sábado, 15 de agosto de 2015

El Joven Gigante

El Joven Gigante    


Hace mucho tiempo sucedió que un campesino tenía a un hijo que era tan grande como una mano, y no llegaba a crecer nada más, y durante varios años no creció ni el grueso de  un pelo. Una vez cuando el padre salía para arar, el pequeño dijo, 

-"Padre, iré con usted."-

 "¿Dices que vendrás conmigo?"- dijo el padre. -"Quédate aquí, pues no serías de ninguna utilidad allá, además de que podrías perderte"-

Entonces el pequeñito comenzó a llorar, y por quedar en paz, su padre lo puso en su bolsillo, y lo llevó con él. Cuando llegaron al campo, el padre lo sacó del bolso, y lo puso en un surco recientemente hecho.
Mientras él estaba allí, un gran gigante se vio venir sobre la colina. 

-"¿Ves ese gran espectro?"- dijo el padre, ya que quiso asustar al pequeño compañero para que se portara bien; -"él viene para llevarte."-

El gigante, apenas había recorrido dos pasos con sus piernas largas y ya estuvo en el surco. Él tomó al pequeñito con cuidado con dos dedos, lo examinó, y sin decir una palabra se marchó con él. Su padre se quedó paralizado, y no podía pronunciar un solo sonido por el terror, y no pensó en nada más que había perdido a su niño, y que mientras él viviera nunca más lo volvería a ver.
El gigante, sin embargo, lo llevó a su casa, lo alimentó adecuadamente, y el pequeñito creció y se hizo alto y fuerte bajo el cuido de los gigantes. Cuando habían pasado dos años, el gigante lo llevó al bosque, para probarlo, y dijo, 

-"Tira un palo para ti."-

Para entonces el muchacho era tan fuerte que extrajo un árbol joven de la tierra desde  las raíces. Pero el gigante pensó, 

-"Debemos mejorar esto,"- 

Y regresaron a casa, y lo cuidó y preparó por dos años más. Cuando lo probó de nuevo, su fuerza había aumentado tanto que ya podía extraer un viejo árbol de la tierra. Pero aún no era suficiente para el gigante; y otra vez lo cuidó durante dos años más, y de nuevo fue con él al bosque y dijo, 

-"Ahora sólo saca un palo apropiado para mí,"-

y el muchacho sacó de la tierra el roble más fuerte que había, y dividirlo en dos fue una mera bagatela para él. 

-"Ahora sí funciona,"- dijo el gigante,- "estás perfecto,"- y partieron hacia el campo de donde él lo había traído. 

Su padre estaba ahí arando. El joven gigante se acercó a él, y dijo, 

-"¡Mira padre en qué magnífico hombre tu hijo se ha convertido!"-

El agricultor se alarmó, y dijo, 

-"No, no eres mi hijo; ¡Vete por favor!"-

-"Realmente soy tu hijo; permíteme que yo haga el trabajo, puedo arar así como lo haces, no mejor."-

 "No, no, no eres mi hijo; ¡y no puedes arar, márchate!"-

Sin embargo, como él tuvo miedo de este gran hombre, soltó el arado, retrocedió y se mantuvo a un lado de las tierras. Entonces el joven tomó el arado, y sólo lo presionó con una mano, pero su presión era tan fuerte que el arado entró profundamente en la tierra. El agricultor no soportó ver aquello, y lo llamó, 

-"Si vas a arar, no debes apretar tan fuerte, porque queda mal el trabajo."-

El joven, sin embargo, no enjaezó a los caballos, y jaló el arado él mismo, diciendo,

-"Ve a casa, padre, y pide a mi madre que prepare un plato grande de alimento, y mientras tanto yo trabajaré el campo."

Entonces el agricultor se fue a casa, y pidió a su esposa que preparara el alimento; mientras tanto el joven aró el campo que era dos acres de grande, completamente solo, y luego él se enjaezó a la rastra, y escarificó toda la tierra, usando dos rastras a la vez. Cuando terminó, entró en el bosque, y tiró dos robles, los puso sobre sus hombros, y colgó en ellos una rastra detrás y una adelante, y también un caballo detrás y uno adelante, y llevó a todos, como si hubiera sido un bulto de paja, a la casa de sus padres. Cuándo él entró en el jardín, su madre no lo reconoció, y preguntó, 

-"¿Quién es ese horrible hombre alto?"-

El agricultor dijo, 

-"Es nuestro hijo."-

Ella dijo, 

-"No, no puede ser nuestro hijo, nunca tuvimos uno tan alto, el nuestro era una cosa pequeñita."- Ella lo llamó diciendo, 

-"Márchese, no lo queremos aquí"-

El joven se mantuvo en silencio, y condujo a los caballos al establo, les dio alguna avena y heno, y todo lo que ellos quisieron.
Cuándo terminó, entró al comedor, se sentó en el banco y dijo, 

-"Madre, ahora me gustaría comer algo, ¿estará listo pronto?"-

Entonces ella dijo, 

-"Sí"-, 

y le sirvió dos platos inmensos llenos de alimento, que habría sido bastante para satisfacer a ella y su marido durante toda una semana. El joven, sin embargo, lo comió  todo él solo, y preguntó si no tenía nada más de comida. 

-"No"-,contestó ella , -"es todo que tenemos."-

-"Pero eso sólo fue un bocadillo, necesito más."-

Ella no se atrevió a oponérsele, y fue y puso un caldero enorme lleno de alimento en el  fuego, y cuando estuvo listo, se lo llevó. 

-"Al fin llegaron unas migas,"- dijo él, y comió todo lo que había, pero no era todavía suficiente para apaciguar su hambre.

Entonces dijo, 

-"Padre, veo bien que con ustedes nunca tendré suficiente alimento; si tú me consigues  una vara de hierro bien fuerte, y que yo no pueda romper contra mis rodillas, saldré a recorrer el mundo."-

El agricultor se alegró, puso a sus dos caballos en su carro, y trajo del herrero una vara  tan grande y gruesa, que los dos caballos apenas podían traerla. El joven la puso a través de sus rodillas, y ¡clik! la rompió en dos al medio como una judía, y la tiró. El padre entonces enjaezó a cuatro caballos, y trajo una barra que era tan larga y gruesa, que los cuatro caballos la arrastraban con pesadez. El hijo la rompió también en dos partes contra sus rodillas, la tiró, y dijo, 

-"Padre, esto no me servirá, debes enjaezar a más caballos, y traer una vara aún más fuerte."-

Entonces el padre enjaezó a ocho caballos, y trajo una vara que era tan larga y gruesa, que los ocho caballos tenían que llevarla poco a poco. Cuando el hijo la tomó en sus manos, quebró un pedazo cerca de la punta, y dijo, 

-"Padre, veo que no serás capaz de conseguirme una barra como yo quiero, así que ya no permaneceré más con ustedes."

