martes, 28 de abril de 2015

EL REY PICO DE TORDO

EL REY PICO DE TORDO   

    


Había una vez un rey que tenía una hija cuya belleza física excedía cualquier comparación, pero era tan horrible en su espíritu, tan orgullosa y tan arrogante, que a ningún pretendiente lo consideraba adecuado para ella. Los rechazaba uno tras otro, y los ridiculizaba lo más que podía.
En una ocasión el rey hizo una gran fiesta y repartió muchas invitaciones para los jóvenes que estuvieran en condición de casarse, ya fuera vecinos cercanos o visitantes de lejos. El día de la fiesta, los jóvenes fueron colocados en filas de acuerdo a su rango y posición. Primero iban los reyes, luego los grandes duques, después los príncipes, los condes, los barones y por último la clase alta pero no cortesana.
Y la hija del rey fue llevada a través de las filas, y para cada joven ella tenía alguna objeción que hacer: que muy gordo y parece un cerdo, que muy flaco y parece una caña, que muy blanco y parece de cal, que muy alto y parece una varilla, que calvo y parece una bola, que muy... , que...y que...., y siempre inventaba algo para criticar y humillar.
Así que siempre tenía algo que decir en contra de cada uno, pero a ella le simpatizó especialmente un buen rey que sobresalía alto en la fila, pero cuya mandíbula le había crecido un poco en demasía. 
-"¡Bien."- gritaba y reía, -"ese tiene una barbilla como la de un tordo!"-
Y desde entonces le dejaron el sobrenombre de Rey Pico de Tordo.
Pero el viejo rey, al ver que su hija no hacía más que mofarse de la gente, y ofender a los pretendientes que allí se habían reunido, se puso furioso, y prometió que ella tendría por esposo al primer mendigo que llegara a sus puertas. 
Pocos días después, un músico llegó y cantó bajo las ventanas, tratando de ganar alguito. Cuando el rey lo oyó, ordenó a su criado:
-"Déjalo entrar."-
Así el músico entró, con su sucio y roto vestido, y cantó     delante del rey y de su hija, y cuando terminó pidió por algún pequeño regalo. El rey dijo:
-"Tu canción me ha complacido muchísimo, y por lo tanto te daré a mi hija para que sea tu esposa."
La hija del rey se estremeció, pero el rey dijo:
-"Yo hice un juramento de darte en matrimonio al primer mendigo, y lo mantengo."-
Todo lo que ella dijo fue en vano. El obispo fue traído y ella tuvo que dejarse casar con el músico en el acto. Cuando todo terminó, el rey dijo:
-"Ya no es correcto para tí, esposa de músico, permanecer de ahora en adelante dentro de mi palacio. Debes de irte junto con tu marido."-
El mendigo la tomó de la mano, y ella se vio obligada a caminar a pie con él. Cuando ya habían caminado un largo trecho llegaron a un bosque, y ella preguntó:
-"¿De quién será tan lindo bosque?"  
-"Pertenece al rey Pico de Tordo. Si lo hubieras aceptado, todo eso sería tuyo."- respondió el músico mendigo.
-"¡Ay, que muchacha más infeliz soy, si sólo hubiera aceptado al rey Pico de Tordo!"
Más adelante llegaron a una pradera, y ella preguntó de nuevo:
-"¿De quién serán estas hermosas y verdes praderas?"-   
-"Pertenecen al rey Pico de Tordo. Si lo hubieras aceptado, todo eso sería tuyo."- respondió otra vez el músico mendigo.
-"¡Ay, que muchacha más infeliz soy, si sólo hubiera aceptado al rey Pico de Tordo!"
Y luego llegaron a un gran pueblo, y ella volvió a preguntar:
-"¿A quién pertenecerá este lindo y gran pueblo?"-   
  
                                             
-"Pertenece al rey Pico de Tordo. Si lo hubieras aceptado, todo eso sería tuyo."- respondió el músico mendigo.
-"¡Ay, que muchacha más infeliz soy, si sólo hubiera aceptado al rey Pico de Tordo!"
-"Eso no me agrada."- dijo el músico, oírte siempre deseando otro marido. ¿No soy suficiente para tí?"
Al fin llegaron a una pequeña choza, y ella exclamó:
-"¡Ay Dios!, que casita tan pequeña.    
¿De quién será este miserable tugurio?" 

El músico contestó:
-"Esta es mi casa y la tuya, donde viviremos juntos."-
Ella tuvo que agacharse para poder pasar por la pequeña puerta.
-"¿Dónde están los sirvientes?"- dijo la hija del rey.
-"¿Cuáles sirvientes?"- contestó el mendigo.
-"Tú debes hacer por ti misma lo que quieras que se haga. Para empezar enciende el fuego ahora mismo y pon agua a hervir para hacer la cena. Estoy muy cansado."
Pero la hija del rey no sabía nada de cómo encender fuegos o cocinar, y el mendigo tuvo que darle una mano para que medio pudiera hacer las cosas. Cuando terminaron su raquítica comida fueron a su cama, y él la obligó a que en la mañana debería levantarse temprano para poner en orden la pequeña casa.
Por unos días ellos vivieron de esa manera lo mejor que podían, y gastaron todas sus provisiones. Entonces el hombre dijo:
-"Esposa, no podemos seguir comiendo y viviendo aquí, sin ganar nada. Tienes que confeccionar canastas."-  
Él salió, cortó algunas tiras de mimbre y las llevó adentro. Entonces ella comenzó a tejer, pero las fuertes tiras herían sus delicadas manos. 
-"Ya veo que esto no funciona."- dijo el hombre.
-"Más bien ponte a hilar, talvez lo hagas mejor."-
Ella se sentó y trató de hilar, pero el duro hilo pronto cortó sus suaves dedos que hasta sangraron.
-"Ves"- dijo el hombre, -"no calzas con ningún trabajo. Veo que hice un mal negocio contigo. Ahora yo trataré de hacer comercio con ollas y utensilios de barro. Tú te sentarás en la plaza del mercado y venderás los artículos."-   
-"¡Caray!"- pensó ella, -"si alguien del reino de mi padre viene a ese mercado y me ve sentada allí, vendiendo, cómo se burlará de mí."-
Pero no había alternativa. Ella tenía que estar allá, a menos que escogiera morir de hambre.
La primera vez le fue muy bien, ya que la gente estaba complacida de comprar los utensilios de la mujer porque ella tenía bonita apariencia, y todos pagaban lo que ella pedía. Y algunos hasta le daban el dinero y le dejaban allí la mercancía. De modo que ellos vivieron de lo que ella ganaba mientras ese dinero durara. Entonces el esposo compró un montón de vajillas nuevas.
Con todo eso, ella se sentó en la esquina de la plaza del mercado, y las colocó a su alrededor, listas para la venta. Pero repentinamente apareció galopando un jinete aparentemente borracho,
y pasó sobre las vajillas de manera que todas se quebraron en mil pedazos. Ella comenzó a llorar y no sabía que hacer por miedo.

-"¡Ay no!, ¿Qué será de mí?"-, gritaba, -"¿Qué dirá mi esposo de todo esto?"-
Ella corrió a la casa y le contó a él todo su infortunio.
-"¿A quién se le ocurre sentarse en la esquina de la plaza del mercado con vajillas?"- dijo él.
-"Deja de llorar, ya veo muy bien que no puedes hacer un trabajo ordinario, de modo que fui al palacio de nuestro rey y le pedí si no podría encontrar un campo de criada en la cocina, y me prometieron que te tomarían, y así tendrás la comida de gratis."-
La hija del rey era ahora criada de la cocina, y tenía que estar en el fregadero y hacer los mandados, y realizar todos los trabajos de limpieza. En ambas bolsas de su ropa ella siempre llevaba una pequeña jarra, en las cuales echaba lo que le correspondía de su comida para llevarla a casa, y así se mantuvieron. 

