lunes, 18 de mayo de 2015

Los Siete Cuervos

Los Siete Cuervos


Había una vez un hombre que tenía siete hijos, y no tenía ninguna hija, aunque deseaba tener una. A los días su esposa le dio la noticia de la próxima llegada de un nuevo hijo. Y sucedió que por fin fue una niña. La dicha fue inmensa, pero la niña era pequeña y enfermiza, y tuvieron que bautizarla privadamente por motivo de su debilidad. El padre envió a uno de sus muchachos con una jarra a que fuera de prisa al pozo para que trajera agua para el bautizo. Los otros seis lo acompañaron, y como cada uno quería ser el primero en llenarla, discutiendo se les cayó la jarra en el pozo.  
Se quedaron paralizados, y no sabían que hacer, y ninguno quería volver a la casa. Como ellos no retornaban, el padre se impacientó y dijo:
-"¡De seguro se quedaron jugando y olvidaron su deber, esos irresponsables muchachos!"-
Él se atemorizó tanto de que la niña muriera sin ser bautizada, que en su angustia gritó:
-"¡Desearía que todos esos muchachos se convirtieran en cuervos!"- 
No había terminado de pronunciar esas palabras cuando escuchó un escandaloso ruido de alas en el aire sobre su cabeza, miró hacia arriba y vio a siete negros cuervos alejándose. Los padres no podían creer aquello, y muy tristes con la pérdida de sus siete hijos, se consolaban con la existencia de su pequeña hija, que pronto se restableció y fue creciendo sana y bondadosa.  
Por un largo tiempo, ella no supo que tenía hermanos, pues sus padres se cuidaban de no mencionarlo en su presencia. Pero un día, accidentalmente escuchó a otra gente hablando de ella:
-"Que la  muchacha era ciertamente encantadora, pero que en realidad era la culpable de la mala fortuna que habían tenido sus siete hermanos."-  
Entonces ella se sintió acongojada, y fue donde sus padres y preguntó si era cierto que ella tenía hermanos, y que qué había sido de ellos. Los padres no pudieron ocultar más el secreto, pero que lo que les había sucedido a sus hermanos fue la voluntad del cielo, y que su nacimiento solamente fue una causa inocente de aquello.
Pero la joven tomó todo eso a pecho diariamente, y pensó que tenía que salvar a sus hermanos. Ella no tenía descanso ni paz hasta que secretamente se fue, y salió hacia el ancho mundo para encontrar la pista de sus hermanos y liberarlos, le costara lo que fuera. No llevaba nada con ella, a excepción de un pequeño anillo de sus padres como amuleto, un bollo de pan contra el hambre, una pequeña botella de agua contra la sed y una pequeña silla como provisión contra el cansancio.
Y ella avanzaba continuamente hacia adelante, lejos y más lejos, hacia el puro final del mundo. Y llegó hasta donde el sol, pero era muy caliente y terrible, y devoraba a los niños pequeños. Rápidamente ella corrió, y fue hacia la luna, pero era muy helada, y también horrible y maliciosa, y cuando la vio a ella, dijo: 
-"Me huele, me huele a carne humana."- 
Con eso ella escapó velozmente y llegó hasta las estrellas, que fueron amables y buenas con ella, y cada una de ellas estaba sentada en su propia sillita particular. Pero la estrella matutina se levantó, y le dio el hueso de una pata de pollo, y dijo:  
-"Si tú no tienes ese hueso, no podrás abrir la Montaña de Cristal, y es en esa montaña donde están tus hermanos."-
La joven tomó el hueso, lo envolvió cuidadosamente en una manta, y siguió adelante hasta llegar a la Montaña de Cristal. La puerta estaba cerrada, y pensó que debería sacar el hueso, pero cuando desenvolvió la manta, estaba vacía, y se dio cuenta de que había perdido el regalo de la buena estrella.
¿Qué debería hacer ahora? Ella deseaba rescatar a sus hermanos, y no tenía la llave de la Montaña de Cristal. La buena hermana tomó un cuchillo, cortó uno de sus pequeños dedos, lo puso en la puerta y exitosamente se abrió. En cuanto ella entró, un pequeño enano se le acercó, quien le dijo:



-"Mi muchachita, ¿que andas buscando?"- 
-"Busco a mis hermanos, los siete cuervos."- replicó ella.
El enano dijo:
-"Los señores cuervos no están en casa, pero si quieres esperar hasta que regresen, pasa adelante."-
Enseguida el pequeño enano trajo la comida de los cuervos, en siete platitos, y siete vasitos, y la pequeña hermana comió una pizca de cada plato, y un pequeñito sorbo de cada vaso, pero en el último vaso dejó caer el anillo que ella había cargado consigo.
De pronto ella oyó el aleteo de alas y un zumbido por el aire, y entonces el pequeño enano dijo:
-"Ahora los señores cuervos están llegando a casa."-  
Y ellos llegaron, y querían comer y beber, y buscaron sus pequeños platos y vasos. Entonces se dijeron unos a otros:
-"¿Quien habrá comido algo de mi plato? ¿Quien habrá bebido algo de mi vaso? Es la huella de una boca humana."-
Y cuando el séptimo llegó al fondo de su vaso, el anillo rodó contra su boca. Entonces lo miró, y vio que era el anillo que pertenecía a su padre y madre, y dijo:
-"Dios nos ha otorgado que nuestra hermana pueda estar aquí, y entonces quedaremos libres."-

Cuando la joven, que se había quedado observando detrás de la puerta, escuchó el deseo, avanzó hacia adelante, y en ese instante los cuervos retornaron a su forma humana de nuevo. Y se abrazaron y besaron, y regresaron felizmente a su casa.
Enseñanza:

Nunca debe de tomarse determinaciones, ni hacer amenazas, bajo un estado de enojo.

