sábado, 22 de agosto de 2015

El Regalo de los Duendes

El Regalo de los Duendes  



Un sastre y un orfebre viajaban juntos, y una tarde cuando el sol se había hundido detrás de las montañas, ellos oyeron el sonido de música distante, que se hizo cada vez más apreciable. Sonaba extraña, pero era tan agradable que ellos olvidaron todo su cansancio y se encaminaron rápidamente hacia ella. La luna se había levantado ya cuando alcanzaron una colina en la cual vieron una muchedumbre de pequeños hombres y mujeres, que estaban tomados de las  manos, y giraban danzando con el mayor placer y felicidad.

Ellos cantaban de la manera más encantadora, y era la música que los viajeros habían oído. En medio de ellos se sentaba un anciano que era más alto que el resto. Él llevaba puesto un abrigo de diversos colores, y su barba de color hierro gris colgaba hasta abajo sobre su pecho. Los dos permanecieron  de pie llenos de asombro, y miraron el baile. El anciano hizo un signo de que ellos deberían entrar, y la pequeña gente con mucho gusto abrió su círculo.

El orfebre, que tenía una joroba, y como todos los jorobados, era bastante valiente, e ingresó; el sastre en cambio se sintió un poco con miedo al principio, y se contuvo, pero cuando vio que todo transcurría alegremente, tomó coraje, y también ingresó. Inmediatamente el círculo se cerró otra vez, y la pequeña gente continuó cantando y bailando con los saltos más salvajes. El anciano, sin embargo, tomó un cuchillo grande, lo afiló, y cuando estuvo suficientemente afilado, lo colgó en su faja y miró alrededor hacia los forasteros.

Ellos se aterrorizaron, y no tuvieron mucho tiempo para la reflexión, ya que el anciano agarró al orfebre y con la mayor velocidad, le afeitó el pelo de su cabeza completamente, y luego la misma cosa pasó con el sastre. Pero su miedo los abandonó cuando, después de que había terminado su trabajo, el anciano los palmeó a ambos en el hombro de una manera amistosa, tanto como diciendo, ellos se han comportado muy bien para dejar que todo les sea  hecho con mucho gusto, y sin cualquier duda.

Él señaló con su dedo a un montón de carbones que yacían a un lado, y les indicaba a los viajeros con sus gestos que debían de llenar sus bolsillos con  ellos. Ambos obedecieron, aunque no supieran que uso tendrían los carbones. Luego continuaron su camino en busca de un refugio para pasar la noche. Cuando llegaron a un valle, el reloj del monasterio vecino sonó las doce, y el canto cesó. En un momento todos los pequeños habían desaparecido, y la colina quedó en la soledad con la luz de la luna.
Los dos viajeros encontraron una posada, y se cubrieron en sus camas de paja con sus abrigos, pero en su cansancio olvidaron sacar de sus bolsos los carbones antes de acostarse. 




Un gran peso en sus cuerpos los despertó antes que de costumbre. Ellos tocaron en los bolsillos, y no podían creer a sus ojos cuando vieron que no estaban llenos de carbones, sino de oro puro; felizmente, también, el pelo de sus cabezas y barbas estaba allí otra vez tan grueso como antes.

Ellos eran ahora gente rica, pero el orfebre, que, de acuerdo con su disposición avara, había llenado más sus bolsillos, era el doble de rico que el sastre. Un hombre avaro, aun si tiene mucho, todavía desea tener más, entonces el orfebre propuso al sastre que esperaran otro día, y salir otra vez por la tarde a fin de obtener todavía mayores tesoros del anciano en la colina. El sastre se negó, y dijo, 

-"Tengo bastante y estoy contento; ahora seré un maestro, y me casaré con mi novia (que el llamaba su amor), y seré un hombre feliz."-

Pero sin embargo se quedó otro día para complacerlo. Por la tarde el orfebre colgó un par de bolsos sobre sus hombros con los que él podría ser capaz de guardar mucho más, y tomó el camino a la colina. Allí encontró, como durante la noche anterior, a la pequeña gente en su canto y baile, y el anciano otra vez lo afeitó, y le hizo señas para que se llevase un poco de carbón con él.
Él no fue lento en cuanto a cargar tanto en sus bolsos como pudo, y volvió completamente encantado, y se cubrió con su abrigo.

-"Incluso si el oro pesara realmente muchísimo,"- dijo él, -"lo aguantaré de muy buena gana,"- y por fin él se durmió imaginando un dulce del despertar por la mañana como un hombre enormemente rico. 

Cuando él abrió sus ojos, él se levantó con prisa para examinar sus bolsillos, pero qué decepcionado quedó cuando él no sacó nada de ellos excepto carbones negros, y sin importar cuan a menudo los revisara.

-"El oro que obtuve la noche anterior estará todavía allí para mí,"- pensó él, y fue y lo sacó, pero que sobresaltado se puso cuando él vio que igualmente se había convertido otra vez en carbón.

Él golpeó su frente con su mano negra polvorienta, y luego sintió que su cabeza entera era calva y lisa, así como también el lugar donde su barba debería haber estado. Pero sus desgracias no habían aún todavía terminado; ahora notó por primera vez que además de la joroba en su espalda, una segunda, tan grande, había crecido al frente en su pecho.
Entonces él reconoció el castigo por su avaricia, y comenzó a llorar en voz alta. El sastre bueno, que fue despertado por eso, y consoló al compañero infeliz tanto  como él pudo, y le dijo, 

-"Tú has sido mi camarada durante nuestro tiempo de viaje; seguirás conmigo y compartirás mi riqueza."-

Él sastre mantuvo su palabra, pero el pobre orfebre fue obligado a llevar las dos jorobas mientras él vivió, y a cubrir su cabeza calva con una gorra.

