lunes, 17 de agosto de 2015

Juan Fierro

Juan Fierro      



Hubo una vez hace mucho tiempo un rey que tenía un gran bosque cerca de su palacio, lleno de todas las clases de animales salvajes. Un día envió a un cazador para que le cazara una cierva, pero no volvió. 

-"Quizás algún accidente le ha acontecido,"- pensó el Rey.

Al día siguiente envió a dos cazadores más para buscarlo, pero ellos tampoco  volvieron. Entonces al tercer día, llamó a todos sus cazadores, y les dijo, 

-"Rastreen el bosque entero, y no paren hasta que hayan encontrado a los tres."-

Pero de todos ellos, nadie vino a casa otra vez, y del grupo de sabuesos que  habían llevado, ninguno fue visto más.
A partir de ese día en adelante, nadie se arriesgó a internarse más en el bosque, y allí sólo había calma profunda y soledad, y ningún movimiento se observaba, excepto  a veces un águila o un halcón volando sobre él. Y así continuó durante muchos años, hasta que un cazador forastero se presentó ante el rey como investigador de la situación, y le ofreció entrar en el bosque peligroso. El rey, sin embargo, no daría su consentimiento, y dijo, 

-"No es seguro entrar allí; temo que no te irá mejor que con los demás, y nunca saldrás otra vez."-

 El cazador contestó, 

-"Señor, me aventuraré a mi propio riesgo, el miedo no lo conozco."-

El cazador por lo tanto se encaminó con su perro al bosque. Al poco rato el perro percibió algo por el camino, y quiso perseguirlo; pero apenas habia avanzado el perro dos pasos cuando se detuvo en firme ante un profundo estanque y ya no pudo ir más lejos, y un brazo desnudo se levantó sobre el  agua, lo agarró, y lo tiró hacia abajo, Cuando el cazador vio aquello, fue y trajo a tres hombres más con cubos y empezaron a achicar el agua.
Cuando ya pudieron llegar al fondo, estaba allí un hombre salvaje cuyo cuerpo era marrón como el hierro oxidado, y cuyo pelo colgaba sobre su cara hacia abajo hasta sus rodillas. Ellos lo amarraron con cuerdas, y lo llevaron al castillo. Hubo un gran asombro sobre el hombre salvaje a quien llamaron Juan Fierro. El rey, sin embargo, ordenó que lo pusieran en una jaula de hierro en su patio, y prohibió abrir la puerta, con castigo de pena muerte a quien lo hiciera, y la reina debía tomar la llave a su cuidado. Y a partir de este momento en  adelante cualquiera podría entrar otra vez en el bosque con seguridad.
El rey tenía un hijo joven, quien una vez jugaba en el patio, y mientras  jugaba, su pelota de oro cayó en la jaula. El muchacho corrió hacia allá y dijo, 

-"Dame mi pelota."-

-"No hasta que me abras la puerta,"- contestó el hombre. 

-"No,"- dijo el muchacho, -"no haré eso; el rey lo ha prohibido,"- y se alejó. 

Al día siguiente él fue otra vez y pidió su pelota; el hombre salvaje dijo, 

-"Abre mi puerta,"- pero el muchacho dijo que no. 

Durante el tercer día el rey había salido de caza, y el muchacho fue una vez más a la jaula y dijo, 

-"No puedo abrir la puerta aun si lo deseara, ya que no tengo la llave."-

Entonces el hombre salvaje dijo, 

-"La llave está bajo la almohada de tu madre, allí la conseguirás."-

El muchacho, que quería tener su pelota de nuevo, echó todo pensamiento restrictivo a los vientos, y trajo la llave. La puerta abrió con dificultad, y el muchacho se maltrató sus dedos. Cuando estuvo abierto, el hombre salvaje salió, le dio la pelota de oro, y se alejó rápidamente. El muchacho se había atemorizado y gritando lo llamaba diciendo, 

-"¡Hey, hombre salvaje, no se marche, o seré castigado!"-

El hombre salvaje se volvió atrás, lo tomó, lo puso en su hombro, y se fue con pasos precipitados hacia el bosque.
Cuándo el rey regresó a casa, observó la jaula vacía, y preguntó a la reina como había pasado eso. Ella no sabía nada al respecto, y buscó la llave, pero no estaba. Llamó al muchacho, pero nadie contestó. El rey envió a la gente a  buscarlo en los campos, pero no lo encontraron. Entonces pudo suponer  fácilmente lo que había pasado, y mucha pena reinó en la corte real.
Cuando el hombre salvaje había llegado una vez más al bosque oscuro, bajó al muchacho de su hombro, y le dijo, 

-"Nunca verás de nuevo a tu padre y madre, pero cuidaré de ti, ya que me pusiste en libertad, por lo que tendré compasión por ti. Si haces todo lo que te pido, estarás muy bien. En cuanto a tesoros y oro, tengo mucho, más que nadie en el mundo"-

Él hizo una cama de musgo para el muchacho en la cual durmió, y a la mañana siguiente lo llevó a un pozo, y le dijo, 

-"Observa, el pozo de oro es tan brillante y claro como el cristal, siéntate a su orilla, y ten cuidado de que nada caiga en él, o será contaminado. Vendré cada tarde para ver si has cumplido mi orden."-

 El muchacho se colocó a la orilla del pozo, y a menudo veía a un pescado de oro o a una serpiente de oro nadando graciosamente, y tuvo cuidado de que nada cayera. Mientras estaba sentado allí, su dedo se hirió tan violentamente que él involuntariamente lo puso en el agua.
Él lo sacó del agua inmediatamente, pero vio que estaba completamente dorado, y sin importar lo mucho que le doliera, trató de lavar el oro de su dedo, pero todo era en vano. En la tarde, Juan Fierro volvió, miró al muchacho, y dijo, 

-"¿Qué ha ocurrido en el pozo?"-

-"Nada, nada,"- contestó el muchacho, y mantuvo su dedo detrás de su espalda, donde el hombre no podría verlo. Pero él dijo, 

-"Has sumergido tu dedo en el agua. Esta vez pasará, pero ten cuidado de que nada entre al agua de nuevo."-

 Al día siguiente fue de nuevo a cuidar del pozo.
Su dedo se hirió otra vez y él lo pasó sobre su cabeza, pero lamentablemente un pelo cayó en el pozo. Él lo sacó rápidamente, pero siempre quedó  completamente dorado. Juan Fierro llegó, y ya sabía lo que había pasado. 

