miércoles, 9 de septiembre de 2015

LA LEYENDA DEL IRUPE

LA LEYENDA DEL IRUPE



Esta hermosa leyenda guaraní viene de los vocablos “i” que significa (agua) “ru” que significa (el que trae) y “pe” que significa (plato). O sea Plato que lleva el agua.
Se la conoce con el nombre de Victoria Regia, y constituye una de las flores más curiosas de nuestra flora. Con los granos de su fruto, los indígenas elaboran un pan muy exquisito.
Yasí Ratá (estrella) había nacido con un pequeño mal incurable; amaba los astros.
Desde pequeña quería la Luna y vivía para ella. Cuando ésta no aparecía en el cielo, Yasí lloraba insomne las noches enteras.
Y cuando el pálido satélite surcaba raudo la inmensidad cubierta de estrellas, la enamorada se vestía con las mejores galas, y pasaba la noche entera en celeste idilio con el astro. Entonces era hermosísima y la Luna le daba a su rostro un halo sobrenatural.
Así los dos enfermos se amaron mucho tiempo. Hasta que un día Yasí desesperada de vivir tan lejos de su celestial amante, decidió ir en su busca.
Subió a uno de los árboles más altos y desde él tendió los brazos para que el astro la recogiera. Pero fue inútil. Entonces bajó y trepó a la cima más alta de la montaña y allí esperó el paso de la Luna, pero también fue en vano.
Descorazonada y vencida volvió al valle y allí camino largo tiempo, sus pies desgarrados por las piedras y las espinas, manaban abundante sangre.
En su marcha llegó a un lago de aguas límpidas. Se miró en ellas y vio su imagen reflejada al lado de la Luna. ¡Era el milagro!. Sin vacilar se arrojó a sus brazos, pero la imagen se desvaneció y las aguas se cerraron sobre ella cubriendo para siempre su imposible sueño.
Tupá, compadecido de aquel gran amor, la transformó en Irupé  con hojas de forma de un disco lunar y que mira hacia lo alto en procura de su amado ideal. De noche cierra sus pétalos cubriendo las manchas de sangre de sus heridas, pero cuando la Luna aparece, las abre, y todavía platica con ella.






martes, 8 de septiembre de 2015

LA GAVIOTA Y EL PINGÜINO

LA GAVIOTA Y EL PINGÜINO


Había una vez una blanca gaviota llamada Carlota. Sus grandes alas le permitían disfrutar de largos viajes a lo largo del mundo y disfrutaba haciendo piruetas en el aire y planeando sobre las corrientes de aire cálido. 

Carlota, a pesar de ser feliz surcando los cielos, se sentía muy sola pues no tenía familia. 

Un día voló muy lejos muy lejos y cuando se quiso dar cuenta estaba sobrevolando un paraje que núnca antes había visitado. Eran las costas de Groenlandia, cubiertas de nieve y hielo. Abajo, un grupo de pingüinos, una familia numerosa, iban de un sitio para otro con sus graciosos andares. Se quedó mirándoles desde el cielo y finalmente se decidió a bajar a tierra. 

Andando por el hielo, ya algo blandito por el incipiente verano, recorrió el lugar dejando las huellas de sus patitas a su paso. Entre todos aquellos animalitos que parecían vestidos de gala, se encontró con un jóven pingüino que la miraba curioso. En seguida se hizo amiga del jovencito pingüino, que se llamaba Rufino. Rufino era el más pequeño de la familia.

Ambos charlaron durante horas, conociéndose el uno al otro, hasta que el pingüino dijo a la gaviota:

- Como me gustaría poder volar como tú

La gaviota le contesto:

-Si, yo puedo volar y es muy divertido, pero envidio el que tu tengas esta gran familia que yo no tengo.

Los dos se quedaron pensativos y de repente el pingüino dijo:

- ¿ Porque no me enseñas a volar ?

- Yo no puedo hacer eso - dijo la gaviota - ya que tu nunca volarías, pero conozco a alguien que podría hacer que volaras.

- ¿ En serio ? - exclamo el pingüino emocionado - ¡ yo quiero volar ! ¡ yo quiero ! - grito dando pequeños saltitos.

