martes, 18 de agosto de 2015

Un Buen Negocio

Un Buen Negocio 


Había una vez un campesino que había llevado su vaca a la feria, y la vendió por siete ducados. Por el camino a casa tenía que pasar por un estanque, y ya desde lejos oía el grito de las ranas que le parecían decir, "och, och, och."

-"Bien,"- se dijo él, "ellas hablan sin rima y sin razón, son siete los que he recibido, no ocho."-

Cuándo él llegó a la charca, les gritó, 

-"¡Estúpidos animales que son ustedes! ¿No saben contar mejor? Estos son siete ducados y no ocho, ocho, ocho."-

 Las ranas, sin embargo, siguieron con su , "och, och, och."

-"Vengan entonces si no lo creen, puedo contárselos."-

Y él sacó el dinero de su bolsillo y contó siete ducados. Las ranas, sin embargo, no prestaron ninguna atención a su cálculo, pero seguían gritando, "och, och, och."

-"¿Qué?,"- gritó el campesino, completamente enojado, -"ya que ustedes están determinadas a saber mejor que yo, cuéntelos ustedes mismas,"- y les lanzó todo el dinero en el agua.

Él se estuvo quieto y quiso esperar hasta que la cuenta estuviera hecha y le hubieran regresado su pertenencia otra vez, pero las ranas mantuvieron su opinión gritando continuamente,  "och, och, och" y además que no le devolvían  el dinero. Él todavía esperó mucho más tiempo hasta que el anochecer llegó y  fue obligado a irse a casa. Entonces él insultó a las ranas gritándoles, 

-"¡Ustedes salpicaderas de agua, ustedes bobaliconas, ustedes de ojos desorbitados, ustedes de grandes bocas y que pueden chillar hasta hacerle daño a los oídos de alguien, pero montón de inútiles que no son capaces de contar siete ducados! ¿Piensan ustedes que voy a estar de pie aquí hasta que les de la gana?"-

Y terminado su discurso, él se marchó, pero las ranas todavía gritaban, "och, och, och", detrás de él cuando iba a casa completamente enojado. 
Pronto él compró otra vaca, la que destazó, e hizo el cálculo de que si vendiera la carne, bien podría recobrar tanto dinero como valdrían las dos vacas sumadas, y tendría la piel además. 
Cuando él llegó a la ciudad con la carne, una gran tropa de perros estaba junto a la entrada, con un galgo grande a la cabeza de ellos, que saltó hacia la carne, se paró sobre ella y ladró, "guau, guau, guau."

Como no paraba de ladrar, el campesino le dijo, 

-"Sí, sí, sé completamente bien que estás diciendo, "guau, guau, guau," porque quieres un poco de la carne; pero no estaría bien para mí si te la diera."-

 El perro, sin embargo, contestaba solamente "guau, guau, guau."

-"¿Prometes entonces no devorar todo, y calmar a tus compañeros?" 

-"Guau, guau, guau."- volvió a decir el perro. 

-"Bien, si insistes en ello, te la daré; te conozco bien, y sé quién es tu dueño; pero te digo que debo tener mi dinero en tres días o te va a ir muy mal; sin falta  debes de traérmelo."

Con eso él descargó la carne y se regresó. Los perros cayeron sobre ella y en voz alta ladraron, "guau, guau, guau." El campesino, que los oyó desde lejos, se dijo, 

-"Escuche, ahora todos ellos quieren una parte, pero el grande es el responsable de mi paga."-

Cuando habían pasado tres días, el campesino pensó, 

-"Esta noche mi dinero estará en mi bolsillo,"- y estuvo completamente encantado. 

Pero nadie vendría a pagarle. 

-"Ya no se puede confiar en nadie ahora,"- dijo él; y por fin perdió la paciencia, y fue a la ciudad donde el carnicero y le exigió su dinero.

El carnicero pensó que eso era una broma, pero el campesino dijo,

 -"¡Bromeando aparte, deme mi dinero! ¿No le trajo el gran perro toda la vaca destazada hace tres días?"-

Entonces el carnicero se puso enojado, tomó un palo de escoba y lo sacó de la carnicería. 

-"¡Espere un momento!,"- dijo el campesino, "¡todavía hay alguna justicia en el mundo!"- y fue al palacio real y pidió por una audiencia. 

Él fue conducido ante el Rey, que estaba sentado junto con su hija, y le preguntó que problema tenía.

-"¡Ay!"- dijo él, -"las ranas y los perros han tomado de mí lo que es mío, y el carnicero me ha pagado por ello con un palo," y relató con detenimiento todo lo que había pasado. Con toda aquella historia la hija del Rey comenzó a reírse efusivamente, y el Rey le dijo, 

-"No puedo darle la justicia que espera en este caso, pero usted tendrá a mi hija como esposa por ello, ya que en su vida entera nunca se ha reído como lo ha hecho con usted, y se la he prometido a quien pudiera hacerla reír. ¡Debe  darle gracias a Dios por tan buena fortuna!"-




-"Oh,"- contestó el campesino, -"no la tendré, pues tengo ya una esposa, y con tan sólo ella es demasiado para mí; cuando estoy en casa, siento como si tuviera  a una esposa parada en cada esquina."-

Entonces el Rey se molestó, y dijo, 

-"Es usted un patán."-

-"Oh, Señor Rey,"- contestó el campesino, -"¿qué puede usted esperar de un buey, sino carne de buey?"- 

-"¡Un momento!"-, contestó el Rey, -"Podría darle otra recompensa. Márchese ahora, pero regrese en tres días y le daremos un total de quinientos."

