además pagaba bien por todo, siempre consiguió refugio.
Al cuarto año llegó a una posada donde el posadero no lo recibía, y ni siquiera quería  que fuera al establo, pues tenía temor de que asustara a los caballos. Pero Piel de Oso metió su mano en el bolsillo y sacó un puñado de monedas, y el dueño de dejó persuadir a sí mismo y le dio un cuarto en una casa externa. Sin embargo, Piel de Oso fue obligado a prometer que no se dejaría ver, para que la posada no cogiera mal renombre.
 Estaba Piel de Oso sentado solo al atardecer, y deseando desde el fondo de su corazón que pronto terminaran los siete años, oyó un fuerte lamento desde una habitación contigua. Él tenía un corazón muy compasivo, así que abrió la puerta y vio a un hombre mayor  llorando amargamente y apretándose las manos. Piel de Oso se le acercó, pero el hombre saltó sobre sus pies y trató de escapar de él. Al fin, cuando el anciano percibió que la voz de Piel de Oso era humana permitió que le hablara, y por medio de palabras amables Piel de Oso logró convencerlo de que le revelara la causa de su angustia. 
                        

Sus ingresos habían disminuido gradualmente, y él y sus hijas pasaban hambres, y estaba tan pobre que tampoco tenía con qué pagar al dueño de la posada y lo iban a poner en prisión.
-"Si ese es tu único problema"- dijo Piel de Oso, -"yo tengo suficiente dinero."-
Él le pidió al posadero que viniera donde ellos, le pagó la cuenta del señor y además puso una bolsa llena de monedas dentro de los bolsillos del hombre.
Cuando el señor se vio a sí mismo libre de todos sus problemas, no sabía cómo agradecer el gesto.
-"Ven conmigo"- le dijo a Piel de Oso, -"mis hijas son todas buenas muchachas. Escoge una de ellas para ser tu esposa. Cuando ellas oigan lo que has hecho por mí, no te rechazarán. Tú en verdad luces un poco extraño, pero ellas pronto te aceptarán correctamente."-
Eso le complació a Piel de Oso, y se fue con él. Cuando la mayor de las hijas lo vio, se alarmó tan terriblemente ante su cara, que gritó y salió corriendo espantada. La segunda hija se quedó y lo miró de pies a cabeza, y dijo:
-"¿Cómo voy a aceptar un esposo que ya no tiene una forma humana? Me gustaba más el oso afeitado que vi una vez por aquí, y que parecía un hombre con sus guantes blancos y uniforme de soldado. Si no fuera por lo feo, seguro que podría acostumbrarme."-
La menor de ellas, sin embargo, dijo:
-"Querido padre, tiene que ser un buen hombre para que sin conocerte te haya ayudado a salir de problemas, y si le prometiste una esposa por lo que hizo, tu promesa debe ser cumplida. Yo no tengo inconveniente en aceptarlo."-
Fue una bendición que el rostro de Piel de Oso estuviera tapado con la suciedad y el largo cabello, pues si no, todos hubieran visto cuan contento se sentía de oír aquellas palabras. Él se quitó un anillo de su dedo, lo quebró en dos partes, y le dio a la joven una mitad, y se dejó la otra para él. Escribió su nombre en la mitad de ella, y el nombre de ella en su mitad, y le rogó que guardara su mitad cuidadosamente. Entonces se alistó para salir y le dijo:
-"Debo de retirarme por tres años, y si para entonces no he regresado, quedarás libre de compromiso, pues seguramente habré muerto. Pero reza a Dios para que me conserve la vida."-
La pobre prometida novia se vistió toda de negro, y cuando pensaba sobre su futuro esposo, sus ojos se llenaban de lágrimas. Y ninguna otra cosa más que desprecio y mofa le llegaba de sus hermanas mayores.
-"Ten cuidado"- decía la mayor, -"si le das la mano, te clavará las uñas."-
-"Ponte viva"- decía la segunda, -"A los osos les gusta la miel, y si eres dulce con él, te comerá entera."-
-"Debes hacer todo como a él le gusta"- dijo de nuevo la mayor, -"o si no te gruñirá."-
-"Pero la boda será muy divertida"- continuó la segunda, -"los osos bailan muy bien."-
La joven prometida permaneció en silencio y no se dejó molestar por ellas. Piel de Oso, sin embargo, viajó por el mundo de un lugar a otro, hizo el bien lo más que pudo, y dio generosa ayuda a los pobres pidiéndoles que rezaran por él.
 Por fin, cuando terminó el último día de los siete años, Piel de Oso fue una vez más al páramo y se sentó bajo el círculo de árboles. No pasó mucho rato cuando el viento sopló, y el Diablo se paró junto a él, y lo miró disgustadamente, y definitivamente que estaba muy molesto. Entonces le tiró a Piel de Oso su vieja ropa de soldado, y le pidió que le devolviera su abrigo verde. 
-"No hemos terminado aún"- contestó Piel de Oso, -"primero debes dejarme limpio."-
Le gustara o no al Diablo, se vio obligado a traer agua y lavar a Piel de Oso, peinarlo, y cortarle las uñas. Después de todo eso, ya se veía como un bravo soldado, y mucho más apuesto que como nunca había estado antes.
 Cuando ya el Diablo partió, Piel de Oso sintió su corazón aliviado. Fue a la ciudad, se puso un magnífico abrigo de terciopelo, se montó en un carruaje tirado por cuatro caballos blancos, y se dirigió a la casa de la prometida. Nadie lo reconocía. El padre lo tomó como un distinguido general, y lo llevó a la habitación donde se encontraban sus hijas.
A Piel de Oso no le quedó más que sentarse entre las dos hermanas mayores quienes le trajeron vino, y le dieron las mejores piezas de carne, y pensaron que en todo el mundo nunca encontrarían un hombre más apuesto.
La prometida estaba sentada al lado contrario con su vestido negro, y nunca levantó sus ojos ni pronunció palabra alguna. Cuando por fin él preguntó al padre si daría a alguna de sus hijas en matrimonio, las dos mayores saltaron y corrieron a sus cuartos a ponerse espléndidos vestidos, pues cada una de ellas fantaseaba de que sería la elegida. El extraño, en cuanto quedó solo con su prometida, sacó su mitad del anillo y lo puso en el fondo de un vaso de vino que se lo pasó a través de la mesa a la joven. Ella bebió el vino, y cuando lo hubo terminado, encontró la mitad del anillo descansando en el fondo del vaso, y su corazón se aceleró.
Ella tomó su otra mitad, que usaba en una cinta alrededor de su garganta, junto a ambas mitades, y vio que calzaban exactamente juntos. Entonces él dijo:

-"Soy tu novio prometido, que conociste como Piel de Oso, pero por la gracia de Dios he recibido de nuevo mi presencia humana, y una vez más volví a estar limpio."-
Él se le acercó, la abrazó y la besó. Mientras tanto las dos hermanas regresaron todas muy bien vestidas, y cuando vieron que el apuesto hombre estaba junto a la más joven, y oyeron que él era Piel de Oso, se retiraron rápidamente llenas de rabia y dolor. Pero el tiempo les sanaría las heridas y aceptaron el buen discurrir de los acontecimientos, deseando para los nuevos esposos mucha felicidad para el resto de sus días.

