miércoles, 5 de agosto de 2015

El Ratón, el Pájaro y la Salchicha

El Ratón, el Pájaro y la Salchicha



Una vez, hace mucho tiempo, un ratón, un pájaro, y una salchicha se hicieron compañeros, mantenían su casa juntos, vivían bien y felizmente el uno con el otro, y maravillosamente aumentaron sus posesiones. El trabajo del pájaro era que debía volar cada día en el bosque y regresar con madera. El ratón tenía que llevar el agua del pozo, encender el fuego, y poner la mesa, y a la salchicha le correspondía cocinar.

Quien se aleja de su medio habitual, siempre añora algo nuevo. Un día, por lo tanto, el pájaro se encontró con otro pájaro por el camino, a quien le habló de sus circunstancias excelentes y se jactó de ello. El otro pájaro, sin embargo, lo llamó un pobre tonto por su trabajo difícil, pero dijo que los dos en su casa podrían pasar  buenos tiempos. 

Como el ratón ya había hecho su fuego y había llevado el agua, entró a su pequeño cuarto para descansar hasta que los otros lo llamaran para poner la mesa. La salchicha se quedó por el pote, vio que el alimento se cocinaba bien, y, cuando ya  era casi el momento para la comida, se hizo rodar un par de veces por el caldo y las   verduras y luego fueron untadas con mantequilla, sal, y todo listo.
Cuando el pájaro llegó a casa y posó su carga, todos se sentaron a la mesa, y después de que habían tenido su comida, durmieron placenteramente hasta la próxima mañana, y aquello era una vida espléndida. 

Al día siguiente, el pájaro, estimulado por lo que le dijo el otro pájaro, decidió que no iría más por madera, y les dijo a sus amigos que ya había estado bastante tiempo de criado, y que había sido puesto en ridículo por ellos, y que deberían turnarse de oficio de una vez, y tratar de arreglarlo todo de otro modo. Y, aunque el ratón y la salchicha le rogaron muy seriamente, el pájaro mantuvo su decisión, y dijo que el cambio debería ser intentado. Ellos echaron suertes, y le tocó a la salchicha llevar la madera, el ratón pasó a ser el cocinero, y el pájaro debería traer el agua y encender el fuego.

¿Y qué sucedió entonces? La pequeña salchicha salió a traer la madera, el pájaro encendió el fuego, el ratón se quedó por el pote y esperó solitario hasta que la salchicha viniera a casa y trajera la madera para el día siguiente. Pero la pequeña salchicha tardaba tanto  tiempo en regresar que ellos temieron que algo le hubiera salido mal, y el pájaro salió volando a lo largo del camino para encontrarla. No muy lejos, sin embargo, encontró un perro, quién había agarrado a la salchicha y tomándola como un botín legal, se la había tragado. El pájaro acusó al perro de un acto de robo descarado, pero eso fue hablar en vano, ya que el perro dijo que él había encontrado unas letras impresas en la salchicha, en las que contaba que su vida ya estaba acabada.

El pájaro tristemente tomó la madera, voló a casa, y relató lo que él había visto y había oído. Ellos quedaron muy preocupados, pero consintieron en hacer todo lo posible y permanecer juntos. El pájaro por lo tanto puso la mesa, y el ratón preparó el alimento, y quiso aderezarlo y entrar en el pote como la salchicha lo solía hacer, y rodar y arrastrarse entre las verduras para mezclarlas; pero antes de que entrara en medio de ellas, fue herido por el vapor caliente, y perdió su piel, su pelo y su vida en la tentativa. Cuando el pájaro vino para llevar la comida, no había ningún cocinero allí. 


¡En su angustia el pájaro lanzó la madera por aquí y por allá, llamó y buscó, pero a ningún cocinero encontró! Debido a su descuido la madera prendió fuego, de modo que siguió una gran conflagración, y el pájaro se apresuró a traer el agua, pero el cubo se safó de sus garras en el pozo, y él cayó atrás del cubo, y no pudo recuperarse, y terminó ahogándose allí.

Enseñanza:


Debemos siempre trabajar en lo que estamos debidamente bien preparados, teniendo la capacidad adecuada para ello. 

El espíritu en la botella

El espíritu en la botella 


Había una vez un pobre leñador que trabajaba duro a partir de la primera hora de la  mañana hasta la última hora de la tarde. Cuando por fin él había ahorrado un poco de dinero, dijo a su muchacho, 

-"Eres mi único hijo, gastaré el dinero que he ganado con el sudor de mi frente en tu educación;  y si aprendes un poco de comercio honesto podrás apoyarme en mi vejez, cuando mis miembros se hayan puesto tiesos y me sienta obligado a quedarme en casa."-
 Entonces el muchacho fue a una Escuela Secundaria y aprendió diligentemente de modo que sus maestros lo elogiaran, y permaneció allí mucho tiempo. Cuando ya había hecho dos cursos, pero no era todavía perfecto en todo, el pequeño ahorro  que el padre había ganado se había gastado, y el muchacho tuvo que regresar a casa.

-"Ah,"- dijo el padre, dolorosamente, -"no puedo darte más, y en estos tiempos difíciles no puedo ganar más que lo necesario para nuestro pan diario."-

-"Querido padre,"- contestó el hijo, -"no se preocupe por ello, si esto es la voluntad de Dios, todo estará a mi favor y yo me acostumbraré pronto a esta situación."-

Cuando el padre quiso ir al bosque para ayudarse a ganar dinero amontonando, apilando y cortando madera, el hijo dijo, 

-"Iré con usted y le ayudaré."-

-"No, mi hijo,"- dijo el padre, -"eso es difícil para ti ya que no estás acostumbrado al trabajo áspero, y te sería muy duro aguantarlo; además tengo sólo una hacha y ningún dinero con el cual comprar otra."-

-"Sólo ve donde el vecino,"- contestó el hijo, -"le pides prestada su hacha hasta que yo haya ganado una para mí."-

El padre entonces tomó prestada el hacha del vecino, y a la siguiente mañana, al amanecer, ambos salieron juntos hacia el bosque. El hijo ayudó a su padre y estuvo completamente alegre y enérgico en su trabajo. Pero al llegar el medio día, el padre dijo, 

-"Descansemos, y tengamos nuestra comida, y luego trabajaremos de nuevo otra vez."-
El hijo tomó su pan en sus manos, y dijo, 

-"Sólo descanse usted, padre, yo no estoy cansado; andaré de arriba abajo un poco en el bosque, y buscaré nidos de aves. 

