martes, 28 de julio de 2015

El par de pilluelos

El par de pilluelos



Dijo una vez un gallo a una gallina, 

-"Esta es la época en que nuestras nueces están maduras, vamos a la colina juntos y nos hartamos antes de que la ardilla se las lleve todas."-

-"Sí,"- contestó la gallina, -"vamos y tendremos un poco de placer juntos."-

Entonces se marcharon a la colina, y fue un día tan brillante que ellos se quedaron hasta la tarde. Ahora no sé si era que ellos habían comido tanto que se engordaron, o si por causa de las nueces se habían hecho orgullosos, pero el caso es que no querían irse a casa a pie, y el gallo tuvo que construir un pequeño carro de cáscaras de nuez. Cuando estuvo listo, la pequeña gallina se sentó en él y le dijo al gallo, 

-"Ahora sólo ponte las amarras"-

-"¡Me gusta como estoy ahora!"- dijo el gallo, "prefiero irme a casa a pie a dejarme  ser enjaezado; no, así no es nuestro trato. No me opongo a ser el cochero y sentarme en la caja de mando, pero arrastrarlo yo mismo, eso no."

Mientras discutían así, una pata llegó a ellos diciendo, 

-"Ustedes ladrones, ¿quién les dijo que vinieran a mi colina de nueces? ¡Pues van a sufrir por ello!"-, y con el pico abierto corrió hacia el gallo.

Pero el gallo no estaba descuidado, y como buen luchador cayó vigorosamente sobre la pata, y golpeándola con sus espuelas hizo que tuviera que pedirle piedad y que aceptara con mucho gusto dejarse ser enjaezada al carro como reprimenda. El gallo entonces se sentó en la caja de mando y fue el cochero, y así se marcharon al  galope, diciéndole a la pata:

-"¡Corre tan rápido como puedas!"- 

Cuando habían conducido una parte del camino, encontraron a dos pasajeros de un solo pie: un alfiler y una aguja. Ellos gritaron, 

-"¡Paren, por favor! ¡paren!"-

y les dijeron que pronto estaría tan oscuro que no podrían dar un paso adelante, y que el camino estaba muy polvoriento, y preguntaron si no podrían viajar en el carro por un rato.



Ellos habían estado en la puerta del taller del sastre, y se habían quedado demasiado  tiempo junto a la cerveza. Como ellos eran gente delgada, que no necesitaban mucho espacio, el gallo los dejó entrar, pero tuvieron que prometerle a él y a la gallina que no se posaran en sus pies. Ya al atardecer llegaron a una posada, y como no les gustaba seguir adelante de noche, y además que la pata tenía ya cansados sus pies, se bajaron del carro y entraron. El anfitrión al principio hizo muchas objeciones, su casa ya estaba llena, además él pensó que podrían no ser muy distinguidas personas; pero por fin, como ellos se presentaron en forma muy agradable, y le dijeron que él podría  dejarse el huevo que la gallina había puesto por el camino, y que también podría quedarse igualmente con la pata, que pone un huevo cada día, él por fin dijo que podrían permanecer durante la noche.

Y ahora ellos se sentían muy bien, y se habían banqueteado y alegrado. De madrugada, cuando el día rompía, y todos dormían, el gallo despertó a la gallina, trajo el huevo, lo picoteó y lo abrió, y lo comieron juntos, y ellos lanzaron la cáscara en el hogar. Entonces fueron donde la aguja que estaba todavía dormida, la tomaron por la cabeza y la pegaron en el cojín de la silla del propietario, y pusieron al alfiler en su toalla, y por  último, sin más preámbulos, se fueron volando sobre el brezal. La pata, que gustaba  dormir al aire libre y se había quedado en el jardín, los oyó marcharse, se puso contenta y caminando encontró un arroyo, en el que nadó, ya que era un modo mucho más rápido de viajar que ser enjaezada a un carro.

El anfitrión no salió de la cama sino hasta dos horas después de todo aquello; él se lavó y quiso secarse, entonces el alfiler rasgó su cara e hizo una raya roja a lo largo de un oído al otro. Luego él entró en la cocina y quiso encender un leño, pero cuando llegó al hogar la cáscara de huevo saltó como una flecha hacia sus ojos. 

-"Esta mañana todo ataca a mi cabeza,"- dijo él, 

y furiosamente se sentó en la silla de su abuelo, pero rápidamente brincó otra vez y gritó, 

-"El Infortunio soy yo,"- pues la aguja lo había pinchado todavía peor que el alfiler, y no en la cabeza. 

Ahora él estaba totalmente enojado, y sospechó de los invitados que habían llegado  tarde la noche anterior, pero cuando fue a buscarlos, ya no estaban. Entonces él hizo un voto de no aceptar a más pilluelos en su casa, ya que ellos consumen mucho, no pagan, y gastan bromas pesadas como su forma de agradecer.

Enseñanza:


A la hora de hacer un negocio, es mejor garantizarse la paga antes de realizarlo. 

Nieve Blanca y Rosa Roja

Nieve Blanca y Rosa Roja 

   

Había una vez una viuda pobre que vivía en una casita de campo sola. Delante de la casita de campo tenía un jardín en donde había dos rosales, uno de los cuales daba rosas blancas y el otro rosas rojas. Ella tenía dos hijas jóvenes que se parecían a los dos rosales, y a una la llamó Nieve Blanca, y a la otra Rosa Roja. Ellas estaban tan bien y eran tan felices, tan ocupadas y alegres como alguna vez dos muchachas en el mundo lo fueran. Nieve Blanca era más tranquila y gentil que Rosa Roja. Rosa Roja gustaba más correr en los prados y campos buscando flores y cogiendo mariposas;  Blanca Nieve se sentaba en casa con su madre, y le ayudaba a ella con su trabajo de la casa, o le leía cuando no había otra cosa para hacer.