Cuando el campesino salió por la puerta, el centinela le dijo, 

-"Tú haz logrado que la hija del Rey se riera, entonces seguramente que recibirás algo bueno."-

-"Sí, es lo que pienso,"- contestó el campesino; -"quinientos serán contados para mí."-

-"Escúchame,"- dijo el soldado, -"dame un poquito de todo eso. ¿Qué podrías hacer con toda esa cantidad?"-

-"Parte será tuya,"- dijo el campesino, -"tendrás doscientos; preséntate dentro de tres días ante el Rey, y dile que de los quinientos míos te dé doscientos a ti."-

Un comerciante inescrupuloso, que estaba por ahí cerca y había oído la conversación, persiguió al campesino, lo sostuvo por el abrigo, y le dijo, 

-"¡Ah, maravilla! ¡qué persona con suerte eres! Yo te cambiaré el pago. Lo  cambiaré para ti en pequeñas monedas, ¿qué podrías hacer con un pago tan grande?"-

-"Comerciante,"- dijo el campesino, -"trescientos ya los tiene sin duda; démelos  inmediatamente en moneda pequeña, y en tres días a partir de hoy, pídale al Rey que le dé los trescientos que me correspondían."-

El comerciante estuvo encantado por el negocio, y le dio monedas buenas y falsas, de cada tres sólo dos buenas.
Cuando habían pasado los tres días, según la orden del Rey, el campesino fue ante el Rey. 

-"Retírenle su abrigo,"- dijo el Rey, -"y tendrá sus quinientos."-

-"¡Ah!"- dijo el campesino, -"los quinientos ya no me pertenecen; le obsequié doscientos de ellos al centinela, y trescientos se los cambié al comerciante, y entonces, por honradez y en derecho, ninguno de los quinientos en absoluto me pertenece."-

Mientras tanto el soldado y el comerciante entraron y reclamaron lo que ellos habían obtenido del campesino, así que ellos recibieron los quinientos golpes estrictamente contados.
El soldado soportó el asunto con paciencia, pues ya sabía cómo era aquello, pero el comerciante decía dolorosamente, 

-"¡Ay, ay!, ¿son éstas las monedas grandes?"-

El Rey no podía menos de dejar de reírse frente al campesino, y cuando toda su cólera se disipó, le dijo al campesino, 

-"Como perdiste la recompensa antes de que llegara a ser realmente tuya, te daré algo en su lugar. Entra a mi cámara del tesoro y toma un poco de dinero para ti, tanto como puedas guardar en tus bolsas."-

El campesino no tuvo que ser dicho dos veces, y llenó sus bolsillos grandes en todo lo que pudo caberles.
Después el campesino se fue a una posada y contó su dinero. El comerciante lo siguió sigilosamente y oyó lo que murmuraba para sí mismo, 

-"Aquel pícaro del Rey me ha engañado después de todo, ¿por qué no podía  haberme dado el dinero exacto él mismo, y así habría sabido yo la cantidad verdadera? ¿Cómo puedo decir ahora si he tenido la suerte de tener en mis bolsillos la cantidad correcta o no?"-

-"¡Cielos!"- se dijo el comerciante, -"que cosas irrespetuosas de nuestro Señor  Rey dice este hombre, iré a la corte y le informaré, y así conseguiré una recompensa y él será castigado también."-


Cuando el Rey oyó lo que el comerciante dijo de las palabras del campesino,  se enfureció, y mandó al comerciante a que fuera a traer al ofensor. El comerciante corrió donde el campesino, 

-"Usted debe ir inmediatamente a donde el Rey con la misma ropa que usted tiene puesta ahora."-

-"Sé que lo correcto es algo mejor que esto,"- contestó el campesino, -"primero me haré un nuevo abrigo. ¿Cree usted que un hombre con tanto dinero en su bolsillo debe ir allí en su viejo abrigo remendado?"-

El comerciante, cuando vio que el campesino no se movería sin otro abrigo, y temiendo que la cólera del Rey se enfriara, y él mismo perdiera su recompensa, y el campesino su castigo, dijo, 

-"Porque soy un buen amigo te voy a prestar un nuevo abrigo por un corto tiempo. ¡Qué no hace la gente por amor!"-

El campesino quedó satisfecho y se puso el abrigo del comerciante, y se marchó con él. El Rey reprochó al campesino por lo que el comerciante le dijo que había murmurado de él. 

-"¡Ah"-, dijo el campesino, -"lo que un comerciante dice es siempre falso,  ninguna palabra verdadera sale alguna vez de su boca! Aquel bribón que está allá hasta es capaz de decir que traigo puesto un abrigo de él."-

-"¿Cómo es eso?"- reclamó el comerciante. -"¿Acaso no es el mío? ¿No te lo he prestado a ti por pura amistad, a fin de que pudieras aparecer ante el Señor Rey?"-

Cuando el Rey oyó eso, dijo, 

-"El comerciante ha engañado sin duda a uno o a otro de nosotros, a mí o al campesino,"-

y de nuevo ordenó que le fueran dados otros cuantos más. 

El campesino, sin embargo, se fue a casa con abrigo bueno y con dinero bueno en su bolsillo, y se dijo, 

-"Esta vez lo logré!"

Enseñanza:


Hay especiales ocasiones en que la ingenuidad produce algunos beneficios inesperados. 

lunes, 17 de agosto de 2015

El Árbol de Enebro

El Árbol de Enebro 


Fue hace mucho tiempo, unos siglos atrás, en que había un hombre rico que tenía una esposa hermosa y piadosa, y se amaban mucho. Ellos no tenían, sin embargo, ningun niño, aunque los deseaban para ellos muchísimo, y la mujer rezaba por ellos día y noche, pero de todos modos no llegaba ninguno. Ahora bien, había un patio delante de su casa en el cual había un árbol de enebro, y un día de invierno la mujer estaba de pie bajo él, pelando una manzana, y mientras  pelaba la manzana se cortó su dedo, y la sangre cayó en la nieve.