Enseñanza:

En momentos de prueba, la fe y la perseverancia conducen a un final feliz.

sábado, 13 de junio de 2015

“El diablo inglés” UN CUENTO DE MARIA ELENA WALSH

UN CUENTO DE MARIA ELENA WALSH 

“El diablo inglés”


Había una vez un muchacho que se llamaba Tomás. Era aprendiz de payador y solía vagabundear por la orilla del Río de la Plata, con su guitarra a cuestas.
Una vez lo sorprendió la noche cerca de la desolada playa de los Quilmes y, como era pleno invierno, decidió encender un fueguito para entrar en calor. Mientras lo avivaba se puso a cantar, como era su costumbre:

...Por el aire viene el ave, por el río viene el pez, y yo vengo por el tiempo a cantarle a no sé quién, en una noche cualquiera de 1806...

De pronto, allí, detrás de las llamas o quizás entre las mismas llamas, apareció alguien... un fantasma... un personaje todo rojo, con ojos clarísimos y chispeantes.
–¡Añangapitanga! –dijo Tomás, seguro de haber visto al diablo colorado del que tanto oyera hablar cuando era chico.
Muchas veces había escuchado la leyenda que aseguraba que los diablos nacían del fuego y por eso tenían el color del hierro candente.
Sin pensarlo dos veces montó en su alazán y salió despavorido, disparando como flecha. Golpeó a la puerta de un miserable rancho.
–¿Qué te trae por aquí a estas horas? –preguntó Ña Manuela, la hechicera–. ¿Y por qué abres tamaños ojos?
–He visto al diablo en persona, Ña Manuela.
–¿Seguro?
–Seguro, como la estoy viendo a usted.
–¿Le pediste las tres cosas?
–No, no... Tiene que ayudarme, Ña Manuela. Me asusté tanto que salí corriendo y me dejé la guitarra allá, en la orilla.
–Seguro que el diablo la toca y te la embruja –comentó Ña Manuela tranquilamente mientras pitaba su cigarro de chala.
–Por eso mismo vine a verla. Para que usted me acompañe a buscar la guitarra y la desembruje.
–Si es cierto que Mandinga anda por ahí –dijo Ña Manuela– le pediré las tres cosas.
–¿Qué tres cosas, Ña Manuela?
–Todo el mundo, cuando se encuentra con el diablo, le pide tres cosas.
–Pues yo quiero una sola: mi guitarra.
–Andando –dijo Ña Manuela, tirándose un poncho rotoso sobre los hombros.
Y allá se fue Tomás con la hechicera en ancas, en busca de la guitarra y del diablo colorado.
En la playa seguía ardiendo la fogata, pero ni rastros quedaban del diablo.
–Has estado viendo visiones –dijo Ña Manuela.
–No; mire, mire la prueba: se ha llevado la guitarra.
–La guitarra se la habrá lleva’o algún cuatrero.
–No viene nadie por aquí a estas horas: seguro que fue él.
–No te creo nada –dijo Ña Manuela.
–Pero es cierto: aquí mismo estaba, mirándome con unos ojos como diamantes...
–Bah; siempre fuiste mentiroso...
Y tanto discutir, no repararon en el diablo que asomaba otra vez entre las llamas.
–Allí está –dijo Tomás, y le pareció que el diablo sonreía.
Ña Manuela se armó de coraje y le dijo:
–Yo te conjuro y te hablo,
contestame si sos diablo.
Y si te quedás callado,
es seña que sos cristiano.
Y el diablo le contestó:
–Good evening.
¡Habló! –dijo Ña Manuela–. Señal de que es diablo nomás.
¿Y qué dijo?
–No sé. No oí bien.
–Pídale mi guitarra.
–Primero le pediré mis tres cosas.
Tomás, impaciente, sacó su cuchillo y se encaró con el diablo valientemente:
–¡Dame mi guitarra, sotreta!
–¿Guitar...? –preguntó el diablo a su vez.
–¡Mi guitarra, diablo maldito! Devuélvemela antes de que apague el fuego y te haga desaparecer.
–¡Oh, yes! ¡Oh, yes! –contestó el diablo, asustado del cuchillo que brillaba ante su nariz.
Se alejó un poco y volvió con la guitarra, que había escondido en unos matorrales.
–Seguro que te la devuelve embrujada –dijo Ña Manuela.
Tomás la templó y, claro, la guitarra sonaba embrujada. El diablo esperaba ansioso que Tomás la afinara, porque al parecer tenía ganas de oírlo cantar.
–¡Oh, please, play, please, sing! –dijo el diablo.
–¿Qué ha dicho? –le preguntó Tomás a la bruja.
–Ha dicho pliplisín –contestó Ña Manuela.
–¿Y eso qué quiere decir?
–Palabras de diablo nomás.
(Entonces se escuchó un clarín, lejos.)
Cuando el diablo oyó el clarín, desapareció. Tomás y la hechicera, entretenidos en su discusión, no lo vieron salir. Supusieron que el diablo se había desvanecido junto con las últimas llamitas de la fogata mortecina, atorada por la llovizna.
–Diablo que del fuego vino, se marcha con la ceniza –sentenció Ña Manuela.
–No lo creo –dijo Tomás–. Seguro que se ha escapado entre los pajonales. Voy a buscarlo y encontrarlo para que me desembruje la guitarra.
–Deja que te la desembrujo yo por unos pocos reales...
Tomás se fue tras el diablo. Caminó un trecho y desde una loma vio amanecer sobre el río. Creyendo soñar, divisó un montón de barcos en fila, a lo lejos, apenas dibujados en la bruma. Después vio en la orilla una larga hilera de diablos colorados. Ya no era uno, sino cien, quizás mil, quizás más...
(Y escuchó una marcha con gaitas y tambores.)
Tomás se santiguó, espantado de ver tantos diablos colorados juntos, que habían venido por el agua y no por el fuego. Corrió a comentar la cosa con otros paisanos que miraban tranquilos la diablería. Cuando supo que los diablos de chaqueta colorada y ojos como diamantes no eran sino soldados ingleses, acarició la guitarra con alivio. Pero, aunque ya no había peligro de que estuviera embrujada, se fue a la ciudad a cambiarla por un fusil.

(En 1806, soldados ingleses se apoderaron de la que hoy es la ciudad de Buenos Aires, por entonces colonia española. Un ejército improvisado los expulsó, ayudado por gentes del pueblo como Tomás, el joven cantor de este cuento.)