Las dos jóvenes eran tan aferradas cada una a la otra, que ellas siempre iban de la mano cuando salían juntas, y cuando Nieve Blanca decía, 

-"No nos abandonaremos la una a la otra,"-

Rosa Roja contestaba,

-"Nunca mientras vivamos,"-

y su madre añadía, 

-"Lo que una tiene lo comparte siempre con la otra."-

Ellas a menudo corrían por el bosque solas y juntaban bayas rojas, y ninguna bestia les hacía daño, y éstas se acercaban a ellas confiadamente. La pequeña liebre comía hojas de col de sus manos, el corzo pastada a su lado, el venado saltaba alegremente cerca de ellas, y las aves se quedaban quietas sobre las ramas cantando sus trinos. Ninguna desgracia las alcanzó; si ellas se quedaban demasiado tarde en el bosque, y la noche llegaba, ellas se recostaban cerca una de la otra sobre el musgo, y dormían  hasta que la mañana viniera, y su madre sabía esto y no tenía ninguna angustia al respecto.

Una vez cuando ellas habían pasado la noche en la foresta y el alba las había despertado, vieron a un niño hermoso con un vestido blanco brillante sentado cerca de sus lechos. Él se levantó y miró amablemente hacia ellas, pero no dijo nada y se marchó en el bosque. Cuando ellas miraron alrededor, encontraron que habían estado durmiendo cerca de un precipicio, y habrían caído seguramente en él en la oscuridad si hubieran avanzado sólo unos pasos más adelante. Y su madre les dijo que debe haber sido el ángel que protege a las muchachas buenas.

Nieve Blanca y Rosa Roja mantenían la pequeña casita de campo de su madre tan ordenada que era un gran placer mirar dentro de ella. En el verano Rosa Roja estaba al cuidado de la casa, y cada mañana ponía una corona de flores por la cama de su madre antes de que ella despertara, en la que había flores de ambos rosales. En el invierno Nieve Blanca encendía el fuego y colgaba la caldera sobre el fogón. La caldera era de cobre y brillaba como el oro, de lo tan finamente que la pulían. Por la tarde, cuando los copos de nieve caían, la madre decía, 

-"Ve, Nieve Blanca, y échale el cerrojo a la puerta,"-

 y luego ellas se sentaban alrededor del hogar, y la madre tomaba sus gafas y leía en voz alta de un libro grande, y las dos muchachas escuchaban atentas tranquilamente sentadas. Y cerca de ellas había un cordero sobre el suelo, y detrás de ellas, sobre una percha, estaba una paloma con su cabeza escondida bajo sus alas.
Una tarde, cuando ellas se sentaban así cómodamente juntas, alguien llamó a la puerta como si deseara ser dejado entrar. La madre dijo, 

-"Rápido, Rosa Roja, abre la puerta, debe ser un viajero que busca refugio."-

Rosa Roja se levantó, fue y empujó atrás el cerrojo, pensando que era un hombre pobre, pero no, era un oso que estiró su amplia cabeza negra dentro de la puerta.
Rosa Roja gritó y saltó hacia atrás, el cordero baló, la paloma revoloteó, y Nieve Blanca se escondió detrás de la cama de su madre. Pero el oso comenzó a hablar y dijo, 

-"¡No tengan miedo, no les haré daño! Tengo mucho frío, y sólo quiero calentarme un poco al lado de ustedes."

-"Pobre oso,"- dijo la madre, -"acércate al lado del fuego, sólo ten cuidado de no quemar tu piel."-

Entonces ella dijo en voz alta, 

-"Nieve Blanca, Rosa Roja, salgan, el oso no les hará daño, él es bueno."-

Ambas salieron, y con el tiempo el cordero y la paloma también se acercaron y no tuvieron miedo de él. El oso dijo, 

-"Aquí, muchachas, por favor sacúdanme la nieve que tengo sobre mi piel;"-

Ellas trajeron la escoba y barrieron la nieve, dejando al oso limpio; y él se estiró al lado del fuego y gruñó contentamente y cómodamente. 
Y ellas pasaron tranquilamente en su casa, y gastaban bromas y jugaban con su invitado especial. Ellas tiraban de su pelo con sus manos, ponían sus pies sobre su espalda y lo hacían rodar, o tomaban una suave rama de avellana y lo golpeaban cariñosamente, y cuando él gruñía ellas se reían.
Pero el oso tomó todo esto de buen modo, y sólo cuando ellas eran demasiado ásperas él les decía, 

-"Por favor, déjenme vivir, muchachas.
Nevita Blanca, Rosita Roja:
¿Golpearían ustedes a quien las ama muerto?"-

Cuando ya era la hora de acostarse, y las jóvenes se habían ido a dormir, la madre dijo al oso, 

-"Usted puede dormir allí por el hogar, y así estará protegido del frío y del mal tiempo."-

Tan pronto como el día llegó, las dos jóvenes le abrieron la puerta, y él se internó a través de la nieve en el bosque.
De aquí en adelante el oso vino cada tarde a la misma hora, se posaba por el hogar, y dejaba a las jóvenes divertirse con él tanto como quisieran; y ellas se hicieron tan allegadas a él que las puertas nunca fueron sujetadas hasta tanto su amigo negro no  hubiera llegado.
Cuando la primavera llegó y todo el exterior era verde, el oso dijo una mañana a Nieve Blanca, 

-"Ahora debo marcharme, y no puedo volver por todo el verano."-

-"¿ Y adónde irá usted, entonces, querido oso?"- preguntó Nieve Blanca. 