-"Ah, ¿bromeas acaso?,"- dijo el padre, -"¿para qué vas a querer andar buscando aves por allí? Después te vas a sentir cansado, y ya no serás capaz de levantar tu brazo; quédate aquí, y siéntese a mi lado."-

El hijo, sin embargo, entró al bosque, comió su pan, y caminando muy contento miró detenidamente entre las ramas verdes para ver si podría descubrir nidos de aves en diversas partes. Así que fue de arriba abajo esperando encontrar algún nido de ave, hasta que por fin llegó a un gran roble de apariencia peligrosa, que ciertamente tenía ya muchos cientos de años, y que cinco hombres no podrían haber talado.
Él se estuvo quieto y lo miró, y pensó, 

-"Muchas aves deben haber construido su nido aquí."-

De repente le pareció oír una voz. Él escuchó con atención y se dio cuenta que alguien gritaba con una voz muy sofocada, 

-"¡Déjenme salir, déjenme salir!"-

Él miró alrededor, pero no podía descubrir nada; sin embargo, se imaginó que la voz salía de la tierra. Entonces gritó, -

-"¿Dónde estás?"-

 La voz contestó, 

-"Estoy aquí abajo entre las raíces del roble. ¡Déjenme salir, déjenme salir!"-

El joven comenzó a soltar la tierra bajo el árbol, y a buscar entre las raíces, hasta que por fin encontró una botella de cristal en un pequeño hueco. La levantó y la sostuvo contra la luz, y vio a una criatura formada como una rana, que saltaba de arriba abajo dentro de ella. 

-"¡Déjenme salir, déjenme salir!"- gritaba de nuevo, y el joven, sin pensar en ningún mal, quitó el corcho de la botella.

Inmediatamente un espíritu salió de ella, y comenzó a crecer, y creció tan rápido que en muy pocos momentos estuvo de pie ante el joven un terrible compañero tan grande como la mitad del árbol junto al cual él se encontraba. 

-"¿Sabes tú,"- gritó con una voz horrible, -"qué es lo que recibirás por haberme soltado?"-

-"No,"- contestó el muchacho sin temores, -"¿cómo debería yo saber eso?"-

-"Entonces yo te lo diré,"- gritó el espíritu; "debo estrangularte por ello."-

-"Debiste haberme dicho eso antes,"- dijo el muchacho, -"ya que entonces debería haberte dejado encerrado, pero mi cabeza estará firme para todo lo que piensas hacer; y hay que consultar a más personas sobre esto."-

-"¡Más personas aquí, más personas allá!"- dijo el espíritu.

-"Tendrás el merecido que has ganado. Piensas que fui encerrado allí como un favor. No, esto era un castigo para mí. Soy el fuerte Mercurio. Quienquiera que me liberara,  deberé estrangularlo."-



-"Suave,"- contestó el joven, -"no tan rápido. Debo saber primero que tú realmente cabías en aquella pequeña botella, y que por lo tanto eres el espíritu que dices ser. Si, en efecto, puedes ahí entrar otra vez, te creeré y luego podrás hace conmigo lo que dispongas."-

El espíritu dijo arrogantemente, 

-"Eso es una hazaña muy insignificante,"- 

y empezó a encogerse, y se hizo tan pequeño y delgado como había sido al principio, de modo que se arrastró por la misma apertura, y directamente por el cuello de la botella ingresó en ella otra vez. Apenas estuvo adentro, el joven empujó el corcho que  había retirado de la botella, y la lanzó entre las raíces del roble en su antiguo lugar, y así el espíritu fue engañado y apresado.
Y ahora el hijo estaba a punto de volver con su padre, cuando el espíritu gritó muy lastimosamente, 

-"¡Ay, déjame salir! ¡Ay, déjame salir!"-

-"¡No!,"- contestó el joven, -"¡no una segunda vez! Quien ha tratado una vez de tomar mi vida no será puesto en libertad por mí, ahora que lo he agarrado otra vez."-

-"Si decides ponerme en libertad,"- dijo el espíritu, -"te daré tanto que tendrás  abundancia todos los días de tu vida."-

-"No,"- contestó el muchacho, -"me engañarás como hiciste la primera vez."-

-"Estás desperdiciando la buena suerte que te puedo dar,"- dijo el espíritu; -"no te haré daño, más bien te recompensaré lujosamente."-

El muchacho pensó, 

-"Me arriesgaré, quizás él guardará su palabra, y de todos modos no podrá obtener lo  mejor de mí."-

Entonces quitó el corcho, y el espíritu se elevó de la botella como lo había hecho antes, se estiró y se hizo tan grande como un gigante. 

-"Ahora te daré la recompensa,"- dijo él, 

y dio al joven un pequeño bolso como un yeso, y dijo, 

-"Si frotas un lado de él sobre una herida, ella sanará, y si frotas el otro lado sobre acero o hierro, se transformará plata."-

-"Voy a probarlo," dijo el joven, 

y fue a un árbol, arrancó la corteza con su hacha, y lo frotó con un lado del yeso. Inmediatamente la corteza se cerró y el árbol quedó curado. 

-"Ahora sí, está correcto,"- dijo al espíritu, -"ya podemos separarnos."-

El espíritu le agradeció por su liberación, y el muchacho agradeció al espíritu por su presente y por cumplir con su palabra, y volvió donde su padre.

