sábado, 20 de junio de 2015

Las Zapatillas Desgastadas por Danzar

Las Zapatillas Desgastadas por Danzar


Había una vez un rey que tenía doce hijas, y cada una parecía más encantadora que la otra. Todas dormían en una misma alcoba, con sus camas lado a lado, y cuando iban a dormir, el rey les cerraba con llave su habitación para que nadie pudiera llegar a molestarlas.
Pero sucedía que en cada mañana, cuando él abría la puerta, veía que las zapatillas de todas ellas estaban desgastadas como cuando se baila mucho, y nadie podía imaginar como era que sucedía eso. Entonces el rey emitió una proclama diciendo que quienquiera que descubriera cómo y donde sus hijas iban a bailar, podría escoger a una de ellas por esposa, y que además lo nombraría heredero del reino cuando él muriera. Pero eso sí, si al cabo de tres días no había encontrado la respuesta, sería condenado a trabajos forzados de por vida. 
Al poco tiempo se presentó el hijo de otro rey, y se ofreció para el intento. Fue muy bien recibido, y al anochecer fue alojado en una habitación contigua a las princesas. Allí tenía su cama, y se alistó para ver a dónde las princesas iban y bailaban. Y para asegurarse de que no hicieran nada en secreto o se trasladaran a otro sitio, dejaba la puerta del cuarto de ellas abierta. 
Pero los párpados del príncipe se pusieron tan pesados como el plomo, y cayó dormido, y cuando despertó en la mañana, vio que todas las doce habían ido al baile, ya que sus zapatillas estaban con huecos en las suelas. La segunda y tercera noche sucedió exactamente lo mismo, y fue condenado a los trabajos forzados sin piedad.
Muchos otros vinieron luego a tratar de descifrar el enigma, pero corrieron la misma suerte. Hasta que un día sucedió que un pobre soldado, que tenía una herida que le impedía trabajar, se encontró en el camino hacia la ciudad donde vivían el rey y sus princesas. Allí él conoció a una  anciana que le preguntó hacia donde iba.
-"Difícilmente lo sabría"- le respondió, y agregó como en broma -"tengo la intención de descubrir en dónde es que bailan las princesas y desgastan sus zapatillas, y así llegaría a ser rey."-
-"Eso no es tan difícil"- dijo la anciana, -"no debes de beber el vino que te ofrezcan al anochecer, y luego finges estar profundamente dormido."-
Tras esas palabras ella le dio un manto y le dijo:
-"Cuando te lo pones encima, te harás invisible, y entonces podrás vigilar a las doce doncellas."-
Habiendo recibido estas magníficas ayudas, decidió ir al grano, alentó a su corazón, y fue donde el rey a anunciarse como competidor. Él fue recibido tan bien como los anteriores, y le pusieron indumentaria real. A la hora de dormir fue llevado a la habitación contigua, y cuando ya estaba a punto de ir a su cama, llegó la mayor de las princesas trayéndole una copa de vino. Pero como él ya estaba preparado, había amarrado una esponja bajo su barbilla, y dejó correr el  vino hacia ella, sin probar una sola gota y sin que cayera nada al suelo.
Entonces se acostó en su cama, y pasado un rato comenzó a fingir que roncaba, como si estuviera profundamente dormido. Las doce princesas reían al oírlo, y la mayor dijo:
-"Él también, debió haberse evitado los futuros trabajos forzados."-
Con todo eso sucedido, ellas se levantaron, fueron a sus armarios, sacaron preciosos vestidos, se arreglaron ante los espejos, se pintaron muy coquetamente, y se regocijaron pensando en el baile de esa noche. Solamente la más joven dijo:
-"No sé que me pasa, ustedes están muy felices, pero yo me siento extraña, con un presentimiento de que algo desafortunado nos va a ocurrir."-
-"Pareces un ganso, que siempre pasa asustado."- dijo la mayor, -"¿Has olvidado ya cuántos príncipes han venido en vano? No había necesidad de darle un vino para dormir a un simple soldado, pero de todas formas el payaso no despertará en toda la noche."-
Cuando ya todas estuvieron realmente listas, observaron con cuidado al soldado, pero él había cerrado muy bien sus ojos, y no se movía para nada, así que se sintieron bien seguras. Entonces la mayor se dirigió a su cama, la golpeó, y la cama se hundió en la tierra, dejando a la vista un pasadizo secreto, y todas, una a una, descendieron por él, yendo de primera la mayor. 