-"Debo entrar en el bosque y proteger mis tesoros de los duendes malos. En el invierno, cuando la tierra está congelada con fuerza, ellos están obligados a quedarse en sus cuevas y no pueden trabajar a su manera; pero ahora, cuando el sol ha descongelado y calentado la tierra, ellos salen para curiosear y robar; y lo que una vez entra en sus manos y en sus cuevas, no vuelve a ver la luz del día otra vez fácilmente."-

Nieve Blanca se entristeció mucho de que su amigo se marchara, y cuando ella desatrancó la puerta para él, y el oso, al ir apresurado, se prensó contra el cerrojo  y un pedazo de su piel peluda se le arrancó, y a Nieve Blanca le pareció como si hubiera visto brillar oro por ello, pero ella no estaba del todo segura. El oso se corrió rápidamente, y pronto estuvo fuera de la vista detrás de los árboles.

Poco tiempo después la madre envió a sus hijas al bosque para conseguir leña. Allí ellas encontraron un árbol grande talado en la tierra, y cerca del tronco algo brincaba de acá para allá en la hierba, pero no podían distinguir qué era. Cuando miraron más de cerca vieron a un duende con una vieja cara malhumorada y una barba como de un metro de largo, y blanca también como la nieve. El final de la barba estaba prensado en una grieta del árbol, y el pequeño compañero brincaba de acá para allá como un perro atado a una cuerda, y no sabía que hacer.

Él fulminó con la mirada a las muchachas con sus ojos rojos encendidos y gritó, 

-"¿Qué hacen ustedes allí de pie?, ¿No pueden venir a ayudarme?"-

-"¿Y que hace usted allí, pequeño hombre?"-, preguntó Rosa Roja.

-"¡Ah, ustedes gansas estúpidas, entrometidas!"-, contestó el duende; -"Yo iba a talar el árbol para conseguir un poco de madera para cocinar. El poco alimento que uno de nosotros necesita es quemado directamente con troncos gruesos; no tragamos tanto como ustedes, torpes, avaras. Yo acababa de poner la cuña sin peligro, y todo iba como deseé; pero la desgraciada madera era demasiado lisa y de repente saltó el trozo, y el árbol cayó tan rápidamente que yo no pude sacar mi hermosa barba blanca; ¡ahora está tan prensada que no puedo escaparme, y ustedes cara de leche, sudorosas, riéndose! ¡Puf! ¡qué detestables son!"-

Las muchachas intentaron con fuerza, pero no pudieron sacar la barba, que estaba sujeta muy fuertemente. 

-"Iré a buscar a alguien más,"- dijo Rosa Roja. 

-"¡Usted gansa insensata!"- gruñó el duende; -"¿por qué debería traer a alguien más?.

Ustedes dos ya son demasiado para mí; ¿no puede pensar en algo mejor?"-

-"No sea impaciente,"- dijo Nieve Blanca, -"le ayudaré,"- y sacó sus tijeras de su bolsillo, y cortó el final de la barba. 

Tan pronto como el enano se sintió libre, se acercó a un bolso que estaba entre las raíces del árbol, y que estaba lleno de oro, y levantándolo se quejaba diciéndose a sí  mismo:

-"¡Gente grosera, cortar un pedazo de mi fina barba! ¡Que tengan mala suerte!" y luego balanceó el bolso sobre su espalda, y se marchó sin volver a mirar para atrás.

Algún tiempo después Nieve Blanca y Rosa Roja fueron a pescar. Cuando llegaron  cerca del arroyo vieron algo como un saltamontes grande que brincaba en dirección al agua y retornaba. Ellas corrieron y encontraron que era el mismo enano. 

-"¿Hacia dónde va usted?"- preguntó Rosa Roja; -"¿Seguramente que no quiere entrar en el agua?"-

-"¡No soy tan tonto!"- gritó el enano; -"¿No ve usted que el maldito pescado quiere llevarme?"- 

El pequeño hombre había estado sentando allí tratando de pescar, y desgraciadamente el viento había enroscado su barba con el sedal; en ese momento un pez grande mordió el anzuelo, pero la débil criatura no tenía la fuerza para sacar al pez; el pescado llevaba la ventaja y tiraba al enano hacia él. Él se agarró a todas las cañas y juncos, pero no le ayudaban y fue obligado a seguir los movimientos del pez, y estaba en peligro inminente de ser arrastrado al torrente.

Las muchachas vinieron justo a tiempo; ellas lo sostuvieron rápido y trataron de liberar su barba de la cuerda, pero todo era en vano, barba y cuerda fueron enredadas rápidamente. Nada quedaba por hacer sino sacar las tijeras y cortar la barba, por lo cual un pedazo de ella se perdió. Cuándo el enano vio aquello gritó, 

-"¿Es eso civilizado?, usted hongo venenoso, desfigurar la cara de alguien ¿No era bastante para anteriormente cortar el final de mi barba? Ahora usted ha cortado la mejor parte de ella. No puedo dejarme ser visto por mi gente. ¡Desearía que usted  hubiera sido hecha sólo para gastar las suelas de sus zapatos!"-