Enseñanza:


La ambición desmedida y la avaricia sólo llevan a una vida infeliz y amargada.   

viernes, 21 de agosto de 2015

La Joven sin Manos

La Joven sin Manos


Un cierto molinero había caído poco a poco en la pobreza, y no tenía nada más, excepto su molino y un manzano grande, atrás en el patio. 
Una vez, cuándo había entrado al bosque para traer madera, un anciano que  nunca había visto antes se acercó hasta él, y le dijo, 

-"¿Por qué te molestas cortando madera?, te haré rico, si me prometes darme lo qué está de pie detrás de tu molino."-

 -"¿Qué puede ser sino sólo mi manzano?"- pensó el molinero, y dijo, -"Sí,"- y dio la promesa por escrito al forastero.

El anciano, sin embargo, se rió en tono burlón y dijo, 

-"Cuando hayan pasado tres años, vendré y me llevaré lo que me pertenece,"- y se fue.

Cuándo el molinero llegó a casa, su esposa vino para encontrarlo y le dijo, -"Dime, ¿de donde viene esta riqueza repentina en nuestra casa? De repente cada caja y baúl estuvieron llenos de monedas y joyas; nadie las hizo llegar, y no sé como pasó."-

Él contestó, 

-"Esto viene de un forastero que me encontró en el bosque, y me prometió el gran tesoro. A cambio, le he prometido lo que está de pie detrás del molino; podemos muy bien darle el manzano grande"-

-"¡Ay, marido!,"- dijo la esposa aterrorizada, -"¡ese debe haber sido el diablo! Él no quiso decir el manzano, sino nuestra hija, que estaba de pie detrás del molino limpiando el jardín."

La hija del molinero era una muchacha hermosa, piadosa, y sobrevivió los tres años en el amor a Dios y sin pecado. Cuando el tiempo se cumplió, y vino el día cuando el malvado debía llevarla, ella se lavó quedando bien limpia, e hizo un círculo alrededor de ella con tiza. El diablo apareció bien temprano, pero él no podía acercársele. Furiosamente, le dijo al molinero, 

-"Aleja toda agua de ella, de modo que no pueda ser capaz de lavarse ella misma, porque de lo contrario entonces no tengo ningún poder sobre ella."-

El molinero tuvo miedo, y lo hizo así. A la mañana siguiente, el diablo vino otra vez, pero ella había llorado en sus manos, y estaban completamente limpias. Otra vez él no podía acercarse a ella, y furiosamente dijo al molinero, 

-"Córtale sus manos, porque no puedo acercarme ella."-

El molinero quedó impresionado y contestó, 

-"¿Cómo podría yo cortar las manos a mi propia hija?"-

Entonces el malvado lo amenazó y dijo, 

-"Si tú no lo haces, tú serás mío y te llevaré."-

El padre se alarmó, y prometió obedecerle.
Entonces él fue donde muchacha y le dijo, 

-"Hija mía, si no te corto las manos, el diablo me llevará, y como estaba aterrorizado, le he prometido hacerlo. Ayúdame en mi necesidad, y perdóname el daño que te hago."-

Ella contestó, 

-"Querido padre, haz conmigo lo que necesites, yo soy tu hija."-

Con eso ella posó ambas sus manos, y le fueron cortadas. El diablo vino por tercera vez, pero ella había llorado tanto tiempo y tanto en los tocones, que después de todo ellos estaban completamente limpios. Entonces él tuvo que darse por vencido, y había perdido todo poder sobre ella.
El molinero le dijo entonces a su hija, 

-"He recibido por medio de ti tan grandes riquezas, que cuidaré de ti lo más delicadamente mientras vivas."-

Pero ella contestó, 

-"Aquí no puedo quedarme, iré afuera, y gente compadecida me dará tanto como requiera."-

Entonces ella hizo que sus brazos mutilados fueran ligados a su espalda, y a la salida del sol salió a su camino, y anduvo el día entero hasta que la noche se acercó.
Ella llegó a un jardín real, y con el brillar de la luna vio que los árboles estaban cubiertos de frutas hermosas creciendo en ellos, pero no podía entrar pues había mucha agua alrededor. Y como había andado el día entero y no había comido ni un bocado, y el hambre la atormentaba, pensó, 

-"Ah, si yo estuviera adentro, podría comer de las frutas, o si no moriré de hambre!"-

Entonces ella se arrodilló, llamó a Dios el Señor, y rezó. Y de repente un ángel vino hacia ella, quien hizo una presa en el agua, de modo que el foso quedó  seco y ella pudo atravezarlo.
Y así entró en el jardín y el ángel fue con ella. Ahí vio un árbol cubierto de peras hermosas, pero la cantidad de frutas habían sido contadas para el Rey. Entonces se acercó al árbol, y para saciar su hambre, comió con su boca una,  pero no más. El jardinero miraba; pero como el ángel estaba presente, él tuvo miedo y pensó que la doncella era un espíritu, y se quedó en silencio, tampoco  se atrevía a lanzar un grito, o hablarle al supuesto espíritu. Cuando ella terminó de comer la pera y se sintió satisfecha, se ocultó entre los arbustos.
El Rey a quien el jardín pertenecía, bajó a la mañana siguiente, y contó las frutas, y vio que faltaba una de las peras, y preguntó al jardinero qué había pasado, ya que la pera tampoco estaba bajo el árbol, y no se veía. Entonces contestó el jardinero, 