"¿Dónde has estado caminando?" dijo el padre; -"¿Por qué has olvidado tu trabajo? Bien te dije que nunca conseguirías nada."-

-"Calma, padre, yo lo arreglaré."-

 -"Pues arréglalo en efecto,"- dijo el padre enojado, -"no hay ningún truco en esto."- 

-"Pierde cuidado, padre, talaré pronto aquel árbol que está allá, y en seguida lo dejaré  en trozos."-

Entonces él tomó su yeso, frotó el hacha con él, y dio un golpe fuerte al árbol, pero como el hierro se había cambiado a plata, el metal se dobló; 

-"Hey padre,”- dijo el hijo, -“sólo mire que hacha más mala me ha dado, se ha torcido completamente."-

El padre quedó impresionado y dijo,

-"Ah, pero ¿qué has hecho? ahora yo tendré que pagar por ella, y no tengo los medios, ni de donde sacarlos con el trabajo que has realizado."-

-"Tenga calma,"- le dijo el hijo, -"pagaré pronto por el hacha."-

-"Ay, ingenuo,"- gritó el padre, -"¿con qué medios pagarás por ella?, no tienes más que lo que te he dado. Esas son cosas que se te han metido en la cabeza como estudiante, pero no tienes idea del trabajo de leñador."-

Al rato el joven dijo:

-"Padre, en verdad no puedo trabajar más, tomemos una vacación."-

-"¡Hey!¿Qué?"-, contestó el padre, -"¿Sueñas que me sentaré aquí con mis manos en el regazo? Yo seguiré trabajando, y tú puedes irte a casa cuando gustes."-

-"Padre, es la primera vez que he venido a esta foresta y no conozco el camino de regreso. Por favor venga conmigo."-

En cuanto ya le pasó el enojo, el padre al fin accedió a acompañarlo a casa. Entonces le dijo al hijo:

-"Ve y vende esa hacha dañada a ver cuánto te dan por ella, y yo trabajaré para obtener la diferencia y así pagarle a nuestro vecino."-

El hijo tomó el hacha y fue a la ciudad donde un orfebre, quien pesándola la valoró y dijo:

-"Ella vale cuatrocientos duros, pero en estos momentos no tengo esa cantidad."-


El hijo dijo, 

-"Déme lo que tenga, luego me paga el resto."-

El orfebre le dio trescientos duros, y quedó debiéndole cien. El hijo con eso se fue a casa y dijo, 

-"Padre, tengo el dinero, vaya y pregunte al vecino cuánto quiere por el hacha."-

-"Ya tengo el monto,"- contestó el anciano, -"un duro y seis décimos."-

-"Entonces dele tres duros y dos décimos, que es el doble y suficiente; como puede ver, tengo dinero en abundancia."-

 y le dio al padre cien duros, y dijo, 

-"Nunca le faltará vivir tan cómodamente como usted quiera."-

-"¡Cielos!"- dijo el padre, -"¿Cómo has adquirido tanta riqueza?"-

El hijo entonces le contó todo lo que había sucedido, y cómo, confiando en su suerte, había hecho un golpe tan bueno. Y con el dinero que obtuvo, él joven volvió a la Escuela Secundaria y continuó aprendiendo más, y como él podría curar todas las heridas con su yeso, se hizo el doctor más famoso en el mundo entero.

Enseñanza:


Muchas veces queriendo obtener grandes ganancias, se corren riesgos muy peligrosos. Si se decide correr el riesgo, no hay que lamentarse si se fracasa. 

lunes, 3 de agosto de 2015

La mazorca del maíz

La mazorca del maíz 


Hace mucho tiempo, cuando Dios todavía andaba revisando la tierra, la fecundidad del suelo era mucho mayor de lo que es ahora; entonces las mazorcas de maíz no llevaban  cincuenta o sesenta, sino cuatrocientos o quinientos granos. Y las mazorcas salían desde bien abajo del tallo hasta cubrir toda su altura, y según la longitud del tallo así era la longitud de la mazorca. Los hombres, sin embargo están hechos de tal manera, que cuando se sienten demasiado bien ya no valoran las bendiciones que vienen de Dios, y se ponen indiferentes y descuidados. 
Un día una mujer pasaba por un maizal cuando su pequeño niño, que corría al lado de ella, cayó en un charco, y ensució su vestido. Entonces la madre cogió un puñado de hermosas mazorcas de maíz, y limpió el vestido con ellas.
Cuando el Señor, que en ese momento andaba por ahí, vio aquello, se enojó, y dijo,


- "De aquí en adelante ya los tallos de maíz no darán más mazorcas; los hombres ya no son dignos de regalos divinos."-


Las personas presentes que oyeron esto, se aterrorizaron, y cayeron de rodillas y le rogaron que por favor todavía dejara algo en los tallos, aun si la gente tuviera poco mérito para ello, y por las aves inocentes que de otra forma tendrían que pasar hambre. El Señor, que previó su sufrimiento, tubo compasión de ellos, y concedió la petición. Entonces las mazorcas fueron dejadas tal cómo se ve que crecen ahora.

Enseñanza:


Siempre debemos apreciar y cuidar con amor las cosas buenas que tenemos. 