 Entonces él agarró un saco de perlas que estaba entre los juncos, y sin decir una palabra más lo alzó y desapareció detrás de una piedra.
Resulta que otro día la madre las envió a la ciudad para comprar agujas e hilo, y cordones y cintas. El camino las condujo a través de un brezal sobre el cual había  pedazos enormes de roca esparcidos por aquí y allá. En eso ellas notaron a una ave grande que se cernía en el aire, volando despacio una y otra vez alrededor de donde estaban ellas; y el ave volaba más abajo y más abajo, y por fin se posó cerca de una roca no muy lejos. Inmediatamente ellas oyeron un grito fuerte, lastimoso. Corrieron y vieron con horror que el águila había agarrado a su viejo conocido, el duende, e iba a llevárselo. Las muchachas, todas piadosas, inmediatamente agarraron al pequeño hombre, y tiraron contra el águila tanto rato, que por fin ella abandonó a su presa. Tan pronto como el enano se había repuesto del impacto, gritó con su voz chillona, 

-"¡Debieron haberlo hecho con más cuidado! ¡Ustedes arrastraron mi abrigo marrón de modo que quedó todo rasgado y lleno de agujeros, ustedes criaturas torpes,  insensatas!"-

 Entonces él tomó un saco lleno de gemas, y se escabulló otra vez bajo la roca en su agujero. Las muchachas, que para estas fechas ya se habían acostumbrado a aquel  ingrato enano, continuaron su camino e hicieron su mandado en la ciudad.
Cuando ellas cruzaban el brezal otra vez de regreso en su camino a casa,  sorprendieron al duende, que había vaciado su bolso de gemas en un punto limpio, y no había pensado que alguien pasaría por allí tan tarde. El sol de la tarde resplandecía  sobre las piedras brillantes; y brillaban y centelleaban con colores tan maravillosos que ellas se quedaron quietas mirándolas. 

-"¿Por qué están ahora de pie quietas allí?"-, gritó el duende, y su cara pálida gris se puso toda roja con la rabia. 

Él seguía con sus malas palabras e insultos, cuando de pronto se oyeron unos gruñidos fuertes, y un oso negro vino trotando hacia ellos desde el bosque. El enano se asustó terriblemente, y no podía ponerse a salvo en su cueva, ya que el oso le había bloqueado la entrada. Entonces apoderado por el terror, gritó, 

-"Querido Sr. Oso, sálveme, le daré todos mis tesoros; ¡mira las hermosas joyas que están allí! Concédame la vida; ¿qué disfrutaría usted con un pequeño compañero tan delgado como yo? al morderme usted no me sentiría entre sus dientes. Venga, tome a estas dos feas muchachas, ellas son bocados muy gratos para usted, tienen grasa como codornices jóvenes; ¡por piedad, cómelas a ellas!"-


El oso no puso atención a sus palabras, y golpeando a la mala criatura con su pata, el duende fue a golpearse su cabeza contra una roca y no se movió nunca más.
Las muchachas habían corrido asustadas, pero el oso las llamó: 

-"Nieve Blanca, Rosa Roja, no tengan miedo; esperen, iré con ustedes."-

Entonces ellas reconocieron su voz y lo esperaron, y cuando él las alcanzó, de repente su piel cayó, y apareció de pie allí, un hermoso joven, vestido con trajes de oro. 

-"Soy el hijo de un Rey,"- dijo él, -"y fui encantado por aquel malo duende que había robado mis tesoros; he tenido que correr todo el bosque como un oso salvaje hasta que fui liberado por su muerte. Ahora él recibió su propio castigo bien merecido."-

Nieve Blanca se casó con el príncipe, y Rosa Roja con el hermano de él, y entre ellos dividieron el gran tesoro que el duende había recogido en su cueva. La señora madre vivió pacífica y felizmente con sus hijas durante muchos años más. Ella cuidó los dos rosales con mucho cariño y los mantuvo al frente de su ventana, y continuamente le brindaban las rosas más hermosas, blancas y rojas.

 Enseñanza:

El buen trato siempre da buenos frutos. 

Compartiendo dicha y tristeza

Compartiendo dicha y tristeza


Había una vez un sastre, que era un compañero peleón, y su esposa, que era buena, laboriosa, y piadosa, nunca podía complacerlo. Independientemente de lo que ella hiciera, él nunca estaba satisfecho, y se quejaba y la reprendía, y le pegaba y la golpeaba. Era un violentador doméstico. Cuando las autoridades por fin oyeron de ello, lo llamaron a cuentas, y lo pusieron en la prisión a fin de hacerlo mejor. Él fue guardado por un tiempo a solo pan y agua, y luego fue puesto en libertad otra vez. Él fue obligado, sin embargo, a prometer no golpear más a su esposa, y a vivir con ella en paz, y a compartir con ella dichas y tristezas, como la gente casada debe de hacer.
Todo continuó bien durante un tiempo, pero llegó un momento en que él cayó en sus viejos caminos, y de nuevo se puso hosco y peleón. Y como él no se atrevía a golpearla, intentó agarrarla por el pelo y arrancárselo. La mujer se escapó de él, y saltó al jardín, pero él corrió tras ella llevando su regla de medidas y tijeras, y la persiguió lanzando la regla de medidas y las tijeras hacia ella y lo que hubiera interpuesto en el trayecto. Cuando él la golpeaba él se reía, y cuando no lo lograba, se enfurecía y blasfemaba.  Esto continuó por un buen rato hasta que los vecinos vinieron en ayuda de la esposa. El sastre fue otra vez convocado antes de los magistrados, y recordado de su promesa. 
-"Queridos señores"-, dijo él, -"he guardado mi palabra, no la he golpeado, pero he compartido la dicha y la tristeza con ella."-
-"¿Cómo puede ser"-, dijo el juez, -"cuando ella continuamente trae tales quejas pesadas contra usted?"-