Entonces él se marchó, y se presentaría como aprendiz de herrero. Llegó a un pueblo, en donde vivía un herrero que era un hombre avaro, que nunca hizo una bondad a nadie, sino que todo lo quería para él. El joven entró en la herrería y preguntó si él necesitaría un ayudante. 

-"Sí"-, dijo el herrero, y lo miró, y pensó, -"es un tipo fuerte que golpearía bien el mazo, y ganaría su pan."-

Entonces le preguntó, 

-"¿Cuánto pide de salario?"-

-"No quiero ninguno en absoluto,"- contestó él, -"sólo cada quincena, cuando pagan a los otros ayudantes, le daré a usted dos golpes, y usted debe aguantarlos."-

El avaro estuvo realmente satisfecho, y pensó que así ahorraría así mucho dinero.
A la mañana siguiente, el nuevo ayudante debía comenzar a trabajar, pero cuando el maestro trajo la barra encendida, y el joven dio su primer golpe, el hierro voló a trozos, y el yunque se hundió tan profundamente en la tierra, que no había forma de sacarlo de nuevo. Entonces el avaro se puso enojado, y dijo, 

-"Ah, pero así no puedo hacer ningún uso de usted, usted golpea demasiado poderosamente; ¿cuánto será por ese golpe?"-

Entonces dijo él, 

-"Sólo le daré a usted un pequeño golpe, esto es todo."- 

Y él levantó su pie, y le dio tal patada que el avaro se fue volando más de cuatro cargas del heno. Entonces él buscó la barra de hierro más gruesa en la herrería para él, la tomó como un palo en su mano y salió.
Cuando él había andado durante algún tiempo, llegó a una pequeña granja, y preguntó al administrador si él no requeriría a un criado principal. 

-"Sí"-, dijo el administrador, -"puedo necesitar uno; usted parece un tipo fuerte que puede hacer mucho, ¿cuánto quiere como salario por un año?"-

Él otra vez contestó que no quería ningún salario en absoluto, pero que cada año él le daría tres golpes, que él debería aguantar. El administrador estuvo satisfecho, ya que él, también, era un hombre codicioso. 




A la siguiente mañana todos los criados debían entrar al bosque, y cuando todos estaban listos, el criado principal estaba todavía en la cama. Entonces uno de ellos lo llamaba diciendo, 

-"Despierte, es la hora; vamos al bosque, y usted debe ir con nosotros."-

-"Ah,"- dijo él completamente aperezado y somnoliento, -"entonces ustedes pueden ir solos; yo estaré de vuelta antes que cualquiera de ustedes."

Entonces los demás fueron donde el administrador, y le dijeron que el jefe todavía yacía en la cama, y no entraría al bosque con ellos. El administrador les dijo que  debían despertarlo otra vez, y decirle que fuera a enjaezar a los caballos. El jefe, sin embargo, dijo como antes, 

-"Ustedes pueden ir solos; yo estaré de vuelta antes que cualquiera de ustedes."-

Y luego él se quedó en la cama por dos horas más. Por fin se levantó de la cama, pero primero consiguió dos bushel de guisantes del desván, se hizo un caldo con ellos, lo comió a su paciencia, y cuando terminó, fue y enjaezó a los caballos, y se dirigió al bosque.  No lejos del bosque había  un barranco por el cual él tuvo que pasar, entonces primero condujo a los caballos, y luego los paró, y fue detrás del carro, tomó árboles y broza, e hizo una gran barricada, de modo que en adelante ningún caballo pudiera pasar.
Cuando él entraba en el bosque, los demás ya regresaban con sus carros cargados para irse a casa; entonces dijo a ellos, 

-"Sigan, todavía llegaré a casa antes que ustedes."-

Él apenas entró a la orilla del bosque, e inmediatamente arrancó de la tierra dos de los árboles más grandes, los lanzó en su carro, y dio vuelta. Cuando llegó a la barricada, los demás todavía estaban de pie allí, incapaces de pasar. 

-"¿Lo ven?,"- dijo él, -"si ustedes se hubieran quedado conmigo, regresarían a casa rápidamente, y habrían tenido otra hora más de sueño"-

Él ahora trató de conducir, pero sus caballos no pudieron seguir por el camino, entonces él los desenjaezó, los puso arriba del carro, tomó los ejes en sus propias manos, y jaló todo, y él hizo todo esto tan fácilmente como si hubiera cargado plumas.
Cuando ya había pasado, dijo a los demás, 

-"Allí, ustedes ven, he sido más rápido que ustedes"-

y siguió adelante, mientras que los demás tuvieron que quedarse donde estaban. Al llegar a la casa, él tomó uno de los árboles en su mano, lo mostró al administrador, y dijo, 

-"¿No es esto un bulto fino de la madera?"-

Entonces dijo el administrador a su esposa, 

-"El criado es muy bueno, aunque él duerme realmente mucho tiempo, regresa a casa antes que los demás."-

Entonces el joven sirvió al administrador durante un año, y cuando estuvo concluido, y los otros criados recibían sus salarios, él dijo que ahora era el momento para tomar su parte también. El administrador, sin embargo, tuvo miedo de los golpes que él debía recibir, y seriamente le suplicó para perdonarlo de tenerlos; y más bien que él mismo sería el criado principal, y el joven debería ser el administrador. 

-"No"-, dijo el joven, -"no seré administrador, soy el criado principal, y permaneceré así, pero tomaré mi paga tal como convinimos."