Sucedió que anunciaron que se iba a celebrar la boda del hijo mayor del rey, así que la pobre mujer subió y se colocó cerca de la puerta del salón para poder ver. Cuando se encendieron todas las candelas, y la gente entró, cada una más elegante que la otra, y todo se llenó de pompa y esplendor, ella pensó en su destino, con un corazón triste, y maldijo el orgullo y arrogancia que la dominaron y la llevaron a tanta pobreza.
El olor de los deliciosos platos que se servían adentro y afuera llegaron a ella, y ahora y entonces, los sirvientes le daban a ella algunos de esos bocadillos que guardaba en sus jarras para llevar a casa.
En un momento dado entró el hijo del rey, vestido en terciopelo y seda, con cadenas de oro en su garganta. Y cuando él vio a la bella criada parada por la puerta, la tomó de la mano y hubiera bailado con ella. Pero ella rehusó y se atemorizó mucho, ya que vio que era el rey Pico de Tordo, el pretendiente que ella había echado con burla. Su resistencia era indescriptible. Él la llevó al salón, pero los hilos que sostenían sus jarras se rompieron, las jarras cayeron, la sopa se regó, y los bocadillos se esparcieron por todo lado. Y cuando la gente vio aquello, se soltó una risa generalizada y burla por doquier, y ella se sentía tan avergonzada que desearía estar kilómetros bajo tierra en ese momento. Ella se soltó y corrió hacia la puerta y se hubiera ido, pero en las gradas un hombre la sostuvo y la llevó de regreso. Se fijó de nuevo en el rey y confirmó que era el rey Pico de Tordo. Entonces él le dijo cariñosamente:
-"No tengas temor. Yo y el músico que ha estado viviendo contigo en aquel tugurio, somos la misma persona. Por amor a ti, yo me disfracé, y también yo fui el jinete loco que quebró tu vajilla. Todo eso lo hice para abatir al espíritu de orgullo que te poseía, y castigarte por la insolencia con que te burlaste de mí."-
Entonces ella lloró amargamente y dijo:
-"He cometido un grave error, y no valgo nada para ser tu esposa."-
Pero él respondió:

-"Confórtate, los días terribles ya pasaron, ahora celebremos nuestra boda."-
Entonces llegaron cortesanas y la vistieron con los más espléndidos vestidos,
 y su padre y la corte entera llegó, y le desearon a ella la mayor felicidad en su matrimonio con el rey Pico de Tordo. Y que la dicha vaya en crecimiento.
Son mis deseos, pues yo también estuve allí.


Enseñanza:
El orgullo y la arrogancia, sólo dejan pérdidas y disgustos.


lunes, 27 de abril de 2015

El Sastrecillo Valiente

El Sastrecillo Valiente 


 
-"¿Has visto a un tipo semejante?", - se dijo, y no dejaba de admirarse de su proeza.
Cierta mañana de verano estaba un sastrecillo trabajando junto a su mesa a la orilla de la ventana, y se sentía con tan buen espíritu que cosía a lo que más podía.  
En eso pasó por allí una señora campesina anunciando en voz alta:
-"¡Buenas mermeladas, deliciosas mermeladas! ¡Baratas, a muy buen precio, llévenlas!"-
Eso alertó complacidamente los oídos del sastre, y asomando su delicada cabeza por la ventana gritó: 
-"¡Hey, buena señora, suba acá y saldrá de toda su mercancía!"-
La mujer subió los tres pisos hasta el taller del sastre y éste la hizo desempacar todas sus jarras. Él las inspeccionó una a una, las levantaba y las acercaba a su nariz, hasta que por fin expresó: 
-"Me parece que las mermeladas están muy buenas, así que por favor, deme 200 gramos, estimada señora, y si fuera un cuarto de kilo, estaría bien".- 
La dama, que esperaba tener una buena venta, le entregó lo que pidió, pero salió toda enojada y murmurando, por haber creído que realmente iba a venderlas todas. Y el sastrecillo contento gritó: 
-"Ahora, Dios bendiga la mermelada para mi satisfacción, y me dé salud y fortaleza".-
Y fue y sacó el pan de la canasta, cortó una pieza en dos partes y colocó la mermelada a todo lo largo. 
-"De ninguna manera que esto estará amargo" - se dijo, -"pero primero terminaré este abrigo antes de darle un mordisco".- 
Puso el pan con la mermelada hacia arriba, cerca de él, y siguió cosiendo, y en su alegría, hacía más grandes y más grandes las puntadas. Mientras tanto, el aroma de la dulce mermelada ascendía por la pared hasta donde había gran cantidad de moscas, y éstas fueron atraídas y cayeron en puños sobre ella.  
-"¡Hola!, ¿Quién las invitó?" - dijo el sastrecillo, y espantó a las moscas. 
Las moscas, que no entendían aquel lenguaje, no se fueron lejos, sino que regresaron y cada vez con más compañía. El sastrecillo por fin perdió la paciencia y tomó un trozo de tela de la caja que tenía debajo de la mesa diciendo: 
-"Esperen y verán lo que sucede" - y dio un solo golpe con la tela sin misericordia sobre ellas. 
Cuando terminó el golpe, miró y contó que no había menos de siete, bien muertas y patas para arriba. 
 -"¡Todo el pueblo deberá saber de esto!" -
Y el sastrecillo se hizo para él mismo una cinta, la bordó con grandes letras que decían "SIETE DE UN GOLPE", y se la ciñó al pecho.
-"Pero ¿Cómo que sólo el pueblo?"- continuó diciendo.
-"Todo el mundo entero debe de saberlo"- y su corazón oscilaba de contento como la cola de un corderito. 
Ya con su cinta ceñida al pecho decidió ir adelante hacia el mundo, porque pensó que su taller era demasiado pequeño para su valor. Antes de salir, miró en la habitación para ver si había algo que pudiera llevarse consigo. Sin embargo no encontró nada, excepto un viejo queso que puso en su bolso. En frente de la puerta de salida observó un pequeño pájaro enredado entre unas ramas. Y quedó el pájaro acompañando al queso en el bolso. Tomó la calle con optimismo, y se marchó corriendo y saltando, sin sentir ninguna fatiga. El camino lo llevó hasta la cumbre de una montaña, y ahí encontró a un poderoso gigante que miraba a su alrededor sentado muy confortablemente. El sastrecillo se acercó bravíamente, y le habló diciendo: 
-"¡Buen día camarada, así que estás ahí sentado viendo tranquilamente el ancho mundo! Yo estoy exactamente en camino a recorrerlo, y deseo probar mi suerte. ¿Te gustaría acompañarme?" -
 El gigante contempló desdeñosamente al sastre y dijo: 
"¡Tú, monigote!, ¡Tú, creatura miserable!"-
 "¿De veras?" - contestó el sastrecillo, y desabotonando su chaqueta le mostró al gigante su cinta. 
"Ahí puedes ver la clase de hombre que soy".-
 El gigante leyó, "SIETE DE UN GOLPE", y pensó que se trataba de gigantes que había matado, por lo que comenzó a sentir un poco de respeto por el pequeño individuo. Pero antes que nada, deseaba probarlo primero, y tomó una piedra en su mano y la oprimió de tal manera que hasta salió agua de ella.  
-"Haz algo semejante", - dijo el gigante, -"si es que tienes tal fuerza".-
-"¿Es eso todo?" - dijo el sastre, -"eso es un juego de niños para mí" -
Y metió su mano en el bolso, sacó el pedazo de queso y lo presionó en su mano hasta que salió abundante líquido de él. 
-"Ves"- dijo el sastre, -"estuve mejor que tú".- 
El gigante no sabía que decir y no podía creer lo que hizo aquel pequeñín. Entonces el gigante tomó una piedra y la lanzó tan alto que fue difícil seguirla con la vista. 
-"Ahora, hombrecito, haz algo semejante."-  
-"Buen tiro"- dijo el sastre, -"sin embargo después de todo la piedra cayó al suelo. Yo tiraré ahora una que nunca caerá de nuevo."-
 Y metió de nuevo la mano en su bolso, tomó al pájaro y lo lanzó al aire. El pájaro encantado con su libertad, levantó vuelo y se fue lejos sin volver jamás. 
-"Qué te pareció, compañero"-  preguntó el sastre. 
-"Ciertamente que puedes lanzar"- dijo el gigante, -"pero ahora veamos si eres capaz de cargar algo con propiedad".-
-Y llevó al sastrecillo a un grueso roble que estaba caído en el suelo y le dijo: 
-"si eres suficientemente fuerte, ayúdame a sacar este árbol del bosque".-
- "Claro"- dijo el hombrecito, -"echa el tronco en tus hombros y yo levantaré las ramas y ramitas; después de todo, es la parte más compleja."-
El gigante se echó el tronco al hombro, pero el sastre se sentó en una rama, y el gigante que no podía voltear la cabeza, tuvo que cargar todo el camino con el árbol completo y el sastrecillo atrás, según el convenio. Él iba bien feliz y contento silbando la canción "Tres marineros partieron del puerto", como si cargar el árbol fuera en verdad un juego de niños. El gigante, después de haber soportado la parte dura del traslado, ya no aguantaba más, y gritó: 
-" ¡Cuidado, que tendré que bajar el árbol!"-
 El sastre rápidamente se lanzó al suelo, agarró al árbol con sus dos manos como si lo hubiera estado cargando todo el camino, y dijo al gigante: 
-"¡Tú,  que tienes un gran cuerpo, y no puedes cargar con el árbol!"-
 Siguieron juntos el camino, y cuando pasaban por un árbol de cerezas, el gigante tomó y dobló unas ramas altas y le dijo al sastre que las sostuviera mientras cortaba algunos frutos de los más maduros y lo convidó a comer. Pero el sastrecillo era demasiado débil para sostener por sí solo la rama doblada, y cuando el gigante soltó sus manos, la rama regresó a su posición lanzando al sastre por los aires. Cuando cayó al suelo sin maltrato alguno, le dijo el gigante: 
-"¿Cómo es eso? ¿No tienes fuerza suficiente para mantener la rama doblada?"-
- "No, no es falta de fuerza"- replicó el sastrecillo. -"¿Crees que eso sería algo para un hombre que aplastó a siete de un golpe? Yo salté por encima del árbol porque había unos  cazadores disparando hacia abajo allá en la espesura. Salta tú como yo lo hice, si es que puedes hacerlo."-
El gigante hizo el intento, pero no pudo pasar encima del árbol, y más bien quedó enredado en las ramas, así que en esto también el sastre mantuvo la ventaja. El gigante dijo: 
-"Si eres tan valiente, ven conmigo a nuestra caverna y pasa la noche con nosotros."-
 El sastrecillo aceptó y lo siguió. Cuando entraron a la cueva, estaban otros gigantes sentados a la orilla del fuego, y cada uno de ellos tenía un cordero asado en sus manos y lo comían. El sastrecillo miró alrededor y pensó: 
-"Hay mucho más espacio aquí que en mi taller."-  
El gigante le mostró una cama para que durmiera allí. La cama, sin embargo, era demasiado grande para el sastrecillo, por lo que no la usó, sino que se acomodó en una esquina. Cuando llegó la medianoche, y el gigante pensó que el sastrecillo había entrado en sueño profundo, se levantó, tomó una gran barra de hierro, y de un sólo golpe partió la cama en dos, y creyó que le había dado a aquel saltamontes su golpe final. Temprano al amanecer los gigantes se dirigieron al bosque, y ya habían olvidado al sastrecillo, cuando de pronto él caminó alegremente y con firmeza hacia ellos. Los gigantes quedaron espantados, y temerosos de que él los golpeara y dejara muertos, corrieron lo más rápido que pudieron.
Siguió entonces el sastrecillo su camino según su propósito. Después de caminar un largo trecho, llegó al jardín de un palacio real, y como se sentía cansado, se arrecostó en el zacate y se durmió. Mientras dormía, la gente llegó y lo inspeccionó por todos lados, y leyeron su cinta que decía, "SIETE DE UN GOLPE." 