domingo, 17 de mayo de 2015

ANDALUCITA LEYENDA ARAUCANA

ANDALUCITA


LEYENDA ARAUCANA  
Una leyenda nos relata que los Araucanos, indígenas orgullosos y aguerridos, opusieron gran resistencia a la conquista española, negándose a ser esclavos y cuidando a la madre tierra de los invasores.
Las cruces típicas de la Andalucita, eran para estos indígenas, las almas de los guerreros muertos por los españoles, que dieron su vida por sus hermanos y su tierra.
Una leyenda popular nos cuenta que luego de un malón, un guerrero (TOQUI), capturó a una joven española.
La llevo a su toldería al sur de Concepción, la joven fue bien tratada, con el tiempo fue aprendiendo las costumbres de sus captores. De a poco fue naciendo entre ella y su captor, un amor real, profundo y sincero.
A los demás guerreros, y pobladores de la tribu no les gusto esta unión, se opusieron a ello.
Pese a todo siguieron juntos, pero luego de unos días, no regresó el joven guerrero.
Lo habían secuestrado, ocultándolo en una caverna hasta que decidiera abandonar a la a mujer blanca.
Una noche que volvían de un malón le dicen a la cautiva que su pareja había muerto junto a un lejano bosque, a orillas de un arroyo. Presa por el dolor y la desesperación, huyo de la toldería, busco durante horas a su amor, llorando y rezándole a DIOS por su amado. Milagrosamente, sus lágrimas se convirtieron en las gemas de los Araucanos, las cruces de piedra. La madre tierra se había apiadado de su dolor, uniéndose a ella recordando a sus hijos caídos en batalla contra los invasores...
Al ver este milagro de amor los demás Indios perdonaron a la cautiva, y con una MACHI (chamana araucana)
Juntaron las lágrimas, convertidas en piedras, Llenando una calabaza ritual.
Después de perdonar a los amantes, al sonar el CULTRUM, (tambor ritual) las gemas comenzaron a saltar dentro de la calabaza de la Chamana, ordenando la liberación del guerrero.
Finalmente les permitieron que vivan en paz.
En América esta gema es usada como amuleto, para protección, como gema par invocar a los elementales, por su símbolo natural e la cruz, (simboliza el conjuro de las 5 fuerzas del cosmos), es una gema que transmite mucha energía, es utilizada como amuleto para lograr el éxito, en causas imposibles y para recuperar afectos sinceros. También es llamada Andalucita en honor a la provincia española donde es muy abundante, y también es buscada como gema para amuletos y protección




Cenicienta

Cenicienta


La esposa de un rico hombre cayó enferma, y sintiendo que ya estaba en sus últimos días, llamó a su única hija a su lado y le dijo:
-"Mi querida hija, se siempre buena y piadosa, y así el buen Dios te protegerá todos los días, y yo también velaré por ti desde el cielo y estaré cerca de ti."-
Momentos después la buena señora cerró sus ojos y partió al reino de Dios. Todos los días la joven visitaba la tumba de su madre, y lloraba, y se comportaba buena y piadosa. Cuando llegó el invierno, una gran capa de nieve se formó sobre la tumba, y cuando el sol del verano la derritió, su padre tomó a otra mujer por esposa.
La nueva mujer llegó a la casa con dos hijas, las cuales eran guapas y de lindas caras, pero viles y de negro corazón. Allí empezaron los malos tiempos para la pobre hija del señor. 
-"¿Pero se va a sentar esa estúpida gansa con nosotras en la sala?"- decían ellas, -"Si alguien quiere comer pan, que se lo gane. Que se vaya para la cocina."-
Ellas le quitaron los lindos vestidos que tenía, le pusieron un viejo delantal gris, y le dieron unos zapatos de madera.
-"¡Sólo mira a la orgullosa princesa, qué compuesta que está!"- gritaban y reían, y la llevaron a la cocina.
Allí ella tenía que hacer trabajos duros desde la mañana hasta la noche, levantarse antes del amanecer, traer el agua, encender los fuegos, limpiar, cocinar y lavar. Además de todo eso, las dos hermanas le hacían las mayores groserías que podían imaginarse - la imitaban burlonamente, le vaciaban los guisantes y las lentejas dentro de las cenizas para que tuviera que recogerlas una a una de nuevo -, y así muchas otras cosas más. Al anochecer, después de todo el trabajo que la dejaba rendida de cansancio, no tenía cama a donde ir a dormir, por lo que se acostaba entre las cenizas junto al fuego. Su padre, casi siempre ausente de la casa por su trabajo, no percibía lo que pasaba. Y como la joven siempre andaba sucia y tiznada por la ceniza, ellas le pusieron el sobrenombre de "Cenicienta".
Sucedió que un día, en uno de los viajes que el padre acostumbraba hacer, le preguntó a las hijastras si querían que les trajera algo al regreso.
-"Bellos vestidos."- dijo una.
-"Perlas y joyas."- dijo la otra.
-"¿Y tú, que deseas para ti?"- le preguntó el padre a Cenicienta.
-"Padre, corta para mí, la primer rama que te golpee el sombrero cuando vengas de regreso."-
Así pues, él compró bellos vestidos, perlas y joyas para las dos hijastras, y cuando venía para su casa, pasando por un tupido bosque, una rama de avellano pegó en su sombrero y se lo botó. Entonces cortó la rama y la cargo con él.
Al llegar a casa, dio a las hijastras lo que le pidieron, y a Cenicienta la rama del avellano. Cenicienta se lo agradeció, fue a la tumba de su madre y plantó la rama allí, y lloró tanto que las lágrimas cayeron sobre la rama y la humedeció. Y la rama creció, llegando a ser un frondoso árbol. Tres veces al día, Cenicienta iba y se sentaba bajo él, y lloraba y rezaba, y un pequeño pajarito blanco venía siempre al árbol, y si Cenicienta expresaba algún deseo, el pajarito le dejaba caer lo que ella había deseado.
Sucedió sin embargo, que el rey organizó un festival que duraría tres días, y al cual invitaba a todas la bellas muchachas del país, para que su hijo pudiera escoger a una de ellas por esposa. 
Cuando las dos hermanastras oyeron que ellas estarían en la lista, se sintieron muy complacidas, y llamaron a Cenicienta diciéndole:
-"Péinanos el cabello, cepilla nuestros zapatos y sujeta nuestras hebillas, porque vamos para el festival en el palacio del rey."-
Cenicienta obedecía, pero lloraba, porque también le gustaría poder ir con ellas al baile. Y le rogaba a su madrastra que lo hiciera.
Pero su madrastra, que no era buena ni cariñosa, como sí lo son la mayoría de las madrastras, le dijo:
-"¿Ir tú, Cenicienta? ¿Tú, que estás toda sucia y asquerosa, pretendes ir al festival?, ¡tú que no tienes vestidos ni zapatos adecuados, y pretendes ir a bailar!"- 
Sin embargo tanto insistía Cenicienta en pedirlo, que al fin dijo la madrastra:
-"He vaciado un plato de lentejas entre las cenizas para tí. Si en dos horas las has recogido todas, podrás ir con nosotras."-
La joven Cenicienta corrió hacia la puerta trasera que da al jardín, y llamó:
-"¡Hola!, ustedes mansas palomitas, ustedes pequeñas tortolitas, y ustedes pajaritos del cielo, vengan y me ayudan a recoger lentejas:
        " Las buenas al tazón,
          las malas al montón." "- 