El soldado, que había observado todo, se levantó de inmediato, se puso el manto encima, y bajó detrás de la más joven. A medio camino de las gradas, él majó el ruedo del vestido de ella. Al no ver a nadie, ella se asustó muchísimo y gritó: 
-"¿Qué pasa? ¿Quien me está majando mi vestido?"-
-"¡No seas tonta!"- dijo la mayor, -"¡Simplemente se te prensó en un clavo!"-
Siguieron bajando las gradas, y cuando llegaron al final, se encontraban en una maravillosa avenida de árboles cuyas hojas eran de plata, que brillaban y parpadeaban. El soldado pensó:
-"Llevaré una muestra conmigo"- 
Y arrancó una pequeña ramita de ellos, con lo cual el árbol sonó estrepitosamente.
La menor gritó de nuevo:
-"¡Algo anda mal!, ¿no oyeron quebrarse una rama?"-
Pero la mayor contestó:
-"Es solo un arma disparada para celebrar que nos hemos librado de otro concursante rápidamente." 
Siguieron más adelante a una avenida donde todos los árboles tenían sus hojas de oro, y por último a una tercera en que las tenían de diamante. Él corto una ramita de cada clase, las que también hicieron un gran estruendo al quebrarse, y que aterrorizaron aún más a la más joven, pero la mayor insistía en que eran saludos de bienvenida.
Luego llegaron a un gran lago donde se encontraban doce botes, y en cada bote estaba sentado un apuesto príncipe, quienes esperaban por ellas, y cada princesa se subió al bote de su correspondiente príncipe. El soldado con la capa invisible se sentó en el bote de la más joven.
Entonces su príncipe dijo:
-"No sé por qué, pero siento al bote más pesado que de costumbre. Tendré que remar con todas mis fuerzas para atravesar el lago."-
-"¿Y qué podría ser la causa?"- preguntó ella, -"¿será acaso el tiempo caliente? Hoy siento mucho calor."-
Al lado opuesto del lago se presentaba un espléndido castillo de luces brillantes, donde resonaba música deleitante de trompetas, panderetas y tambores. Todos bajaron allí, entraron y cada príncipe danzó con la joven de su preferencia, y el soldado se mezclaba entre los danzantes sin ser visto, y cuando alguna de ellas tenía una copa de vino en su mano, él la bebía, de modo que cuando ella iba a beberla, ya estaba vacía. La menor estaba bien alarmada por todo eso, pero la mayor siempre la obligaba a callar. 
Ellos y ellas bailaban hasta las tres de la mañana, cuando ya todas las zapatillas tenían sus suelas llenas de huecos, y se veían forzadas a regresar. Los príncipes las acompañaron remando en sus botes, pero esta vez el soldado se montó en el bote de la mayor. Cuando atravesaron el lago, ellos las ayudaron a bajar de los botes y prometieron regresar a la noche siguiente. 
El soldado se adelantó a todas ellas y subió de prisa las gradas y se acostó en su cama. Cuando las princesas llegaron despaciosa y silenciosamente, lo observaron aparentemente bien dormido, y roncaba tan fuerte que se dijeron:
-"En cuanto a él concierne, podemos estar tranquilas."-
Ellas se cambiaron sus trajes por su ropa de dormir, pusieron sus zapatillas desgastadas bajo las camas, y se acostaron a dormir. Al día siguiente el soldado decidió no hablar aún, pero sí a vigilarlas de nuevo, y sin que lo vieran, las acompañó. Y todo sucedió como la noche anterior, y bailaban hasta que sus zapatillas quedaban desgastadas. Pero a la tercera noche el se guardó una copa como testimonio.
Cuando llegó el momento de dar su informe, él tomó las tres ramas y la copa, y fue donde el rey. Las doce doncellas permanecieron detrás de la puerta para escuchar lo que él diría. El rey preguntó:
-"¿En dónde has estado mis hijas desgastando sus zapatillas bailando?"-
El soldado contestó:
-"En un castillo bajo la tierra, con doce príncipes."-, y relató cómo sucedió todo, y cómo trajo las muestras de testimonio. 

El rey llamó a su presencia a las princesas y les preguntó si el soldado había dicho la verdad. Al ver ellas las pruebas contundentes, y que cualquier falsedad no tendría cabida, se vieron obligadas a confesarlo todo. Entonces el rey le preguntó al soldado cuál preferiría por esposa, él contestó:
-"Ya no soy tan joven, así que escojo a la mayor."-
Y ese mismo día se celebró la boda, y se formalizó la promesa de dejarle el reino a su fallecimiento. A solicitud del soldado, el rey liberó de su condena a los que con anterioridad habían intentado descubrir el misterio pero que fallaron. 


Enseñanza:

Teniendo precaución y con las herramientas adecuadas, las tareas se pueden realizar exitosamente.

viernes, 19 de junio de 2015

La Zorra y el Caballo

La Zorra y el Caballo 


Un hacendado tenía un fiel caballo que había envejecido, y como no podía ya hacer el trabajo, no le daba nada para comer y le dijo:
-"Ciertamente que ya no haré más uso de ti, pero siempre te tengo cariño. Si tú me demuestras suficiente fortaleza como para traerme un león, te mantendré por el resto de tus días, pero por ahora, sal del establo."-
Y terminando de decirlo, lo echó al campo abierto. El caballo quedó triste, y se metió al bosque buscando protegerse un poco del clima. Entonces lo encontró una zorra y le dijo:
-"¿Por qué estás tan cabizbajo, y andas tan solitario?"-
-"¡Caray!"- replicó el caballo, -"la avaricia y la fidelidad no conviven bien en la misma casa. Mi amo ha olvidado todos los servicios que le brindé por tantos años, y como ahora ya no puedo arar tan bien, no me dará más comida, y me ha sacado del establo."-
-"¿Y no te ha dado ninguna otra oportunidad?"- preguntó la zorra.
-"Sí, pero una muy mala oportunidad. Dijo él, que si yo tenía suficiente fuerza como para llevarle a él un león, él me mantendría, pero él sabe muy bien que yo no puedo hacer eso."-
Y le contestó la zorra:
-"Yo te ayudaré, solamente tírate al suelo, estírate como si estuvieras muerto, y no te muevas para nada"-


El caballo obedeció las instrucciones, y la zorra fue donde el león, quien tenía su cueva no muy lejos de ahí, y le dijo:
-"Hay un caballo muerto en el suelo por aquí cerca, ven conmigo y tendrás una rica cena."-
El león la siguió, y cuando llegaron donde estaba el caballo, le dijo la zorra:
-"La verdad es que este sitio no es nada confortable para tí, lo mejor será que yo amarre su cola a la tuya, y así lo arrastras hasta tu cueva donde lo devoras cómodamente en paz."-
La sugerencia le pareció muy buena al león y se sentó en el suelo junto a la cola del caballo, y para que la zorra pudiera atar ambas colas rápidamente, se quedó muy quietecito. Pero la zorra retorció y ató las colas tan bien y tan fuertemente que ninguna fuerza las desataría. Una vez que terminó el trabajo, ella palmeó al caballo en el hombro y le dijo suavemente:
-"¡Jala caballo, jala!"-
Dándole las gracias, se levantó el caballo como un resorte y arrastró al león tras de sí. El león comenzó a rugir tan fuerte que todos los pájaros volaron aterrorizados, pero el caballo no se amedrentó y lo dejó rugir, y así lo arrastró por todo el bosque hasta llegar a la casa del amo. Cuando el amo vio al león, tuvo una mejor opinión, y le dijo al caballo:
-"Te quedarás conmigo y la pasarás muy bien."-
Y en efecto, le dio abundante comida hasta el último de sus días.