-"Anoche, un espíritu entró, quién no tenía ninguna de las manos, y comió de una de las peras con su boca."-

El Rey preguntó, 

-"¿Cómo pasó el espíritu sobre el agua, y a donde se fue después de que había comido la pera?"-

El jardinero contestó, 

-"Alguien que venía con una ropa blanca como la nieve del cielo hizo una presa, y contuvo al agua, y el espíritu pudo pasar por el foso. Y como debe haber sido un ángel, tuve miedo, y no hice ninguna pregunta, y no lancé ni un grito. Cuando el espíritu había comido la pera, él se fue."-

El Rey dijo, 

-"Si todo es como tu dices, yo vigilare contigo esta noche."-

Cuando se puso oscuro el Rey entró en el jardín y trajo a un sacerdote con él, que debía hablar al espíritu. Los tres se sentaron bajo el árbol y esperaron. A medianoche la doncella vino arrastrándose desde la espesura, fue al árbol, y otra vez comió una pera con su boca, y al lado de ella estaba el ángel en ropas blancas. Entonces el sacerdote les salió y dijo, 

-"¿Vienes tú del cielo o de la tierra? ¿Eres un espíritu, o un ser humano?"-

Ella contestó, 

-"No soy ningún espíritu, sino una mortal infeliz abandonada por todos excepto por Dios."-





El Rey dijo, 

-"Si has sido abandonada por todo el mundo, yo no te abandonaré."-

Él la llevó consigo a su palacio real, y como ella era tan hermosa y buena, él la amó con todo su corazón y mandó a hacer manos de plata para ella, y la tomó como su esposa. Después de un año el Rey tuvo que partir, entonces le encomendó a su madre el cuidado de la joven Reina y dijo, 

-"Si tiene que tomar cama, toma cuidado de ella, atiéndela bien, y cuéntame al respecto inmediatamente en una carta."-

Poco después ella dio a luz a un lindo niño. Entonces la vieja madre se dio prisa en escribirle y anunciarle las felices noticias. Pero el mensajero descansó en un arroyo por el camino, y como estaba tan cansado por la gran distancia, se durmió. Entonces vino el Diablo, que siempre procuraba herir a la Reina buena, y cambió la carta por otra, en el cual escribió que la Reina había traído un monstruo al mundo.

Cuando el Rey leyó la carta quedó impresionado y muy preocupado, pero él escribió en la respuesta que ellos debían tomar gran cuidado por la Reina y cuidarla bien hasta su llegada. El mensajero volvió con la carta, pero descansó en el mismo lugar y otra vez se durmió. Entonces vino el Diablo una vez más, y puso una carta diferente en su bolsillo, en el cual fue escrito que ellos debían matar a la Reina y su niño. La vieja madre fue terriblemente impresionada cuando recibió la carta, y no podía creerlo.

Ella contestó otra vez al Rey, pero no recibió ninguna otra respuesta, porque cada vez el Diablo substituyó una carta falsa, y en la última carta también fue escrito que ella debía conservar la lengua y ojos de la Reina como una señal de que había obedecido. Pero la vieja madre lloró de pensar que tal sangre inocente debía ser evitada, e hizo traer un cierva antes de la noche y recortó su lengua y ojos, y los guardó. Entonces dijo a la Reina, 

-"No te puedo matar como el Rey manda, pero no debes quedarte aquí. Ve afuera por el amplio mundo con tu niño, y nunca vengas aquí otra vez."-

La pobre mujer ató a su niño en su espalda, y se marchó con sus ojos llenos de lágrimas. Ella entró a un gran bosque salvaje, y luego cayó de rodillas y rezó a Dios, y el ángel del Señor se le apareció y la condujo a una pequeña casa en la cual había un letrero con las palabras, "Aquí todos moran libres." Una doncella blanca como la nieve salió de la pequeña casa y dijo, 

-"Bienvenida, Señora Reina " y la condujo a su interior.

Entonces allí le desataron al niño de su espalda, y lo sostuvieron en su pecho para que lo pudiera alimentar, y lo pusieron en una pequeña cuna  maravillosamente hecha. Entonces dijo la pobre mujer, 

-"¿Cómo supieron que yo era una reina?"- 

La doncella blanca contestó, 

-"Soy un ángel enviado por Dios, cuidaré de ti y del niño."-

La Reina se quedó siete años en la pequeña casa, y fue bien atendida, y por la gracia de Dios, debido a su piedad, sus manos que habían sido cortadas, crecieron una vez más.
Por fin el Rey regresó a casa y su primer deseo era ver a su esposa y el niño. Entonces su madre anciana comenzó a llorar y dijo, 

-"¡Qué mal hombre fuiste!, ¿Por qué escribiste que yo debía eliminar aquellas dos vidas inocentes?"-

 y ella le mostró las dos cartas que el Diablo había cambiado, y luego siguió diciendo, 

-"Hice como me lo pediste,"- y ella le mostró la lengua y ojos.