Entonces dos palomas blancas entraron por la ventana de la cocina, y detrás las tortolitas, y por último todos los pajaritos que volaban cerca, y llegaron zumbando y en tropel y se colocaron junto a las cenizas. Y las palomas movían sus cabezas y comenzó el pic, pic, pic. Y todos los demás también estaban con el pic, pic, pic, y recogieron todos los granos y los colocaron en el plato.
Difícilmente había transcurrido una hora cuando ya habían terminado, y salieron de la cocina. Entonces Cenicienta llevó el plato donde la madrastra, e iba contenta, pensando que ahora sí que la dejaría ir al festival. Pero la madrastra dijo:
 -"¡Ah no, Cenicienta!, tú no tienes vestidos y así no puedes bailar. Sólo serías motivo de risas."-
Y como Cenicienta lloró por eso, la madrastra dijo:
-"Si puedes sacar de las cenizas otros dos platos de lentejas que tienen mezcladas, y me las muestras en menos de una hora, podrías ir con nosotras."-
Y la madrastra pensó para sí:
-"¡Eso sí que no lo podrá hacer!"
En cuanto la madrastra mezcló los dos platos de lentejas con la ceniza, la joven corrió de nuevo a la puerta que da al jardín y gritó:
-"¡Hola!, ustedes mansas palomitas, ustedes pequeñas tortolitas, y ustedes pajaritos del cielo, vengan y me ayudan a recoger lentejas:
        " Las buenas al tazón,
          las malas al montón." "-

Entonces dos palomas blancas entraron por la ventana de la cocina, y detrás las tortolitas, y por último todos los pajaritos que volaban cerca, y llegaron zumbando y en tropel y se colocaron junto a las cenizas. Y las palomas movían sus cabezas y comenzó el pic, pic, pic Y todos los demás también estaban con el pic, pic, pic, y recogieron todos los granos y los colocaron en el plato, y antes de media hora habían terminado y volaron hacia afuera de nuevo. Entonces la joven llevó los platos a la madrastra, y toda contenta pensando que ahora sí iría al festival con ellas. Pero la madrastra dijo:
-"¡Nada de eso te ayudará, no irás con nosotras, ya que no tienes vestidos para bailar, y nos avergonzaríamos de ti!"-
Y volvió la espalda a Cenicienta, y salió presurosa junto con su dos orgullosas hijas.
Como ya no había nadie más en la casa, Cenicienta fue a la tumba de su madre bajo el árbol de avellanas, y gritó:
-"Tirita y tiembla, arbolito, te lo pido a tí,
   oro y plata tírame a mí."-

Entonces un pájaro le tiró un vestido de oro y plata, con bordados de fina seda. Y ella se colocó el vestido y corrió al festival. Sus hermanastras y su madrastra no la reconocieron, y creyeron que sería una princesa extranjera, ya que se veía tan bella con aquel vestido de oro y plata. Ellas nunca la relacionaron con Cenicienta, y más bien la imaginaban sentada en la cocina de la casa, toda sucia, recogiendo lentejas de las cenizas.
El príncipe fue a conocerla, la tomó de la mano y bailó con ella. El no quiso bailar con ninguna otra joven, y nunca le soltó la mano, y si alguien venía a invitarla, él decía:


-"Ésta es mi compañera."- 
Ella bailó hasta el atardecer, y entonces quiso regresar a casa. Pero el hijo del rey le dijo:
-"Yo iré contigo y te acompañaré."-, pues quería saber a que familia pertenecía la bella joven.
Sin embargo ella logró escabullirse de él, y se metió en un palomar. El hijo del rey esperó a que llegara un leñador que había llamado, y entonces le contó que la extraña joven había saltado hacia el palomar.   El viejo hombre pensó:
-"¿Quién podrá ser?"
Y mandó a que le trajeran un hacha y un pico, y él tiró en pedazos el palomar, pero no encontraron a nadie adentro. Y cuando todos llegaron a la casa, Cenicienta yacía en sus sucios vestidos, y una débil lámpara de aceite alumbraba la habitación, pues Cenicienta había saltado rápidamente por la parte trasera del palomar y corrió al arbolito de avellanas, y allí se quitó el vestido de oro y plata y lo colocó sobre la bóveda, y la paloma se lo llevó de allí. Luego ella se fue a la cocina y se colocó entre las cenizas con su usual gris vestimenta.
Al día siguiente, cuando el festival comenzó de nuevo, y su madrastra y hermanas se habían marchado, Cenicienta fue al avellano y dijo:
 -"Tirita y tiembla, arbolito, te lo pido a ti,
   oro y plata tírame a mí."- "-

Entonces el pájaro le tiró ahora un vestido mucho más bonito que el del día anterior. Y cuando Cenicienta apareció en el festival con ese vestido, todo el mundo quedó maravillado de su presentación. El hijo del rey había esperado hasta que ella llegara, e inmediatamente tomó su mano y bailó únicamente con ella. Cuando alguien venía a invitarla, él decía:
-"Ésta es mi compañera."-  
Cuando llegó el atardecer ella quiso retirarse, y el hijo del rey la siguió, pues quería ver en que casa se introducía. Pero ella se escapó rápido de él, y entró a un jardín detrás de una casa. Había allí un bello y alto árbol del cual colgaban magníficas peras. Ella subió tan ágilmente las ramas como una ardilla, que el hijo del rey no pudo saber exactamente por dónde se fue. Y esperó a que llegara otra vez el leñador, y entonces le contó que creía que la extraña joven había subido al árbol de peras. El viejo hombre pensó:
-"¿Quién podrá ser?"
Y tomando el pico y el hacha, derribó al árbol, pero no había nadie allí. Y en casa de Cenicienta, cuando todos llegaron a la cocina, Cenicienta estaba allí, entre las cenizas, como siempre, ya que ella había saltado por el lado opuesto del peral, y entregado el bello vestido a la paloma en el avellano, y puesto sus grises ropas de nuevo.
 Al tercer día, cuando todos se habían marchado, Cenicienta fue otra vez más a la tumba de su madre y dijo al árbol:
 -"Tirita y tiembla, arbolito, te lo pido a ti,
   oro y plata tírame a mí."-