-"¡Ay!,"- dijo la mujer, y suspiró profundamente, y miró la sangre ante ella, y se sintió la más infeliz, -"¡Ay, si yo tuviera siquiera un niño tan rojo como la sangre y tan blanco como la nieve!"-

Y mientras así hablaba, de pronto se sintió completamente feliz en su mente, y sintió justo como si eso iba a pasar. Entonces entró en la casa y un mes después la nieve se había ido, y a los dos meses todo era verde, y a los tres meses, todas las flores salieron de la tierra, y tras cuatro meses, todos los árboles de  madera se pusieron más gruesos, y las ramas verdes quedaron todas estrechamente entrelazadas, y las aves cantaron hasta que la madera resonara y las flores se cayeron de los árboles, entonces el quinto mes pasó y ella se paró bajo el árbol de enebro, que olía tan dulcemente que su corazón saltaba, y ella cayó de rodillas y estaba fuera de sí llena de alegría, y cuando el sexto mes vino, la fruta era grande y fina, y ella llegaba allí siempre, y al séptimo mes ella intentó agarrar las enebrinas y las comió avariciosamente, entonces se puso enferma y dolorosa, y pasado el octavo mes, ella llamó a su marido, y lloró y le dijo, 

-"Si muero, entonces sepúltame bajo el árbol de enebro."-

Ella quedó completamente consolada y feliz hasta que el próximo mes hubo pasado, y tuvo a un niño tan blanco como la nieve y tan rojo como la sangre, y cuando ella lo contempló, estuvo tan encantada que ahí mismo murió.
Entonces su marido la sepultó bajo el árbol de enebro, y él comenzó a llorarla;  después de algún tiempo él se tranquilizó, y aunque él todavía la lloraba, podía aguantarlo, y después de otro tiempo más largo él tomó a otra esposa. Con la segunda esposa él tuvo a una hija, pero el niño de la primera esposa seguía siendo un niño tan rojo como la sangre y tan blanco como la nieve.
Cuando la mujer tuvo a su hija la amó muchísimo y la llamó Marlinchen, pero al mirar al pequeño muchacho le pareció partirle el corazón, ya que un celoso  pensamiento entró en su mente de que él siempre se interpondría en su camino, y ella contínuamente  pensaba como podría conseguir toda la fortuna para su hija, y el Diablo llenó su mente con todo eso hasta que ella se puso completamente furiosa con el pequeño muchacho, y le daba palmadas y lo abofeteaba, y el infeliz niño estuvo en un terror continuo, ya que cuando salía de la escuela no tenía ninguna paz en ningún momento.
Un día la mujer había ido arriba a su cuarto, y su pequeña hija subió también, y dijo, 

-"Madre, dame una manzana."-

-"Sí, hija,"- dijo la mujer, y le dio una manzana fina de un baúl.

Pero nadie sabía que el baúl tenía una gran especial cualidad: cualquier cosa que cayera completamente dentro de él, y al cerrarlo, se transformaba en un puñado de manzanas finas. 

-"¿Madre,"- dijo la pequeña hija, -"no podría mi hermano tener una también?"-

Esto hizo enojar a la mujer, quien dijo, 

-"Sí, cuando regrese de la escuela."-

Y cuando ella vio por la ventana que él ya venía, fue exactamente como si el Diablo hubiera entrado dentro de ella, y arrebató a su hija la manzana y dijo,

-"No vas a tener ninguna antes que tu hermano. Ve a la cocina y pon a calentar agua"-

Entonces ella lanzó la manzana al baúl, y lo cerró. En eso el muchacho llegó a la puerta, y el Diablo la hizo decir amablemente, 

-"Hijo, ¿Quieres manzana?"- y ella lo miró terriblemente. 

-"¡Madre"-, dijo el muchacho, "que terriblemente me mira usted! Sí, déme una manzana."-

Entonces pareció como si ella fuera obligada a decirle, 

-"Ven conmigo,"- y abrió la tapa del baúl y dijo, 

-"Saca una manzana para ti."- 

y mientras el pequeño muchacho se inclinaba hacia adentro, el Diablo la hizo empujarlo completamente, y ¡pum! cerró la tapa, y el baúl se llenó de exquisitas manzanas con su piel roja como la sangre y con su pulpa blanca como la nieve. Entonces ella reaccionó y quedó abrumada con el terror, y pensó, 

-"Debo buscar una excusa para esto."-

Entonces bajó a la cocina y le dijo a Marlinchen:

-"Tráeme una bolsa de manzanas. Voy a hacer un pastel."-

Ella subió y tomó las manzanas, pero no vio a su hermano y lo buscó pero no lo encontró por ningún lado. Entonces le preguntó a su madre sobre él, y le contestó,

-"El muy estúpido se agachó tanto dentro del baúl, que cayó completamente y al cerrarse la tapa, quedó convertido en manzanas."-

La niña, que en realidad lo amaba, se conmovió muchísimo y lloró y lloró amargamente.
Y la madre tomó las manzanas y junto con un poco de harina y miel, hizo un grande y dulce pastel de manzanas.
Entonces el padre regresó a casa, y se sentó a cenar y dijo, 

-"¿Pero dónde está mi hijo?"

Y la madre le sirvió un gran plato del pastel de manzanas, y Marlinchen lloró y lloró y no podía acabar. Entonces el padre otra vez dijo, 

-"¿Pero dónde está mi hijo?"-

-"Ah,"- dijo la madre, -"él se ha ido a través del país donde su tioabuelo materno; él se quedará allí un tiempo."-

-"¿Y qué va a hacer él allá? Ni siquiera me dijo hasta luego."-

-"Él quiso ir, y me preguntó si podría quedarse seis semanas, él será bien  cuidado allá."-

 -"Ah,"- dijo el hombre, -"me siento tan infeliz, no sea que todos no debieran tener razón. Él debería haberme dicho hasta luego."-

Con eso él comenzó a comer y dijo, 
-"Marlinchen, ¿por qué estás llorando? Tu hermano volverá seguramente."-

Entonces agregó, 

-"Oh, esposa, que delicioso es este pastel, dame un poco más."-

Y cuanto más comía, más apetecía, y dijo, 

-"Dame más, ustedes no tendrán ninguna pieza. Siento como si todo tiene que ser mío."