Entonces el Rey comenzó a llorar por su pobre esposa y su pequeño hijo tanto más amargamente que su madre, que ella al fin tuvo compasión de él y dijo,

-"Queda en paz, esos son sólo naturaleza muerta; en secreto hice que una cierva fuera matada, y tomé esas muestras de ella; luego amarré al niño a la espalda de tu esposa y le pedí que saliera afuera al amplio mundo, y le hice  prometer que nunca volviera aquí otra vez, porque tú estabas muy molesto por ella."-

Entonces dijo el Rey, 

-"Iré tan lejos como lo que el cielo es azul, y no comeré, ni beberé hasta que yo haya encontrado otra vez a mi querida esposa y mi niño, si mientras tanto ellos no han sido matados, o muertos por el hambre."-

Así el Rey viajó sobre durante siete largos años, y la buscó en cada hendidura de las rocas y en cada cueva, pero no la encontraba, y pensó que ella había muerto por amor. Durante todo este tiempo él ni comía, ni bebía, pero Dios lo confortaba. Al fin él entró en un gran bosque, y encontró allí la pequeña casa cuyo letrero decía, "Aquí todos moran libres." Entonces salió al frente la doncella blanca, lo tomó de la mano, lo condujo adentro, y dijo, 

-"Bienvenido, Señor Rey,"- y le preguntó de donde venía.

Él contestó, 

-"Pronto voy a tener siete años de estar viajando en busca de mi esposa e hijo, pero no puedo encontrarlos."-

El ángel le ofreció comida y bebida, pero él no tomó nada, y sólo deseó descansar un poco. Entonces se acostó para dormir, y puso un pañuelo sobre su cara. El ángel entró en la cámara donde la Reina estaba sentada  con su hijo, que ella por lo general lo llamaba "Doloroso", y le dijo, 

-"Sal con tu hijo, tu marido ya ha llegado."

Entonces ella fue al lugar donde él estaba, y el pañuelo se cayó de su cara. Y dijo ella, 

-"Doloroso, recoge el pañuelo de tu padre, y cubre su cara otra vez."-

El niño lo recogió, y lo puso sobre su cara otra vez. El Rey en su sueño oyó lo que pasaba, y le agradaba que el pañuelo cayera una vez más. Pero el niño se puso impaciente, y dijo, 

-"Querida madre, ¿cómo puedo cubrir la cara de mi padre cuando no tengo a ningún padre en este mundo? He aprendido a decir la oración 'Padre Nuestro, qué estás en el Cielo,' tú me has dicho que mi padre estaba en el Cielo, y él era nuestro Dios bueno, y ¿cómo puedo reconocer a un hombre extraño como éste? Él no es mi padre."-

Cuando el Rey oyó aquello, despertó, y preguntó quiénes eran ellos. Entonces dijo ella, 

-"Soy tu esposa, y él es tu hijo, Doloroso."-

Y él vio sus manos vivas, y dijo, 

-"Mi esposa tenía manos de plata."-

Ella contestó, 

-"Dios bueno ha hecho que mis manos naturales crezcan otra vez;"-

 y el ángel entró al cuarto, y trajo las manos de plata, y se las mostró.
En ese momento él supo a ciencia cierta que sí era su querida esposa y su querido hijo, y él los besó, y se alegró, y dijo, 

-"Una gran piedra pesada se ha ido completamene de mí corazón."-

Entonces el ángel de Dios les dio una comida junto con ella, y después ellos se fueron a la casa de la madre anciana del Rey. Hubo gran alegría en todas partes, y el Rey y la Reina y el hijo estuvieron juntos otra vez, y vivieron felizmente hasta su final.
 
Enseñanza:


Cuando se hace un convenio, debe de tenerse muy claro qué es lo que se da y qué es lo que se recibe, nunca actuar en base a suposiciones. 

La Mesa de Deseos, el Asno de Oro y la Porra en el Saco

La Mesa de Deseos, el Asno de Oro y la Porra en el Saco  


Érase una vez un sastre que tenía tres hijos, y sólo una cabra. Pero como la cabra los soportaba a todos con su leche, estaban obligados a tenerle buen alimento, y ser llevada cada día a pastorear. Los hijos, por lo tanto, se turnaban para hacerlo. Una vez el mayor la llevó al cementerio, donde podían ser encontradas las las hierbas más finas, y la dejó comer y correr allí.

Por la noche cuando ya era hora de irse a casa él preguntó, 

-"Cabra, ¿has tenido suficiente?"-

 La cabra contestó,

-"He comido tanto,
¡Ni una hoja más tocaré, meh! ¡meh! "-

-"Ven a casa, entonces,"- dijo el joven, y puso la cuerda alrededor de su cuello, la condujo al establo, la amarró bien, y subió a la casa. 

-"Bien"-, dijo el viejo sastre, -"¿Ha tenido la cabra tanto alimento como ella debería?"-

-"Ah sí,"- contestó el hijo, -"ella ha comido tanto, que ni una hoja más tocará."-

Pero el padre deseó convencerse por él mismo, y bajó al establo, acarició al querido animal y preguntó, 

-"Cabra, ¿quedaste satisfecha?" 

La cabra contestó,

-"¿Cómo podría haber quedado satisfecha?
Entre las tumbas salté,
¡Y no encontré ningún alimento. Que mal que me fue!, ¡meh! ¡meh!"-

-"¿Qué oigo?"- gritó el sastre, y corrió arriba y dijo al joven, 

-"Hey, tú, mentiroso: ¡dijiste que la cabra había comido bastante, pero la dejaste hambrienta!"- y en su cólera, con su vara de medir, le dio una fuerte reprimenda.

Al día siguiente era el turno del segundo hijo, que buscó un lugar en la cerca del jardín, donde solamente buenas hierbas crecían, y la cabra las limpió a todas ellas.
Por la noche, cuándo él quiso regresar a casa, preguntó, 

-"Cabra, ¿estás satisfecha?"-

 La cabra contestó,

-"He comido tanto,
¡Ni una hoja más tocaré, meh! ¡meh! "-

-"Vamos a casa, entonces,"- dijo el joven, y la condujo de regreso, la amarró en el establo y subió a la casa.