El administrador estaba anuente a darle todo lo que le exigiera, pero era inútil, el criado principal dijo no a todo. Entonces el administrador no sabía que hacer, y pidió posponerlo una quincena, ya que quería  encontrar algún camino para evitarlo. El criado principal consintió en esta solicitud. El administrador convocó a todos sus ayudantes para que meditaran sobre el asunto, y le dieran su consejo. Los ayudantes  reflexionaron durante mucho tiempo, pero por fin ellos dijeron que nadie estaba seguro de su vida con el criado principal, ya que él podría matar a un hombre tan fácilmente como un mosquito, y que lo que el administrador debería hacer era enviarlo a entrar al pozo y limpiarlo, y cuando él estuviera abajo, ellos rodarían una de las piedras de molino que estaban allí, y la dejarían  caer sobre su cabeza; y así nunca volvería a ver  la luz del día. El consejo sugerido complació al administrador, y el criado principal aceptó bajar al pozo.
Cuando él ya estaba abajo en el fondo, ellos hicieron rodar la piedra de molino más grande y pensaron que le habían roto su cráneo, pero él gritó, 

-"Ahuyenten las gallinas del pozo, ya que rasguñan en la arena allá arriba, y lanzan los granos en mis ojos, de modo que yo no puedo ver."-

 Entonces el administrador gritó, 

-"Sh-sh"-, imitando el espantar a las gallinas. 

Cuando el criado principal había terminado su trabajo, subió y dijo, 

-"Sólo miren qué hermosa corbata tengo,"-

 y lo que contemplaban era la piedra de molino que él llevaba puesta alrededor de su cuello. El criado principal ahora quiso tomar su paga, pero el administrador de nuevo  pidió un retrazo de otra quincena. Los ayudantes se reunieron y aconsejaron al administrador que enviara al criado principal al molino encantado para moler el maíz antes de la noche, ya que de allí aún ningún hombre había vuelto alguna vez por la mañana vivo.

La propuesta complació al administrador, y llamó al criado principal esa misma tarde, y le ordenó que llevara ocho bushel de maíz al molino, y lo moliera esa noche, ya que así había sido solicitado. Entonces el criado principal fue al desván, y puso dos búshels en su bolsillo derecho, y dos en su izquierdo, y tomó cuatro en una cartera, mitad en su espalda, y la mitad en su pecho, y así cargado fue al molino encantado. El molinero le dijo que él podría moler allí muy bien durante el día, pero no antes de la noche, ya que el molino estaba encantado, y que hasta ahora, quienquiera había entrado en él por la noche había sido encontrado muerto por la mañana.
El criado principal dijo, 

-"Yo lo manejaré, usted ya puede retirarse a descansar."-

Entonces él entró en el molino, y vació el maíz. A las once de la noche entró en el cuarto del molinero, y se sentó en el banco. Cuando ya se había sentado allí por un rato, de repente una puerta se abrió y una mesa grande entró, y en la mesa, se colocaron vino y carnes asadas, y además muchos alimentos buenos, pero todo aparecía solo, ya que no había nadie llevándolo. Después de esto las sillas se acomodaron, pero no se vio venir a nadie, hasta que de repente él contempló dedos  que manejaban cuchillos y tenedores, y ponían el alimento en los platos, pero fue lo único que consiguió ver. Cuando él tuvo hambre, y vio el alimento, también tomó un  lugar en la mesa, comió con aquellos invisibles que comían y lo disfrutó todo muy bien.
Cuando él ya había comido bastante, y los demás también habían vaciado completamente sus platos, él claramente oyó y vio que todas las velas fueron de repente apagadas, y como ahora todo estaba oscuro, él sintió algo como un golpe de puño en el oído. Entonces él dijo, 

"Si algo similar viene otra vez, le daré su buen golpe de regreso."-
Y cuando recibió un segundo golpe en el oído, él reaccionó como lo ofreció. Y así siguió todo esto la noche entera. Él no aceptó nada sin devolverle el golpe, y  reembolsó todo con intereses, y su actuación no fue en vano. Al amanecer, sin embargo, todo cesó. Cuando el molinero se levantó, quiso mirar qué sucedió, y se preguntó si aquel estaría todavía vivo. Entonces el joven dijo, 

-"Me he hartado, he recibido algunos golpes en las orejas, pero he dado muchos más a cambio."-

El molinero se alegró, y dijo que el molino fue liberado ahora del encantamiento, y quiso darle mucho dinero como recompensa. Pero él dijo, 

-"Dinero no, tengo bastante."-

Entonces él echó la masa en su espalda, se fue a casa, y dijo al administrador que ya  había hecho lo que él le había pedido hacer, y que ahora tomaría su paga. Cuando el administrador oyó aquello, quedó seriamente alarmado y completamente fuera de sí; caminaba para atrás y adelante en el cuarto, y gotas de transpiración se acumularon sobre su frente. Entonces abrió la ventana para tomar algún aire fresco, pero antes de que él se diera cuenta, el criado principal le había dado tal patada que voló por la ventana en el aire, y fue tan lejos y alto que nadie lo volvió a ver otra vez.
Entonces dijo el criado principal a la esposa del administrador, 

-"Si él no vuelve, usted debe tomar el otro golpe."-

 Ella gritó, 

-"¡No, no, no puedo aguantarlo!,"-

y abrió la otra ventana, porque gotas de transpiración también corrían sobre su frente. Entonces él le dio tal patada que ella también, se fue volando, y como ella era más liviana llegó  mucho más alto que su marido. Su marido al verla pasar gritó, 

-"¡Acércate a mí!"-

 pero ella contestó, 

-"¡Ven tú a mí, yo no puedo ir a ti!"-

Y ellos se cernieron allí en el aire, y no podían acercarse el uno al otro. Y si ellos todavía se ciernen en el aire o no, no lo sé, pero el gigante joven tomó su barra de hierro, y continuó su camino.



Enseñanza:


Al hacer un contrato de trabajo, debe de valorarse y meditarse bien sobre las condiciones de la labor y del pago por dicha labor antes de aceptar las condiciones, para no lamentarse cuando ya es demasiado tarde. Esto tanto para quien da el trabajo como para quien lo recibe.

viernes, 14 de agosto de 2015

Ricitos de oro

Ricitos de oro


En un bosque florido y frondoso vivían tres ositos, un papá, una mamá y el pequeño osito. Un día, tras hacer todas las camas, limpiar la casa y hacer la sopa para la cena, los tres ositos fueron a pasear por el bosque para que el pequeño osito pudiera jugar y respirar aire puro. 

De repente, apareció una niña muy bien vestida llamada Ricitos de Oro. Cuando vio la casita de los tres ositos, se asomó a la ventana y le pareció muy curioso lo ordenada y coqueta que tenían la casa. 

A Ricitos de Oro se le olvidaron los modales que su mamá le había inculcado y decidió entrar en la casita de los tres ositos. 

"¡Oh! ¡Qué casita más bonita! ¡Qué limpia y ordenada tienen la casa la gente que vive aquí!". 

Mientras iba observando todo lo que había en la casa comenzó a sentir hambre, ya que le vino un olor muy sabroso a sopa . 