Y él comió y comió y lanzaba las migajas bajo la mesa, hasta que terminó con todo. Pero Marlinchen se marchó a su tocador, y tomó su mejor pañuelo de seda del ajuar, y recogió todas las migajas que estaban debajo de la mesa, y las amarró en su pañuelo de seda, y las llevó fuera de la puerta bajo el árbol de enebro, sollozando con lágrimas de sangre. Entonces el árbol de enebro comenzó a moverse, y las ramas se separaban y se juntaban, justo como si alguien estuviera alegre aplaudiendo con sus manos.
Al mismo tiempo una niebla pareció provenir del árbol, y en el centro de esta niebla había como un fuego que rodeó al pañuelo con las migajas, y una ave hermosa salió del fuego cantando  magníficamente, y voló alto en el aire, y cuando ya se había ido, el árbol de enebro quedó como había estado antes, y el pañuelo con las migajas ya no estaba allí. Marlinchen, sin embargo, se sintió alegre y feliz como si su hermano estuviera todavía vivo. Y entró alegremente en la casa, y se sentó a la mesa y comió tranquila.
Pero el ave que se fue volando se posó en el techo de la casa de un orfebre, y comenzó a cantar,

-"Mi madre me transformó,
Mi padre me comió,
Mi hermana, la pequeña Marlinchen,
Recogió todas mis migajas
Las ató en un pañuelo de seda,
Las puso bajo el árbol de enebro,
¡Kywitt, kywitt, qué ave tan hermosa soy yo! "

El orfebre estaba sentado en su taller haciendo una cadena de oro, cuando él oyó al ave que estaba sentada y cantando en su azotea, le pareció muy hermosa la canción. Él se levantó, pero cuando avanzó perdió una de sus zapatillas. Sin embargo siguió derecho hacia el centro de la calle con un zapato y un calcetín; él tenía su delantal puesto, y en una mano tenía la cadena de oro y en la otra las tenazas, y el sol brillaba esplendorosamente en la calle.
Entonces él fue directamente hacia el ave, y se estuvo quieto, y dijo al ave,

-"¡Ave, qué maravillosamente cantas! ¡Cántame esa pieza otra vez. ¡"-

-"No,"- dijo el ave, -"¡no la cantaré dos veces por nada a cambio! Dame la cadena de oro, y luego la cantaré otra vez para ti."-

-"Ahí la tienes"-, dijo que el orfebre, "ahí está la cadena de oro para ti, ahora cántame aquella canción otra vez."-




Entonces el ave vino y tomó la cadena de oro en su garra derecha, y fue y se sentó delante del orfebre, y cantó,
-"Mi madre me transformó,
Mi padre me comió,
Mi hermana, la pequeña Marlinchen,
Recogió todas mis migajas
Las ató en un pañuelo de seda,
Las puso bajo el árbol de enebro,
¡Kywitt, kywitt, qué ave tan hermosa soy yo! "

Entonces el ave se fue volando a donde un zapatero, se posó en su azotea y cantó,

-"Mi madre me transformó,
Mi padre me comió,
Mi hermana, la pequeña Marlinchen,
Recogió todas mis migajas
Las ató en un pañuelo de seda,
Las puso bajo el árbol de enebro,
¡Kywitt, kywitt, qué ave tan hermosa soy yo! "

El zapatero oyó aquello y corrió afuera en mangas de camisa, y alzó la vista hacia su azotea, y se vio obligado a sostener su mano ante sus ojos no sea que el sol pudiera cegarlo. 

-"¡Ave"-, dijo él, "qué maravillosamente cantas tú!" 

Entonces él llamó desde su puerta a su esposa, 

-"Esposa, sólo ven afuera, hay un ave, mira a aquella ave, simplemente canta precioso."
También llamó a su hija y demás niños, y aprendices, muchachos y muchachas, y todos ellos vinieron calle arriba a mirar al ave y ver lo hermoso que era, y que finas plumas rojas y verdes tenía, y su cuello era como oro verdadero, y como los ojos en su cabeza brillaban como estrellas. 

-"Ave"-, dijo el zapatero, -"ahora cántame aquella canción otra vez."-

 -"No,"- dijo la ave, -"no canto dos veces por nada a cambio; debes de darme algo."-

-"Esposa"-, dijo el hombre, -"ve al desván, sobre el anaquel superior hay un par de zapatos rojos, tráelos."

Entonces la esposa fue y trajo los zapatos. 

-"Ahí tienes, ave,"- dijo el hombre, -"ahora cántame esa pieza otra vez."-

 Entonces el ave vino y tomó los zapatos en su garra izquierda, y voló a la azotea, y cantó,

-"Mi madre me transformó,
Mi padre me comió,
Mi hermana, la pequeña Marlinchen,
Recogió todas mis migajas
Las ató en un pañuelo de seda,
Las puso bajo el árbol de enebro,
¡Kywitt, kywitt, qué ave tan hermosa soy yo! "

Y cuando hubo cantado todo se fue volando. En su garra derecha tenía la cadena y los zapatos en su izquierda, y entonces voló hacia un molino, y el molino sonaba, 

-"klipp klapp, klipp klapp, klipp klapp,"-

y en el molino estaban sentados veinte hombres del molinero que tallaban una piedra, y cortaban, y se oía,

-"hick hack, hick hack, hick hack,"-

y el molino seguía con su 

-"klipp klapp, klipp klapp, klipp klapp."-

Entonces el ave fue y se sentó en un limero agrio que estaba plantado delante del molino, y cantó,

- "Mi madre me transformó,"-

Entonces uno de los hombres paró su trabajo.

-"Mi padre me comió,"-

Y ahora dos más dejaron su trabajo para oír aquello.

-"Mi hermana, la pequeña Marlinchen,"-

Entonces cuatro más pararon

-"Recogió todas mis migajas
Las ató en un pañuelo de seda,"-

Ahora sólo ocho trabajaban,

-"Las puso bajo el árbol de enebro,"-

y ahora sólo laboran cuatro,

-"¡Kywitt, kywitt, qué ave tan hermosa soy yo!"-

entonces el que quedaba paró y oyó las últimas palabras.

-"¡Ave"-, dijo él, -"qué maravillosamente cantas! Permíteme también oírlo todo. Canta eso una vez más para mí."-

-"No,"- dijo el ave, -"no cantaré dos veces por nada a cambio. Déme la piedra de molino, y luego lo cantaré otra vez."-

-"Sí,"- dijo él, -"si sólo me perteneciera a mí, la tendrías."