Y ahora el pájaro le tiró otro vestido aún más esplendoroso y lujoso que jamás hubiera tenido, y las zapatillas eran de oro. Y cuando llegó al festival con aquella vestimenta, todo el mundo quedó mudo de la impresión. El hijo del rey de nuevo sólo bailó con ella, y si alguien llegaba a invitarla, le decía:
-"Ella es mi compañera."-  
Al llegar otra vez el atardecer, Cenicienta quiso retirarse, y el hijo del rey estaba ansioso de acompañarla, pero ella escapó tan rápido que no pudo seguirla. Sin embargo, el hijo del rey, había pensado en una estrategia, y había llenado las escaleras con resina, y cuando ella bajaba las gradas, la zapatilla izquierda se quedó pegada. El hijo del rey la recogió, y era pequeña y fina, toda de oro.   Al día siguiente fue donde el rey y le dijo:
-"Ninguna joven, sino solamente aquella a quien le calce esta zapatilla de oro podrá ser mi esposa."-
Al saberse la noticia, las dos hermanas se regocijaron, pues tenían un bonito pie. Cuando el hijo del rey, en su recorrido, llegó a la casa de Cenicienta, la mayor fue a su habitación con la zapatilla a tratar de colocársela, y su madre estaba con ella. Pero le fue imposible ajustar el dedo gordo del pie, y la zapatilla era demasiado pequeña para ella. Entonces su madre trajo un cuchillo y le dijo:
-"Córtate el dedo, que cuando seas la reina, no necesitarás andar más a pie."-
La muchacha se cortó el dedo,    y forzó el pie dentro de la zapatilla, y soportando el dolor, fue donde el hijo del rey. Entonces él la montó en su caballo como novia, y salió con ella. Pero sin embargo, tenían que pasar por la tumba, y allí, en el avellano, estaban las dos palomas que gritaban:
-"Voltea y vuelve a ver,
   hay sangre en el zapato,
   muy grande es el pie,
   y en casa está aún tu mujer"- 

Entonces el bajó la mirada y vio cómo salía sangre del zapato. Volteó hacia atrás a su caballo, y llevó a la falsa novia de regreso a su casa, y dijo que esa no era la verdadera, y que la otra hermana debería medirse la zapatilla. Entonces ella fue a su habitación y sus dedos calzaban bien en la zapatilla, pero su talón era demasiado largo. Y su madre de nuevo tomó el cuchillo y le dijo:
-"Córtate un poco ese talón, pues cuando seas reina, no necesitarás andar más a pie."- 
 La hija se cortó un pedazo del talón, soportó el dolor, y fue a la presencia del hijo del rey. Y la montó en su caballo como su novia, y se fue con ella. Pero cuando pasaban el avellano, las dos palomas sentadas en él, gritaron:
-"Voltea y vuelve a ver,
   hay sangre en el zapato,
   muy grande es el pie,
   y en casa está aún tu mujer"- 

Él miró hacia abajo al pie de ella y vio cómo salía sangre de la zapatilla y cómo le había manchado su media blanca. Entonces giró a su caballo y llevó a la falsa novia de nuevo a su casa.
-"Ésta no es la correcta"- dijo él, -"¿No tienes otra hija?"- preguntó al padre.
-"Bueno..."- dijo el hombre, -" hay aún una pequeña y tímida hija en la cocina, que mi anterior esposa me dejó, pero es imposible que ella pueda ser la novia."- 
El hijo de rey dijo que fueran por ella, pero la mujer exclamó:
-"¡Oh, no, ella está muy sucia, y no puede presentarse así!"-
El insistió decididamente, y tuvieron que llamar a Cenicienta. Ella primero se lavó sus manos y su cara, y entonces se reverenció ante el hijo del rey, quien le dio la zapatilla de oro. Ella se sentó serenamente en una banca, sacó su pie del pesado zapato de madera y lo puso en la zapatilla, que calzó como un guante.
Y cuando ella se levantó y el hijo del rey la miró a la cara, reconoció a la bella joven que bailó con él y gritó entusiasmado:
-"¡Ésta es la verdadera novia!"-
Y además, Cenicienta sacó la otra zapatilla que guardaba en su delantal y se lo puso emocionadamente.
La madrastra y las dos hijas quedaron aterrorizadas y se pusieron pálidas y rabiosas. Él, sin más que hacer, montó a Cenicienta en su corcel, y salió con ella. Cuando pasaban por el avellano, las dos palomas cantaron:
-"Voltea y vuelve a ver,
   no hay sangre en el zapato,
   muy exacto es el pie,
   y contigo viaja tu mujer"- 

y una vez que dijeron eso, las dos palomas volaron hacia ellos y se posaron en los hombros de Cenicienta, una a la derecha, otra a la izquierda, y allí siguieron todo el viaje.

Cuando llegó el día de celebrar la boda del hijo del rey, las dos hermanastras llegaron y buscaron obtener el favor de Cenicienta y compartir su buena fortuna. Y cuando la pareja de novios iba hacia la iglesia, la mayor se colocó al lado derecho y la menor al lado izquierdo de Cenicienta, pero entonces las palomas empezaron a picotearlas y a ensuciarlas sin descanso. De ese modo castigaron a las hermanas por su maldad y falsedad, quedando ellas con las cicatrices por muchos días.   Sin embargo, por tener gran corazón, Cenicienta las perdonó sinceramente y las ayudó a llevar una vida digna, junto con su padre y su madrastra.