-"No la he golpeado, sino que ella me pareció tan extraña que quise peinar su pelo con  mis manos; pero ella, sin embargo, se escapó de mí, y me abandonó completamente y rencorosamente. Entonces corrí tras ella a fin de devolverla a su deber, y lo que le lanzé a ella fue sólo una advertencia hecha con buena intención con lo primero que encontré a mano. He compartido la alegría y la pena con ella también, ya que siempre que yo la alcanzaba, yo me llenaba de dicha y ella de tristeza, y si yo no la alcanzaba, entonces ella se sentía dichosa y yo triste."- dijo burlonamente.
 Los jueces no estuvieron satisfechos por esta respuesta, pero le dieron la recompensa que él mereció, y de nuevo fue a dar a la celda por muchísimo largo tiempo a pan y agua y trabajos forzados.



Enseñanza:

Siempre debe haber absoluto respeto y cariño entre los esposos. Cualquier divergencia debe conversarse amablemente y llegar a acuerdos llenos de amor y paz. La violencia doméstica es un gran crimen y debe ser castigado con firmeza.

La astuta hija del campesino

La astuta hija del campesino 


Había una vez un campesino pobre que no tenía ninguna tierra, solamente una cabaña  y una hija.  Un día dijo la hija:
-"Deberíamos pedir a nuestro señor el Rey un poco de la tierra recién limpiada."-
Cuando el Rey oyó de su pobreza, él les ofreció unas tierras, que ella y su padre araron, y tuvieron la intención de sembrar con un poco de maíz y otros granos similares. Cuando ellos habían arado casi el todo el campo, encontraron en la tierra un mortero, pero sin su manubrio, hecho de oro puro. 
-"Escucha"-, dijo el padre a la muchacha, -"como nuestro señor el Rey ha sido tan cortés y nos ha dado el campo, deberíamos darle este mortero a cambio de ello."-
La hija, sin embargo, no estaba de acuerdo con ello, y le dijo:
-"Padre, si tenemos el mortero sin tener el manubrio también, tendremos que conseguir el manubrio, entonces no debería decir nada sobre eso."-
Sin embargo él no obedeció, tomó el mortero y se lo llevó al Rey, diciéndole que lo había encontrado en la tierra otorgada, y le preguntó si lo aceptaría como un presente. El Rey tomó el mortero, y preguntó si no había encontrado nada además de eso.
-"No"-, contestó el campesino. 
Entonces el Rey dijo que debe traerle ahora el manubrio. El campesino dijo que ellos no lo habían encontrado, pero eso fue como haberle hablado al viento y él fue puesto en prisión, y debía quedarse allí hasta que él produjera el manubrio. Los criados tuvieron que llevarle diariamente pan y agua, que es lo que le dan a la gente que entra en la prisión, y ellos oían como el hombre lanzaba un grito contínuamente:
-"¡Ay! ¡si yo sólo hubiera escuchado a mi hija!"-
-"¡Ay, ay, si tan sólo hubiera escuchado a mi hija!"-,  y ni comía ni bebía. 
Entonces él Rey mandó que los criados le trajeran al preso ante él, y preguntó al campesino por qué él siempre gritaba: 
-"¡Ay! ¡si yo sólo hubiera escuchado a mi hija!"-
y que era lo que su hija había dicho. 
-"Ella me dijo que yo no debería traerle el mortero, ya que debería traerle el manubrio también."-
-"Si usted tiene a una hija que es tan sabia, que me la traigan aquí."-
Ella fue por lo tanto obligada a aparecer ante el Rey, quien le preguntó que si ella realmente era tan sabia, él le pondría un acertijo, y si ella pudiera resolverlo, él se casaría con ella. Ella inmediatamente dijo que sí, que ella lo adivinaría. Entonces dijo el Rey:
-"Ven aquí sin vestido, pero no desnuda, no montada, no caminando, no por el camino, y no fuera del camino, y si puedes hacer eso me casaré contigo."
Entonces ella se marchó, aplazó toda otra actividad, y luego alquiló un asno, se desvistió, tomó una gran red de pesca, y se sentó en ella y se cubrió completamente una y otra vez alrededor de ella, de modo que no quedó desnuda ni vestida, y ató la red del pescador a la cola del asno de modo que fuera obligado a arrastrarla a lo largo, y así no iba montaba a caballo, ni andando. El asno también tuvo que arrastrarla por los espaldones del camino, de modo que ella sólo tocaba la tierra con su dedo gordo del pie, y así no  estaba ni en el camino, ni fuera del camino. Y cuando ella llegó de  aquella manera, el Rey dijo que había resuelto el acertijo y había realizado todas las condiciones. Entonces él ordenó que su padre fuera liberado de la prisión, la tomó como esposa, y dio a su cuidado todas las posesiones reales.
Ahora, después de que algunos años habían pasado, el Rey preparaba una vez sus tropas para un desfile, cuando sucedió que algunos campesinos que habían estado vendiendo madera pararon con sus carretas frente al palacio; y algunos de ellos tenían  bueyes atados a las carretas, y otros les ataban a las carretas caballos. Había un campesino que tenía tres caballos, uno de los cuales era un recién nacido potro joven, y éste se escapó y fue a posarse entre dos bueyes que estaban delante de la carreta. Cuando los campesinos se encontraron, comenzaron a disputar y golpearse el uno al otro y hacer una perturbación, y el campesino con los bueyes quiso quedarse con el potro diciendo que uno de los bueyes le había dado a luz, y el otro dijo que fue su yegua quien lo había tenido, y que por eso era de su propiedad.