-"Sí,"- dijeron los demás, -"si él canta otra vez la tendrá."-

Entonces el ave bajó, y los veinte molineros con una viga levantaron la piedra. Y el ave pasó su cuello por el agujero, y se puso la piedra como si fuera un collar, y voló al árbol otra vez, y cantó,

-"Mi madre me transformó,
Mi padre me comió,
Mi hermana, la pequeña Marlinchen,
Recogió todas mis migajas
Las ató en un pañuelo de seda,
Las puso bajo el árbol de enebro,
¡Kywitt, kywitt, qué ave tan hermosa soy yo! "

Y cuando hubo hecho el canto, extendió sus alas, y en su garra derecha tenía la cadena, y en su izquierda los zapatos, y alrededor de su cuello la piedra de molino, y voló lejos a la casa de su padre. Alrededor de la mesa estaban sentados el padre, la madre, y Marlinchen con la cena, y el padre dijo, 

-"¡Cuan sereno me siento, que feliz estoy!"-

-"Yo no,"- dijo la madre, "me siento tan incómoda, justo como si una tormenta pesada se aproximara."

Marlinchen, sin embargo, lloraba y lloraba, y en eso llegó volando el ave, y cuando se posó en la azotea el padre dijo, 

-"Ah, me siento tan realmente feliz, y el sol brilla maravillosamente afuera, siento justo como que estoy a punto de ver a algún viejo amigo otra vez."-

-"Yo no,"- dijo la mujer, -"me siento tan preocupada, mis dientes tiemblan, y parezco tener fuego en mis venas."-

Y ella rasgó sus ropas por la preocupación, pero Marlinchen se sentó llorando en una esquina, y sostenía su plato ante sus ojos y lloró hasta que él quedó  completamente mojado. Entonces el ave se sentó en el árbol de enebro y cantó,

-"Mi madre me transformó,"-

Entonces la madre detuvo sus oídos, y cerró sus ojos, y no veía ni oía, pero había un rugido en sus oídos como la tormenta más violenta, y sus ojos ardían y brillaban como relámpagos,

-"Mi padre me comió,"-

-"¡Oh, madre,"- dice el hombre, -"es una ave hermosa! Canta tan maravillosamente, y el sol brilla tan bello, y hay un olor justo como el de la  canela."-

-"Mi hermana, la pequeña Marlinchen,"-

Entonces Marlinchen puso su cabeza en sus rodillas y lloró sin cesar, y el hombre dijo, 

-"Iré afuera, debo ver al ave bien cerca."-

-"Oh no, yo no voy,"- dijo la mujer, -"siento como si la casa entera temblara y estuviera en llamas."-

 Pero el hombre salió y miró al ave:

-"Recogió todas mis migajas
Las ató en un pañuelo de seda,
Las puso bajo el árbol de enebro,
¡Kywitt, kywitt, qué ave tan hermosa soy yo! "

En esto el ave dejó caer la cadena de oro, y cayó exactamente alrededor del cuello del hombre, y tan exactamente que le calzó maravillosamente. Entonces él entró y dijo, 

-"¡Sólo miren qué ave tan fina es, y que bella cadena de oro me ha dado, y qué bello es él!"-

Pero la mujer estaba aterrorizada, y cayó al suelo, y su gorra se desprendió de su cabeza. Entonces el ave cantó una vez más,

-"Mi madre me transformó,"-

-"¡Estuviera yo mil pies bajo tierra para no oír esto!"- decia la mujer.
-"Mi padre me comió,"-

Entonces la mujer cayó al suelo otra vez como si estuviera muerta.

-"Mi hermana, la pequeña Marlinchen,"-

-"Ah,"- dijo Marlinchen, -"también saldré y veré si el ave me da algo,"- y salió.

-"Recogió todas mis migajas
Las ató en un pañuelo de seda,"-

Entonces él ave le lanzó los zapatos.

"Las puso bajo el árbol de enebro,
¡Kywitt, kywitt, qué ave tan hermosa soy yo! "

Entonces ella se puso alegre y feliz, y se puso los nuevos zapatos rojos, y bailó y saltó dentro de la casa. 

-"Ah"-, dijo ella, -"yo estaba tan triste cuando salí y ahora estoy tan alegre; ¡es una ave espléndida, él me ha dado un par de zapatos rojos!"-

-"Bien,"- dijo la mujer, y se paró sobre sus pies y su pelo se levantó como llamas de fuego, -"¡Siento como si el mundo viene a un final! También, saldré y veré si mi corazón se siente ligero."-


Y cuando ella salió a la puerta, ¡pun! el ave lanzó hacia abajo la piedra de molino sobre ella, y quedó toda maltratada. El padre y Marlinchen oyeron lo que había pasado, y humo, llamas, y fuego se elevaban del lugar, y cuando todo eso terminó, apareció vivo el pequeño hermano, y él tomó a su padre y a Marlinchen de la mano, recogieron y vendaron a la resquebrajada mujer, quien en adelante ya no pudo valerse por sí misma quedando totalmente arrepentida de sus actos, y padre, niño y niña quedaron felices y alegres, y entraron en la casa a la cena, y comieron serenamente. Y el baúl de las manzanas fue destruido.

 Enseñanza:


Nunca se debe de actuar mal con nadie, mucho menos con quienes dependen de nosotros. 

Juan Fierro

Juan Fierro      



Hubo una vez hace mucho tiempo un rey que tenía un gran bosque cerca de su palacio, lleno de todas las clases de animales salvajes. Un día envió a un cazador para que le cazara una cierva, pero no volvió. 

-"Quizás algún accidente le ha acontecido,"- pensó el Rey.