-"Has dejado caer un cabello en el pozo,"- dijo él. -"Te permitiré vigilar el pozo una vez más, pero si esto sucede por tercera vez entonces el pozo quedará  contaminado, y ya no podrás permanecer conmigo."-

Durante el tercer día, el muchacho se sentó a la orilla del pozo, y no movió su dedo, por más que le doliera. Pero el tiempo se hacía largo para él, y miró el  reflejo de su cara en la superficie del agua.
Y a medida que se inclinaba cada vez más tratando de verse directamente en los ojos, su pelo largo resbaló sobre sus hombros y cayó en el agua. Él se levantó rápidamente, pero todo el pelo de su cabeza era ya de oro y brillaba  como el sol. ¡Usted puede imaginar cuan aterrorizado estaba el pobre muchacho! Él tomó su pañuelo y lo ató alrededor de su cabeza, a fin de que el hombre no pudiera verlo. Cuando él vino, como siempre él ya lo sabía todo, y dijo, 

-"Quítate el pañuelo."-

Entonces el pelo de oro cayó hacia adelante, y las excusas del muchacho fueron totalmente inútiles. 

-"No cumpliste con lo acordado, y ya no puedes permanecer aquí. Ve por el mundo y aprende cómo es la pobreza. Pero como tienes un corazón noble, y  deseo que estés bien, te concederé una cosa; si en algún momento te sientes en una dificultad, ven al bosque y grita, ‘¡Juan Fierro!’, y yo vendré a ayudarte. Mi poder es grande, mayor de lo que piensas, y tengo oro y plata en abundancia."-

Entonces el hijo del rey dejó el bosque, y anduvo por caminos buenos y malos hasta que en algún momento llegó a una gran ciudad. Allí él buscó trabajo, pero no podría encontrar ninguno, y no había aprendido nada por medio de lo cual  podría ayudarse. Por fin llegó al palacio, y preguntó si ellos lo podrían acoger. La gente de la corte no sabía que podrían hacer con él, pero les agradó, y aceptaron que se quedara. A fin de cuentas, el cocinero lo tomó a su servicio, y dijo que podría traerle la leña y el agua, y rastrillar las cenizas juntos.
Una vez cuando no había nadie más a mano, el cocinero le ordenó que llevara el alimento a la mesa real, pero como no le gustaba dejar ver su pelo de oro, lo ocultó bajo su pequeña gorra. Pero como nunca nadie había llegado a la mesa del rey con gorra, él rey le dijo, 

-"Cuando vengas a la mesa real debes quitarte el sombrero."-

Él contestó, 

-"Oh, Alteza, no puedo; tengo una herida en mi cabeza."-

Entonces el rey llamó al cocinero ante él y lo reprendió, y le preguntó como  podría tomar a tal muchacho en su servicio; y que debería retirarlo  inmediatamente. El cocinero, sin embargo, como tenía compasión de él,  lo intercambió por el muchacho del jardín.
Y ahora el muchacho tenía que plantar y regar el jardín, azadonar y cavar, y trabajar bajo viento y mal tiempo. Una vez en el verano cuando él trabajaba solo en el jardín, el día estaba tan caliente que él se quitó su pequeña gorra para sentirse más fresco. Cuando la luz del sol cayó sobre su pelo, éste brilló y destelló de modo que los rayos llegaron hasta el dormitorio de la hija del rey, y ella saltó para ver qué podría ser. Entonces ella vio al muchacho, y le gritó,

-"Muchacho, tráigame un ramo de flores."-

Él se puso su gorra a toda la prisa, y juntó flores silvestres y formó un ramo.
Cuándo subía la escalera con el ramo, el jardinero lo encontró, y le dijo,

-          "¿Cómo puedes llevarle a la hija del rey un ramo de flores silvestres? Ve  rápidamente, y forma otro, pero con flores más bonitas y raras."-

-"Ah, no,"- contestó el muchacho, -"las silvestres tienen más olor, y la complacerá mejor."-

Cuando él entró en el cuarto, la hija del rey dijo, 

-"Quítate la gorra, no es correcto usarla en mi presencia."-

Él otra vez dijo, 

-"No puedo, tengo una herida en la cabeza."-

Ella, sin embargo, agarró la gorra y se la quitó, y entonces su pelo de oro rodó abajo de sus hombros, y su contemplación era espléndida.


Él quiso salir corriendo, pero ella lo sostuvo del brazo, y le dio un puñado de ducados. Con éstos él se marchó, pero no se preocupó nada por las monedas  de oro. Se las dio al jardinero diciéndole, 

-"Es un regalo para tus niños, pueden jugar con ellas."-

 Al día siguiente la hija del rey otra vez le llamó pidiéndole que le llevara una corona de flores de campaña, y cuando él entró con la corona, ella al instante intentó agarrar su gorra, y quiso quitársela de su cabeza, pero él la sostuvo rápido con ambas manos. Ella otra vez le dio un puñado de ducados, pero él no los guardó, y se les dio de nuevo al jardinero para que jugaran sus niños.
Durante el tercer día las cosas fueron exactamente igual; ella no podía quitarle su gorra, y él no guardaría su dinero. No mucho tiempo después, el país fue invadido por una guerra. El rey convocó a su gente, y no sabía si podría ofrecer alguna oposición al enemigo, que era superior en fuerza y tenía un ejército muy fuerte. Entonces dijo el muchacho ayudante del jardinero, 

-"Ya he crecido, e iré a la guerra también, sólo denme un caballo."-

Los demás se rieron, y le dijeron, 

-"Tómalo cuando nos hallamos ido, lo dejaremos en el establo para ti."-

Cuando ellos ya se habían ido, entró en el establo, y sacó al caballo; era cojo de un pie, y cojeaba tacatá, tacatá, tacatá; sin embargo él lo montó, y encaminó al  caballo hacia el bosque oscuro. Cuando llegó a las afueras, él llamó 

-"¡Juan Fierro!,"- tres veces tan en voz alta que resonó por los árboles. 