"¡Mmm...! ¡Qué hambre me ha entrado! Voy a ver que tendrán para cenar." 

Fue hacia la mesa y vio que había tres tazones. Un tazón pequeño, uno más grande y otro más y más grande que los otros dos anteriores. Ricitos de Oro siguió sin acordarse de los modales que su mamá le había enseñado y en vez de esperar a que los tres ositos volvieran a la casita y le invitaran a tomar un poco de la sopa que habían preparado, se lanzó directamente a probarla. Comenzó por el tazón más grande, pero al probarlo, la sopa estaba demasiado caliente. Entonces pasó al tazón mediano y al probarlo, la sopa estaba demasiado fría, pasándose a probar el tazón más pequeño que estaba como a ella le gustaba. 

"Está en su punto", dijo la niña. Cuando acabó la sopa se subió a la silla más grandota pero estaba demasiado dura y se pasó a la otra silla más mediana comprobando que estaba demasiado blanda, y entonces decidió sentarse en la silla más pequeña que estaba ni muy dura ni muy blanda; era comodísima. 

Pero la sillita estaba acostumbrada al peso tan ligero del osito y poco a poco el asiento fue cediendo y se rompió. Cuando Ricitos de Oro se levantó del suelo, subió a la habitación de los tres ositos y comenzó a probar las tres camas. Probó la cama grande pero estaba demasiado alta. Después probó la cama mediana pero estaba demasiado baja y por fin probó la cama pequeña que era tan mullidita y cómoda que se quedó totalmente dormida. 

Mientras Ricitos de Oro dormía profundamente, llegaron los tres ositos a la casa y nada más entrar el oso grande vio cómo su cuchara estaba dentro del tazón y dijo con su gran voz: 

"¡Alguien ha probado mi sopa!". Y mamá oso también vio su cuchara dentro del tazón y dijo: "¡Alguien ha probado también mi sopa!". Y el osito pequeño dijo con voz apesadumbrada: "¡Alguien se ha tomado mi sopa y se la ha comido toda entera!". 

Después pasaron al salón y dijo papá oso: "¡Alguien se ha sentado en mi silla!". Y mamá oso dijo: "¡Alguien se ha sentado también en mi silla!". Y el pequeño osito dijo con su voz aflautada: "¡Alguien se ha sentado en mi sillita y además me la ha roto!".

 Al ver que allí no había nadie, subieron a la habitación para ver si el ladrón de su comida se encontraba todavía en el interior de la casa. Al entrar en la habitación, papá oso dijo: "¡Alguien se ha acostado en mi cama!".

Y mamá eso exclamó: "¡Alguien se ha acostado en mi cama también!". Y el osito pequeño dijo: "¡Alguien se ha acostado en ella...!". 

Ricitos de Oro, mientras dormía creía que la voz fuerte que había escuchado y que era papá oso, había sido un trueno, y que la voz de mamá oso había sido una voz que la hablaba en sueños pero la voz aflautada del osito la despertó. 

De un salto se sentó en la cama mientras los osos la observaban, y saltó hacia el otro lado saliendo por la ventana corriendo sin parar un solo instante, tanto, tanto que no daban los pies en el suelo. 

Desde ese momento, Ricitos de Oro nunca volvió a entrar en casa de nadie ajeno sin pedir permiso primero. 

La casa de chocolate

La casa de chocolate
                   
          
Había una vez una pobre familia que vivía en su perdido bosque lejos de todos sitios. Tenían dos hijos, el chico se llamaba Haensel y la chica, Gretel. Todos los días Haensel y Gretel iban con su padre a buscar leña para su casa. Un día, salieron con su padre en busca de ramitas. Su papá les advirtió que no se distrajeran porque se podrían perder, pero Haensel y Gretel no le hicieron mucho caso porque estaban jugando. Al llegar a la mitad del camino, su papá les dijo: "Vamos a separarnos, vosotros dos ir por allí, y yo iré por aquí, pero antes del anochecer tenéis que estar aquí para volver juntos a casa, ¿vale?". "Sí, papá, no te preocupes." "Bueno, hijos, tened cuidado, dadme un beso." Los dos hermanos besaron a su padre y
alegremente se fueron cantando y saltando mientras cogían ramas. Tan bien se lo estaban pasando que no se fijaron en el camino que estaban recorriendo y de repente se dieron cuenta de que estaban perdidos. Haensel se asustó mucho, pero su hermana que era un poco más valiente que él le dijo: "No te preocupes hermanito, todavía no ha anochecido, seguro que encontramos el camino de vuelta." Haensel y Gretel empezaron a andar sin saber muy bien hacia donde iban y con miedo porque pronto anochecería. De pronto, ¡qué sorpresa!, ¡no se lo podían creer! ¡Era una casa de chocolate allí, en medio del bosque! Al principio, los dos hermanos no se atrevían a acercarse, pero decidieron cogerse de la mano e ir juntos. Miraron por la ventana y vieron que no había nadie dentro. Por fuera de la casa tenía ladrillos de chocolate, tejado de mazapán, cristales de caramelo. Tenían mucha hambre y pensaron que si le daban un bocado a un ladrillo no pasaría nada y así lo hicieron. Mientras comían se dieron cuenta que la puerta de la casa estaba abierta. Decidieron entrar. ¡Qué susto cuando vieron lo que allí había! Un gran fuego con un enorme caldero y jaulas que colgaban del techo, sapos y culebras en botes ¡Qué asco! Estaban ensimismados mirando y, de pronto... ¡Ja, Ja, Ja, Ja! Era la risa de una fea bruja que entró en la casa montada en su escoba y tras de sí cerró la puerta con llave y Haensel y Gretel quedaron allí atrapados. La bruja los cogió y metió a cada niño en una jaula, cerro y colgó la llave en la pared, diciendo: "¡Creíais que os podías comer mi casa! Ja, Ja. Pues ahora quién os comerá seré yo, pero antes tenéis que engordar porque estáis muy flacos. Y así cada día la bruja les daba mucho de comer y les pedía que sacaran el brazo entre los barrotes, pero Haensel que muy inteligente, se dio cuenta que la bruja apenas veía y cuando ella le decía que sacara el brazo, él y su hermana sacaban un hueso de pollo y así la bruja decidía no comérselos aún, hasta que se cansó y dijo: "¡Ya está bien! Me da igual lo flaco que estés, te comeré a tí primero." La bruja cogió la llave y sacó a Haensel de la jaula. Se enfadó mucho al notar que el niño estaba más gordito y que la había engañado. Se enfadó tanto que se olvidó que la llave la había dejado puesta en la jaula. Mientras la bruja gritaba y metía a Haensel en el caldero, Gretel cogió la llave, salió de su jaula, agarró la escoba en que la bruja volaba y le atizó en la cabeza, entonces su hermano y ella subieron a la escoba y salieron volando de allí. La bruja quería perseguirlos pero no podía hacer nada sin su escoba, así que no pudo agarrarlos. Los dos hermanos se dirigieron alegremente a su casa, y ¡cuál fue la sorpresa de sus padres cuando los vieron llegar sanos y salvos en la escoba! Se besaron y abrazaron felizmente, utilizaron la escoba para ir de pueblo en pueblo vendiendo leña y así nunca les faltó para comer, y además los dos hermanos aprendieron una gran lección:

"Nunca hay que fiarse de las apariencias". Por eso si veis a un desconocido que os llama, aunque parezca bueno.... No os fiéis. 





jueves, 13 de agosto de 2015

La liebre y la tortuga

La liebre y la tortuga

La tortuga y la liebre
La tortuga y la liebre
La liebre siempre se reía de la tortuga, porque era muy lenta. —¡Je, ¡el En realidad, no sé por qué te molestas en moverte -le dijo.
-Bueno -contestó la tortuga-, es verdad que soy lenta, pero siempre llego al final. Si quieres hacemos una carrera.
-Debes estar bromeando -dijo la liebre, despreciativa- Pero si insistes, no tengo inconveniente en hacerte una demostración.
Era un caluroso día de sol y todos los animales fueron a ver la Gran Carrera. El topo levantó la bandera y dijo: -Uno, dos, tres… ¡Ya!
La liebre salió corriendo, y la tortuga se quedó atrás, tosiendo en una nube de polvo. Cuando echó a andar, la liebre ya se había perdido de vista.
Pero cuál no fue su horror al ver desde lejos cómo la tortuga le había adelantado y se arrastraba sobre la línea de meta. ¡Había ganado la tortuga! Desde lo alto de la colina, la liebre podía oír las aclamaciones y los aplausos.
-No es justo -gimió la liebre- Has hecho trampa. Todo el mundo sabe que corro más que tú.
-¡Oh! -dijo la tortuga, volviéndose para mirarla- Pero ya te dije que yo siempre llego. Despacio pero seguro.
-No tiene nada que hacer -dijeron los saltamontes- La tortuga está perdida.
“¡Je, je! ¡Esa estúpida tortuga!”, pensó la liebre, volviéndose
La tortuga y la liebre
La tortuga y la liebre
. “¿Para qué voy a correr? Mejor descanso un rato.”
Así pues, se tumbó al sol y se quedó dormida, soñando con los premios y medallas que iba a conseguir.
La tortuga siguió toda la mañana avanzando muy despacio. La mayoría de los animales, aburridos, se fueron a casa. Pero la tortuga continuó avanzando. A mediodía pasó ¡unto a la liebre, que dormía al lado del camino. Ella siguió pasito a paso.
Finalmente, la liebre se despertó y estiró las piernas. El sol se estaba poniendo. Miró hacia atrás y se rió:
—¡Je, ¡el ¡Ni rastro de esa tonta tortuga! Con un gran salto, salió corriendo en dirección a la meta para recoger su premio.
Pero cuál no fue su horror al ver desde lejos cómo la tortuga le había adelantado y se arrastraba sobre la línea de meta. ¡Había ganado la tortuga! Desde lo alto de la colina, la liebre podía oír las aclamaciones y los aplausos.
-No es justo -gimió la liebre- Has hecho trampa. Todo el mundo sabe que corro más que tú.
-¡Oh! -dijo la tortuga, volviéndose para mirarla- Pero ya te dije que yo siempre llego. Despacio pero seguro.

Los 3 cerditos

Los 3 cerditos


Los tres cerditos
Los tres cerditos
Al lado de sus padres , tres cerditos habian crecido alegres en una cabaña del bosque. Y como ya eran mayores, sus papas decidieron que era hora de que construyeran , cada uno, su propia casa. Los tres cerditos se despidieron de sus papas, y fueron a ver como era el mundo.
El primer cerdito, el perezoso de la familia , decidio hacer una casa de paja. En un minuto la choza estaba ya hecha. Y entonces se fue a dormir.
El segundo cerdito , un gloton , prefirio hacer la cabaña de madera. No tardo mucho en construirla. Y luego se fue a comer manzanas.
El tercer cerdito , muy trabajador , opto por construirse una casa de ladrillos y cemento. Tardaria mas en construirla pero estaria mas protegido. Despues de un dia de mucho trabajo, la casa quedo preciosa. Pero ya se empezaba a oir los aullidos del lobo en el bosque.
No tardo mucho para que el lobo se acercara a las casas de los tres cerditos. Hambriento , el lobo se dirigio a la primera casa y dijo: – ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare!. Como el cerdito no la abrio, el lobo soplo con fuerza, y derrumbo la casa de paja.
Casita de paja
Casita de paja
El cerdito, temblando de miedo, salio corriendo y entro en la casa de madera de su hermano. El lobo le siguio. Y delante de la segunda casa, llamo a la puerta, y dijo: – ¡Ábreme la puerta! ¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare! Pero el segundo cerdito no la abrio y el lobo soplo y soplo, y la cabaña se fue por los aires.
Casita de madera
Casita de madera
Asustados, los dos cerditos corrieron y entraron en la casa de ladrillos de su otro hermano. Pero, como el lobo estaba decidido a comerselos, llamo a la puerta y grito: – ¡Ábreme la puerta!¡Ábreme la puerta o soplare y tu casa tirare! Y el cerdito trabajador le dijo: – ¡Soplas lo que quieras, pero no la abrire!
Casita de ladrillos
Casita de ladrillos
Entonces el lobo soplo y soplo. Soplo con todas sus fuerzas, pero la casa ni se movio. La casa era muy fuerte y resistente. El lobo se quedo casi sin aire. Pero aunque el lobo estaba muy cansado, no desistia. Trajo una escalera , subio al tejado de la casa y se deslizo por el pasaje de la chimenea. Estaba empeñado en entrar en la casa y comer a los tres cerditos como fuera. Pero lo que el no sabia es que los cerditos pusieron al final de la chimenea, un caldero con agua hirviendo. Y el lobo , al caerse por la chimenea acabo quemandose con el agua caliente. Dio un enorme grito y salio corriendo y nunca mas volvio. Asi los cerditos pudieron vivir tranquilamente. Y tanto el perezoso como el gloton aprendieron que solo con el trabajo se consigue las cosas.
Los tres cerditos contentos
Los tres cerditos contentos