Al día siguiente envió a dos cazadores más para buscarlo, pero ellos tampoco  volvieron. Entonces al tercer día, llamó a todos sus cazadores, y les dijo, 

-"Rastreen el bosque entero, y no paren hasta que hayan encontrado a los tres."-

Pero de todos ellos, nadie vino a casa otra vez, y del grupo de sabuesos que  habían llevado, ninguno fue visto más.
A partir de ese día en adelante, nadie se arriesgó a internarse más en el bosque, y allí sólo había calma profunda y soledad, y ningún movimiento se observaba, excepto  a veces un águila o un halcón volando sobre él. Y así continuó durante muchos años, hasta que un cazador forastero se presentó ante el rey como investigador de la situación, y le ofreció entrar en el bosque peligroso. El rey, sin embargo, no daría su consentimiento, y dijo, 

-"No es seguro entrar allí; temo que no te irá mejor que con los demás, y nunca saldrás otra vez."-

 El cazador contestó, 

-"Señor, me aventuraré a mi propio riesgo, el miedo no lo conozco."-

El cazador por lo tanto se encaminó con su perro al bosque. Al poco rato el perro percibió algo por el camino, y quiso perseguirlo; pero apenas habia avanzado el perro dos pasos cuando se detuvo en firme ante un profundo estanque y ya no pudo ir más lejos, y un brazo desnudo se levantó sobre el  agua, lo agarró, y lo tiró hacia abajo, Cuando el cazador vio aquello, fue y trajo a tres hombres más con cubos y empezaron a achicar el agua.
Cuando ya pudieron llegar al fondo, estaba allí un hombre salvaje cuyo cuerpo era marrón como el hierro oxidado, y cuyo pelo colgaba sobre su cara hacia abajo hasta sus rodillas. Ellos lo amarraron con cuerdas, y lo llevaron al castillo. Hubo un gran asombro sobre el hombre salvaje a quien llamaron Juan Fierro. El rey, sin embargo, ordenó que lo pusieran en una jaula de hierro en su patio, y prohibió abrir la puerta, con castigo de pena muerte a quien lo hiciera, y la reina debía tomar la llave a su cuidado. Y a partir de este momento en  adelante cualquiera podría entrar otra vez en el bosque con seguridad.
El rey tenía un hijo joven, quien una vez jugaba en el patio, y mientras  jugaba, su pelota de oro cayó en la jaula. El muchacho corrió hacia allá y dijo, 

-"Dame mi pelota."-

-"No hasta que me abras la puerta,"- contestó el hombre. 

-"No,"- dijo el muchacho, -"no haré eso; el rey lo ha prohibido,"- y se alejó. 

Al día siguiente él fue otra vez y pidió su pelota; el hombre salvaje dijo, 

-"Abre mi puerta,"- pero el muchacho dijo que no. 

Durante el tercer día el rey había salido de caza, y el muchacho fue una vez más a la jaula y dijo, 

-"No puedo abrir la puerta aun si lo deseara, ya que no tengo la llave."-

Entonces el hombre salvaje dijo, 

-"La llave está bajo la almohada de tu madre, allí la conseguirás."-

El muchacho, que quería tener su pelota de nuevo, echó todo pensamiento restrictivo a los vientos, y trajo la llave. La puerta abrió con dificultad, y el muchacho se maltrató sus dedos. Cuando estuvo abierto, el hombre salvaje salió, le dio la pelota de oro, y se alejó rápidamente. El muchacho se había atemorizado y gritando lo llamaba diciendo, 

-"¡Hey, hombre salvaje, no se marche, o seré castigado!"-

El hombre salvaje se volvió atrás, lo tomó, lo puso en su hombro, y se fue con pasos precipitados hacia el bosque.
Cuándo el rey regresó a casa, observó la jaula vacía, y preguntó a la reina como había pasado eso. Ella no sabía nada al respecto, y buscó la llave, pero no estaba. Llamó al muchacho, pero nadie contestó. El rey envió a la gente a  buscarlo en los campos, pero no lo encontraron. Entonces pudo suponer  fácilmente lo que había pasado, y mucha pena reinó en la corte real.
Cuando el hombre salvaje había llegado una vez más al bosque oscuro, bajó al muchacho de su hombro, y le dijo, 

-"Nunca verás de nuevo a tu padre y madre, pero cuidaré de ti, ya que me pusiste en libertad, por lo que tendré compasión por ti. Si haces todo lo que te pido, estarás muy bien. En cuanto a tesoros y oro, tengo mucho, más que nadie en el mundo"-

Él hizo una cama de musgo para el muchacho en la cual durmió, y a la mañana siguiente lo llevó a un pozo, y le dijo, 

-"Observa, el pozo de oro es tan brillante y claro como el cristal, siéntate a su orilla, y ten cuidado de que nada caiga en él, o será contaminado. Vendré cada tarde para ver si has cumplido mi orden."-

 El muchacho se colocó a la orilla del pozo, y a menudo veía a un pescado de oro o a una serpiente de oro nadando graciosamente, y tuvo cuidado de que nada cayera. Mientras estaba sentado allí, su dedo se hirió tan violentamente que él involuntariamente lo puso en el agua.
Él lo sacó del agua inmediatamente, pero vio que estaba completamente dorado, y sin importar lo mucho que le doliera, trató de lavar el oro de su dedo, pero todo era en vano. En la tarde, Juan Fierro volvió, miró al muchacho, y dijo, 

-"¿Qué ha ocurrido en el pozo?"-

-"Nada, nada,"- contestó el muchacho, y mantuvo su dedo detrás de su espalda, donde el hombre no podría verlo. Pero él dijo, 

-"Has sumergido tu dedo en el agua. Esta vez pasará, pero ten cuidado de que nada entre al agua de nuevo."-

 Al día siguiente fue de nuevo a cuidar del pozo.
Su dedo se hirió otra vez y él lo pasó sobre su cabeza, pero lamentablemente un pelo cayó en el pozo. Él lo sacó rápidamente, pero siempre quedó  completamente dorado. Juan Fierro llegó, y ya sabía lo que había pasado. 

-"Has dejado caer un cabello en el pozo,"- dijo él. -"Te permitiré vigilar el pozo una vez más, pero si esto sucede por tercera vez entonces el pozo quedará  contaminado, y ya no podrás permanecer conmigo."-

Durante el tercer día, el muchacho se sentó a la orilla del pozo, y no movió su dedo, por más que le doliera. Pero el tiempo se hacía largo para él, y miró el  reflejo de su cara en la superficie del agua.
Y a medida que se inclinaba cada vez más tratando de verse directamente en los ojos, su pelo largo resbaló sobre sus hombros y cayó en el agua. Él se levantó rápidamente, pero todo el pelo de su cabeza era ya de oro y brillaba  como el sol. ¡Usted puede imaginar cuan aterrorizado estaba el pobre muchacho! Él tomó su pañuelo y lo ató alrededor de su cabeza, a fin de que el hombre no pudiera verlo. Cuando él vino, como siempre él ya lo sabía todo, y dijo, 

-"Quítate el pañuelo."-

Entonces el pelo de oro cayó hacia adelante, y las excusas del muchacho fueron totalmente inútiles. 