Carlota puso su ala encina del hombro de Rufino y le dijo:

- Espérame aquí, regresaré pronto, en unos días estaré de vuelta.

La gaviota Carlota emprendió el vuelo y se alejo volando mientras Rufino la miraba embelesado. 

Al cabo de unas semanas Rufino vio como Carlota se acercaba por el aire moviendo sus majestuosas alas y planeando en el cielo. Rufino se emocionó - Ya está aquí ! - pensó. 
Carlota aterrizó a su lado algo cansada y le dijo a Rufino:

- Vas a poder volar

Rufino abrió sus ojos como platos

- ¿ Lo dices de verdad ?

Carlota señalo a un montículo de hielo y Rufino lo miro nervioso y excitado. De repente una brisa suave y cálida sopló invadiendo el lugar y rodeado de una neblina amarilla un joven mago vestido de negro apareció de la nada en el blanco hielo.

- Ohhh!! - exclamó Rufino 

La gaviota Carlota había volado hasta la morada de su amigo el mago y contándole el deseo de Rufino le había pedido que lo ayudara. 

El mago, con toda solemnidad dijo:

- Rufino, yo puedo hacer que vueles, pero para ello necesito algo a cambio. - dijo mirando fijamente a la gaviota y al pingüino - para ello deberéis cambiaros el uno por el otro.

- ¿ el uno por el otro ? - preguntó Carlota

- Si - respondió el mago- tu, Carlota, te quedarás a vivir con esta gran familia, cumpliendo tu sueño de tener padres y hermanos, pero a cambio no podrás volver a volar y tu, Rufino, volarás lejos surcando los cielos disfrutando de lo que siempre soñaste, poder volar.

Los dos se quedaron pensativos unos segundos y de repente Rufino dijo firmemente:

- Yo estoy de acuerdo, toda mi vida he ansiado volar y viajar por el mundo y no voy a perder esta oportunidad.
Carlota, que deseaba enormemente tener familia asintió con la cabeza - Yo también estoy de acuerdo.

Sin decirles nada más, el mago levanto su mano, en la que sostenía una vara mágica hecha de una rama de eucalipto, cerró los ojos y pronunció unas extrañas palabras 

- Ahuamaha.... alabansta...euminste... IMANHO !!

Una poderosa luz azulada con hilos blancos serpenteantes envolvió a los dos amigos.

Al cabo de unos instantes la luz desapareció y Carlota y Rufino se miraron el uno al otro. Rufino había desarrollado unas largas plumas en sus antes minúsculas alas y asombrado comenzó a moverlas. Su rechoncho cuerpo empezó a levantarse en el aire y Rufino sintió como sus pies dejaban de tocar el suelo. 

- ¡ Estoy volando ! - grito - ¡ vuelo ! - mientras Carlota lo miraba emocionada.

Rufino se elevó un poco más y más, sentía el aire en su cara mientras revoloteaba en círculos, podía ver más allá de su casa, las montañas nevadas, las grandes llanuras blancas, el mar sembrado de pequeños bloques de hielo blanco. Sin poder dejar de mover sus alas, llevado por una fuerza desconocida, Rufino se elevó y elevó en el cielo y de repente dijo gritando para que lo oyeran:

- Querido mago ¿ acaso no voy a poder despedirme de mi familia ? 

- No- respondió el mago mirando al cielo hacia donde revoloteaba Rufino - Ya no, debes volar lejos o el hechizo se romperá.

Rufino algo apenado por su familia pero emocionadísimo por poder finalmente surcar los cielos cómo siempre había soñado, siguió volando y volando hasta perderse en el horizonte.

- Tu Carlota - dijo entonces el mago - ve sin miedo a reunirte con la familia de pingüinos, ellos ahora te acogerán como si fueras una más de la familia.

Carlota se dirigió tímidamente hacia la gran familia que habitaba ese lugar que estaba ya reuniéndose para pasar la noche. Con gran sorpresa vio como todos le daban la bienvenida y la acogían con ternura rodeándola.