-"Bien"-, dijo el viejo sastre, -"¿Tuvo la cabra tanto alimento como ella debería?"-

-"Ah sí,"- contestó el hijo, -"ella ha comido tanto, que ni una hoja más tocará."-

El sastre no confió en lo dicho, y bajó al establo y dijo, 

-"Cabra, ¿quedaste satisfecha?"-

La cabra contestó,

-"¿Cómo podría haber quedado satisfecha?
Entre las tumbas salté,
¡Y no encontré ningún alimento. Que mal que me fue!, ¡ meh! ¡meh! "-

-"¡Desgraciado ateo!" gritó el sastre, -"dejar con hambre a  un animal tan bueno,"- y corrió hacia arriba y con su regla de medir le dio su castigo al muchacho.

Luego tocó el turno al tercer hijo, que quiso hacer todo bien, y buscó algunos arbustos con las hojas más finas, y dejó a la cabra devorarlos. 
Al final, cuándo él quiso irse a casa, preguntó, 

-" Cabra, ¿has tenido suficiente?"-

  La cabra contestó,

-          "He comido tanto,
¡Ni una hoja más tocaré, meh! ¡meh! "-
-           
-"Vamos a casa, entonces,"- dijo el joven, y la condujo al establo, la amarró, y subió a la casa. 

-"Bien"-, dijo el viejo sastre, -"¿Tuvo la cabra tanto alimento como ella debería?"-

-"Ah sí,"- contestó el hijo, - "ella ha comido tanto, que ni una hoja más tocará."

El sastre no confió en lo dicho, y bajó al establo y dijo, 

-"Cabra, ¿quedaste satisfecha?"-

La cabra contestó,

-"¿Cómo podría haber quedado satisfecha?
Entre las tumbas salté,
¡Y no encontré ningún alimento. Que mal que me fue!, ¡ meh! ¡meh! "-

-"¡Ah, montón de mentirosos¡"- gritó el sastre, "¡cada uno tan malo y despistado de su deber como el otro! Ustedes no van a hacer un idiota de mí."-

y completamente fuera de sí con la cólera, corrió arriba y con su vara de medir castigó al pobre joven tan enérgicamente que éste también huyó rápidamente de la casa. El viejo sastre quedó ahora solo con su cabra. 
A la mañana siguiente él bajó al establo, acarició a la cabra y dijo, 

-"Ven, mi querido pequeño animal, te llevaré a alimentarte."

Él la tomó por la cuerda y la condujo a setos verdes, y a yerbas silvestres, y a todo lo que a las cabras más les gusta comer. 

-"Allí por fin podrás comer lo que alegra a tu corazón,"- dijo él a ella, y la dejó pastorear hasta el fin de la tarde. Entonces él le preguntó, 

-" Cabra, ¿has tenido suficiente?"-

  La cabra contestó,

-          "He comido tanto,
¡Ni una hoja más tocaré, meh! ¡meh! "-
-           
-"Vamos a casa, entonces,"- dijo el sastre, y la condujo al establo, y la ató fuertemente.

Cuándo él se marchaba, dio media vuelta y dijo, 

-"Bien, ¿quedaste satisfecha por fin?"

Pero la cabra no se comportó mejor con él, y gritó,

-"¿Cómo podría haber quedado satisfecha?
Entre las tumbas salté,
¡Y no encontré ningún alimento. Que mal que me fue!, ¡ meh! ¡meh! "-

Cuando el sastre oyó eso, quedó impresionado, y vio claramente que él había ahuyentado a sus tres hijos sin razón. 

-"Espera tú, criatura ingrata,"- gritó él, -"no es bastante con castigarte fuertemente con mi vara de medir; te marcaré de modo que no te atreverás a mostrarte tú misma entre sastres honestos."-

Rápidamente corrió hacia arriba, trajo su navaja de afeitar, enjabonó la cabeza de la cabra, y la afeitó tan limpia como la palma de su mano. Y como la regla de medir habría sido demasiado suave para ella, trajo el látigo, y le dio tales azotes que ella se escapó con violenta prisa.
Cuando el sastre quedó completamente solo en su casa, cayó en una gran pena, y habría tenido de buena gana a sus hijos otra vez, pero nadie sabía adonde se habían ido. 
El mayor se había puesto como aprendiz con un carpintero, y había aprendido laboriosa e infatigablemente, y cuando llegó el momento para retirarse, su maestro le regaló una pequeña mesa que no tenía ningún aspecto particular, y estaba hecha de madera común, pero que tenía una propiedad muy buena: si alguien la armaba, y decía,

-"Mesita, extiéndete tú misma,"-  la pequeña mesa se cubría inmediatamente de un pequeño mantel limpio, y un plato aparecía allí, y un cuchillo y tenedor al lado, y platos con carnes hervidas y asadas, tantos como hubiera espacio, y un gran vaso de vino rojo brillante de modo que ponía al corazón contento.

El joven artesano pensó para sí, 

-"Con esto tendrás suficiente para toda tu vida,"- y fue alegremente por el mundo y nunca se preocupó en absoluto si una posada era buena o mala, o si algo se encontraría en ella o no.

Cuando esto lo satisfizo completamente, él no volvió a entrar a comer en una posada en absoluto, sino que ya fuera en una foresta, una llanura, un prado, o dondequiera que él se encontrara, él llevaba su pequeña mesa en su espalda, la colocaba al frente, y decía, 

-"Mesita, extiéndete tú misma,"- y luego todo aparecía tal como su corazón deseaba.