El Hada del estanque del molino

El Hada del estanque del molino


Érase una vez un molinero que vivía con su esposa muy felizmente. Ellos tenían su dinero y su tierra, y su prosperidad aumentaba año a año cada vez más. Pero la mala suerte viene como un ladrón por la noche, y así como su riqueza había aumentado antes, de pronto empezó a disminuir año a año, y por fin al molinero le costó llamar al molino en el cual vivía, "mi molino". Él se sentía muy angustiado, y cuando  descansaba después del trabajo de todo el día, no encontraba ningún consuelo, y se movía continuamente en su cama, con mucha inquietud. Una mañana él se levantó antes del amanecer y salió al aire libre, pensando que quizás allí su corazón podría sentirse más sereno. Cuando pasaba por las orillas del estanque del molino y el primer rayo de sol rompía al frente, oyó un sonido como de olas en el estanque.
Él dio vuelta y percibió a una mujer hermosa, elevándose despacio del agua. Su pelo largo, que ella apartaba de sus hombros con sus manos suaves, le caía a ambos lados, y le cubría todo su blanco cuerpo. 
Pronto comprendió que ella era el Hada del estanque del molino, y en su miedo no sabía si debería escaparse o permanecer donde estaba. Pero el hada hizo que su dulce voz fuera oída, y llamándolo por su nombre le preguntó por qué estaba tan triste. Al principio, todo sorprendido se quedó mudo, pero al oírla hablar tan amablemente, él tomó el fuerzas, y le dijo cómo antes él había vivido en la riqueza y felicidad, pero que ahora era tan pobre que ya no sabía que hacer. 
-"Estese tranquilo,"-  contestó el hada, -"le haré más rico y más feliz de lo que jamás  alguna vez había sido antes, sólo debe prometerme darme lo que recién ha nacido en su casa."
-"¿Y que podría ser?,"- pensó el molinero, -"¿quizás un cachorrito o un gatito?"- y le prometió lo que ella le pidió. 
El hada se sumergió en el agua otra vez, y él se apresuró a regresar a su molino, consolado y con muy buen ánimo. No había alcanzado su casa todavía, cuando la criada salió a su encuentro, gritándole que se alegrara, ya que su esposa había dado a luz a un pequeño varón. El molinero frenó de golpe como si lo hubiera tocado un rayo;  vio muy bien que la astuta hada sabía de lo acontecido y lo había engañado. Cabizbajo, él se acercó al lado de la cama de su esposa y cuándo ella dijo, 
-"¿Por qué no te alegras de ver al pequeñito?"-
 él le dijo lo que había sucedido, y qué tipo de promesa le había hecho al hada. 
-"¿De que me servirían la riqueza y la prosperidad,"- añadió, -"si debo perder a mi niño?; ¿Pero qué puedo hacer?"-
Incluso los familiares, quiénes habían venido allí para desearles felicidades, no sabían que decir. Mientras tanto la prosperidad regresó de nuevo a la casa del molinero. Todo lo que él emprendía tenía éxito, era como si las cajas y los cofres se llenaran al unísono, y como si el dinero se multiplicara cada noche en los armarios. En muy poco tiempo su riqueza llegó a ser  mayor que lo que había sido alguna vez antes. Pero él no podía alegrarse por ello despreocupadamente, ya que el trato que había hecho con el hada le atormentaba su alma. Siempre que pasaba por la represa del molino, él temía que ella pudiera subir y recordarle su deuda. Él nunca dejó al muchacho ir cerca del estanque. 
-"Ten mucho cuidado,"- le decía, -"si por alguna razón pasaras por ahí, no toques el agua, pues una mano emergerá, te agarrará y te sumergirá dentro de las aguas."-
Pero como los años iban pasando y el hada no aparecía, él se fue sintiendo más a gusto.
El muchacho creció y llegó a su juventud y fue puesto como aprendiz de un cazador. Cuando ya había aprendido todo, y se había hecho un cazador excelente, el señor del pueblo lo tomó en su servicio. En el pueblo vivía una doncella hermosa y sincera, quién complació al cazador, y cuando su maestro percibió aquello, él le dio una pequeña casa, y los dos estuvieron casados, vivieron pacíficamente y felizmente, y se amaron el uno al otro con todos sus corazones.

Un día el cazador perseguía un ciervo; y cuando el animal salió del bosque al campo  abierto, lo persiguió y lo alcanzó. Él no notó que estaba ahora en la vecindad peligrosa de la represa del molino, y fue, después de que él había preparado el venado, al agua, a fin de lavar sus manos.

Sin embargo apenas había tocado el agua con sus dedos, cuando el hada ascendió, y sonriente posó sus húmedos brazos alrededor de él y lo sumergió rápidamente dentro del estanque, y las aguas se cerraron de nuevo. Cuando se hizo tarde, y el cazador no volvía a casa, su esposa se alarmó. Ella salió a buscarlo, y como a menudo él le decía que tenía que estar en guardia contra las trampas del hada, y no acercarse a la represa en la vecindad del molino, sospechó lo que podría haber pasado. Ella se apresuró al estanque, y cuando encontró su bolsa de caza en la orilla, ya no podría tener ninguna  duda de la desgracia. Lamentando su pena, y torciendo sus manos, ella llamaba a su amado esposo por su nombre, pero todo fue en vano.
Ella corrió al otro lado del estanque, y lo llamó de nuevo; ella injurió al hada con palabras ásperas, pero ninguna respuesta llegaba. La superficie del agua permaneció tranquila, sólo la media luna estaba fija constantemente atrás. La pobre mujer no dejó el estanque. Con pasos precipitados, ella recorrió una y otra vez todo su alrededor, sin descansar un momento, a veces en silencio, a veces pronunciando un grito fuerte, a veces suavemente sollozando. Por fin sus fuerzas se agotaron y cayó a tierra profundamente dormida. Entonces un sueño tomó posesión de ella: soñaba que subía ansiosamente hacia arriba entre grandes masas de roca; espinas y brezos agarraban sus pies, gotas de lluvia golpeaban en su cara, y el viento sacudía su pelo largo sobre ella.
Cuando ya había alcanzado la cumbre, una vista completamente diferente se le presentó: el cielo era azul, el aire suave, la tierra se inclinaba suavemente hacia abajo, y en un prado verde y alegre, con flores de todos colores, se encontraba una bonita casita de campo. Ella se acercó y abrió la puerta; allí sentada estaba una anciana con el pelo blanco, que la llamó amablemente. En aquel mismo instante, la pobre mujer despertó, el día había alboreado ya, e inmediatamente se resolvió a actuar de acuerdo con su sueño. Laboriosamente subió la montaña; todo era exactamente como lo había visto en su sueño. La anciana la recibió amablemente, y l e indicó una silla en la cual ella podría sentarse. 