-"Ah"- dijeron ellos, -"¿Qué hará aquí este guerrero en tiempos de paz? Debe de ser un poderoso señor."-
 Entonces fueron a contarle al rey, y le comentaron que si se presentara una guerra, este hombre sería muy útil y valioso, y por ningún motivo debería dejársele partir. Le pareció bien la idea al rey, y envió a uno de sus cortesanos a donde estaba el sastrecillo para ofrecerle empleo en el servicio militar en cuanto despertare. El enviado permaneció junto al sastre, y esperó hasta que él estiró los brazos y abrió sus ojos, y le habló de la propuesta. 
-"Oh sí, es por esa razón que he venido aquí"-, respondió el sastre, -"estoy listo para entrar al servicio del rey."-  
 Y fue recibido con honores y una habitación especial le fue asignada. Pero los soldados no se sentían bien con él y su deseo era más bien que estuviera a mil kilómetros de distancia.
- "¿Cuál será el final de todo esto?"- se preguntaban entre ellos. 
-"Si combatimos contra él, y le da por dar golpes, siete de nosotros caeríamos en cada oportunidad y ninguno podría mantenerse contra él."-
Al fin llegaron a una decisión: fueron todos en grupo donde el rey, y le anunciaron sus renuncias. 
-"No estamos preparados"- dijeron, -"para estar con un hombre que mata a siete de un golpe."-
El rey se entristeció que por la causa de un hombre tuviera que perder a tan fieles soldados, y deseaba que ojalá nunca hubiera puesto los ojos en el sastre y que lo mejor sería deshacerse de él. Pero no se aventuró a despedirlo, temiendo que podría rebelarse y matara a toda su gente y se colocara él mismo en su trono real. Lo pensó por mucho tiempo y al fin llegó a una determinación. Envió un mensaje al sastrecillo para ser informado de que como él era un gran guerrero, tenía una solicitud para él. 
En un bosque de su país vivían dos gigantes que causaban gran desasosiego con sus robos, asesinatos, maltratos e incendios, y nadie podía acercárseles sin poner en serio riesgo su propia vida. Si el sastre conquistaba y mataba estos dos gigantes, le entregaría a su única hija como esposa y  la mitad de su reino como dote, y además cien caballeros podrán ir con él para ayudarle en la misión. 
-"¡Eso sin duda será una gran cosa para un hombre como yo!"- pensó el sastrecillo. 
-"¡A nadie le ofrecen una bella princesa y la mitad de un reino cada día de la vida"!-
- "Oh, sí, claro"- contestó al rey, -"pronto domaré a esos gigantes, y no necesito la ayuda de esa caballería para hacerlo, porque aquél que de un golpe termina con siete, no tiene por qué temerle a solo dos."-
 El sastrecillo fue adelante, y los cien caballeros le seguían. Cuando llegó a los límites de la foresta, le dijo a sus seguidores:
-"Quédense aquí esperando, yo solito terminaré pronto con los gigantes."-
 Y se internó en la foresta mirando a izquierda y derecha. Al cabo de un rato encontró a los gigantes. Estaban durmiendo bajo un árbol, y roncaban de tal manera que las ramas subían y bajaban. El sastrecillo, sin perder tiempo, llenó dos bolsos con piedras y con ellas subió al árbol, encima de los gigantes. Cuando estaba a media altura, bajó un poco por una rama para quedar exactamente arriba de los gigantes, y entonces dejó caer una piedra y otras más sobre el pecho de uno de los gigantes. Por un rato el gigante no reaccionaba, pero al fin despertó, empujó a su compañero, y dijo:
-"¿Por qué me estás golpeando?"-
- "Seguro que estás soñando" - contesto el otro, -"no te estoy golpeando."- 
Y de nuevo se pusieron a dormir, y entonces el sastrecillo tiró una piedra sobre el segundo.
- "¿Qué significa todo esto?"- gritó.- "¿Por qué me estás tirando cosas?"-
-"Yo no te estoy tirando cosas"- contestó el primero, refunfuñando. 
Discutieron por un rato, pero como estaban cansados, se olvidaron del asunto y regresaron a sus sueños. El sastrecillo inicio su juego de nuevo, tomó la piedra más grande y la tiró con todas sus fuerzas sobre el pecho del primero. 
-"¡Eso sí que está malo!"- gritó él, y se levantó como un hombre loco, y empujó a su compañero contra el árbol hasta hacerlo oscilar. 
El otro le pagó entonces con la misma moneda, y se envolvieron en tal violencia que arrancaban a los árboles y les quebraban ramas, y se golpearon uno al otro  por tan largo rato que al fin ambos cayeron muertos al suelo al mismo tiempo. Entonces el sastrecillo bajó de un sólo brinco. 
-"Qué buena suerte"- se dijo, -"que no maltrataron el árbol en el que me encontraba sentado, si no hubiera tenido que saltar a otro como una ardilla, pero para eso nosotros los sastres somos ágiles." 
Sacó él su espada y dio un par de estocadas a cada uno de los gigantes en el pecho y caminó adonde estaban los caballeros y dijo: 
-"¡El trabajo está concluido; he dado a ambos el golpe final, aunque fue un trabajo muy duro! En su desesperación dañaron árboles, y se defendieron con ellos, pero todo eso no tiene sentido cuando se enfrentan con un hombre como yo, que mata siete de un golpe."-
- "¿Pero no esta usted herido?"- preguntó un caballero. 
-"No se preocupe en absoluto por eso"- contestó el sastre, -"ellos no tocaron ni siquiera un pelo de mi cabeza." 
Los caballeros no podían creerle e ingresaron a la foresta donde encontraron a los gigantes muertos e inundados con su sangre y gran cantidad de árboles yaciendo en el suelo.
El sastrecillo pidió al rey su recompensa, pero éste, arrepentido de su promesa buscó de nuevo ver como se deshacía del héroe. 
-"Antes de que puedas recibir a mi hija y la mitad de mi reino"- le dijo, -"debes realizar antes una hazaña heroica más. En la foresta anda un unicornio que hace mucho daño, y debes de capturarlo."-
- "Le temo mucho menos a un unicornio que a dos gigantes. ¡Siete de un golpe, es mi clase de acción!"-
 Tomó una cuerda y un hacha, se encaminó al bosque, y de nuevo le pidió a los que lo acompañaban que esperaran afuera, y se interno en la foresta. Tuvo que buscar por largo rato. De pronto apareció el unicornio que corrió directo hacia el sastre con su cuerno en posición de ataque, como si le hubieran escupido sobre su cuerno sin más ceremonia.
- "Suave, suave, no debes hacerlo así tan rápido"- dijo él, y se mantuvo estático y esperó a que el animal estuviera más cerca. 
Entonces de un ágil brinco subió al árbol. El unicornio corrió hacia el árbol con toda su fuerza y chocó su cuerno contra el árbol a tanta velocidad que se clavó profundamente y no pudo sacarlo de allí. Y en consecuencia quedó pegado al árbol. 
-"Ya tengo al pajarito"- dijo el sastre. 
Y bajó al frente del árbol, puso la soga alrededor del cuello del unicornio, y con el hacha cortó el cuerno del unicornio. Una vez todo listo, tomó a la bestia y la llevó ante el rey. El rey no quería aún cumplir su promesa, y le hizo una tercera demanda. Antes de la boda, el sastre debería capturar para él a un jabalí salvaje que hace grandes estragos en el bosque, y dijo que los cazadores pueden proveerle de la ayuda necesaria. 
-"¡Lo haré!"- dijo el sastre, -"¡eso es un juego de niños!"-
Como de costumbre, él no se llevó a los cazadores a lo interno del bosque, y ellos se complacieron de que fuera así, ya que el jabalí salvaje en muchas ocasiones los había recibido de tal manera, que no mentirían en decir que gustosamente lo esperarían afuera.
 Cuando el jabalí percibió al sastre, corrió hacia él con su boca espumando, mostrando sus filosos colmillos, y estuvo cerca de tirarlo al suelo, pero el ágil héroe corrió hacia una capilla que había ahí cerca, y de un salto entró por una ventana y salió por otra. 
Entró por la puerta el jabalí a perseguirlo, pero el sastre, dando la vuelta por fuera, cerró la puerta detrás de él, y la furiosa bestia, que era demasiado grande para salir por una ventana, quedó atrapado. El sastrecillo llamó a los cazadores para que vieran al prisionero con sus propios ojos. El héroe, sin embargo fue donde el rey, quien estaba ahora, le gustara o no, obligado a cumplir lo prometido, dándole a su hija y a la mitad de su reino. Si el rey hubiera sabido que al que tenía al frente suyo, en vez de un héroe guerrero, no era más que un sastre, se habría enfurecido muchísimo más. La boda se llevó a cabo con gran magnificencia y regocijo, y además de un sastre, un rey fue hecho.