Enseñanza:

No se debe despreciar al humilde, siempre tiene tesoros que no se ven.

sábado, 16 de mayo de 2015

LA LEYENDA DEL AMANCAY

LA LEYENDA DEL AMANCAY



En la orilla derecha del río Manso y hasta su nacimiento en el valle del Lolol Mahuida, vivían los indios Vuriloches.
Quintral, hijo del cacique, gustaba recorrer cazando y pescando en la orilla del río y así llegaba hasta Co-carí (lago Mascardi}. Fue en uno de esos paseos que conoció a Amancay, quién se enamoró de aquel joven apuesto y valiente, llegando a convertirse este sentimiento en el amor irrealizable por ser ella de humilde origen. De esta manera fue pasando el tiempo, hasta que un día llegó hasta ellos una epidemia que comenzó a diezmar la tribu, cayendo enfermo el joven indígena.
Ante la imposibilidad de lograr su mejoría, enterada Amancay consultó a una Machi (hechicera), a quien le confió el secreto para obtener el remedio. El mismo consistía en una infusión preparada con una flor que crecía en la cumbre helada del Lolol Mahuida a sabiendas del peligro que corría, pero impulsada por su amor hacía el joven, lanzóse Amancay a la terneraria empresa, logrando su fin.
Ya en el descanso, feliz por haber logrado su cometido, al pie de una hermosa cascada, vio cernirse sobre ella la amenazante figura del cóndor, quien le exigió abandonara la preciada flor. Ante la negativa de Amancay propuso a esta que le dejase en cambio su corazón, lo cual aceptó la joven sin titubear. 
Alejóse el rey de las alturas con el pequeño corazón entre sus garras, emprendiendo vuelo hacia su morada, tiñendo de gotas rojas su camino con la sangre que manaba del corazón. 

Y en aquellos lugares regados y vivificados con la sangre de aquella indiecita, fue floreciendo una preciosa flor de varios pétalos, bella como su origen, teñida con gotas rojas de la sangre que había sido derramada en ofrenda de aquel sentimiento, queriendo pregonar de esta manera, un mensaje de amor por todos los valles y montañas del Co-carí.

La pintura es de ALICIA BARBOZA SERIE LEYENDAS ARGENTINA

El gato con botas

El gato con botas


Había una vez un molinero cuya única herencia para sus tres hijos eran su molino, su asno y su gato. Pronto se hizo la repartición sin necesitar de un clérigo ni de un abogado, pues ya habían consumido todo el pobre patrimonio. Al mayor le tocóel molino, al segundo el asno, y al menor el gato que quedaba.
El pobre joven amigo estaba bien inconforme por haber recibido tan poquito.
-”Mis hermanos”- dijo él,-”pueden hacer una bonita vida juntando sus bienes, pero por mi parte, después de haberme comido al gato, y hacer unas sandalias con su piel, entonces no me quedará más que morir de hambre.”-
El gato, que oyó todo eso, pero no lo tomaba así, le dijo en un tono firme y serio:
-”No te preocupes tanto, mi buen amo. Si me das un bolso, y me tienes un par de botas para mí, con las que yo pueda atravesar lodos y zarzales, entonces verás que no eres tan pobre conmigo como te lo imaginas.”-
El amo del gato no le dió mucha posibilidad a lo que le decía. Sin embargo, a menudo lo había visto haciendo ingeniosos trucos para atrapar ratas y ratones, tal como colgarse por los talones, o escondiéndose dentro de los alimentos y fingiendo estar muerto. Así que tomó algo de esperanza de que él le podría ayudar a paliar su miserable situación.
Después de recibir lo solicitado, el gato se puso sus botas galantemente, y amarró el bolso alrededor de su cuello. Se dirigió a un lugar donde abundaban los conejos, puso en el bolso un poco de cereal y de verduras, y tomó los cordones de cierre con sus patas delanteras, y se tiró en el suelo como si estuviera muerto. Entonces esperó que algunos conejitos, de esos que aún no saben de los engaños del mundo, llegaran a mirar dentro del bolso.
Apenas recién se había echado cuando obtuvo lo que quería. Un atolondrado e ingenuo conejo saltó a la bolsa, y el astuto gato, jaló inmediatamente los cordones cerrando la bolsa y capturando al conejo.
Orgulloso de su presa, fue al palacio del rey, y pidió hablar con su majestad. Él fue llevado arriba, a los apartamentos del rey, y haciendo una pequeña reverencia, le dijo:
-”Majestad, le traigo a usted un conejo enviado por mi noble señor, el Marqués de Carabás. (Porque ese era el título con el que el gato se complacía en darle a su amo).”-
-”Dile a tu amo”- dijo el rey, -”que se lo agradezco mucho, y que estoy muy complacido con su regalo.”-
En otra ocasión fue a un campo de granos. De nuevo cargó de granos su bolso y lo mantuvo abierto hasta que un grupo de perdices ingresaron, jaló las cuerdas y las capturó. Se presentó con ellas al rey, como había hecho antes con el conejo y se las ofreció. El rey, de igual manera recibió las perdices con gran placer y le dió una propina. El gato continuó, de tiempo en tiempo, durante unos tres meses, llevándole presas a su majestad en nombre de su amo.
Un día, en que él supo con certeza que el rey recorrería la rivera del río con su hija, la más encantadora princesa del mundo, le dijo a su amo:
-”Si sigues mi consejo, tu fortuna está lista. Todo lo que debes hacer es ir al río a bañarte en el lugar que te enseñaré, y déjame el resto a mí.”-
El Marqués de Carabás hizo lo que el gato le aconsejó, aunque sin saber por qué. Mientras él se estaba bañando pasó el rey por ahí, y el gato empezó a gritar:
-”¡Auxilio!¡Auxilio!¡Mi señor, el Marqués de Carabás se está ahogando!”-
Con todo ese ruido el rey asomó su oído fuera de la ventana del coche, y viendo que era el mismo gato que a menudo le traía tan buenas presas, ordenó a sus guardias correr inmediatamente a darle asistencia a su señor el Marqués de Carabás. Mientras los guardias sacaban al Marqués fuera del río, el gato se acercó al coche y le dijo al rey que, mientras su amo se bañaba, algunos rufianes llegaron y le robaron sus vestidos, a pesar de que gritó varias veces tan alto como pudo:
-”¡Ladrones!¡Ladrones!”-
En realidad, el astuto gato había escondido los vestidos bajo una gran piedra.
El rey inmediatamente ordenó a los oficiales de su ropero correr y traer uno de sus mejores vestidos para el Marqués de Carabás. El rey entonces lo recibió muy cortésmente. Y ya que los vestidos del rey le daban una apariencia muy atractiva (además de que era apuesto y bien proporcionado), la hija del rey tomó una secreta inclinación sentimental hacia él. El Marqués de Carabás sólo tuvo que dar dos o tres respetuosas y algo tiernas miradas a ella para que ésta se sintiera fuertemente enamorada de él. El rey le pidió que entrara al coche y los acompañara en su recorrido.
El gato, sumamente complacido del éxito que iba alcanzando su proyecto, corrió adelantándose. Reunió a algunos lugareños que estaban preparando un terreno y les dijo:
-”Mis buenos amigos, si ustedes no le dicen al rey que los terrenos que ustedes están trabajando pertenecen al Marqués de Carabás, los harán en picadillo de carne.”-
Cuando pasó el rey, éste no tardó en preguntar a los trabajadores de quién eran esos terrenos que estaban limpiando.
-”Son de mi señor, el Marqués de Carabás.”- contestaron todos a la vez, pues las amenazas del gato los habían amedrentado.
-”Puede ver señor”- dijo el Marqués, -”estos son terrenos que nunca fallan en dar una excelente cosecha cada año.”-
El hábil gato, siempre corriendo adelante del coche, reunió a algunos segadores y les dijo:
-”Mis buenos amigos, si ustedes no le dicen al rey que todos estos granos pertenecen al Marqués de Carabás, los harán en picadillo de carne.”-
El rey, que pasó momentos después, les preguntó a quien pertenecían los granos que estaban segando.
-”Pertenecen a mi señor, el Marqués de Carabás.”- replicaron los segadores, lo que complació al rey y al marqués. El rey lo felicitó por tan buena cosecha. El fiel gato siguió corriendo adelante y decía lo mismo a todos los que encontraba y reunía. El rey estaba asombrado de las extensas propiedades del señor Marqués de Carabás.
Por fin el astuto gato llegó a un majestuoso castillo, cuyo dueño y señor era un ogro, el más rico que se hubiera conocido entonces. Todas las tierras por las que había pasado el rey anteriormente, pertenecían en realidad a este castillo. El gato que con anterioridad se había preparado en saber quien era ese ogro y lo que podía hacer, pidió hablar con él, diciendo que era imposible pasar tan cerca de su castillo y no tener el honor de darle sus respetos.
El ogro lo recibió tan cortésmente como podría hacerlo un ogro, y lo invitó a sentarse.
-”Yo he oído”- dijo el gato, -”que eres capaz de cambiarte a la forma de cualquier criatura en la que pienses. Que tú puedes, por ejemplo, convertirte en león, elefante, u otro similar.”-
-”Es cierto”- contestó el ogro muy contento, -”Y para que te convenzas, me haré un león.”-
El gato se aterrorizó tanto por ver al león tan cerca de él, que saltó hasta el techo, lo que lo puso en más dificultad pues las botas no le ayudaban para caminar sobre el tejado. Sin embargo, el ogro volvió a su forma natural, y el gato bajó, diciéndole que ciertamente estuvo muy asustado.
-”También he oído”- dijo el gato, -”que también te puedes transformar en los animales más pequeñitos, como una rata o un ratón. Pero eso me cuesta creerlo. Debo admitirte que yo pienso que realmente eso es imposible.”-
-”¿Imposible?”- Gritó el ogro, -”¡Ya lo verás!”-
Inmediatamente se transformó en un pequeño ratón y comenzó a correr por el piso. En cuanto el gato vio aquello, lo atrapó y se lo tragó.
Mientras tanto llegó el rey, y al pasar vio el hermoso castillo y decidió entrar en él. El gato, que oyó el ruido del coche acercándose y pasando el puente, corrió y le dijo al rey:
-”Su majestad es bienvenido a este castillo de mi señor el Marqués de Carabás.”-
-”¿Qué?¡Mi señor Marqués!” exclamó el rey, -”¿Y este castillo también te pertenece? No he conocido nada más fino que esta corte y todos los edificios y propiedades que lo rodean. Entremos, si no te importa.”-
El marqués brindó su mano a la princesa para ayudarle a bajar, y siguieron al rey, quien iba adelante. Ingresaron a una espaciosa sala, donde estaba lista una magnífica fiesta, que el ogro había preparado para sus amistades, que llegaban exactamente ese mismo día, pero no se atrevían a entrar al saber que el rey estaba allí.