El Campesino y el Diablo

El Campesino y el Diablo


Había una vez un muy afamado y astuto campesino, cuyos trucos eran muy comentados. La mejor historia es, sin embargo, cómo negoció con el Diablo e hizo que éste quedara como un tonto.
Estaba un día el campesino trabajando en su terreno, y como la penumbra ya caía, se alistaba para regresar a su casa, cuando de pronto vio un montón de carbones encendidos en medio del campo, y cuando se acercó, lleno de asombro vio a un pequeño diablillo sentado sobre los carbones encendidos.
-"¡De veras que estás sentado sobre un gran tesoro!"- dijo el campesino.
-"Sí, es cierto"- contestó el Diablo, -"!sobre un tesoro que contiene más oro y plata que lo que jamás verás en tu vida!"-
-"El tesoro está en mi propiedad y me pertenece."- replicó el campesino.
-"Y seguirá siendo tuyo"- contestó el Diablo, -"si por dos años consecutivos me das la mitad de lo que el campo produce, porque tengo un gran antojo de los productos de la tierra."-
El campesino aceptó el trato, y le dijo:
-"Eso sí, sin embargo, para que no haya discusiones sobre la repartición, todo lo que se produzca sobre la tierra será tuyo, y todo lo que se produzca bajo la tierra, será mío."-
El Diablo quedó satisfecho con eso, y el campesino sembró nabos.
                             
        

Cuando llegó el tiempo de la recolecta, el Diablo se presentó a tomar su parte de la producción, pero no encontró mas que amarillentas y marchitas hojas, mientras que el campesino, lleno de satisfacción, escarbaba y guardaba sus nabos.
 -"Por esta vez has obtenido lo mejor de la cosecha"- dijo el Diablo, -"pero no será así la próxima vez. Lo que se produzca sobre la tierra será tuyo, y lo se que produzca bajo tierra, será mío."-
-"Estoy de acuerdo."- dijo el campesino.

Cuando llegó el tiempo de la siembra, no sembró de nuevo nabos, sino trigo. El trigo nació, creció y los granos maduraron y el campesino recogió todas las espigas que había en el campo.
Al llegar el Diablo, no encontró nada sino únicamente los rastrojos, y furibundo se lanzó dentro de una hendidura en las rocas.
-"Esa es la forma de engañar al Diablo."- dijo el campesino, y se fue a su casa llevándose todo su tesoro.
Enseñanza:

Planificar con el adecuado conocimiento, definitivamente lleva al éxito.

viernes, 12 de junio de 2015

El Erizo y el Esposo de la Liebre

El Erizo y el Esposo de la Liebre 


Esta historia, mis queridos lectores, pareciera ser falsa, pero en realidad es verdadera, porque mi abuelo, de quien la obtuve, acostumbraba cuando la relataba, decir complacidamente:
-"Tiene que ser cierta, hijo, o si no nadie te la podría contar."-
La historia es como sigue:
Un domingo en la mañana, cerca de la época de la cosecha, justo cuando el trigo estaba en floración, el sol brillaba esplendorosamente en el cielo, el viento del este soplaba tibio sobre los campos de arbustos, las alondras cantaban en el aire, las abejas zumbaban entre el trigo, la gente iba en sus trajes de dominguear a la iglesia, y todas las creaturas estaban felices, y el erizo estaba también feliz.
El erizo, sin embargo, estaba parado en la puerta con sus brazos cruzados, disfrutando de la brisa de la mañana, y lentamente entonaba una canción para sí mismo, que no era ni mejor ni peor que las canciones que habitualmente cantan los erizos en una mañana bendecida de domingo. Mientras él estaba cantando a media voz para sí mismo, de pronto se le ocurrió que, mientras su esposa estaba bañando y secando a los niños, bien podría él dar una vuelta por el campo, y ver cómo iban sus nabos. Los nabos, de hecho, estaban al lado de su casa, y él y su familia acostumbraban comerlos, razón por la cual él los cuidaba con esmero. Tan pronto lo pensó, lo hizo. El erizo tiró la puerta de la casa tras de sí, y tomo el sendero hacia el campo. No se había alejado mucho de su casa, y estaba justo dando la vuelta en el arbusto de endrina, que está a un lado del campo, para subir al terreno de los nabos, cuando observó al esposo de la liebre que había salido a la misma clase de negocios, esto es, a visitar sus repollos. 
Cuando el erizo vio al esposo de la liebre, lo saludó amigablemente con un buenos días. Pero el esposo de la liebre, que en su propio concepto era un distinguido caballero, espantosamente arrogante no devolvió el saludo al erizo, pero sí le dijo, asumiendo al mismo tiempo un modo muy despectivo:
-" ¿Cómo se te ocurre estar corriendo aquí en el campo tan temprano en la mañana?"-
-"Estoy tomando un paseo."- dijo el erizo.
-"¡Un paseo!"- dijo el esposo de la liebre con una sonrisa burlona, -"Me parece que deberías usar tus piernas para un motivo mejor."-
Esa respuesta puso al erizo furioso, porque el podría soportar cualquier otra cosa, pero no un ataque a sus piernas, ya que por naturaleza ellas son torcidas. Así que el erizo le dijo al esposo de la liebre:
-"Tú pareces imaginar que puedes hacer más con tus piernas que yo con las mías."-
-"Exactamente eso es lo que pienso."- dijo el esposo de la liebre.
-"Eso hay que ponerlo a prueba."- dijo el erizo. -"Yo apuesto que si hacemos una carrera, yo te gano."-
-"¡Eso es ridículo!"- replicó el esposo de la liebre. -"¡Tú con esas patitas tan cortas!, pero por mi parte estoy dispuesto, si tú tienes tanto interés en eso. ¿Y qué apostamos?"-
-"Una moneda de oro y una botella de brandy"- dijo el erizo.
-"¡Hecho!"- contestó el esposo de la liebre.-"¡Choque esa mano, y podemos empezar de inmediato!"-
-"¡Oh, oh!"- dijo el erizo, -"¡no hay tanta prisa! Yo todavía no he desayunado. Iré primero a casa, tomaré un pequeño desayuno y en media hora estaré de regreso en este mismo lugar."-
Acordado eso, el erizo se retiró, y el esposo de la liebre quedó satisfecho con el trato. En el camino, el erizo pensó para sí:
-"El esposo de la liebre se basa en sus piernas largas, pero yo buscaré la forma de aprovecharme lo mejor posible de él. Él es muy grande, pero es un tipo muy ingenuo, y va a pagar por lo que ha dicho."-
Así, cuando el erizo llegó a su casa, dijo a su esposa:
-"Esposa, vístete rápido igual que yo, debes ir al campo conmigo."-
-"¿Qué sucede?"- dijo ella.

-"He hecho una apuesta con el esposo de la liebre, por una moneda de oro y una botella de brandy. Voy a tener una carrera con él, y tú debes de estar presente."- contestó el erizo.