Con eso el hombre salvaje apareció inmediatamente, y preguntó, 

-"¿Qué es lo que deseas?"-

-"Quiero a un corcel fuerte, ya que voy a las guerras."- respondió.

-"Lo tendrás, y mucho más de lo que has pedido."-, dijo Juan Fierro.

Entonces el hombre salvaje volvió al bosque, y en unos momentos un muchacho  de establo llegó conduciendo a un gran caballo que resoplaba fuertemente con sus fosas nasales, y apenas podría ser retenido, y detrás de ellos venía una gran tropa de soldados completamente acorazados con hierro, y sus espadas relucían con el sol. El joven entregó su caballo cojo al muchacho del establo, y montó en el fuerte, y se puso a la cabeza de los soldados. Cuando él llegó cerca del campo de batalla, una gran parte de los hombres del rey habían caído ya, y casi no quedaba nada por hacer. Entonces el joven galopó rápido con sus soldados de hierro, y rompió como un huracán sobre el enemigo, y azotó a todos quienes se opusieran a él.

Los invasores comenzaron a huir, pero el joven los perseguía sin parar, hasta dejarlos a todos fuera de combate. Terminada la batalla, sin embargo, no fue  donde el rey, sino que condujo a su tropa de regreso al bosque, y llamó a Juan Fierro. 

-"¿Cuál es tu deseo?"- preguntó el hombre salvaje. 

-"Toma a tu caballo y a tus tropas, y dame mi caballo cojo de nuevo."-

Todo lo solicitado fue hecho, y pronto ya estuvo montado en su caballo cojo. Cuando el rey volvió a su palacio, su hija fue a encontrarlo, y lo felicitó por su victoria. 

-"No soy yo quién se llevó la victoria,"- dijo él, -"sino un caballero forastero que vino en mi ayuda con sus soldados."-

La hija quiso oír más sobre quién era el caballero forastero, pero el rey no lo  sabía, y dijo, 

-"Él persiguió al enemigo, y no lo vi más."-

Ella preguntó al jardinero dónde estaba su ayudante, pero él sonrió, y dijo, 

-"Él acaba de llegar en su caballo cojo, y los demás han estado burlándose de él, y gritando, "¡Aquí regresa nuestro tacatá, tacatá otra vez!" 

Y ellos le  preguntaban, también, 

-"¿Bajo qué seto has estado durmiendo todo este  tiempo?"-

Él, sin embargo, decía, 

-"Hice lo mejor de todo, y esto habría salido mal sin mí."-

Y desde luego todavía era más ridiculizado.
El rey dijo a su hija, 

-"Proclamaré un gran banquete que durará durante tres días, y tú lanzarás una manzana de oro. Quizás el desconocido venga."-

Cuando el banquete fue anunciado, el joven fue al bosque, y llamó a Juan Fierro. 

-"¿Cuál es tu deseo?"- preguntó.

-"Que yo pueda agarrar la manzana de oro de la hija del Rey."- dijo el joven.

-"Eso es tan seguro como si ya la tuvieras,"- dijo Juan Fierro. -"Usarás un traje y una armadura roja para la ocasión, y montarás en un caballo castaño decorado."-

Cuando el día llegó, el joven galopó al punto, tomó su lugar entre los caballeros, y no fue reconocido por nadie.
La hija del Rey avanzó, y lanzó una manzana de oro a los caballeros, pero ninguno de los otros la atrapó, excepto él, y tan pronto como la cogió galopó lejos.
En el segundo día Juan Fierro lo equipó como un caballero blanco, y le dio un caballo blanco. Otra vez él fue el único quién agarró la manzana, y no tardó un instante en salir galopando lejos con ella. El rey se puso enojado, y dijo, 

-"Eso no es permitido; él debe aparecer ante mí y decir su nombre."- 

Y dio la orden de que si el caballero que agarrara la manzana, se escabullía otra vez, los guardias deberían perseguirlo, y si él no volvía por su voluntad, debían reducirlo y herirlo de ser necesario.

Durante el tercer día, él joven recibió de Juan Fierro un juego de armadura negra y un caballo negro, y otra vez sólo él agarró la manzana. Pero cuando él se alejaba rápido con su caballo, los asistentes del rey lo persiguieron, y uno de ellos se acercó tanto que logró herir la pierna del joven con la punta de su espada. El joven, sin embargo se escapó de ellos, pero su caballo saltó tan violentamente que el casco se cayó de su cabeza, y quienes lo perseguían pudieron ver que él tenía el pelo de oro. Ellos retornaron al palacio y contaron  lo sucedido al rey.
Al día siguiente la hija del rey preguntó al jardinero sobre su muchacho. 

-"Él está en el trabajo en el jardín; y el forastero extraño ha estado en el festival también, y sólo vino a casa ayer por la tarde; él ha mostrado igualmente a mis niños tres manzanas de oro que él ha ganado."-

El rey lo convocó a su presencia, y vino otra vez con su pequeña gorra en su cabeza. Pero la hija del Rey se acercó a él y se la quitó, y luego su pelo de oro  cayó sobre sus hombros, y se veía tan hermoso que todos quedaron  asombrados. 

-"¿Eres tú el caballero que vino cada día al festival, siempre en colores diferentes, y quién agarró las tres manzanas de oro?"- preguntó el Rey.