viernes, 15 de mayo de 2015

EL TATU Y SU CAPA DE FIESTA

EL TATU Y SU CAPA DE FIESTA




Leyenda Boliviana

Las gaviotas andinas se habian encargado de llevar la noticia hasta los ultimos rincones del Altiplano. Volando de un punto a otro, incansables, habian comunicado a todos que cuando la luna estuviera brillante y redonda, los animales estaban cordialmente invitados a una gran fiesta a orillas del lago. El Titicaca se alegraba cada vez que esto sucedia, pues sus riberas, a menudo tristes, cobraban nueva vida con la algarabia y entusiasmo que sus vecinos ponian en celebrar la ocasion de verse y comentar los ultimos acontecimientos.

    Cada cual se preparaba con esmero para esta oportunidad. Se acicalaban y limpiaban sus plumajes y sus pieles con los mejores aceites especiales, para que resplandecieran y todos los admiraran. Era muy hermoso el espectaculo que entonces se producia y sentianse murmullos de aprobacion cuando algun comensal hacia su entrada ataviado con prendas majestuosas y bien presentadas.

    Todo esto lo sabia Tatu, el quirquincho, ya habia asistido a algunas de estas fastuosas fiestas que su querido amigo Titicaca gustaba de organizar. En esta ocasion deseaba ir mejor que nunca, pues recientemente habia sido nombrado integrante muy principal de la comunidad. Y comprendia bien lo que esto significaba... El era responsable y digno. Esas debian haber sido las cualidades que se tuvieron en cuenta al darle este titulo honorifico que tanto lo honraba. Ahora deseaba intimamente deslumbrarlos a todos y hacerlos sentir que no se habian equivocado en su eleccion.

    Todavia faltaban muchos dias, pero en cuanto recibio la invitacion se puso a tejer un manto nuevo, elegantisimo, para que nadie quedara sin advertir su presencia espectacular. Era conocido como buen tejedor, y se concentro en hacer una trama fina, fina, a tal punto, que recordaba algunas maravillosas telarañas de esas que se suspenden en el aire, entre rama y rama de los arbustos, luciendo su tejido extraordinario. Ya llevaba bastante adelantado, aunque el trabajo, a veces, se le hacia lento y penoso, cuando acerto a pasar cerca de su casa el zorro, que gustaba de meter siempre su nariz en lo que no le importaba.

    Al verlo, le pregunto con curiosidad:

    -¿Que haces?

    -No me distraigas, que estoy muy ocupado- le contesto inquieto el Tatu, pues el zorro le producia cierta desazon.