El verano pronto llegó y tanto Rufino como Carlota vivían su nueva vida bajo los rayos del sol. 

Rufino volaba y volaba recorriendo mundo. Visitó las hermosas costas de Canadá, voló hacia el gran lago Michigan, conoció la costa Este de Estados Unidos, donde se maravilló de los altos rascacielos de Nueva York, voló hasta las cataratas del Niágara aventurándose a casi rozar la bruma blanca causada por el agua al caer, sobrevoló el Caribe donde el aire cálido y la visión del mar turquesa le hicieron sentir sensaciones que jamás había experimentado y siguió y siguió volando sin descanso, viviendo aquello que siempre había anhelado en sus sueños.

Por otro lado Carlota disfrutaba del calor de la familia, de las tardes de risas y juegos, de los momentos en que todos reunidos contaban historias, de los chistes del tío Rosendo, de las travesuras que compartía con sus adolescentes hermanos pingüinos gastándoles bromas a los más mayores y sobre todo, disfrutando del amor que le brindaban sus nuevos padres, quienes sin ser conscientes del hechizo al que habían sido sometidos, trataban a la gaviota Carlota como si fuera su hija, olvidándose por completo de su hijo Rufino, al que hacía semanas que no habían vuelto a ver.

A mediados del verano, Rufino contemplaba un hermoso atardecer, posado en una roca al lado del mar en las islas Bahamas, viendo como el sol se ponía en el horizonte al Oeste, cuando de repente dejó escapar un profundo suspiro y su alma se lleno de melancolía. Recordó las risas de sus hermanos, los chistes de su tío Rosendo, las travesuras y bromas que gastaba a los mayores junto a sus primos, y sobre todo, echo profundamente de menos el amor de sus padres. Con la mirada puesta fijamente en el ya casi dormido sol, una lágrima rodó por su mejilla.

A muchas millas de distancia de allí, la gaviota Carlota estaba ya casi dispuesta a pasar la noche junto a su gran familia, acurrucada junto a mama pingüino debajo del saliente de unas rocas, sobre el ya verde pasto que cubría las costas de Groenlandia. De repente su pequeño cuerpo se estremeció, su corazón se encogió y llena de nostalgia recordó sus vuelos sobre las cataratas del Niágara, sobre el lago Michigan donde solía pescar ricos peces, las altas azoteas de Nueva York donde solía pararse a descansar, la cálida brisa del mar del Caribe que la ayudaba a planear con sus alas disfrutando de la hermosa vista de los mares turquesa y todos aquellos lugares que había visitado y conocido. Mirándose las alas, pensó en que nunca más podría volver a volar, y bajando la mirada hacia la verde hierva donde un pequeño ciempiés corría a refugiarse en su diminuto agujero, cerró los ojos y una gran tristeza inundó su corazón.

Muy lejos al Este, en Islandia, el joven mago dormía ya en la cama de su humilde cabaña, cuando de repente abrió los ojos y mirando hacia la ventana iluminada por la luz de las estrellas, se sentó en la cama. La pena y la congoja de Carlota y Rufino, habían llegado hasta él. 

El mago, que no solo era un gran mago, sino que además era muy muy sabio, sabiendo en seguida lo que ocurría se dispuso a partir. Se vistió su túnica negra, cogió su alforja y su cantimplora de piel de cabra y tomó su vara mágica. Dio tres pasos hasta colocarse sobre una piel de oso que vestía el suelo de madera de su cabaña y con los pies descalzos sobre la mullida alfombra, cerró los ojos y pronunció en un lenguaje extraño tres palabras

- Ruimcala....amstala...IMANHO !!

Una explosión de humo color ceniza alrededor del Mago le hizo desaparecer.

No habían pasado ni tres segundos cuando envuelto en una neblina amarilla apareció el joven mago frente al desolado pingüino Rufino. 

Rufino se sobresalto al ver la neblina amarilla, pero ya era algo familiar para él, así que no se sorprendió al ver aparecer al mago. Rufino se secó las lágrimas y exclamó:

- ¡ Eres tú ! , ¡ el mago !

- Si- yo soy - dijo con voz suave el joven - tu tristeza ha llegado hasta mi corazón.