La pelea llegó ante el Rey, y él dio el veredicto de que el potro debería quedarse donde había sido encontrado, y así el campesino con los bueyes, a quien no le pertenecía, lo consiguió. Entonces el otro se fue lejos, y lloró y se lamentó de su potro. Ahora, él había oído que su señora la Reina era muy cortés, porque ella ella misma había salido de gente campesina pobre, así que él fue y le pidió que ella viera si podía ayudarle a recuperar a su potro otra vez. Dijo ella:
-"Sí, le diré que hacer, si me promete no decir que yo se lo dije. Temprano mañana por la mañana, cuando el Rey revise la guardia, párese allí en medio del camino por el cual él debe pasar, tome una gran red de pesca y finja ser un pescador; empiece a imitar que pesca, y vacíe la red como si la hubiera sacado llena"-.
Y luego ella le dijo también lo que él debería decir si fuera interrogado por el Rey.
Al día siguiente, por lo tanto, el campesino estuvo de pie allí, y simuló pescar en la tierra seca. Cuándo el Rey pasó, y lo vio, envió a su mensajero para preguntar sobre qué estaba haciendo ese hombre estúpido.  Él contestó:
-"Soy pescador"-.
El mensajero le preguntó cómo él podría pescar cuando no había ninguna agua allí.
 El campesino dijo:
-"Es tan fácil para mí pescar en la tierra firme como es para un buey dar a luz a un potro"-.
El mensajero volvió y le dio la respuesta al Rey, que ordenó que el campesino le fuera traído y le dijo que esa no era su propia idea, y que quería saber de quien era.
El campesino debe confesarlo inmediatamente. El campesino, sin embargo, no lo hizo, y dijo siempre:
-"Dios prohíbe hacerlo, la idea es mía"-.
Entonces lo pusieron, en un montón de paja, y lo golpearon y lo atormentaron por tanto rato que por fin él confesó que la idea fue de la Reina.
Cuándo el Rey llegó a casa otra vez, dijo a su esposa:
-"¿Por qué te has comportado tan falsamente conmigo? No te tendré más tiempo por  esposa; el tiempo tuyo terminó, vuelve al lugar de donde viniste, a tu choza campesina"-.
 Un favor, sin embargo, él le concedió: que podría tomar con ella una cosa que fuera  la más querida y la mejor a sus ojos; y así fue ella despedida. Ella dijo:
-"Sí, mi querido marido, si usted manda esto, así lo haré"-,  y ella lo abrazó y lo besó, y dijo que ella se despediría de él. 
Entonces ella ordenó que le fuera traída una poderosa pócima adormecedora, he hizo una bebida para decirle adiós a él y que la bebiera; el Rey tomó una buena cantidad, pero ella tomó sólo un poco. Él pronto cayó en un sueño profundo, y cuando ella percibió eso, llamó a un criado y tomó una tela de lino blanca justa y abrigó al Rey en ella, y el criado fue obligado a llevarlo en un carro que estaba listo al frente de la puerta, y entonces lo condujo con él a su propia pequeña casa campesina.
Ella lo puso en su pequeña cama, y él durmió un día y una noche sin despertar, y cuándo él despertó, miró alrededor y dijo:
-"Dios bueno! ¿dónde estoy?"-

Él llamó sus asistentes, pero ninguno de ellos estaba allí. Con mucho cariño su esposa vino al lado de la cama y dijo:
-"Mi querido señor y Rey, usted me dijo que yo podría traer conmigo del palacio lo que fuera más querido y lo más precioso a mis ojos. No tengo nada más precioso y querido que usted, entonces por eso le he traído conmigo"-. 
Las lágrimas brotaron a los ojos del Rey y él dijo:
-"Querida esposa, tu serás para mí y yo seré para tí"-.
Y él la regresó consigo al palacio real, siempre como su esposa. Y en este momento ellos todavía viven muy felizmente.

Enseñanza:

La sabiduría bien aplicada es fuente de inmensos beneficios. 

La Zorra y el Gato

La Zorra y el Gato 


Sucedió que un gato encontró a una zorra en un bosque, y él pensó sobre ella:
-"Ella es inteligente y llena de experiencia, y muy estimada en el mundo"-
por lo que le habló de un modo amistoso:
-"Buen día, querida Sra. Zorra, ¿Cómo está usted? ¿Cómo está todo con usted? ¿Cómo está pasando usted esta linda temporada?"-
La zorra, llena de todas las clases de arrogancia, miró al gato de pies a cabeza, y durante mucho tiempo no sabía si darle alguna respuesta o no.
Por fin ella contestó:
-"Ah, tú, infeliz limpia barbas, tú, tonto ignorante, tú, cazador hambriento de ratones, ¿qué puedes tú pensar? ¿Te atreves a preguntarme cómo me está yendo? ¿Qué has  aprendido? ¿Cuántas artes tú conoces?"-
-"Sólo conozco una"-, contestó el gato, modestamente. 
-"¿Y cuál arte es esa?"-, preguntó la zorra. 
-"Cuando los sabuesos me siguen, yo puedo saltar a un árbol y salvarme."-
-"¿ Y eso es todo?"-,  dijo la zorra. -"Yo soy maestra de cien artes, y tengo además un saco lleno de astucias. ¡Qué lástima te tengo!, ven conmigo y te enseñaré como se escapa de los sabuesos"-.