-"Tú debes de haber tenido una desgracia,"- dijo ella, -"puesto que has buscado mi solitaria casita de campo."-
Con grandes lágrimas, la mujer relató lo que le había ocurrido. 
-"Confórtate,"- dijo la anciana, -"Yo te ayudaré. Aquí tienes este peine de oro. Quédate hasta que la luna llena haya salido, luego ve a la represa del molino, siéntate  en la orilla, y peina tu largo pelo negro con este peine. Cuando ya lo hayas hecho, ponlo en el suelo, y observa lo que pasará."-
La mujer volvió a casa, pero el tiempo antes de que la luna llena viniera, pasaba despacio. Por fin el disco brillante apareció en el cielo, entonces salió hacia la represa de molino, se sentó y peinó su largo pelo negro con el peine de oro, y cuando hubo  terminado, lo posó en el borde del agua. No pasó mucho rato cuando hubo un movimiento en las profundidades, una ola se elevó  y rodó hasta la orilla, y arrastró el peine hacia las aguas. En no más tiempo que el necesario para el peine hundirse en el  fondo, la superficie del agua se abrió en dos, y la cabeza del cazador emergió. Él no habló, pero miró a su esposa con miradas muy tristes.
De seguido, una segunda ola vino precipitadamente, y cubrió la cabeza del hombre. Todo desapareció y la represa del molino quedó tan pacífica como antes, y solamente la cara de la luna llena brillaba alrededor. Llena de pena, la mujer volvió a su casa, pero otra vez el sueño le mostró la casita de campo de la anciana. A la mañana siguiente ella salió otra vez y se quejó de sus infortunios a la sabia mujer. La anciana le dio una flauta de oro, y le dijo, 
-"Quédate antes de que la luna llena salga otra vez, luego toma esta flauta; toca un aire hermoso con ella, y cuando hayas terminado, ponla en la arena; entonces observa lo que pasará."-
La esposa hizo cuanto la anciana le dijo. Apenas quedó la flauta en la arena se oyó un conmovedor ruido en las profundidades, y una ola se precipitó y arrebató la flauta con ella.
Inmediatamente después el agua se separó, y no sólo la cabeza del hombre, sino la mitad de su cuerpo también se levantó sobre el agua. Él estiró sus brazos ansiosamente hacia ella, pero una segunda ola subió, lo cubrió, y lo arrastró hacia abajo otra vez. 
-"¡Ay! ¿en qué me ayuda esto a mí?"- dijo la infeliz mujer, -"¡que sólo puedo ver a mi amado para perderlo otra vez!"-
  La desesperación llenó su corazón de nuevo, pero el sueño la condujo una tercera vez a la casa de la anciana. Fue allá, y la mujer sabia le dio una rueca de oro, la consoló y le dijo, 
- "Todo no está listo aún, quédate hasta el tiempo de la luna llena, luego toma la rueca, siéntate en la orilla, y haz girar el carrete hasta llenarlo, y cuando lo hayas hecho, coloca la rueca cerca del agua, y observa lo que pasará."-
La mujer obedeció todo que ella dijo exactamente; y tan pronto como la luna llena se mostró, llevó la rueca de oro a la orilla, y trabajó laboriosamente hasta que el lino se consumió totalmente, y el carrete estuvo completamente lleno de hilos. Apenas estuvo la rueca puesta en la orilla, habo un movimiento más violento que antes en las profundidades del estanque, y una fuerte ola se precipitó, llevándose la rueca consigo. Inmediatamente la cabeza y el cuerpo entero del hombre se elevaron en el aire, sobre  un chorro de agua. Él rápidamente saltó a la orilla, agarró a su esposa de la mano y huyó. Pero apenas habían recorrido una distancia muy pequeña, cuando el estanque entero se agitó con un rugido espantoso, y se derramó inundando todo el campo alrededor.
Los fugitivos creyeron ya ver la muerte ante sus ojos, cuando la mujer en su terror imploró la ayuda de la anciana, y en un instante ellos fueron transformados: él en un sapo, ella en una rana. La inundación que los había alcanzado no podía destruirlos, pero esto los separó y los llevó lejos una del otro.
Cuando el agua se había dispersado y ambos tocaron tierra firme otra vez, recobraron su forma humana, pero ninguno sabía donde estaba el otro; ellos se encontraron entre gente extraña, que no sabían de su tierra natal. Altas montañas y  valles profundos se interponían entre ellos. A fin de mantenerse vivos, ambos se sintieron obligados a trabajar cuidando ovejas.
Durante mucho tiempo ellos condujeron sus rebaños por campos y bosques y se sentían llenos de pena y soledad. Cuando la primavera había empezado una vez más en la tierra, ambos salieron un día con sus rebaños, y cuando la casualidad lo permitió, ellos se acercaron el uno al otro. Ellos se encontraron en un valle, pero no se reconocieron entre sí; sin embargo se alegraron de que ya no estaban solos. De aquí en adelante cada uno de ellos condujo sus rebaños al mismo lugar; y aunque no hablaban  mucho, se sentían consolados. Una noche, cuando la luna llena brillaba en el cielo, y las ovejas estaban ya en reposo, el pastor sacó la flauta de su bolsillo, y tocó con ella una melodía hermosa pero triste.
Cuando él había terminado de tocar, vio que la pastora lloraba amargamente. 
-"¿Por qué estás llorando?"- le preguntó. 
-"Ay,"- contestó ella, - "así brillaba la luna llena cuando toqué esa melodía en la flauta por última vez, y la cabeza de mi amado esposo se elevó sobre las aguas del estanque."-

Él la miró, y pareció como si un velo se cayera de sus ojos, y reconoció entonces a su querida esposa, y cuando ella lo miró, y la luna brilló en su cara ella lo reconoció  también. Ellos se abrazaron y besaron el uno al otro, y no hubo necesidad de preguntar si en adelante fueron muy felices.

Enseñanza:

Si se va a hacer un trato, hay que ver muy claramente todas las condiciones antes de comprometerse, no vaya a ser que aceptemos algo que no nos conviene.

sábado, 1 de agosto de 2015

Lobos y Cabras, Dios y el Diablo

Lobos y Cabras, Dios y el Diablo

El Señor Dios había creado a muchos animales, y había elegido al lobo para ser su acompañante, pero no había aún terminado de crear a las cabras y las tenía en su proceso. Entonces el Diablo se preparó y comenzó a interferir también, y le puso a las cabras colas largas finas. Así, cuando ellas iban al pasto, generalmente se enredaban y permanecían agarradas en los setos por sus colas, y tuvo el Diablo que ir donde ellas y desenredarlas con mucho trabajo. Esto lo enfureció tanto, que fue y trozó la cola de cada una de las cabras, como puede ser visto hasta este día por el tocón. Entonces las dejó ir solas al pasto, pero sucedió que un día el Señor Dios percibió cómo en poco tiempo, en un sitio de su preferencia, ellas royeron un árbol fructuoso, y dañaron vides nobles, y destruían otras plantas sensibles en su búsqueda de alimento.
Esto lo apenó mucho, de modo que en su bondad y piedad él convocó a sus lobos  para que ahuyentaran a las cabras que llegaran por allí. Cuando el diablo observó eso,  fue donde el Señor y le dijo, 
-"Tus criaturas han molestado a las mías".-
El Señor contestó, 
-"¿Por qué no les enseñas a no hacer daño?"-
El Diablo dijo, 
-"No estoy obligado para hacerlo: en vista de que mis pensamientos siempre van dirigidos hacia el mal, no pienso en que puedan actuar de otra manera, y Tú debes pagarme por las molestias que me has causado ahuyentándolas."-
-"Te pagaré tan pronto como todos los robles hayan botado todas sus hojas; ven  entonces y tu paga estará entonces lista."- le dijo el Señor Dios.
Cuando las hojas de los robles de la región habían caído, el Diablo vino y exigió lo que decía que le debían. Pero el Señor dijo, 
-"Aún en la iglesia de Constantinopla hay un alto roble que todavía tiene todas sus hojas."-
Con furia y diciendo maldiciones, el Diablo se marchó, y fue a buscar el roble. Vagó en el páramo durante seis meses antes de encontrarlo, y cuando él regresó al sitio de partida, todos los robles mientras tanto se habían cubierto otra vez con hojas verdes. Entonces él tuvo que resignarse a perder su indemnización, y en su rabia él transformó  los ojos de todas las cabras, e hizo que se vieran desde entonces bien misteriosos.
Por eso es que las cabras tienen esos ojos tan particulares y sus colas son pequeñas, y también por eso es que los pintores se divierten pintando al diablo con cara parecida a una cabra pero poniéndole una cola larga con una flecha en su punta.