Enseñanza:

Al adulto mayor, que ya no puede realizar las tareas de antaño, debe de respetársele y de llenársele sus necesidades, ya que el esfuerzo de toda su vida, directa e indirectamente, ha sido entregado a las siguientes generaciones, quienes ahora disfrutan de dicho esfuerzo.

jueves, 18 de junio de 2015

El Gato con Botas

El Gato con Botas   


Había una vez un molinero cuya única herencia para sus tres hijos eran su molino, su asno y su gato. Pronto se hizo la repartición sin necesitar de un clérigo ni de un abogado, pues ya habían consumido todo el pobre patrimonio. Al mayor le tocó el molino, al segundo el asno, y al menor el gato que quedaba.
El pobre joven amigo estaba bien inconforme por haber recibido tan poquito. 
-"Mis hermanos"- dijo él,-"pueden hacer una bonita vida juntando sus bienes, pero por mi parte, después de haberme comido al gato, y hacer unas sandalias con su piel, entonces no me quedará más que morir de hambre."-
El gato, que oyó todo eso, pero no lo tomaba así, le dijo en un tono firme y serio:
-"No te preocupes tanto, mi buen amo. Si me das un bolso, y me tienes un par de botas para mí, con las que yo pueda atravesar lodos y zarzales, entonces verás que no eres tan pobre conmigo como te lo imaginas."-
El amo del gato no le dio mucha posibilidad a lo que le decía. Sin embargo, a menudo lo había visto haciendo ingeniosos trucos para atrapar ratas y ratones, tal como colgarse por los talones, o escondiéndose dentro de los alimentos y fingiendo estar muerto. Así que tomó algo de esperanza de que él le podría ayudar a paliar su miserable situación.
Después de recibir lo solicitado, el gato se puso sus botas galantemente, y amarró el bolso alrededor de su cuello. Se dirigió a un lugar donde abundaban los conejos, puso en el bolso un poco de cereal y de verduras, y tomó los cordones de cierre con sus patas delanteras, y se tiró en el suelo como si estuviera muerto. Entonces esperó que algunos conejitos, de esos que aún no saben de los engaños del mundo, llegaran a mirar dentro del bolso. 
Apenas recién se había echado cuando obtuvo lo que quería. Un atolondrado e ingenuo conejo saltó a la bolsa, y el astuto gato, jaló inmediatamente los cordones cerrando la bolsa y capturando al conejo.
Orgulloso de su presa, fue al palacio del rey, y pidió hablar con su majestad. Él fue llevado arriba, a los apartamentos del rey, y haciendo una pequeña reverencia, le dijo:
-"Majestad, le traigo a usted un conejo enviado por mi noble señor, el Marqués de Carabás. (Porque ese era el título con el que el gato se complacía en darle a su amo)."-
-"Dile a tu amo"- dijo el rey, -"que se lo agradezco mucho, y que estoy muy complacido con su regalo."-
En otra ocasión fue a un campo de granos. De nuevo cargó de granos su bolso y lo mantuvo abierto hasta que un grupo de perdices ingresaron, jaló las cuerdas y las capturó. Se presentó con ellas al rey, como había hecho antes con el conejo y se las ofreció. El rey, de igual manera recibió las perdices con gran placer y le dio una propina. El gato continuó, de tiempo en tiempo, durante unos tres meses, llevándole presas a su majestad en nombre de su amo.
Un día, en que él supo con certeza que el rey recorrería la rivera del río con su hija, la más encantadora princesa del mundo, le dijo a su amo:
-"Si sigues mi consejo, tu fortuna está lista. Todo lo que debes hacer es ir al río a bañarte en el lugar que te enseñaré, y déjame el resto a mí."-