Rufino agacho la cabeza y dijo :

- Si amigo mago, me hiciste muy feliz pudiendo volar y viajar, pero me he dado cuenta de que echo muchísimo de menos a mi familia.

- ¿ Quieres regresar con tu familia ? - le pregunto el mago a Rufino

Rufino respondió - Nada me haría más feliz

El joven, dijo a Rufino

- cierra los ojos

Rufino cerró los ojos y el mago, cogiendo con su mano su negra capa, levantó el brazo y envolvió con la tela a Rufino, el cual por unos instantes sintió un ligero mareo y un cosquilleo por todo su cuerpo antes de quedar profundamente dormido.
En Groenlandia, Carlota estaba acurrucada al lado de su madre pingüino cuando una ligera brisa hizo que levantara la mirada. Su amigo el mago había aparecido frente a ella.

- Estoy aquí amiga Carlota. He sabido de tu aflicción.

Carlota, poniéndose en pie desperezándose ahuecando sus plumas, dijo:

Sí, soy feliz con mi nueva familia, pero hecho muchísimo de menos poder volar y viajar por el mundo.

- ¿ Quieres volver a volar ? - preguntó el mago

- Carlota respondió - Nada me haría más feliz

- Cierra los ojos - dijo el mago

Carlota cerró los ojos y el mago, al igual que había hecho con Rufino, envolvió bajo su negra capa a Carlota, la cual quedó profundamente dormida.

Sobre una losa plana de piedra caliza en lo alto de un cerro desde el cual sólo se divisaba un mar de nubes, había una cálida piel de oveja sobre la que descansaban Rufino y Carlota. A su lado, de pie, el joven mago los miraba con afecto, mientras las primeras luces del alba comenzaban a iluminar el lugar.

- Despertad - dijo el mago - abrid los ojos

Rufino y Carlota abrieron los ojos y poniéndose de pie preguntaron al unísono 

- ¿ Que ha pasado ? ¿ Dónde estamos ?

El sabio mago con voz tranquila y sonriendo les dijo:

- Estáis en el cerro de la sabiduría, y os he traído aquí para deciros algo.

- ¿ Que quieres decirnos ? pregunto Rufino tambaleándose un poco aún un ligeramente mareado.

El mago dio dos pasos para acercarse más a ellos y con voz serena, mirada sabia y semblante tranquilizador comenzó a hablarles:

- Los dos teníais una vida de la que disfrutabais. Tu, Carlota, volabas y viajabas feliz recorriendo mundo, tu Rufino, tenias una gran familia que adorabas y con los que te sentías querido. Los dos, a pesar de vuestra felicidad, tenias anhelos no cumplidos que os hacían entristecer y olvidaros en algunos momentos de aquella felicidad de la que disfrutabais. Se os brindó la oportunidad de conseguir aquello que anhelabais y ninguno de los dos dudó en aceptarlo. Habéis vivido todo aquello que deseabais, tu Rufino, volar por el cielo visitando hermosos lugares, y tu, Carlota, tener la familia que siempre habías deseado. 

-Pero ambos os habéis dado cuenta de algo, y es que la verdadera felicidad la teníais ya en vuestra vida antes de cumplirse vuestro deseo. Os disteis cuenta que aún no teniendo aquello que anhelabais, vuestra vida os llenaba y os hacia felices y que cuando la perdisteis os sentisteis muy desgraciados.

-Los dos habéis aprendido que tener sueños no es malo, que cumplir esos sueños puede ser maravilloso, pero que lo que realmente os hace felices por siempre, es lo que ya teníais.

Carlota y Rufino lo miraban en silencio y ante las sabias palabras del mago no fueron capaces de responder.

El joven se acercó a ellos , cogió su capa con ambas manos, levantó los brazos , rodeo a Rufino y a Carlota con su capa y el silencio se hizo de nuevo en el cerro de la sabiduría.

El pingüino Rufino despertó aquella mañana junto a sus padres y la gaviota Carlota abrió de nuevo sus ojos posada en una roca en la costa de una de las islas Bahamas desperezando y batiendo sus alas que ya podían de nuevo volar.