-"Sí,"- contestó él, -"y aquí están las manzanas,"- y las tomó de su bolsillo, y las devolvió al Rey. -"Si usted desea una prueba adicional, puede ver la herida que su gente me dio cuando me siguieron. Pero soy igualmente el caballero que le ayudó a su victoria sobre sus enemigos."- 

-"Si eres capaz de realizar tales hechos, no eres ningún jardinero; entonces díme, ¿quién es tu padre?"- preguntó el rey.

 "Mi padre es un rey fuerte, y tengo oro en abundancia tan grande como requiera."-

 -"Bien veo,"- dijo el Rey, -"que debo darte las gracias a ti; ¿puedo hacer algo para complacerte?"-

-"Sí"-, contestó él, -"en efecto usted puede. Déme a su hija como esposa."


La doncella se rió, y dijo, 

-"No se atrasará mucho la ceremonia, y ya había visto por su pelo de oro que él no era ningún muchacho jardinero,"- y ella fue y lo besó. 

El padre y la madre del joven vinieron a la boda, y estaban felices, ya que  habían perdido toda esperanza de volver a ver alguna vez a su querido hijo. Y cuando todos ya estaban sentados en el banquete del matrimonio, la música de repente paró, las puertas fueron abiertas, y un rey majestuoso entró con un gran séquito. Él se acercó donde el joven, lo abrazó y dijo, 

-"Soy Juan Fierro, y por razón de un encanto era un hombre salvaje, pero con tus actos, tú me pusiste en libertad; todos los tesoros que poseo, serán ahora de tu propiedad."-

Y este cuento está acabado.
 


Enseñanza:


Quien siembra bondad, cosecha bondades.

sábado, 15 de agosto de 2015

Amigos Sabios

Amigos Sabios


Un día un campesino tomó su buen palo de avellana de la esquina y dijo a su esposa, 

-"Trina, voy a ir al campo, y no volveré durante tres días. Si durante ese tiempo el comprador de ganado viene a querer comprar nuestras tres vacas, puedes cerrar un acuerdo inmediatamente, pero siempre que puedas conseguir doscientos pesos por ellas y nada menos, ¿comprendiste?"-

-"Por el amor de Dios, vete en paz,"- contestó la mujer, -"yo lo manejaré."-

-"¡Seguro!,"- dijo el hombre. -"Una vez te caíste de cabeza cuando eras una  pequeña niña, y eso aún te afecta; pero déjame decirte, si haces algo tonto, tendré que reprenderte muy seriamente, y no podrás comprar aquello que tanto deseas."- 

Y habiendo dicho eso, el hombre continuó su camino.

A la mañana siguiente el comprador de ganado vino, y la mujer no tenía ninguna necesidad de decirle muchas palabras. Una vez que había visto a las vacas y había oído el precio, dijo, 

-"Estoy de acuerdo en darle eso, francamente hablando, ellas lo valen. Me llevaré a las bestias conmigo inmediatamente."-

Él desató las amarras para sacarlas fuera del establo, pero cuando iba por la puerta, la mujer lo agarró por la manga y le dijo, 

-"Usted debe darme doscientos pesos ahora, o no puedo dejarlo llevarse a las vacas."-

-"Cierto"- contestó el hombre, -"pero he olvidado traer mi cinturón de dinero. Sin embargo, no tenga ningún temor, usted tendrá la seguridad de mi pago. Tomaré sólo dos vacas conmigo y dejaré una, y así usted tendrá una  buena garantía."-

 La mujer creyó en la fuerza de ese trato, y dejó al hombre marcharse con las vacas, y pensó, 

-"¡Qué contento se pondrá Hans cuando vea lo hábilmente que lo he manejado!"-

El campesino regresó a casa al tercer día como lo había dicho, e inmediatamente preguntó si las vacas fueron vendidas.

-"Sí, en efecto, querido Hans,"- contestó la mujer, -"y por los doscientos pesos  como me dijo. Ellas apenas valdrán eso, pero el hombre las tomó sin hacer ninguna objeción."-

-"¿Y dónde está el dinero?"- preguntó el campesino. 

-"Ah, aún no tengo el dinero,"- contestó la mujer; -"resulta que él olvidó su cinturón de dinero, pero lo traerá pronto, y dejó una buena garantía"-

 -"¿Qué tipo de garantía?"- preguntó el hombre. 

-"Dejé aquí una de las tres vacas, que él no podrá llevarse hasta que haya pagado las otras dos. Y fui muy hábil, ya que he dejado la más pequeña, que es la que come menos."-

El hombre se enfureció y se levantó amenazante recordándole cobrarle su ingenuidad. Pero de repente se calmó y dijo, 

-"Eres la gansa más ingenua que alguna vez anidó en esta tierra de Dios, y me apena por ti. Pero bien, saldré a la carretera y esperaré durante tres días a ver si encuentro a alguna persona que sea todavía más estúpida que tú. Si tengo éxito en ello, quedarás impune, pero si no la encuentro, recibirás tu recompensa bien merecida sin ningún descuento."-

Él entonces salió a las gran carretera, se sentó en una piedra, y esperó a ver que pasaría. De pronto vio un carro con una campesina venir hacia él, y la mujer estaba de pie, erguida, en medio del carro, en vez de sentarse en el bulto de paja que estaba al lado de ella, o de andar cerca de los bueyes conduciéndolos. El hombre pensó, 

-"Es seguramente una de esa clase que ando buscando,"-

 y saltó y corrió de acá para allá delante del carro como quién no sabe qué hacer.