Algún tiempo después, la joven reina oyó a su marido que hablaba en sueños y decía:
- "Muchacho, termina ese traje y arregla los pantalones, si no te golpearé las orejas con la regla de medir."-
Así, ella descubrió de que nivel social provenía el joven monarca, y a la mañana siguiente fue a contarle aquello a su padre, y rogó que le ayudara a deshacerse de su marido, que no era más que un humilde sastre. El rey la confortó y le dijo:
-"Deja la puerta de la habitación abierta esta noche, y mis sirvientes estarán afuera, y cuando él se haya dormido ellos entrarán, lo amarrarán, y lo pondrán en una nave que lo llevará por todo el ancho mundo."-
La mujer se satisfizo con eso, pero un escudero del rey, que había escuchado todo, y que apreciaba mucho al joven soberano, fue a informarle del complot. 
-"Pondré mi parte en ese negocio"- dijo el sastrecillo. 
En la noche se fue a la cama con su esposa a la hora usual, y cuando ella pensó que ya estaba bien dormido, ella se levantó, abrió la puerta y se acostó de nuevo. El sastrecillo, que se hacía el dormido, comenzó a gritar en voz bien alta:
- "Muchacho, termina ese traje y arregla los pantalones, si no te golpearé las orejas con la regla de medir. Ya maté a siete de un golpe, maté a dos gigantes, traje a un unicornio y capturé a un jabalí salvaje, y no temo a esos que están afuera de mi dormitorio."-
Cuando esos hombres oyeron al sastre hablando así, les sobrecogió un gran miedo, y corrieron como si un cazador los persiguiera, y nadie más se atrevió nunca más a aventurarse en contra de él. 
Así, el sastrecillo fue rey y se mantuvo firme, hasta el fin de sus días.

Enseñanza:

Siempre vale mucho más,  maña que fuerza.

EL ORIGEN DEL PICAFLOR

EL ORIGEN DEL PICAFLOR




Leyenda Mapuche
Cerca del lago Paimún, oscuro y silencioso como un estanque, donde el tiempo se amansa junto con la corriente, vivían hace mucho tiempo dos hermanas: Painemilla y Painefilu. Las dos eran jóvenes y hermosas, y un día un gran jefe extranjero se enamoró de Painemilla. La muchacha y el inca se casaron y se fueron a vivir a su hermoso palacio de piedra, construido en la cercana montaña de Litran-Litran.
Pronto Painemilla supo que esperaba un hijo, y el inca convoco a los sacerdotes para que hicieran sus profecías. Uno de ellos dijo que nacerían un varón y una mujer, y que los dos, en señal de distinción, tendrían en el pelo una hebra de oro.
Como se acercaba el momento del nacimiento y el inca tenia que viajar a sus tierras del norte, Painemilla le pidió a Painefilu que subiera al palacio para hacerle compañía. Así se reencontraron las dos hermanas, pero las cosas ya no fueron como antes, Painefilu sentía una envidia inconfesable de Painemilla, de su vida que parecía tan fácil, tan plácida, colmada de abundancia y de amor... Odiaba su facilidad para hacerse querer y su aparente ignorancia de los malos sentimientos... le dolía verla acariciar distraídamente su vientre que crecía, mientras se sentaba  a tejer o a trenzar los Kupulhues, y sola, durante muchas noches, no pudo pensar en otra cosa más que en los ojos amantes con que el inca había mirado a su hermana al despedirse.
Painefilu trataba de disimular sus sentimientos y cuidaba mucho a Painemilla, pero sentía que el mundo se achicaba a su alrededor, que el corazón se le volvía pesado y duro y que ya no podía levantar la cabeza para mirar a nadie a los ojos.
Con el nacimiento pareció enloquecer: convenció a su hermana de que había parido una pareja de perritos y escondió a los hermosos mellizos que habían recibido en sus brazos. Hizo fabricar un cofre, acomodo en él a los bebes y mando que lo arrojaran en la zona más correntosa el lago Huechulafquen. En el palacio Painemilla lloraba espantada, mientras amamantaba a dos perritos.
Cuando el inca estuvo de vuelta, no hubo manera de que perdonara a su mujer. Furioso, dando enormes pasos que resonaban sobre las piedras del piso, con su mano alzada como para castigarla, echo a Painemilla, la mando a vivir a la cueva de los perros e hizo matar a los cachorritos. Painefilu, sombría, siguió viviendo en el palacio, cada vez mas callada, como si todo lo que había pasado pudiera tragárselo el silencio.
El agua del Huechulafquen se abrió para recibir el cofre donde dormían los hijos de Painemilla y sé cerro sobre el cubriéndolo de espuma. Pero la caja se asomo unos metros mas allá y se mantuvo milagrosamente a flote, oscilando entre las olas, nadando en círculos en los remansos, atascándose a veces entre las piedras y las plantas de la orilla... dicen que Antü, el padre Sol, desde le cielo, descubrió el cofre por el brillo de su cerradura de oro y decidió protegerlo, dándole calor o sombra según lo necesitara... hasta que, cierto día, un hombre viejo que pasaba junto al lago vio el cajoncito brillante, muy cerca de la costa, entonces lo saco del agua y se lo llevo a su casa, admirado de su hermosa cerradura dorada, pero no lo abrió enseguida porque era la hora de comer y no quería hacer esperar a su vieja esposa.
La pareja comía su chaskiñ cuando escucho unos sonidos extraños, como el entrechocar de huesos, que provenían del cofre. Lo abrieron con cuidado y encontraron a los rubios mellizos de hermosos cabellos entre los cuales se destacaba, mas largo y brillante, un pelo de oro.
Los viejos mapuches se asombraron mucho de los recién nacidos, que se pusieron a crecer ostensiblemente apenas los alzaron del cajón. Y los criaron con amor, aun sabiendo que nunca serian como ellos esos extraños y hermosos niños que nunca comían, y que, sin embargo, se hacían tan grandes como hijos de dioses.
Un día, mientras el inca paseaba tristemente por las inmediaciones del lago, pensando, como siempre, en que era un padre sin hijos, un esposo sin esposa y en que nunca comprendería bien por que, vio a los mellizos que jugaban junto al bosque. Le atrajeron de inmediato esos chicos solitarios, un niño y una niña, que tendrían la edad de los suyos si estos hubieran sido humanos como se esperaba... quiso conversar con ellos y, al acariciar la cabeza del varón, sintió en su palma el pelo de oro. Y de esa manera, en un instante, los tres se reconocieron. Pero el muchachito enfrento al inca con violencia:
- ¡No podemos llamarte padre! Echaste a mama del palacio. Pasa frío y hambre entre los perros. Se abriga con un cuero pelado y tiene que disputarle la comida a los animales. Era una reina y vive peor que un perro, porque piensa y recuerda... Te repito: no podemos llamarte padre.
Conmocionado, el inca mando que llevaran a los mellizos al palacio de Litrán. Una vez allí, su hijo volvió a increparlo:
- ¡Queremos ver a mama ahora mismo! No nos quedaremos ni un minuto si no la liberan y le devuelven el respeto que se merece. Si no es así, te juro que no mandaras por mucho tiempo.
El inca obedeció, y así fue como Painemilla y sus hijos se reunieron, se conocieron y no se separaron nunca más.
De Painefilu, la traidora, se vengaron sus propios sobrinos. La ataron, la empujaron afuera del palacio y la obligaron a sentarse sobre una roca. Entonces el muchacho sacó un objeto que tenía guardado, alzó hacia el sol la pequeña piedra transparente y rogó:
- ¡Ayúdame, Antü! ¡Que todo tu calor atraviese mi piedra mágica! ¡Que se convierta en rayo, en antorcha, en la llama más azul, para destruir a Painefilu!
El prodigio se cumplió, y de Painefilu solo quedo un montón de cenizas. Pero un pedacito de su corazón no alcanzo a quemarse, y cuando llego el viento a dispersar los vestigios, de entre el remolino ceniciento salió volando un pajarito tornasolado.
Era el pinsha, el picaflor, que según los mapuches predice la muerte, que vive inquieto y triste como Painefilu. No se posa en las ramas ni roza con sus alas el follaje como los otros pájaros; tiembla, tiembla de miedo constantemente y, como si esperara un castigo, se esconde en cavernas oscuras o se aferra con desesperación a los acantilados.