-"¡Santo Dios, esposo mío!"- gritó ahora la esposa, -"¡no estás bien de la cabeza, has perdido completamente el buen juicio! ¿Qué te ha hecho querer tener una carrera con el esposo de la liebre?"-
-"¡Cálmate!"- dijo el erizo, -"Es mi asunto. No empieces a discutir cosas que son negocios masculinos. Vístete como yo y ven conmigo."-
¿Que podría la esposa del erizo hacer? Ella se vio obligada a obedecerle, le gustara o no.  
Cuando iban juntos de camino, el erizo dijo a su esposa:
-"Ahora pon atención a lo que voy a decir. Mira, yo voy a hacer del largo campo la ruta de nuestra carrera. El esposo de la liebre correrá en un surco y yo en otro, y empezaremos a correr desde la parte alta. Ahora, todo lo que tú tienes que hacer es pararte aquí abajo en el surco, y cuando el esposo de la liebre llegue al final del surco, al lado contrario tuyo, debes gritarle:
-"Ya estoy aquí abajo."-
Y llegaron al campo, y el erizo le mostró el sitio a su esposa, y él subió a la parte alta. Cuando llegó allí, el esposo de la liebre estaba ya esperando. 
-"¿Empezamos?"- dijo el esposo de la liebre.
-"Seguro"- dijo el erizo. -"De una vez."-
Y diciéndolo, se colocaron en sus posiciones. El erizo contó:
-"¡Uno, dos, tres, fuera!"-
Y se dejaron ir cuesta abajo cómo bólidos. Sin embargo, el erizo sólo corrió unos diez pasos y paró, y se quedó quieto en ese lugar. Cuando el esposo de la liebre llegó a toda carrera a la parte baja del campo, la esposa del erizo le gritó:
-"¡Ya yo estoy aquí!"-
El esposo de la liebre quedó pasmado y no entendía un ápice, sin pensar que no otro más que el erizo era quien lo llamaba, ya que la esposa del erizo lucía exactamente igual que el erizo. El esposo de la liebre, sin embargo, pensó:
-"Eso no estuvo bien hecho."- y gritó:
-"¡Debemos correr de nuevo, hagámoslo de nuevo!"-
Y una vez más salió soplado como el viento en una tormenta, y parecía volar. Pero la esposa del erizo se quedó muy quietecita en el lugar donde estaba. Así que cuando el esposo de la liebre llegó a la cumbre del campo, el erizo le gritó:
-"¡Ya yo estoy aquí!"-
El esposo de la liebre, ya bien molesto consigo mismo, gritó:
-"¡Debemos correr de nuevo, hagámoslo de nuevo!"-
-"Muy bien."- contestó el erizo, -"por mi parte correré cuantas veces quieras."-
Así que el esposo de la liebre corrió setenta y tres veces más, y el erizo siempre salía adelante contra él, y cada vez que llegaba arriba o abajo, el erizo o su esposa, le gritaban:
 -"¡Ya yo estoy aquí!"-
En la jornada setenta y cuatro, sin embargo, el esposo de la liebre no pudo llegar al final. A medio camino del recorrido cayó desmayado al suelo, todo sudoroso y con agitada respiración. Y así el erizo tomó la moneda de oro y la botella de brandy que se había ganado. Llamó a su esposa y ambos regresaron a su casa juntos con gran deleite. Y cuentan que luego tuvo que ir la señora liebre a recoger a su marido y llevarlo en hombros a su casa para que se recuperara. Y nunca más volvió a burlarse del erizo.

Así fue cómo sucedió cuando el erizo hizo correr al esposo de la liebre tantas veces hasta que quedó exhausto y desmayado en el surco. Y desde ese entonces ninguna liebre o su esposo tienen deseos de correr en competencia con algún erizo. 
La moraleja de esta historia, es, primero que nada, que nadie debe permitir que se burlen de él o ella, aunque se trate de un humilde erizo. Y segundo, cuando una pareja se casa, ambos deben ser similares en sus actitudes, y apoyarse y parecerse uno al otro.


Enseñanza:

Los esposos deben siempre ayudarse uno al otro, haya o no adversidades a la vista.

miércoles, 10 de junio de 2015

El Doctor Sábelotodo

El Doctor Sábelotodo 


Había una vez un pobre campesino apodado Cangrejo, que guiaba dos bueyes con su carreta, y llevaba una carga de madera a la ciudad, que se la vendió a un doctor por dos talentos. Cuando el dinero era contado para pagarle, coincidió que el doctor estaba sentado a la mesa comiendo. El campesino al ver cuan gustoso era lo que el doctor comía y bebía, su corazón y su estómago desearon lo que estaba viendo, y decidió que él también podría ser doctor. Así que se quedó un rato parado ahí, y al final le preguntó si él no podría llegar a ser doctor.
-"¡Oh, claro que sí!"- dijo el doctor, -"y esto se aprende a manejarlo prontito."-
-"¿Y qué es lo que debo hacer?"- preguntó el campesino.
-"En primer lugar cómprate un libro A B C de la clase que tiene un gallo en la portada. En segundo lugar, cambia tu carreta y tus bueyes por dinero para comprarte alguna ropa venida al caso, más algunas otras cosas pertenecientes a la medicina. Y tercero, haz un rótulo pintado por ti mismo con las palabras: "Soy el Doctor Sábelotodo", y clávalo sobre la puerta de tu casa."-
El campesino hizo todo lo que el médico le dijo que hiciera. No mucho tiempo después, cuando ya había tratado algunos pacientes, a un gran rico noble le robaron algún dinero. Y a él le hablaron acerca del Doctor Sábelotodo que vivía en tal y cual villa, y que podría saber qué fue lo que pasó con su dinero. Así que el noble encinchó sus caballos al carruaje, se dirigió a la villa, y le preguntó al señor Cangrejo si él era el Doctor Sábelotodo. Y le dijo que sí, que él era. Entonces el noble le pidió que fuera con él para recuperar el dinero robado.
-"Oh, sí, pero Grethel, mi esposa debe ir conmigo."-
El noble estuvo de acuerdo y sentó a ambos en un asiento del carruaje, y todos se fueron juntos. Cuando llegaron al castillo del noble, la mesa estaba puesta, y el señor Cangrejo fue invitado a sentarse y comer.
-"Oh, sí, pero Grethel, mi esposa también."- dijo él, y se sentó a la mesa con ella.
Y cuando el primer sirviente llegó con un delicado plato de entrada, el campesino tocó a su esposa, y señalando con el dedo al sirviente dijo:
-"Grethel, éste es el primero."- refiriéndose que ése era el primer plato del almuerzo.
                                                         