-"¿Qué quiere usted, mi amigo?"- le preguntó la mujer; -"no le conozco, ¿de dónde viene usted?"-

-"Me he caído del cielo,"- contestó el hombre, -"y no sé cómo regresar otra vez, ¿podría usted hacerme subir?"-

 -"No,"- dijo la mujer, -"no sé el camino, pero si usted viene del cielo podría  decirme seguramente cómo está mi marido, que ha estado allí estos tres últimos años. Usted debe haberlo visto."-

-"Ah, sí, lo he visto, pero no todos los hombres pueden estar muy bien. Él guarda  ovejas, y las ovejas le dan mucho que hacer. Ellas se dirigen a las montañas y pierden su camino en el páramo, y él tiene que perseguirlas y traerlas juntas otra vez. Su ropa está toda despedazada también, y se le caerá pronto de su cuerpo. No hay ningún sastre allí, ya que San Pedro no deja entrar a ninguno de ellos, como usted sabe por la historia."-

-"¿Quién lo hubiera pensado?"- gritó la mujer, -"le digo que traeré su abrigo que usaba los domingos y que todavía cuelga en casa en el armario, así él puede llevarlo puesto y presentarse respetable. ¿Sería usted tan amable de  llevárselo?"-

 -"Eso no estará muy bien,"- contestó el campesino; -"a la gente no le permiten entrar ropa al Cielo, se la quitan a uno en la puerta."-

-"Entonces escúcheme usted,"- dijo la mujer, -"vendí mi trigo fino ayer y conseguí un buen pago de dinero por él, así que se lo enviaré. Si usted esconde el monedero en su bolsillo, nadie sabrá lo que usted lleva."-




-"Si usted no puede manejarlo de ninguna otra forma,"- dijo el campesino, -"le haré el favor."-

-"Sólo quédese ahí donde está ahora,"- dijo ella, -"e iré a casa y traeré el monedero, y pronto estaré de vuelta de nuevo. No me siento en el bulto de paja, sino que me levanto en el carro, porque así se hace más liviano para el ganado."-

Ella dirigió sus bueyes hacia su casa, y el campesino pensó, 

-"Esa mujer tiene un talento perfecto para la locura, y si ella realmente trae el dinero, mi esposa puede pensarse afortunada, ya que entonces no recibirá  ningún castigo."-

No pasó mucho tiempo cuando ella vino con gran prisa con el dinero, y de sus propias manos se lo puso en su bolsillo. Antes de marcharse, ella le agradeció otra vez mil veces por su cortesía.
Cuando la mujer del carro llegó a su casa otra vez, encontró a su hijo que había regresado del trabajo del campo. Ella le contó de las cosas imprevistas que le habían acontecido, y luego añadió, 

-"Estoy realmente encantada en haber encontrado una oportunidad de enviar algo a mi pobre marido. ¿Quién hubiera imaginado alguna vez que él podría sufrir a falta de algo en el cielo?"-

El hijo quedó lleno de asombro. 

-"Madre"-, dijo él, -"no es todos los días que un hombre viene del Cielo de esta manera. Saldré inmediatamente, y veré si todavía lo puedo encontrar; él debe decirme cómo es allá arriba, y cómo se trabaja allá."-

Él ensilló el caballo y galopó a toda la velocidad. Y encontró al campesino sentado bajo un sauce, quien iba ya a contar el dinero que tenía en el monedero. 

-"¿Ha visto usted al hombre que se ha caído del Cielo?"- le gritó el joven. 

-"Sí, claro"-, contestó el campesino, -"él ha tomado su camino de regreso, y ha subido por aquella colina, por donde me dijo que regresaría más rápido; pero usted todavía podría alcanzarlo, si puede correr velozmente en su caballo."-

 -"¡Ay!,"- dijo el joven, -"he estado haciendo trabajo duro todo el día, y el venir aquí me ha desgastado completamente; usted que conoce al hombre, ¿sería tan amable de tomar mi caballo, e ir a alcanzarlo y persuadirlo de venir aquí?"-

-"¡Ahá!"- pensó el campesino, -"¡aquí está otro que no tiene ninguna mecha en su lámpara!"-

-"¿Y por qué no debería yo hacerle este favor?"- dijo él, y montó en el caballo y se fue lejos en un rápido trotar. 


El joven permaneció sentado allí hasta antes de que la noche cayera, pero el campesino nunca volvió. 

-"El hombre del Cielo debe haber estado seguramente con gran prisa, y no se devolvería para acá,"- pensó él, -"y el campesino sin duda le ha dado el caballo para que más fácilmente llegue a donde está mi padre."-

Él se fue a casa y le dijo a su madre lo que había pasado, y que le había enviado a su padre el caballo de modo que pudiera cuidar más comodamente de las ovejas. 

-"Has hecho muy bien,"- contestó ella, -"las piernas tuyas son más jóvenes que las de él, y tú bien puedes viajar a pie."-

Cuando el campesino llegó a su casa, puso al caballo en el establo al lado de la vaca que quedó como garantía, y luego fue donde su esposa y le dijo, 

-"Trina, has tenido muy buena suerte, he encontrado a dos gentes quiénes son todavía más ingenuos que tú; te salvaste de la reprimenda, cuida de no tropezarte en otra ocasión."-

Entonces él encendió el hogar, y sentado en la silla de su abuelo, dijo, 

-"Fue un excelente negocio conseguir un caballo fino y además un gran monedero lleno de dinero a cambio de dos vacas flacas. Si la estupidez siempre hiciera generar tanto como ahora, yo la mantendría en un sitio de  honor."-

Así pensó el campesino, pero usted sin duda preferirá a la gente sencilla.

Enseñanza:


Nunca debe de creerse todo lo que un desconocido cuente, pues puede caerse de ingenuo y hasta perder muchas pertenencias. 

El Joven Gigante

El Joven Gigante    


Hace mucho tiempo sucedió que un campesino tenía a un hijo que era tan grande como una mano, y no llegaba a crecer nada más, y durante varios años no creció ni el grueso de  un pelo. Una vez cuando el padre salía para arar, el pequeño dijo, 

-"Padre, iré con usted."-

 "¿Dices que vendrás conmigo?"- dijo el padre. -"Quédate aquí, pues no serías de ninguna utilidad allá, además de que podrías perderte"-

Entonces el pequeñito comenzó a llorar, y por quedar en paz, su padre lo puso en su bolsillo, y lo llevó con él. Cuando llegaron al campo, el padre lo sacó del bolso, y lo puso en un surco recientemente hecho.
Mientras él estaba allí, un gran gigante se vio venir sobre la colina. 