domingo, 26 de abril de 2015

EL ENANO DE UXMAL

EL ENANO DE UXMAL



Leyenda maya
En la aldea de Kabán vivía una vieja con fama de bruja. Cierta vez encontró un huevo pequeñito y llena de alegría lo guardó en un sitio tibio y oscuro. Todos los días lo sacaba para contemplarlo y acariciarlo. Y sucedió que después de varias semanas, el huevo se abrió y nació un niño. La bruja lo arrulló, pero como no podía alimentarlo buscó una mujer recién parida. Vino la mujer y amamantó al niño como si fuera su propio hijo. Al ver tanta ternura la bruja le dijo:
    -De hoy en adelante tú serás la madre y yo seré la abuela.
    El niño creció un palmo y no más y, en poco tiempo, cambió de aspecto; tuvo barba y se le hizo grande la nariz. Era, pues, un enano. 
    Cuando la bruja se dio cuenta de esto, quiso más a la criatura.
    Como la mayor parte del tiempo la bruja permanecía junto al fogón, el enano sospechó que algún misterio guardaba aquel sitio y así se propuso averiguarlo. En un descuido de la bruja, hurgó en la cenizas y tropezó con un tunkul [instrumento de percusión hecho con un tronco hueco]. En cuanto lo tuvo en sus manos, lo golpeó y su sonido se oyó a mucha distancia. Al oír tal ruido, la bruja vino, se acercó a su nieto y le dijo:
    -Lo que has hecho ya no tiene remedio. Pero te digo que no pasará mucho tiempo sin que sucedan cosas que llenarán de espanto a la gente y tú mismo te verás envuelto en sus consecuencias. 
    El enano contestó:
    -Yo no soy viejo y las veré.
    La bruja replicó:
    -Yo soy vieja y las veré también.
    El rey de Uxmal y sus consejeros sabían que el ruido de aquel tunkul anunciaba el fin del reinado; pero éstos, por no afligir a su señor, le dijeron:
   -Lucha contra tu destino
    -¿Cómo?-preguntó el rey.
    -Busca al que tocó el tunkul; acaso de sus labios oigas la verdad que necesitas.
    El rey ordenó que sus guardias salieran en busca del que tocó el tunkul; y después de mucho andar, lo hallaron y lo trajeron al palacio. Al ver al enano el rey le dijo:
    -¿Qué anuncia el ruido de ese tunkul?
   -Tú lo sabes mejor que yo-contestó el enano.
    -¿Me puedo librar de que se cumpla la profecía?-pregunto el rey.
    -Manda hacer un camino que vaya de Uxmal a Kabán y cuando esté listo volveré y entonces te daré mi respuesta-dijo el enano.
    El camino quedó hecho en poco tiempo y por él vinieron el enano y la bruja. Entonces el rey preguntó al enano:
    -¿Cuál es tu respuesta?
    -La sabrás si resistes la prueba que te pondré.
    -¿Cuál es?
    -Que en tu cabeza y la mía se rompa un cocoyol [fruto de hueso muy duro].
    -Está bien, pero tú sufrirás la primera prueba-dijo el rey
    -Acepto, si así lo deseas.
    Se acercó el verdugo y colocó sobre la cabeza del enano un cocoyol y descargó un golpe . El enano sacudió la melena y se levantó sonriendo. Entonces el rey, en el silencio, se quitó el manto y subió al cadalso y el verdugo le colocó un cocoyol en la cabeza. Al primer golpe el rey quedó muerto.
    En el acto el enano fue proclamado rey de Uxmal y ese mismo día la bruja lo llamó y le dijo:
    -Ya eres rey. Sólo esto esperaba para morir. No me llores porque mi muerte no es cosa de dolor. Cumple con la justicia que aprendiste de mí. Oye el consejo de todos y sigue el mejor. No le tengas miedo a la verdad aunque sea amarga. Sé antes benigno que justo. Destierra de tu corazón la venganza. Acata la voz de los dioses pero no seas sordo a la de los hombres. No desdeñes a los humildes y no te confíes, ciego, en los poderosos.
    Por un tiempo el enano siguió los consejos de la bruja y la felicidad se extendió por el reino. Pero con los años cambió de espíritu, cometió injusticias, se volvió tirano y tanto creció su orgullo que un día dijo a sus consejeros:
    -Haré un dios más poderoso que todos los dioses que nos rigen.
     Y en seguida mandó hacer una estatua de barro y la puso sobre una hoguera y con el fuego se endureció y vibró como si fuera campana. Entonces el pueblo creyó que la estatua hablaba y la adoró. Por esta herejía, los dioses destruyeron Uxmal.

  

LAS NOVIAS A PRUEBA

LAS NOVIAS A PRUEBA


Había una vez un pastor joven que deseaba mucho casarse, y conoció a tres hermanas que eran todos igualmente bonitas, de modo que le era muy difícil a él hacer una opción, y no podía decidir dar la preferencia a cualquiera de ellas. 
Entonces él pidió a su madre el consejo, y ella le dijo, 
-"Invita a las tres a casa, sírveles un poco de queso y observa como cada una de ellas lo comen."- 
El joven lo hizo así, y llegado el día; la primera ingirió el queso con todo y la corteza.
La segunda cortó tan de prisa la corteza del queso, que dejó mucho queso bueno pegado, y lo tiró a la basura.
La tercera peló la corteza con cuidado, y no cortó, ni mucho, ni demasiado poco, aprovechando el máximo del queso. 