El sirviente, sin embargo, pensó que él quiso decir:
-"Éste es el primer ladrón."- como ciertamente lo era, y así que se espantó, y le dijo a sus compañeros afuera:
-"El doctor lo sabe todo: debemos cuidarnos, él dijo que yo era el primero."-
El segundo sirviente no deseaba ir del todo, pero fue obligado. Así, cuando fue con su plato, el campesino tocó a su esposa, y señalando con el dedo al sirviente dijo:
-"Grethel, éste es el segundo."- refiriéndose que ése era el segundo plato del almuerzo.
El sirviente se alarmó muchísimo, y salió. Al tercero no le fue mejor, pues el campesino de nuevo tocando a su esposa, y señalando con el dedo al sirviente dijo:
-"Grethel, éste es el tercero."- refiriéndose que ése era el tercer plato del almuerzo.
El cuarto tenía que llevar un plato cubierto, y el noble le dijo al doctor que quería que le mostrara su habilidad, y adivinara qué era lo que había bajo la cubierta. El doctor miró el plato, y no tenía idea de qué decir, y gritó:
-"¡Ay, pobre Cangrejo!"- refiriéndose a él mismo.
Cuando el noble escuchó tan acertada respuesta, gritó:
-"¡Eso es! ¡él lo supo, y sabe dónde está el dinero!"-
Con todo eso, los sirvientes se vieron terriblemente perdidos, y le hicieron una seña al doctor pidiéndole que saliera afuera por un momento. Cuando en efecto, él salió, los cuatro le confesaron que sí habían sido ellos quienes tomaron el dinero, y dijeron que estarían dispuestos a devolverlo, y a darle a él una buena suma con el compromiso de que no los denunciara, pues de lo contrario serían colgados. Ellos lo llevaron al lugar donde estaba oculto el dinero. Con eso, el doctor quedó satisfecho, y regresó al salón, se sentó a la mesa y dijo:
-"Mi Señor Noble, ahora buscaré en mi libro donde está escondido el oro."-
El quinto sirviente, sin embargo, se ocultó en la alacena para oír si el doctor sabía algo más. El doctor, tranquilamente se sentó y abrió su libro A B C, corría las páginas para atrás y para adelante, buscando por el gallo. Como no vio la portada, no lo pudo encontrar inmediatamente, y dijo en voz alta:
-"¡Ya sé que estás oculto ahí, mejor preséntate!"-
Entonces el tipo que estaba en la alacena pensó que el doctor se refería a él, y todo aterrorizado, salió de allí gritando:
-"¡Ese hombre lo sabe todo!"-

Y el Doctor Sábelotodo mostró al noble el lugar donde estaba el dinero, pero no dijo quienes lo robaron, según lo acordado. Y así recibió de ambos lados mucho dinero en recompensa, y llegó a ser un hombre reconocido.

Enseñanza:

Los malos entendidos por lo general producen consecuencias inesperadas,
a veces favorables, a veces desfavorables.

martes, 9 de junio de 2015

Los Dos Caminantes

Los Dos Caminantes  


Valles y colinas no vienen juntos, pero los hijos de los hombres sí, buenos y malos. De este modo un zapatero y un sastre se encontraron uno con el otro en sus viajes. El sastre era un pequeño y bien parecido tipo que siempre estaba alegre y lleno de felicidad. Él vio al zapatero venir hacia él desde el otro lado, y observó por su maleta que clase de mercadería él traía, y le cantó lo siguiente:
-"Cóseme la costura,
   enhébrame el hilo,
   distribúyelo con gracia,
   golpea el clavo en la cabeza."-