-"¿Ves ese gran espectro?"- dijo el padre, ya que quiso asustar al pequeño compañero para que se portara bien; -"él viene para llevarte."-

El gigante, apenas había recorrido dos pasos con sus piernas largas y ya estuvo en el surco. Él tomó al pequeñito con cuidado con dos dedos, lo examinó, y sin decir una palabra se marchó con él. Su padre se quedó paralizado, y no podía pronunciar un solo sonido por el terror, y no pensó en nada más que había perdido a su niño, y que mientras él viviera nunca más lo volvería a ver.
El gigante, sin embargo, lo llevó a su casa, lo alimentó adecuadamente, y el pequeñito creció y se hizo alto y fuerte bajo el cuido de los gigantes. Cuando habían pasado dos años, el gigante lo llevó al bosque, para probarlo, y dijo, 

-"Tira un palo para ti."-

Para entonces el muchacho era tan fuerte que extrajo un árbol joven de la tierra desde  las raíces. Pero el gigante pensó, 

-"Debemos mejorar esto,"- 

Y regresaron a casa, y lo cuidó y preparó por dos años más. Cuando lo probó de nuevo, su fuerza había aumentado tanto que ya podía extraer un viejo árbol de la tierra. Pero aún no era suficiente para el gigante; y otra vez lo cuidó durante dos años más, y de nuevo fue con él al bosque y dijo, 

-"Ahora sólo saca un palo apropiado para mí,"-

y el muchacho sacó de la tierra el roble más fuerte que había, y dividirlo en dos fue una mera bagatela para él. 

-"Ahora sí funciona,"- dijo el gigante,- "estás perfecto,"- y partieron hacia el campo de donde él lo había traído. 

Su padre estaba ahí arando. El joven gigante se acercó a él, y dijo, 

-"¡Mira padre en qué magnífico hombre tu hijo se ha convertido!"-

El agricultor se alarmó, y dijo, 

-"No, no eres mi hijo; ¡Vete por favor!"-

-"Realmente soy tu hijo; permíteme que yo haga el trabajo, puedo arar así como lo haces, no mejor."-

 "No, no, no eres mi hijo; ¡y no puedes arar, márchate!"-

Sin embargo, como él tuvo miedo de este gran hombre, soltó el arado, retrocedió y se mantuvo a un lado de las tierras. Entonces el joven tomó el arado, y sólo lo presionó con una mano, pero su presión era tan fuerte que el arado entró profundamente en la tierra. El agricultor no soportó ver aquello, y lo llamó, 

-"Si vas a arar, no debes apretar tan fuerte, porque queda mal el trabajo."-

El joven, sin embargo, no enjaezó a los caballos, y jaló el arado él mismo, diciendo,

-"Ve a casa, padre, y pide a mi madre que prepare un plato grande de alimento, y mientras tanto yo trabajaré el campo."

Entonces el agricultor se fue a casa, y pidió a su esposa que preparara el alimento; mientras tanto el joven aró el campo que era dos acres de grande, completamente solo, y luego él se enjaezó a la rastra, y escarificó toda la tierra, usando dos rastras a la vez. Cuando terminó, entró en el bosque, y tiró dos robles, los puso sobre sus hombros, y colgó en ellos una rastra detrás y una adelante, y también un caballo detrás y uno adelante, y llevó a todos, como si hubiera sido un bulto de paja, a la casa de sus padres. Cuándo él entró en el jardín, su madre no lo reconoció, y preguntó, 

-"¿Quién es ese horrible hombre alto?"-

El agricultor dijo, 

-"Es nuestro hijo."-

Ella dijo, 

-"No, no puede ser nuestro hijo, nunca tuvimos uno tan alto, el nuestro era una cosa pequeñita."- Ella lo llamó diciendo, 

-"Márchese, no lo queremos aquí"-

El joven se mantuvo en silencio, y condujo a los caballos al establo, les dio alguna avena y heno, y todo lo que ellos quisieron.
Cuándo terminó, entró al comedor, se sentó en el banco y dijo, 

-"Madre, ahora me gustaría comer algo, ¿estará listo pronto?"-

Entonces ella dijo, 

-"Sí"-, 

y le sirvió dos platos inmensos llenos de alimento, que habría sido bastante para satisfacer a ella y su marido durante toda una semana. El joven, sin embargo, lo comió  todo él solo, y preguntó si no tenía nada más de comida. 

-"No"-,contestó ella , -"es todo que tenemos."-

-"Pero eso sólo fue un bocadillo, necesito más."-

Ella no se atrevió a oponérsele, y fue y puso un caldero enorme lleno de alimento en el  fuego, y cuando estuvo listo, se lo llevó. 

-"Al fin llegaron unas migas,"- dijo él, y comió todo lo que había, pero no era todavía suficiente para apaciguar su hambre.

Entonces dijo, 

-"Padre, veo bien que con ustedes nunca tendré suficiente alimento; si tú me consigues  una vara de hierro bien fuerte, y que yo no pueda romper contra mis rodillas, saldré a recorrer el mundo."-

El agricultor se alegró, puso a sus dos caballos en su carro, y trajo del herrero una vara  tan grande y gruesa, que los dos caballos apenas podían traerla. El joven la puso a través de sus rodillas, y ¡clik! la rompió en dos al medio como una judía, y la tiró. El padre entonces enjaezó a cuatro caballos, y trajo una barra que era tan larga y gruesa, que los cuatro caballos la arrastraban con pesadez. El hijo la rompió también en dos partes contra sus rodillas, la tiró, y dijo, 

-"Padre, esto no me servirá, debes enjaezar a más caballos, y traer una vara aún más fuerte."-

Entonces el padre enjaezó a ocho caballos, y trajo una vara que era tan larga y gruesa, que los ocho caballos tenían que llevarla poco a poco. Cuando el hijo la tomó en sus manos, quebró un pedazo cerca de la punta, y dijo, 

-"Padre, veo que no serás capaz de conseguirme una barra como yo quiero, así que ya no permaneceré más con ustedes."