En ese momento vino un cazador con cuatro perros. El gato reaccionó con agilidad subiéndose a un árbol, y se sentó en lo alto, donde las ramas y el follaje completamente lo ocultaron. 
-"Abra su saco Sra. zorra, abra su saco de astucias"-, le gritó el gato.
Pero los perros la habían agarrado ya y la sostenían y mordían fuertemente. 
-"Ah, Sra. zorra"-, gritó el gato. -¡"Le abandonaron sus cien artes en la escapada! Si usted hubiera sido capaz de subir como yo, no habría perdido su vida."-

Enseñanza:

Nunca hay que burlarse y menospreciar lo que parecieran ser insignificantes cualidades. 

Pichoncito

Pichoncito


Había una vez un cazador que entró en el bosque para cazar, y cuando él se internó  oyó un sonido de grito como si un pequeño niño estuviera allí. Él siguió el sonido, y por fin llegó a un gran árbol, y en lo alto de éste estaba un pequeño niño sentado, ya que la madre había fallecido bajo el árbol con el niño, y una ave de rapiña que lo había visto en sus brazos, había volado hacia abajo, y arrebatándolo, lo había puesto en su nido en lo alto del árbol.
El cazador subió al nido, y bajó al niño, y pensó para él:
-"Lo llevaré a casa conmigo, y lo criaré junto con mi Lina."-
 Él lo llevó a su casa, y por lo tanto, los dos niños crecieron juntos. Sin embargo, el que había sido encontrado en un árbol fue llamado Pichoncito, ya que inicialmente una ave se lo había llevado a su nido. Pichoncito y Lina se querían tanto el uno al otro que cuando uno de ellos no veía cerca a su compañero se ponía triste.
El cazador, sin embargo, tenía a una vieja cocinera, que sin él saberlo era una bruja, y ella una tarde tomó dos baldes y comenzó a traer agua, y no fue sólo una vez, sino muchas veces, a la fuente por el agua. Lina la vio y le dijo:
-"Escuche usted, vieja Sanna, ¿por qué trae tanta agua?"-
-"Si tú nunca se lo repites a otra persona, te diré por qué."-
Entonces Lina dijo:
-"Sí, nunca se lo repetiré a nadie"-
,Entonces la cocinera dijo:
-"Temprano mañana por la mañana, cuando el cazador salga a su labor, calentaré el agua, y cuando hierva en la caldera, lanzaré allí a Pichoncito, y lo herviré en ella."-
A la mañana siguiente el cazador despertó y salió a cazar, y cuando él ya se había ido los niños estaban todavía en la cama. Entonces Lina dijo a Pichoncito:
-"Si tú nunca me abandonas, yo nunca te abandonaré a ti."-
Pichoncito contestó:
-"Ni ahora ni nunca te dejaré."-
 Lina entonces dijo:
-"Entonces te contaré. Anoche, el viejo Sanna llevó tantos cubos de agua a la casa que le pregunté por qué hacía esto, y ella me dijo que si yo prometía no decírselo a nadie  ella me lo diría, y yo le dije que yo estaría segura de no decirlo a nadie, y entonces ella  me dijo que temprano mañana por la mañana mientras mi padre cazaba, ella pondría a hervir la caldera llena de agua, y te lanzaría en ella y te herviría a ti; pero nos levantaremos rápidamente, nos vestiremos, y nos marcharemos juntos."
Los dos niños por lo tanto se levantaron, se vistieron rápidamente, y se marcharon. Cuando el agua en la caldera ya hervía, la cocinera entró en el dormitorio para traer a Pichoncito y lanzarlo en la caldera. Pero cuando ella entró, y fue a las camas, ambos  niños ya no estaban. Entonces ella se alarmó terriblemente, y se dijo:
-"¿Qué diré ahora cuándo el cazador llegue a casa y vea que los niños se han ido? Debo ir tras ellos al instante para regresarlos de nuevo."-
Entonces la cocinera envió a tres criados tras ellos, que debían correr y alcanzar a los niños. Los niños, sin embargo, estaban sentados fuera del bosque, y cuando vieron desde lejos correr a los tres criados, Lina dijo a Pichoncito:
-"Nunca me abandones y nunca te dejaré."-
 Pichoncito dijo:
-"Ni ahora, ni nunca yo te dejaré."-
 Lina entonces dijo:
-"Conviértete en un rosal, y yo seré la rosa sobre ti."-

 Cuando los tres criados llegaron, no había nada allí, excepto un rosal con una rosa, pero no vieron a los niños por ninguna parte. Entonces dijeron ellos:
-"No hay nada que hacer aquí."-
 Y regresaron a casa y le dijeron a la cocinera que ellos no habían visto nada en el bosque excepto un pequeño rosal con una rosa. Entonces la vieja cocinera los  reprendió diciéndoles:
 -"Ustedes, simplones, debieron haber cortado el rosal en dos y separado la rosa  y traerlo a casa con ustedes; ahora vayan ya y háganlo de una vez."-
 Por lo tanto ellos tuvieron que salir  y buscar por segunda vez. Los niños, sin embargo, los vieron venir a la distancia. Entonces Lina dijo:
-"Nunca me abandones y nunca te dejaré."-
 Pichoncito dijo:
-"Ni ahora, ni nunca te dejaré."-
 Lina entonces dijo:
-"Conviértete en una iglesia, y yo seré la araña de luces dentro de ella"-
Cuando los criados llegaron, no vieron nada más que una iglesia con su araña de luces. Y se dijeron entre sí:
-"Nada podemos hacer aquí, regresemos a casa"-
Cuando ellos llegaron a casa, la cocinera preguntó si no los habían encontrado; entonces ellos dijeron que no, que sólo habían encontrado una iglesia, y que había una araña de luces en ella.
Y la cocinera los reprendió y les dijo:
-"¡Ustedes tontos! ¿Por qué no tiraron la iglesia a pedazos, y trajeron la araña de luces a casa con ustedes?"-
 Y ahora la vieja cocinera, ella misma se puso a caminar, y fue con los tres criados en la búsqueda de los niños. Los niños, sin embargo, vieron desde lejos que los tres criados venían, y a la cocinera caminando atrás de ellos. 
Lina dijo:
-"Nunca me abandones y nunca te dejaré."-
 Pichoncito dijo:
-"Ni ahora, ni nunca te dejaré."-