-"No cumpliste con lo acordado, y ya no puedes permanecer aquí. Ve por el mundo y aprende cómo es la pobreza. Pero como tienes un corazón noble, y  deseo que estés bien, te concederé una cosa; si en algún momento te sientes en una dificultad, ven al bosque y grita, ‘¡Juan Fierro!’, y yo vendré a ayudarte. Mi poder es grande, mayor de lo que piensas, y tengo oro y plata en abundancia."-

Entonces el hijo del rey dejó el bosque, y anduvo por caminos buenos y malos hasta que en algún momento llegó a una gran ciudad. Allí él buscó trabajo, pero no podría encontrar ninguno, y no había aprendido nada por medio de lo cual  podría ayudarse. Por fin llegó al palacio, y preguntó si ellos lo podrían acoger. La gente de la corte no sabía que podrían hacer con él, pero les agradó, y aceptaron que se quedara. A fin de cuentas, el cocinero lo tomó a su servicio, y dijo que podría traerle la leña y el agua, y rastrillar las cenizas juntos.
Una vez cuando no había nadie más a mano, el cocinero le ordenó que llevara el alimento a la mesa real, pero como no le gustaba dejar ver su pelo de oro, lo ocultó bajo su pequeña gorra. Pero como nunca nadie había llegado a la mesa del rey con gorra, él rey le dijo, 

-"Cuando vengas a la mesa real debes quitarte el sombrero."-

Él contestó, 

-"Oh, Alteza, no puedo; tengo una herida en mi cabeza."-

Entonces el rey llamó al cocinero ante él y lo reprendió, y le preguntó como  podría tomar a tal muchacho en su servicio; y que debería retirarlo  inmediatamente. El cocinero, sin embargo, como tenía compasión de él,  lo intercambió por el muchacho del jardín.
Y ahora el muchacho tenía que plantar y regar el jardín, azadonar y cavar, y trabajar bajo viento y mal tiempo. Una vez en el verano cuando él trabajaba solo en el jardín, el día estaba tan caliente que él se quitó su pequeña gorra para sentirse más fresco. Cuando la luz del sol cayó sobre su pelo, éste brilló y destelló de modo que los rayos llegaron hasta el dormitorio de la hija del rey, y ella saltó para ver qué podría ser. Entonces ella vio al muchacho, y le gritó,

-"Muchacho, tráigame un ramo de flores."-

Él se puso su gorra a toda la prisa, y juntó flores silvestres y formó un ramo.
Cuándo subía la escalera con el ramo, el jardinero lo encontró, y le dijo,

-          "¿Cómo puedes llevarle a la hija del rey un ramo de flores silvestres? Ve  rápidamente, y forma otro, pero con flores más bonitas y raras."-

-"Ah, no,"- contestó el muchacho, -"las silvestres tienen más olor, y la complacerá mejor."-

Cuando él entró en el cuarto, la hija del rey dijo, 

-"Quítate la gorra, no es correcto usarla en mi presencia."-

Él otra vez dijo, 

-"No puedo, tengo una herida en la cabeza."-

Ella, sin embargo, agarró la gorra y se la quitó, y entonces su pelo de oro rodó abajo de sus hombros, y su contemplación era espléndida.


Él quiso salir corriendo, pero ella lo sostuvo del brazo, y le dio un puñado de ducados. Con éstos él se marchó, pero no se preocupó nada por las monedas  de oro. Se las dio al jardinero diciéndole, 

-"Es un regalo para tus niños, pueden jugar con ellas."-

 Al día siguiente la hija del rey otra vez le llamó pidiéndole que le llevara una corona de flores de campaña, y cuando él entró con la corona, ella al instante intentó agarrar su gorra, y quiso quitársela de su cabeza, pero él la sostuvo rápido con ambas manos. Ella otra vez le dio un puñado de ducados, pero él no los guardó, y se les dio de nuevo al jardinero para que jugaran sus niños.
Durante el tercer día las cosas fueron exactamente igual; ella no podía quitarle su gorra, y él no guardaría su dinero. No mucho tiempo después, el país fue invadido por una guerra. El rey convocó a su gente, y no sabía si podría ofrecer alguna oposición al enemigo, que era superior en fuerza y tenía un ejército muy fuerte. Entonces dijo el muchacho ayudante del jardinero, 

-"Ya he crecido, e iré a la guerra también, sólo denme un caballo."-

Los demás se rieron, y le dijeron, 

-"Tómalo cuando nos hallamos ido, lo dejaremos en el establo para ti."-

Cuando ellos ya se habían ido, entró en el establo, y sacó al caballo; era cojo de un pie, y cojeaba tacatá, tacatá, tacatá; sin embargo él lo montó, y encaminó al  caballo hacia el bosque oscuro. Cuando llegó a las afueras, él llamó 

-"¡Juan Fierro!,"- tres veces tan en voz alta que resonó por los árboles. 

Con eso el hombre salvaje apareció inmediatamente, y preguntó, 

-"¿Qué es lo que deseas?"-

-"Quiero a un corcel fuerte, ya que voy a las guerras."- respondió.

-"Lo tendrás, y mucho más de lo que has pedido."-, dijo Juan Fierro.

Entonces el hombre salvaje volvió al bosque, y en unos momentos un muchacho  de establo llegó conduciendo a un gran caballo que resoplaba fuertemente con sus fosas nasales, y apenas podría ser retenido, y detrás de ellos venía una gran tropa de soldados completamente acorazados con hierro, y sus espadas relucían con el sol. El joven entregó su caballo cojo al muchacho del establo, y montó en el fuerte, y se puso a la cabeza de los soldados. Cuando él llegó cerca del campo de batalla, una gran parte de los hombres del rey habían caído ya, y casi no quedaba nada por hacer. Entonces el joven galopó rápido con sus soldados de hierro, y rompió como un huracán sobre el enemigo, y azotó a todos quienes se opusieran a él.