Entonces él se marchó, y se presentaría como aprendiz de herrero. Llegó a un pueblo, en donde vivía un herrero que era un hombre avaro, que nunca hizo una bondad a nadie, sino que todo lo quería para él. El joven entró en la herrería y preguntó si él necesitaría un ayudante. 

-"Sí"-, dijo el herrero, y lo miró, y pensó, -"es un tipo fuerte que golpearía bien el mazo, y ganaría su pan."-

Entonces le preguntó, 

-"¿Cuánto pide de salario?"-

-"No quiero ninguno en absoluto,"- contestó él, -"sólo cada quincena, cuando pagan a los otros ayudantes, le daré a usted dos golpes, y usted debe aguantarlos."-

El avaro estuvo realmente satisfecho, y pensó que así ahorraría así mucho dinero.
A la mañana siguiente, el nuevo ayudante debía comenzar a trabajar, pero cuando el maestro trajo la barra encendida, y el joven dio su primer golpe, el hierro voló a trozos, y el yunque se hundió tan profundamente en la tierra, que no había forma de sacarlo de nuevo. Entonces el avaro se puso enojado, y dijo, 

-"Ah, pero así no puedo hacer ningún uso de usted, usted golpea demasiado poderosamente; ¿cuánto será por ese golpe?"-

Entonces dijo él, 

-"Sólo le daré a usted un pequeño golpe, esto es todo."- 

Y él levantó su pie, y le dio tal patada que el avaro se fue volando más de cuatro cargas del heno. Entonces él buscó la barra de hierro más gruesa en la herrería para él, la tomó como un palo en su mano y salió.
Cuando él había andado durante algún tiempo, llegó a una pequeña granja, y preguntó al administrador si él no requeriría a un criado principal. 

-"Sí"-, dijo el administrador, -"puedo necesitar uno; usted parece un tipo fuerte que puede hacer mucho, ¿cuánto quiere como salario por un año?"-

Él otra vez contestó que no quería ningún salario en absoluto, pero que cada año él le daría tres golpes, que él debería aguantar. El administrador estuvo satisfecho, ya que él, también, era un hombre codicioso. 




A la siguiente mañana todos los criados debían entrar al bosque, y cuando todos estaban listos, el criado principal estaba todavía en la cama. Entonces uno de ellos lo llamaba diciendo, 

-"Despierte, es la hora; vamos al bosque, y usted debe ir con nosotros."-

-"Ah,"- dijo él completamente aperezado y somnoliento, -"entonces ustedes pueden ir solos; yo estaré de vuelta antes que cualquiera de ustedes."

Entonces los demás fueron donde el administrador, y le dijeron que el jefe todavía yacía en la cama, y no entraría al bosque con ellos. El administrador les dijo que  debían despertarlo otra vez, y decirle que fuera a enjaezar a los caballos. El jefe, sin embargo, dijo como antes, 

-"Ustedes pueden ir solos; yo estaré de vuelta antes que cualquiera de ustedes."-

Y luego él se quedó en la cama por dos horas más. Por fin se levantó de la cama, pero primero consiguió dos bushel de guisantes del desván, se hizo un caldo con ellos, lo comió a su paciencia, y cuando terminó, fue y enjaezó a los caballos, y se dirigió al bosque.  No lejos del bosque había  un barranco por el cual él tuvo que pasar, entonces primero condujo a los caballos, y luego los paró, y fue detrás del carro, tomó árboles y broza, e hizo una gran barricada, de modo que en adelante ningún caballo pudiera pasar.
Cuando él entraba en el bosque, los demás ya regresaban con sus carros cargados para irse a casa; entonces dijo a ellos, 

-"Sigan, todavía llegaré a casa antes que ustedes."-

Él apenas entró a la orilla del bosque, e inmediatamente arrancó de la tierra dos de los árboles más grandes, los lanzó en su carro, y dio vuelta. Cuando llegó a la barricada, los demás todavía estaban de pie allí, incapaces de pasar. 

-"¿Lo ven?,"- dijo él, -"si ustedes se hubieran quedado conmigo, regresarían a casa rápidamente, y habrían tenido otra hora más de sueño"-

Él ahora trató de conducir, pero sus caballos no pudieron seguir por el camino, entonces él los desenjaezó, los puso arriba del carro, tomó los ejes en sus propias manos, y jaló todo, y él hizo todo esto tan fácilmente como si hubiera cargado plumas.
Cuando ya había pasado, dijo a los demás, 

-"Allí, ustedes ven, he sido más rápido que ustedes"-

y siguió adelante, mientras que los demás tuvieron que quedarse donde estaban. Al llegar a la casa, él tomó uno de los árboles en su mano, lo mostró al administrador, y dijo, 

-"¿No es esto un bulto fino de la madera?"-

Entonces dijo el administrador a su esposa, 

-"El criado es muy bueno, aunque él duerme realmente mucho tiempo, regresa a casa antes que los demás."-

Entonces el joven sirvió al administrador durante un año, y cuando estuvo concluido, y los otros criados recibían sus salarios, él dijo que ahora era el momento para tomar su parte también. El administrador, sin embargo, tuvo miedo de los golpes que él debía recibir, y seriamente le suplicó para perdonarlo de tenerlos; y más bien que él mismo sería el criado principal, y el joven debería ser el administrador. 

-"No"-, dijo el joven, -"no seré administrador, soy el criado principal, y permaneceré así, pero tomaré mi paga tal como convinimos."