El Marqués de Carabás hizo lo que el gato le aconsejó, aunque sin saber por qué. Mientras él se estaba bañando pasó el rey por ahí, y el gato empezó a gritar:
-"¡Auxilio!¡Auxilio!¡Mi señor, el Marqués de Carabás se está ahogando!"-
Con todo ese ruido el rey asomó su oído fuera de la ventana del coche, y viendo que era el mismo gato que a menudo le traía tan buenas presas, ordenó a sus guardias correr inmediatamente a darle asistencia a su señor el Marqués de Carabás. Mientras los guardias sacaban al Marqués fuera del río, el gato se acercó al coche y le dijo al rey que, mientras su amo se bañaba, algunos rufianes llegaron y le robaron sus vestidos, a pesar de que gritó varias veces tan alto como pudo:
-"¡Ladrones!¡Ladrones!"-
En realidad, el astuto gato había escondido los vestidos bajo una gran piedra.
El rey inmediatamente ordenó a los oficiales de su ropero correr y traer uno de sus mejores vestidos para el Marqués de Carabás. El rey entonces lo recibió muy cortesmente. Y ya que los vestidos del rey le daban una apariencia muy atractiva (además de que era apuesto y bien proporcionado), la hija del rey tomó una secreta inclinación sentimental hacia él. El Marqués de Carabás sólo tuvo que dar dos o tres respetuosas y algo tiernas miradas a ella para que ésta se sintiera fuertemente enamorada de él. El rey le pidió que entrara al coche y los acompañara en su recorrido.
El gato, sumamente complacido del éxito que iba alcanzando su proyecto, corrió adelantándose. Reunió a algunos lugareños que estaban preparando un terreno y les dijo:
-"Mis buenos amigos, si ustedes no le dicen al rey que los terrenos que ustedes están trabajando pertenecen al Marqués de Carabás, los harán en picadillo de carne."-
Cuando pasó el rey, éste no tardó en preguntar a los trabajadores de quién eran esos terrenos que estaban limpiando.
-"Son de mi señor, el Marqués de Carabás."- contestaron todos a la vez, pues las amenazas del gato los habían amedrentado.
-"Puede ver señor"- dijo el Marqués, -"estos son terrenos que nunca fallan en dar una excelente cosecha cada año."-
El hábil gato, siempre corriendo adelante del coche, reunió a algunos segadores y les dijo:
-"Mis buenos amigos, si ustedes no le dicen al rey que todos estos granos pertenecen al Marqués de Carabás, los harán en picadillo de carne."-
El rey, que pasó momentos después, les preguntó a quien pertenecían los granos que estaban segando.
-"Pertenecen a mi señor, el Marqués de Carabás."- replicaron los segadores, lo que complació al rey y al marqués. El rey lo felicitó por tan buena cosecha. El fiel gato siguió corriendo adelante y decía lo mismo a todos los que encontraba y reunía. El rey estaba asombrado de las extensas propiedades del señor Marqués de Carabás.
Por fin el astuto gato llegó a un majestuoso castillo, cuyo dueño y señor era un ogro, el más rico que se hubiera conocido entonces. Todas las tierras por las que había pasado el rey anteriormente, pertenecían en realidad a este castillo. El gato que con anterioridad se había preparado en saber quien era ese ogro y lo que podía hacer, pidió hablar con él, diciendo que era imposible pasar tan cerca de su castillo y no tener el honor de darle sus respetos.
El ogro lo recibió tan cortesmente como podría hacerlo un ogro, y lo invitó a sentarse.
-"Yo he oído"- dijo el gato, -"que eres capaz de cambiarte a la forma de cualquier creatura en la que pienses. Que tú puedes, por ejemplo, convertirte en león, elefante, u otro similar."-
-"Es cierto"- contestó el ogro muy contento, -"Y para que te convenzas, me haré un león."-
El gato se aterrorizó tanto por ver al león tan cerca de él, que saltó hasta el techo, lo que lo puso en más dificultad pues las botas no le ayudaban para caminar sobre el tejado. Sin embargo, el ogro volvió a su forma natural, y el gato bajó, diciéndole que ciertamente estuvo muy asustado.
-"También he oído"- dijo el gato, -"que también te puedes transformar en los animales más pequeñitos, como una rata o un ratón. Pero eso me cuesta creerlo. Debo admitirte que yo pienso que realmente eso es imposible."-
-"¿Imposible?"- gritó el ogro, -"¡Ya lo verás!"-
Inmediatamente se transformó en un pequeño ratón y comenzó a correr por el piso. En cuanto el gato vio aquello, lo atrapó y se lo tragó.
Mientras tanto llegó el rey, y al pasar vio el hermoso castillo y decidió entrar en él. El gato, que oyó el ruido del coche acercándose y pasando el puente, corrió y le dijo al rey:
-"Su majestad es bienvenida a este castillo de mi señor el Marqués de Carabás."-
-"¿Qué? ¡Mi señor Marqués!" exclamó el rey, -"¿Y este castillo también te pertenece? No he conocido nada más fino que esta corte y todos los edificios y propiedades que lo rodean. Entremos, si no te importa."-
El marqués brindó su mano a la princesa para ayudarle a bajar, y siguieron al rey, quien iba adelante. Ingresaron a una espaciosa sala, donde estaba lista una magnífica fiesta, que el ogro había preparado para sus amistades, que llegaban exactamente ese mismo día, pero no se atrevían a entrar al saber que el rey estaba allí.
Su majestad estaba perfectamente encantado con las buenísimas cualidades de mi señor el Marqués de Carabás, y observando que su hija se había enamorado violentamente de él, y después de haber visto sus grandes posesiones, y además de haber bebido ya cinco o seis vasos de vino, le dijo:
-"Será solamente tu culpa, mi señor Marqués de Carabás, si no llegas a ser mi yerno."-

El marqués, haciendo varias pequeñas reverencia, aceptó el honor que Su Majestad le estaba confiriendo, y enseguida, ese mismo día se casó con la princesa.
El gato llegó a ser un gran señor, y ya no tuvo que correr tras los ratones, excepto para entretenerse.

Enseñanza:

Recibir una valiosa herencia puede ser de alguna ayuda, pero aún más valiosos son la inteligencia y el ingenio que no se heredan de nadie.

martes, 16 de junio de 2015

La Abeja Reina

La Abeja Reina 


Dos hijos de un rey salieron una vez en busca de aventuras, y cayeron en un modo de vida tan salvaje y desordenado, que nunca regresaron a su hogar. El más joven, llamado Simpletón, salió en busca de sus hermanos, pero cuando al fin los halló, ellos se burlaron de él,  por haber pensado  Simpletón, que con su simplicidad, podría rodar por el ancho mundo, cuando ellos, que eran mucho más listos, no pudieron encontrar un buen camino.
Sin embargo viajaron los tres juntos, y llegaron a un gran nido de hormigas. El mayor quería destruirlo para ver a las pequeñas hormigas corriendo desesperadas por el terror, trasladando sus huevos a donde pudieran, pero Simpletón le dijo:
-"Deja a las creaturas en paz. No permitiré que las molestes."-
Siguieron adelante hasta un lago, donde nadaban un gran número de patos. Los dos hermanos mayores querían capturar a un par y asarlos. Pero Simpletón no lo permitiría y dijo:
-"Dejen a las creaturas en paz, no dejaré que los maten."-
Luego ellos llegaron a donde había un panal de abejas, el cual tenía tanta miel que del tronco donde estaba, chorreaba un grueso hilo de miel. Los dos mayores querían hacer un fuego debajo del tronco para sofocar a las abejas y cogerles su miel, pero Simpletón de nuevo los detuvo y les dijo:
-"Dejen a las creaturas en paz, no dejaré que las quemen."- 
Por fin los tres hermanos llegaron a un castillo en cuyos establos había caballos de piedra, y no se veía un solo ser humano. Y recorrieron todos los salones, hasta que casi al final llegaron a un salón con una puerta con tres cerraduras. Sin embargo, en medio de la puerta había una rendija, por medio de la cual podían ver hacia adentro.
Allí vieron a un pequeño hombre gris sentado junto a una mesa. Ellos lo llamaron, una y dos veces, pero él no oía. A la tercera vez, él se levantó, quitó las cerraduras y salió. No dijo nada, pero sin embargo, los condujo a una mesa muy bien servida con alimentos. Después de que ellos comieron y bebieron a satisfacción, el pequeño hombre llevó a cada uno a una habitación donde durmieron esa noche. 
A la mañana siguiente, el pequeño hombre gris se acercó al mayor, y por medio de señas lo llevó hasta una mesa de piedra donde estaban escritas tres tareas, mediante las cuales, si se realizaban, el castillo quedaría libre y desencantado.
La primera era que en el bosque, debajo del musgo, estaban regadas las perlas de la princesa, mil perlas en total, que deberían ser recogidas, y que si a la puesta del sol faltaba una sola perla, aquél que las estuvo buscando, se haría de piedra.
                                                                 