miércoles, 12 de agosto de 2015

EL ABETO

EL ABETO

Autor: Hans Chistian Andersen

Allá en el bosque crecía un joven abeto. Tenía un buen sitio y disponía de sol y aire más que suficientes. En torno suyo crecían muchos compañeros mayores, abetos y pinos. Pero el pequeño abeto tenía mucha prisa por crecer. No pensaba en el sol tibio ni en el aire fresco, ni atendía a los niños de la aldea cuando pasaban charlando en busca de fresas o frambuesas. A veces venían con un canasto lleno o con fresas ensartadas en un junco, y se sentaban junto al arbolito y decían:
-¡Ah, qué bonito es!
Pero el árbol no quería oír nada de aquello.
Al año siguiente había crecido un buen tramo y al siguiente uno mayor aún; -y así siempre se puede saber los años que tiene un abeto si se cuentan sus tramos.
-¡Ah, si fuera grande como los otros árboles -suspiraba el arbolito-, y pudiera extender las ramas en torno mío y divisar con la copa el ancho mundo! Los pájaros anidarían en mis ramas y, cuando soplase el viento, movería mi copa con tanta solemnidad como ellos.

No disfrutaba con los rayos del sol, ni con los pájaros ni con las nubes rojas, que al amanecer y en el ocaso del día circulaban sobre él.
Cuando llegó el invierno y la blanca nieve centelleaba a su alrededor, venía corriendo con frecuencia una liebre y daba saltos sobre el arbolito; ¡oh, era tan fastidioso! Pero pasaron dos inviernos y al tercero, el árbol era tan grande que la liebre tuvo que correr alrededor suyo. Oh, crecer, crecer, hacerse grande y viejo era el único placer de este mundo, pensaba el árbol.
En otoño venían siempre los leñadores y cortaban algunos de los árboles más grandes. Pasaba cada año, y el joven abeto, que ya había crecido mucho, se estremecía al verlo, porque los grandes, espléndidos árboles, caían a tierra con un estrepitoso crujido. Les cortaban las ramas y parecían desnudos, largos y delgados; apenas si se les reconocía, pero eran colocados en los carros y los caballos los sacaban del bosque. ¿Adónde iban? ¿Qué destino les esperaba?
En primavera, cuando llegan la golondrina y la cigüeña, les preguntó el árbol:
-¿Sabéis adónde los llevan? ¿Os los habéis encontrado?
Las golondrinas no sabían nada, pero la cigüeña se quedó pensativa, afirmó con la cabeza y dijo:
-Sí, creo que sí. He encontrado muchos barcos nuevos cuando volaba a Egipto. Tenían magníficos mástiles; yo diría que eran ellos, olían a abeto. Puedo felicitarte efusivamente, pues... ¡con qué majestad se alzaban!
-¡Ah, si yo fuese lo suficientemente grande para volar sobre el mar! ¿Cómo es el mar? ¿A qué se parece?
-¡Bueno, es tan difícil de explicar! -dijo la cigüeña, y se marchó.
-Goza de tu juventud -dijeron los rayos del sol-. ¡Alégrate de tu nueva estatura, de la vida joven que hay en ti!
Y el viento besó el árbol y derramó lágrimas sobre él, pero el abeto no entendía.
Cuando se aproximaba la Navidad fueron cortados muchos árboles jóvenes, árboles que con frecuencia no eran mayores ni de más edad que este abeto, que no tenía paz ni sosiego sino que siempre quería marcharse. Estos jóvenes árboles, que eran precisamente los más hermosos, conservaban siempre sus ramas, eran colocados en los carros y los caballos los sacaban del bosque.
-¿Adónde irán? -se preguntaba el abeto-. No son mayores que yo, incluso hay uno que es más pequeño. ¿Por qué conservan todas sus ramas? ¿Adónde los llevan?
-¡Nosotros lo sabemos, nosotros lo sabemos! -piaron los gorriones-. Hemos estado mirando por las ventanas allá en la ciudad. ¡Nosotros sabemos dónde los llevan! ¡Oh!, les espera el esplendor y la gloria mayores que pueda imaginarse. Hemos mirado por las ventanas y hemos visto que los colocan en medio de confortables salones y los adornan con las cosas más preciosas, como manzanas doradas, bollos de miel, juguetes y cientos de luces.
-¿Y después? -preguntó el abeto, temblando con todas sus ramas-. ¿Y después? ¿Qué ocurre después?
-En realidad no hemos visto más, pero era maravilloso.