El administrador estaba anuente a darle todo lo que le exigiera, pero era inútil, el criado principal dijo no a todo. Entonces el administrador no sabía que hacer, y pidió posponerlo una quincena, ya que quería  encontrar algún camino para evitarlo. El criado principal consintió en esta solicitud. El administrador convocó a todos sus ayudantes para que meditaran sobre el asunto, y le dieran su consejo. Los ayudantes  reflexionaron durante mucho tiempo, pero por fin ellos dijeron que nadie estaba seguro de su vida con el criado principal, ya que él podría matar a un hombre tan fácilmente como un mosquito, y que lo que el administrador debería hacer era enviarlo a entrar al pozo y limpiarlo, y cuando él estuviera abajo, ellos rodarían una de las piedras de molino que estaban allí, y la dejarían  caer sobre su cabeza; y así nunca volvería a ver  la luz del día. El consejo sugerido complació al administrador, y el criado principal aceptó bajar al pozo.
Cuando él ya estaba abajo en el fondo, ellos hicieron rodar la piedra de molino más grande y pensaron que le habían roto su cráneo, pero él gritó, 

-"Ahuyenten las gallinas del pozo, ya que rasguñan en la arena allá arriba, y lanzan los granos en mis ojos, de modo que yo no puedo ver."-

 Entonces el administrador gritó, 

-"Sh-sh"-, imitando el espantar a las gallinas. 

Cuando el criado principal había terminado su trabajo, subió y dijo, 

-"Sólo miren qué hermosa corbata tengo,"-

 y lo que contemplaban era la piedra de molino que él llevaba puesta alrededor de su cuello. El criado principal ahora quiso tomar su paga, pero el administrador de nuevo  pidió un retrazo de otra quincena. Los ayudantes se reunieron y aconsejaron al administrador que enviara al criado principal al molino encantado para moler el maíz antes de la noche, ya que de allí aún ningún hombre había vuelto alguna vez por la mañana vivo.

La propuesta complació al administrador, y llamó al criado principal esa misma tarde, y le ordenó que llevara ocho bushel de maíz al molino, y lo moliera esa noche, ya que así había sido solicitado. Entonces el criado principal fue al desván, y puso dos búshels en su bolsillo derecho, y dos en su izquierdo, y tomó cuatro en una cartera, mitad en su espalda, y la mitad en su pecho, y así cargado fue al molino encantado. El molinero le dijo que él podría moler allí muy bien durante el día, pero no antes de la noche, ya que el molino estaba encantado, y que hasta ahora, quienquiera había entrado en él por la noche había sido encontrado muerto por la mañana.
El criado principal dijo, 

-"Yo lo manejaré, usted ya puede retirarse a descansar."-

Entonces él entró en el molino, y vació el maíz. A las once de la noche entró en el cuarto del molinero, y se sentó en el banco. Cuando ya se había sentado allí por un rato, de repente una puerta se abrió y una mesa grande entró, y en la mesa, se colocaron vino y carnes asadas, y además muchos alimentos buenos, pero todo aparecía solo, ya que no había nadie llevándolo. Después de esto las sillas se acomodaron, pero no se vio venir a nadie, hasta que de repente él contempló dedos  que manejaban cuchillos y tenedores, y ponían el alimento en los platos, pero fue lo único que consiguió ver. Cuando él tuvo hambre, y vio el alimento, también tomó un  lugar en la mesa, comió con aquellos invisibles que comían y lo disfrutó todo muy bien.
Cuando él ya había comido bastante, y los demás también habían vaciado completamente sus platos, él claramente oyó y vio que todas las velas fueron de repente apagadas, y como ahora todo estaba oscuro, él sintió algo como un golpe de puño en el oído. Entonces él dijo, 

"Si algo similar viene otra vez, le daré su buen golpe de regreso."-
Y cuando recibió un segundo golpe en el oído, él reaccionó como lo ofreció. Y así siguió todo esto la noche entera. Él no aceptó nada sin devolverle el golpe, y  reembolsó todo con intereses, y su actuación no fue en vano. Al amanecer, sin embargo, todo cesó. Cuando el molinero se levantó, quiso mirar qué sucedió, y se preguntó si aquel estaría todavía vivo. Entonces el joven dijo, 

-"Me he hartado, he recibido algunos golpes en las orejas, pero he dado muchos más a cambio."-

El molinero se alegró, y dijo que el molino fue liberado ahora del encantamiento, y quiso darle mucho dinero como recompensa. Pero él dijo, 

-"Dinero no, tengo bastante."-

Entonces él echó la masa en su espalda, se fue a casa, y dijo al administrador que ya  había hecho lo que él le había pedido hacer, y que ahora tomaría su paga. Cuando el administrador oyó aquello, quedó seriamente alarmado y completamente fuera de sí; caminaba para atrás y adelante en el cuarto, y gotas de transpiración se acumularon sobre su frente. Entonces abrió la ventana para tomar algún aire fresco, pero antes de que él se diera cuenta, el criado principal le había dado tal patada que voló por la ventana en el aire, y fue tan lejos y alto que nadie lo volvió a ver otra vez.
Entonces dijo el criado principal a la esposa del administrador, 

-"Si él no vuelve, usted debe tomar el otro golpe."-

 Ella gritó, 

-"¡No, no, no puedo aguantarlo!,"-

y abrió la otra ventana, porque gotas de transpiración también corrían sobre su frente. Entonces él le dio tal patada que ella también, se fue volando, y como ella era más liviana llegó  mucho más alto que su marido. Su marido al verla pasar gritó, 

-"¡Acércate a mí!"-

 pero ella contestó, 

-"¡Ven tú a mí, yo no puedo ir a ti!"-

Y ellos se cernieron allí en el aire, y no podían acercarse el uno al otro. Y si ellos todavía se ciernen en el aire o no, no lo sé, pero el gigante joven tomó su barra de hierro, y continuó su camino.



Enseñanza:


Al hacer un contrato de trabajo, debe de valorarse y meditarse bien sobre las condiciones de la labor y del pago por dicha labor antes de aceptar las condiciones, para no lamentarse cuando ya es demasiado tarde. Esto tanto para quien da el trabajo como para quien lo recibe.