Enseñanza:
Ningún beneficio otorga el interferir en los trabajos de otros sin haber sido llamado.  
Comentario:
En realidad las cabras son bellas creaturas amadas de Dios, todas dulces, pacíficas y llenas de bondad y amistad con los seres humanos y nos proveen con lácteos totalmente saludables. Amémoslas y tratémoslas con cariño.

Los tres aprendices

Los tres aprendices


Había una vez tres aprendices, que habían consentido en mantenerse siempre juntos viajando, y trabajar siempre en la misma ciudad. Llegó un tiempo, sin embargo, en que sus maestros no tenían más trabajo para darles, de modo que al fin se vieron en dificultades económicas, y no tenían casi nada con que vivir. Entonces uno de ellos dijo, 

-"¿Qué haremos? No podemos quedarnos aquí más tiempo, viajemos una vez más, y si no encontramos ningún trabajo en la ciudad, vamos a arreglarnos con el posadero allí, y acordaremos con él que nosotros vamos a escribirle y decirle donde nos encontramos cada uno, de modo que siempre podamos tener noticias el uno del otro, y luego nos separaremos."- 

Y les pareció muy bien a los otros también.
Entonces se pusieron a andar, y en el camino se toparon con un hombre lujosamente vestido que les preguntó quiénes eran ellos. 

-"Somos aprendices que buscamos trabajo; hasta este tiempo nos hemos mantenido  juntos, pero si no podemos encontrar nada que hacer, vamos a separarnos."-

-"No hay ninguna necesidad de eso,"- dijo el hombre, -"si ustedes hacen lo que les diré, no tendrán que buscar oro o trabajo; ¡no!, ustedes serán grandes señores, y conducirán sus propios carros!"-

 Uno de ellos dijo, 

-"Si nuestras almas y salvación no son puestas en peligro, lo haremos seguramente."

 -"No estarán en peligro,"- contestó el hombre, -"no tengo ninguna reclamación al respecto."-

 Uno de ellos le había mirado, sin embargo, a sus pies, y cuando vio que tenía un pie de caballo y un pie de hombre, no quiso que tuvieran algo que ver con él, adivinando la presencia del Diablo.

El Diablo, sin embargo, dijo, 

"Tranquilos, no ando en busca de ustedes, sino en la de otra alma, cuya mitad ya es mía, y cuya totalidad va a llegar a serlo pronto."-

 Y ahora que se sentían seguros, consintieron, y el Diablo les dijo qué era lo que quería: Cada vez que les preguntaran algo, a cada pregunta el primero debía contestar, 

-"Los tres,"- 

y el segundo debía decir, 

-"Por dinero,"-

 y el tercero reafirmar, 

-"Es correcto"-

 Ellos siempre debían decir exactamente todo eso, uno tras otro, pero no debían decir una sola palabra más, y si ellos desobedecían esa orden, todo su dinero desaparecería inmediatamente, pero mientras que si la observaban, sus bolsillos siempre estarían llenos. Como un adelanto, el Diablo inmediatamente les dio tanto como ellos podrían llevar, y les dijo ir a tal y cual posada cuando ya estuvieran en la ciudad.
Ellos fueron a la dirección indicada, y el posadero vino a encontrarlos, y les preguntó si  alguno deseaba algo para comer. El primero contestó, 

- "Los tres,"- 

-"Sí,"- dijo el anfitrión, "eso es lo que pensé."-

El segundo dijo, 

-"Por dinero."-

-"Por supuesto,"- dijo el anfitrión. 

Y el tercero dijo, 

-"Es correcto"-

-"Seguro que es correcto,"- dijo el anfitrión. 

Buena carne y bebida les fueron traídas ahora, y fueron muy bien atendidos. Después de la comida vino el cobro, y el posadero dio la cuenta a uno de ellos quien dijo, 

- "Los tres,"- 

el segundo dijo, 

-"Por dinero,"- y el tercero, 

-"Es correcto"-

-"En efecto es correcto,"- dijo el anfitrión, -"todos los tres pagan, y sin dinero no puedo darles nada."-

 Ellos, sin embargo, pagaron todavía más de lo que él les había cobrado.  Los otros huéspedes, que miraban atentos, dijeron, 

-"Esta gente debe estar loca."-

-"Sí, en efecto, así parece,"- dijo el anfitrión, -"se ve que no son muy preparados."

Desde entonces ellos se quedaron algún tiempo en la posada, y no decían nada más que,

- "Los tres,"- 

-"Por dinero,"- y

-"Es correcto"-

 Pero ellos observaban y captaban cuidadosamente todo lo que iba sucediendo en la posada. 
Sucedió que un día llegó un gran comerciante con una suma grande de dinero, y dijo, 

-"Señor, guárdeme mi dinero bien, pues esos tres aprendices locos podrían robármelo."-

 El anfitrión hizo lo que le pidió. Cuando él anfitrión le llevaba la maleta a su cuarto,  sintió que estaba bien pesada con el oro. Entonces él le dio a los tres aprendices un alojamiento abajo, pero al comerciante lo puso arriba en un apartamento separado. Cuando fue la medianoche, y el anfitrión pensó que ya todos estaban dormidos, vino con su esposa, y entre los dos golpearon y mataron al mercante rico; y luego se acostaron otra vez.
Cuando amaneció había un gran bullicio; el comerciante estaba muerto en su cama. Todos los huéspedes corrieron inmediatamente pero el anfitrión dijo, 

-"Los tres aprendices locos han hecho esto;"-

y los inquilinos lo aprobaron diciendo, 

-"No puede haber sido nadie más."-

 El posadero, llamando a los aprendices les preguntó,

-"¿Han matado ustedes al comerciante?"-

- "Los tres,"- dijo el primero, 

-"Por dinero,"- dijo el segundo; y el tercer añadió, 

-"Es correcto"-

 -"Oigan ustedes,"- dijo el anfitrión a los huépedes, -"ellos mismos lo admiten." 