Ambos fueron felices el resto de su vida y sabían que, aunque tengamos sueños y anhelos, lo que más debemos apreciar y agradecer, es lo bueno que ya tenemos en nuestra vida.





La esclava fea y Afrodita

La esclava fea y Afrodita

Una fábula de Esopo


Una esclava fea y mala gozaba del amor de su amo. Con el dinero que éste le daba, la esclava se embellecía con brillantes adornos, rivalizando con su propia señora. Para agradecer a Afrodita que la hiciera bella, le hacía frecuentes sacrificios; pero la diosa se le apareció en sueños y dijo a la esclava:
-No me agradezcas el hacerte bella, si lo hago es porque estoy furiosa contra ese hombre a quien pareces hermosa.

No te ciegues por lo que crees es tu tesoro, no vaya a ser que sólo sea una carencia en tus vecinos.

lunes, 7 de septiembre de 2015

La pastora de gansos

La pastora de gansos



Había una vez una reina viuda que tenía una hija muy hermosa. Cuando la niña fue mayor, le prometieron con el príncipe de un país vecino. Llegó el momento de celebrar la boda, y la princesa tenía que partir hacia el palacio de su futuro esposo.

-Yo estoy ya vieja y no puedo acompañarte -dijo la reina madre a su hija-, pero toma este pañuelo, en el que he enjuagado tres lágrimas, y él te protegerá por el camino.

La princesa partió a lomos de su caballo Fal
ada, que sabía hablar como una persona. Le acompañaba una camarera, también a caballo, y una carroza con el rico ajuar de la novia.

Hija y madre se despidieron con muchos besos.


Después de cabalgar un rato, la princesa tuvo sed.

-Baja del caballo, toma mi copa de oro y tráeme agua del manantial -dijo la princesa a su camarera.

-Si tenéis sed, bajad a por agua vos misma -contestó la mujer, que era muy ambiciosa.

La joven no quiso discutir y se bajó del caballo a beber agua de la fuente. Además, la camarera no quiso darle su copa de oro, por lo cual tuvo que beber directamente del agua. El pañuelo que le había dado su madre, cantó:

"Si tu madre lo supiera su corazón se partiera"
Cabalgaron unas horas más, y la princesa volvió a tener sed. Pidió a su camarera agua, pero recibió la misma respuesta altanera, y tuvo que bajar del caballo a beber en un arroyuelo. El pañuelo, sin que la princesa se diera cuenta, se cayó de su bolsillo al agua y se lo llevó la corriente río abajo. Pero la camarera sí lo vio.

-¡Has perdido el talismán que te protegía! - dijo-. Ahora verás -dijo la malvada mujer a la joven princesa-. Yo seré ahora la princesa y tú serás mi criada. Y si le vas a contar esto a alguien, te mataré ahora mismo. Júramelo por tu vida.

La pobre princesa, muerta de miedo, le juró guardar silencio, y así siguieron el camino hacia el reino del que iba a ser su esposo.

Cuando llegaron al palacio del príncipe, fueron recibidas con alegría. La camarera disfrazada de princesa, subió a las habitaciones reales, y la verdadera princesa se quedó en el patio. El rey la vio por la ventana.

-¿Quién es esa joven tan bella? -preguntó.

-Es una mendiga que recogí por el camino - dijo la farsante-. Si tenéis algún puesto libre entre vuestros criados, dadle un trabajo.

-Puede ayudar al niño que cuida los gansos -replicó el Rey, que era un hombre compasivo.

La falsa novia, temiendo que Falada contase la verdad, le dijo al príncipe a la menor ocasión:

-Quiero rogarte que mandes cortar la cabeza a mi caballo, pues me ha molestado durante todo el camino y no quiero verle nunca más.
El matarife de palacio cortó la cabeza a Falada. Pero la joven princesa se enteró y fue a ver al matarife.

Os daré esta moneda de oro si me hacéis el favor de colocar la cabeza de este caballo encima de la puertecita que hay a la salida de la ciudad, para que lo vea todos los días al salir a cuidar a los gansos.