El pastor contó todo esto a su madre, quien dijo, 
-"Toma a la tercera para ser tu esposa."-

El pastor la seleccionó, y vivió felizmente con ella.

sábado, 25 de abril de 2015

EL RÍO DE LAS LÁGRIMAS Y SU BALSA

EL RÍO DE LAS LÁGRIMAS Y SU BALSA


Leyenda araucana

Un viejo indio cuenta:
-Que el cuerpo puede separarse del alma, como decían nuestros antepasados, lo prueba algo que me sucedió hace años.
Una noche, cuando estaba enfermo, sentí que una bruja joven, recién iniciada en los secretos de la magia por la hechicera más anciana de la tribu, con largo tiempo de aprendizaje y avezada ya a los dolores, entre muchas de las ceremonias que vienen al caso, me había despojado de la barba y el cabello de la parte superior del cráneo. Lo hizo con todo el arte de la hechicería, tal como se les enseña en las Salamanqueras a los discípulos.
Por la mañana, yo estaba totalmente pelado y convencido de que la bruja lo había hecho para experimentar sus artes mágicas con mis cabellos: y resultó que se trataba de una huinka rubia, enemiga mía y de nuestra tribu.
Dada la vergüenza sufrida y mi impotente ira, me sentí más enfermo aún. En cierta ocasión, durante un día de sol, me pareció que mis dos hermanos, que ya se habían ido al mundo de los muertos, me llamaban insistentemente a gritos, pidiendo que me marchara con ellos; tanto que sentí anhelos de desprenderme de la vida para seguirlos y que ese deseo crecía en tal forma que me consumía. Quise, ardientemente, convertirme en espíritu, en alma.
Con ese designio iba en cierta ocasión, muy avanzada la tarde, a un paraje de nuestra boscosa cordillera, bien pertrechado con una soga de cuero. Busqué un árbol de rama muy fuerte, pero no lo encontré.
De improviso, me pareció haber hallado la boca de una cueva, que nunca había visto aún y que debía ser por consiguiente de los Salamanqueros, el gremio de las brujas. Creo poder asegurar que la cueva estaba cerca del "Rincón de Paila-kura", sobre la laguna azul, ubicación del arroyo Pukara, llamado también "Norithué" o N'onthué. Sobre esa roca, según dicen, había puesto "Fücha-Huentru", el creador de la tierra, su mano cansada, tanto que quedó la huella de sus cinco dedos.
Después de penetrar por la boca de la cueva y de avanzar a lo largo de amplias galerías llenas de brillo y resplandor, aunque no había sol, me encontré de pronto y sin haber visto a nadie frente a una escalera que llevaba abajo: lo cual hacía suponer que, por ella, se podía llegar hasta lo más profundo de la tierra.
Fui descendiendo durante horas y más horas, hasta que finalmente debí volver mi rostro hacia la escalera para no marearme demasiado y no perder el equilibrio.
Delante de mí, parecía abrirse un abismo oscuro y profundo: y sólo me infundía valor una llama que ardía allá abajo.
Por fin, sentí el duro suelo bajo mis pies y vi claramente que estaba a orillas de un río. Allí, me cerró el paso un guardián y me preguntó:
-¿Qué buscas aquí? ¿Eres todavía un vivo o ya estás muerto? ¿A qué clase de gente perteneces? ¿Por qué no llevas contigo a un perro negro? ¡Habla!
Era el "N'ontufe", el balsero, quien hablaba así conmigo.
Le respondí y luego le pedí que me "balseara", a lo cual me contestó:
-No. Porque si te llevo al otro lado del río, jamás podrás volver a la superficie de la tierra. Porque este río se llama "Killei-hue", arroyo de lágrimas y nadie lo atraviesa dos veces. ¿Tienes algún mensaje para los ya idos?
Mientras yo hablaba con aquel espíritu, mi alma, separada del cuerpo, veía surgir entre árboles en flor a mis dos hermanos, que del otro lado del río me hacían señas.
Imité sus señas; y al notar esto, el "N'onthue" me dijo:
-¿Quieres que acabe ya tu vida o tienes aún obligaciones en el mundo?
A lo cual, le contesté:
-Como mis dos hermanos tenían más edad que yo, quisiera vivir aún tanto como ellos vivieron: pero quiero hacerles preguntas primero y pedirles consejo.
Mientras tanto, yo miraba el valle de los ya idos, infinitamente grande y espacioso. Allí, todo era verdor, todo estaba esmaltado de flores; los árboles se hallaban grávidos de frutas y flores y en el hermoso jardín se recreaban mansos animales. Pero me extraña, sin embargo, que yo no sintiera aún deseos de vivir allí.
Cuando el hombre espíritu me preguntó si quería hablar con mis hermanos, le dije que sí, a lo cual repuso:
-Apenas hayas hablado una sola palabra con tus hermanos, ya no te será permitido subir a la tierra.
Ellos te dirán que la vida es aquí tan hermosa que el cuerpo sólo es un peso que se deshace y te quedarás gustosamente. Sin alejarse de mí y sin dirigirse a nadie, dijo luego el balsero:
-Tus hermanos te mandan saludos y te aconsejan que hables con tu otro hermano que vive aún, y que vayas con él a caballo a ver a la maga que tiene su ruka en la Vega de Maipú, cerca de la cascada. La maga está en combinación con tus hermanos, que por su intermedio te quieren ayudar para que vuelvas a tener salud y todo lo que te han quitado; y también la alegría de vivir sin temer la muerte. Fue ese miedo el que te impidió hallar en el bosque la rama alta y fuerte.
Al mismo tiempo, me asieron manos invisibles que me subieron cada vez más arriba, sin que tuviera necesidad de realizar esfuerzo alguno, mientras la luz se acrecentaba a mi alrededor.
Cuando volví a mi casa y tomé posesión de mi cuerpo nuevamente, sabiendo que mi familia me creía ya sin vida, les referí todo y les dije que abajo la vida era mucho más bella que sobre la tierra: que existían prados sin nieve, colinas suaves con arboledas, plantas con frutos maduros y al propio tiempo en flor; ríos y arroyuelos por doquier, con toda clase de peces; animales salvajes para cazar y también leones y avestruces. Les hablé del Mapu, la tierra hermosa, donde nunca falta de comer ni de beber y donde todos los días son de fiesta y descanso.
Mi hermano me interrumpió, diciendo:
-¿No tenías que ir a caballo inmediatamente a la Vega de Maipú, para ver a la maga? Ahora, mis hermanos me han dado orden de acompañarte.
Hicimos una larga travesía a caballo, porque desde Kila-kina hasta la Vega de Maipú medía un largo trecho. Cuando ya estábamos cerca de la ruka, mi hermano me dijo:
-Desde aquí, seguiré mi viaje solo. Los espíritus le han comunicado ya a la gran maga que estamos llegando y ella nunca quiere ver a los enfermos en su ruka, sino desde lejos. Quédate aquí, hermano, y espérame.
Mi hermano fue a ver a la maga y cuando regresó, me dijo:
-Ella está enterada desde hace mucho tiempo de mi llegada: nuestros hermanos la informaron. Y como conoce el alma y el corazón y es omnisciente, me ordenó: "Viajen despacio durante el camino de regreso y vuelvan por donde han venido. Durante el trayecto, tu hermano verá la señal que le ha arrebatado el placer de vivir; pero que ahora será la señal de la curación. Una joven huínka le ha hecho audazmente un daño, pero mi poder es superior al suyo".
Y mi hermano agregó:
-Con lo dicho por la gran maga, estoy seguro de que te curarás: porque, de lo contrario, ella habría dicho como de costumbre: "Cabalguen lentamente con el Küme-Huentru, el buen hombre y amigo, y procúrenle todo lo que es bondad y atención". Nunca dice más. Cuando hay esperanzas da, como lo ha hecho hoy con nosotros, sus órdenes.
Cuando volvíamos, vi de repente algo extraño. De modo que le pregunté a mi hermano:
-¿Ves ese largo cabello color oro que se cierne ahí arriba? ¿No notas cómo gira, cómo se tambalea en su vertiginoso vuelo?
Pero mi hermano no lo veía. Mientras tanto, el cabello de oro cayó del cielo, posándose suavemente sobre mi rostro, como para acariciarme; después, alrededor de mi cuello, como abrazándome.
Me proporcionaba una grata sensación y en ese mismo instante recobré la salud. No volví a sentir más nostalgia de estar con mis hermanos ni de querer morir.
La gran maga había usado de su arte para obligar a la joven bruja, su subordinada, a enmendar el daño ocasionado y a mandar por los cabelllos robados, uno de oro de ella, largo y lacio; enterrando los otros, para perder su poder sobre mí.
Desde entonces, transcurrieron muchos años; estoy sano y me figuro la vida en el otro mundo como algo muy agradable; he perdido el miedo a la muerte, porque siempre digo: poseer el cuerpo o ser espíritu, tanto da; en el mundo de abajo la vida es muy bella y lo mismo sucede en nuestra "Mapu". Nunca volveré a buscar una rama fuerte en el bosque.