El zapatero, sin embargo, no soportaba bromas, y puso una cara como si hubiera bebido vinagre, e hizo unos gestos como si fuera a agarrar al sastre por el cuello. Pero el pequeño tipo comenzó a reír, le acercó una botella, y dijo:
-"No significaba ninguna ofensa, toma un trago, y baja tu enojo."-
El zapatero tomó un buen trago y la tormenta en su rostro empezó a disiparse. Le devolvió la botella al sastre, y le dijo:
-"Te hablo con serenidad, uno habla bien después de mucho beber, pero no con mucha sed. ¿Podríamos viajar juntos?"-
-"Está bien"- contestó el sastre, -"si solamente te cae bien ir a una gran ciudad donde no falta el trabajo."-
-"Exactamente allí es donde quiero ir."- respondió el zapatero, -"En un pueblo pequeño no hay nada qué ganar, y en el campo, la gente acostumbra andar descalza."
Siguieron entonces adelante juntos, y siempre poniendo un pie adelante del otro como una comadreja en la nieve. Ambos contaban con mucho tiempo, pero casi nada para morder o picar. Cuando llegaron a un pueblo, lo recorrieron, y dieron sus respetos a los comerciantes, y como el sastre se veía tan jovial y alegre, y tenía bonitas mejillas rosadas, todos le daban trabajo voluntariamente, y cuando tenía buena suerte, las hijas de los patronos le daban un beso bajo el portal también. Cuando de nuevo se encontraba con el zapatero, el sastre siempre tenía más cantidad en su bolsillo. El mal humorado zapatero hacía una cara amarga y comentaba:
-"Entre más grande el bribón, mayor es la suerte."-
Pero el sastre se reía y cantaba, y compartía todo lo que conseguía con su compadre. Si un par de monedas campaneaban en su bolsillo, él ordenaba buenas cosas, y en su alegría golpeaba la mesa hasta hacer danzar a los vasos, y para él, todo, a como fácil llegaba, fácil se iba.
Cuando habían viajado por algún tiempo, llegaron a un gran bosque por donde pasaba el camino hacia la capital. Dos rutas, sin embargo, llevaban hacia allá, una de las cuales era de una jornada de siete días, y la otra de solamente dos días, pero ninguno de los dos sabía cual de ellas era la corta. Se sentaron bajo un roble, y analizaron cómo debían programarse, y para cuantos días deberían llevar pan. El zapatero dijo:
-"Uno debe mirar antes de brincar, así que llevaré el pan para una semana."-
-"¿Qué?- dijo el sastre, -"¡Llevar pan en la espalda para siete días como una bestia de carga, y no poder ver alrededor! ¡Confiaré en Dios, y no me preocuparé por nada! El dinero que llevo en mi bolsillo es tan bueno en invierno como en verano, en cambio en días calientes el pan se pone duro, y mucho tiempo guardado se enmohece. Y mi abrigo no es tan grande como debería para cargar mucho. Además, ¿por qué no podríamos acertar la ruta correcta? Pan para dos días, es suficiente."- 
Y cada uno compró su propio pan, y probaron su suerte en el bosque. Estaba silencioso como una iglesia, no soplaba ni una brisa, ni susurros de riachuelos, ni cantos de aves, y por las ramas tupidas de hojas no se colaba un rayo de sol. El zapatero nunca habló una palabra, el pesado pan doblaba su espalda y el sudor bajaba por su cuerpo y por su cara melancólica. El sastre, por el contrario, estaba todo alegre, saltaba, silbaba, o cantaba una canción, y pensaba para sí mismo:
-"Dios en el cielo estará complacido de verme tan feliz."-
Todo esto duró dos días, y al tercero, el camino dentro de la foresta no llegaba a su fin, y el sastre ya había terminado con su pan, así que su corazón se entristeció un poco. Mientras tanto no perdió el coraje, y confiaba en Dios y en su suerte. Al final de ese tercer día, al anochecer, él se acostó con hambre bajo un árbol. Al día siguiente se levantó, siempre con hambre, y así pasó también el cuarto día, y cuando el zapatero se sentaba sobre un tronco a comer su pan, el sastre sólo era un espectador. Si el rogaba por un pedazo de pan, el otro reía burlonamente y decía:
-"Tú siempre has estado muy contento, y ahora puedes probar lo que es estar triste: los pájaros que cantan muy temprano por la mañana, son cazados por los halcones en la tarde."-
En resumen, no tenía piedad. Pero a la quinta mañana el pobre sastre no pudo sostenerse de pie, y difícilmente podía pronunciar una palabra por su debilidad. Sus mejillas estaban pálidas, y sus ojos enrojecidos. Entonces el zapatero le dijo:
-"Te daré un pedazo de pan hoy, pero a cambio de eso, te sacaré tu ojo derecho."-
El infeliz sastre, que aún esperaba salvar su vida, no pudo hacer otra cosa, y lloró una vez más con ambos ojos, y entonces los mantuvo abiertos, y el zapatero, que tenía corazón de piedra, le sacó el ojo derecho con una navaja. El sastre trajo a su memoria lo que una vez le dijo su madre cuando lo encontró comiendo secretamente en la despensa:
-"Come lo que puedas, y sufre lo que debas."
Cuando ya hubo consumido su ansiado y pagado pedazo de pan, se paró en sus piernas, olvidó su miseria y se confortó a sí mismo pensando que siempre podría ver suficiente con un ojo.
Pero al sexto día, el hambre le volvió a arreciar y le roía casi hasta el corazón. Al anochecer se dejó caer bajo un árbol, y en la séptima mañana no pudo levantarse por su falta de fuerzas, y la muerte estaba al alcance de la mano. Entonces dijo el zapatero:
-"Te voy a tener un poco de merced y te daré un pedazo de pan otra vez, pero no será de a gratis. Te sacaré el otro ojo a cambio."-
Y ahora el sastre sentía cuan descuidada había sido su vida, rezó a Dios por su perdón, y dijo:
-"Haz tu voluntad, soportaré lo que deba, pero recuerda que nuestro Señor Dios no siempre ve todo con pasividad, y que la hora vendrá cuando la maldad que has hecho conmigo, y que no esperaba de ti, será juzgada. Cuando las cosas iban bien conmigo, todo lo compartí contigo. Mi trato es de tal modo que tal como se recibe, así se da. Si ya no tendré más mis ojos, y no podré ver jamás, seré un pordiosero. En todo caso, no me dejes aquí abandonado cuando esté ciego, o moriré de hambre."-
El zapatero, sin embargo, que había retirado a Dios de su corazón, tomó la navaja y le sacó el otro ojo al sastre. Entonces le dio el pedazo de pan para comer, le amarró un palo y lo llevó  detrás de él. 
Cuando el sol se ocultó, salieron del bosque, y ante ellos, en el campo abierto, se presentaban  unas horcas. Hacia allá  dirigió el zapatero al sastre ciego, lo dejó solo debajo de ellas y siguió su camino. La fatiga, el dolor, y el hambre hicieron dormir al maltratado hombre. Y durmió la noche entera. 
Cuando amaneció, él despertó, pero no sabía donde estaba. Dos pobres pecadores colgaban de las horcas, y un cuervo se posaba en la cabeza de cada uno de ellos. Entonces uno de los hombres que habían sido colgados comenzó a hablar y dijo:
-"Hermano, ¿estás despierto?"-
-"Sí, estoy despierto."- contestó el segundo. 
-"Entonces te diré algo"- dijo el primero, -"el rocío que ha caído esta noche sobre nosotros desde las horcas, le da a cada quien que se lave con él, sus ojos de nuevo. Si la gente ciega supiera esto, cuántos no ganarían de nuevo su vista, lo que les parecería imposible."-
Cuando el sastre escuchó aquello, tomó su pañuelo, lo presionó contra el césped, y cuando estuvo bien mojado con el rocío, lavó las cavidades de sus ojos con él. Inmediatamente sucedió lo dicho por el hombre de la horca, y un par de nuevos ojos llenaron sus cavidades. No había pasado mucho rato cuando el sastre vio levantarse al sol sobre las montañas, y en la planicie delante de él, yacía la gran ciudad real con sus magníficas puertas y cientos de torres, y las bolas  y cruces de oro que estaban en las cúpulas comenzaban a brillar. Él pudo distinguir cada hoja en los árboles, vio a los pájaros pasar volando, y los mosquitos que danzaban en el aire. Y tomó una aguja de su bolsillo, y podía enhebrarla tan bien como siempre lo había hecho, y su corazón latía con deleite. Él se arrodilló, dio gracias a Dios por la merced que le había concedido y dijo su oración de la mañana. Y no olvidó rezar por los dos pecadores que colgaban de las horcas balanceándose uno contra el otro con el viento, como si fueran péndulos de relojes. Entonces echó su carga al hombro y pronto olvidó el dolor de corazón que había sufrido, y siguió su camino cantando y silbando. Lo primero que se encontró fue un potro café corriendo por los grandes campos. Él lo tomó por la melena y quiso saltarle encima para trasladarse a la ciudad. Pero el potro le rogó que lo dejara libre.
-"Yo aún estoy joven"- le dijo, -"aún un liviano sastre como eres tú podría quebrar mi espalda en dos, déjame ir hasta que haya crecido fuerte. Una hora quizás llegue en que pueda recompensarte por ello."
-"Corre"- dijo el sastre, -"Veo que todavía eres débil."-
Y le dio un toque con una vara sobre su espalda, y ahí mismo levantó sus patas traseras lleno de gozo, saltó sobre cercas y zanjas y al galope se alejó en el campo abierto.
Pero el pequeño sastre no había comido nada desde el día anterior. 
-"El sol sin duda ha llenado mis ojos."- se dijo él, -"pero el pan no ha llenado mi boca. Lo primero que me pase al frente y que sea medio comestible, no escapará."-
En eso, una cigüeña caminaba solemnemente sobre el prado hacia él. 
-"¡Para, para!"- gritó el sastre, y la agarró por una pata. -"No sé si serás buena para comerte o no, pero mi hambre no me deja otra opción. Te cortaré la cabeza y te asaré."-
-"No hagas eso."- replicó la cigüeña, -"yo soy una ave sagrada que le da a la humanidad grandes beneficios, y nadie me hace daño. Déjame vivir, y podría ayudarte de alguna otra manera."-
-"Bien, vete, prima Pataslargas."- le dijo el sastre.
La cigüeña se levantó, dejó que colgaran sus largas piernas y se alejó volando suavemente.
-"¿Y cuál será el final de todo esto?"- se dijo el sastre al fin. -"Mi hambre aumenta más y más, y mi estómago está más y más vacío. Todo lo que se pone en mi camino es perdido."-
En ese momento divisó a doce jóvenes patos en un estanque que se acercaban a él.
-"Han llegado en el momento preciso."- dijo él.
Y capturó a uno de ellos y estaba a punto de torcerle el cuello. En esto, una vieja pata que estaba oculta entre las cañas, comenzó a gritar fuertemente, y nadó hacia él con su pico abierto, y le rogó urgentemente que soltara a su hijo querido. 
                                        