Fueron entonces llevados a la prisión, y por lo tanto, debían ser juzgados. Cuando ellos vieron que las cosas iban tan serias, después de todo tuvieron miedo, pero por la noche el Diablo vino y les dijo, 

-"Aguanten solamente un día más, y no teman por su suerte, que ni siquiera un pelo de su cabeza será maltratado."

A la mañana siguiente ellos fueron conducidos a la sala de juicios, y el juez preguntó, 

-"¿Son ustedes son los asesinos?"- 

- "Los tres,"- 

-"¿Por qué mataron al comerciante?"-

-"Por dinero."-

-"Ustedes, malos desgraciados, ¿no se horrorizan de sus pecados?"-

-"Es correcto"- termino diciendo el tercero.


 -"Ellos lo han admitido, y son todavía tan obstinados,"- dijo el juez, -"¡condúzcanlos a la muerte al instante!"-

 Entonces ellos fueron sacados, y el anfitrión tuvo que ir acompañándolos. Cuando  fueron cogidos por los ayudantes del verdugo, e iban a ser conducidos hasta el andamio donde el verdugo estaba de pie con la espada desnuda, un coche tirado por cuatro caballos castaños de raza, subió de repente, y corría tan rápido que destellaba  fuego entre las piedras, y alguien hizo señales desde la ventana con un pañuelo blanco.
Entonces dijo el verdugo, 

-"Eso parece ser un aviso de perdón,"- y en efecto

 -"¡Perdón! ¡Perdón!"- se oyó decir desde el carro. 

Entonces el Diablo salió como un señor muy noble, maravillosamente vestido, y dijo, 

-"Ustedes tres son inocentes; pueden contar ahora y hacer público lo que han visto y han oído."-
 


Entonces dijo el mayor, 

-"No matamos al comerciante, el asesino está de pie junto a nosotros," y señaló al posadero. 

-"Como prueba de ello, vayan a su sótano, donde todavía cuelgan muchos otros a quienes él ha matado."-

 Entonces el juez envió a los hombres del verdugo allá, y encontraron que era cierto lo que los aprendices dijeron, y cuando informaron al juez de eso, él hizo que el posadero fuera condenado. Entonces dijo el Diablo a los tres, 

-"Ahora ya tengo el alma malvada que buscaba completar, y ustedes, por tener buenas almas, son libres, y pueden dejarse el dinero para el resto de sus vidas."-



 Enseñanza:


Cumplir correctamente con los acuerdos hechos, resulta en la obtención de sus beneficios. 