El mayor se dirigió allá, y buscó durante todo el día, pero al caer el sol, solamente había encontrado cien, y lo que se decía en la mesa sucedió, y él fue convertido en piedra.
Al otro día, el segundo tomó la misión, pero sin embargo, no tuvo mayor suerte que su hermano, pues no encontró mas que doscientas perlas, y también se hizo de piedra.
Al siguiente día le tocó el turno a Simpletón, quien también buscó en el musgo. Pero era tan difícil encontrar las perlas, y se avanzaba tan despacio, que se sentó sobre una piedra a llorar. Y mientras eso sucedía, la reina de la hormigas, cuyo nido una vez él salvó, vino con cinco mil hormigas, y sin mucho tardar, las pequeñas creaturas habían juntado las mil perlas, y se las entregaron en un montón.
La segunda tarea era, sacar del fondo del lago la llave del dormitorio de la hija del rey. Cuando Simpletón llegó al lago, los patos que él había salvado, se sumergieron y salieron nadando hacia él, llevándole la llave solicitada.
Pero la tercera tarea era la más dificultosa. Entre las tres dormidas hijas del rey, debía de encontrarse a la menor de ellas. Sin embargo, las tres eran físicamente idénticas, y solamente podían reconocerse por los dulces que habían probado antes de caer dormidas. La mayor probó un pedacito de azúcar, la segunda un sirope, y la menor una cucharada de miel. Entonces llegó la reina de las abejas del panal del tronco que Simpletón había defendido de ser quemado, y ella probó los labios de las tres, y se quedó parada en la boca de la que había probado la miel. Así Simpletón pudo reconocer a la princesa correcta. 

Y con eso terminó el encantamiento, y todos los que estaban dormidos despertaron y los convertidos en piedra volvieron a su contextura normal. Simpletón se casó con la menor de las princesas, y al faltar su padre el rey, él quedó en el trono, y sus hermanos se formalizaron comportándose correctamente en adelante,  y se casaron con las otras dos hermanas.

Enseñanza:

En esta creación divina, toda criatura, pequeña o grande, tiene su santa misión y debe respetársele.

