LA SANDALIA DE NITOCRIS
En un pequeño
pueblo del Bajo Egipto vivía una joven de veinte años cuya belleza se asimilaba
a la de una diosa. Su nombre era Nitocris.
Le gustaba ayudar
a su padre que trabajaba como escriba de rebaños, contando cabezas de ganado y
evitando las discusiones entre los
ganaderos.
Nitocris sabía
leer, escribir y contar, y cuando su padre se jubilara, le sustituiría.
Todos los chicos
del pueblo y de los alrededores deseaban casarse con Nitocris, pero ella sólo
compartiría su vida con un hombre al que amara con todo el corazón. Los jóvenes
seguían insistiendo pero ella los rechazaba tajantemente. Su padre se
extrañaba, incluso le proponía casamiento con el apuesto hijo del alcalde, pero
ella no podía soportarle.
Sus padres sólo
deseaban la felicidad de la hermosa joven:
- Nitocris, solamente tú puedes elegir al hombre al que amarás como esposo. La tarde estaba soleada y Nitocris salió a darse un baño al canal pensando que a esa hora nadie la molestaría. Se quitó las sandalias, se desvistió y se metió poco a poco en el agua que gozaba de una temperatura deliciosa. Estuvo nadando durante mucho tiempo.
- Nitocris, solamente tú puedes elegir al hombre al que amarás como esposo. La tarde estaba soleada y Nitocris salió a darse un baño al canal pensando que a esa hora nadie la molestaría. Se quitó las sandalias, se desvistió y se metió poco a poco en el agua que gozaba de una temperatura deliciosa. Estuvo nadando durante mucho tiempo.
Por allí cerca, los chicos cazaban o jugaban a la pelota. Cuando la joven volvió hacia la orilla, un chico le hizo señas con la mano ofreciéndole su ayuda para salir del agua. Se trataba del hijo del alcalde, que muy orgulloso, armado con un arco y unas flechas, le regalaba una liebre que había cazado.
- No quiero tus regalos. ¡Aléjate de mi! - dijo Nitocris.
- ¡Ni hablar! Deseo hablarte. Sabes que yo seré tu marido - contestó el joven.
- ¡Jamás! ¡Nunca me casaré contigo!
Nitocris se fue
en busca de sus sandalias, cuando escuchó el ruido de un aleteo. Un halcón bajó
hacia el suelo a gran velocidad cogiendo una de sus sandalias con sus garras, y
de nuevo subió al cielo.
Cuando el hijo del alcalde tensó su arco apuntando hacia el halcón, Nitocris gritó:
- ¡No tires! El halcón es el animal sagrado del dios Horus, el protector del faraón. Nadie puede matarlo.
Cuando el hijo del alcalde tensó su arco apuntando hacia el halcón, Nitocris gritó:
- ¡No tires! El halcón es el animal sagrado del dios Horus, el protector del faraón. Nadie puede matarlo.
El joven se fue
muy avergonzado por su acción.
Un poco más tarde
se celebraba el consejo de ministros presidido por el faraón en el jardín del
palacio. El rey continuaba soltero y esta situación no debía alargarse más. La
Regla exigía que reinara junto a él una gran esposa real, pero ninguna le
interesaba.
Estaba pensativo
y no prestaba atención al ministro, cuando de repente, el halcón se abalanzó
hacia el rey dejando caer algo en sus rodillas. Se trataba de una sandalia, la
más bonita que jamás había visto. Rápidamente hizo llamar al jefe de guardia, y
se dirigió a él enérgicamente:
- Envíe a sus
hombres a todas las ciudades y pueblos y ordene que todas las muchachas se
prueben la sandalia. ¡Encuentren a su
dueña!
El hijo del
alcalde iba hacia la casa de Nitocris, cuando vio a dos guardias cumpliendo el
encargo del faraón. No dudó en preguntar qué ocurría, a lo que le respondieron
amablemente. Sólo les quedaba visitar la última casa del pueblo que se
encontraba al final de la calle. El chico, al reconocer la sandalia de
Nitocris, trató de evitar que la encontraran. Pero en ese momento, la muchacha
salió de su casa portando un ramo de flores de loto. El guardia, al verla,
quedó impresionado por su belleza, y al probarle la sandalia comprobó que era
suya.
Nitocris atravesó
los inmensos jardines de tamariscos, sicomoros y palmeras, llegando a una
enorme sala del palacio. El suelo estaba decorado con azulejos en forma de
lotos y en las paredes se representaban preciosas pinturas con escenas de caza.
Allí, en su trono, estaba sentado el faraón de
Egipto.
La joven se
arrodilló ante el faraón como muestra de admiración y respeto. El rey, portando
sus insignias reales, la tomó de la mano ayudándola a levantarse. Admirado por
su belleza, el faraón le calzó la sandalia que le había hecho llegar el halcón.
Nitocris era la esposa elegida por los dioses, y ella se había enamorado del
faraón.
- Reinarás en
Egipto junto a mi como Gran Esposa Real. Mandaré construir para ti una pirámide
que inmortalizará nuestro amor y hará brillar tu nombre para siempre.
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