jueves, 30 de julio de 2015

LA LEYENDA DEL AGUAPÉ

LA LEYENDA DEL AGUAPÉ 


Ivopé -hijo del cacique Curivai- y Atí se amaban, querían casarse. El pretendiente contaba ya con el consentimiento de su suegro y debía cumplir, antes de realizar su propósito, la condición exigida por el cacique: siguiendo con una costumbre de la raza, debía levantar su cabaña y tener su parcela de tierra para cultivar, con el fin de poder ayudar a la que sería su nueva familia.
    Por eso, Ivopé trabajaba desde muy temprano, hasta que el sol se ocultaba en el horizonte.
Esa tarea le llevaría más de una luna, pero la realizaba con gran placer, pues ese sería su hogar cuando se casara: el suyo, el de su mujer y el de sus hijos.
La casa fue construida, Ivopé y Atí se casaron, y al tiempo tuvie­ron un hermoso hijo. El niño se llamaba Chululú y gozaba de la predilección del cacique, su abuelo. A medida que crecía él le enseñaba a nadar, a manejar el arco, a dirigir una canoa, y era muy común verlos juntos en la costa, pescando con anzuelos de madera o con flechas.
Un día que la tribu se dedicaba a sus tareas cotidianas de la­brar la tierra, recoger manduví, miel silvestre o porotos, de hilar algodón o de tejer mantas en telares rudimentarios, fue sorprendida por la llegada de Ñ aró, que venía jadeante, en busca del cacique.
Se lo notaba muy exaltado, pero el hábito de hablar con voz suave -rasgo preponderante de toda la raza y en general de los aborígenes- no le permitía gritar. Ya al Iado del jefe indígena, le informó que se acercaban tres embarcaciones de hombres blancos...
    -<Cómo sabes que son embarcaciones de hombres blancos, si
jamás han llegado hasta aquí? -preguntó dudoso el cacique.
-Yo las conozco -respondió Ñaró como si tal cosa- Yo estuve con los charrúas... Vi a los blancos apoderarse de la tierra de los chaITÚas...
Rápidamente se reunieron los principales jefes de familia y deci­dieron prepararse para atacar y sojuzgar a los extranjeros que llega­ban, como lo habían hecho con otras tribus.
El cacique ejecutó las órdenes. Los hombres dejaron sus útiles de labranza y corrieron en busca de las armas; las mujeres y los niños se dirigieron al bosque, donde estarían más seguros.
En pocos instantes todo vestigio de movimiento desapareció del lugar. Se hubiera dicho que era una aldea abandonada. Cerca de la costa, detrás de los árboles y de los macizos de plantas que crecían exuberantes en esa zona tropical, se ocultaban los guaraníes, que estaban bien armados. El oído alerta y la vista aguda en dirección hacia donde el vigía daría el aviso del desem­barco de los invasores.
El sol del mediodía calentaba los cuerpos en guardia de los guerreros cuando anclaron las naves españolas. Un rato después, los indígenas miraban azorados los extraños vestidos y el aspecto de los extranjeros, que caminaban con cautela por la orilla del Paraná.
Cuando el asombro dio lugar a la acción, una flecha silbó en sus oídos. El ataque comenzaba. Sin embargo, no duró mucho, los aborígenes, aterrados ante las explosiones de las armas espa­ñolas que vomitaban fuego y proyectiles, abandonaron la lucha. Trataron de huir, convencidos de que únicamente enviados de Añá podían lanzar fuego en la forma que lo hacían los invasores.
Al asalto se habían agregado los cañones de las embarcaciones, cuyo estampido logró aterrar a los guerreros y cuyas balas, al matar a varios de ellos, fueron razón más que suficiente para convencer­los de la superioridad extranjera, a la que no tenían más remedio que someterse.
El Capitán don Álvaro García de Zúñiga quedó al mando del poblado y como pensaba quedarse por mucho tiempo, había traído consigo a su única hija, María del Pilar.
La niña, que había perdido a su madre desde muy pequeña, tenía quince años de edad y acompañaba a su padre en las expediciones. Rubia, de grandes ojos azules y de piel blanca, contrastaba con las jóvenes indias de piel cobriza, rasgados ojos negros y cabello lacio y renegrido.
Alegre, dulce y sencilla, María del Pilar se hizo querer rápidamente por todos los niños. Ellos disfrutaban de sus cuentos fantásticos, mitad en español, mitad en guaraní. A veces paseaban juntos por la playa. Uno de los mayores placeres para los pequeños guaraníes era recorrer largas distancias a nado, y María del Pilar siempre los acompañaba.
Durante más de un año los españoles se establecieron en la aldea.
El verano era sofocante. Los días hermosos, bajo un sol de fuego, especiales para estar en el agua, y los niños no desperdiciaban esta oportunidad. Entonces, la playa se poblaba de gritos. María del Pilar festejaba las travesuras de sus amiguitos y unía su alegría a la de ellos.
Ese día, un sol abrasador calcinaba la tierra. Las aguas del río, transparentes y calmas, reflejaban el celeste maravilloso del cielo y la exuberante vegetación de las orillas, como un gran espejo pues­to por la naturaleza para reproducir tanta belleza.
Al provenir de una raza de excelentes nadadores, los pequeños se movían en el agua como los mismos peces: se zambullían, chapoteaban, hacían mil piruetas que provocaban la risa de la bella española, siempre dispuesta a festejar las ocurrencias de sus amiguitos.
Chululú, de siete años, nieto del cacique Curivai, resultaba uno de los más audaces. A pesar de su corta edad, ya había dado pruebas de ser un buen nadador, por eso era él quien se alejaba más de la costa y el que mejor conocía los secretos del río.
Como siempre, con brazadas seguras y movimientos precisos de su cuerpo ágil, Chululú se separó de sus compañeros nadando ha­cia el centro del río. La calma era total. El Paraná, tranquilo, se dejaba invadir por el grupo de niños. Hasta que, de pronto, el aire trajo un pedido angustioso:
-iSocorro! iMeahogo...! ¡Socorro...!
¡No podía ser! Se trataba de Chululú, que se debatía en las aguas,
al tiempo que repetía sin cesar su grito de auxilio.
Los niños, paralizados por el miedo, gritaron también. María del Pilar los oyó. Nadie más que ella se encontraba por los alrededores. Nadie más que ella podía salvar al pequeño Chululú. Sin pensarlo un segundo se quitó la amplia falda y los botines y se lanzó al agua, tratando de alcanzar cuanto antes al pequeño nadador.
Ella también sabía nadar muy bien, por eso no le fue complicado llegar: pronto estuvo junto al niño.
Era una zona profunda, de' corrientes muy fuertes. Trató de to­marlo por los hombros, tal como su padre le había enseñado, pero no le fue posible. Chululú perdía fuerzas y ya le resultaba casi im­posible mantenerse a flote. Un remolino se lo llevaba.
Desesperada, María del Pilar volvió a intentar acercarse al niño, pero nuevamente comprendió que sus esfuerzos resultaban inútiles. Los otros niños, mientras tanto, habían salido del agua y corrierón hasta la aldea para avisar lo que ocurría.                                .
El cacique, enterado del peligro que corrían la valiente jovencita española y su nieto, acudió rápidamente a la costa y se arrojó al
agua para salvar a los chicos. Al ser buen nadador, no le sería dificil llegar, aunque ya se encontraban aún más lejos, la corriente los arrastraba hacia el centro del río.
María del Pilar y Chululú aparecían y desaparecían. Cuando la valiente española vio que el cacique, con brazadas seguras, se acer­caba, tomó confianza e hizo terribles esfuerzos por mantenerse a flote. Pero las aguas traicioneras, con movimiento envolvente, la atrajeron a su seno y la niña no volvió a aparecer.
Cuando el cacique por fin llegó donde su nieto se debatía deses­perado, la niña había desaparecido por completo. Otros nadado­res que se arrojaron al agua buscaron afanosos a María del Pilar, pero todo fue inútil. El río guardaba celoso la presa lograda des­pués de una lucha tan tenaz.
La última visión que tuvieron de ella fueron sus grandes ojos.
azules buscando desesperados el socorro que no terminaba de lle­gar. El cacique, que había conseguido rescatar a su nieto de las aguas traicioneras, lo tendió en la playa para que se recuperara. El pobre niño, con voz casi moribunda, balbuceaba: ¡María del Pi­lar...! ¡María del Pilar...!
Pero su amiga, la amiga de todos los niños de la tribu, había desaparecido para siempre.
Una pena muy grande envolvió a todos y puso en sus semblantes una expresión de infinita tristeza por la pérdida de la bondadosa y dulce María del Pilar. Tanto lamentaron los aborígenes su desapa­rición, tan intenso fue su dolor que, sin duda, algún genio bonda­doso se compadeció de ellos. Deseosos de eternizar la presencia de la extranjera, que desde su llegada solo había sembrado cariño y bondad, transformó su cuerpo muerto en una planta acuática, que desde entonces se desliza por la superficie bruñida de las aguas del Paraná.
    Volvió a nacer, allí donde había perdido su vida humana, repartiéndose luego por los ríos y arroyos de nuestro país.
    A esa planta que nosotros llamamos camalote, los guaraníes pusieron de nombre aguapé.
Su mayor belleza reside en sus flores, que surgen de entre el tupido follaje como racimos de estrellas celestes aliladas, como celestes eran los hermosos ojos de María del Pilar.