lunes, 15 de junio de 2015

Piel de Oso

Piel de Oso  


Durante una guerra, hubo una vez un joven que se enlistó como soldado,  y se comportaba muy valientemente, y siempre estaba en el frente a la hora de afrontar las balas. Mientras duró la guerra, todo iba bien, pero cuando llegó la paz, recibió su baja y el capitán le dijo que podría ir donde quisiera con su carabina. Sus padres habían muerto, y ya no tenía un hogar, así que fue donde sus hermanos y les pidió que lo aceptaran hasta que hubiera otra campaña militar. Los hermanos, sin embargo, eran de duro corazón y le dijeron:
-"¿Qué podríamos hacer contigo?, no nos servirías de nada. Vete y has tu propia vida."-
El soldado no tenía nada excepto su carabina. Se la echó al hombro y se lanzó al ancho mundo. Llegó a un páramo donde no había nada más que ver que un círculo de árboles, y se sentó muy triste debajo de ellos, pensando sobre su destino.
-"No tengo dinero"- pensó, -"no he aprendido nada, excepto sobre los combates, y ahora que se hizo la paz, ya nadie me quiere ni me necesita, así que estoy viendo que voy a pasar  hambres."-
De pronto escuchó el crujir de ramas, y cuando miró alrededor, un extraño hombre estaba parado junto a él, quien usaba un abrigo verde y tenía la mirada fija, pero también tenía un pie horriblemente partido en dos partes.
-"Ya yo sé de qué estás necesitado"- dijo el hombre, -"oro y posesiones tendrás, tantas como quieras proponerte, pero primero debo saber si no tienes miedo, para que yo no invierta inútilmente mis riquezas."-
-"Un soldado y el miedo, ¿cómo pueden esas dos cosas estar juntas?"- contestó él, -"puedes ponerme a prueba."-
-"Muy bien"- contestó el hombre, -"mira detrás de ti."-
El soldado dio media vuelta y vio a un enorme oso, que venía gruñendo hacia él.
-"¡Ajá!"- gritó el soldado, -"voy a hacerte cosquillas en la nariz, de modo que pronto perderás tu gusto por estar gruñendo."- 
Y apuntó hacia el oso disparándole al hocico. Éste cayó y nunca más se levantó.
-"Ya veo muy bien"- dijo el extraño, -"que no te falta el coraje, pero aún hay otra condición que debes de cumplir."-
-"Si eso no pone en peligro mi salvación."- replicó el soldado, que ya veía muy bien que era el Diablo el que se encontraba a su lado -"De lo contrario, no tengo nada que tratar."-
-"Míralo y decídelo tú mismo"- contesto el del abrigo verde, -"tú deberás por los próximos siete años, no lavarte, no peinar tu barba ni tu cabello, no cortarte las uñas, ni decir un padrenuestro. Te daré un abrigo y una capa, que deberás usar todo ese tiempo. Si murieras dentro de esos siete años, tú serás mío. Si permaneces vivo, quedarás libre, e inmensamente rico por el resto de tus días."-
El soldado meditó sobre la extrema posición en que se encontraba ahora, y como a menudo había afrontado la muerte, resolvió correr el riesgo de nuevo y aceptó los términos. El Diablo se quitó el abrigo verde, se lo dio al soldado y dijo:
-"Si tienes este abrigo sobre tu espalda y metes tu mano en el bolsillo, siempre lo encontrarás lleno de dinero."-
Entonces le quitó la piel al oso y dijo:
-"Esta piel será tu capa, y tu cama también, pues encima de ella deberás dormir, y no debes ir a ninguna otra cama, y debido a toda esta indumentaria, serás llamado "Piel de Oso."-
Después de eso, el Diablo se desvaneció. El soldado se puso el abrigo, y de una vez buscó en el bolsillo, y encontró que lo dicho era cierto. Entonces se puso la piel de oso y siguió adelante por el mundo, y se regocijaba, no faltándole nada que fuera bueno para él y malo para su bolsillo. 
Durante el primer año su apariencia fue aceptable, pero al segundo empezó a parecerse a un monstruo. Su cabello tapaba toda su cara, su barba era como un pedazo de fieltro grueso, sus dedos tenían uñas como garras, y toda su cara estaba con tal suciedad, que si una semilla cayera allí, con seguridad nacería. Quien quiera que lo veía, salía corriendo, pero como en todo lado daba dinero a los pobres para que rezaran por él para que no muriera durante esos siete años, y además pagaba bien por todo, siempre consiguió refugio.
Al cuarto año llegó a una posada donde el posadero no lo recibía, y ni siquiera quería  que fuera al establo, pues tenía temor de que asustara a los caballos. Pero Piel de Oso metió su mano en el bolsillo y sacó un puñado de monedas, y el dueño de dejó persuadir a sí mismo y le dio un cuarto en una casa externa. Sin embargo, Piel de Oso fue obligado a prometer que no se dejaría ver, para que la posada no cogiera mal renombre.
 Estaba Piel de Oso sentado solo al atardecer, y deseando desde el fondo de su corazón que pronto terminaran los siete años, oyó un fuerte lamento desde una habitación contigua. Él tenía un corazón muy compasivo, así que abrió la puerta y vio a un hombre mayor  llorando amargamente y apretándose las manos. Piel de Oso se le acercó, pero el hombre saltó sobre sus pies y trató de escapar de él. Al fin, cuando el anciano percibió que la voz de Piel de Oso era humana permitió que le hablara, y por medio de palabras amables Piel de Oso logró convencerlo de que le revelara la causa de su angustia. 
                        

Sus ingresos habían disminuido gradualmente, y él y sus hijas pasaban hambres, y estaba tan pobre que tampoco tenía con qué pagar al dueño de la posada y lo iban a poner en prisión.
-"Si ese es tu único problema"- dijo Piel de Oso, -"yo tengo suficiente dinero."-
Él le pidió al posadero que viniera donde ellos, le pagó la cuenta del señor y además puso una bolsa llena de monedas dentro de los bolsillos del hombre.
Cuando el señor se vio a sí mismo libre de todos sus problemas, no sabía cómo agradecer el gesto.
-"Ven conmigo"- le dijo a Piel de Oso, -"mis hijas son todas buenas muchachas. Escoge una de ellas para ser tu esposa. Cuando ellas oigan lo que has hecho por mí, no te rechazarán. Tú en verdad luces un poco extraño, pero ellas pronto te aceptarán correctamente."-
Eso le complació a Piel de Oso, y se fue con él. Cuando la mayor de las hijas lo vio, se alarmó tan terriblemente ante su cara, que gritó y salió corriendo espantada. La segunda hija se quedó y lo miró de pies a cabeza, y dijo:
-"¿Cómo voy a aceptar un esposo que ya no tiene una forma humana? Me gustaba más el oso afeitado que vi una vez por aquí, y que parecía un hombre con sus guantes blancos y uniforme de soldado. Si no fuera por lo feo, seguro que podría acostumbrarme."-
La menor de ellas, sin embargo, dijo:
-"Querido padre, tiene que ser un buen hombre para que sin conocerte te haya ayudado a salir de problemas, y si le prometiste una esposa por lo que hizo, tu promesa debe ser cumplida. Yo no tengo inconveniente en aceptarlo."-
Fue una bendición que el rostro de Piel de Oso estuviera tapado con la suciedad y el largo cabello, pues si no, todos hubieran visto cuan contento se sentía de oír aquellas palabras. Él se quitó un anillo de su dedo, lo quebró en dos partes, y le dio a la joven una mitad, y se dejó la otra para él. Escribió su nombre en la mitad de ella, y el nombre de ella en su mitad, y le rogó que guardara su mitad cuidadosamente. Entonces se alistó para salir y le dijo:
-"Debo de retirarme por tres años, y si para entonces no he regresado, quedarás libre de compromiso, pues seguramente habré muerto. Pero reza a Dios para que me conserve la vida."-
La pobre prometida novia se vistió toda de negro, y cuando pensaba sobre su futuro esposo, sus ojos se llenaban de lágrimas. Y ninguna otra cosa más que desprecio y mofa le llegaba de sus hermanas mayores.
-"Ten cuidado"- decía la mayor, -"si le das la mano, te clavará las uñas."-
-"Ponte viva"- decía la segunda, -"A los osos les gusta la miel, y si eres dulce con él, te comerá entera."-
-"Debes hacer todo como a él le gusta"- dijo de nuevo la mayor, -"o si no te gruñirá."-
-"Pero la boda será muy divertida"- continuó la segunda, -"los osos bailan muy bien."-
La joven prometida permaneció en silencio y no se dejó molestar por ellas. Piel de Oso, sin embargo, viajó por el mundo de un lugar a otro, hizo el bien lo más que pudo, y dio generosa ayuda a los pobres pidiéndoles que rezaran por él.
 Por fin, cuando terminó el último día de los siete años, Piel de Oso fue una vez más al páramo y se sentó bajo el círculo de árboles. No pasó mucho rato cuando el viento sopló, y el Diablo se paró junto a él, y lo miró disgustadamente, y definitivamente que estaba muy molesto. Entonces le tiró a Piel de Oso su vieja ropa de soldado, y le pidió que le devolviera su abrigo verde. 
-"No hemos terminado aún"- contestó Piel de Oso, -"primero debes dejarme limpio."-
Le gustara o no al Diablo, se vio obligado a traer agua y lavar a Piel de Oso, peinarlo, y cortarle las uñas. Después de todo eso, ya se veía como un bravo soldado, y mucho más apuesto que como nunca había estado antes.
 Cuando ya el Diablo partió, Piel de Oso sintió su corazón aliviado. Fue a la ciudad, se puso un magnífico abrigo de terciopelo, se montó en un carruaje tirado por cuatro caballos blancos, y se dirigió a la casa de la prometida. Nadie lo reconocía. El padre lo tomó como un distinguido general, y lo llevó a la habitación donde se encontraban sus hijas.
A Piel de Oso no le quedó más que sentarse entre las dos hermanas mayores quienes le trajeron vino, y le dieron las mejores piezas de carne, y pensaron que en todo el mundo nunca encontrarían un hombre más apuesto.
La prometida estaba sentada al lado contrario con su vestido negro, y nunca levantó sus ojos ni pronunció palabra alguna. Cuando por fin él preguntó al padre si daría a alguna de sus hijas en matrimonio, las dos mayores saltaron y corrieron a sus cuartos a ponerse espléndidos vestidos, pues cada una de ellas fantaseaba de que sería la elegida. El extraño, en cuanto quedó solo con su prometida, sacó su mitad del anillo y lo puso en el fondo de un vaso de vino que se lo pasó a través de la mesa a la joven. Ella bebió el vino, y cuando lo hubo terminado, encontró la mitad del anillo descansando en el fondo del vaso, y su corazón se aceleró.
Ella tomó su otra mitad, que usaba en una cinta alrededor de su garganta, junto a ambas mitades, y vio que calzaban exactamente juntos. Entonces él dijo:

-"Soy tu novio prometido, que conociste como Piel de Oso, pero por la gracia de Dios he recibido de nuevo mi presencia humana, y una vez más volví a estar limpio."-
Él se le acercó, la abrazó y la besó. Mientras tanto las dos hermanas regresaron todas muy bien vestidas, y cuando vieron que el apuesto hombre estaba junto a la más joven, y oyeron que él era Piel de Oso, se retiraron rápidamente llenas de rabia y dolor. Pero el tiempo les sanaría las heridas y aceptaron el buen discurrir de los acontecimientos, deseando para los nuevos esposos mucha felicidad para el resto de sus días.

Enseñanza:

En momentos de prueba, la fe y la perseverancia conducen a un final feliz.

sábado, 13 de junio de 2015

“El diablo inglés” UN CUENTO DE MARIA ELENA WALSH

UN CUENTO DE MARIA ELENA WALSH 

“El diablo inglés”


Había una vez un muchacho que se llamaba Tomás. Era aprendiz de payador y solía vagabundear por la orilla del Río de la Plata, con su guitarra a cuestas.
Una vez lo sorprendió la noche cerca de la desolada playa de los Quilmes y, como era pleno invierno, decidió encender un fueguito para entrar en calor. Mientras lo avivaba se puso a cantar, como era su costumbre:

...Por el aire viene el ave, por el río viene el pez, y yo vengo por el tiempo a cantarle a no sé quién, en una noche cualquiera de 1806...