Al cabo del tiempo, pensó en volver donde su padre, cuya cólera estaría apaciguada ahora, y quién lo recibiría con mucho gusto ahora con su mesa de deseos.
Sucedió que en su camino a casa, llegó una tarde a una posada que estaba llena de huéspedes. Ellos lo recibieron con bienvenida, y lo invitaron a sentarse y comer con ellos, pues de otra forma él tendría dificultad en la adquisición de algo. 

-"No, gracias"-, contestó el carpintero, -"no tomaré los pocos bocados de ustedes; más bien, ustedes serán mis invitados."-

Ellos se rieron, y pensaron que él bromeaba; sin embargo, él colocó su mesa de madera en medio del cuarto, y dijo, 

-"Mesita, extiéndete tú misma,"-

Al instante quedó cubierta de alimentos, tan buenos que el anfitrión nunca habría podido conseguirlos, y el olor de aquello subía agradablemente por las fosas nasales de los invitados. 

-"Acérquense, queridos amigos,"- dijo el carpintero.

Y cuando los invitados comprendieron lo que él quiso decir, no tuvieron que esperar a una segunda llamada y se acercaron, sacaron sus cuchillos y atacaron la comida valientemente. Y lo que más los sorprendió era que cuando un plato se vaciaba, al instante otro tomaba su lugar por sí solo.
El posadero estuvo de pie en una esquina y miraba el asunto; él no sabía nada que decir, pero pensaba para sí mismo, 

-"Tú fácilmente podrás encontrar un buen uso para un cocinero como éste en tu cocina."-

El carpintero y sus compañeros pasaron alegremente hasta bien entrada la noche, cuando al fin fueron a dormir, y el joven aprendiz también se fue a la cama, y puso su mesa mágica contra la pared.
Y en cuanto al anfitrión, sin embargo, sus pensamientos, no lo dejaban tener ningún descanso; en esto recordó que había una pequeña vieja mesa en su trastera que se veía justo como la del aprendiz y entonces la sacó suavemente, y sigilosamente la cambió por la mesa de deseos. 



A la mañana siguiente, el carpintero pagó por su cama,  tomó la mesa, sin pensar nunca que era una falsa, y siguió por su camino. Al  mediodía alcanzó a su padre, que lo recibió con gran alegría. 

-"Bien, mi querido hijo, ¿qué has aprendido?"- preguntó. 

-"Padre, me he hecho un carpintero."- respondió.

-"Muy buen oficio,"- contestó el anciano; -"¿pero qué has traído contigo de tu aprendizaje?"-

-"Padre, la mejor cosa que he traído conmigo es esta pequeña mesa."-

El sastre la inspeccionó por todos los lados y dijo, 

-"Tú no has hecho ninguna obra maestra con ella; esta es una vieja mesa mala."-

-"Pero es una mesa que se pone sola,"- contestó el hijo. -"Cuando lo dispongo, y le ordeno cubrirse, los platos más hermosos se presentan en ella, y un vino también, que alegra el corazón. Sólo invite a todos nuestros familiares y amigos, ellos se refrescarán y se divertirán de una vez, ya que la mesa dará a todos lo que requieran."-

Cuando el grupo estuvo reunido, él puso su mesa en medio del cuarto y dijo,

-"Mesita, extiéndete tú misma,"-  pero la pequeña mesa no se meneó para nada, y permaneció tan desnuda como cualquier otra mesa que no entendía la lengua.

Entonces el pobre aprendiz se dio cuenta de que su mesa había sido cambiada, y estaba avergonzado de tener que estar de pie allí como un mentiroso. Los familiares, sin embargo, se burlaron de él, y se vieron obligados a irse a casa sin haber comido o bebido. El padre sacó sus telas otra vez, y continuó con su sastrería, y el hijo fue a donde un maestro carpintero.

El segundo hijo había ido donde un molinero y se había colocado como aprendiz. Cuando su período había terminado, el maestro le dijo, 

-"Como te has conducido tan bien, te voy a dar un asno de una clase peculiar, que ni jala carros, ni carga sacos."-

-"¿Y entonces, cuál es su función?"- preguntó el joven aprendiz. 

-"Él tira monedas de oro por su boca,"- contestó el molinero. -"Si lo sientas en una tela y le dices 'Bricklebrit', el buen animal dejará caer piezas de oro para ti."- 

-"Definitivamente es algo muy fino,"- dijo el aprendiz, y agradeció al maestro, y partió a recorrer mundo.

Cuando él tenía necesidad de oro, sólo tenía que decir "Bricklebrit" a su asno, y las piezas de oro llovían de su boca, y no tenía nada más que hacer, sino recogerlas. Y dondequiera que iba, lo mejor que encontraba estaba bastante bien para él, y el más apreciado aún mejor, ya que tenía siempre un monedero lleno. Cuando ya había recorrido bastante alrededor del mundo durante algún tiempo, pensó, 

-"Debería ir de nuevo donde mi padre; si llego donde él con el asno de oro, de seguro olvidará su cólera, y me recibirá bien."-

Sucedió que llegó a pasar a la misma posada donde le cambiaron la mesa a su hermano.
Él condujo a su asno por la brida, y el anfitrión estuvo a punto de tomar al animal y amarrarlo, pero el joven aprendiz dijo, 

-"No se preocupe, yo mismo llevaré a mi caballo gris al establo, y lo ataré, ya que debo saber donde quedará."-

Esto le sonó raro al anfitrión, y pensó que un hombre que tenía que cuidar de su asno él mismo, no podía tener mucho dinero para gastar; pero cuando el forastero puso su mano en el bolsillo y sacó dos monedas de oro, y le pidió que le proporcionara algo bueno para él, el anfitrión abrió sus amplios ojos, y corrió a buscar lo mejor que podía conseguir.
Después de la comida el invitado preguntó cuánto debía. El anfitrión no vio por qué no doblar el cálculo, y le dijo al aprendiz que debía dos monedas más de oro. Él tocó su bolsillo, pero no había oro. 