 Lina entonces dijo:
-"Conviértete en un estanque, y yo seré el pato sobre ella"-
 Al llegar la cocinera, ésta vio el estanque y se agachó para beberlo, y estaba en eso cuando el pato nadó rápidamente, se subió sobre la cabeza de la vieja y le picoteó la cabeza con su pico y la vieja bruja resbaló, se golpeó y se ahogó en el estanque. Entonces los niños tomaron su forma normal y se fueron a casa juntos, y en adelante vivieron tranquilos por no tener ya en casa a la malvada vieja bruja. 

Enseñanza:

Una firme unión provee una inmensa fortaleza contra los enemigos. 

Los Tres Hermanos

Los Tres Hermanos 


Había una vez un hombre que tenía tres hijos, y nada más en el mundo excepto la casa en la cual él vivía. Ahora cada uno de los hijos deseaba tener la casa después de la muerte de su padre; pero el padre amaba a todos ellos por igual, y no sabía que hacer; él no deseaba vender la casa, porque había pertenecido a sus antepasados, más él podría haber dividido el dinero entre ellos. Por fin un plan entró en su cabeza, y dijo a sus hijos:
-"Recorran el mundo, e intenten cada uno de ustedes aprender un oficio, y, cuando todos ustedes vuelvan, él que haga la mejor obra maestra tendrá la casa."-
Los hijos estaban bien contentos por esto, y el mayor determinó ser un herrero, el segundo un barbero, y el tercero un maestro de cercados. Ellos fijaron una fecha en la cual deberían venir a casa todos otra vez, e inmediatamente cada uno se fue por su camino. Fue una gran suerte que todos ellos encontraron maestros hábiles que les enseñaron sus oficios muy bien. 
El herrero tenía que confeccionar las herraduras a los caballos del Rey, y pensó, -"la casa será mía, sin duda."-
 El barbero sólo afeitaba a gente importante, y también ya consideraba a la casa como de su propiedad. 
El maestro de cercado recibía muchos golpes, pero él sólo se mordía su labio, y no dejaba que nada lo fastidiara; -"porque"-, se decía sí mismo, -"si yo le tengo miedo a un golpe, nunca ganaré la casa."-
Cuando el tiempo designado había llegado, los tres hermanos regresaron a la casa de su padre; pero ellos no sabían cómo encontrar la mejor oportunidad de mostrar su habilidad, entonces se sentaron a consultar juntos. Estaban ellos sentados en eso, cuando de repente una liebre vino corriendo por el campo. 
-"¡Ah, ja, justo a tiempo!"- dijo el barbero. 
Entonces tomó su palangana y jabón, y alejándose hizo espuma, esperando hasta que la liebre subiera; y al llegar ella, la enjabonó y le afeitó las patillas a la liebre mientras corría a lo máximo de su velocidad, y no cortó su piel ni perjudicó un pelo en su cuerpo. 
-"¡Bien hecho!"-, dijo el anciano. -"sus hermanos tendrán que ejercerse maravillosamente, o la casa será suya."-
Poco después, venía un noble en su coche corriendo a muy alta velocidad.
-"Ahora usted verá lo que yo puedo hacer, padre"-, dijo el herrero.
Y se fue tras el coche y quitó las cuatro herraduras de las patas de uno de los caballos mientras galopaba, y le puso cuatro nuevas herraduras sin pararlo. 
-"Eres un excelente muchacho, y tan inteligente como tu hermano"-, dijo su padre; -"no sé a quien yo debería dar la casa."-
Entonces el tercer hijo dijo, 
-"Padre, permítame tener mi prueba, por favor;"-
 Y como comenzaba a llover, él sacó su espada, y la batió de acá para allá encima de su cabeza tan rápido que ni una gota cayó sobre él. Llovió todavía más fuerte y más fuerte, hasta llover en torrentes; pero él sólo abatía su espada más rápido y más rápido, y permaneció tan seco como si estuviera sentado bajo techo en una casa. Cuándo su padre vio todo aquello quedó asombrado, y dijo:
-"¡Esta es la obra maestra, la casa es tuya!"-

Sus hermanos estuvieron satisfechos por la decisión, tal como fue acordado de antemano; y, como ellos realmente se querían el uno al otro muchísimo, los tres se quedaron juntos en la casa y siguieron en sus oficios, y, como ellos los habían aprendido tan bien y eran tan inteligentes, ganaron mucho dinero. Así vivieron juntos felizmente hasta que envejecieron; y por fin, cuando uno de ellos cayó enfermo y murió, los otros dos se apenaron tan profundamente por ello que también cayeron enfermos, y pronto después murieron también. Y porque ellos habían sido tan inteligentes, y se habían amado el uno al otro tanto, fueron todos puestos en la misma tumba.

Enseñanza:

Reconocer y aceptar las mejores capacidades y virtudes ajenas es la mejor muestra de grandeza de espíritu.