Así lo hizo el matarife.

Por la mañana, Conrado el pastorcito de gansos y la princesa pasaron ante la cabeza del caballo y la niña dijo:

-¡Ay de ti, cabeza de Falada, que de una puerta estás colgada!

Y la cabeza contestó:

¡Ay de ti, princesa amada, hoy convertida en criada!

Si tu madre lo supiera su corazón se partiera.

Los dos pastores y los gansos llegaron al prado

Una vez allí, la princesa se soltó el cabello y se puso a peinarlo. Brillaba al sol como el oro más puro, y Conrado, que era muy juguetón, quiso tocarlo. La niña, viendo sus intenciones, cantó:

"Vuela, viento alado, llévate el sombrero de Conrado".

Una ráfaga de viento se llevó el sombrero del pastor, y éste para recuperarlo tuvo que correr tras él.

Cuando volvió al lado de la princesa, ella ya se había recogido el cabello bajo su sombrero de paja, y Conrado no pudo tocárselo.

Al día siguiente sucedió lo mismo. Al pasar los pastores bajo la cabeza de Falada, la niña dijo:

-¡Ay de ti, cabeza de Falada, que de una puerta estás colgada!

Y la cabeza contestó:

¡Ay de ti princesa amada, hoy convertida en criada! Si tu madre lo supiera su corazón se partiera.

En el prado, la joven se soltó el pelo y se puso a peinarlo. Cuando Conrado se acercó para tocarlo, ella cantó:


"Vuela, viento alado, llévate el sombrero de Conrado".

Conrado tuvo que salir corriendo tras su sombrero, que era arrastrado por el aire, y cuando volvió la princesa ya se había recogido los cabellos.

El chico estaba un poco enfadado por esta burla, así que cuando volvieron a palacio, fue a hablar con el Rey.

-No quiero volver al campo con la nueva pastora -le dijo.

-¿Por qué razón? -le preguntó el Rey.

Entonces Conrado le contó las extrañas cosas que había visto. El Rey, intrigado, mandó llamar a la joven para que le explicara su rara conducta.

-No puedo deciros nada, pues lo he jurado -le respondió la niña-. Ni a vos ni a ningún ser humano puedo contarle qué me sucede.

El Rey insistió una y otra vez, pero al ver que la voluntad de la pastora era muy firme, le dijo:

-Si no quieres decirme a mí lo que te pasa, ¿por qué no le cuentas tu penas a esta vieja chimenea?

-y se fue de la habitación.

La princesa, al verse sola, se acercó a la chimenea y se puso a llorar amargamente.

-Esto no puede romper mi juramento, pues no eres ser humano. Y tengo tanta necesidad de hablar con alguien... -decía la niña entre lágrimas-.

¡Aquí estoy, lejos de mi madre, olvidada de todo el mundo, a pesar de ser la verdadera princesa! La camarera desalmada que lleva mis vestidos y va a casarse con mi prometido ha conseguido reducirme a simple pastora de gansos.

Y, como no puedo hablar porque se lo juré para que no me matara, así seguiré toda la vida. ¡Si mi madre, la reina, lo supiera, su corazón se partiera!

En anciano Rey, que se había puesto al otro lado de la chimenea, en la habitación contigua, oyó por el cañón todos estos lamentos y muchos más. Entonces comprendió quién era la pequeña pastora.

Mandó a buscar ricos vestidos para la joven, y cuando ésta estuvo preparada, llamó a su hijo el príncipe y le contó todo lo que sabía.

El joven se quedó admirado ante la belleza de la verdadera princesa, y se alegró mucho de que el engaño hubiera sido descubierto antes de su boda, pues de lo contrario, se hubiera casado sin saberlo con la camarera.


La pérfida mujer fue encerrada en un calabozo para el resto de sus días, por haber tratado de suplantar a la princesa legítima.

En cuanto a los dos jóvenes prometidos, se casaron al día siguiente, celebrando la boda con gran alegría, y vivieron felices muchos años, y reinaron en el país cuando el anciano y sabio Rey murió.