-"Espere un instante, señor anfitrión,"- dijo él, -"iré y traeré el dinero;"- pero él se llevó el mantel consigo. 

El anfitrión no podía imaginarse lo que eso podría significar, y siendo curioso, siguió detrás del joven, y cuando el invitado echó el cerrojo sobre la puerta del establo, él miró a hurtadillas por un agujero que había en un nudo en la madera.

El forastero extendió el mantel debajo del animal y gritó, -"Bricklebrit"-, e inmediatamente la bestia comenzó a soltar piezas de oro, de modo que sonoramente caían a tierra. 

-"¡Qué maravilla!,"- dijo el anfitrión, -"¡Los ducados son rápidamente acuñados allí! ¡Un monedero así no está nada mal."-

El invitado pagó su cuenta y se acostó, pero por la noche el anfitrión fue abajo al establo, sacó al asno portentoso, y amarró otro normal en su lugar.

Temprano en la mañana siguiente, el aprendiz emprendió el viaje con el asno, pensando que llevaba su asno de oro. Al mediodía alcanzó a su padre, que se alegró de verlo otra vez, y de buena gana lo recibió. 

-¿"Qué ha sido de tí, hijo mío?"- preguntó el anciano. 

-"Soy molinero,"- querido padre, contestó. 

-"¿Y qué has traído de regreso de tus viajes?"- preguntó el padre.

 -"Solamente un asno."- respondió.

-"Hay bastantes asnos por aquí,"- dijo el padre, -"me hubiera gustado haber tenido una buena cabra."-

-"Sí,"- contestó el hijo, -"pero este no es ningún asno común, sino un asno de oro, cuando digo 'Bricklebrit', la buena bestia abre su boca y deja caer muchas piezas de oro. Sólo llama a todos nuestros familiares aquí, y los haré gente rica."-

-"Eso me parece bien,"- dijo el sastre, -"para entonces no tendré ninguna necesidad de atormentarme más tiempo con la aguja,"- y salió corriendo a convocar a los familiares. 

Tan pronto como estuvieron reunidos, el molinero les pidió hacer campo, extiendió una tela, y trajo al asno al cuarto. 

-"Ahora observen,"- dijo él, y gritó, -"Bricklebrit"-, pero ninguna pieza de oro  cayó, y estaba claro que el animal no sabía nada del arte, pues no es cualquier asno que alcanza tal perfección.

Entonces el pobre molinero quedó con una cara larga, dándose cuenta que fue engañado y robado, y pidió perdón a los parientes, que se fueron a casa tan pobres como vinieron. No había nada más que hacer y el anciano tuvo que encaminarse a su aguja una vez más, y el joven se empleó con un molinero. 
El tercer hermano se había puesto como aprendiz de un tornero, y como la mano de obra es más calificada, fue más largo su aprendizaje. Sus hermanos, sin embargo, le dijeron en una carta cuan mal habían salido las cosas con ellos, y como el posadero los había engañado y robado de sus regalos de deseos hermosos durante la estadía en la noche anterior a la llegada a su casa.
Cuando el tornero terminó su aprendizaje, le llegó el momento de partir. Como él se había comportado tan bien, su maestro le regaló un saco y le dijo, 

-"Hay una porra dentro de él"-

-"Puedo dejarla dentro del saco,"- dijo él, -"y podría servirme, pero ¿por qué debería la porra estar adentro? Sólo lo hace más pesado."-

-"Te diré por qué,"- contestó el maestro; -"si alguien ha hecho algo malo para perjudicarte, sólo di, -‘¡Porra, sal del saco!’- y la porra saltará adelante entre la gente malvada, y golpeará de tal manera en sus espaldas que ellos no serán capaces de moverse durante una semana, y ella no parará hasta que tú digas, -‘¡Porra, entra en el saco!’"-

El aprendiz le agradeció, y puso el saco sobre su espalda, y cuándo alguien  venía cerca de él con intenciones de atacarlo, él decía, "¡Porra, sal del saco!" y al instante la porra saltaba, y golpeaba sobre el abrigo o la chaqueta de uno tras otro en sus espaldas, y nunca paraba hasta que él lo ordenara, y todo era tan rápido, que antes de que alguien fuera consciente, ya él se había alejado. Por la tarde el joven  tornero llegó a la posada donde sus hermanos habían sido engañados y robados.
Él puso su saco en la mesa al frente de él, y comenzó la conversación de todas las maravillosas cosas que él había visto en el mundo. 