De pronto, allí, detrás de las llamas o quizás entre las mismas llamas, apareció alguien... un fantasma... un personaje todo rojo, con ojos clarísimos y chispeantes.
–¡Añangapitanga! –dijo Tomás, seguro de haber visto al diablo colorado del que tanto oyera hablar cuando era chico.
Muchas veces había escuchado la leyenda que aseguraba que los diablos nacían del fuego y por eso tenían el color del hierro candente.
Sin pensarlo dos veces montó en su alazán y salió despavorido, disparando como flecha. Golpeó a la puerta de un miserable rancho.
–¿Qué te trae por aquí a estas horas? –preguntó Ña Manuela, la hechicera–. ¿Y por qué abres tamaños ojos?
–He visto al diablo en persona, Ña Manuela.
–¿Seguro?
–Seguro, como la estoy viendo a usted.
–¿Le pediste las tres cosas?
–No, no... Tiene que ayudarme, Ña Manuela. Me asusté tanto que salí corriendo y me dejé la guitarra allá, en la orilla.
–Seguro que el diablo la toca y te la embruja –comentó Ña Manuela tranquilamente mientras pitaba su cigarro de chala.
–Por eso mismo vine a verla. Para que usted me acompañe a buscar la guitarra y la desembruje.
–Si es cierto que Mandinga anda por ahí –dijo Ña Manuela– le pediré las tres cosas.
–¿Qué tres cosas, Ña Manuela?
–Todo el mundo, cuando se encuentra con el diablo, le pide tres cosas.
–Pues yo quiero una sola: mi guitarra.
–Andando –dijo Ña Manuela, tirándose un poncho rotoso sobre los hombros.
Y allá se fue Tomás con la hechicera en ancas, en busca de la guitarra y del diablo colorado.
En la playa seguía ardiendo la fogata, pero ni rastros quedaban del diablo.
–Has estado viendo visiones –dijo Ña Manuela.
–No; mire, mire la prueba: se ha llevado la guitarra.
–La guitarra se la habrá lleva’o algún cuatrero.
–No viene nadie por aquí a estas horas: seguro que fue él.
–No te creo nada –dijo Ña Manuela.
–Pero es cierto: aquí mismo estaba, mirándome con unos ojos como diamantes...
–Bah; siempre fuiste mentiroso...
Y tanto discutir, no repararon en el diablo que asomaba otra vez entre las llamas.
–Allí está –dijo Tomás, y le pareció que el diablo sonreía.
Ña Manuela se armó de coraje y le dijo:
–Yo te conjuro y te hablo,
contestame si sos diablo.
Y si te quedás callado,
es seña que sos cristiano.
Y el diablo le contestó:
–Good evening.
¡Habló! –dijo Ña Manuela–. Señal de que es diablo nomás.
¿Y qué dijo?
–No sé. No oí bien.
–Pídale mi guitarra.
–Primero le pediré mis tres cosas.
Tomás, impaciente, sacó su cuchillo y se encaró con el diablo valientemente:
–¡Dame mi guitarra, sotreta!
–¿Guitar...? –preguntó el diablo a su vez.
–¡Mi guitarra, diablo maldito! Devuélvemela antes de que apague el fuego y te haga desaparecer.
–¡Oh, yes! ¡Oh, yes! –contestó el diablo, asustado del cuchillo que brillaba ante su nariz.
Se alejó un poco y volvió con la guitarra, que había escondido en unos matorrales.
–Seguro que te la devuelve embrujada –dijo Ña Manuela.
Tomás la templó y, claro, la guitarra sonaba embrujada. El diablo esperaba ansioso que Tomás la afinara, porque al parecer tenía ganas de oírlo cantar.
–¡Oh, please, play, please, sing! –dijo el diablo.
–¿Qué ha dicho? –le preguntó Tomás a la bruja.
–Ha dicho pliplisín –contestó Ña Manuela.
–¿Y eso qué quiere decir?
–Palabras de diablo nomás.
(Entonces se escuchó un clarín, lejos.)
Cuando el diablo oyó el clarín, desapareció. Tomás y la hechicera, entretenidos en su discusión, no lo vieron salir. Supusieron que el diablo se había desvanecido junto con las últimas llamitas de la fogata mortecina, atorada por la llovizna.
–Diablo que del fuego vino, se marcha con la ceniza –sentenció Ña Manuela.
–No lo creo –dijo Tomás–. Seguro que se ha escapado entre los pajonales. Voy a buscarlo y encontrarlo para que me desembruje la guitarra.
–Deja que te la desembrujo yo por unos pocos reales...
Tomás se fue tras el diablo. Caminó un trecho y desde una loma vio amanecer sobre el río. Creyendo soñar, divisó un montón de barcos en fila, a lo lejos, apenas dibujados en la bruma. Después vio en la orilla una larga hilera de diablos colorados. Ya no era uno, sino cien, quizás mil, quizás más...
(Y escuchó una marcha con gaitas y tambores.)
Tomás se santiguó, espantado de ver tantos diablos colorados juntos, que habían venido por el agua y no por el fuego. Corrió a comentar la cosa con otros paisanos que miraban tranquilos la diablería. Cuando supo que los diablos de chaqueta colorada y ojos como diamantes no eran sino soldados ingleses, acarició la guitarra con alivio. Pero, aunque ya no había peligro de que estuviera embrujada, se fue a la ciudad a cambiarla por un fusil.

(En 1806, soldados ingleses se apoderaron de la que hoy es la ciudad de Buenos Aires, por entonces colonia española. Un ejército improvisado los expulsó, ayudado por gentes del pueblo como Tomás, el joven cantor de este cuento.)




El Campesino y el Diablo

El Campesino y el Diablo


Había una vez un muy afamado y astuto campesino, cuyos trucos eran muy comentados. La mejor historia es, sin embargo, cómo negoció con el Diablo e hizo que éste quedara como un tonto.
Estaba un día el campesino trabajando en su terreno, y como la penumbra ya caía, se alistaba para regresar a su casa, cuando de pronto vio un montón de carbones encendidos en medio del campo, y cuando se acercó, lleno de asombro vio a un pequeño diablillo sentado sobre los carbones encendidos.
-"¡De veras que estás sentado sobre un gran tesoro!"- dijo el campesino.
-"Sí, es cierto"- contestó el Diablo, -"!sobre un tesoro que contiene más oro y plata que lo que jamás verás en tu vida!"-
-"El tesoro está en mi propiedad y me pertenece."- replicó el campesino.
-"Y seguirá siendo tuyo"- contestó el Diablo, -"si por dos años consecutivos me das la mitad de lo que el campo produce, porque tengo un gran antojo de los productos de la tierra."-
El campesino aceptó el trato, y le dijo:
-"Eso sí, sin embargo, para que no haya discusiones sobre la repartición, todo lo que se produzca sobre la tierra será tuyo, y todo lo que se produzca bajo la tierra, será mío."-
El Diablo quedó satisfecho con eso, y el campesino sembró nabos.
                             
        

Cuando llegó el tiempo de la recolecta, el Diablo se presentó a tomar su parte de la producción, pero no encontró mas que amarillentas y marchitas hojas, mientras que el campesino, lleno de satisfacción, escarbaba y guardaba sus nabos.
 -"Por esta vez has obtenido lo mejor de la cosecha"- dijo el Diablo, -"pero no será así la próxima vez. Lo que se produzca sobre la tierra será tuyo, y lo se que produzca bajo tierra, será mío."-
-"Estoy de acuerdo."- dijo el campesino.

Cuando llegó el tiempo de la siembra, no sembró de nuevo nabos, sino trigo. El trigo nació, creció y los granos maduraron y el campesino recogió todas las espigas que había en el campo.
Al llegar el Diablo, no encontró nada sino únicamente los rastrojos, y furibundo se lanzó dentro de una hendidura en las rocas.
-"Esa es la forma de engañar al Diablo."- dijo el campesino, y se fue a su casa llevándose todo su tesoro.
Enseñanza:

Planificar con el adecuado conocimiento, definitivamente lleva al éxito.