    -¿Estas enojado?- insistio el visitante.

    -¿Porque habria de estarlo?

    -Entonces dime, ¿que estas haciendo con tanto afan...?

    -¿No ves que tejo una capa para ponermela el dia de la fiesta en el lago?

    -¿Como? -sonrio el zorro ironicainente-. ¿Piensas ir esta noche con eso que todavia no terminas?

    El quirquincho levanto sus ojos, algo miopes, de su trabajo, y con una mirada perdida y angustiosa exclamo:

    -Dijiste hoy en la noche?

    -Por supuesto... En un rato mas nos encontraremos todos bailando...

    ¡Que fatalidad!  ¿Como pudo haber pasado tan rapido el tiempo?  Siempre le sucedia lo mismo... Calculaba mal las horas... Al pobre Tatu se le fue el alma a los pies. Una gruesa lagrima rodo por sus mejillas. Tanto prepararse para la ceremonia... El encuentro con sus amigos lo habia imaginado distinto de lo que seria ahora. ¿Tendria fuerzas y tiempo para terminar su manto tan hermosamente comenzado?

    El zorro capto su desesperacion, y sin decir mas se alejo riendo entre dientes. Sin buscarlo habia encontrado el modo de inquietar a alguien...y eso le producia un extraño placer. Tatu tendria que apurarse mucho si queria ir con vestido nuevo a la fiesta: ji, ji, ji...

    Y asi fue. Sus manitos continuaron el trabajo moviendose con rapidez y destreza, pero debio recurrir a un truco para que le cundiera. Tomo hilos gruesos y toscos que le hicieron avanzar mas rapido. Pero, ay, la belleza y finura iniciales del tejido se fueron perdiendo a medida que avanzaba y quedaba al descubierto una urdimbre mas suelta.

    Finalmente todo estuvo listo y Tatu se engalano para asistir a su fiesta. Entonces respiro hondo, y con un suspiro de alivio miro al cielo estirando sus extremidades para sacudirse el cansancio de tanto trabajo. En ese instante advirtio el engaño... ¡Si la luna todavia no estaba llena! Lo miraba curiosa desde sus tres cuartos de creciente...

    Un primer pensamiento de colera contra el viejo zorro le cruzo su cabecita. Pero al mirar su manto nuevamente bajo la luz brillante que caia tambien de las estrellas, se dio cuenta de que, si bien no habia quedado como el lo imaginara, de todos modos el resultado era de autentica belleza y esplendor. No tendria para que deshacerlo. Quizas asi estaba mejor, mas suelto y aireado en su parte final, lo cual le otorgaba un toque exotico y atractivo. El zorro se asombraria cuando lo viera... Y, ademas, no le guardaria rencor, porque sido su propia culpa creerle a alguien que tenia fama de travieso y jugueton. Simplemente el no podia resistir la tentacion de andar burlandose de todos... y siempre encontraba alguna victima.

    Pero esta vez todo salio bien: el zorro le habia hecho un favor. Porque Tatu se lucio efectivamente, y causo gran sensacion con su manto nuevo cuando llego, al fin, el momento de su aparicion triunfal en la fiesta de su amigo Titicaca.