-"Sí"-, dijo él, -"la gente puede encontrar fácilmente una mesa que se cubriría sola, un asno que bota piezas de oro, y mucha otras cosas de ese tipo - cosas muy buenas que de ningún modo se desprecian - pero esos no son nada en comparación con el tesoro que he ganado para mí, y llevo conmigo en este mi saco"-

El posadero afinó sus oídos, 

-"¿Qué en el mundo podría que ser?"- pensó él; -"El saco debe estar lleno de joyas; yo debería conseguirlo barato también, ya que todas las cosas buenas entran en grupos de tres."-

Cuando llegó la hora para el sueño, el invitado se estiró en el banco, y puso su saco bajo su cabeza como una almohada. Cuando el posadero pensó que su invitado estaba en su sueño profundo, él fue y empujó y tiró  suavemente con cuidado el saco para ver si podría apartarlo y poner otro en su lugar. 
El tornero había estado esperando este momento durante mucho tiempo, y ahora como el posadero estaba a punto de dar un tirón final, él gritó, "¡Porra, sal del saco!" Y al instante la pequeña porra salió, y cayó en el posadero y le dio una gran paliza.
El anfitrión pedía piedad; pero cuan más alto gritaba, tanto más pesadamente la porra le golpeaba sobre su espalda, hasta que al fin cayó a la tierra agotado. Entonces el tornero dijo, 

-"Si usted no devuelve la mesa que se cubre, y el asno de oro, el golpeteo  comenzará de nuevo."-

-"¡Ay, no!,"- gritó el anfitrión, completamente humilde, -"¡Devolveré de buena gana todo, sólo regresa la maldita porra de nuevo al saco!"-

 Entonces dijo el aprendiz, 

-"¡Dejaré que la piedad tome el lugar de la justicia, pero cuídese de no volver a engañar y robar otra vez!"-

Entonces él gritó, "¡Porra, entra en el saco!" y se guardó.

A la mañana siguiente el tornero llegó a casa de su padre con la mesa de deseos, y el asno de oro. El sastre se alegró cuando él lo vio una vez más, y le preguntó igualmente lo que él había aprendido en el extranjero. 

-"Querido padre,"- dijo él, -"me he hecho un tornero."-

-"Un oficio experto,"- dijo el padre. "-¿Y qué traes al regreso de tus viajes?"-

-          "Una cosa preciosa, querido padre,"- contestó el hijo, -"una porra en el saco."-

-"¡Qué!"- gritó el padre, -"¡Una porra! ¡Ese es tu mayor problema, en efecto! Si vas a cortar un árbol, primero te cortas tú."-

-"Pero este no es el caso, querido padre. Si digo, '¡Porra, sal del saco!' la  porra sale del saco y se dirige a quien me hace algún mal y no para hasta que caiga a tierra y pida perdón. Mira, con esta porra recuperé la mesa de deseos y el asno de oro que el posadero ladrón se llevó de mis hermanos. Ahora envía por ellos e invita de nuevo a todos nuestros parientes. Tendrán bastante para comer y beber, y además llenarán sus bolsillos de oro."-

El viejo sastre no creía completamente, pero sin embargo consiguió reunir a los parientes. Entonces el tornero extendió una tela en el cuarto y condujo al asno de oro, y dijo a su hermano, 

-"Ahora, querido hermano, háblale."-

El molinero dijo, "Bricklebrit," y al instante piezas de oro cayeron sobre la tela  como una ducha de truenos, y el asno no paró hasta que cada uno de ellos tuvo  tanto que no podía llevar más. (Puedo ver en tu cara que a tí también te hubiera gustado estar allí.)
Entonces el tornero trajo la pequeña mesa, y dijo, 

-"Ahora querido hermano, háblale."-

Y apenas dijo el carpintero, "Mesita, extiéndete tú misma," ella se entendió  ampliamente cubierta de los platos más exquisitos. Entonces una exquisita cena tuvo lugar como nunca el buen sastre había visto en su casa, y todo el grupo de parientes se quedó hasta tarde en la noche, y todos pasaron alegres y contentos. El sastre guardó definitivamente sus telas, agujas e hilos, la regla de medidas y demás utensilios en un baúl, y vivió con sus tres hijos lleno de alegría y esplendor.


¿Pero qué sucedió, sin embargo, con la cabra, quién era la culpable de que el  sastre castigara a sus tres hijos? Ya te lo diré. Ella estaba avergonzada por tener una cabeza calva, y corrió al agujero de un zorro y se arrastró dentro de él. Cuando el zorro vino a casa, vio a dos grandes ojos que brillaban en la oscuridad, y aterrorizado huyó. Un oso lo encontró, y como el zorro pareció completamente molesto, preguntó, 

-"¿Qué te sucede, hermano zorro, por qué esa cara?"-

 -"Ay"-, contestó el zorro, -"una bestia feroz está en mi cueva y me contempló con sus ojos encendidos."-

-"Lo sacaremos de ahí pronto,"- dijo el oso, y fue con él a la cueva y miró hacia adentro, pero cuando él vio los ojos brillantes, el miedo lo dominó igualmente;  no quería nada que ver con la bestia furiosa, y corrió desesperado.

Una abeja lo encontró, y cuando lo vio tan molesto, ella le dijo, 

-"Oso, tienes realmente una cara muy lamentable; ¿qué ha pasado con toda tu  alegría?"
-"Es muy fácil para ti decirlo,"- contestó el oso, -"una bestia furiosa con ojos que miran fijamente está en la casa del zorro, y no podemos sacarlo."-
La abeja dijo, 
-"Te compadezco oso, soy una criatura débil y pobre para que te molestes en volverme a ver, pero de todos modos, creo, te puedo ayudar."-

 Ella voló a la cueva del zorro, se posó suavemente en la cabeza esquilada de la cabra, y la picó tan violentamente, que ella saltó gritando "Meh, meh," y corrió afuera por el mundo como loca, y a esta hora nadie sabe adonde se ha ido.

Enseñanza:


Gran bendición es cuando los hermanos se ayudan entre sí.