-¿Me tocará ir por este deslumbrante camino? -se regocijaba el árbol-. ¡Es mejor aún que cruzar el mar! Me muero de ganas de que llegue la Navidad. Ahora soy alto y ancho como los otros que se llevaron el año pasado. ¡Oh, si estuviera en el carro! ¡Si me encontrara ya en el confortable salón con toda brillantez y honor! ¿Y después? Sí, debe haber algo mejor, algo más hermoso, porque si no... ¿para qué habrían de adornarme de esta manera? Tiene que ocurrir algo más grande, más espléndoroso. ¿Pero qué? ¡Oh, cómo lo deseo! ¡Cómo lo ansío! Ni yo mismo sé lo que me ocurre.
-Disfrútame -dijeron el aire y el sol-. ¡Alégrate con tu fresca juventud al aire libre!
Pero no gozaba de nada; crecía y crecía, invierno y verano se mantenía verde, verde oscuro. Al verlo, la gente decía:
-¡Qué árbol más hermoso!
Y en Navidad fue el primero que cortaron. El hacha se hincó hondo en la madera. El árbol cayó a tierra con un gemido. Sintió un pesar, un desmayo, y dejó de tener pensamientos felices. Sintió pena de ser arrancado de su hogar, del lugar donde había crecido. Sabía que nunca volvería a ver a sus queridos compañeros, ni a los pequeños arbustos y flores que crecían en derredor suyo, y quizás ni siquiera a los pájaros. La marcha no tenía nada de agradable.
El árbol no volvió en sí hasta que, en el patio, descargado con los otros árboles, oyó decir a un hombre:
-¡Es espléndido! Elegimos éste. Después vinieron unos criados totalmente uniformados y llevaron el abeto a un hermoso salón. En torno a sus paredes colgaban retratos, y junto a la gran estufa de porcelana había grandes jarrones chinos con leones en las tapas. Había mecedoras, sofás forrados de seda, grandes mesas llenas de libros con láminas y con juguetes por valor de cientos de coronas -por lo menos, así lo decían los niños-. Y el abeto fue plantado en una gran cuba llena de arena; pero nadie podía ver que era una cuba, porque la forraron con una tela verde y estaba colocada sobre una gran alfombra persa. ¡Cómo temblaba el árbol! ¿Qué iría a ocurrir? Tanto los criados como las señoritas de la casa vinieron a adornarlo. De las ramas colgaron pequeñas redes, recortadas de papel de colores; cada red estaba llena de caramelos; manzanas y nueces doradas colgaban como si hubiesen crecido allí y más de cien velitas rojas, azules y blancas fueron fijadas en las ramas. Muñecas que parecían vivas como si fueran personas -el árbol no había visto nunca nada igual- pendían de las ramas, y justo en la cima fue colocada una gran estrella de papel dorado. Todo aquello era esplendoroso.
-¡Esta noche! -decían todos-. ¡Esta noche estará deslumbrante!
«¡Oh -pensó el árbol-, ojalá fuese ya de noche y las luces estuvieran encendidas! ¿Y qué ocurrirá? ¿Vendrán los árboles del bosque a verme? ¿Vendrán volando los gorriones a la ventana? ¿Echaré raíces aquí y seguiré estando adornado durante el invierno y el verano?»
Ignoraba bastantes cosas, ¿no os parece? Y tenía verdadero dolor de corteza de pura ansiedad, y el dolor de corteza es tan malo para un árbol como el dolor de cabeza para nosotros.
Por fin encendieron las velas. Qué brillo, qué resplandor. El árbol temblaba con todas sus ramas, tanto que una de las velas prendió fuego a una de ellas. ¡Uf, lo que dolía!
-¡Dios mío! -gritaron las señoritas, y lo apagaron con rapidez.
Entonces el árbol ya no se atrevió a mover una hoja. ¡Oh, era horrible! Tenía tanto miedo de perder algo de su esplendor; estaba aturdido de tanto brillo y... de pronto, la puerta del salón se abrió de par en par y una multitud de niños se precipitó sobre él como si fuesen a derribarlo. Las personas mayores venían muy serias detrás; los pequeños estuvieron callados, pero sólo un instante, porque en seguida comenzaron a armar ruido de nuevo. Bailaron en torno al árbol y arrancaron un regalo tras otro.
«¿Qué es lo que están haciendo? -pensó el árbol-. ¿Qué va a ocurrir?» Y las velas se gastaron hasta llegar a las ramas y fueron apagadas cuando se consumieron, y entonces los niños obtuvieron permiso para despojar al árbol. ¡Ah!, se precipitaron sobre él, de modo que crujieron todas sus ramas; de no haber estado sujeto por la cima y la estrella de oro al techo, lo hubieran derribado.