Los invasores comenzaron a huir, pero el joven los perseguía sin parar, hasta dejarlos a todos fuera de combate. Terminada la batalla, sin embargo, no fue  donde el rey, sino que condujo a su tropa de regreso al bosque, y llamó a Juan Fierro. 

-"¿Cuál es tu deseo?"- preguntó el hombre salvaje. 

-"Toma a tu caballo y a tus tropas, y dame mi caballo cojo de nuevo."-

Todo lo solicitado fue hecho, y pronto ya estuvo montado en su caballo cojo. Cuando el rey volvió a su palacio, su hija fue a encontrarlo, y lo felicitó por su victoria. 

-"No soy yo quién se llevó la victoria,"- dijo él, -"sino un caballero forastero que vino en mi ayuda con sus soldados."-

La hija quiso oír más sobre quién era el caballero forastero, pero el rey no lo  sabía, y dijo, 

-"Él persiguió al enemigo, y no lo vi más."-

Ella preguntó al jardinero dónde estaba su ayudante, pero él sonrió, y dijo, 

-"Él acaba de llegar en su caballo cojo, y los demás han estado burlándose de él, y gritando, "¡Aquí regresa nuestro tacatá, tacatá otra vez!" 

Y ellos le  preguntaban, también, 

-"¿Bajo qué seto has estado durmiendo todo este  tiempo?"-

Él, sin embargo, decía, 

-"Hice lo mejor de todo, y esto habría salido mal sin mí."-

Y desde luego todavía era más ridiculizado.
El rey dijo a su hija, 

-"Proclamaré un gran banquete que durará durante tres días, y tú lanzarás una manzana de oro. Quizás el desconocido venga."-

Cuando el banquete fue anunciado, el joven fue al bosque, y llamó a Juan Fierro. 

-"¿Cuál es tu deseo?"- preguntó.

-"Que yo pueda agarrar la manzana de oro de la hija del Rey."- dijo el joven.

-"Eso es tan seguro como si ya la tuvieras,"- dijo Juan Fierro. -"Usarás un traje y una armadura roja para la ocasión, y montarás en un caballo castaño decorado."-

Cuando el día llegó, el joven galopó al punto, tomó su lugar entre los caballeros, y no fue reconocido por nadie.
La hija del Rey avanzó, y lanzó una manzana de oro a los caballeros, pero ninguno de los otros la atrapó, excepto él, y tan pronto como la cogió galopó lejos.
En el segundo día Juan Fierro lo equipó como un caballero blanco, y le dio un caballo blanco. Otra vez él fue el único quién agarró la manzana, y no tardó un instante en salir galopando lejos con ella. El rey se puso enojado, y dijo, 

-"Eso no es permitido; él debe aparecer ante mí y decir su nombre."- 

Y dio la orden de que si el caballero que agarrara la manzana, se escabullía otra vez, los guardias deberían perseguirlo, y si él no volvía por su voluntad, debían reducirlo y herirlo de ser necesario.

Durante el tercer día, él joven recibió de Juan Fierro un juego de armadura negra y un caballo negro, y otra vez sólo él agarró la manzana. Pero cuando él se alejaba rápido con su caballo, los asistentes del rey lo persiguieron, y uno de ellos se acercó tanto que logró herir la pierna del joven con la punta de su espada. El joven, sin embargo se escapó de ellos, pero su caballo saltó tan violentamente que el casco se cayó de su cabeza, y quienes lo perseguían pudieron ver que él tenía el pelo de oro. Ellos retornaron al palacio y contaron  lo sucedido al rey.
Al día siguiente la hija del rey preguntó al jardinero sobre su muchacho. 

-"Él está en el trabajo en el jardín; y el forastero extraño ha estado en el festival también, y sólo vino a casa ayer por la tarde; él ha mostrado igualmente a mis niños tres manzanas de oro que él ha ganado."-

El rey lo convocó a su presencia, y vino otra vez con su pequeña gorra en su cabeza. Pero la hija del Rey se acercó a él y se la quitó, y luego su pelo de oro  cayó sobre sus hombros, y se veía tan hermoso que todos quedaron  asombrados. 

-"¿Eres tú el caballero que vino cada día al festival, siempre en colores diferentes, y quién agarró las tres manzanas de oro?"- preguntó el Rey.

-"Sí,"- contestó él, -"y aquí están las manzanas,"- y las tomó de su bolsillo, y las devolvió al Rey. -"Si usted desea una prueba adicional, puede ver la herida que su gente me dio cuando me siguieron. Pero soy igualmente el caballero que le ayudó a su victoria sobre sus enemigos."- 

-"Si eres capaz de realizar tales hechos, no eres ningún jardinero; entonces díme, ¿quién es tu padre?"- preguntó el rey.

 "Mi padre es un rey fuerte, y tengo oro en abundancia tan grande como requiera."-

 -"Bien veo,"- dijo el Rey, -"que debo darte las gracias a ti; ¿puedo hacer algo para complacerte?"-

-"Sí"-, contestó él, -"en efecto usted puede. Déme a su hija como esposa."


La doncella se rió, y dijo, 

-"No se atrasará mucho la ceremonia, y ya había visto por su pelo de oro que él no era ningún muchacho jardinero,"- y ella fue y lo besó. 

El padre y la madre del joven vinieron a la boda, y estaban felices, ya que  habían perdido toda esperanza de volver a ver alguna vez a su querido hijo. Y cuando todos ya estaban sentados en el banquete del matrimonio, la música de repente paró, las puertas fueron abiertas, y un rey majestuoso entró con un gran séquito. Él se acercó donde el joven, lo abrazó y dijo, 

-"Soy Juan Fierro, y por razón de un encanto era un hombre salvaje, pero con tus actos, tú me pusiste en libertad; todos los tesoros que poseo, serán ahora de tu propiedad."-

Y este cuento está acabado.
 


Enseñanza:


Quien siembra bondad, cosecha bondades.