EL LADRÓN MAESTRO

EL LADRÓN MAESTRO 



Un día un anciano y su esposa estaban sentados en el frente de su  casa miserable descansando un rato de su trabajo. De repente un carro espléndido con cuatro caballos negros vino llegando, y un hombre lujosamente vestido se bajó de él.  El campesino se levantó, fue hacia el gran hombre, y le preguntó qué quería, y de qué modo él podría ayudarle. El forastero estiró su mano al anciano, y dijo, "quiero solamente disfrutar por una vez de un plato campesino: cocíneme algunas patatas, al modo que usted siempre las hace, y luego me sentaré en su mesa y las comeré con placer."
El campesino sonrió y dijo, "Usted es un conde o un príncipe, o quizás hasta un duque; los señores nobles a menudo tienen tales fantasías, pero usted tendrá su deseo." La esposa entró en la cocina, y comenzó a lavar y frotar las patatas, y hacerlas en pelotas, a como acostumbran los campesinos. Mientras ella estaba ocupada de este trabajo, el anciano dijo al forastero, "Venga a mi jardín conmigo un rato, pues tengo todavía algo para hacer allí."  Él había excavado algunos agujeros en el jardín, y ahora quería plantar algunos árboles en ellos.
¿"No tienen ustedes hijos?," preguntó el forastero, "quienes podrían  ayudarles con su trabajo." "No," contestó el campesino, "yo tenía a un hijo, es cierto, pero hace mucho tiempo que él salió de aquí. Él era hábil, minucioso e inteligente, pero nunca aprendió ningún oficio y conocía muchos malos trucos, hasta que por fin él se alejó de mí yéndose a recorrer mundo, y desde entonces no he oído nada de él."
El anciano tomó un árbol joven, lo puso en un agujero, colocó una estaca al lado de él, y cuando había movido con la pala alguna tierra y la había pisoteado firmemente, ató el tallo del árbol a la estaca, abajo, y al medio, con una cuerda. 
¿"Pero dígame," dijo el forastero, "por qué usted no ata aquel árbol anudado y torcido, que está en la esquina allí, inclinado hacia la tierra, a un poste, para que también pueda ponerse erecto, como éstos?"
El anciano sonrió y dijo, "Señor, usted habla según su conocimiento, es fácil ver que usted no es familiar con la horticultura. Aquel árbol allí es viejo y deforme, nadie puede hacerlo enderezar ahora. Los árboles deben ser formados mientras son jóvenes." "Así es como estaba con su hijo," dijo el forastero, "si usted lo hubiera entrenado mientras él era todavía joven, él no se habría escapado; ahora él también debe haberse puesto difícil y deforme."
"Realmente ya hace mucho tiempo que él se marchó," contestó el anciano, "él debe haber cambiado. " "¿Lo conocería usted otra vez si él viniera acá?" preguntó el forastero. "Apenas por su cara," contestó el campesino, "pero él tiene una señal única, una marca de nacimiento en su hombro, que parece a una alubia." Cuando él lo terminó de decir, el forastero se quitó su abrigo, expuso su hombro, y mostró al campesino la alubia. ¡"Dios bueno! ¡" gritó el anciano, "Tú eres realmente mi hijo!" y el amor por su hijo agitó a su corazón.
¿"Pero," añadió él, "cómo puedes ser mi hijo, tú que eres un gran señor y vives en la riqueza y el lujo? ¿De qué forma has logrado  hacer esto?" "Ah, padre," contestó el hijo, "el árbol joven no estuvo ligado a ningún poste y se ha puesto torcido, ahora es demasiado viejo, nunca será erecto otra vez. ¿Cómo he conseguido todo esto? Me he hecho un ladrón, pero no te alarmes, soy un ladrón-maestro. Para mí no hay ni cerraduras, ni cerrojos, lo que yo desee es mío. No te imagines que robo como un vulgar ladrón, sólo tomo un poco de la superfluidad del rico.
La gente pobre está segura, yo prefiero darles que tomar algo de ellos. Todo aquello que pudiera obtener sin problema, astucia y destreza nunca lo toco. ""Ay, mi hijo," dijo el padre, "esto todavía no me complace a mí, un ladrón es todavía un ladrón, te digo que esto se terminará mal." Él lo llevó a donde su madre, y cuando ella oyó que era su hijo, lloró de alegría, pero cuando él le dijo que se había hecho un ladrón-maestro, dos lágrimas fluyeron abajo sobre su rostro. Con mucho detalle ella dijo, "incluso si él se ha hecho un ladrón, él es todavía mi hijo, y mis ojos lo han contemplado una vez más." Ellos se sentaron a la mesa, y otra vez él comió con sus padres el humilde alimento que no había comido por tanto tiempo. El padre dijo, "Si nuestro patrón, el conde de allá arriba en el castillo, sabe de tus artes y sabe cuales son tus negocios, él no te tomará en sus brazos para balancearte en ellos como cuando lo  hizo en la fuente bautismal, sino que lo hará para balancearte de un cabestro."
"Tranquilo, padre, él no me hará daño, yo sé como tratarlo. Iré donde él este mismo día." Al final de la tarde, el ladrón-maestro se asentó en su carro, y lo condujo al castillo. El conde lo recibió cortésmente, ya que él lo tomó por un hombre distinguido. Cuando  sin embargo, el forastero se presentó tal como realmente era, el conde se puso pálido y estuvo completamente silencioso durante algún tiempo. Al rato, con mucho detalle él le dijo, "eres mi ahijado, y tomando eso en cuenta,  te tendré piedad a la hora de hacer justicia, y te trataré con poca severidad. Puesto que te enorgulleces de ser un ladrón-maestro, pondré tu arte a prueba, pero si no pasas la prueba, debes casarte con la hija del fabricante de cuerdas, y el graznido del cuervo deberá ser la única música para esa ocasión."
"Señor Conde," contestó el ladrón-maestro, "Piense tres cosas, tan  difíciles como usted quiera, y si no realizo sus tareas, haga conmigo lo que usted desee." El conde reflexionó durante algunos minutos, y luego dijo, "Bien. Entonces, en primer lugar, robarás el caballo que guardo para mi propia equitación, sacándolo del establo; seguidamente, deberás robar las sábanas que están debajo de los cuerpos de mi esposa y míos cuando estamos dormidos, sin que nos demos cuenta de ello, más el anillo de bodas de mi esposa también; y en tercer lugar y finalmente, deberás poner lejos de la iglesia, al cura y al oficinista. Anota bien lo que he dicho, pues tu vida futura depende de ello."
El ladrón-maestro fue a la ciudad más cercana; allí él le compró la ropa a una vieja mujer campesina, y se la puso. Se manchó su cara marrón, y se pintó arrugas también, de modo que nadie pudiera haberlo reconocido. Entonces él llenó un pequeño barril con viejo vino de Hungría, y al cual le fue mezclado una bebida poderosa para dormir. Él puso el barril en una cesta, la echó a su espalda, y se dirigió con pasos lentos y tambaleantes al castillo del conde. Ya estaba oscuro cuando él llegó. Se sentó en una piedra en el patio y comenzó a toser, como una anciana asmática, y a frotar sus manos como si tuviera frío. Delante de la puerta del estable algunos soldados estaban alrededor de un fuego; y uno de ellos observó a la mujer, y la llamó, "Venga más cerca, vieja madre, y caliéntese al lado de nosotros. Después de todo, no tienes ninguna cama para la noche, y debes tomar lo primero que se te presente."
  "La anciana se tambaleó hasta ellos, y les pidió que levantaran la cesta de su espalda, y se sentó al lado de ellos junto al fuego. ¿"Qué llevas en ese pequeño barril, vieja señora?" preguntó uno de los guardianes. "Un muy buen vino," contestó ella. "Vivo del comercio, y por dinero y palabras justas estoy completamente lista a darle un trago." "Entonces tomémoslo," dijo el soldado, y cuando él lo hubo  probado dijo, "Cuando el vino está bueno, me gusta repetirlo," y se sirvió otro para él, y el resto siguió su ejemplo.