El niño y los dulces

El niño y los dulces


Una fábula de Esopo

Un niño metió su mano en un recipiente lleno de dulces. Y tomó lo más que pudo, pero cuando trató de sacar la mano, el cuello del recipiente no le permitió hacerlo. 
Como tampoco quería perder aquellos dulces, lloraba amargamente su desilusión. 
Un amigo que estaba cerca le dijo: - Confórmate solamente con la mitad y podrás sacar la mano con los dulces-.

Nunca trates de abarcar más de lo debido, pues te frenarás.

domingo, 6 de septiembre de 2015

LA LEYENDA DE MBURUCUYÁ

MBURUCUYÁ




Aconteció esto en las cálidas tierras de Tupí, hace muchísimos años. Tupán no había creado todavía en aquel entonces ni el guayacán, ni el curupay, ni el canambí, ni muchas otras plantas prodigiosas, obra de sus milagros...
Había sobre la costa del Paraná una tribu feliz, muy feliz... Su cacique se llamaba Irnndi y la vida era una bendición de paz y felicidad. Para dicha mayor Irnndi tenía una hija cuyos ojos rivalizaban en esplendor con el Sol, a quien adoraba y adoraba su gente. Como era tradicional, antes de morir, Irnndi expresó que era su voluntad que su hija Isapi (rocío) se casara con el cacique Acaviray...

Y aquí comenzó la tragedia. Isapi no amaba y no podía amar a ese hombre inhumano con su gente, sensual y desenfrenado... .
Y cuando su padre murió, antes que Acaviray pudiera tomarla, huyó por el bosque, resuelta a morir antes que caer en sus manos. Anduvo muchos días y muchas noches, hasta que sus fuerzas se agotaron y cayó rendida en la selva. Mientras la fiebre la consumía veía pasar en sueños las aguas del Paraná, al alcance de sus manos, deslizándose suaves y rumorosas, para darle en sus hilos cristalinos el precioso líquido para apagar su sed. Y ella bebía.. .bebía. .. hasta que las sombras de la inconsciencia más completa se apoderaron de su frágil y delicado ser.
Quiso Tupán que un sacerdote que vivía con sus indios en las inmediaciones, la encontrara en la selva moribunda. Calmó su sed, sació su hambre y la llevó a su Misión.
Ahí Mburucuyá aprendió la lengua de aquel hombre blanco, y de sus palabras dulces, conoció al Dios cristiano, infinitamente bueno, todo amor y misericordia.
Nunca había soñado con un Dios tan bueno y grande que brindó hasta su sangre para salvar a los hombres. Que no conoce ni el odio, ni la venganza, ni la maldad. ¡ Un Dios que llama a los hombres para salvarlos !! Que los ama!... ! Oh; infinito misterio de las cosas! ¡Nunca lo había soñado, nunca ¡. . .
Los indios convertidos que no conocían su nombre la llamaron Mburucuyá. En el silencio de las noches ella prometió a ese Dios bueno ofrendar algo en su honor. Y lo propuso al misionero: ir a la tribu que fue de su padre y ofrecerle en la Cruz el camino de la salvación. Y así lo hicieron. Caminaron largos días por la selva y sendas noches. Mburucuyá iba eufórica a cumplir con aquel deber de gratitud. . .
Llegaron por fin, y ella, la Isapi, la hija del cacique Irundi, explicó el alcance de la visita y el mensaje de Amor en nombre de Aquel ser infinitamente bueno, que había llenado de amor su corazón.
Acaviray, el taimado, escuchó atento a la desertora y, finalmente, con toda frialdad y cinismo, ordenó el lanceamiento de ambos. Misionero y sierva cayeron bajo las flechas arteras en la quietud de la selva, y la cortina de la noche se extendió sobre un drama más...
Pero al día siguiente en el preciso lugar de la ejecución había brotado una planta nueva. Era el Mburucuyá. Su flor era una cruz y Dios puso en ella los atributos de. su pasión: los tres clavos que horadaron sus manos y pies, la corona de espinas que ciñó su frente; las cinco llagas de luz y en el corazón de su corola, una a una las gotas de su sangre preciosa. Y fué desde entonces la eterna Mburucuyá, símbolo del sacrificio por amor a su Dios... .
Y Acaviray, al morir, se convirtió en pájaro agorero del mal, cuyo graznidoanuncia el odio, y anda por los montes sin. reposo, despreciado de todos, llevando aún en sus ojos sanguinolentos todo el rencor que lo incitó al crimen... Es el cuervo o pitá cumpliendo su condena interminable. en la soledad de los bosques umbríos por los siglos de los siglos....