Heidi Capítulo 1

Heidi

Capítulo 1

Heidi
Una soleada mañana de junio, una joven llamada Adela subía por el tortuoso camino del monte de la bonita población de Meyenfield.
El sendero era empinado y abrupto, pero el aire estaba impregnado del aroma de las flores silvestres que crecían en los frondosos pastos en lo alto de las montañas.
En una mano sostenía una chaqueta y un hatillo de ropa, y la otra la daba a una niña que aparentaba no tener más de cinco años. La niña tenía la cara colorada y sentía mucho calor. Iba demasiado abrigada para un día tan caluroso, pues llevaba dos vestidos, medias de lana, unas pesadas botas y una bufanda roja y gruesa de lana.
Siguieron adelante hasta que, a mitad de camino, llegaron al pueblecito de Dorfli. La joven se detuvo, y la niña se soltó de su mano y se sentó en el suelo.
—¿Estás cansada, Heidi? —pregunte Adela.
—No, pero tengo mucho calor.
—No falta mucho para llegar a de abuelo Anselmo. Si caminas dando pasos largos, pronto estaremos allí.
En aquel momento, Berta, una joven mujer de aspecto agradable, salió corriendo de su casa.
—¡Pero Adela! —exclamó— ¿Qué haces tú aquí? ¿Dónde llevas a esa niña? ¿Es ésa la sobrinita que has tenido a tu cargo desde que murió su madre?
—Sí, y la llevo a casa de tío Anselmo. Yo no puedo ocuparme más de ella, pues tengo trabajo en la ciudad.
—¿Vas a dejarla con él? ¡Debes de estar loca! ¿Cómo se te ha podido ocurrir semejante cosa? ¡Si está chiflado! ¿Qué sabrá él de cuidar a una niña? Vive solo en las montañas con sus dos cabras y apenas ve nunca a nadie ni habla con nadie. Las pocas veces que baja al pueblo siempre lleva un grueso bastón para asustar a la gente. ¡Si ni siquiera acude a la iglesia!
—¿Y qué puedo hacer yo? Al fin y al cabo, es su abuelo. ¡Pues que se ocupe ahora de la niña! ¡Yo ya he cumplido con mi deber!
Mientras las dos jóvenes mujeres subían por el camino de la montaña, charlando, Heidi se alejó saltando y se adentró en una verde pradera. Cuando vivía con su tía, en la población, nunca podía salir a jugar fuera de casa. Ahora corría, brincaba y jugaba entre las flores que relucían al sol.
Mas cuando se disponía a regresar junto a su tía, vio a un chico descalzo y con unos pantalones muy holgados que conducía un rebaño de cabras. Resoplando por el calor, Heidi corrió hacia él.
El chico se detuvo un momento para que las cabras mordisquearan la hierba. Cuando Heidi los alcanzó, se sentó y se puso a escuchar las campanitas de latón que sonaban en la cálida brisa.
Ni corta ni perezosa, empezó a quitarse las botas, la bufanda, los vestidos y las medias.
—¿Cuántas cabras tienes a tu cuidado?—preguntó al chico—. ¿Cómo se llaman? ¿A dónde las llevas? ¿De quiér son?
El chico sonrió. Heidi le hacía tantas preguntas seguidas, que no le daba tiempo de responder. Entonces la niña oyó a su tía Adela que gritaba:
—¡Heidi! ¿Qué estás haciendo?
Heidi
Heidi
—¿Dónde está tu ropa?
—Aquí —dijo Heidi, señalando el montón de ropa sobre la hierba—. Me la he quitado porque tenía mucho calor. Además, ¡las cabras no van vestidas!
—Ven aquí en seguida, niña tonta —dijo Adela, agarrando a Heidi de la mano—. Y tú, Pedro, trae ese montón de ropa. Puesto que vas a casa del abuelo, llévala tú.
Era una larga caminata hasta llegar ... al prado que había en lo alto de la montaña. De pronto, divisaron la casa de abuelo Anselmo, y al anciano sentado a la puerta, fumando tranquilamente su pipa.
Adelantándose a los demás, Heidi corrió junto a su abuelo.
—Hola, abuelo —dijo, tendiéndole la mano.
—¿A qué viene todo esto? —inquirió el anciano. Luego estrechó bruscamente la mano de Heidi y la miró por debajo de sus pobladas cejas. La niña, que nunca había visto a nadie parecido al abuelo, se quedó absorta mirando fijamente su arrugado rostro cubierto por una enmarañada barba canosa.
—Hola, tío —dijo Adela—. He traído a la pequeña Heidi para que se quede a vivir contigo. Yo no puedo ocuparme más de ella. Ahora te toca a ti.
Los ojos de tío Anselmo lanzaban chispas.
—¿Que me toca a mí, dices? ¿Y qué sé yo de cuidar a una niña? Y tú, Pedro ¿qué estás mirando? ¡Largo de aquí, y llévate las cabras!
Aunque el viejo le intimidaba, estaba resuelta a dejar a Heidi con él.
—Espero que cuides bien de ella —dijo—. Y si tú no puedes hacerlo, tendrás que buscar a alguien que lo haga.
Tío Anselmo estaba furioso.
—¡Márchate! ¡Fuera de aquí!
No soporto a las personas como tú.
No quiero volver a verte más por aquí.
Adela no se lo hizo repetir. Se despidió apresuradamente de Heidi y se alejó a toda prisa.
Cuando Adela hubo desaparecido de la vista, abuelo Anselmo volvió a sentarse y siguió fumando su pipa.
—Y bien —dijo—. ¿Qué quieres?
—Me gustaría ver la casa por dentro, abuelo.
—Pues andando, y tráete la ropa.
Pero ya no voy a necesitarla, las cabras están todo el día correteando por las montañas y no van vestidas.
—Bueno, no te la pongas si no quieres. Pero traela, de todos modos y la meteremos en un armario.
Heidi obedeció y entró en la casa detrás del anciano. No había más que una habitación amplia y desnuda, con una sola silla, una mesa, un hogar y un gran armario de madera.
—¿Dónde dormiré yo, abuelo? —Donde quieras. No me importa. Heidi estaba entusiasmada y se puso a buscar un sitio donde dormir. En un rincón vio una escalera apoyada contra la pared. Subió por ella y descubrió un henil.
En la pared había un agujero redondo, y a través del mismo Heidi podía divisar el valle. Veía el río, los árboles y, si levantaba la vista, una montaña coronada de nieve que se alzaba majestuosa. —Creo que dormiré aquí arriba, abuelo —dijo— ¡Esto es estupendo! —Muy bien, pero vas a necesitar una sábana. Veré qué encuentro.
Heidi
Cuando el anciano subió la escalera, vio que Heidi había formado un pequeño colchón con el heno.
—Eso está bien —dijo a la niña—. Pero necesitarás un poco más de heno para no sentir el suelo duro.
—Creo que has olvidado una cosa —dijo Heidi.
—¿Ah, sí? ¿Qué?
—Pues que necesitaré un cobertor, porque cuando me acuesto necesito cubrirme con algo, ¿no?
—Es verdad —dijo el anciano cariñosamente— ¿Te sirve esto?
Y extendió sobre la camita un pedazo grande de lino.
—Es muy bonito, abuelo. ¡Ojalá fuera ya de noche para poder acostarme!
—Pero antes tienes que comer algo. Debes estar hambrienta.

El viejo Anselmo bajó la escalera detrás de Heidi. Mientras él preparaba la cena para ambos, Heidi colocó dos cubiertos y dos cuencos de madera sobre la mesa.
—Me alegra ver que quieres ayudarme —murmuró el anciano—. Pero no sé dónde vas a sentarte. Esa banqueta es muy baja y no alcanzarás a la mesa.
Total que puso su silla frente a Heidi para que la utilizara a guisa de mesa. Luego le sirvió leche y le dio una rebanada de pan con queso.
Cenaron maravillosamente.
Después de cenar, abuelo Anselmo confeccionó una silla especial para Heidi. Más tarde, cuando empezó a oscurecer y el viento silbaba fuerte por entre los viejos abetos, Heidi oyó un silbido y el murmullo ae unas campanitas. Era Pedro que volvía con las dos cabras de Anselmo.
—¿Son nuestras esas dos cabras, abuelo? —preguntó Heidi—. ¿Son nuestras de verdad? ¿Cómo se llaman' ¿Vivirán siempre con nosotros?
—No tantas preguntas a la vez, Heidi —dijo el anciano—. La blanca se llama Flor, y la marrón, Mariposa. Ahora ve a buscar tu cuenco mientras Pedro ordeña la cabra.
Mientras el sol se ponía detrás de la elevada montaña y el viento silbaba cada vez más fuerte a través de los árboles, Heidi tomó asiento en el banco frente a la casita y se tomó la leche.
Heidi
—Buenas noches, Flor; buenas noches, Mariposa —dijo la niña, antes de entrar a acostarse—. Buenas noches, abuelo; buenas noches, Pedro.
Durante la noche arreció el viento. Soplaba tan fuerte, que la casita crujía y chirriaba. En el cobertizo de las cabras, Flor y Mariposa, muy juntas, balaban.
Dos grandes ramas de abeto cayeron estrepitosamente sobre la casita.
Anselmo se levantó de la cama, creyendo que tal vez la niña estaría asustada. Pero cuando subió al henil halló a Heidi profundamente dormida, con su sonriente carita apoyada en las manos. Se quedó observándola hasta que unas nubes cubrieron la luna y oscurecieron la habitación.
—Buenas noches, pequeña Heidi —murmuró, inclinándose para besarla— ¡Que descanses!
Heidi