"¡Hola, compañeros!," gritó uno de ellos a aquellos que estaban en dentro del establo, "aquí está una buena anciana quién tiene un vino que es tan viejo como ella misma; tomen un trago que les calentará sus estómagos mucho mejor que nuestro fuego." La anciana llevó su barril al establo. Uno de los soldados se había asentado en el caballo de equitación ensillado, el otro sostuvo su brida en su mano, un tercero había puesto el asimiento de su cola. Ella les sirvió tanto como ellos quisieron hasta que se vació el barril. Pasó poco tiempo  antes de que la brida se cayó de la mano del que la sostenía, y cayendo al suelo comenzó a roncar. El otro soltó el asimiento de la cola, se acostó y roncó todavía más alto. 
Y el que estaba sentado en la silla, permaneció realmente sentado, pero dobló su cabeza abajo casi al cuello del caballo, y durmió y sopló con su boca como el fuelle de una forja. Los soldados de a fuera habían estado dormidos ya desde hace rato, y yacían en la tierra inmóviles, como muertos. Cuándo el ladrón-maestro vio que  había tenido éxito, le dio al primero una cuerda en su mano en vez de la brida, y al otro quién había estado sosteniendo la cola, una brizna de paja, pero ¿ qué debía hacer con el que se sentaba en el caballo? Él no quiso lanzarlo abajo, ya que podría despertarlo y hacerlo pronunciar un grito.
Entonces tuvo una idea buena, desabrochó los amarres de la silla, ató a la silla fuertemente un par de cuerdas que colgaban de un anillo en la pared, y preparó al jinete durmiente en el aire, y enroscó con fuerza la cuerda alrededor de unos postes. Pronto soltó al caballo de la cadena, pero si él hubiera montado al caballo sobre el pavimento pedregoso del patio, se habría oído el ruido en el castillo. Entonces forró los cascos del caballo en viejos harapos, lo condujo con cuidado, saltó sobre él, y galopó lejos.
Cuando despuntó el día, el maestro galopó al castillo sobre el caballo robado. El conde  acababa de despertar, y miraba fuera de la ventana. ¡"Buenos días, Señor Conde," le gritó él, "aquí está el caballo, que saqué sin daño del establo! Sólo mire como maravillosamente sus soldados yacen allí durmiendo; y si usted gusta ir al establo, verá cuan cómodos están sus cuidadores." El conde no podía menos que reírse, entonces él dijo, "Por una vez lo has logrado, pero no irá así de bien la segunda vez, y te advierto  que si vienes a mi como un ladrón, no dudaré de tratarte como lo hago con un ladrón."
Cuando la condesa se acostó esa noche, ella cerró fuertemente su mano con el anillo de bodas, y el conde dijo, "Todas las puertas están cerradas con llave y asegurado el cerrojo, me mantendré despierto y esperaré al ladrón, pero si él entra por la ventana, le pegaré un tiro." El ladrón-maestro, sin embargo, fue en la oscuridad a la horca, descolgó a un pobre ajusticiado que colgaba allí abajo del cabestro, y lo llevó en su espalda al castillo. Una vez allí puso una escala hasta el dormitorio, se echó el cadáver sobre sus hombros, y comenzó a subir. Cuando ya estuvo tan alto que la cabeza del muerto se asomaba en la ventana, el conde, quién miraba desde su cama, le disparó, e inmediatamente el maestro dejó al muerto caerse, y se escondió él mismo en una esquina. 
La noche estaba suficientemente iluminada por la luna, con lo que el  maestro podía ver claramente como el conde salió por la ventana a  la escala, bajó, llevó el cadáver al jardín, y comenzó a excavar un agujero para ponerlo. "Ahora", pensaba el ladrón, "el momento oportuno ha llegado," salió con agilidad de su esquina, y subió la escala directamente al dormitorio de la condesa. "Querida esposa," comenzó él imitando la voz del conde, "el ladrón está muerto, pero, después de todo, él es mi ahijado, y ha sido más un artista del escape que un bandido. No lo pondré en vergüenza pública; además, lo siento por los padres.
Lo sepultaré yo mismo antes del amanecer, en el jardín de modo que nadie lo sepa, dame la sábana y envolveré el cuerpo en ella, y lo sepultaré como un perro entierra las cosas rasguñando. "La condesa le dio la sábana. "Te digo que," siguió el ladrón, "tengo un ataque de magnanimidad en mí, dame el anillo también, pues el  infeliz hombre arriesgó su vida para ello, así que puede llevarlo con él a su tumba." Ella no contradijo al conde, y aunque lo hiciera de mala gana ella se quitó el anillo de su dedo, y se lo dio. El ladrón se largó lejos con ambas cosas, y llegó a casa sin peligro antes de que el conde en el jardín hubiera terminado su trabajo del entierro.
Qué cara tan larga puso el conde cuando el maestro vino a la  mañana siguiente, y le trajo la sábana y el anillo. ¿"Eres un mago?" dijo él, "¿Quién te ha sacado de la tumba en la cual yo mismo te puse, y te trajo a la vida otra vez?" "Usted no me sepultó," dijo el ladrón, "pero sí al ajusticiado en la horca," y él le dijo exactamente como todo había pasado, y obligó a que el conde le reconociera que él era un ladrón inteligente, mañoso. "Pero aún no has llegado al  final," añadió él, "tienes todavía que realizar la tercera tarea, y si  no tienes éxito, todo habrá sido inútil." El maestro sonrió y no devolvió ninguna respuesta.
Cuando llegó la noche él salió con un gran saco en su espalda, un bulto bajo sus brazos, y una linterna en su mano y se dirigió a la iglesia de pueblo. En el saco él tenía algunos cangrejos, y en el bulto candelas cortas. Se sentó en el cementerio que estaba contiguo a la iglesia, sacó un cangrejo, y le pegó una candela en su espalda. Entonces él encendió la candela, puso el cangrejo sobre la tierra, y lo dejó arrastrarse. Él tomó un segundo cangrejo del saco, y lo trató del mismo modo, y así hasta que el último estuviera fuera del saco. En ese momento él se puso una ropa negra larga que parecía la capucha de un monje, y se pegó una barba gris en su barbilla. Cuando por fin él estuvo  completamente irreconocible, tomó el saco en el cual los cangrejos habían estado, entró a la iglesia, y subió al púlpito.
El reloj en la torre daba las doce; y cuándo el último golpe había sonado, él gritó con una voz fuerte y penetrante, "¡Despierten, hombres pecadores, el final de todas las cosas ha llegado! ¡El último día está aquí! ¡Despierten! ¡Despierten! ¡ Quienquiera desee ir al cielo conmigo debe meterse en el saco. Soy Pedro, que abre y cierra la puerta de cielo. Contemplen como la muerte allí en el cementerio deambula recogiendo huesos! ¡Vengan, vengan, y agrúpense en el saco! ¡El mundo está a punto de ser destruido!" El grito resonó por el pueblo entero.

El cura y el oficinista que vivían más cerca de la iglesia, lo oyeron primero, y cuando vieron las luces que se movían en el cementerio, se dieron cuenta de que algo extraño sucedía, y entraron a la iglesia. Ellos escucharon el sermón un rato, y luego el oficinista dio un codazo al cura y le dijo, "no estaría mal si debiéramos aprovechar  la oportunidad juntos, y antes del amanecer del último día, encontrar un modo fácil de llegar al cielo." "Para decir verdad," contestó el cura, "es lo que yo mismo he estado pensando, y si te sientes preparado, nos pondremos camino." "Sí", contestó el oficinista, "pero usted, el pastor, tiene la precedencia, yo le seguiré."
Entonces el cura fue adelante, y subió al púlpito donde el maestro abrió su saco. El cura entró sigilosamente de primero, y luego el oficinista. El maestro inmediatamente amarró el saco fuertemente, lo agarró al medio, y los arrastró gradas abajo del púlpito. Y siempre que las cabezas de los dos tontos chocaban contra las gradas, él gritaba "vamos por las montañas." Y así los llevó a través del  pueblo del mismo modo, y cuando pasaban por charcos, él gritaba  "Ahora pasamos por nubes mojadas." Y cuando por fin llegaron a las gradas del castillo, él gritó, "¡Ahora estamos en las gradas del  cielo, y  pronto estaremos en el tribunal externo!" Cuándo llegaron arriba, empujó el saco en el palomar, y cuando las palomas revolotearon sobre ellos, él dijo, "Escuche que alegre están los ángeles, y como ellos agitan sus alas!" Entonces echó el cerrojo sobre la puerta, y se marchó.
A la mañana siguiente el maestro fue donde el conde, y le dijo que ya había realizado la tercera tarea también, y había sacado al cura y al oficinista de la iglesia. ¿"Dónde los abandonaste?" preguntó el señor. "Ellos yacen arriba en un saco en el palomar, y se imaginan que están en el cielo." El conde subió él mismo, y se convenció que el maestro había dicho la verdad. Una vez que hubo librado al cura y al oficinista de su cautiverio, él dijo, "Eres un ladrón-maestro pleno de arte,  y has ganado la apuesta. Por esta ocasión has salvado tu piel, pero abandona mi tierra, ya que si alguna vez vuelves a poner pie en ella, correrías el riesgo de ir a la horca." El ladrón-maestro se despidió de sus padres, y una vez más partió hacia el amplio mundo, y nadie volvió a oír de él desde entonces.
Enseñanza:
Por más arte que se ponga en la ejecución de un delito, nunca dejará de ser incorrecto.