Los niños bailaron alrededor con sus bonitos juguetes. Nadie se fijó más en el árbol excepto la vieja niñera, que fue a mirar entre las ramas, pero sólo para ver si no se había quedado olvidado algún higo o alguna manzana.
-¡Un cuento, un cuento! -gritaron los niños, empujando a un hombrecillo obeso hacia el árbol. Se sentó bajo él.
-Como si estuviésemos en el bosque -dijo-; al árbol le gustará también mucho oírlo. Pero contaré sólo un cuento. ¿Queréis oír el de Ivede-Avede, o el de Terrón Coscorrón, que se cayó por la escalera pero subió al trono y se casó con la princesa?
-¡Ivede-Avede! -gritaron unos-. ¡Terrón Coscorrón! -gritaron otros. Todo era un puro clamor y griterío; sólo el abeto se mantenía callado y pensaba:
«¿Tendré que intervenir en esto? ¿Tendré que hacer algo?»
Y claro está que había intervenido y había hecho cuanto tenía que hacer.
Y el hombre gordo contó el cuento de Terrón Coscorrón, que cayó por la escalera y, sin embargo, se sentó en el trono y se casó con la princesa. Y los niños aplaudieron y gritaron:
-¡Cuenta, cuenta! -porque querían también el de Ivede-Avede, pero tuvieron que conformarse con el de Terrón Coscorrón.
El abeto permanecía muy quieto y pensativo: nunca los pájaros del bosque habían contado cosas parecidas.
«Terrón Coscorrón cayó por la escalera y, sin embargo, se casó con la princesa. ¡Sí, sí, así pasa en el mundo! -pensó el abeto, convencido de que era verdad lo que aquel caballero tan fino había contado-. ¡Vaya, quién sabe, quizá me caiga yo también por la escalera y me case con una princesa!», y se regocijó al pensar que al día siguiente sería cubierto con velas y juguetes y frutas doradas.
«¡Mañana no temblaré! -pensó-. ¡Voy a disfrutar plenamente de todo mi esplendor! Mañana oiré de nuevo el cuento de Terrón Coscorrón y quizá el de Ivede-Avede», y el árbol permaneció en silencio y pensativo toda la noche.
Por la mañana entraron el criado y la criada.
«Ahora -pensó el árbol- comenzarán a adornarme de nuevo»; pero lo arrastraron por la sala y, escaleras arriba, lo metieron en el desván y allí lo dejaron, en un rincón oscuro, donde no llegaba luz alguna.
«¿Qué significará esto? -pensó el árbol-. ¿Qué tendré que hacer aquí? ¿Qué tendré que oír?»
Y se mantuvo contra la pared y pensó y pensó. Y tuvo mucho tiempo, porque pasaron días y noches. No subía nadie y cuando por fin vino alguien, fue para poner unas grandes cajas en un rincón. El árbol estaba muy escondido, se diría que había sido olvidado por completo.
«¡Ahora es invierno! -pensó el árbol-. La tierra está dura y cubierta de nieve, los hombres no pueden plantarme; por lo tanto tengo que estar aquí esperando hasta la primavera. ¡Qué bien pensado! ¡Qué inteligentes son los hombres! Si no estuviera esto tan oscuro y tan espantosamente solitario. Ni una pequeña liebre acierta a pasar. Era tan agradable allá en el bosque cuando había nieve y la liebre pasaba saltando. Sí, incluso cuando brincaba sobre mí, aunque no me gustara entonces. ¡Esta soledad es insoportable!»
-¡Pi, pi! -dijo justo entonces un ratoncito asomándose, y otro le siguió. Olisquearon el abeto y corretearon por entre sus ramas.
-¡Hace un frío horrible! -exclamó el ratoncito-. De no ser por eso se estaría muy bien aquí. ¿No es verdad, viejo abeto?
-¡Yo no soy viejo! -dijo el abeto-. ¡Hay muchos que son más viejos que yo!
-¿De dónde vienes? -preguntaron los ratones-. ¿Y qué sabes? (eran terriblemente curiosos). Háblanos del sitio más bonito de la tierra. ¿Has estado allí? ¿Has estado en la despensa, donde hay quesos en los estantes y los jamones cuelgan del techo, donde se baila sobre velas de sebo y se entra muy delgado y se sale gordo, gordo?
-No lo conozco -dijo el árbol-, pero conozco el bosque, donde brilla el sol y donde cantan los pájaros. Y entonces les contó detalles de su juventud. Los ratoncitos no habían oído nunca nada semejante. Escucharon con la boca abierta y dijeron:
-¡Oh, cuánto has visto! ¡Qué suerte has tenido!
-¿Yo? -dijo el abeto, y reflexionó sobre lo que había contado-. Sí, después de todo, fueron tiempos muy divertidos. Y les explicó lo de la Nochebuena, cuando había sido adornado con velas y dulces.
-¡Oh! -dijeron los ratones-. ¡Qué suerte has tenido, viejo abeto!
-¡Yo no soy viejo! -exclamó el árbol-. Os diré que, en este invierno en que he venido del bosque, me encontraba en plena juventud, apenas si había terminado de crecer.
-iQué bien lo cuentas! -dijeron los ratoncitos.
Y la noche siguiente vinieron con cuatro más, para oír al árbol contar su historia y cuanto más contaba, con mayor frecuencia se acordaba de todo y pensaba:
«A pesar de todo, fueron tiempos muy divertidos, que volverán. Terrón Coscorrón se cayó por la escalera y, sin embargo, se casó con la princesa. Quizá también yo me case con una».
Y entonces recordó a un gracioso abedul que crecía en el bosque y que, para el abeto, era una verdadera princesa.
-¿Quién es Terrón Coscorrón? -preguntaron los ratoncitos.
Y entonces el abeto les contó todo el cuento. Podía recordarlo palabra por palabra, y los ratoncitos estuvieron a punto de saltar hasta la cima del árbol de tanto como les divirtió.
La noche siguiente vinieron muchos ratones más y el domingo incluso dos ratas. Pero dijeron que el cuento no era nada divertido y esto puso muy tristes a los ratoncitos, porque entonces también ellos pensaron que no era una gran cosa.
-¿Y ése es el único cuento que sabes? -preguntaron las ratas.
-Sólo ése -respondió el árbol-. Lo oí contar durante mi noche más feliz, pero entonces no sabía lo feliz que era.
-¡Es un cuento malísimo! ¿No sabes ninguno sobre tocino y velas de sebo? ¿Ningún cuento de despensa?
-¡No! -dijo el árbol.
- Pues muchas gracias -contestaron las ratas y se volvieron a casa.
Al fin hasta los ratoncitos dejaron también de venir, y entonces el árbol suspiró:
-Pues era muy agradable ver sentados a mi alrededor a los traviesos ratoncitos, escuchando mis historias. ¡Ahora también se han ido! Aunque procuraré divertirme cuando vuelva a salir.
¿Pero cuándo iba a ocurrir aquello de volver a salir?
Pues sí, ocurrió una mañana en que vino gente y revolvió en el desván. Quitaron las cajas y sacaron el árbol; lo tiraron con pocos miramientos al suelo, pero en seguida un criado lo arrojó por la escalera donde había luz.
¡La vida empieza de nuevo!», pensó el árbol, sintiendo en el cuerpo el contacto del aire fresco y de los primeros rayos del sol; estaba ya en el patio. Todo sucedía muy rápidamente; el abeto se olvidó de sí mismo: ¡había tanto que ver a su alrededor! El patio estaba contiguo a un jardín, que era una ascua de flores; las rosas colgaban, frescas o fragantes, por encima de la diminuta verja; estaban en flor los tilos, y las golondrinas chillaban, volando: «¡Quirrevirrevit, ha vuelto mi hombrecito!». Pero no se referían al abeto.
«¡Ahora a vivir!», pensó éste alborozado, y extendió sus ramas. Pero, ¡ay!, estaban secas y amarillas; y allí lo dejaron entre hierbajos y espinos. La estrella de oropel seguía aún en su cúspide, y relucía a la luz del sol.
En el patio jugaban algunos de aquellos alegres muchachuelos que por Nochebuena estuvieron bailando en torno al abeto y que tanto lo habían admirado. Uno de ellos se le acercó corriendo y le arrancó la estrella dorada.
-¡Miren lo que hay todavía en este abeto, tan feo y viejo! -exclamó, subiéndose por las ramas y haciéndolas crujir bajo sus botas.
El árbol, al contemplar aquella magnificencia de flores y aquella lozanía del jardín y compararlas con su propio estado, sintió haber dejado el oscuro rincón del desván. Recordó su sana juventud en el bosque, la alegre Nochebuena y los ratoncillos que tan a gusto habían escuchado el cuento de Klumpe-Dumpe.
«¡Todo pasó, todo pasó! -dijo el pobre abeto-. ¿Por qué no supe gozar cuando era tiempo? Ahora todo ha terminado».
Vino el criado, y con un hacha cortó el árbol a pedazos, formando con ellos un montón de leña, que pronto ardió con clara llama bajo el gran caldero. El abeto suspiraba profundamente, y cada suspiro semejaba un pequeño disparo; por eso los chiquillos, que seguían jugando por allí, se acercaron al fuego y, sentándose y contemplándolo, exclamaban: «¡Pif, paf!». Pero a cada estallido, que no era sino un hondo suspiro, pensaba el árbol en un atardecer de verano en el bosque o en una noche de invierno, bajo el centellear de las estrellas; y pensaba en la Nochebuena y en KlumpeDumpe, el único cuento que oyera en su vida y que había aprendido a contar.
Y así hasta que estuvo del todo consumido.
Los niños jugaban en el jardín, y el menor de todos se había prendido en el pecho la estrella dorada que había llevado el árbol en la noche más feliz de su existencia. Pero aquella noche había pasado, y, con ella, el abeto y también el cuento: ¡adiós, adiós! Y éste es el destino de todos los cuentos.