El mago Merlin

El mago Merlin



Hace muchos, muchisimos años, cuando Inglaterra no era más que un puñado de reinos que batallaban constantemente entre sí, vino al mundo Arturo, hijo del rey Uther. La madre del niño murió al poco de tener el bebe, y el padre se lo entregó al mago Merlín con el fin de que lo educara ya que el no se veia con fuerzas para hacerlo.

El mago Merlín decidió llevar al pequeño al castillo de un noble, quien, además, tenía un hijo de corta edad llamado Kay. Para garantizar la seguridad del príncipe Arturo, Merlín no descubrió sus orígenes.

Cada día Merlín explicaba al pequeño Arturo todas las ciencias conocidas y, como era mago, incluso le enseñaba algunas cosas de las ciencias del futuro y ciertas fórmulas mágicas.

Los años fueron pasando y el rey Uther murió sin que nadie le conociera descendencia.

Los nobles acudieron a Merlín para encontrar al monarca sucesor.

Merlín hizo aparecer sobre una roca una espada firmemente clavada a un yunque de hierro, con una leyenda que decía: "Esta es la espada Excalibur.

Quien consiga sacarla de este yunque, será rey de Inglaterra.

" Los nobles probaron fortuna pero, a pesar de todos sus esfuerzos, no consiguieron mover la espada ni un milímetro.

Arturo y Kay, que eran ya dos apuestos muchachos, habían ido a la ciudad para asistir a un torneo en el que Kay pensaba participar.

Cuando ya se aproximaba la hora, Arturo se dio cuenta de que había olvidado la espada de Kay en la posada.

Salió corriendo a toda velocidad, pero cuando llegó allí, la puerta estaba cerrada.

Arturo no sabía qué hacer.

Sin espada, Kay no podría participar en el torneo.

En su desesperación, miró alrededor y descubrió la espada Excalibur.

Acercándose a la roca, tiró del arma.

En ese momento un rayo de luz blanca descendió sobre él y Arturo extrajo la espada sin encontrar la menor resistencia.

Corrió hasta Kay y se la ofreció.

Kay se extrañó al ver que no era su espada.

Arturo le explicó lo ocurrido.

Kay vio la inscripción de "Excalibur" en la espada y se lo hizo saber a su padre.

Éste ordenó a Arturo que la volviera a colocar en su lugar.

Todos los nobles intentaron sacarla de nuevo, pero ninguno lo consiguió.

Entonces Arturo tomó la empuñadura entre sus manos.

Sobre su cabeza volvió a descender un rayo de luz blanca y Arturo extrajo la espada sin el menor esfuerzo.

Todos admitieron que aquel muchachito sin ningún título conocido debía llevar la corona de Inglaterra, y desfilaron ante su trono, jurándole fidelidad.

Merlín, pensando que Arturo ya no le necesitaba, se retiró a su morada.

Pero no había transcurrido mucho tiempo cuando algunos nobles se alzaron en armas contra el rey Arturo.

Merlín proclamó que Arturo era hijo del rey Uther, por lo que era rey legítimo.

Pero los nobles siguieron en guerra hasta que, al fin, fueron derrotados gracias al valor de Arturo, ayudado por la magia de Merlín.

Para evitar que lo ocurrido volviera a repetirse, Arturo creó la Tabla Redonda, que estaba formada por todos los nobles leales al reino.

Luego se casó con la princesa Ginebra, a lo que siguieron años de prosperidad y felicidad tanto para Inglaterra como para Arturo.

"Ya puedes seguir reinando sin necesidad de mis consejos -le dijo Merlín a Arturo-.

Continúa siendo un rey justo y el futuro hablará de ti.