-"¿No te puedes imaginar"- dijo ella, -"cómo tu madre lamentaría si alguien quisiera agarrarte y darte el golpe final?"-
-"Quédate tranquila"- dijo el buen atemperado sastre, -"déjate a tu hijo."- y puso al prisionero de regreso en el agua.
Cuando dio vuelta alrededor, se encontró con un árbol parcialmente hueco, y vio unas abejas silvestres volando hacia adentro y hacia afuera de él. 
-"Allí obtendré mi recompensa por mi buen comportamiento."- dijo el sastre, -"la miel me refrescará."-
Pero la abeja reina salió, y lo amenazó diciendo:
-"Si tocas a mi gente, y destruyes mi panal, nuestros aguijones atravesarán tu piel como diez mil agujas calientes. Pero si nos dejas en paz y te vas, te haremos algún servicio en alguna oportunidad."-
El pequeño sastre vio que aquí tampoco había nada que hacer.
-"Tres platos vacíos y nada en el cuarto, es una mala cena."- 
Entonces se dirigió con su estómago vacío hacia la ciudad, y como ya eran las doce mediodía, todo estaba preparado en el mesón, listo para almorzar, y se sentó de una vez a comer. Cuando estuvo satisfecho dijo:
-"Ahora, conseguiré trabajo."-
Él caminó por la ciudad, buscó por alguna oferta de trabajo, y pronto encontró una buena posición. Y como él tenia muy buen trato, no tardó mucho en llegar a ser famoso, y todo el mundo quería tener su traje nuevo confeccionado por el pequeño sastre, cuya importancia crecía día a día. 
-"No puedo dar más de mi capacidad, y aún las cosas mejoran cada día."- dijo él.
Al fin, el rey lo nombró como sastre de la corte.
¡Pero que cosas suceden en el mundo!
Ese mismo día su antiguo camarada, el zapatero, fue nombrado zapatero de la corte. Cuando éste miró al sastre, y vio que una vez más tenía dos saludables ojos, su conciencia lo puso en problemas. 
-"Antes de que tome venganza conmigo"- pensó, -"debo hacer una trampa para él."-
Sin embargo, él, que preparaba una trampa para otro, cayó en ella él mismo. Al atardecer, cuando ya el trabajo estaba cumplido, y la oscuridad avanzaba, buscó al rey, y fue donde él y le dijo:
-"Su Alteza, el sastre es un tipo arrogante y se ha jactado de que encontrará y traerá de regreso la corona de oro que se perdió en tiempos remotos."-
-"Eso me complacería mucho."- dijo el rey.
Y eso provocó que el sastre fuera traído a su presencia a la mañana siguiente, y le ordenó que trajera de regreso la corona, o tendría que dejar la ciudad para siempre. 
-"¡Ajá!"- pensó el sastre. -"un granuja dando lo que no tiene. Si el impertinente rey quiere que yo haga lo que nadie puede hacer, no esperaré hasta mañana, sino que me iré de la ciudad de una vez, hoy mismo"- 
Por lo tanto, empacó su pequeña maleta, pero cuando dejó la puerta de la ciudad, no pudo dejar de sentirse triste por abandonar su buena fortuna, y volvió su cabeza hacia atrás para ver el pueblo que tan bien lo había tratado. Él llegó al estanque donde había tratado con los patos en el preciso momento en que la mamá pata estaba sentada a la orilla, limpiando sus plumas con el pico. Ella lo reconoció de inmediato, y le preguntó por qué estaba tan cabizbajo. 
-"No te sorprenderías cuando oigas lo que me ha ocurrido."- replicó el sastre, y le contó el asunto. 
-"Si eso es todo"- dijo la pata, -"nosotros te podremos ayudar. La corona cayó en el agua, y se encuentra en el fondo. Nosotros pronto la sacaremos de nuevo para tí. Mientras tanto, extiende tu pañuelo sobre el banco."-
Ella se consumió junto con sus doce patitos, y en cinco minutos estaba arriba de nuevo y se sentó con la corona descansando sobre sus alas, y los doce patitos nadando alrededor con sus picos debajo de ella, ayudando a sostenerla. Ellos nadaron hacia la orilla y pusieron la corona en el pañuelo. Nadie podía imaginarse la magnificencia de la corona. Cuando el sol brillaba sobre ella, resplandecía como cien mil carbunclos. El sastre envolvió la corona cerrando el pañuelo por las cuatro esquinas, y se la llevó al rey, quien se llenó de felicidad, y le puso un collar de oro alrededor de la garganta al sastre.
Cuando el zapatero vio que su primer golpe había fallado, concibió el segundo, y fue donde el rey y dijo:
-"Su Alteza, el sastre de nuevo se puso insolente, él presume que puede hacer una copia en cera del palacio completo, con todo lo que contiene, móvil o fijo, adentro y alrededor."-
El rey envió por el sastre y le ordenó copiar en cera todo el palacio real, con todo su contenido, móvil o fijo, por dentro y alrededor, y si no tenía éxito en hacerlo, o si tan sólo faltara un clavo de una pared, sería encerrado de por vida bajo tierra.
El sastre pensó:
-"¡Esto se puso peor y peor! ¡Nadie podría hacer eso!"-
Y se echó su maleta al hombro y se marchó. Cuando llegó al árbol con el hueco, se sentó y bajó su cabeza. Las abejas salieron del panal, y la reina abeja le preguntó si tenía una torcedura de cuello pues lo veían con la cabeza tan doblada.
-"¡No, no!"- contestó el sastre, -"algo muy diferente hace sentirme mal."- y les contó lo que el rey le estaba demandando. 
Las abejas empezaron a zumbar y conciliaron entre ellas. La abeja reina dijo:
-"Vete a casa de nuevo, pero regresa acá mañana a esta hora, y trae contigo una gran sábana, y todo estará muy bien."-
Así pues, él regresó, pero las abejas volaron hacia el palacio real y por las ventanas abiertas se introdujeron en él, volaron y revisaron todo alrededor y cada rincón, y no dejaron nada sin examinar minuciosamente. Entonces regresaron a su panal y modelaron el palacio en cera tan rápidamente que si alguien lo hubiera estado viendo habría pensado que crecía solo ante sus ojos. Para el anochecer todo estaba terminado, y cuando el sastre llegó al día siguiente, un espléndido y completo edificio estaba allí, y no faltaba ni siquiera un clavo en las paredes, o pieza alguna del techo, era todo delicado y blanco como la nieve, y con un aroma dulce como la miel. El sastre lo envolvió con sumo cuidado en la sábana y lo llevó al rey, que no paraba de admirarlo, y lo colocó en el salón principal, y en recompensa por él, le regaló al sastre una bella y grande casa de piedra.
El zapatero por su parte, no se rendía, y fue por tercera vez donde el rey a decirle:
-"Su Alteza, ha llegado a los oídos del sastre de que no brotará agua en los jardines del castillo, y él ha blasonado de que puede hacer brotar un manantial en medio del jardín con un chorro de agua de la altura de un hombre, y además limpia y clara como el cristal.
Entonces el rey de nuevo mandó a llamar al sastre a su presencia y le dijo:
-"Si mañana no hay un chorro de agua levantándose en mi jardín como lo has prometido, el verdugo se encargará del corte de tu cabeza en ese mismo lugar."-
El pobre sastre no tardó mucho en pensar sobre eso, y se fue rápidamente hacia la puerta, y como ahora era un asunto de vida o muerte para él, buena cantidad de  lágrimas rodaron por su cara. Caminó hacia los grandes campos, y mientras él se llenaba más de tristeza, el potro que anteriormente había dejado en libertad, y que ahora había crecido y se había desarrollado como  un hermoso y fuerte caballo, llegó brincando donde él. 
-"La hora ha llegado"- le dijo el caballo, -"en que puedo retribuirte el buen trato que me diste. Yo sé cuál es tu necesidad, e inmediatamente recibirás la ayuda necesaria. Sube a mi espalda, que ahora puedo soportar hasta a dos como tú."-
El coraje regresó al corazón del sastre y de un salto montó sobre el caballo, y el caballo corrió a su máxima velocidad hacia la ciudad, directamente al jardín del palacio. Él galopeó con la fuerza de un rayo dando vueltas en el centro del jardín, y a la tercera vuelta cayó violentamente al suelo. En ese mismo instante se oyó un tremendo ruido de truenos, y un fragmento de tierra en el centro del jardín reventó como una bala de cañón en el aire, y sobre el castillo, inmediatamente después de todo aquello, brotó un chorro de agua tan alto como un hombre montado a caballo, y el agua era pura como el cristal, y los rayos del sol danzaban en ella. Cuando el rey vio eso, se levantó asombrado, y fue y abrazó al sastre a la vista de todos.
Pero la buena fortuna no duró mucho. El rey tenía hijas a montones, unas más lindas que otras, pero no tenía hijos. Así que el malvado zapatero fue por cuarta vez donde el rey a decirle:
-"Su Alteza, el sastre no se ha curado de su arrogancia. Ahora se jacta de que si él quiere, puede hacer que un hijo le sea traído al rey por el aire."-
El rey mandó a traer otra vez al sastre y le dijo:
-"Si tú puedes hacer que me llegue un hijo dentro de los próximos nueve días, te daré a mi hija mayor como esposa."-

-"El premio en verdad es grande"- pensó el sastre, -"uno estaría en voluntad de hacer algo por él, pero las cerezas crecen muy alto para mí, y si yo subo a cogerlas, la rama se me quebraría y yo caería."-
Él se fue a su casa, se sentó con sus piernas cruzadas frente a su mesa de trabajo, y meditó sobre lo que habría que hacer.
-"Eso no es realizable"- gritó por fin, -"me voy lejos, después de todo no puedo vivir en paz aquí."-
Amarró su maleta y caminó rápido hacia a la puerta. Cuando llegó al prado, se encontró con su vieja amiga la cigüeña, que caminaba hacia atrás y hacia adelante como filosofando. A veces se quedaba quieta, capturaba una rana y se la tragaba. La cigüeña se le acercó y lo saludó. 
-"Ya veo"- comenzó diciendo, -"que llevas tu maleta en tu hombro. ¿Por qué te vas de la ciudad?-"
El sastre le contó lo que el rey le estaba pidiendo, y cómo no podía realizarlo, y cómo lamentaba su mala fortuna.
-"No te pongas canoso por eso"- dijo la cigüeña, -"yo te ayudaré a salir de esa dificultad. Por mucho tiempo y hasta ahora, yo he llevado a los bebés en mantillas a la ciudad, así que no tendré dificultad en llevarle un pequeño príncipe al rey. Vuelve a casa y quédate tranquilo. De aquí a nueve días ve al palacio y yo también llegaré allí."-
El pequeño sastre regresó a su casa, y al tiempo convenido fue al palacio. No tardó mucho en llegar luego la cigüeña volando hacia allá, y tocó a la ventana. El sastre la abrió, y la prima Pataslargas entró cuidadosamente y caminó solemnemente sobre el fino pavimento de mármol. Ella llevaba, además, un bebé en su pico que era como un adorable angelito, y que extendía sus manitas hacia la reina. La cigüeña lo colocó en el regazo de la reina, y ella lo acarició y lo besó, y lo colocó a su lado con deleite. 
Antes de partir volando, la cigüeña bajó de su espalda su maletín de viajes, y se lo dio a la reina. En él había pequeños caramelos envueltos en papeles de colores que fueron repartidos entres las princesas. Pero la mayor, no recibió ninguno, y en su lugar obtuvo como esposo al feliz sastre.
-"Me parece a mí"- dijo el sastre, -"que es exactamente como si me hubiera ganado el premio mayor. Después de todo, mi madre estaba en lo cierto, pues siempre decía que quien quiera que confíe en Dios, y tiene un poco de buena suerte, nunca fallará."-
El zapatero tuvo que hacer los zapatos con los que el pequeño sastre bailaría en la fiesta de la boda, y después de eso fue expulsado para siempre de la ciudad. El camino hacia el bosque lo condujo hasta las horcas. Desgastado por la rabia, el odio, y el calor del día, se arrecostó en el suelo. Cuando había cerrado sus ojos y estaba a punto de dormir, los dos cuervos que estaban sobre las cabezas de los ahorcados, volaron hacia él y le picotearon los ojos hasta sacarlos. En su desesperación entró al bosque, y presumiblemente murió allí de hambre, pues nadie lo volvió a ver ni a saber nada de él, nunca jamás.

Enseñanza:

La bondad que se da, retorna con creces. La maldad que se da, retorna con creces.

domingo, 7 de junio de 2015

El Pastor Sabio

El Pastor Sabio 


Había una vez un pastor cuya fama se había extendido a lo largo y ancho debido a las sabias respuestas que siempre tenía para todas las preguntas. El rey del país oyó acerca de su sabiduría, pero no lo creía, y mandó a que le llevaran al muchacho. Entonces le dijo:
-"Si tú puedes darme la respuesta a tres preguntas que te haré, yo te trataré como mi hijo, y habitarás conmigo en el palacio real."-
-"¿Y cuáles son esas tres preguntas?"- dijo el joven.
El rey respondió:
-"La primera es: ¿Cuántas gotas de agua hay en el océano?"-
El pastor contestó:
-"Su Alteza, si logra poner represas en todos los ríos, de modo que ni una sola gota de agua de ellos entre al mar hasta que yo haya terminado de contarlas, podré entonces decirle cuántas gotas hay en el océano."-
El rey dijo:
-"La siguiente pregunta es: ¿Cuántas estrellas hay en el cielo?"-
El muchacho dijo:
-"Denme una hoja grande de papel."-
Y enseguida, con una pluma, hizo tantísimos puntos finos que difícilmente podían distinguirse, y  era realmente imposible el poder contarlos. Todo aquel que los miraba, los perdía de vista. Entonces dijo el pastor:
-"Hay tantas estrellas en el cielo como puntos en este papel. Simplemente cuéntenlos."-
Pero nadie logró hacerlo. El rey de nuevo dijo:
-"La tercera pregunta es: ¿Cuántos segundos de tiempo hay en la eternidad?"-
Entonces respondió el joven:
-"En la Baja Pomerania está la Montaña de Diamante, que tiene cuatro mil metros de alto, tres mil metros de ancho, y tres mil metros de largo, y cada cien años un pajarito viene y afila su pico en él, y cuando toda la montaña se haya desgastado por eso, entonces habrá pasado el primer segundo de la eternidad."-
El rey dijo:
-"Has contestado las tres preguntas como un hombre sabio, y habitarás con nosotros en mi palacio, y te trataré como mi propio hijo."-

Enseñanza:

La sabiduría se basa en la correcta observación.